“La derogación de la ley de tierras implica una cesión de la soberanía”

“La derogación de la ley de tierras implica una cesión de la soberanía”

El megadecreto del Gobierno nacional, entre tantas otras modificaciones, permite la compra ilimitada de tierras por capitales extranjeros y hasta la adquisición de lagos y espejos de aguas. La opinión de Gonzalo Vergez, miembro de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas.

La Ley 26737, conocida como Ley de Tierras Rurales, fue sancionada en 2011 a raíz de una demanda social. La norma establecía una restricción a la compra de tierras rurales por parte de ciudadanos extranjeros. Gonzalo Vergez, abogado ambientalista e integrante de la Asociación Argentina de Abogados/as Ambientalistas (AAdeAA) y del Colectivo de Acción por la Justicia Ecosocial (CAJE), afirma que “la derogación de esta norma implica una cesión de la soberanía nacional” y habilita “a que cualquier ciudadano extranjero, que tenga la posibilidad económica, pueda comprar una cantidad ilimitada de tierras en el territorio argentino”. Además, “atenta contra las economías regionales y la agricultura familiar”.

La Ley de Tierras limitaba el dominio o la posesión de suelo rural por parte de extranjeros al 15% del total de tierras rurales censadas. También prohibía que las personas físicas o jurídicas que sean de una misma nacionalidad extranjera superen el 30% de ese 15% e impedía que ciudadanos o empresas foráneas pudieran ser titulares o poseer una porción de tierra que contenga ríos o cuerpos de agua estratégicos, como es el caso de Lago Escondido, propiedad del magnate británico Joe Lewis.

“Ya teníamos una enorme complicación por parte de la ciudadanía en relación al acceso a la tierra y esto se profundiza de forma drástica y categórica. Implica una concentración aún mayor de la que ya tenemos. No hay que dejar de reconocer que venimos de una situación crítica, que a pesar de la existencia de una enorme cantidad de normativa –bosques, glaciares, hidrocarburos, tierras rurales- los derechos no estaban garantizados. Ahora imaginemos cómo van a estar garantizados sin esas normativas”, agrega Vergez.

Con respecto a la minería, el megadecreto de Milei derogó la Ley 24523 del Sistema Nacional de Comercio Minero y la 24695 del Banco Nacional de Información Minera, con la excusa de “reducir” los costos del sector ya que es un área “subdesarrollada”. “Estas dos leyes eran de lo poco que quedaba en una actividad que ya de por sí es bastante oscura, no como la mayoría de las actividades extractivistas, y esto lo que hace es quitarle el último destello de transparencia», asegura Vergez.

En relación a la Ley de Sistema Nacional de Comercio, Vergez sostiene que a una actividad ya flexibilizada, la derogación le da vía libre a las empresas mineras para comerciar como quieran. “La industria minera tiene un sistema de regalías, lo que paga específicamente es muy poco, es un precio vil, solamente el 3% en relación a las inversiones mineras que, además, se calcula sobre el material extraído”. Para Vergez, “son dos derogaciones muy relevantes en materia minera, que profundizan de por sí lo flexibilizado que estaba el sistema y pone en una situación de absoluta vulnerabilidad a los territorios que ya estaban hostigados por las empresas mineras, las cuales venían haciendo enormes destrozos en lo ambiental”.

El DNU, además, acentúa la crisis alimentaria y atenta contra la soberanía nacional a través de la derogación de Ley de Abastecimiento, la Ley de Góndolas, la Ley de Promoción Industrial y las leyes Compre Nacional y Compre Argentino. Al respecto, Vergez subraya que si bien algunas modificaciones parecen intrascendentes, si se las mira en conjunto y en contexto tienen una enorme relevancia. “Estamos atravesando una crisis alimentaria global donde Argentina no es la excepción sino que es un gran exponente, sobre todo por los altos niveles de pobreza e indigencia –remarca–. Este paquete de modificaciones lo que hacen es profundizar las condiciones de desabastecimiento que ya se vienen dando hace un tiempo a pesar de las leyes y favorecer la exportación y al sector agropecuario. Es un paso regresivo en materia socioambiental y en materia de derechos humanos”.

