«Votar con la boca»

«Votar con la boca»

La antropóloga Patricia Aguirre publicó «Devorando el planeta», un libro en el que advierte las implicancias ambientales del sistema de producción alimenticio.

“La pregunta principal no es solo si podemos cambiar; es si estamos a tiempo”. Esto afirma Patricia Aguirre, doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires, e investigadora y docente en la Universidad Nacional de Lanús, que acaba de publicar  Devorando del planeta. Cambiar la alimentación para cambiar el mundo (Capital Intelectual). En esta obra, la autora alerta sobre nuestros hábitos alimenticios y la gravedad que nuestras prácticas y consumos generan en el ambiente.

 

¿Cuál sería la diferencia entre alimentarse y comer?

Alimentarse se alimentan también los animales. Ingieren energía y micronutrientes para las actividades de su vida y su reproducción. Pero comer es algo privativo del ser humano. En la comida humana hay tanto nutrientes como sentidos. El comer humano siempre es comer con otros. La palabra misma, “comer”, implica al otro como sujeto. Nosotros no comemos solo lo comestible: comemos un montón de otras cosas que no son tan comestibles, como la comida chatarra ultra procesada, que su función no es nutricional. Comer es un acto social, que une indisolublemente los nutrientes de los alimentos, pero también los sentidos que le da la cultura. Si un alimento no está recubierto por un universo de sentido, entonces el alimento simplemente no se produce, no se distribuye, no cae en tu plato para que te lo comas.

 

¿Qué te llevó a escribir Devorando el planeta? ¿Qué querías resaltar con esta obra?

Mis otros libros son más académicos. Devorando el planeta está pensado para gente curiosa, que tenga un interés sobre el tema, pero que no tenga una posición tomada, o que no tenga una práctica académica. Está escrito de una manera mucho más liviana, un lenguaje más coloquial. Me interesa que lo lea un chico de secundaria y que lo entienda, y que de alguna manera abramos un poco los ojos. A veces siento que en el tema de salud, alimentación y ambiente, los problemas son tan grandes que su resolución parece imposible. Yo no quiero terminar con este tema pesimista de “el clima va a cambiar, todos nos vamos a extinguir, y esperemos que la próxima especie hegemónica en el planeta lo haga mejor”. No me parece que sea bueno, yo creo que hay otro camino. Hay un buen camino y podemos salir de esta crisis mejor parados, con un mundo más limpio, con una mejor alimentación y con una mejor calidad de vida para todos.

 

Decís que hay otro camino. ¿Sería diferente a cuál?

Al camino de concentración del capital, de concentración de la riqueza, y de concentración de la mugre y la enfermedad. Este camino no va más. Este modelo no va más. Ya no hay donde esconderse. Aunque las élites te digan: “Bueno a mí no me va a tocar”, el clima cambia para todos. Respiras el mismo aire, tomás la misma agua, el dolor del otro se te mete adentro. Podemos hacer otra cosa: hoy hay una enorme cantidad de alternativas. Devorando.. es una contribución a que la gente sepa que existen estas alternativas de resilvestrización y de producción alimentaria limpia. Ya no hay que inventar nada, hay que hacer. Hay enorme cantidad de alternativas, uno tiene que localizar aquella que puede ser más útil y con la que se sienta más cómodo y seguirla, sumarse.

¿Un buen paso para empezar este camino implicaría un cambio en las políticas públicas?

Sí y no. Necesitamos instituciones que regulen, que sean representativas de las políticas democráticas. Existen justamente para eso: para proteger a los ciudadanos, reflejar sus intereses, solucionar sus problemas colectivamente. Es importante que las instituciones del Estado trabajen en favor de una alimentación saludable, sostenible y soberana. Pero por otro lado también necesitamos de la acción individual; la práctica cotidiana es imprescindible. No vamos a esperar a las políticas públicas. No vamos a esperar a que los políticos terminen de pelearse. Hay que votar con la boca esta noche, con la cena. Ya.

 

Teniendo en cuenta la sociedad en la que vivimos y su estructura, ¿es posible emprender este camino?

Claramente. Se puede votar con la boca: una economía más pensada, más racional; pensada en términos de sustentabilidad, de acceso, ética y salubridad es posible, aún con bajos ingresos. Pero lo que me parece que es la pregunta principal no es solo si podemos cambiar. Claro que podemos, hay métodos y alternativas; existen, solo hay que buscarlos. Mi pregunta es si estamos a tiempo: los informes de los biólogos, de los meteorólogos, de la gente que trabaja en las ciencias duras con los modelos matemáticos, todos manifiestan que se han pasado las capacidades auto depuradoras del planeta Tierra. Se presenta un panorama muy sombrío de mitigación de los resultados, cuando lo que yo quiero es incidir en sus causas. Hay que hacer ambas cosas: incidir en las causas y cortar muchas de estas fuentes de contaminación para entonces mitigar sus resultados. Más que conservar quiero desarrollar nuevas prácticas para tener una nueva forma de vida, y por supuesto, una nueva forma de comer. Y creo que antes de que el mercado termine de convertir el mundo en un shopping para pocos tenemos que producir nuestra comida con sustentabilidad, distribuirla con equidad y consumirla en comensalidad.

