Sin luz y sin operarios para reconectarla

Sin luz y sin operarios para reconectarla

En la misma semana que cien mil hogares se quedaron sin luz en medio de la ola de frío, la empresa energética Secco, que despidió a casi todos los operarios encargados de atender las emergencias y reconectar los servicios, no se presentó a la conciliación obligatoria y amenaza con nuevas desvinculaciones.

Casi 100 mil usuarios se quedaron sin luz en el Gran Buenos Aires el lunes pasado, una de las noches más frías del año. El corte masivo ocurrió horas antes de que se oficializara un nuevo aumento del 2% en las tarifas de electricidad, que se suma a un incremento acumulado del 316% desde diciembre de 2023. La situación fue agravada por una decisión empresarial: en los días previos, la empresa de energía Juan F. Secco S.A. despidió a 30 trabajadores del área de emergencia, encargados de restablecer el servicio ante apagones masivos.

La demanda eléctrica alcanzó un pico de 26.764 megavatios. Aunque no se superó el récord de 30.240 MW registrado en febrero, fue suficiente para dejar sin servicio a 80 mil usuarios de Edesur y 20 mil de Edenor, además de miles de afectados en la capital bonaerense. Las zonas más perjudicadas fueron los barrios porteños de Almagro, Balvanera, Palermo y Villa Urquiza, y partidos del conurbano como Tigre, San Martín, Malvinas Argentinas, Berazategui, Quilmes y Avellaneda. En La Plata, EDELAP también registró cortes generalizados.

Desde la asunción de Javier Milei, las tarifas de gas se dispararon un 622 % en el AMBA. En paralelo, una ola polar generó un consumo récord que obligó a cortar el suministro en industrias, estaciones de GNC y hogares. En Mar del Plata, más de mil familias se quedaron sin gas. La situación se agravó porque el gobierno paralizó las obras del gasoducto Perito Moreno, clave para aumentar la capacidad de transporte desde Vaca Muerta.

En ese contexto, los despidos en Secco expusieron la desprotección ante las crisis energéticas. La empresa, que cuenta con unos 2.500 trabajadores, pasó de tener 40 operarios destinados al área de emergencia a contar con uno solo, localizado en Mar del Plata. «Ese sector se creó en 2012 para intervenir en cortes que vienen en aumento desde las privatizaciones de los 90. Con obradores móviles restablecíamos el servicio en pocas horas. Ahora, sin personal, los apagones se prolongan por días», explicó Ariel Moreno, delegado y uno de los despedidos. Además de los más de 30 cesanteados del área de emergencia, hubo siete despidos en el sector de energías renovables, tras el cierre de la planta de biogás de Ensenada.

La planta, ubicada en el predio de CEAMSE, convertía metano generado por la basura en energía para 40 mil hogares. También evitaba la emisión de gases contaminantes. Inaugurada en 2019, cerró por falta de inversión. La empresa, que recibe fondos estatales y mantiene contratos con el sector público, no dio explicaciones por el vaciamiento. «Nos mandan cartas documento con sanciones inventadas para justificar despidos. Intentan destruir nuestra organización sindical», denunció Moreno.

En paralelo, trabajadores organizados como la Agrupación de la Energía Móvil y despedidos de otras firmas (Kimberly Clark, Shell, Morillo, Pilkington) se solidarizan. El martes pasado se realizó una asamblea en la Universidad Nacional de San Martín con apoyo gremial del INTI, Cicop‑Posadas, Conicet, Unión Ferroviaria, entre otros. El lunes 7 de julio, a las 18, está prevista una movilización con corte en el Camino del Buen Ayre, frente al CEAMSE.

Juan Luis, despedido del área de Emergencia, relató: «Nuestro sector intervenía ante incendios, inundaciones o cortes técnicos. Si estaba en mi casa, me llamaban, me buscaban en remis y viajaba donde hiciera falta. En Calafate, en medio de una nevada, instalamos 16 equipos para abastecer a 400 familias cada uno». La modalidad laboral incluía rotación nacional: pasaban 18 días fuera de casa y solo una semana en sus hogares.

Antonio Samaniego, también despedido, detalló: «Trabajé 10 años, fui echado justo al cumplir la década. En pandemia quedamos varados 20 días en Calafate por estar asistiendo un corte. No hay muchos operadores capacitados para esto. Usamos motores Caterpillar a diésel y equipos de alta tensión, es riesgoso. El año pasado la empresa planteó que quería que trabajáramos 12 horas con un solo operario por turno, un peligro».

