Con ojos de soldado

Con ojos de soldado

La muestra «Memoria de la espera» exhibe fotografías de la Guerra de Malvinas tomadas por conscriptos que hasta ahora eran desconocidas.

Fabián Volonté, ex combatiente, es una de las 22 personas que aportaron fotografías a la muestra.

En el marco del Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, Islas y Sector Antártico se presentó en el museo de cine Lumiton, en la localidad de Munro, el proyecto “Memoria de la Espera” de Diego Sandstede y Martín Felipe, un archivo de Malvinas compuesto por fotografías tomadas por los soldados conscriptos durante la guerra en 1982. “Los colimbas estuvieron esperando 60 días. Llegaron el 12, 13 de abril y combatieron el 12, 13 de junio. Fueron dos meses de espera, de pasar hambre, frío, maltrato. Las fotos son en ese momento de espera”, desarrolló Martín Felipe, en diálogo con ANCCOM, acerca del nombre que lleva la muestra, inaugurada el viernes 10 de junio último. El acervo completo se encuentra actualmente compuesto por más de 600 imágenes, además de 12 entrevistas y reconstrucciones contextuales de las fotografías.

La jornada comenzó con una proyección de 73 fotografías del archivo en una pequeña sala cinematográfica. “La foto y el silencio, la pausa entre foto y foto. A mí me transportó. Yo viajé en el 2010 [a las Islas Malvinas], pero ahí no me pasó lo que me pasó en las fotos”, destacó Luis Quinteros, ex veterano. Del evento participaron ex combatientes pertenecientes al Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas de Vicente López junto a Fabián Volonté, una de las 22 personas que aportaron fotografías a la muestra. Cuando fue reclutado para la guerra, Volonté viajó a las Islas Malvinas con un paquete de cigarrillos y una cámara Kodak Instamatic 126 que le solicitó de urgencia a su hermano, apenas se enteró de su destino: “Nunca fui de sacar fotos, pero era como que me iba de vacaciones. Además, yo nunca había volado en avión”, recordó.

El proyecto creado por Martín Felipe y Diego Sandstede tiene una acervo de más de 600 fotografías personales.

La primera recorrida silenciosa de las fotografías desencadenó un aluvión de anécdotas y apreciaciones de la Guerra entre los veteranos presentes en la sala. En la selección de imágenes presentadas había una gran variedad de retratos: conscriptos acampando, un paisaje de las Islas con un buque en el horizonte, instrumentadoras quirúrgicas civiles voluntarias, una trinchera “Pozo de Zorro”, el ala de un avión, un soldado posando a cámara mientras sonríe y sostiene su arma. “En esta foto yo estoy prisionero. El chico que está al lado mío falleció”, indicó Volonté, señalando una imagen en la que aparece él mismo en primer plano, fumando un cigarrillo, junto a otro compañero. Otra fotografía de soldados posando junto a una oveja alentó un debate acerca de la ineficiente logística alimentaria que se llevó adelante durante la Guerra. “Malvinas tiene mil historias y ojalá puedan quedar capturadas”, reflexionó Volonté, y luego afirmó: “En las fotos está el relato”.

Frente a la censura impuesta por la última dictadura y la tergiversación narrativa de los grandes medios periodísticos durante la Guerra, las fotografías tomadas por los conscriptos cobran al presente un enorme valor testimonial.

A 40 años de la Guerra de Malvinas, el proyecto de Sandstede y Felipe tiene el objetivo de recuperar estas imágenes de primera mano. Frente a la censura impuesta por la última dictadura y la tergiversación narrativa de los grandes medios periodísticos durante la Guerra, las fotografías tomadas por los conscriptos cobran al presente un enorme valor testimonial y de reconstrucción de la historia argentina. Las imágenes que conforman el acervo tienen la característica de la espontaneidad y la ausencia de mediación: “No hay recortes ni ediciones para una noticia o narración periodística. Son los ojos de los soldados que vieron y fijaron el tiempo”, se destaca, con una impronta barthesiana, en la página “Memoria de la Espera”.

“Es un archivo que tiene una fuerza muy importante de memoria colectiva, documentos muy fuertes de una guerra. Se va a perder si no hacemos algo para preservarlo”, alertó Felipe acerca de la importancia de la iniciativa. Después de realizar un breve diagnóstico sobre el lugar relegado que aún tienen la Guerra de Malvinas y sus veteranos en el imaginario social, expresó: “Estas fotos, si cumplen alguna función y queremos hacer algo con ellas, es justamente que ayude a que la gente pase del otro lado. Lo que muestran estas fotos… no hay un filtro, nos ponemos en Malvinas, ayuda a cortar ese síntoma social que tenemos de escaparle a Malvinas”.

 La colección “Memoria de la Espera”, disponible de manera digital, es un archivo que se encuentra en crecimiento, en busca de sumar nuevas fotografías de autoría de soldados conscriptos con soporte en papel.

Vivir para contarlo

Vivir para contarlo

El 2 de mayo se cumplieron 40 años del hundimiento del crucero General Belgrano. Jorge Massin y Jorge Luis García viajaban abordo cuando los ingleses torpedearon la embarcación. Aquí recuerdan cómo fue ese momento.

 

El 2 de mayo de 1982 fue un antes y un después para la Guerra de Malvinas. Esa jornada, el Crucero General Belgrano recibió dos impactos de torpedo provenientes del submarino britanico HMS Conqueror que provocaron su hundimiento. Trescientos veintitrés de sus mil noventa y tres tripulantes murieron allí. Dos de los sobrevivientes de ese evento son Jorge Luis Massin y Jorge Alfredo García, soldados que estaban dentro de la embarcación y que recuerdan con Anccom los sucesos ocurrido en esa jornada de la cual se cumplieron 40 años.

 En la década del 1930, el General Belgrano era una embarcación de la Marina de los Estados Unidos llamada “USS Phoenix”. En la década siguiente fue utiilizado en la Segunda Guerra Mundial y operó en las islas del Pacifico de Pearl Harbor, de dónde escapó de los bombardeos aéreos efectuados por Japón en 1941.

 En 1951 el crucero fue adquirido por Argentina. Recibió la denominación de General Belgrano en 1955 durante el gobierno de facto de Pedro Aramburu.

 Massín y García coinciden que si bien la embarcación era un poco antigua y no disponía de un sistema de detección de alerta por ataque submarino, había pasado por un período de preparación previo al desarrollo del conflicto y se encontraba apta para su circulación y para la distribución de armamentos y misiles.