 

«Un idioma maricón»

«Un idioma maricón»

El carrilche nació hacia 1940 entre la comunidad travesti como un argot para poder hablar entre los miembros de la comunidad en medio de situaciones de peligro y sin que la policía entienda. Aquí su historia.

María Belén Correa, en la Marcha de la Memoria Trans.

“Hablamos idioma maricón. Hablamos carrilche”, dice la activista María Belén Correa, fundadora del Archivo de la Memoria Trans. El carrilche significa marica y es el argot que nació en la década de 1940 como mecanismo de defensa de la comunidad ante la policía y los presos. En ese entonces, existían ciertas figuras legales que servían como forma de control y represión estatal. Hacerse visible ante la persona equivocada implicaba terminar en la Estancia -la cárcel de Devoto-, donde permanecían de 15 a 120 días, reencontrándose.

 

Cuma doda la sidilcre

 Los testimonios de Malva Solís en la película Con nombre de flor y la revista El Teje dan cuenta de la resistencia del colectivo travesti trans frente a la violencia policial, y de los lazos intracomunitarios. Solís se encontraba en la cárcel cuando las hermanas Arveja- Florián y Orquídea-, atendieron la urgencia de inventar palabras para usar en la calle ante la caza. En este contexto, surgieron los términos fundamentales para su supervivencia, como doda (cuidado) o sidilcre (policía), y también aquellos que denotaban pertenencia como cuma (maricón). Estos se cristalizarían en fórmulas como “cuma doda la sidilcre” (maricón,  cuidado la policía).

“Nosotras hacemos visible a Malva porque fue la última que podía hablar el carrilche original. Ella dejó testimonio de ese argot con un diccionario. Hay algunas palabras que pueden utilizarse hoy, pero no todas están en uso. Ninguna de las personas que hoy hablamos el carrilche de los 90’ utilizamos el carrilche original de los 40”, dice María Belén.

            Daniel Busato, director de la compañía de teatro Kumas de Sitges, reflexiona acerca  de la actualidad: “Se utilizan ciertas palabras en tono gracioso, pero la realidad del carrilche es otra: solamente que las personas que lo hablan se enteren de lo que están hablando sin que un tercero o cuarto -en su origen la policía o carceleros-, se enteraran de qué era lo que estábamos hablando”.

             A través del tiempo y con la creatividad de la comunidad, el carrilche fue mutando: se amplió, degeneró, algunas palabras se olvidaron y otras se sumaron. No en todo el país se hablaba igual; por ejemplo la gente de Santiago del Estero hablaba diferente que la del Río de la Plata. Pero también se nutrió de otros argots, ya que se trataba de un método de defensa existente en distintos países, sin tener conexión entre las personas. “En Estados Unidos te decían si conocías a Dorothy para saber si eras gay. En Brasil se hablaba abogó y, en Perú, lóxoro”, menciona Correa.

Mucho chongo

            Hacia finales de las décadas de 1980 y 1990’, las únicas personas que seguían hablando carrilche eran quienes se relacionaban con el espectáculo. Esto se debe a que las personas que estaban en la calle ya no lo utilizaban de la misma forma. “Desde que lo adopté, lo utilizamos en los camerinos”, cuenta Daniel. El carrilche se utilizó entonces para que los strippers o iluminadores no entendieran lo que hablaban. María Belén comenta: “Al cambiar las leyes, las mismas personas dejaron de utilizarlo para el cometido y empezó a usarse de manera social: un idioma distinto”.

Las vedettes comenzaron a escuchar las palabras de sus amistades que las peinaban o maquillaban. Si tenían buena relación, se les enseñaban los términos. En ese marco, se viralizó un audio de Moria Casán donde decía “mucho chongo” y hoy todo el mundo sabe lo que es. En este marco, María Belén afirma que “las pocas palabras que se han popularizado fueron utilizadas correctamente. Pero fue un error porque fueron palabras que ya no pudimos usar”.