Otros precios son posibles

Otros precios son posibles

La UTT organizó un Feriazo Soliario en la Plaza Constitución. Una multitud se congregó con bolsas y changuitos para comprar frutas y verduras a valores accesibles.

Bajo un sol que quema a cualquiera que esté al descubierto, gazebos y carpas comienzan a protagonizar la Plaza Constitución este miércoles por la mañana. La Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) se acomoda para realizar un nuevo “feriazo” solidario ante la inflación de los precios en alimentos y el DNU de desregulación total que quiere imponer el presidente Javier Milei. 

A medida que bajan de camiones cientos de cajones con diferentes tipos de frutas y verduras, las personas comienzan a hacer una fila larga y tendida. Con el paso del tiempo, el sol empieza a molestar cada vez más. Con sus changos o bolsas de compras vacías, cubren sus cabezas de la insolación. 

Algunos, cansados por la espera, toman asiento en la sombra mientras algún familiar hace la compra por ellos: “Me parece bien que hagan esta movida, porque si no…” comenta un hombre que en vez de terminar la frase, se pasa el dedo por el cuello como si fuera un cuchillo. “Estamos fritos”, remata. 

Frente a la boca del subte, un parlante empieza a sintonizar folklore y chamamé mientras las ventas se ejecutan. El flujo de entrada y salida del subte no se detiene y eso ayuda a incrementar el público del “feriazo” solidario. A quienes bajan de los colectivos o trenes, les llaman la atención los puestos; aquellos que veían los precios, sacan fotos y se suman a la fila de espera sin dudarlo. 

Precios justos para el pueblo es el lema de los Trabajadores de la Tierra -familias que se encargan de la producción de frutas y verduras, granos, lácteos y crianza de animales-, quienes cuelgan diferentes carteles que anuncian su reclamo e identidad: “Necesidad de Urgencia es el acceso a la tierra”, “Soberanía alimentaria” y “Agroecología”. Junto a ellos, la lista de precios de las frutas y verduras por dos kilos que no pasan de los mil pesos. 

Delina, quien espera sentada en el piso bajo la sombra, le compra a los Trabajadores de la Tierra desde hace un año: “Son frescas y te las regalan. Un morrón te puede durar dos meses, son lindos y grandes. Si los comprás en otro lugar y no lo usás, al otro día se pudre todo.” Al no contar con pesticidas en sus producciones, son productos naturales que vienen directo de la tierra y sus consumidores lo saben. 

Por esa misma razón, los eligió una oriunda de Wilde, quien tiene a su hija vegetariana y un nieto autista que debe seguir una dieta estricta, sin agrotóxicos. Con una sonrisa en la cara y viendo cómo cargar las siete u ocho bolsas que rebalsan de frutas y verduras en sus manos, comenta que la compra le salió solamente siete mil pesos. Admirada por el tamaño de las frutas y el color que tienen, agarra un tomate gigante a modo de exhibición para contemplarlo. 

A sus espaldas, comienza un desfiladero de trabajadores que continúan cargando en sus hombros y espaldas los cientos de cajones que bajan de los camiones: acelga, pepinos, hinojos, repollos, zanahorias y remolachas eran algunas de las verduras presentes. Todas tenían algo en común: el tamaño de sus cuerpos y el brillo de cada una las hacían ver frescas y sabrosas, resultado de producciones agroecológicas.

“La tierra en manos campesinas y no corporativas” sostiene Marisa, integrante de la UTT frente al puesto de trabajo, en reclamo a uno de los decretos del DNU que plantea la compra de tierra a extranjeros sin límites y como consecuencia, la concentración en manos privadas. 

Derogaciones a la regulación de la yerba mate, el mercado interno, la suba del dólar que afecta a la compra de insumos y alquileres de la tierra llamaron a que los Trabajadores de la UTT salgan a las calles para ayudar al pueblo y atenuar el gasto de sus bolsillos: “Con toda la situación del gobierno nacional, no podemos ver por la tele todo lo que está pasando y no hacer nada” comenta Jorge Ortiz, uno de los protagonistas del “feriazo” solidario. 