El cambio de suerte

 

La guerra marcó un punto de inflexión para Jorge Massin, un hombre oriundo de la localidad santafesina de Avellaneda, que a sus 20 años pasó de estar trabajando en un campo familiar a oficiar en el área de comunicaciones dentro del crucero general Belgrano. La historia de Massin con el Crucero General Belgrano se retrotrae a su ingreso al Servicio Militar Obligatorio y al número “937”, por el cual debió ingresar en el área de la Marina.

Luego de unos meses de instrucción en la Base Naval de Puerto Belgrano, más precisamente en el campo Sarmiento, localizado en la zona de Punta Alta, provincia de Buenos Aires, fue enviado al General Belgrano.

El 2 de abril, fecha en donde se anunció la ocupación de las Islas Malvinas, Massin se encontraba en Puerto Belgrano, donde la embarcación estaba en reparación. Allí observó un movimiento poco usual, sobre todo traslados de  pertrechos hacia el puerto: “Nunca imaginamos que era por la toma de Malvinas. En un principio creímos que era una práctica de tropas, que era común hacer con otros buques en mar abierto”, afirma Massin recordando esos momentos previos a la guerra.

El ex soldado recuerda que el Belgrano pudo zarpar  el 15 de abril de 1982, después de tres intentos fallidos por distintas complicaciones, sobre todo en la zona de calderas. “Nosotros estábamos en un hermetismo total. A nosotros nos llegaba información escasa a pesar de que estábamos en guerra”, afirma Massin analizando esos días de 1982.

El 1 de mayo, después de varias jornadas trasladando municiones, el crucero ingresó a zona de combate. El ex combatiente recuerda que esa noche sus superiores le informaron que la navegación estaba en estado de alerta, ante un eventual ataque aéreo de los ingleses. 

En la madrugada del 2 de mayo, nadie pegó un ojo; todos estaban expectantes por un posible movimiento de los ingleses. Después de varias horas, los superiores dictaron la orden para abandonar la zona de combate  Massin se encontraba en el área de los baños, después de haber oficiado de servicio esa noche, esperando su turno, cuando una explosion en el área de maquinaria sacudió todo el crucero: ”Las explosiones me agarraron a mitad de camino”, recuerda con voz entrecortada el ex soldado.

Los navegantes no habían superado el primer impacto, cuando un segundo torpedo lanzado por los británicos volvió a sacudir el crucero. Massin recuerda que en pocos minutos el crucero empezó a inclinarse verticalmente, y que provocó la caída de cientos de soldados que combatían contra la gravedad. “A nosotros se nos doblaban las piernas”, recuerda con dolor Massin.

El contexto era desolador: los bombardeos habían dejado sin electricidad a la embarcación; el humo y el fuego dificultaban la visibilidad dentro del lugar, mientras que a los alrededores había cuerpos de soldados heridos, mutilados y hasta incinerados por las llamas.

“Es imposible mantenerlo a flote. Hay que abandonar el crucero”, rememora Massin que escuchó aquel 2 de mayo.

En medio del shock, comenzó el operativo para abandonar el crucero. Mientras un grupo se encargaba de la búsqueda de balsas para escapar de la embarcación, otro  arrojaba tambores de combustible al mar para evitar un potencial incendio. En ese momento, a pesar de los intentos de los trabajadores navales de reparar las filtraciones del crucero, los superiores les dijeron a los soldados: “Es imposible mantenerlo a flote. Hay que abandonar el crucero”, rememora Massin.

El excombatiente señala que luego de lidiar con el oleaje y los fuertes vientos, pudo lanzar su balsa al mar para poder abandonar el crucero. Allí, Massin comenzó a rescatar de forma acelerada a sus compañeros que cayeron al agua. La misión se demoró por unos momentos, porque un soldado temeroso por las condiciones del mar no se lanzaba a la balsa. “Le decíamos de todo, hasta que lo amenacé con dejarlo en el crucero, porque ponía en peligro a mis compañeros”, dijo el ex conscripto. Así fue como lo convenció.

Después de unos minutos, los 17 tripulantes de la balsa abandonaron el área del crucero dirigiéndose hacia un destino incierto. “Estábamos en el medio del mar. No veíamos nada alrededor”, señala el ex combatiente. En alta mar, los tripulantes debieron lidiar con las tempestades del viento y el agua helada. “Nuestro mayor temor era que el bote se diera vuelta”, recuerda.

Cuarenta y ocho horas debieron esperar los tripulantes de la balsa para ser rescatados por el ARA Gurruchaga, en la madrugada del 4 de mayo. “Estábamos destruidos física y mentalmente”, rememora Massin y agrega “No tenía fuerzas ni para pararme. Me tuvieron que llevar en andas”. En el crucero recibió una frazada, ropa seca y una taza de chocolate hirviendo para retomar fuerzas. “A ese chocolate le salía vapor de lo caliente que estaba, pero en ese momento no tenía noción de mi cuerpo y lo tomé de un tirón”, recuerda el ex combatiente.

En el ARA Gurruchaga, Massin empezó a preguntar qué había ocurrido con sus camaradas de barco. ”Uno pregunta, ‘lo viste a este’ y empezás a ver que algunos compañeros tuyos no están”, explica sin poder contener el llanto del otro lado de la línea. Después del rescate fue enviado a su provincia para ver a su familia por una semana y luego retornar a la base naval para ponerse nuevamente a disposición y continuar el combate.

A 40 años de suceso, Massin señala que “estas fechas son complicadas para los soldados, porque cuando uno habla, un montón de imágenes se le pasan por la cabeza al recordar ese momento y es difícil separar la emoción del relato”, y agrega: “A uno le hace mal porque murieron muchos amigos y compañeros con los que compartimos cosas”.

En los últimos años, Jorge Massin recorrió diferentes establecimientos educativos para contar a los alumnos sobre su experiencia en Malvinas: “Muchas veces se te complica hablarlo, pero es necesario para nuestros compañeros, amigos y para que el mundo sepa cómo se vive una guerra”, afirma el veterano y señala que el objetivo en cada recorrido escolar es “lograr que la causa Malvinas siga siendo algo que permanece en la conciencia nacional de futuras generaciones”.

