Ago 21, 2021 | Géneros, Novedades
La “cancelación” es una práctica que ha cobrado popularidad en los últimos años. Consiste en acosar virtualmente a figuras públicas luego de que hayan hecho o dicho algo considerado objetable u ofensivo por un grupo específico de personas. Es, por ejemplo, lo que le ocurrió en estos días a la escritora Claudia Piñeiro, “cancelada” y acusada recientemente por la Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de la República Argentina de tener un «encono» contra la cultura evangélica a raíz de su «militancia feminista durante el debate por la ley del aborto». La disputa ocurrió a raíz del estreno de El Reino, una miniserie producida por Netflix y coguionada por Piñeiro, que aborda los vínculos entre la Iglesia y la política. La respuesta de la escritora fue contundente: «La censura es censura, la quieras disfrazar de lo que la quieras disfrazar», twitteó.
Claudia Piñeiro.
La cancelación, que se ha instalado como estrategia de sabotaje o “boicot” en el marco de discusiones públicas online, fue inicialmente impulsada por la comunidad afroamericana en signo de rechazo a las reproducciones de estereotipos racistas en Estados Unidos. Pero, ¿qué pasa cuando estos métodos utilizados por las luchas anticoloniales, feministas, de derechos humanos, entre otras, son puestos al servicio de violentar y acallar discursos críticos? Recientemente, la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad publicó un informe que se denominó: “¿Es posible discutir en medio de discursos de odio?”. La investigación está motivada por el empeoramiento en la calidad del debate público de los feminismos a partir de la irrupción de discursos violentos de los antiderechos. A través de la manipulación de la información, insultos, descalificaciones, amenazas y violencias, estos grupos se han encargado de acallar a los ciberactivismos.
En diálogo con ANCCOM Sandra Chaher, presidenta de la Asociación Civil, comunicóloga especializada en Derecho y Género, y parte del equipo de investigadores, asegura que estas acciones “afectan a la libertad de expresión de las mujeres y a la presencia del feminismo como sujeto político en el debate público”. Acorde con el informe, el 100% de las activistas feministas consultadas fue violentada en algún momento por los grupos antiderechos. Como respuesta, entre el 30 y el 60% de ellas dejó de leer notificaciones.
Florencia Alcaraz, periodista, feminista y co-directora de LatFem, quien asegura que “internet es un espacio más donde operan las violencias machistas” y que “las periodistas feministas estamos doblemente expuestas por el rol que ocupamos en la sociedad”. Alcaraz fue blanco de un gran hostigamiento a partir de una investigación que buscaba trazar un mapa de la reacción conservadora argentina. El trabajo consistió en una serie de notas acerca del crecimiento de la nueva derecha y un cartografía de las interacciones entre cuentas vinculadas.
Las tecnoviolencias machistas son agresiones por razones de género cometidas, asistidas o agravadas por el uso de las TICS. Alcaraz cuenta que, “a veces se centran en el aspecto físico, otras tiene que ver con algo más coordinado, vinculado a instalar campañas de desprestigio personal o colectivo; y en otros casos hay amenazas explícitas de muerte, de agresiones sexuales”. Como resultado tienen a la “autocensura, el ataque a nuestra visibilidad y a nuestra presencia en el espacio público, produce un impacto psíquico, emocional e, inclusive, físico”, declara la periodista. Por otro lado, puede producir pérdidas económicas, en tanto su trabajo muchas veces se basa en generar contenidos. Para Alcaraz, el objetivo de las mismas es el disciplinamiento y el silenciamiento.
Son múltiples las razones que podrían explicar la proliferación de los discursos de odio. Chaher propone como hipótesis una conjunción entre las posibilidades de amplificación o viralización que suponen las redes sociales y el anonimato. Con respecto a lo primero, el informe retoma teorías previas que proponen que aquellos discursos que despiertan alguna conexión emocional negativa logran mayor alcance. En cuanto al anonimato, la investigadora advierte que “desde un punto de vista feminista es defendido porque una persona que está siendo agredida, puede encontrar una forma de participar a través de un perfil anónimo”. Entonces, su crítica se basa en “la posibilidad que te dan algunas redes de participar sin muchos requerimientos, lo que facilita que las personas que se esconden detrás de esos perfiles puedan tener también actitudes odiantes”.