El vaciamiento se produce en paralelo a las denuncias que pesan sobre Jorge Balán, propietario de Secco S.A., imputado en la causa Cuadernos, en la que se presentó como arrepentido tras reconocer el pago de coimas a funcionarios públicos. Su nombre también figura en los Pandora Papers por haber utilizado una offshore en Costa Rica. A pesar de esto, su empresa sigue recibiendo contratos estatales.

«Están tercerizando el área de emergencia con contratos precarios, sin convenio colectivo. Nosotros logramos pasar a planta en 2018, después de años de contratos renovables cada tres meses. Ahora quieren volver atrás. No solo atacan a los trabajadores, estafan a los usuarios. El cargo por emergencia sigue figurando en la boleta, pero ya no hay quien atienda las emergencias», explicó Moreno.

El conflicto ya tuvo cinco audiencias en el Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires, de las cuales la empresa solo se presentó a dos. En ambas ocasiones amenazó con más despidos. La falta de respuestas institucionales refuerza la organización entre sectores afectados: además de trabajadores energéticos, se suman estatales, del ámbito de la salud, educación y jubilados. El vaciamiento de Secco, aseguran, es una muestra de cómo el ajuste y la desregulación también golpean donde más duele: en la garantía de derechos esenciales como la energía eléctrica.

Ulanovsky lo hizo de nuevo

Ulanovsky lo hizo de nuevo

Presentó en el Museo del Libro y de la Lengua «El periodismo es lindo porque se conoce gente», un volumen que reúne historias, aventuras, chispazos de lucidez, humor, perfiles y decálogos de un oficio que él trajina desde hace 62 años y 27 libros.

“Si tuviera anteojos de lejos saludaría a más gente”, decía Carlos Ulanosvky desde el centro del panel. Ante un auditorio lleno, con público sentado en las escaleras, el periodista presentaba su libro El periodismo es lindo porque se conoce gente, de la editorial Marea, este martes 1 de julio en El Museo del Libro y de la Lengua. A lo largo de sus páginas se presentan perfiles y anécdotas con un elemento en común, la picardía, ordenados en listas, duplas y decálogos cuyos protagonistas, algunos de los cuales reían y devolvían saludos desde las butacas, se mueven entre las calles, los bares, las cafeterías y el espacio nostálgico de la redacción.

“No todo tiempo pasado fue mejor, pero en periodismo todo tiempo pasado fue más fácil —sentencia el propio Ulanovsky en diálogo con ANCCOM—. Nosotros salimos del secundario y fuimos a golpear puertas a diversas redacciones y en todas nos atendían, en todas nos abrían, en todas nos escuchaban y, si teníamos suerte y llevábamos un sumario más o menos interesante, hasta salíamos ligando una nota. Después, mucho más adelante, se podía vivir con una cadenita de, no sé, tres o cuatro colaboraciones mensuales que se pagaban en tiempo y forma. Ahora eso es imposible porque las colaboraciones se pagan muy mal, muy poco y con retraso. Entonces ahora es muy dificultoso vivir del periodismo. Y otra de las consecuencias de la precarización es que cada uno puede llegar a tener dos, tres, cuatro trabajos, y lamentablemente eso conlleva a perder los contactos personales; a tener menos tiempo para relacionarse”.

Ulanovsky es un periodista gráfico con más de seis décadas de experiencia, fundador y docente del instituto TEA y autor, con éste, de 27 libros publicados. A su izquierda se sentaban la directora editorial de Marea, Constanza Brunet, y Luis Alberto Quevedo, exdecano de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA); a su derecha, la multipremiada periodista Claudia Acuña, fundadora y directora de la Cooperativa Lavaca, y Camilo Sánchez, novelista, poeta y fundador, entre otros medios, de la revista Dangdai.

Brunet, que hizo de moderadora, dio inicio al evento: “Bueno, estamos todes”. Acuña, al tomar la palabra, partió refiriéndose al contexto político actual, caracterizado por los permanentes embates del presidente Javier Milei contra el periodismo: “La picardía es el escudo con el que se defiende la verdad”, dijo, y añadió una consigna: “No amamos lo suficiente a los y las periodistas”.

“Es muy difícil responderle a un presidente que te insulta todos los días —sigue Ulanovsky—, porque no sabés cuales son las consecuencias que eso puede tener. Y por otro lado porque no estamos acostumbrados a que un presidente nos insulte. Puede ser mejor presidente, peor presidente, eso no está en discusión. Pero no estamos acostumbrados a que un presidente nos falte el respeto”.