“Más allá de la economía, venimos a solidarizarnos con el pueblo. No vinimos a generar, simplemente a brindar el alimento que producimos al pueblo y que pasen un Año Nuevo diferente”, cuenta Ortiz, quien junto a su equipo de trabajo, tienen en claro que realizar canales directos de comercialización con las personas permite precios más bajos y garantiza el acceso a alimentos básicos en medio de la crisis económica.

9.440 personas viven en la calle

9.440 personas viven en la calle

Según el Relevamiento Nacional de Personas en Situación de Calle, la mayoría duerme en la Ciudad de Buenos Aires. Uno de cada tres sufrió violencia policial.

Organizado por el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y Nuestramérica Movimiento Popular y con la adhesión de organizaciones sociales, civiles, eclesiásticas y académicas, el Relevamiento Nacional de Personas en Situación de Calle (ReNaCALLE) 2023 se realizó en 11 ciudades de distintas regiones del país: Pergamino, Morón, San Fernando del Valle de Catamarca, Paraná, Malvinas Argentinas, Ciudad de Santa Fe, Lanús, Corrientes Capital, Libertador General San Martín (Mendoza), San Salvador de Jujuy y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El resultado reveló que al menos 9.440 personas se encuentran en situación de calle.

A pesar de que en el 2021 se aprobó la ley N° 27654 “Situación de Calle y Familias Sin Techo”, que tiene como objetivo garantizar los derechos humanos de las personas en situación de calle y en riesgo a estarlo, la misma no es aplicada por el Estado. Nicolás Silva, referente de la Red Puentes Federal – Nuestramérica Movimiento Popular, aseguró en diálogo con ANCCOM: “No hubo decisión política de aplicar la ley tal como lo proponemos desde las organizaciones sociales”. Por eso, 1.500 relevadores y relevadoras, de manera voluntaria y con una capacitación previa, salieron a las calles a encuestar y conocer las historias de vida de un sector de la sociedad históricamente invisibilizado.

El ReNaCALLE tiene como fin comprender la problemática a nivel nacional y conseguir la información necesaria para realizar un diagnóstico y así impulsar el diseño y la implementación de políticas públicas nacionales acordes a esta situación. Este relevamiento no sólo tuvo en cuenta aspectos cuantitativos, sino que en él también se hizo hincapié en cuáles son las principales necesidades de las personas en situación de calle, si sufren algún tipo de violencia y cuál es su cuadro en relación a la salud, la educación y el trabajo. “No sólo se releva cantidad de personas sino que pasa por un montón de aristas para conocer la situación particular de cada persona, no son números deshumanizados”, afirmó Silva.

En el censo 2022 del INDEC fue la primera vez que se midió el índice de personas en situación de calle. El mismo arrojó que 5.705 personas viven en la vía pública, número altamente inferior al que relevó el ReNaCALLE. Silva señaló que el organismo no quiso tener en cuenta la metodología que le plantearon desde las organizaciones sociales y por eso arrojó una cifra menor. “Nos pareció urgente ponernos este relevamiento al hombro porque desde el Estado no se hizo y se dieron números mentirosos. Si el INDEC dice que en tal ciudad no hay personas en situación de calle, esa ciudad no va a tener políticas públicas para una problemática que según el Estado no existe”, argumentó.

“Las personas en situación de calle tienen todos los derechos vulnerados, tienen un modo de vida muy complejo. Esta población ya está resignada, cuando nos acercamos a relevar a las personas muchos no quieren responder porque sienten que esto no va a cambiar nada y tienen razón porque desde el Estado no hay una respuesta”, agregó.

“El discurso de derecha que se fue instalando últimamente del ‘sálvese quien pueda’ dice que la gente en situación de calle no trabaja, que está ahí porque quiere, que es una decisión personal, pero no es así, la mayoría labura y se la rebusca”, subrayó Silva. El informe expuso que un gran porcentaje de las personas en situación de calle trabajan de manera informal, y que el resto se encuentra buscando trabajo: un 64,4% respondió que trabajó al menos una hora en la última semana.