Frente a estos hechos se abre otro debate: ¿hasta dónde llega la libertad de expresión? Chaher, explica que “desde el punto de vista de lo que es la jurisprudencia o el planteo jurídico vinculado a la libertad de expresión, la tendencia es que un discurso no debería ser prohibido por más agraviante que fuera”. Mientras no exista una incitación directa a la violencia “lo que te dicen los sistemas de derechos humanos es que lo que tienes que hacer es oponer más y mejor discurso”.
El problema es que en la práctica se presentan ciertas limitaciones. “Si la plataforma no te garantiza una mínima seguridad o una mínima confortabilidad para moverte, no tenés manera de oponer más y mejor el discurso”, agrega la investigadora. En tal sentido, las activistas entrevistadas expresaron una disconformidad con respecto a la respuesta de las plataformas: en el 44% de los casos de Twitter, el 29,2% de Facebook y el 28% de Instagram.
Hackear al mensajero
Irina Sternik, periodista con una larga trayectoria en distintos medios, luego de revelar un hackeo al Ministerio de Seguridad en un artículo de la Nación en 2017, fue víctima de una oleada de ataques sistemáticos durante más de un mes. Sternik cuenta que sufrió “intentos de hackeos a todas las cuentas de correo o redes sociales; si mencionaba a una persona en redes, las atacaban a ellas; recibí mails intimidatorios, amenazas, difamaciones y todo lo que se te ocurra. A veces tenían un trasfondo político, otras misógino o religioso. El único fin era atacar y amedrentarme, que parara de hablar. A pesar de que fue una sola vez, una sola nota”. El ataque sólo cesó cuando se le ofreció custodia policial. Llegaron a intervenir organismos como Amnistía Internacional y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Contó, además, con el asesoramiento del Foro de Periodismo Argentino (Fopea) y del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba).
Sin embargo, la respuesta de las plataformas fue insuficiente, por no decir nula: “En ese momento ninguna red social me ofreció demasiada ayuda”, cuenta Sternik. Tuvo que denunciar muchas veces a cada cuenta para que la dieran de baja. Decidió cerrar su perfil y dejar de hablar del tema por un período. Acorde con Sternik, el objetivo era asustarla y evitar que hablara del tema. “Lo lograron”, dice.
Respecto a qué actitud debería tenerse frente a los discursos de odio en redes sociales, el informe arroja tres tendencias entre las entrevistadas: el 66,7% propone moderarlos, el 25% prohibirlos, mientras que sólo el 8,3% sugiere no intervenir. Chaher afirma que lo más democrático sería hablar de una co-regulación entre Estado, empresas y la sociedad civil. Por un lado, esto implicaría que “las empresas no actúen solas porque no está claro cómo regulan”, explica la investigadora. Y agrega que el riesgo reside en que, de otra manera, podrían prohibirse cuentas de forma infundada como ocurre con, por ejemplo, posteos sobre lactancia por el mero hecho de que aparezca una teta. Por otro lado, “siempre está el riesgo de que el Estado tenga una excesiva injerencia”. Sin embargo, de forma paralela señala la necesidad de apelar a una transformación cultural que concientice sobre la importancia de cuidar el debate público.
Por último, Chaher sugiere que “sería muy interesante que toda la población como usuaria de redes tuviéramos un mayor conocimiento de, por ejemplo, de cómo se hacen las operaciones concertadas, de cómo funcionan; porque evidentemente los sectores que son quienes agreden saben perfectamente cómo armar este tipo de campaña, de acciones coordinadas, que afectan a una persona”.
Un problema regional
Florencia Alcaraz cuenta que desde LatFem identificaron estas situaciones a partir de conversaciones que tuvieron con otras colegas de la región. A partir del intercambio con mujeres de la Red de periodistas feministas de América Latina y el Caribe, pudieron identificar que esas violencias digitales se relacionaban con la reacción conservadora que hoy está en marcha en todo el mundo. De esta manera, empezaron a pensar en un Kit de Cuidados Digitales, que hoy se encuentra también en formato radial.
