Por Eva Coronel Gorojod
Fotografía: Diego Castro, Sabrina Nicotra

El carrilche nació hacia 1940 entre la comunidad travesti como un argot para poder hablar entre los miembros de la comunidad en medio de situaciones de peligro y sin que la policía entienda. Aquí su historia.

María Belén Correa, en la Marcha de la Memoria Trans.

“Hablamos idioma maricón. Hablamos carrilche”, dice la activista María Belén Correa, fundadora del Archivo de la Memoria Trans. El carrilche significa marica y es el argot que nació en la década de 1940 como mecanismo de defensa de la comunidad ante la policía y los presos. En ese entonces, existían ciertas figuras legales que servían como forma de control y represión estatal. Hacerse visible ante la persona equivocada implicaba terminar en la Estancia -la cárcel de Devoto-, donde permanecían de 15 a 120 días, reencontrándose.

 

Cuma doda la sidilcre

 Los testimonios de Malva Solís en la película Con nombre de flor y la revista El Teje dan cuenta de la resistencia del colectivo travesti trans frente a la violencia policial, y de los lazos intracomunitarios. Solís se encontraba en la cárcel cuando las hermanas Arveja- Florián y Orquídea-, atendieron la urgencia de inventar palabras para usar en la calle ante la caza. En este contexto, surgieron los términos fundamentales para su supervivencia, como doda (cuidado) o sidilcre (policía), y también aquellos que denotaban pertenencia como cuma (maricón). Estos se cristalizarían en fórmulas como “cuma doda la sidilcre” (maricón,  cuidado la policía).

“Nosotras hacemos visible a Malva porque fue la última que podía hablar el carrilche original. Ella dejó testimonio de ese argot con un diccionario. Hay algunas palabras que pueden utilizarse hoy, pero no todas están en uso. Ninguna de las personas que hoy hablamos el carrilche de los 90’ utilizamos el carrilche original de los 40”, dice María Belén.

            Daniel Busato, director de la compañía de teatro Kumas de Sitges, reflexiona acerca  de la actualidad: “Se utilizan ciertas palabras en tono gracioso, pero la realidad del carrilche es otra: solamente que las personas que lo hablan se enteren de lo que están hablando sin que un tercero o cuarto -en su origen la policía o carceleros-, se enteraran de qué era lo que estábamos hablando”.

             A través del tiempo y con la creatividad de la comunidad, el carrilche fue mutando: se amplió, degeneró, algunas palabras se olvidaron y otras se sumaron. No en todo el país se hablaba igual; por ejemplo la gente de Santiago del Estero hablaba diferente que la del Río de la Plata. Pero también se nutrió de otros argots, ya que se trataba de un método de defensa existente en distintos países, sin tener conexión entre las personas. “En Estados Unidos te decían si conocías a Dorothy para saber si eras gay. En Brasil se hablaba abogó y, en Perú, lóxoro”, menciona Correa.

Mucho chongo

            Hacia finales de las décadas de 1980 y 1990’, las únicas personas que seguían hablando carrilche eran quienes se relacionaban con el espectáculo. Esto se debe a que las personas que estaban en la calle ya no lo utilizaban de la misma forma. “Desde que lo adopté, lo utilizamos en los camerinos”, cuenta Daniel. El carrilche se utilizó entonces para que los strippers o iluminadores no entendieran lo que hablaban. María Belén comenta: “Al cambiar las leyes, las mismas personas dejaron de utilizarlo para el cometido y empezó a usarse de manera social: un idioma distinto”.

Las vedettes comenzaron a escuchar las palabras de sus amistades que las peinaban o maquillaban. Si tenían buena relación, se les enseñaban los términos. En ese marco, se viralizó un audio de Moria Casán donde decía “mucho chongo” y hoy todo el mundo sabe lo que es. En este marco, María Belén afirma que “las pocas palabras que se han popularizado fueron utilizadas correctamente. Pero fue un error porque fueron palabras que ya no pudimos usar”.

            Hay debates que tienden a negar al lenguaje como campo de disputa por los sentidos, tierra fértil para la resistencia y la trasgresión, pero ante la violencia de la norma, la lengua insiste y deja huellas identitarias. En este sentido, Correa reflexiona: “La persona que habla carrilche tiene una historia de vida mucho más fuerte que una persona que no lo habla. Era un método de defensa que algunas pocas podemos seguir manteniendo. Fue una forma de pertenecer, la llave para poder ser del grupo. Saber carrilche era poder estar en la conversación, ser parte de. En aquellos tiempos, se vivía con bastante soledad y vos eras parte de un grupo, te hacía pertenecer a algo, a una familia: nos entendíamos y hablábamos el mismo idioma”.