El relato de García

Jorge Luis García es presidente del Centro de combatientes de Malvinas de Salta y recuerda cada día lo ocurrido en 1982. Tenía solo 19 años cuando sobrevivió el hundimiento del Crucero General Belgrano. Momentos antes del bombardeo inglés, el marino se encontró con un vecino de su barrio a quien no veía hacía mucho tiempo y que el azar o el destino quiso que ese encuentro le salvara la vida.

El excombatiente tuvo su primer acercamiento a las fuerzas armadas en 1979, cuando por necesidad económica abandonó el secundario y viajó a Buenos Aires para  alistarse en la Armada Argentina e iniciar una carrera de suboficial. Sus estudios los comenzó en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), el mismo lugar donde se llevaba adelante el plan sistemático de tortura, desaparición y exterminio de personas. En diciembre de 1981, García se recibió en el Área de Telecomunicaciones de la Armada y fue enviado a trabajar en el Área de Comunicación del crucero General Belgrano hasta que se inició el conflicto bélico.

García señaló que durante ese período la principal complicación que tuvo el Belgrano estuvo relacionada con el sistema de calderas, pero que operativamente funcionaba muy bien. Así fue que el 16 de abril de 1982 zarparon hacia Puerto Belgrano para integrarse a las labores operativas de la guerra. García trabajaba en el Área de Comunicación Radio 12 junto al cabo Jorge Yacante y al conscripto Fabian Siri.

Fueron pocos días hasta que sintió la guerra en su propio cuerpo. La noche anterior al bombardeo estuvo en servicio, en estado de alerta constante debido a que habían ingresado a zona de ataque.

El 2 de mayo, la jornada parecía ser tranquila. Luego de haber salido de la zona de ataque, los tripulantes del crucero estaban más aliviados. En ese momento García había terminado su descanso y se encontraba en la cocina preparando unos mates para luego entrar en servicio. En ese entonces aparece sorpresivamente en la cocina Elio Moya, un vecino que no veía hacía mucho tiempo y por casualidad se habían reencontrado en ese lugar. En esa cocina, iniciaron una larga y distendida conversación, mientras tomaban mate. El exmarino recuerda que en medio de la conversación apareció Siri para decirle que ya estaba preparado el recambio. “Decile a Yacante que espere un minuto que ya voy para allá”, fueron las palabras de García a su subordinado, que abandonó esa sala. Segundos después, se escuchó la primera explosión en su zona de trabajo. “Por cuestiones del destino ni yo ni mi amigo de salta morimos ese día”, enfatiza García, emocionado al recordar ese momento y afirma que durante los bombardeos, junto a su amigo, se escondió debajo de una mesa presuponiendo que fue un ataque aéreo

            Luego de la explosión, el área estaba en llamas y llena de humo. La capacidad operativa del crucero se encontraba disminuida por la falta de electricidad. Las cubiertas comenzaron a llenarse de agua producto de las filtraciones generadas por los torpedos. A pesar del aturdimiento por el impacto, García comenzó el protocolo por hundimiento. En medio del ruido de alarma, el salteño abrió los portones que había en el crucero para que sus compañeros pudieran abandonar el área. 

En medio del operativo se encontró con un suboficial, que le entregó una balsa y un abrigo. “Solo andaba con una remera de grafa”, recuerda García. Minutos más tarde, después de pelear con la inclemencia y luego de que sus superiores le anunciaron que “no había nada que hacer”, dio inició al operativo de abandono en balsa. El excombatiente afirma que la zona donde debían ubicar la balsa estaba “empetrolada”, por los barriles que  de petróleo que un grupo de soldados había lanzado para evitar un incendio. “Muchas balsas se habían roto por el fuerte oleaje”, enfatiza y agrega que el operativo de salida se realizó en la misma zona en donde los torpedos impactaron sobre el crucero.

El exmarino afirma que fue el primero en tirarse a la balsa y que enseguida detectó que tenía una filtración. “Los que estábamos ahí, ya no teníamos fuerza ni para agarrarnos de los costados del bote”, recuerda mientras su voz se entrecorta en el teléfono. En el mar, las correntadas y el fuerte viento transformaban a la balsa en una bola de flipper que iba de un lado a otro. En ese momento, el suboficial Emilio Torlaschi solicitó a los tripulantes de la balsa que se acercaran a otros botes para colocar a los heridos. El titular del centro de combatientes de Salta afirma que después de luchar contra la inclemencia del clima pudieron acercarse a un bote en donde podían colocar a los lesionados. En cuestión de minutos, una fuerte ola impactó sobre el bote en donde viajaba García, que provocó que el suboficial Torlaschi tomará una decisión drástica: “Cortar los cabos que unen a los botes”. En ese momento, dudó de hacerlo, pero los gritos de sus compañeros pidiéndole “Cortá los cables que se nos rompen” fueron suficiente para cortar la soga y separar definitivamente a los soldados. “Los integrantes de la primera balsa se perdieron en el mar. Para mí son héroes de la patria”, enfatizó emocionado García.

La noche más larga

El clima y el viento fueron impiadosos con nosotros”, recuerda el hombre que formó parte de la marina hasta 1984. García debió moverse a un tercer bote para poder encontrar estabilidad en el viaje.

En esa balsa, pasó la noche del 2 y la madrugada del 3 de mayo, en donde junto a sus compañeros soportaron las fuertes olas, las bajas temperaturas y un viento sur que impactaron sobre esos cuerpos húmedos y cansados.

“Fueron las noches más largas de mi vida”, destaca García, que recuerda que en esas jornadas anochecía a las 17 y que recién aparece el sol a las 8 de la mañana.  

En la tarde del 3 de mayo, un avión apareció en el cielo de Malvinas. En ese momento, los soldados tiraron unos tarros de pintura en el mar con el objetivo de generar señal que permitiese al avión detectar la presencia humana. “El mar era tan grande que no veíamos nada. Solos no nos hubiésemos salvado”, destaca García.

Esos minutos de felicidad fueron escasos, porque la noche volvió aparecer en Malvinas. “En ese momento, muchos creímos que otra noche más no la pasábamos y muchos se apegaban a la religión, porque necesitaban algo en que creer”. En ese ambiente nocturno, la desesperanza y pesimismo se articulaban con el cansancio físico de los tripulantes, que aguantaron estoicamente esa noche.

García se emociona al recordar el momento en que el Crucero Gurruchaga apareció para rescatar a la flota. Los tripulantes de la balsa usaron las pocas fuerzas que disponían para remar hasta el barco que los rescató en la jornada del 4 de mayo. “Nosotros no teníamos fuerzas ni para mantenernos en pie”, recuerda con emoción.