Camilo Sánchez, el segundo en tomar la palabra, puso el énfasis en “la transmisión cuerpo a cuerpo”, en la conversación de pasillo, propia del espacio de la redacción. Ulanovsky, por su parte, se remonta a la primera revista que hizo en la escuela secundaria, con la que visitó redacciones y consiguió entrevistados, hasta llegar a Clarín, Página/12 y la fallida experiencia en el diario Perfil, ya en 1998, entre otros muchos medios.

“Yo cuando me fui de Clarín extrañé algunas cosas —relata—: extrañé amigos que tenía, compañeros de trabajo; extrañé el archivo de papel, que era fabuloso; y extrañé la hora de la cantina, cuando nos reuníamos un rato antes de empezar a trabajar, y ahí salían las mejores cosas de cada uno, los diálogos más divertidos, las ideas de notas, en fin, se extraña ese tipo de contacto”.

“Ojalá que este libro sirva para que un alumno de periodismo hoy lo lea y diga: qué lindo que es el periodismo. Mirá como se conoce gente”, desea Ulanovsky.

El libro de Carlos Ulanovsky se construye a partir de esos contactos: son historias de cafés, llamadas de amigos, anotadas en papeles que guardó en una cajita (“cajita no: era una caja”, corrige) preferentemente azul, en la que se juntaban Roberto Jorge Santoro, Roberto Arlt, Norma Vega y María Esther Gilio con la misma Claudia Acuña, Camilo Sánchez y Diego Rosemberg, entre muchísimos más. “Carlos escribe un mundo donde periodistas y redacciones armaron ciudades”, dijo Luis Quevedo al cerrar su propia presentación, “Yo me di cuenta de que uno de los GPS para recorrer esta ciudad son las picardías”.

“Vos fijate que yo no tengo un título universitario —sigue Ulanovsky, que tuvo a su cargo el Taller de Redacción 1 en los inicios de la Carrera de Ciencias de la Comunicación—. Estudié sociología y rendí unas materias, pero no me recibí. Mi formación se la debo al periodismo. Un día, por necesidad de entender más el tema de los medios, me puse a leer más cosas; ahora tengo una biblioteca de los medios impresionante y he leído mucho, y me convertí en un especialista sobre ese tema”.

Es desde este lugar, y con el hilo conductor de las picardías, que Carlos Ulanovsky escribe su homenaje al periodismo. Y lo hizo ante decenas de personas con las que comparte no sólo un oficio, sino un compromiso y un sentido del humor. Ulanovsky cerró su ponencia: “Ojalá que este libro sirva para que un alumno de periodismo hoy lo lea y diga: qué lindo que es el periodismo. Mirá como se conoce gente”.

Fotografiar lo que nadie ve

Fotografiar lo que nadie ve

El fotoperiodista argentino Rodrigo Abd, dos veces ganador del Pullitzer, visitó la Facultad de Ciencias Sociales para hablar de su trabajo y de su muestra “Desvío”, junto a la editora y curadora Jazmín Tesone. Imágenes que encuadran lo que las recetas tradicionales de la profesión dejan fuera de campo.

En el marco del décimo aniversario de ANCCOM y de los 40 años de la Carrera de Ciencias de la Comunicación, el fotógrafo Rodrigo Abd y la editora Jazmín Tesone fueron invitados a contar cómo pensaron la muestra Desvío -que se exhibe hasta el 3 de agosto- en la galería Arthaus Central- y a reflexionar sobre el fotoperiodismo en un contexto de hiperconectividad y noticias falsas. “La muestra es un poco un experimento”, confesaron.

La exposición de 34 fotografías recorre el archivo del fotoperiodista argentino dos veces ganador del premio Pulitzer (2013 y 2023). Como describieron Abd y Tesone, las imágenes se exhiben como gigantografías rectangulares duales que penden del techo y que el cuerpo del espectador debe rodear para descubrir en el reverso una nueva imagen, que nada tiene que ver con la anterior. Muchas de esas tomas y otras que quedaron fuera de la selección, se proyecataron a lo largo de la charla a medida que Abd narraba cómo las había obtenido. Tanques de guerra amarillos destrozados que son fotografiados desde las alturas, pero que podrían ser antiguas cámaras de fotos. El rojo chillón de una explosión que resalta entre la sequedad del bosque en que fue producida. Una imagen que obliga a contener el aire. Bollos de pan que se confunden, por su redondez, con los cráneos de una fosa común donde comen dos médicos forenses entre huesos y ropas a medio desintegrar, la violencia es parte de la rutina que Abd fotografía.