Este material propone una serie de recomendaciones para hacerle frente a los hostigamientos: propone identificar las agresiones, registrar la evidencia a través de capturas de pantalla, reportarlas a las redes, bloquear a los agresores, denunciar de manera formal o informal. Al mismo tiempo, incentiva a brindar apoyo a quienes estén sufriendo acoso a través de la creación de espacios seguros de escucha, ayudarles a registrar los detalles del ataque y los perfiles de los agresores.
“Es realmente grave y creo que el primer paso es dejar de subestimar este tipo de ataques y empezar a ponerlos en valor, a hablarnos entre nosotras”, declara Alcaraz. Para la periodista se trata de un problema estructural, que exige pensar en procesos colectivos y dar respuestas en términos de organización. “En ese camino estamos, reforzando nuestra seguridad y pensando estratégicamente cómo abordar estos ataques porque, lamentablemente, las plataformas no brindan soluciones. Quienes sí lo hacen son otras redes feministas y compañeras que saben mucho sobre estos temas”, concluye Alcaraz.
Dic 9, 2020 | Culturas, Novedades
Las plataformas digitales son parte de nuestra vida cotidiana, nunca en la historia de la humanidad estuvimos tan conectados y con tanta información a disposición. Aunque nos brindan un sinfín de posibilidades, ya no se pueden ignorar los peligros que sostienen esta red a la que recurrimos diariamente. En medio de una vorágine de información y a un click de distancia de cualquier parte del mundo ¿Qué sociedad estamos construyendo?
Varios debates han acompañado estos cambios, algunos arriesgan que es necesario eliminar todas las redes sociales y otros miran con fascinación el mundo de posibilidades que tenemos a disposición. Las ciencias sociales tienen por delante el desafío de descifrar lo que ocurre mientras los cambios suceden de manera vertiginosa. Especialistas de la sociología, la comunicación social y el psicoanálisis comparten algunas de sus reflexiones que, lejos de responder sobre el futuro, proponen repensar lo que ocurre hoy.
“Somos entrenados para un mundo donde la diferencia entre lo real y lo virtual es poco clara”, dice Ferrer.
“Estamos siendo entrenados para habitar un mundo donde la diferencia entre lo real y lo virtual es poco clara”, expresa Christian Ferrer sociólogo y docente de la Facultad de Ciencias Sociales. Estos cambios desdibujan la percepción del tiempo y el espacio, todo se vuelve más inmediato y, aunque estemos quietos, la experiencia espacial puede indicar que estamos en todos lados. Desarrollamos el sentido de la vista y el oído por sobre todos los otros y hay un acostumbramiento perceptual para volvernos emisores y receptores constantes. “El contenido es de poca importancia, lo relevante es que se habiten las redes sociales y se construya el sistema de control permanente que registre gustos y tendencias”, señala.
Que el uso de las plataformas no es exactamente gratis, sino que funciona a partir de un modelo de negocios que se basa en nuestros datos no es novedoso. Todo es registrable y todos constituimos un perfil en internet. Pablo Rodríguez, docente de Comunicación Social e investigador CONICET, expresa que la vigilancia es más grande que nunca, pero que hubo un cambio en su carácter porque ya no ocurre desde el Estado a la población, sino que es todos con todos y forma parte de la vida social. La asimetría radica en la cantidad de datos que tiene, por ejemplo, Google: “Claramente ellos tienen más poder sobre nosotros que nosotros sobre ellos”. El autor del libro Las palabras en las cosas señala que existe un nuevo procesamiento de datos que representa una mayor complejidad y son los algoritmos probabilísticos. Estos bucean en el Big Data buscando relaciones que no fueron solicitadas de antemano “No obedecen una orden, el algoritmo está buscando cosas sin que sepamos qué pueden encontrar, ni qué decisiones puede tomar en función de eso”, explica Rodríguez.
El caudal de información que se deposita en las plataformas digitales, para Ferrer, implica una confesión constante que realiza una función parecida al confesionario de la Iglesia “una tendencia a exponerse todo el tiempo que complace al narcisismo dominante o a la vanidad a la cual ahora se la llama autoestima”. Los usuarios saben que están siendo constantemente vigilados, pero el beneficio de potenciar el narcisismo personal es más poderoso que el miedo. Entre las confesiones, el autor destaca que existe una fuerte moralización de los discursos. Esta función que antes estaba en manos de generaciones pasadas, ahora opera entre los jóvenes: “Aparecieron un montón de buenos que en manada persiguen a quienes consideran malos. Es la tradicional metáfora del rebaño eclesiástico. No importa que unos se definan como buenos de izquierda y otros como buenos de derecha, importa que hay un solo bando persiguiendo a la oveja negra”, destaca.