Los resultados dieron que de las 9.440 personas en situación de calle el 83,3% se percibe varón y el 15,3% se percibe mujer. Respecto al rango etario, un 88,9% son mayores de edad (estando un 28,51% de ellos en una franja etaria de 30 a 39 años) mientras que un 11,1% (1.104) son niños, niñas y adolescentes. Según el informe, una persona se encuentra en situación de calle cuando durmió al menos una noche en el último mes en espacios públicos. El 47,4% de estas personas declaró que es la primera vez que está en calle.

En relación a la salud, apenas el 36,8% aseguró que en el último año se hizo un chequeo médico mientras que las problemáticas de salud mental fueron las más predominantes con casi un 28%. Un 65,7% afirmó que acude a hospitales públicos ante dolencias. Además, uno de cada tres personas declaró que sufrió violencia policial y el 52,3% de las mujeres y personas trans y travestis manifestaron haber sufrido violencia de género.

Por último, se relevaron 55 espacios con 3.628 plazas donde se puede pernoctar, esto hace que el 61,5% de las personas en situación de calle no tenga lugar. Además, en 5 de las 11 ciudades encuestadas no existen espacios que ofrezcan  el servicio de pernocte.

Ecos del pasado porteño

Ecos del pasado porteño

En Parque Los Andes, Chacarita, una instalación de cartón, con forma de iglú, llamada la Orejoteca. Adentro, se mezclaban el sonido ambiente con voces y anécdotas de otros tiempos.

A un lado habían quedado los mates y los celulares en el rincón de Parque Los Andes que se formó entre Corrientes y Maure. Tumbados y sentados en el pasto, grupos de amigos, estudiantes, vecinos y familias mantenían los ojos cerrados bajo los anteojos de sol, las gorras y los banderines de colores que oscilaban al compás de la brisa. Escuchaban. 

 Las voces se acercaban y se alejaban; pasaban de susurrar al oído a mezclarse con el paisaje sonoro de un viernes feriado en la plaza: se volvían murmullos perdidos entre juegos infantiles, perros deambulantes, pájaros que vociferaban desde los árboles y el movimiento de la feria. Durante buena parte de ese trayecto, había que prestar mucha atención para no perderse lo que decían. Un hombre explicaba el desdén que tenía de chiquito hacia el “hombre de la luz”, como llamaba al encargado de encender el alumbrado público allá por los años 60, porque su aparición obligaba a dejar de jugar en la vereda para entrar resignados a casa. A veces, las voces eran sucedidas por otros sonidos. De pronto, en plena tarde soleada, irrumpía el repiquetear de la lluvia, la melancolía de un tango o la guitarra que marcaba el ritmo en alguna peña.

Nadie se movía, excepto un puñado de jóvenes integrantes del colectivo Puentes de Acción Cultural Colegiales (PACC), que se abrían paso sigilosamente entre los cuerpos relajados. Si hacían ruido, iban a interrumpir lo que salía de los parlantes que llevaban de acá para allá, de un grupo a otro, de una oreja a la otra y de un rostro concentrado a uno sonriente.

Antes de cerrar “La Orejoteca” habían decidido concluir la tarde sacando a pasear los sonidos que se habían estado reproduciendo dentro de la instalación, una especie de carpa iglú hecha con cartón recubierto de pasta de papel y adobe. La actividad formaba parte de la jornada de cierre de la 4° edición del Festival Ciudades Reveladas, un “espacio de reflexión y exhibición en torno a diversas formas de experimentar lo urbano, con la convicción de que pensar la ciudad desde las representaciones audiovisuales permite imaginar su transformación”. Por primera vez incluyeron actividades en territorios de arte e investigación aparte del cine, desde conversatorios hasta performances en caminatas.