Fotoperiodista desde 1999, Abd trabaja desde 2003 como reportero de la agencia internacional The Associated Press, medio para el cual cubrió diferentes conflictos bélicos, políticos y ambientales alrededor del mundo. En entrevista con el equipo de ANCCOM, Abd y Tesone, explicaron las decisiones que guiaron el armado de la exposición a partir de un archivo tan extenso como el que construyó el fotógrafo. Su búsqueda y selección de imágenes, responde a preguntas que el fotoperiodista se hacía sobre el oficio luego de tanta trayectoria: cómo se fotografía cada historia desde su singularidad y las decisiones que hay detrás de cada cobertura.

Así, la muestra terminó conformada por imágenes que cuentan historias colaterales y, a la vez, hacen a los protagonistas que, desde una cobertura periodística más mecánica y superficial, no serían parte de la narrativa de los conflictos a los que Abd estuvo abocado a cubrir. “Nos planteamos que las fotografías no debían ser cerradas sino abiertas y con cierta ambigüedad, para que cuando uno vea se pregunte qué tiene que ver esa imagen con el contexto, y así nos interrogue sobre la práctica del fotoperiodista y las narrativas que construimos. Dependiendo cómo se encuadra, cambia la forma de ver el mundo”, explicó Abd, el mismísimo fotógrafo que con su obturador capturó a dos perros peleando en medio de un ataque narco en Rosario, o un corpiño rosa en medio de la selva colombiana durante la reconciliación entre el gobierno y las organizaciones guerrilleras.

Las capturas que conforman la muestra fueron tomadas en distintos años y en contextos políticos sociales diferentes; sin embargo, todas comparten un concepto particular: el desvío del acontecimiento. El espectador podría imaginarse a Abd rotando su cuerpo, dando la espalda a la escena principal y poniendo en cuadro aquello que, si no, quedaría en los bordes o directamente por fuera del obturador. Se revela aquello que ocurre alrededor del hecho principal: Una aguda crisis económica en Venezuela es contrapuesta con fiestas de varios días en un hotel de lujo de Caracas; un grupo de soldados talibanes almorzando juntos entre risas con una exposición de fusiles de fondo que cuelgan de la pared; una mujer ucraniana paseando a su perro instantes después de un bombardeo; una familia de Guatemala que construyó dentro de su taller mecánico, ya no rentable, una funeraria.

La propuesta no puede concebirse sin una segunda instancia, en que la polisemia de la imagen finalmente es anclada por medio de la palabra. El objetivo es lograr por parte del espectador una interpretación superadora, aún mayor que el primer acercamiento directo a las imágenes que no tienen epígrafes. “No es el contrato de lectura que se suele dar con las imágenes de prensa. Decidimos separarlas, y colocar la información en otra materialidad”, explicó Tesone en relación al montaje de las fotografías y a la confección de una revista que repone mucho de lo que el espectador se interroga a través de las imágenes.

Tesone contó que las revistas-catálogo fueron ubicadas al final del recorrido de la exhibición, para no obturar las libres lecturas y la incomodidad en el transcurso de la experiencia. Las revistas son las encargadas de contextualizar y dar detalles sobre el momento en que fueron tomadas las imágenes, y desafían al visitante a llegar hasta el final del recorrido, e incluso un poco más. Así lo explicó la editora, mientras Rodrigo distribuía revistas entre aspirantes a reporteras gráficas y jóvenes promesas interesadas por saber cómo mejorar su oficio: “¿Cómo hacés para lograr esa intimidad?”, le preguntaron. “Tiempo y conversación franca para entrar en confianza y achicar distancias”, respondió “¿Pensás en los dos registros, en foto esperada por el medio y lo que querés hacer?”, le consultaron a las que Adb respondió que ambos objetivos van de la mano.

Las imágenes del fotoperiodista argentino operan entre el límite de lo esperable y lo descabellado, obligan a ver algo que va más allá de los ojos. Buscar e intentar comprender, o confrontar aquellas escenas de la humanidad que se destacan en medio de los contextos más hostiles. ¿Cómo fluye la vida cotidiana de las personas en territorios marcados por conflictos bélicos? ¿Qué ocurre alrededor de un golpe de Estado en Honduras, después de una masacre en Ucrania o durante una hiperinflación en Venezuela? Estas preguntas generan incomodidad e interpelan acerca de cómo deben –o no deben– cubrirse ese tipo de acontecimientos.