            Hay debates que tienden a negar al lenguaje como campo de disputa por los sentidos, tierra fértil para la resistencia y la trasgresión, pero ante la violencia de la norma, la lengua insiste y deja huellas identitarias. En este sentido, Correa reflexiona: “La persona que habla carrilche tiene una historia de vida mucho más fuerte que una persona que no lo habla. Era un método de defensa que algunas pocas podemos seguir manteniendo. Fue una forma de pertenecer, la llave para poder ser del grupo. Saber carrilche era poder estar en la conversación, ser parte de. En aquellos tiempos, se vivía con bastante soledad y vos eras parte de un grupo, te hacía pertenecer a algo, a una familia: nos entendíamos y hablábamos el mismo idioma”.

 

Voces que recordaron la dictadura y llamaron la atención a los medios

Voces que recordaron la dictadura y llamaron la atención a los medios

La multitud que se manifestó en la plaza para repudiar el atentado a Cristina Fernández de Kirchner aludió al terrorismo de Estado y los discursos periodísticos.

De las miles y miles de personas que se acercaron a Plaza de Mayo, algunas de ellas testimoniaron ante ANCCOM y expresaron sus sentimientos y sus mensajes para el resto del país.

            “Tenemos que estar unidos, resistiendo y bancando a Cristina porque es la única que puede sacarnos de esto. Es la líder natural del movimiento peronista y del movimiento popular- comentó Iván Momeño, uno de los tantos manifestantes que llegó en la tarde a la plaza-, lo que pasó es un atentado a la democracia y a los Derechos Humanos, vivimos en un clima de violencia política que es irrespirable desde hace mucho tiempo. La violencia que se vio contra la vicepresidenta, el intento de asesinato, es la consecuencia directa de todo este clima de violencia política, simbólica, mediática y judicial”.

Por su parte, Silvina Saladino, sobreviviente del Centro de Detención Clandestino El Vesubio e integrante de la Comisión Vesubio y Puente 12, dijo: “Lo de ayer fue un punto de inflexión. Es muy importante que estemos en esta plaza y las de todo el país, demostrando que esto no lo queremos. En la dictadura quisieron romper el lazo social y nos costó mucho recomponerlo, tenemos que seguir trabajando para esa unidad, Emilio Prismann, en tanto,  comentó: “Nuestra esencia es estar en la calle con el pueblo. Queremos un país inclusivo, en paz. Es un territorio con un pueblo y recursos que permitirían, para todos, la felicidad. Necesitamos un Estado democrático que respete los derechos de todos”.

“Los medios hegemónicos que se dejen de joder. Si quieren mantener la paz social, se tienen que calmar. Este es un gobierno elegido por el pueblo, aunque no les guste”, dijo José Muñoz, uno de las tantas personas que estuvo presente. Por otra parte, su compañera Lidia Flicetti, agregó: “Los jóvenes tienen que salir a la calle, salir adelante y abrirse camino, es por ellos su bienestar”.

Pero la juventud también es parte de la plaza  En ese sentido, la integrante de Nietes, Lola Rosales, agregó: “Esto es un llamado a la juventud. La mayoría tuvimos la oportunidad de nacer en democracia y es una sorpresa. Tenemos que movilizarnos, dar espacios de debate y ponernos a pensar realmente por qué hoy tenemos en el Congreso dos bancas ocupadas por personas negacionistas que dan discursos de odio. Hay que replantearse en qué lugar estamos y qué es lo que lleva a la Argentina a estar en este momento tan movilizada. Lo que sucedió ayer, y lo que viene sucediendo hace tiempo con Cristina, es un atentado a la democracia y es necesario que nos manifestemos en las calles. Estamos por cumplir 40 años desde el regreso de la democracia, no podemos dejar que haya ocurrido lo que pasó ayer”.

Victoria Serra, militante de la misma organización, comentó: “No podemos dejar pasar ningún discurso de odio y exigimos que los que son responsables ideológicos, y especialmente los medios de comunicación que fogonean estos discursos, sean llevados a la justicia. La lucha por los derechos humanos no es una lucha del pasado y no es una lucha de gente mayor a nosotres, es nuestra también”.

Nunca más a la violencia

Nunca más a la violencia

Una multitud convocada en pocas horas desbordó la Plaza de Mayo y varias cuadras a la redonda, en claro repudio al intento de magnicidio de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Referentes políticos, organizaciones populares, sociales de derechos humanos, estudiantes, y un intenso y constante flujo de personas confluyeron durante al menos seis horas hacia la plaza donde, al cierre, se leyó un documento que exigió dejar afuera de la sociedad los discursos de odio.

Miles y miles de personas marcharon a Plaza de Mayo -algunos calcularon medio millón, pero para qué sirve hacer el cálculo si de toda formas desbordó cualquier previsión-, para responder y rechazar de plano el intento de magnicidio de Cristina Kirchner, la vicepresidenta de la Nación.

