La marcha de la bronca

La marcha de la bronca

Encabezada por los amigos de Lucas González, el pibe de 17 baleado por la policía porteña, una columna de manifestantes marchó hasta la puerta de la comisaría 30, a la que pertenecen los tres policías detenidos por el asesinato. En esa misma dependencia, Horacio Rodríguez Larreta había lanzado hace cinco años la Policía de la Ciudad.

La concentración se largó en la avenida  Vélez Sarsfield e Iriarte, el jueves, a las 17. La gente marchaba a la comisaría 30, ubicada en California al 1800, de Barracas. En ella se desempeñan los responsables de la muerte de Lucas González, de 17 años, que volvía de entrenar en el Barracas Central, con sus amigos.

La historia ya se conoce pero no por la policía. Lucas fue baleado en la cabeza, uno de sus amigos logró escapar y los otros dos, con el herido, quedaron detenidos. Lucas con custodia y las dos balas en la cabeza en el hospital Penna, y ellos en el Instituto de Menores Inchausti, donde fueron maltratados, estigmatizados y  tratados como delincuentes: “¿De qué trabaja tu papá?”, “¿Dónde vivís?”, “¿Si no sos chorro porque te vestís así?”. Tres policías finalmente resultaron detenidos por orden del juez de menores Alejandro Cilleruello, y fueron trasladados al destacamento de la Federal en Madariaga.

Las columnas de la marcha estaban encabezadas por compañeros del club, vecinos y familiares de víctimas del gatillo fácil. Algunos pudieron hacer carteles en los que se leían los pedidos: “Personal de la Policía culpables”, “Justicia por los pibes”, “Que paguen los culpables, tenía toda la vida por delante”,  “Fuerza Lucas y familia”. La gente salía de los balcones y aplaudía, los comerciantes lloraban en las puertas de sus locales y los autos tocaban bocinazos haciéndose oír, para pedir “basta de pibes muertos”. 

Sus compañeros estaban con la camiseta del club puesta y sus amigos viajaron desde Florencio Varela, luego de acompañarlo todo el día en el Hospital El Cruce, donde a las seis de la tarde fallecería rodeado de sus padres. 

 Sus amigos, al enterarse de la confirmación de la muerte  por un periodista en medio de la marcha, salieron corriendo hacia Varela para estar todos juntos. Los que se quedaron solo pudieron cruzar los brazos, y fijar la mirada en las vallas que cuidaban la comisaría donde hace  exactamente 5 años Horacio Rodríguez Larreta inauguraba “la nueva” Policía de la Ciudad. 

 A todo esto, no paraban de llegar policías a la comisaría, pero sin enfrentarse a los manifestantes que los insultaban, les pegaban carteles al vallado, y les repetían de lejos que eran asesinos. «Las balas que vos tiraste van a volver», cantaban los familiares de aquellos que no están por culpa de la policía hace tiempo, con furia y enojo como si la herida no sanara. Gritaban una y otra vez, «Lucas» y la multitud con la voz rota contestaba «presente». Una mujer que en cada grito se se le hinchaban las venas de dolor y bronca continuaba: «Ahora…y siempre», y contestaban aquellos que pudieron transformar la tristeza en furia para seguir peleando; mientras los chicos del club Barracas Central solo se secaban las lágrimas y se abrazaban sin poder decir nada.

 

La policía porteña no pierde el hábito del gatillo fácil

La policía porteña no pierde el hábito del gatillo fácil

Lucas González, 17 años, jugador del Barracas Central, volvía con tres amigos de un entrenamiento y fue baleado por policías de la comisaría vecinal 4C en Barracas. Difundieron la versión de un enfrentamiento pero la familia desmiente a gritos y denuncia el gatillo fácil. Los médicos diagnosticaron muerte cerebral.

 

Lucas González está internado con dos proyectiles en la cabeza disparados por agentes de civil de la Policía de la Ciudad, y con diagnóstico de muerte cerebral, en el Hospital El Cruce, de Varela. Lucas tiene 17 años y es jugador de la 6ª división del Barracas Central.

Ayer, volvía a su casa después de un entrenamiento en Barracas Central con tres amigos. Vive en Varela y como tenía que estar en su casa a más tardar a las 11.40 para almorzar, y las mamás no los podían buscar, se volvió con los amigos en una Suran blanca.

Pasadas las 9.30 Lucas fue baleado. Cinco horas después, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, homenajeaba a la Policía de la Ciudad al cumplir 5 años de su creación.

El relato de uno de los pibes a las familias cuenta una versión diametralmente a la que la policía difunde a través de los medios. La policía habló de una persecución con enfrentamiento a los tiros, de un prófugo y tres detenidos, uno de ellos herido de bala en la cabeza.