“La información está muy direccionada y lo que podemos contar es muy acotado, el gobierno ucraniano durante la guerra te llevaba en un bus a donde ellos decían que estaba la noticia”, explicó Abd. Narrar fuera del margen y mostrar a través de un eje fuera de campo se vuelve un ejercicio desafiante. Cómo comentó Tesone: “Una constante en el trabajo de Rodrigo es mezclar la violencia y la vida cotidiana, algo de eso está muy poroso en sus imágenes, en ellas siempre hay comida y esqueletos al lado”. Escenas cotidianas, actividades de supervivencia básicas se entrecruzan con lo extremo. Dentro de la selección de imágenes, una de las fotografías más ilustres retrata a dos antropólogos forenses en Guatemala almorzando a mitad de su jornada junto a dos esqueletos mitad desenterrados, un gesto cotidiano en un escenario descabellado.

La muestra de Abd intenta abrir la pregunta por la verdad: ¿Qué es lo que sucede? ¿Qué es lo real? ¿De qué forma un fotoperiodista rompe el hielo para tener contacto con el fotografiado en un contexto de vulnerabilidad? Rodrigo enfatiza en que hay que intentar pasar los límites mentales, “todo lo que nosotros tenemos en la cabeza, aquellos prejuicios que se encargan de decidir si estos son malos o buenos, si está bien o mal son paredes que solo entorpecen la libertad para fotografiar”. El tiempo, la curiosidad innata y el contacto resultan claves para acceder a otra forma de contar la historia, el lado b de la humanidad.

En un contexto saturado de imágenes impactantes que alimentan la tendencia del consumo inmediato, Desvío se detiene en lo alternativo y propone otra mirada: se aparta del acontecimiento para revelar aquello que lo rodea y persiste cuando las cámaras ya no están. En este ángulo Abd incorpora el gesto político del encuadre al fotoperiodismo. La muestra y su manera de hacer periodismo no piden respuestas concisas por parte del espectador, pero sí reflexionar con el mirar, con el contexto y con las formas de lo real. Como dijo Tesone, “no se trata de una muestra cerrada, sino abierta, que reclama una lectura activa por parte del observador”.

Desvío se puede visitar, con entrada libre y gratuita, de martes a domingo, de 13 a 20 hs. hasta el 3 de agosto, en la planta baja del espacio Arthaus Central (Bartolomé Mitre 434, CABA). Además, Abd y Tesone el 10 de julio a las 18 horas estarán dando una charla junto a Cora Gamarnik, Nicolás Pousthomis, Daniel Merle y Lucía Prieto.

Teatro pasado por agua

Teatro pasado por agua

En pleno corazón de Palermo, una obra de teatro convierte una pileta de natación en una experiencia inmersiva y sensorial. Sin apelar a golpes bajos, Subacuática reflexiona sobre la capacidad humana para superar adversidades y encontrar un camino a la superficie.

Lejos de las tablas convencionales, Subacuática transforma la pileta del Club Estrella de Maldonado en un escenario para narrar una historia profunda y de resiliencia. La trama sigue a Pablo, un padre primerizo que enviudó el mismo día en que nació su hija, Lola. Tras un duelo prolongado -tres años y seis meses dedicados por completo a la crianza-, encuentra por fin una media hora para sí mismo en el agua mientras su hija nada en otro andarivel.

La obra es una adaptación de la primera novela para adultos de Melina Pogorelsky, publicada en 2018. Hasta ese momento, la autora había explorado únicamente la literatura infantil y juvenil, con títulos como Nada de mascotas y Una ciudad mentirosa. Con Subacuática, toma otro rumbo y se sumerge en una historia atravesada por la pérdida, la paternidad y los mandatos sociales. “Conocía la pluma de Melina pero no este texto, y cuando compré la novela me la leí de un tirón, no pude soltarla”, recuerda Fernanda Ribeiz, directora de la obra teatral, en diálogo con ANCCOM.

Aunque su recorrido profesional está ligado al ámbito audiovisual, desde el principio -y sin poder explicarlo del todo-, Ribeiz imaginó la historia en clave teatral. Para materializar esa visión convocó a Luciano Cáceres, con quién la unía no sólo una amistad de años, sino también el deseo de trabajar juntos. “Me pareció que era una buena oportunidad para unir energías y puntos de vista distintos”, cuenta.

A esta dupla creativa, que fusiona una mirada narrativa visual con la experiencia teatral, se sumó la propia Pogorelsky, quien tuvo un rol activo en el proceso de adaptación. Por la carga personal que posee la historia, decidió involucrarse profundamente en la dramaturgia, mientras que el diseño general de la puesta en escena quedó a cargo del equipo de dirección. “Cuando se elige una obra para adaptar es importante involucrar a quien la escribió y respetar mucho su mirada y lo que tiene para decir”, sostiene Ribeiz.