A pesar del rescate, García no estaba tranquilo. El temor ante un posible ataque de los ingleses estaba latente. El 5 de mayo, el ARA Gurruchaga llegó a Ushuaia, en donde los sobrevivientes del Crucero General Belgrano fueron trasladados tanto a diferentes hospitales zonales como a sus respectivas bases militares.

García, desde ese entonces, no fue el mismo. Continuó en la fuerza hasta 1984, cuando decidió abandonar su carrera de marino para radicarse en Salta y conformar el Centro de Combatientes de Malvinas, en donde ayuda a otros excombatientes y a sus familias otorgando capacitaciones laborales, becas, viviendas y hasta apoyo psicológico. En este sentido, García critica el tratamiento del Estado argentino hacia los excombatientes, enfatizando que la falta de apoyo en materia psicológica provocó el suicidio de muchos soldados.

El presidente del Centro de combatientes de Malvinas de Salta se emociona al recordar a sus compañeros caídos en batalla: “Nosotros nos sentimos orgullosos por lo hecho en Malvinas, porque también nos mantuvimos de pie a pesar de que muchos compañeros ya no están entre nosotros por la desidia del Estado”, enfatiza García.

El exintegrante de la marina se siente dolido cuando relacionan a los excombatientes de Malvinas con la dictadura militar: “Muchos de los pibes que estaban con nosotros, antes de la guerra trabajan para darle de comer a su familia, estudiaban o jugaban a la pelota, y se metieron en una trinchera peleando por su Argentina, por su bandera, por su patria, jamás por la Junta Militar”, enfatiza García.

Jorge García se emociona al rememorar lo vivido en las islas en 1982 y al recordar a sus compañeros de combate caídos. “Es imposible no recordar, no renegar, ni ilusionarse. Ojalá que algún día suceda y nosotros podamos descansar tranquilos. Hicimos lo que pudimos”, concluye el combatiente. 

El excombatiente que se reunió con las autoras de las cartas que recibió en el frente

El excombatiente que se reunió con las autoras de las cartas que recibió en el frente

Cuando tenían 9 años, Gabriela Mogica y Valeria Treo escribieron cartas para los soldados de Malvinas. Carlos Vergara las recibió y las contestó. Este sábado se reencontraron para conmemorar los 40 años de la guerra.

.El excombatiente Vergara, ladeado por su hija Carolina y por Gabriela Mogica y Valeria Treo, autoras de las cartas.

Corría el año 1982, cuando el 10 de abril, a ocho días del desembarco de Argentina en las Islas Malvinas, el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri pronunciaba su famoso desafío: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.

La guerra se convirtió en una historia que aunó muchas. Una de ellas es la que protagonizan el veterano Mayor Carlos María Vergara junto a Gabriela Mogica y Valeria Treo. Ellas, quienes en ese momento tenían 9 años, le escribieron una carta de apoyo. ANCCOM participó de una videollamada en la que los tres protagonistas de esta historia cuentan cómo es ese ritual que unía a los dos primeros cada año y al que se sumó ahora Treo.

Vergara, desde la casa de su hija Carolina, en Salta, arranca la conversación contando su historia: “Toda la vida estuve en el Ejército. Soy militar desde los 17 años. Antes de la guerra yo estaba viviendo en Sarmiento, Chubut y previo a eso en otras ciudades del país como Buenos Aires, Monte Caseros, Ciudad de Córdoba”.

Vergara actualmente tiene 75 años. Los 37 los cumplió el 20 de mayo en pleno combate. Cuenta que formaba parte del Regimiento de Infantería 25, que por entonces estaba al mando del Teniente Coronel, Mohamed Alí Seineldin, quien luego se hiciera conocido como líder carapintada, cuando atentó contra la democracia en 1990. “El tercero en jerarquía era yo, que era Mayor y me desempeñaba como oficial de operaciones. Al tiempo de ir a la guerra el jefe del regimiento le ordenó a su segundo jefe que permaneciera en Sarmiento, Chubut, a cargo de aquellos que no iban a la guerra: oficiales, suboficiales, soldados; y como protección y cuidado de la familia del barrio militar que estaba al lado del cuartel. Entonces me llamó a mí y me dijo que yo lo iba a acompañar durante las operaciones como segundo jefe de regimiento en la recuperación de las Islas Malvinas”.

La partida

Carlos recuerda: “El jefe me llamó a su despacho y me dijo que jurara que iba a guardar un secreto que él me iba a confíar. Yo le contesté: ‘Sí, juro’. Y me dijo: ‘Salimos mañana a reconquistar las islas Malvinas’. Eso fue en el atardecer de un día a finales de marzo, podría ser 26, 27 o 28 de marzo. Entonces volví a mi casa y mi esposa me preguntó qué quería el jefe que me había mandado a llamar a esa hora y yo le contesté que nada, que yo le debía unos papeles. Traté de llevar mi conversación para otro lado porque tenía un juramento que debía cumplir.”

A la mañana siguiente Vergara se vistió con uniforme militar, se cortó el pelo, partió a la sede del comando de la Novena Brigada de Infantería en Comodoro Rivadavía, a 150 kilómetros de Sarmiento. “Le dije a mi esposa me iba a quedar a almorzar y que me esperara con mate a las cinco de la tarde y en realidad sabía que no volvía. Regresé 111 días después”. Desde Comodoro Rivadavia partió hacia Punta Alta, sede de la flota de mar donde están todos los barcos de la Armada argentina.

“Me embarqué en el rompehielos Almirante Irizar. Partimos en un atardecer, y en una navegación de tres días y medio llegamos a las Islas Malvinas. En cercanía de las islas, que se veían desde nuestro barco, bajamos en el primer helicóptero que salió del Almirante Irizar y que me transportó hasta el aeropuerto de lo que se llamaba Puerto Stanley y que nosotros bautizamos como Puerto Argentino”.

Misivas

Una vez en las islas fue encargado de visitar a los enfermos y heridos, además de su evacuación cuando fuera necesario Su otra tarea era encargarse del correo que llegaba a través de la empresa de entonces, Encotel. Primero eran pocas cartas, pero luego comenzaron a llegar bolsas y bolsas de cartas de chicos que mandaban su palabras de aliento en cartas dirigidas “A un soldado argentino”.