Pero ni persecución, ni enfrentamiento. Los pibes fueron interceptados en una esquina de la calle Luzuriaga, en Barracas, por un auto particular en el que viajaban policías de civil (una brigada de investigaciones de la comisaría vecinal 4C se supo después). 

Los familiares aseguraron que como no son autos de policía, pensaron que les iban a robar porque se bajaron apuntándoles. Uno de los chicos se bajó pensando eso y escapó a su casa. En los medios se dijo que el chico se fugó. Cuando la madre vio la tele lo llevó a la comisaría para que explicara lo que había pasado. Entonces, la información que circuló en los medios fue que se había entregado el delincuente prófugo, acompañado de que habían encontrado un arma.

El arma encontrada de juguete tenía las huellas de Lucas González, herido de dos balazos en la cabeza. Pero Cintia, la mamá de Lucas, aseguró que el arma fue plantada y que era imposible que la hubiera visto la policía en la supuesta persecución porque dijeron que la habían encontrado en el baúl.

Lucas fue trasladado al Hospital Penna, en Parque Patricios, como un delincuente detenido, y horas después fue derivado al Hospital El Cruce, en Varela. Pese a que es menor de 18, en el Penna no dejaron pasar a sus padres, que lloraban desesperados al ver a su hijo tirado en una camilla en un pasillo, sin recibir atención y siendo tratado como “el chorrito», por como estaba vestido, denunció Javier, el papá.

De los otros tres amigos, el que logró escapar y los otros dos que habían sido detenidos y luego liberados por orden del juez de Menores 4, Alejandro Cilleruelo, no se sabe nada. El padre de uno de ellos dijo a la prensa que se encuentran aislados y en estado de shock.

Cintia y Javier denuncian gatillo fácil, desmienten la versión policial, e intentaban organizar una marcha para esta tarde en Parque Patricios.

Lucas fue diagnosticado con muerte cerebral y está acompañado por familiares y amigos, que reclaman justicia.

Una casa convertida en centro de torturas

Una casa convertida en centro de torturas

Por Naiara Mancini

Fotografías: Captura de pantalla de La Retaguardia

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes de los CCD Banfield, Quilmes y Lanús, declararon los hijos menores del desaparecido Oscar Borzi, sobre la noche del secuestro de su padre. Abusos, robos y tormentos delante de un niño de tres años.

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Investigaciones de Lanús declararon Juan Manuel y Luis, los hijos menores de Oscar Isidro Borzi, quien permaneció detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Con estos dos testimonios finaliza la declaración de la familia Borzi, iniciada algunas audiencias atrás por Norberto y Ernesto Borzi, respectivamente, hermano e hijo mayor de la víctima: Oscar “Cacho” Borzi, quien continúa desaparecido. 

La madrugada del 30 de abril de 1977, un grupo conformado por miembros del Ejército y la Policía irrumpió en el domicilio donde vivía Oscar Isidro Borzi para llevárselo detenido. Durante las largas horas que permanecieron en la casa, la patota mantuvo secuestrada a toda la familia Borzi, compuesta, además de “Cacho”, por su esposa Ada Miozzi y sus tres hijos, Ernesto, Luis y Juan Manuel. 

El primero de los hermanos Borzi en prestar testimonio durante la jornada fue Juan Manuel. Detrás suyo podía verse una gigantografía idéntica a la que se encontraba detrás de Ernesto Borzi, su hermano mayor, durante su testimonio en las audiencias previas: una foto de su papá, “Cacho” Borzi, acompañado de Ada Miozzi y un bebé en brazos. 

Juan Manuel tenía tres años al momento del secuestro de su padre; no obstante, logró ofrecer un relato cargado de emoción y materialidad con los recuerdos de aquella noche del 30 de abril. “Si en algún momento ven que cierro los ojos es porque es una imagen vívida que pasa como adelante mío”, refirió durante su testimonio el hermano menor de los Borzi.

Sobre el ingreso del grupo de tareas a su casa ubicada en Hoyuela y Juncal, municipio de Lanús, Juan Manuel Borzi relató que fue con mucha violencia: “A mi mamá la agarran de los brazos, la dan vuelta en forma brusca y a mi viejo le siguen pegando en un costado ahí en el comedor de casa”. Asimismo, el testigo describió que, a pesar de tener sólo tres años, un señor  “que tenía olor dulzón en el aliento me tira en la habitación donde estaban mis hermanos. Me tira sobre la cama y yo me golpeo contra la pared”. Esta evocación de las personas a través de su aroma fue una constante durante el relato del hijo menor de “Cacho” Borzi. 