El Festival contactó en primer lugar a Amparo Ambiental Chacarita, una agrupación de vecinos autoconvocados que buscan preservar la identidad de su barrio frente a la aplicación del nuevo Código Urbanístico de la Ciudad, que propuso incluir a PACC por las actividades culturales abiertas a la comunidad que realizan. “Nosotros organizamos mesas de memoria barrial, en las que las personas están invitadas a ir y relatar alguna historia de cualquier momento de su vida, en torno a lo barrial, lo común”, dijo Edgardo Rojas, arquitecto y escultor integrante de PACC que diseñó la estructura de La Orejoteca. “Acá convertimos la mesa en una instalación sonora de memoria barrial, tenemos 100 audios de relatos y sonidos que nos enviaron vecinos de distintos barrios durante un mes. No discriminamos poniendo filtros de audios lindos y de audios molestos, incluimos la vivencia de cada uno como ciudadanos. En nuestro barrio escuchamos pajaritos, la obra del lado, el ruido del tráfico, todo entra”. 

La Orejoteca albergaba combinaciones de sonidos tan variopintas como la vida urbana. Al entrar, del lado izquierdo vibraban las paredes con el relato de uno de los parlantes: una señora contaba entre risas una anécdota de su amiga Martita -con la que se reúne junto a otras amigas en la peluquería de su barrio-, que caminando por Avenida Las Heras le ofreció ayuda a un hombre que veía con bastón por Avenida Las Heras, cuando en realidad simplemente llevaba un tubo de luz. “Son estas cosas que vienen con la edad y de las que nos reímos mucho”, concluía. Enfrente, de un parlante idéntico brotaban ladridos lejanos, como si los caninos estuvieran efectivamente en la plaza, reclamando a los visitantes que salgan del iglú cableado. Alrededor de dos huecos por donde pasaban tubos pintados de verde, reverberaban balbuceos. “Si pegás la oreja desde afuera escuchás un poco lo que está pasando adentro y viceversa, la idea era establecer esa comunicación susurrada, por eso les decimos susurradores”, explicó Rojas.

Él, junto a Daniel Herrera, el cerebro detrás de la parte sonora, tenían aún las manos pintadas de tierra. Esa mañana trasladaron las piezas que elaboraron con la ayuda de voluntarios a lo largo de 10 días en el Espacio La Pileta, Villa Crespo, y armaron “la cuevita” – como le dicen algunos organizadores-. Cada tanto revisaban y retocaban detalles de su obra a la intemperie, que no tardó en llenarse de color. Por fuera, como otras zonas del parque, las flores de jacarandá la vestían de primavera ahí donde el barro unía las piezas con micrófonos de contacto, colocados para amplificar los sonidos a través de las vibraciones. Adentro, el cielo parecía más celeste gracias al tul que oficiaba de techo. 

Los ojos tenían mucho para ver dentro de “la cuevita”. La pintura de pizarra transformó las paredes de cartón en un lienzo que, como en los recreos escolares, los visitantes llenaron de dibujos, palabras y frases de tiza. Corazones, casas, árboles, monigotes, nombres de barrios que ilustraban los audios. Más cerca del piso, las manitos empolvadas de los nenes dejaban trazos multicolor. 

Además de los audios enviados por vecinos, una quincena de estudiantes de la Licenciatura en Artes Electrónicas de la UNTREF realizaron mapas sonoros de sus barrios a partir de testimonios y ruidos de ambientes. “Nos encontramos con un montón de historias que quizás en el día a día no te juntás a hablarlas”, dijo Milagros Dimasi, que buscó relatos de su familia en Bolívar. “En su momento eran muy importantes dos cines en la ciudad. El ferrocarril traía las películas en formato físico, y cuando alguna se quemaba o se cortaba mi mamá las pedía y jugaba en su casa proyectando con la linterna”.

Otras voces no llegaron a los parlantes. Todavía. Los que se acercaban al micrófono (“la bocateca”) contaron anécdotas que se sumarán al centenar inicial, que los organizadores prometieron publicar próximamente. 