Vergara recuerda: “La tarea que me dio mi jefe era retirar la bolsa que le correspondía a mi regimiento, algo así como unas 400 cartas más o menos. Hice una distribución bastante rápida porque yo sabía cuántas personas había en cada compañía de infantería. Una carta para cada uno. El jefe en aquella oportunidad nos consiguió papel a todos para contestar esas cartas y algo para escribir, con lo cual sin descuidar las tareas inherentes a la guerra nosotros debíamos contestar la carta del día. En esa mecánica, a mí me tocó recibir y contesté tres cartas. Una de ellas a un grupo de chicos de una escuela de Chubut de la localidad de Alto Río Senga. La otras fueron a Valeria Treo y a Gabriela Mogica”.

Una de las cartas enviadas por Gabriela Mogica cuando tenía 9 años.

Gabriela Mogijca recuerda su parte de la historia desde su casa en Villa Elisa: “En el colegio Saint Marrets de Belgrano nos habían dicho que quien quisiera le escribiera una carta a algún soldado argentino y yo escribí desde la inocencia de los nueve años sin saber bien de qué se trataba”. De esta manera, se inició un intercambio de un puñado de cartas que Vergara en un momento ya no pudo continuar. Pero las cosas no terminaron allí.

Vergara recuerda cómo se enteró del fin de la guerra: “Me enteré porque yo estaba alejado del frente de batalla, estaba como a seis kilómetros más o menos y en la mañana del 14 de junio hubo un gran silencio, no hubo más disparos, excepto alguno que otro aislado. Nuestro comando superior nos informó por radio que había terminado la guerra.”

En relación al regreso al continente, el militar recuerda: “En principio no hubo vuelta inmediata sino que se fueron yendo en diferentes barcos, de a uno, todos los regimientos que habían participado de la guerra. A nosotros nos retenían y no nos llevaban porque fuimos los primeros en llegar y desalojamos a las fuerzas inglesas el 2 de abril. Por esa razón, supongo, nos retuvieron y nos llevaron prisioneros el 14 de junio, primero en helicóptero a algo parecido a un frigorífico abandonado en el límite de las dos islas separadas por el canal San Carlos. Ahí estuvimos con 597 compañeros durante 15 días. Luego nos subieron a un barco que navegó hasta Puerto Argentino, donde estuvimos otros 15 días. Desde allí el buque inglés en el que estábamos, el San Edmundo, que levó anclas el 12 de julio y luego de un día y medio de navegación, el 14 de julio, al amanecer llegamos a Puerto Madryn. Así fue la parte del fin de la guerra”.

Se conocen personalmente

“Desembarcamos en Puerto Madryn, de ahí fuimos a Comodoro Rivadavía y de allí a Sarmiento”, recuerda Vergara. “Después habremos estado una semana, no sé cuánto tiempo y nos dieron unos días de vacaciones. Ahí me fui a Buenos Aires donde estaba Carolina, mi mamá y por supuesto Gabriela y toda su familia”.

“Un día a las doce de la noche estábamos mirando El globo rojo”, recuerda Gabriela Mogica y continúa:. “No me olvido más. Suena el teléfono. Yo atiendo, doce de la noche, y me dice: ‘Hola quiero hablar con Gabriela’, ‘Sí, soy yo’ le digo, ‘Soy Carlos que volví de la guerra’. La revolución que fue mi casa, lloraba yo, lloraba él, yo no entendía nada, empecé a los gritos. Mi mamá y mi papá vinieron y les dije: ‘Mamá, mamá es Carlitos que volvió’. La cuestión es que arreglaron entre ellos y nos conocimos al otro día. Él estaba parando en la casa de su mamá que vivía en Capital y arreglamos que al otro día nos veíamos. El encuentro fue pura emoción, llegamos al departamento de la mamá de Carlitos y ahí nos conocimos”.

Mogica cuenta que “Me acuerdo todo, cuando abrió la puerta del ascensor y él con su alegría despampanante me abrazó. De ese primer encuentro tengo fotos. Fue lindo. Agrega que al llegar a la adolescencia el contacto se suspendió, y solo fue retomado años después mediante las redes sociales. Desde entonces, cada 2 de abril se reúnen nuevamente.

Valeria Treo se suma a la charla por videollamada desde San Juan: “Fui a una escuela católica de mujeres. Nos pidieron que escribiéramos una carta para algún soldado, la que quisiera y que si queríamos podíamos enviar chocolates, jabones y no me acuerdo qué otra cosa. Yo escribí la carta, luego llegó a mi casa la respuesta. Obviamente fue una gran sorpresa, algo que uno no se puede imaginar, que alguien que está en una guerra se acuerde de vos y tenga ese gesto, es impensable, nadie lo puede creer. El otro día pensaba ahora que hay países en guerra cómo con las redes sociales se ven tantas cosas, información que va y que viene, como que ahora es más posible. En ese momento era impensable que eso pudiera suceder y sucedió. Fui a la escuela y conté, me hicieron leer la carta en un acto o una entrada al colegio adelante de toda la escuela. La carta siempre estuvo guardada en un cajón de la mesa de luz de mis padres, yo siempre la agarraba, la leía y la miraba y pensaba ‘qué pasará con este hombre, dónde estará’”

Los años pasaron, la pregunta continuó. Pero en 2020, Treo hizo algo más con ella “Con la pandemia empecé a estudiar una especialidad en docencia universitaria y enseñaban una materia que se llamaba Dimensión Política y teníamos que relacionar nuestra historia escolar con los hechos políticos del momento. Yo política no sé nada, nunca supe nada en la vida, no me da vergüenza decirlo. Pero conté lo de la carta y le hablé a un profesor de educación física que es entrenador de gimnasia artística, el Tano Montaña, que estuvo en Malvinas y él creo que contactó a Carolina, la hija de Carlos a través de otra persona. Una noche que estaba con mis dos mejores amigas, en mi casa, Carolina me habló, me dijo quién era y que su papá ya sabía que yo le iba a hablar. Lo llamé un sábado a la mañana en octubre y me dijo muy contento ‘Hola Valeria, hace 38 años que estoy esperando este llamado’. Entonces él empezó a hablar conmigo como si me conociera de toda la vida, con confianza, con cercanía. De ahí nos seguimos hablando y comunicando, siempre con esa cercanía como si nos conociéramos desde hace 40 años”.