Amigos, familiares y conocidos se mezclaron entre remolinos de gente y banderas mientras se iban encontrando. “¡Eh Rober!”, le gritó el señor a su compañero antes de darse un abrazo de fuerte agarre. Los encuentros resultaron parte fundamental de esta marcha de rostros conocidos. Estaban todos los mismos que salieron el 24 de marzo, todos los mismos que salieron para la movilización del 2×1, todos los mismos que gritaron “¡presente!” cada vez que alguien no estaba.

Estuvieron las Abuelas, las Madres, los H.I.J.O.S. y les Nietes de Plaza de Mayo, estuvo la CORREPI, estuvo SIPREBA, estuvieron los ex combatientes de Malvinas; estuvo el PJ, La Cámpora, los Canillitas, la UPCN, estuvo La Poderosa, la CTA, Barrios de Pie, UTEP; estuvieron las agrupaciones de los distintos barrios de la Provincia de Buenos Aires, el Frente Trabajo y Dignidad, los secundarios, los terciarios y las universidades; estuvieron todos ellos y muchos más.

Entrando por la todavía vacía Avenida de Mayo se veía a lo lejos la Casa Rosada, paisaje cubierto de celeste, blanco y un humo que cerraba el cuadro. “¡Hay choris muchachos!”, se escuchó a lo lejos en la plaza del pueblo. A un costado, dos pibes se apoyaban en lo que era un metro y medio de vallas negras -de esas que la policía usa para intentar frenar multitudes- que yacían apiladas en la vereda. Con sus Quilmes en la mano charlaban tranquilos. Ahí no se iba a levantar ninguna otra valla.

Osvaldo y Elena se encontraban frente al Cabildo, mirando cómo cientos de militantes de la UOM se acercaban desde Diagonal Sur, donde en su momento supo entrar la Juventud Sindical. “Estábamos en casa cuando dieron la noticia. Nos impactó mucho, nos asustó. Nos hizo pensar qué podría haber llegado a pasar -dijo Osvaldo- Realmente creíamos que vivíamos en una democracia plena y resulta que no es tan sólida. Hay que seguir peleando para mantenerla”.

Los trabajadores de AuBASA se sentaban en ronda para compartir unos mates cuando sonó una bengala. “¡Esa!”, gritaron todos mientras calmaban a los compañeros asustados con una sonrisa. Una sonrisa que solo pudo ser porque una bala falló. Los estruendos gatillaron los odios e hicieron temblar los cuerpos de los compañeros, agradecidos de no haberlos escuchado la noche anterior.

 “Si ese tiro hubiera salido, hoy el escenario sería otro -dijo Graciela Lois, de Familiares-. Hoy tenemos que estar todos, primero porque tenemos que defender a la vicepresidenta y segundo porque tenemos que defender a la democracia. Tipos como estos no son locos sueltos, a mí la teoría del loco suelto no me llega”.

 En el revoltijo de sentimientos, la angustia e impotencia se hacían presentes al recordar el motivo de la convocatoria. Para defender la democracia había muchos, pero no estaban todos. El odio al pueblo, el odio a la lucha, el odio a ella se notaba en la ausencia de los principales dirigentes políticos de los partidos opositores, que, sí lo hicieron, únicamente mostraron su compasión a través de los medios y redes sociales.

“La democracia argentina no tolera estos niveles de violencia, es momento de salir a defender lo que construimos durante estos últimos cuarenta años -dijo Paula Litvachky, directora del Centro de Estudios Legales y Sociales-. Estos momentos son puntos bisagras para la democracia argentina. Hay que pensar cómo se hace política de ahora en adelante, ¿Qué hacemos con estos fenómenos sociales que vienen ocurriendo también a nivel mundial y que vienen poniendo en juego las democracias? Expresiones de odio y violencia como estas no pueden tener lugar, hay que construir una malla social que repudie esto y al mismo tiempo construya unos vínculos a futuro que nos den un horizonte democrático”, agregó.

“Esto es una cuestión de supervivencia boluda. Se pudrió todo más de lo que se podría pudrir en lo imaginable”, dijo la escritora Gabriela Cabezón Cámara mientras avanzaba detrás de la bandera de Ni Una Menos. “Mirá que yo no soy peronista, pero me encanta la fiesta peronista. No hay otra así”, agregó entre risas mientras señalaba al festival de banderas y tambores.

Celestes eran los buzos, las banderas y el cielo. Desde el sur, La Cámpora se abría paso. Los prolijos y los desprolijos cantaban: “A pesar de las bombas / de los fusilamientos / de los compañeros muertos / No nos han vencido”. Las banderas flameaban hacia la Casa Rosada y el coro de voces ocupaba más de dos cuadras de largo.