«El algoritmo busca cosas sin que sepamos qué puede encontrar, ni qué decisiones toma en función de eso”, dice Rodríguez
Diana Litvinoff es psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y explica que la subjetividad y la identidad siempre es construida en relación a los otros, pero que en las redes sociales este proceso se evidencia en likes, comentarios y repercusiones: “Genera mucha angustia subir una foto y que nadie diga nada, afecta el autoestima, y hay personas que pueden poner más distancia con respecto a eso y hay otros que quedan muy pendientes de ese tipo de aprobación”.
La autora de El sujeto escondido en la realidad virtual destaca que la intimidad es cultural, por lo que el contexto de lo íntimo y privado cambia de acuerdo a la época. En las redes sociales existen nuevas redefiniciones: “De alguna manera el hecho de que estés con la computadora en tu casa, que haya distancia y no ser consciente de cuánta gente está al tanto de lo que decís provoca la confesión”, explica. La intimidad se vuelca de manera más fácil y si es bajo el anonimato más aún, pero también hay que tener en cuenta que lo que se publica en redes suele ser muy superficial: “La intimidad se reserva siempre, no es que desaparece sino que se la esconde y hay que encontrarla en otras partes”, agrega Litvinoff.
El tiempo frente a las pantallas es cada vez mayor y preocupa en cierta medida el uso desmedido, la psicoanalista sostiene que el potencial adictivo de la tecnología y los videojuegos se encuentra más en la persona que en la plataforma: “La adicción a los videojuegos puede tener que ver con la completitud que da a la imagen o que la persona pueda recibir el reconocimiento que afuera no encuentra. Me cuesta pensar que sea algo nuevo en ese sentido”.
Para Ferrer uno de los elementos que resultan tan atractivos es que funcionan como fugas compensatorias. En un mundo donde la vida cotidiana puede volverse extenuante y generar infelicidad, las retóricas de las plataformas digitales sirven de ayuda. Este fenómeno no es nuevo: “Mi mamá y mi tía miraban telenovelas y lloraban juntas. Yo siendo niño pequeño me preguntaba por qué, hasta que entendí que todas las pasiones que había en esa telenovela no las tenían ellas con sus propios maridos. Lo mismo pasa con las redes sociales porque las personas que están ahí no tienen una vida muy interesante, están quietas emitiendo o consumiendo, pero se genera la ilusión de que son alguien que importa”, describe Ferrer.
“Hay que entender que existen derechos en las redes sociales”, recuerda Rodríguez.
Para el sociólogo lo único que sobrevive al tiempo es la emoción, la mayoría de lo que ocurre en los medios de comunicación no va a tener ninguna importancia en veinte años porque se sostiene en la vanidad: “Tener tiempos y espacios para los afectos es muy importante y para eso no necesitas cinco mil contactos en Facebook”. Pero tampoco se trata de huir al bosque “aunque no estaría mal de vez en cuando, pero eso es algo que solo pueden hacer los ricos”. Sino que se trata de no permanecer conectados todo el tiempo, especialmente porque muchas veces ya se sabe lo que se va a encontrar en las redes sociales: “¿Qué sentido tiene leer un libro que me va a confirmar lo que ya pienso? No se produce ni un mínimo cambio de opinión. Solo se aprende de lo desconocido, cuando se suspende la certeza y sin juicios previos”, declara.
Rodríguez destaca que es necesario un debate profundo y una resignificación del rol del Estado para problematizar el uso de los datos, algoritmos y plataformas de manera democrática, “hay que entender que existen derechos en las redes sociales”. Volver a pensar en las plataformas bajo una mirada de política pública sin que solo exista la lógica del mercado puede ser un buen inicio. Por eso el autor destaca que debería existir un pensamiento institucional que cree alternativas regionales y que fomente el diseño de las plataformas que se usan acá: “Todos hablamos de soberanía económica y alimentaria, ¿en qué momento vamos a plantear algo sobre soberanía tecnológica?”.