 Al momento de expresar el significado de las cartas, Vergara se emociona y Carolina, su hija, traduce esa emoción en palabras: “Yo debo decir, porque lo sé, que es una aproximación a alguien que piensa en vos. Por supuesto que toda su familia, sus amigos y seres queridos pensaban en él, pero recibir un cachitito de afecto de alguien del otro lado, en la soledad de su historia, de esta guerra tan cruel, fue un rayito de sol, un mimo al alma. Cuando Gabriela apareció en las redes sociales y me dijo ‘¿te acordás de mí? Caro, yo soy Gabriela, la chica de la carta de Malvinas’. Le digo ‘como no me voy a acordar de vos, así pasen 200 años de mi vida vos fuiste la persona más importante en la vida de mi papá’. Y así cada mimo, cada cartita puede haber sido insignificante para la persona que la escribía o no pero está vertida con tanto amor y con tanto cariño que es un mimo al alma”.

En medio de la charla, la curiosidad de Valeria se transmuta en una pregunta: “Carlos ¿por qué respondiste las cartas?”. “Hay dos respuestas a eso. La primera porque quise, porque encontré un papel con mucho amor que yo debía responder. La segunda fue que nuestro jefe nos había dicho que sin descuidar nuestra propia misión y la seguridad debíamos contestar esas cartas. Así que si bien es cierto que yo escribí las cartas, el promotor y el impulsor de todas estas respuestas fue nuestro jefe en su momento. Yo tenía necesidad de contactarme con esas chicas enormes, maravillosas y desconocidas”, responde Carlos.

Valeria coincide con Gabriela y comenta que a ella las cartas la hacen sentir “una persona elegida por algo. Por algo nos tocó a nosotras”. “Además de responderle a una niña”, agrega Gabriela. “Tremendamente importante”, suma Carlos.

Carolina comenta que el haber conocido a Valeria y a Gabriela “para nosotros es maravilloso, no hay palabras, es como agradecerles todo lo que ellas hicieron por mi papá en ese momento y es enorme.” “Un premio de la vida”, agrega emocionado Carlos.

Vigilia

El 1 de abril en Campo de la Cruz, Salta, se desarrolló la vigilia desde las 18 hasta las 00 “para recibir el 2 de abril. A las 10 se realizó propiamente el encuentro” cuenta Carolina, hija de Carlos.

 “Esto lo estamos programando desde el año pasado, que no pudimos conmemorar Malvinas. Hace un año que estamos pensando en este momento”, detalla Gabriela.

 “Carolina nos invitó a venir acá a conmemorar los 40 años. Vino Valeria de San Juan con su familia, Gabi de La Plata con su familia y yo vine hace un mes, que estoy acá esperando el momento”, concluye Carlos.

¿Qué dicen los documentos desclasificados por Estados Unidos sobre Malvinas?

¿Qué dicen los documentos desclasificados por Estados Unidos sobre Malvinas?

A 40 años de Malvinas los archivos desclasificados de EEUU son prueba documental de la utilización de la Guerra para encubrir los crímenes de la dictadura.

A 40 años de la guerra de Malvinas, el proyecto Desclasificados.org.ar lanzó la Colección Malvinas, un acervo que reúne aquellos documentos de la base Desclasificados que hacen mención al conflicto. En el año 2019, el gobierno de EEUU entregó documentos de sus agencias de inteligencia -que hasta entonces eran secretos- por primera vez a la Argentina. Este hecho fue fundamental para comprender en profundidad las prácticas del terrorismo de Estado, saber cómo funcionaron los servicios de inteligencia y cuáles fueron sus alianzas internacionales. 

La Colección Malvinas trata de 133 documentos que refieren a la guerra, y aportan al análisis y comprensión de la época

La Colección Malvinas trata de 133 documentos que refieren a la guerra, y aportan al análisis y comprensión de la época, las relaciones bilaterales, la venta de armas, el rol que el gobierno de Estados Unidos ha desempeñado durante la disputa de soberanía con el Reino Unido sobre Malvinas e Islas del Atlántico Sur y las tensiones y disputas entre diferentes facciones de las fuerzas armadas, entre otras dimensiones.

Esta colección de archivos busca facilitar el acceso a la documentación histórica y promover la búsqueda a través de palabras clave, que son parte del trabajo de registro y relevamiento que se realizó en el marco del proyecto. De esta manera, es posible realizar agrupamientos temáticos para que se vuelvan una fuente primaria que permita conocer la historia de la inteligencia norteamericana y su incidencia en la dictadura argentina y de América latina.

 Los archivos de la represión han sido una vía fundamental para acceder a información que se suponía era cierta, pero hasta el momento no se había podido corroborar fáctica e institucionalmente. En muchos archivos queda plasmado cómo, desde antes del 2 de abril de 1982, la última dictadura cívico-militar argentina utilizó la Guerra de Malvinas, de la misma manera que el Mundial de 1978, para encubrir lo que ocurría en aquellos años: desapariciones forzadas, centros clandestinos de detención y tortura, robo de bebés, entre otros horrores, en manos del propio gobierno que había asumido el 24 de marzo de 1976 a través de un Golpe de Estado. Fue un recurso utilizado por la Junta Militar para conseguir legitimidad y apoyo político cuando ya se estaba terminando de desplomar. 

 Entre los casi cinco mil documentos que Estados Unidos desclasificó en 2019, se encuentran diversos testimonios de la relación que mantenía Argentina con el país del norte, y de la debilidad interna y fragmentación que había dentro de las fuerzas armadas que comandaban el país. Por otra parte, se evidencia también el descontento civil con el conflicto bélico y el pedido de juicio y castigo a los responsables.

 Desde el momento en que comenzaron la guerra, los militares sabían que estaban condenando al país al fracaso y, a pesar de eso, decidieron seguir adelante con el plan, solo por la necesidad de tener una victoria como gobierno. Esto queda evidenciado en un documento enviado desde la Secretaría de Estado de Washington al consulado de Toronto en 1982, en el que, incluso luego de terminada la guerra, los militares insisten en considerarla como un punto positivo en su gobierno: “(…) la necesidad de imaginar la guerra en Malvinas como una victoria es grande. De ahí la insistencia, particularmente de la Marina, en considerar la primera etapa de la campaña como una victoria, porque llamó la atención del mundo sobre el problema”.