“Queremos expresar el repudio a la acción criminal, al odio, expresar nuestra solidaridad con nuestra vicepresidenta y que sienta el calor y el aliento del pueblo argentino”, dijo “Cachorro” Godoy, dirigente de la CTA Autónoma, agarrándose fuerte de sus compañeros encolumnados.

“¡Lorena! ¡Sacame una foto Lorena!”, gritó una señora trepada arriba de un grupo electrógeno. Mientras Lorena sacaba la foto, arriba del mismo camioncito grafiteado, Baltasar, de nueve años, bailaba y chiflaba con los dedos en la boca. “Es historia Romi, es historia pura. Hay que vivirla”, dijo una chica que pasaba con el dedo apretando el botón del audio de whatsapp.

Entonces fue que una ola de aplausos comenzó a crecer desde Avenida de Mayo hacia la Plaza. “Madres de la plaza / el pueblo las abraza”, el coro de puños alzados abrió paso a la camioneta de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. “Ni un paso atrás”, decía su cartel.

Ni un paso atrás se dió en toda la marcha. Ante una nueva amenaza a la democracia, ni un paso atrás. El gatillo represor que respiró en la nuca de todos los militantes comprometidos con la soberanía y paz social de su país no provocó miedo. La convocatoría demostró el todavía firme compromiso de un sector con la lucha por los derechos humanos.

“No se si van a haber discursos ¿Quién va a hablar?- dijo Horacio mientras avanzaba por Avenida de Mayo- ¿Quién va a salir en representación de todos?”. A un costado en la sede central de Madres de Plaza de Mayo se leía el cartel que hace días decoraba su entrada, “Todos somos Cristina”.

“No hay manera de relativizar ni minimizar un intento de magnicidio”, leyó Alejandra Darín, titular de la Asociación Argentina de Actores, rodeada del gabinete, miembros de organismos DDHH, sindicatos y gobernadores. El documento armado minutos atrás en la Casa Rosada sostenía que “el límite, del que hemos oído hablar mucho en las últimas horas, no se cruzó ayer. Si no queremos que la intolerancia y la violencia política arrasen con el consenso democrático que hemos construido desde 1983 a la fecha, debemos contextualizar lo ocurrido anoche contra la vicepresidenta Cristina Kirchner: desde hace varios años, un sector minúsculo de la dirigencia política y de sus medios partidarios, viene repitiendo un discurso de odio, de negación del otro, de estigmatización, de criminalización de cualquier dirigente popular o afín al peronismo, y aún de cualquier simpatizante -y recordó-. Todos hemos visto movilizaciones donde se pasearon por las plazas más importantes de la Capital Federal bolsas mortuorias, ataúdes o guillotinas”.

“Vine con mi hija, mi marido, mi hermana y con todo el pueblo argentino”, dijo limpiándose las lágrimas Jimena, que sostenía un televisor hecho de cartón que decía: “el odio no es libertad de expresión”. El reclamo por un periodismo militante y comprometido con la democracia y la justicia social se escuchaba en cada conversación y se leía en cada cartel:  “Vomitar tanto odio no puede resultar siempre gratis”; “Basta de violencia de los medios de de-formación”; “Más voces, más democracia”.

“En un principio venimos a defender a una líder Cristina Fernandez de Kirchner, pero también a la democracia y al estado de derecho -dijo Raquel Wittis con su pin que leía “Justicia por Mariano Wittis”-. Este se vio en jaque debido a los discursos de odio que tiene la oposición, donde no mide la consecuencia de sus dichos. Envía a una tropa, policía de la ciudad, mal formada, que no cumple con los protocolos y lleva adelante una represión ilegal sobre una manifestación pacífica. Es terrible que desde los mandos se incentive esa violencia”. Jorge, su marido, agregó: “Si ese fogoneo alimentó a una persona que intentó asesinar a Cristina ¿qué le espera a cualquier ciudadano de a pie?”

Memoria y agradecimiento

Por Agustín Bagnasco y Daniela Hernández

Con anteojos de sol, se pasea por Avenida de Mayo con una bandera argentina colgada del cuello. Se llama Ana, tiene 73 años y dice que en la vida solo hay que tener dos cosas: memoria y agradecimiento. Y que porque es una agradecida está hoy acá.

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Aún faltan veinte minutos para que sean las 12, hora en la que fue fijada la convocatoria a la Plaza de Mayo. Sin embargo, Osvaldo y Elena ya se encuentran frente al Cabildo, mirando cómo cientos de militantes de la UOM se acercan desde Diagonal Sur.

