Por Dylan Mizawak
Fotografía: Sabrina Nicotra

La Comisaría 5ª de La Plata, donde funcionó un centro clandestino de detención durante la última dictadura, se convirtió en un sitio de memoria y ANCCOM lo recorrió.

Fragmentos de historia reposan en cada una de las pintorescas diagonales de la ciudad de La Plata, algunos sin final. Hace poco menos de 50 años, las palmeras de la Diagonal 74 entre la Calle 24 y la Calle 64 no se podían apreciar con total libertad, y a ellas mismas no les quedó más remedio que atestiguar el horror de lo que ocurría en la comisaría 5ª desde las alturas. En sus instalaciones funcionó un Centro Clandestino de Detención entre los años 1976 y 1978, donde se detuvo ilegalmente, torturó y vio por última vez a alrededor de 150 militantes, obreros, intelectuales y profesionales opositores al régimen militar. Aquellos que pudieron sobrevivir a la privación ilegítima de la libertad hablan de que por allí pasaron alrededor de 300 personas, entre las que se incluyen nueve mujeres embarazadas, de las cuales dos tuvieron en cautiverio a sus hijos. Una de ellas, Inés Beatriz Ortega, y su esposo, Leonardo Fossati, que continúan desaparecidos.

La comisaría que funcionaba en ese antiguo edificio que data del año 1884, pudo ser mudada recién en el año 2018, luego de sortear débiles argumentos de inseguridad en la zona por parte de los vecinos; así como de los propios policías quienes veían amenazado su espacio de trabajo. Pero al amparo de la Normativa sobre Sitios y Espacios de Memoria (Ley 26.691) y la posibilidad de que los trabajadores de la comisaría mejoraran las condiciones edilicias de su espacio de trabajo, mudándose a una nueva sede, hace cuatro años comenzó a funcionar allí un Espacio para la Memoria.

En el edificio que hoy funciona el Espacio de Memoria, la pesadez del ambiente es tal que dobla las paletas del ventilador de la ex oficina del comisario. Aún quedan pasos por dar en materia de puesta en valor, pero en el terreno anexo a la comisaría, luego de que el Equipo de Antropología Forense (EAAF) corrobora que no hubo movimientos de suelo, ya se encuentra montado un hermoso auditorio donde músicos, actores, pintores, escritores, intelectuales, jóvenes y adultos de cualquier oficio y profesión, disputan el sentido social de la historia al grito de dos grandes consignas: “Nunca Más” y “Verdad, Memoria y Justicia”. Allí también funciona la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, que recibe consultas e información sobre posibles hijos e hijas de desaparecidos, y ofrece clases y talleres.

Anccom asistió a una visita guiada y dio cuenta de las sensaciones que punzan el pecho al transitar entre los fantasmas que caminan por sus pasillos, habitaciones y calabozos, donde se encerró, torturó y violentó centenares de cuerpos y psiquis, bajo condiciones de hacinamiento, hambruna, incertidumbre y miedo, en el contexto del cruel periodo de la dictadura, donde primaba la violencia y la represión.

Blanca y pulcra es la fachada del edificio donde solía desfilar el frío y la oscuridad. Un puesto de vigilancia de hormigón sobresale de entre los seis ventanales de la planta baja interrumpiendo el paso. Los accesos son tres: dos portones de hierro forjado ubicados en ambos laterales que dan a un patio de fango, asfalto y cemento, por donde ingresaban los móviles con detenidos y la puerta principal que da al hall. Una galería techada que oscila los 8 metros de largo, divide el patio a la mitad y conecta la comisaría con la sala de descanso lindera a los calabozos. Desde la última pared de estos a la calle, la distancia es tan corta que los condenados podían apreciar las palmeras y las tejas de las casas vecinas, lo único colorido entre los grises, el óxido, la humedad, el cemento y el olor nauseabundo del espacio. 

Es un barrio alejado del centro, y en tiempos de dictadura la cuadra estaba sitiada, por tanto, el acceso a esa porción del bulevar requería la autorización de los efectivos que controlaban las barreras de paso ubicadas en cada una de las esquinas. De las placas solo quedan los tarugos; tampoco hay muebles, y en el posterior relevamiento de archivos y registros, no se encontró información alguna sobre los presos políticos. Hasta el hall de entrada se tenían permitido ingresar a familiares preocupados por el paradero de sus hijos y hermanos, quienes desandaban el bulevar con la misma preocupación, aunque ahora acompañada de desconfianza e impotencia.