Lo que diferencia a esta propuesta de otras dentro del circuito teatral es su naturaleza inmersiva. Al desarrollarse en un espacio poco convencional, los sentidos se potencian y se activan de formas inusuales. Para llegar al espacio de la función, el público primero atraviesa los vestuarios. Sin darse cuenta, forma una fila -como los días de colonia en la infancia- y espera con ansiedad ver la pileta, aunque sepa que no tendrá contacto directo con ella. Mientras la fila avanza, se escucha al encargado exclamar: “Todos con revisión médica en mano”, un guiño que despierta risas cómplices y anticipa una experiencia fuera de lo común.

Las butacas son simples sillas de plástico y el escenario, una pileta de varios metros. A los costados, salvavidas redondos y planchas de goma eva cuadradas completan la escenografía. En pocos minutos, el olor a cloro se vuelve parte del ambiente y comienzan a oírse sonidos que remiten a videos de relajación y que ayudan a entrar en sintonía con el ritmo de la obra. Durante los siguientes cincuenta y cinco minutos, el bullicio de los bares de Palermo queda atrás y el público se sumerge en una historia que lo interpela desde el inicio.

Joaquín Berthold, Juana Viale, Anahí Gadda y Maricel Santín encarnan los personajes principales de este mundo subacuático. La puesta se apoya también en las proyecciones e ilustraciones de Rocio Casal, la música y las voces en off a cargo de Norman Mac Loughlin y el diseño de Luces de Ricardo Sica. El resultado es una propuesta visual y sonora que construye un universo realista, en un escenario donde conviven historias que transcurren tanto dentro como fuera del agua. “Las imágenes aportan un equilibrio necesario a un texto tan poderoso y cargado de dolor”, asegura la directora.

Antes de pensar en las proyecciones surgió una pregunta clave: ¿cómo ubicar a los personajes en este mundo subacuático, si el agua no es sólo un recurso estético sino un personaje en sí mismo? Es allí donde Pablo, el personaje de Berthold, parece habitar su dolor suspendido, y donde encuentra también, un momento de cercanía con Mariela, su esposa. El equipo imaginó múltiples formas de escenificar ese estado: desde arneses que lo mantuvieran suspendido en el aire, cintas de correr que simularan el avance de la brazada, o incluso piletas más pequeñas que se llenaran sobre el escenario. Pero ninguna opción lograba lo que buscaban, hasta que, en una reunión, Cáceres propuso usar una pileta real que conocía y que podía ser útil para la representación.

Los ensayos empezaron fuera del agua, en una sala tradicional. Recién más adelante, cuando el club accedió a prestar su pileta, el equipo se trasladó allí. Al tratarse de un espacio compartido con otras actividades, las prácticas siempre fueron nocturnas, cuando terminaban las clases de natación. Anahí Gadda, quien se pone en la piel de Mariela y nunca había trabajado en un entorno acuático, recuerda que las primeras pruebas implicaron un gran esfuerzo físico y emocional para el elenco. “El agua es una de las cosas más locas e interesantes que tiene el proyecto, porque trae consigo el mandarse y ensuciarse, un gran desafío para quienes tenemos aspiración al arte”, dice.

Brazada a brazada, la obra despliega no solo una historia íntima, sino también una reflexión sobre la paternidad, la culpa, la resiliencia y el modo en que el duelo se acomoda en la rutina. “El teatro me parece convocante, es un momento que provoca cosas en los sentidos y en el cuerpo, que son distintas a las que se perciben en otras situaciones artísticas”, asegura Gadda. El agua, con su fuerza, envuelve a los personajes y los obliga a flotar, hundirse o simplemente dejarse llevar. Es el espacio donde nacen vínculos, pero también el lugar para recordar a quienes ya no están físicamente y acompañan desde otro plano. “Subacuática es una invitación a estremecerse con distintos recursos que hacen a lo teatral y a pensar cuáles son los elementos que nos conectan en las historias”, concluye.

Subacuática se puede ver los domingos a las 18 y 19:30h en el Club Estrella de Maldonado (El Salvador 5470, CABA). Las entradas se pueden adquirir por la página web de ticketek.

Los jubilados no se rinden

Los jubilados no se rinden

Como todos los miércoles, los jubilados marcharon al Congreso para exigir aumento de haberes y restitución de medicamentos gratuitos. Esta vez, recibieron la compañia de los sindicatos que se movilizaron desde temprano al Ministerio de Desregulación.