 En el mismo documento, confeccionado en septiembre de 1982, se da cuenta de la debilidad y la fragmentación existente dentro de la Junta Militar: “(…) deben tenerse en cuenta las inusuales debilidades y la fragmentación del gobierno argentino. Cualquier gobierno basado en una estructura militar institucionalizada y multiservicios sufre la debilidad de un liderazgo cambiante, vetos generalizados y una dispersión de la autoridad. Sin embargo, estos problemas estructurales se ven ahora agravados hoy en día por otros factores: uno de ellos es la derrota de las Malvinas, que desestabilizó fundamentalmente cada uno de los servicios armados y las relaciones entre los tres servicios (…)”, señalan.

 Resulta más que interesante pensar en el rol que tuvo Estados Unidos en los meses previos al inicio de la guerra. En un memorándum redactado en 1977 y enviado por Denis Clift al vicepresidente de Estados Unidos, el gobierno norteamericano da a entender que se mantendrá por fuera del conflicto por las islas. “Queremos mantenernos al margen de esta disputa entre Argentina y el Reino Unido. Nos alegramos de que se estén llevando a cabo conversaciones entre los dos gobiernos para resolver las cuestiones. Argentina se disputa la posesión británica de las Malvinas desde 1833. En julio, el Reino Unido y Argentina iniciaron otra ronda de conversaciones sobre la soberanía de las islas. Estados Unidos no ha tomado partido en esta disputa. (Al hablar con Videla se debe utilizar el nombre argentino, Malvinas)”, explica. 

 En otro documento de 1980, la postura de Estados Unidos pareciera ser la misma respecto al conflicto internacional: “Las conversaciones entre el gobierno del Reino Unido y el gobierno de Argentina son continuadas, pero pueden complicarse debido a las fuertes objeciones que tiene el gobierno de Argentina respecto al pedido soviético de que el gobierno del Reino Unido establezca una base pesquera soviética en las islas. La política de los Estados Unidos es mantener la neutralidad en todas estas disputas, oponerse diplomáticamente al uso de la fuerza y promover acuerdos negociados. 

 No obstante, cuando la guerra se desata, la postura de Estados Unidos frente a Malvinas dista de ser neutral. Mientras que algunos archivos de la nueva Colección de Desclasificados evidencian la alianza entre Gran Bretaña y el país del norte, otros documentos ratifican la incidencia estadounidense en el desarrollo bélico. En el recorte de prensa recuperado por un documento, el texto indica: «A tres meses del comienzo de la crisis por las islas Falkland, sigue habiendo dudas sobre si EE. UU. sabía que Argentina tenía planeado ocupar las islas y dio un permiso tácito para asegurar la colaboración de la Junta Militar en las campañas antiguerrillas del país norteamericano en América Central».

 Sumado a eso, en el documento enviado por Townsend B. Friedman a la embajada de Buenos Aires en 1981, el gobierno de Estados Unidos acota un dato muy interesante acerca de la relación bilateral con Argentina: “Galtieri: El CINC [comandante en jefe] del Ejército es muy susceptible a la influencia estadounidense. Lo que le dice el Gobierno de los Estados Unidos tiene gran influencia en lo que hace.” En este documento de 1981 se agrega que Rosendo Fraga, asesor político, ve el acuerdo entre Argentina y Gran Bretaña sobre el conflicto con las islas como un objetivo alcanzable en un futuro próximo.

A un año del comienzo de la guerra, en abril de 1983, los militares continúan con el reclamo por las islas, pero para la población argentina queda claro que el enfrentamiento del año anterior había sido descabellado. 

 En otro documento redactado en 1983 y enviado por la Secretaría de Estado de Washington a todos los puestos diplomáticos de América, además de embajadas como la de Madrid, Bruselas, Londres y Lisboa, se describe lo siguiente: “Los generales argentinos renuevan su reclamo por las islas Falkland en el aniversario de la invasión. Los oficiales militares argentinos quieren que el mundo sepa que no tienen intención de aflojar sus demandas por las islas Falkland, pero las apariencias e incluso los pronunciamientos militares pueden ser engañosos. No hay duda de que la mayoría de los argentinos querría que las islas se incorporaran a su territorio, pero sólo una pequeña minoría parece querer realmente una guerra para conseguirlas. De hecho, las encuestas de opinión sugieren que la mayoría de los argentinos piensan ahora que fue una locura haber tomado las islas el año pasado, y desean que los gobernantes militares intenten resolver el caos económico de la nación».

 Los 133 documentos contenidos en la Colección Malvinas son una pieza fundamental para esclarecer los acontecimientos relacionados al conflicto bélico y profundizar el conocimiento sobre este hecho. En tanto que archivos de la represión, revisten una importancia fundamental para la reconstrucción de la Memoria, la Verdad y la Justicia, así como la preservación de nuestra democracia actual.

Quienes quieran recurrir a los documentos citados, los pueden encontrar en la base de la página web del proyecto, bajo los nombres C06295101, C06213557, C06213606, Meeting With Rosendo Frag[15499935], Meeting With President Vi[15524662], Did The U.S. Give Argenti[15499957] Y 2017-Arg-0379 Latin American Border Disputes, 07.01.1980.

La estafa emocional al rock argentino

La estafa emocional al rock argentino

Cuando se desató la Guerra de Malvinas, la música nacional copó los medio de comunicación. El festival solidario que dividió a los músicos y recaudó fortunas que no llegaron a destino.

A pesar de la fuerte represión que la última dictadura militar desató contra los jóvenes, durante la Guerra de Malvinas, que se extendió del 2 de abril al 14 de junio de 1982, el rock empezó a afirmarse cada vez más como práctica social y expresión artística. El insólito veto a difundir canciones cantadas en inglés en los medios de comunicación hizo que la música joven, otrora postergada al gueto de lo contestatario, obtuviera una masividad que no había tenido durante los quince años previos.

El periodista y docente Alfredo Rosso recuerda el lugar del rock argentino hasta antes del inicio de la guerra: “El rock siempre fue una manera de resistencia en el medio del Proceso, en una época de censura encarnizada. Para mí el rock demostró ser resistencia por el mero hecho de existir, grabar discos, hacer recitales… Por algo ibas preso por portación de juventud…”

De repente, con el desembarco del 2 de abril la Junta Militar había ganado algo hasta entonces impensado: el apoyo de la gente. Mientras el presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri con sus discursos encendía la llama nacionalista, el chauvinismo se instalaba en todos los sectores de la vida social de los argentinos. La gente llamaba a las radios pidiendo que no se pasaran canciones cantadas en inglés. Los interventores de las radios estales les hicieron caso y de un día para otro, aquel idioma fue erradicado del éter. Estaba bien pasar tango y folklore y empezaba a estar bien también pasar rock argentino, que por primera vez tenía un lugar masivo en la radio.