“Estábamos en casa cuando dieron la noticia. Nos impactó mucho, nos asustó. Nos hizo pensar qué podría haber llegado a pasar, se hubiera armado una guerra civil” –relata el hombre de 67 años, mientras su compañera de 65 le saca una foto–. Realmente creíamos que vivíamos en una democracia plena y resulta que no es tan sólida como uno creía. Hay que seguir peleando para mantenerla. Históricamente solíamos movilizarnos, en los últimos tiempos, dejamos de hacerlo por la edad y la pandemia. El hecho de anoche nos hizo volver a movilizarnos. Creo que esta marcha nos unió más que nunca, nos permite tener un poco de esperanza en que es posible mantener la democracia”.

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Desde una de las esquinas de Avenida de Mayo y Bernardo de Yrigoyen, Alba, de 76 años, observa cómo avanza la marea de manifestantes en dirección a Casa Rosada. En sus manos, se puede leer una bandera que reza “Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia de Liniers, Mataderos y Villa Luro”.

“Creo que estamos en riesgo de perder la democracia por la que tanto peleamos” –lamenta–. Nosotros desde 1996 conmemoramos en nuestro barrio a los compañeros detenidos desaparecidos, que tenemos muchísimos”.

Su metro cincuenta y su voz tenue, no se condicen con la fortaleza que expresa cuando relata por qué decidió movilizarse: “lo de anoche fue de terror. Yo viví la dictadura, me tuve que exiliar porque mi compañero era delegado general de FOETRA, del Edificio Golf. Lo fue a buscar la Triple A y tuve que vivir en la clandestinidad hasta el ’77, que pudimos salir del país. Estuve en Holanda como exiliada política y recién pudimos volver en el ’83. Por eso digo que hay que defender esto con puños y dientes”.

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“Fue una locura la noticia. La verdad es que no se puede creer que puedan pasar estas cosas” –comenta Mateo Sujatovich, líder de Conociendo Rusia, bajo la sombra de uno de los plátanos de Avenida de Mayo–. Cuando recibí la noticia hubo mucha confusión, estaba en otra sintonía, escuchando el disco de una amiga que recién había salido. Realmente no entendía nada”.

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En la esquina de Rivadavia y 9 de julio, un hombre de unos 45 años se saca una foto junto a su esposa y su pequeña hija, con la columna de militantes de fondo. Una postal familiar de la lucha por la democracia.

“Venimos a apoyar a Cristina y a repudiar el hecho de anoche” –afirma él, mientras toma de la mano a la niña y acaricia su abundante barba–. También vinimos para apoyar al presidente y a decirle que es momento de que se meta un poquito en el barro. Hay cosas que se tienen que modificar ya: los jueces que están manejando las leyes del país, no queremos que estén más. Ya sabemos que responden a intereses. Se tiene que actuar con los medios que le llenan la cabeza a la gente con basura y fomentan este tipo de cosas”.

En la misma línea, la mujer agrega: “ninguno se puede hacer el distraído con todos esos discursos de violencia que generan en la gente. Tienen que ser responsables, porque no llevan a ningún buen puerto. La democracia no se fomenta, no crece, con esos discursos de odio”.

“Esperamos que se produzca un cambio –continúa él–, que la conducción política reaccione a que el pueblo está esperando otra cosa. La grieta no la inventó el peronismo, hay intereses detrás de esto. Esperamos que se actúe contra eso”.

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En una vereda de Avenida de Mayo cuatro señoras toman café y comen medialunas. Cuando la multitud empieza a cantar “No nos han vencido”, una de ellas se levanta y empieza a cantar y a grabar todo. Su nombre es Pato Quijano, tiene 72 años y milita desde los años 70. La artritis no la deja estar en la calle hoy pero hace su marcha desde la vereda.

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Faltan unas cuadras para llegar al punto de encuentro y se respira compañerismo. A la marcha, no solo asisten militantes o agrupaciones políticas. A la 9 de Julio y Avenida de Mayo llegan personas sin bandera política. Luciana, una estudiante “repudio totalmente lo que pasó. Por eso vengo a marchar contra la violencia y el odio que generan los medios tradicionales. Y vengo a bancar a Cristina.”

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“Cristina es atacada mediáticamente porque es un gran referente de la política desde hace muchos años -dice ella, profesora de la UBA, apoyada a la sombra, contra una pared mientras espera a su grupo de compañeres-, y su Gobierno junto al de Néstor fueron los mejores años de nuestras vidas.”