Otro miércoles de protesta. Los jubilados fueron llegando al Congreso, esta vez más temprano que de costumbre debido a que está entrado el invierno y las condiciones climáticas no son convenientes para este colectivo. El reclamo es sostenido: aumento de los haberes y restitución de medicamentos que brindaba el PAMI de manera gratuita.

Exageración. Otra vez. El operativo policial montado en el Congreso Nacional cada semana se parece más a una parodia. Las vallas que cortaban el tránsito iban desde Av. Entre Ríos e Hipólito Yrigoyen rodeando el palacio legislativo hacia Av. Rivadavia, incluyendo la calle Combate de los Pozos. Apostados sobre Rivadavia, al menos diez camionetas trafic de la Policía Federal, cordones con cientos de oficiales rodeaban las inmediaciones y estaban listos para reprimir en caso de recibir órdenes.

Los jubilados estuvieron acompañados en otras jornadas por hinchas de fútbol, por el colectivo Ni Una Menos y en este caso, por algunos sindicatos que venían de la movilización al Ministerio de Desregulación. También se sumaron trabajadores de ATE del Hospital Garrahan e integrantes del Movimiento Evita.

La nota de color la dio la diputada libertaria Lilia Lemoine quien tuvo que ser escoltada por la policía luego de meterse entre los jubilados a grabar con su celular en una clara provocación. Intentó intimidar a los manifestantes pero le salió mal.

 

Lucha continua

 No sólo los jubilados están en pie de lucha constante sino que el mismo día los trabajadores se hicieron presentes en el centro porteño para movilizarse a la cartera que lidera Federico Sturzenegger. Se suma la lucha de los trabajadores del Hospital Garrahan que atravesaron una nueva jornada de paro y las universidades nacionales que anunciaron un cese de actividades para el 26 y 27 de junio.

Los libros liberan

Los libros liberan

En dos años de vida, la Fundación As, presidida por la periodista Ana Sicilia, recorrió 60 contextos de encierro en todo el país y entregó 13.000 libros a personas privadas de su libertad.

La Fundación AS busca promover la lectura en contextos de encierro y en sectores vulnerados de la Argentina. Si bien la institución cumplió dos años, Ana Sicilia –su presidenta- comenzó con el proyecto Libros en los Pabellones en octubre del año 2017. Desde ese entonces, recorrió 60 espacios de reclusion en todo el país y entregó más de 13.000 libros a personas privadas de su libertad.

 

La semilla de un proyecto

 En el año 2008, cuando Sicilia cursaba Teorías de la Comunicación en la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Quilmes, su profesor Alejandro Kaufman sembró una semilla que años después dio frutos.

“Estábamos en clase y un estudiante mencionó el tema de ‘la ola de inseguridad’, era una cuestión de agenda en ese momento. Y Kaufman dijo: ‘A ver, tanto que hablamos de la inseguridad, vamos a hacer un ejercicio, ¿cuándo fue la última vez que les robaron? ¿Y cuántas veces les robaron en la vida?’. Éramos 25 estudiantes, al que le habían robado más recientemente había sido hace un mes y medio y había personas a las que nunca les habían robado. Con ese simple ejercicio desarmó el chip de todos. A mí me desarticuló un pensamiento y me dejó el espacio para pensar. Siempre estamos hablando del hecho delictivo ya consumado, de la punta del iceberg, pero no de cómo se construye”.

¿Cuándo fue la primera vez que ingresaste a una cárcel?

En el año 2017 me invitó Julián Maradeo, tallerista de escritura de la Unidad 9 de La Plata. Yo no lo conocía, todo surgió porque vio una nota que yo había escrito en un blog. Después de la primera vez, en El Ágora (ese nombre recibe el espacio cultural donde se dictan los talleres en la Unidad 9 de La Plata), los chicos me invitaron otra vez, fui tres veces de invitada y en el 2018 me dicen: “Anita, ¿por qué no te sumas y te quedas? Vení, aunque sea una vez por mes”. Y así fue que empecé a ir al taller con Julián Maradeo. Dos años después de dar las clases junto a Julián, él se fue del espacio y me dejó el lugar a mí. Y hoy lo seguimos sosteniendo, son dos horas los martes a la mañana.

Ahí te diste cuenta de la ausencia de libros.