Si en la comisaría hace frío, en los calabozos está helado. En tiempos de oscuridad y detención, 40 hombres se turnaban para recostarse en un contenedor de cemento de ocho metros cuadrados, memorizándose sus nombres y direcciones, en caso de que alguno de ellos saliera de allí con vida. Hay otros calabozos de la mitad de tamaño, donde la falta de oxígeno se percibe a primera vista. De esos sucuchos, el único que siempre tuvo baldosas de granito, paredes de cerámica y ventanas, es la sala de descanso, en la que se encuentra la cocina devenida en sala de partos, donde Jorge Antonio Bargés -el “Mengele argentino”- tomó en sus manos a Leonardo Fossati Ortega antes de entregárselo a su madre. Ese instante fue uno de los pocos contactos que tuvieron, ya que el niño fuese arrebatado por el comisario de turno y encomendado a otra familia que le negó su identidad hasta que, en el año 2004, abrumado por sus dudas, él se acercó a Abuelas donde mediante estudios genéticos dieron cuenta de su verdadera identidad.

Hoy, Leonardo forma parte de la comisión directiva de Abuelas de Plaza de Mayo y es coordinador del Espacio Memoria ex Comisaría 5ta. Su madre lo dio a luz en la cocina de ese centro clandestino, atada de pies y manos, con tan solo 17 años. Fossati desde que recuperó su identidad ha sido interpelado por este Espacio, pero recién se animó a visitarlo en 2006, junto a otros sobrevivientes, en una visita ocular en el marco del juicio de lesa humanidad, conocido como “Circuito Camps”. Leonardo tiene un gran compromiso en transmitir la verdad. “Por muchos años en la Argentina se ocultaron los hechos y crímenes cometidos en la dictadura, y se han puesto en duda e interpretado erróneamente. Tienen que ver con estas voces del negacionismo. Es por eso que somos muy cuidadosos de que lo que contamos acá ha sido probado en la justicia. Tratamos de poner en contexto todos estos hechos para que los estudiantes puedan sacar sus propias conclusiones y vincular estos hechos del pasado con nuestro presente. Nuestra tarea es darlo a conocer y que las nuevas generaciones lo puedan trabajar y se sientan interpelados, y si eso sucede la meta está cumplida”, comentó, no sin antes dar cuenta de quienes son los públicos más sensibles: “Quienes más empatizan son los niños y niñas de sectores populares, quienes se sienten identificados por partes del relato, ya que lo relacionan con hechos que ellos mismos, sus familiares y amigos del barrio viven cotidianamente, en relación con la prisión, la marginalidad y la violencia policial”.

Sofia Gobernori y Soledad Rodríguez Sabater, se ponen al hombro la difícil tarea de recorrer el espacio y contar la historia de cada uno de los rincones. Ellas aseguran que el traspaso de la comisaría a un Sitio de Memoria presentó dificultades relacionadas con la poca colaboración del barrio, y que los vecinos hoy día tampoco asisten a las propuestas culturales que se llevan adelante en el espacio. Además, no hubo ningún tipo de colaboración en las causas judiciales de tipo declarativo o acercamiento de fotografías o archivos que faciliten las investigaciones. Nadie vio nada.

Quienes transitan por esa porción de bulevar, circulan por varias fronteras. Entre ellas, la frontera entre la vida y lo que para muchos significó la muerte; entre los agentes de la ley y la ley transgiversada, encauzada en terror; entre la democracia y lo que en su momento fue la dictadura más dura. Hoy, gracias a la incansable lucha de Abuelas, demás organismos de derechos humanos y organizaciones sociales, se pudo detener y procesar a partir de 2004 a los responsables de aquel infierno. Entre ellos, a Miguel Etchecolatz (exdirector de Investigaciones de la Policía Bonaerense), a Rodolfo Campos y Reynaldo Tabernero (ex subjefes de la policía), a Osvaldo Sertorio (ex titular de la comisaría en cuestión) y a Rodolfo Gonzáles Conti (exdirector de seguridad).

Hoy se puede decir que esa porción de bulevar y su edificio más prominente, atravesaron definitivamente la barrera de paso que separa el miedo, el olvido y el silencio, para enfilar hacia un futuro en que la memoria, la verdad, la justicia y el fomento cultural, centrado en el respeto, la diversidad e igualdad, se convierten en los pilares de la democracia y la integridad de la ciudadanía argentina.