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“A mí nadie me trajo, yo vine en colectivo, somos dos personas y vinimos para defender la democracia.” Desde Wilde, provincia de Buenos Aires, dos hermanas se movilizaron desde bien temprano para mostrar su apoyo a Cristina. En sus manos llevan un cartel de cartón donde se lee “Todos somos Cristina” y debajo “Justicia”. “Vamos a salir cuantas veces sea necesario para defender a la democracia y a Cristina”, dice una de ellas. “No nos van a derrotar -agrega la otra-. Nos atacan a todos, vienen por nuestros derechos, y vamos a salir las veces que sean necesarias por la justicia.”

Una visita al horror

Una visita al horror

La Comisaría 5ª de La Plata, donde funcionó un centro clandestino de detención durante la última dictadura, se convirtió en un sitio de memoria y ANCCOM lo recorrió.

Fragmentos de historia reposan en cada una de las pintorescas diagonales de la ciudad de La Plata, algunos sin final. Hace poco menos de 50 años, las palmeras de la Diagonal 74 entre la Calle 24 y la Calle 64 no se podían apreciar con total libertad, y a ellas mismas no les quedó más remedio que atestiguar el horror de lo que ocurría en la comisaría 5ª desde las alturas. En sus instalaciones funcionó un Centro Clandestino de Detención entre los años 1976 y 1978, donde se detuvo ilegalmente, torturó y vio por última vez a alrededor de 150 militantes, obreros, intelectuales y profesionales opositores al régimen militar. Aquellos que pudieron sobrevivir a la privación ilegítima de la libertad hablan de que por allí pasaron alrededor de 300 personas, entre las que se incluyen nueve mujeres embarazadas, de las cuales dos tuvieron en cautiverio a sus hijos. Una de ellas, Inés Beatriz Ortega, y su esposo, Leonardo Fossati, que continúan desaparecidos.

La comisaría que funcionaba en ese antiguo edificio que data del año 1884, pudo ser mudada recién en el año 2018, luego de sortear débiles argumentos de inseguridad en la zona por parte de los vecinos; así como de los propios policías quienes veían amenazado su espacio de trabajo. Pero al amparo de la Normativa sobre Sitios y Espacios de Memoria (Ley 26.691) y la posibilidad de que los trabajadores de la comisaría mejoraran las condiciones edilicias de su espacio de trabajo, mudándose a una nueva sede, hace cuatro años comenzó a funcionar allí un Espacio para la Memoria.

En el edificio que hoy funciona el Espacio de Memoria, la pesadez del ambiente es tal que dobla las paletas del ventilador de la ex oficina del comisario. Aún quedan pasos por dar en materia de puesta en valor, pero en el terreno anexo a la comisaría, luego de que el Equipo de Antropología Forense (EAAF) corrobora que no hubo movimientos de suelo, ya se encuentra montado un hermoso auditorio donde músicos, actores, pintores, escritores, intelectuales, jóvenes y adultos de cualquier oficio y profesión, disputan el sentido social de la historia al grito de dos grandes consignas: “Nunca Más” y “Verdad, Memoria y Justicia”. Allí también funciona la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, que recibe consultas e información sobre posibles hijos e hijas de desaparecidos, y ofrece clases y talleres.

Anccom asistió a una visita guiada y dio cuenta de las sensaciones que punzan el pecho al transitar entre los fantasmas que caminan por sus pasillos, habitaciones y calabozos, donde se encerró, torturó y violentó centenares de cuerpos y psiquis, bajo condiciones de hacinamiento, hambruna, incertidumbre y miedo, en el contexto del cruel periodo de la dictadura, donde primaba la violencia y la represión.

Blanca y pulcra es la fachada del edificio donde solía desfilar el frío y la oscuridad. Un puesto de vigilancia de hormigón sobresale de entre los seis ventanales de la planta baja interrumpiendo el paso. Los accesos son tres: dos portones de hierro forjado ubicados en ambos laterales que dan a un patio de fango, asfalto y cemento, por donde ingresaban los móviles con detenidos y la puerta principal que da al hall. Una galería techada que oscila los 8 metros de largo, divide el patio a la mitad y conecta la comisaría con la sala de descanso lindera a los calabozos. Desde la última pared de estos a la calle, la distancia es tan corta que los condenados podían apreciar las palmeras y las tejas de las casas vecinas, lo único colorido entre los grises, el óxido, la humedad, el cemento y el olor nauseabundo del espacio. 

Es un barrio alejado del centro, y en tiempos de dictadura la cuadra estaba sitiada, por tanto, el acceso a esa porción del bulevar requería la autorización de los efectivos que controlaban las barreras de paso ubicadas en cada una de las esquinas. De las placas solo quedan los tarugos; tampoco hay muebles, y en el posterior relevamiento de archivos y registros, no se encontró información alguna sobre los presos políticos. Hasta el hall de entrada se tenían permitido ingresar a familiares preocupados por el paradero de sus hijos y hermanos, quienes desandaban el bulevar con la misma preocupación, aunque ahora acompañada de desconfianza e impotencia.