Claro. Un día les dije: “Chicos, yo no voy a dar un taller de escritura y lectura si no tenemos libros”. Y me respondieron: “Pero la biblioteca de la cárcel está en la otra punta, es muy difícil ir a buscar los libros”. Bibliotecas hay en todas las cárceles. El tema es el acceso, poder llegar, que les den el pase y que haya un libro digno, que no sea un manual de estadística del año 1998. Entonces, les pregunté si me autorizaban a pedir por las redes algunos libros. Me dijeron que sí, así que empecé a pedir por Twitter. De esa manera se armó la primera biblioteca, lo subieron en el Facebook del Ágora que lo manejaba una de las coordinadoras de los talleres. Y la foto de esa biblioteca la vió un chico que estaba detenido en la Unidad 43 de González Catán, pero que había estado detenido en la Unidad 9 de La Plata y había sido parte del Ágora. Ahí siento que empezó a armarse todo. Él me invitó a llevar libros a su Unidad y me hizo la autorización. En ese momento los celulares no estaban premitidos -se autorizaron en la pandemia-. Entonces, si me llamaban y me contestaban desde otra cárcel era todo como muy de queruza. La conexión es muy piola con los pibes. A veces voy a una cárcel y aunque no me conozcan en ese pabellón saben que estoy ahí porque el referente de ese pabellón habló con el de otra cárcel. Además, durante los primeros pasos del proyecto, trabajaba como periodista en el prime time de la televisión y esa exposición en muchas ocasiones me permitió acceder más fácilmente a los pabellones porque las personas se enteraban del proyecto a través de ese medio. 

 

¿Cómo surgió la idea de armar la Fundación AS?

Finalizando el 2019 sentí que el proyecto había excedido mi persona. Después de la pandemia, en el año 2021, armé una videollamada con mis amigas de toda la vida y les propuse sumarse al proyecto de armar la fundación. Y así fue, la Fundación As ya cumplió dos años. Es una locura muy artesanal. Hoy formamos un equipo, somos ocho personas las que componemos el núcleo duro de la fundación y yo me siento acompañada porque tiramos todos para el mismo lado, firmes en el objetivo de promover la lectura.

En el librito que escribí, Libros tras las rejas, está narrada la antesala de lo que fue el armado de la fundación. El registro de los cinco primeros años caminando sola. Es como una especie de diario: yo salía del penal y me ponía a escribir a mano. No con la finalidad de escribir un libro, sino para sacar todo lo que me atravesaba.

 

¿Cómo se desarrollan los encuentros con las personas privadas de su libertad?

En casi todos los espacios siempre es una primera vez. El funcionamiento de los traslados en el ámbito carcelario es permanente y, a veces, llegando a fin de año, masivo. Es una lógica perversa que tiene el servicio penitenciario. Hay muchas cosas que deberían modificarse. Los traslados hacen que no puedas tener un grupo consolidado durante todo el año. Puede que tengas suerte, pero es muy difícil. Me pasa, por ejemplo, que en la Unidad 9 de La Plata hay una persona que está en el taller hace cinco años, pero nunca sabés si mañana se va. Entonces, es complicado. Pero a la vez, dentro de todo lo complejo, trato de buscarle la vuelta. A través de los pibes que fueron trasladados logré abarcar todo el territorio bonaerense, porque eran ellos quienes me autorizaban a ingresar a las unidades.

 

¿Qué dirías ante el discurso que niega a las cárceles como lugares de reinserción social?

A veces me preguntan: “De todos estos libros que llevaste, ¿alguien leyó algo? ¿Y alguien se salvó?”. Y yo respondo que con que uno solo haya leído es suficiente. Porque si de 13.000 libros fue leído uno solo, yo seguiré llevando libros hasta que lean todos. El año pasado me escribió un detenido de la Patagonia a través de Instagram y me dijo: “Hola, Anita, ¿cómo estás? Te conocí en una comisaría en Chubut, me diste un libro, y quería contarte hace un tiempo estoy en libertad, siempre tengo guardado el libro que me diste, me pusiste una dedicatoria para que no me lo roben adentro” (de la cárcel), porque sino la gorra se lo sacaba. Y dijo, “yo se lo había dado a mi mamá para que me lo cuide hasta que salga en libertad. Ahora empecé la psicóloga, estoy terminando el secundario y le presté a mi psicóloga el libro que me diste”. Le había dado el ejemplar en 2021, en una comisaría. Y ese pibe me dice: “Escuchame, cuando quieras que hagamos algo o lo que necesites para la fundación estoy”. Fue a raíz de esa psicosis que se había armado en la gente y que suelen reavivar en cada tramo electoral -la cuestión de la inseguridad-, que comencé a interesarme por lo que sucede dentro de las cárceles. Y hoy cada vez más, confirmo esta idea de que tenemos que mirar qué pasa ahí y tratar el problema estructuralmente.

 

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