Sin embargo, uno que sufrió este veto fue el legendario Willy Quiroga (cantante y bajista de Vox Dei), quien le había puesto a su nueva banda de nombre Destroyer: “Si yo le hubiera puesto ‘Destructor’ a mi grupo me hubieran pasado en las radios, pero le puse ‘Destroyer’. Por eso cuando salió editado el disco no lo querían pasar en ningún lado porque era un nombre en inglés…”

Como se sabía que los recursos bélicos de la Nación iban a escasear,  empezaron a llegar donaciones de todos lados, desde efectivo hasta alhajas, bufandas y pulóveres tejidos a mano. Un show benéfico llevado a cabo por ATC (Argentina Televisora Color), la principal emisora estatal, recaudó 20 millones de pesos de entonces y 40 kilos de joyas que finalmente tuvieron un dudoso destino.

Algunos creyeron que el rock no se podía quedar al margen de este clima de gesta patriótica y que había que aportar algo: hacer un concierto por la paz y por los chicos de Malvinas. No queda en claro de quién fue la idea original. Pero rápidamente músicos, como Edelmiro Molinari, propusieron hablar con Luis Alberto Spinetta para colaborar. Lo mismo hicieron Pappo y Charly García. Pronto se sumarían al proyecto los productores Alberto Ohanian, Daniel Grinbank y Pity Yñurigarro. Lógicamente, hubo contactos con el gobierno, que buscaba hacer algo con el rock y Malvinas.

Así se programó un festival de cuatro horas con todos los grupos y solistas que quisieran sumarse y que se denominaría Festival de la Solidaridad Latinoamericana. El lugar elegido fue el campo de juegos de Obras Sanitarias de la Nación. En vez de cobrar la entrada, se optó por pedir ropa y alimentos no perecederos, con el propósito de ayudar a los soldados. Ninguno de los músicos participantes, ni el staff de productoras ni los técnicos cobraron cachet. El festival se llevó a cabo el domingo 16 de mayo, cuando el conflicto bélico ya estaba en pleno desarrollo y aunque revistas como Gente titularan en tapa “Estamos ganando”, la euforia de los primeros días de abril ya se había disipado y empezaba a florecer un claro sentimiento de incertidumbre social y preocupación.

Ese mediodía frío y gris en las puertas de Obras se estacionaron varios camiones militares, pero no para llevarse detenida gente, como era usual en esos años en los conciertos de rock, sino para cargar todo lo recaudado: 50 camiones de abrigos y alimentos. Cerca de 60 mil jóvenes asistieron al festival. Por supuesto, la radio y Canal 9 transmitieron el recital en directo.

Artísticamente, el concierto fue todo un éxito. La revista Pelo lo cubrió, titulando en su tapa: “La hora del rock nacional”. Participaron el Dúo Fantasía, Miguel Cantilo y Jorge Durietz (también conocidos como Pedro y Pablo), Edelmiro Molinari con Ricardo Soulé, el grupo Dulces 16 con Pappo de invitado, Tantor, Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, Rubén Rada, Beto Satragni con Oscar Moro; y un final con Charly García, David Lebón, Raúl Porchetto, León Gieco, Nito Mestre y Antonio Tarragó Ros. El manager Peter Deantoni, que en ese entonces trabajaba en la agencia de Daniel Grinbank, apunta: “Convocamos a todos los artistas, algunos no vinieron por distintas razones. Por ejemplo, Virus no participó porque los Moura tenían un hermano desaparecido. Violadores no actuó porque a Grinbank no le gustaban porque usaron en un show un telón lleno de esvásticas. Y a Riff tampoco se lo incluyó porque se tenía miedo que su actuación generara disturbios».

Lastimosamente, nada de lo recaudado llegó a destino. Piltrafa, cantante de los Violadores, acusó al festival de ser fratricida y colaboracionista, un mero encuentro de “momias”: “Cuando prendimos el televisor en medio de un ensayo del grupo para verlo, casi le doy una patada a la pantalla de la bronca”, confesó en una entrevista de 1997. Alfredo Rosso se opone a esta opinión: “Yo estuve en el Festival de Malvinas. Estuve al costado del escenario, algo que no hice casi nunca en mi vida, porque no soy de ir a los backstage. Así que te puedo decir que ninguno de los músicos hizo apología de la Guerra de Malvinas, si no que en todo momento se habló de paz. Todos estuvieron ahí en función de una campaña solidaria, que después supimos que se malversó, lo cual explica la calaña de mucha de esa gente que se hizo cargo de las donaciones».

El periodista agrega: “Pero al margen de eso, no hubo una sola palabra en favor de la guerra o en favor de los militares. Y no creo que ninguno de los músicos que participó haya sacado ningún tipo de rédito personal que haya potenciado sus carreras. O sea que fue algo realmente altruista y pacifista. Puede haber gente que tenga otra visión, pero a mi entender, la mayoría de la gente que tiene una visión distinta no estuvo allí».

Jorge Durietz coincide con la opinión de Rosso: “El Festival fue maravilloso. Estábamos todos muy emocionados y contentos. No estoy para nada arrepentido de haber participado porque fue un encuentro que convocó a amantes de la música y de los ideales, sobre todo del pacifismo y libertad, que nosotros siempre defendimos».

“Nos jugaron en contra las ganas de ayudar y fuimos manipulados».

Pero fue una estafa emocional y premeditada del gobierno militar: “Nos jugaron en contra las ganas de ayudar y fuimos manipulados por el gobierno, obviamente. Después, con el paso del tiempo, me enteré por medio de mi prima que vive en Ushuaia, que capaz que ibas a un quiosco a comprar chocolates o cigarrillos y adentro de los paquetes aparecían cartitas que la gente habían puesto. Y lo mismo pasaba en las tiendas de venta de ropa usada cuando en los bolsillos de las prendas aparecían cartas y golosinas que los chicos le habían mandado a los soldados”, relata Deantoni.

Luego del final de la guerra, el rock nacional seguiría creciendo con la incorporación de nuevos grupos y solistas como Zas, Sumo, Soda Stereo, Suéter, Los Twist, Los Abuelos de la Nada, Juan Carlos Baglietto y Fito Páez, Celeste Carballo, La Torre, Los Redonditos de Ricota, que empezaron a descollar en la llamada Primavera Democrática, que se vivió a partir de 1983. Pero esa ya es otra historia…