Si en la comisaría hace frío, en los calabozos está helado. En tiempos de oscuridad y detención, 40 hombres se turnaban para recostarse en un contenedor de cemento de ocho metros cuadrados, memorizándose sus nombres y direcciones, en caso de que alguno de ellos saliera de allí con vida. Hay otros calabozos de la mitad de tamaño, donde la falta de oxígeno se percibe a primera vista. De esos sucuchos, el único que siempre tuvo baldosas de granito, paredes de cerámica y ventanas, es la sala de descanso, en la que se encuentra la cocina devenida en sala de partos, donde Jorge Antonio Bargés -el “Mengele argentino”- tomó en sus manos a Leonardo Fossati Ortega antes de entregárselo a su madre. Ese instante fue uno de los pocos contactos que tuvieron, ya que el niño fuese arrebatado por el comisario de turno y encomendado a otra familia que le negó su identidad hasta que, en el año 2004, abrumado por sus dudas, él se acercó a Abuelas donde mediante estudios genéticos dieron cuenta de su verdadera identidad.

Hoy, Leonardo forma parte de la comisión directiva de Abuelas de Plaza de Mayo y es coordinador del Espacio Memoria ex Comisaría 5ta. Su madre lo dio a luz en la cocina de ese centro clandestino, atada de pies y manos, con tan solo 17 años. Fossati desde que recuperó su identidad ha sido interpelado por este Espacio, pero recién se animó a visitarlo en 2006, junto a otros sobrevivientes, en una visita ocular en el marco del juicio de lesa humanidad, conocido como “Circuito Camps”. Leonardo tiene un gran compromiso en transmitir la verdad. “Por muchos años en la Argentina se ocultaron los hechos y crímenes cometidos en la dictadura, y se han puesto en duda e interpretado erróneamente. Tienen que ver con estas voces del negacionismo. Es por eso que somos muy cuidadosos de que lo que contamos acá ha sido probado en la justicia. Tratamos de poner en contexto todos estos hechos para que los estudiantes puedan sacar sus propias conclusiones y vincular estos hechos del pasado con nuestro presente. Nuestra tarea es darlo a conocer y que las nuevas generaciones lo puedan trabajar y se sientan interpelados, y si eso sucede la meta está cumplida”, comentó, no sin antes dar cuenta de quienes son los públicos más sensibles: “Quienes más empatizan son los niños y niñas de sectores populares, quienes se sienten identificados por partes del relato, ya que lo relacionan con hechos que ellos mismos, sus familiares y amigos del barrio viven cotidianamente, en relación con la prisión, la marginalidad y la violencia policial”.

Sofia Gobernori y Soledad Rodríguez Sabater, se ponen al hombro la difícil tarea de recorrer el espacio y contar la historia de cada uno de los rincones. Ellas aseguran que el traspaso de la comisaría a un Sitio de Memoria presentó dificultades relacionadas con la poca colaboración del barrio, y que los vecinos hoy día tampoco asisten a las propuestas culturales que se llevan adelante en el espacio. Además, no hubo ningún tipo de colaboración en las causas judiciales de tipo declarativo o acercamiento de fotografías o archivos que faciliten las investigaciones. Nadie vio nada.

Quienes transitan por esa porción de bulevar, circulan por varias fronteras. Entre ellas, la frontera entre la vida y lo que para muchos significó la muerte; entre los agentes de la ley y la ley transgiversada, encauzada en terror; entre la democracia y lo que en su momento fue la dictadura más dura. Hoy, gracias a la incansable lucha de Abuelas, demás organismos de derechos humanos y organizaciones sociales, se pudo detener y procesar a partir de 2004 a los responsables de aquel infierno. Entre ellos, a Miguel Etchecolatz (exdirector de Investigaciones de la Policía Bonaerense), a Rodolfo Campos y Reynaldo Tabernero (ex subjefes de la policía), a Osvaldo Sertorio (ex titular de la comisaría en cuestión) y a Rodolfo Gonzáles Conti (exdirector de seguridad).

Hoy se puede decir que esa porción de bulevar y su edificio más prominente, atravesaron definitivamente la barrera de paso que separa el miedo, el olvido y el silencio, para enfilar hacia un futuro en que la memoria, la verdad, la justicia y el fomento cultural, centrado en el respeto, la diversidad e igualdad, se convierten en los pilares de la democracia y la integridad de la ciudadanía argentina.