Según Rojas, el proyecto recién comienza: “La idea es que esta biblioteca de audio siga creciendo y materializándose de distintas formas. Esta manera de compartir experiencias da a conocer el espectro de transformación en la Ciudad, uno puede saber cómo eran antes las cosas y qué se va perdiendo. Yo que soy venelozano conocí el barrio en el que vivo mucho más en detalle por estos encuentros con vecinos que no podría tener si me los cruzo en el supermercado”. 

 Los sonidos se van con el viento, la tiza se difumina al tacto, las instalaciones se desarman y el sol se oculta; pero las experiencias sensibles que dejan perduran en uno, en varios o en todos. En pequeñas letras de imprenta, alguien tatuó en esta cueva: “con ternura venceremos”.

Navidad tras las rejas

Navidad tras las rejas

Mientras muchos piensan en el pan dulce y la sidra, hay otros que la pasan las fiestas en soledad en una cárcel. Maximiliano, de 36 años, cuenta su experiencia en prisión y cómo busca reinsertarse ahora que salió en libertad.

La Navidad en Argentina se caracteriza por las cenas familiares, el intercambio de regalos y la clásica cuenta regresiva de Crónica TV con Los Palmeras de fondo. Así es cómo lo vive el grueso de nuestra sociedad. Para las personas encarceladas “es una fecha muy triste en la que el aislamiento y la soledad se hacen sentir”, explica Fernando Benítez, presidente de la Fundación Tercer Tiempo de Santa Fe que aboga por la reinserción social de quienes están privados de su libertad a través de herramientas como el rugby.

Se trata de una fecha simbólica en la que la desdicha no se limita a la persona encarcelada, sino que atraviesa a todo su círculo cercano. “Yo no soy una persona que le preste mucha atención a las festividades pero sí me tocó ver a pibes chicos que entran por primera vez a la cárcel y se ponen muy tristes, están con el teléfono constantemente comunicándose con la familia”, cuenta Maximiliano, de treinta y seis años, un exdetenido que salió en libertad asistida en mayo de este año luego de haber sido encerrado en tres ocasiones desde sus veinte años.

Según Benítez, la Ley N°24.660 de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad no tiene en cuenta las festividades y estas son tratadas como un día más. Aún así, explica que cada unidad penitenciaria puede contar con disposiciones circunstanciales. “Los primeros años que estuve detenido, los días festivos nos permitían visitas extraordinarias”, dice Maximiliano. Se trata de encuentros especiales aparte de los estipulados semanalmente. “Ahora lo acomoda el director de cada unidad como le parezca más conveniente. En la Unidad N°6 de Rosario las visitas son entre semana y no te permiten visitas el domingo porque es Navidad”, explica.

“Hay personas que no quieren que llegue ese día, que se encierran para no ver a nadie porque al estar sensibles se ponen más violentos, menos tolerantes”, cuenta Maximiliano y agrega: “Antes de estar compartiendo con otra persona prefieren guardarse para sí”. Según Benítez, esta realidad se genera por la falta de comunicación con los seres queridos que a su vez es producto de la sobrepoblación carcelaria. Santa Fe tiene la particularidad de que dentro de las unidades “no está permitido el teléfono celular”, explica Benítez. “Por lo tanto –agrega-, las llamadas no pueden ser ese mismo día”. Contexto que agrava el sentimiento de soledad.

 

El adentro

 

Más allá de que existan fundaciones como Tercer Tiempo que se dedican a organizar actividades, talleres y cursos para ayudar a la reinserción de las personas encarceladas, el apoyo y contacto con las familias cumplen un rol central. “Soy una persona afortunada. Creo que casi nunca estuve sin visitas”, dice Maximiliano y cuenta que no todos tienen esa suerte.

En las unidades femeninas, los hijos menores de cuatro años pueden convivir con sus madres en contexto de encierro pero son separados una vez cumplida esa edad. Benítez explica que se trata de un sistema “bastante cruel” ya que no es un ambiente adecuado para la crianza de un niño: “Sabemos que las cárceles son un poco violentas y crecer en ese mundo no es lo más sano”, comenta.

En tanto a la comunicación telefónica, Maximiliano explica que en su último año en prisión había dos celulares autorizados cada veinticinco personas que se turnaban para que no hubiera conflictos. Se trataba de aparatos “viejos” y sin acceso a internet que solo podían usarse para realizar llamadas y enviar mensajes y que eran controlados varias veces al día por las autoridades.

Además de acompañar desde afuera, los familiares se encargan de aportar víveres y productos de higiene personal a los detenidos ya que “dentro de la unidad te dan poco y nada más que el alimento que te tienen que dar todos los días”, cuenta Maximiliano y explica que se trata de un menú fijo que no siempre es el adecuado para sus necesidades alimenticias. “Hay muchos que viven de la comida de la unidad y otros que tienen la suerte de que un familiar les lleve algo”, resume.

Si bien dentro de las unidades los presos pueden trabajar, estos trabajos no son de fácil acceso ni bien remunerados. “Mayormente te provee tu familia pero hay muchos pibes que no tienen a nadie”, cuenta Maximiliano. Este contexto genera solidaridad entre algunos encarcelados que ayudan a los que menos tienen.

Esta es la realidad de quienes están privados de su libertad, situación que Benítez junto a sus compañeros de la Fundación Tercer Tiempo buscan que se cuestione. “El Estado se limita al carcelero que abre y cierra la reja y deja a la persona privada de su libertad. Y la sociedad tiene una mirada vengativa, quiere que la cárcel sea el peor castigo para la persona por lo que hizo”, dice Benítez y propone un abordaje desde la responsabilidad subjetiva para que el que cometió un delito se haga cargo de él pero que también pueda trabajar en su futura reinserción en sociedad.

 

El afuera

“La misma gente que iba a la unidad a enseñarnos rugby me presentó a la Asociación Uniendo Caminos, donde estoy ahora”, cuenta Maximiliano y explica que las fundaciones ayudaron a que le permitan salir de la unidad semanalmente para hacer un curso de panificación y luego otro de ayudante de pizzero.

“En la Fundación Tercer Tiempo inicialmente éramos dos personas que fuimos con una pelota a jugar con los internos”, cuenta Benítez. Durante sus ocho años de trayectoria, han incorporado a diferentes profesionales como psicólogos, abogados y trabajadores sociales que ahora forman parte de un equipo que busca ayudar a reconstruir la vida de las personas privadas de su libertad. Con esta premisa, han creado cooperativas de trabajo como la Cooperativa Esmeralda de panificados en la que se desarrolla Maximiliano.

“Nosotros trabajamos por producción. Según lo que producimos, es la ganancia”, cuenta Maximiliano y explica que cuando salió en libertad asistida, su prioridad era cubrir las necesidades de su pareja y sus tres hijos, uno de ellos en camino, el primero en libertad: “Teniendo la posibilidad de que yo me desenvuelvo en la cocina, para comer no nos falta porque yo con un poquito de harina puedo hacer cualquier cosa. Pero hay veces que cuesta conseguir el paquete de harina”, comenta.

Si bien “la plata no alcanza”, Maximiliano señala que sus hijos de once y nueve años ya pusieron sus cartas a Papá Noel debajo del arbolito y agregaron un posdata diciendo que entienden si no pueden recibir lo que pidieron. “Yo quisiera que ellos tengan más de lo que yo tuve pero no tengo los medios para dárselos, no tengo las mismas posibilidades que tuvieron mi mamá y mi abuela”, reflexiona.

Después de dieciséis años de encuentros y desencuentros con la justicia, Maximiliano nos cuenta que se siente en libertad y está experimentando muchas cosas por primera vez: “Salí hace siete meses en libertad y estoy pasando por todo el proceso de tener que ser sostén de mi familia. Es la primera vez que estoy pasando un embarazo con mi esposa, que fui a una ecografía, que la acompañé al hospital. Ahora estamos discutiendo si voy a presenciar el parto. Si bien falta porque está de cuatro meses, son todas cosas nuevas que estoy viviendo ahora”, resume.