Durante su testimonio, Juan Manuel narró una situación abusiva sufrida por su madre en el baño del domicilio. “Veo a uno de estos tipos que se le pone enfrente, medio como que se agacha y le baja la bombacha”, describió el testigo en referencia a Ada Miozzi, y agregó que otro hombre que estaba en el baño aprovechó para robar: “El segundo le bajó la bombacha a mi mamá, con mucha velocidad y mucho adiestramiento al robo le saca las pulseritas muy finitas, que eran de oro”. Juan Manuel Borzi recordó que esas pulseras tenían un sonido muy particular, y que su madre las hacía sonar para dormirlo cuando se encontraba angustiado. Prosiguiendo con el relato de la situación, el menor de los hermanos Borzi contó que tuvo que presenciar el momento en que uno de esos hombres violenta a su mamá. Este hombre, que se encontraba junto a ella en el baño, “le baja una mano a la zona de los genitales diciéndole: dale, a vos te gusta la poronga”, describió Juan Manuel y sentenció: “A este tipo le importó tres carajos que yo estuviera mirando. 

Durante la estadía del grupo de tareas en el domicilio de los Borzi en Lanús, la familia no sólo fue víctima del secuestro y la tortura, sino también de robo. Acerca de ese hecho, Juan Manuel recordó el robo de unas pertenencias de su padre: “Mi papá tenía borceguíes con los que iba a cazar. No sé por qué se los olvidaron al lado de la cama”, y señaló, de acuerdo a la posibilidad que brinda la virtualidad: “Los estoy viendo ahora. En algún momento los usé para jugar”.

 Juan Manuel Borzi recordó el momento en que se encontró con “Cacho” Borzi al interior del domicilio. El testigo indicó que, en ese momento de vulnerabilidad, buscaba a sus padres porque quería estar con ellos: “Yo había perdido a mi papá adentro de mi casa”. En determinado momento, Juan Manuel logró escabullirse de la mirada de sus captores para ingresar en su garaje. En ese lugar, los miembros de la Policía y el Ejército estaban torturando a Oscar Borzi con picana eléctrica: “Me sigo metiendo en el garaje, y siento olor a carne quemada como cuando uno cocina un churrasco en la plancha. Nadie estaba cocinando en mi casa”. Juan Manuel, además, recordó que se escuchaba gotear la canilla del lavadero. “Cuando estas personas se separan, logro ver a mi papá, de cara al piso mirando hacia donde estaba yo. Esa fue la última vez que vi a mi papá con vida”, narró con angustia y se corrigió: “Fue la última vez que vi a mi papá”.

Una vez finalizado el relato de Juan Manuel, prestó testimonio Luis Alejandro Borzi, el segundo hijo de “Cacho” Borzi y Ada Miozzi, quien tenía 6 años la noche del secuestro de su padre. De aquel episodio, Luis evocó: “Se me despierta con alguien teniéndome la espalda con un brazo y apuntándome con un arma larga en la cabeza, diciéndome que saque muy lentamente las manos, que yo las tenía por debajo de la almohada. Y que no intente darme vuelta”. El testigo indicó que, en aquel momento, creía que alguien le estaba haciendo una broma. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía, Luis Borzi contó que, con prepotencia, le decía a su madre: “Vieja, cuando venga el viejo, a estos los caga a tiros”. Dado que fue mantenido secuestrado al interior de la habitación junto con su hermano Ernesto, el testigo acotó su relato acerca de lo ocurrido en ese espacio.

 Sobre las consecuencias que le dejó aquel acontecimiento en la posterioridad, Luis Borzi hizo referencia a la situación que vivió su hermano menor garaje: “Después, cuando yo sentía olor a carne quemada, me estresaba y por lo general me solía agarrar dolor de cabeza y malestar de estómago, y terminaba vomitando”. 

 Asimismo, el testigo relató diversas situaciones de persecución sufridas durante su vida, después del secuestro de “Cacho” Borzi. “Pasábamos por la Plaza Güemes, y hacen como un operativo varias camionetas, nos encierran en medio de la plaza y bajan con armas largas. Nos apuntan, y nos quieren separar de nuestra madre”, relató Luis Borzi, describiendo un nuevo evento sufrido durante su infancia con sus hermanos y Ada Miozzi. Sobre aquella situación, el testigo recuerda haber visto a un hombre que tenía puestos unos Ray-Ban con marco dorado, parecidos a los que usaba Oscar Borzi. En referencia a ese hombre, Luis manifestó que se lo encontraba siempre en el transporte público: “Pero no era una persona que era ni del barrio ni de Lanús. Y siempre andaba con los lentes puestos, que yo pensaba que eran de mi papá”.

 Luis Borzi hace alusión a su condición de víctima e insistió con los padecimientos sufridos aquella noche del secuestro, en respuesta a los dichos de Jorge Cutrone, un policía que le confesó a la familia Borzi haber participado de la noche del secuestro de “Cacho, pero que había afirmado que los chicos no habían sufrido torturas. “Y la familia se hizo eco de eso, de que «a los chicos no les hicieron nada». Y yo creo que hemos vivido un horror terrible”, afirmó el segundo hermano de los Borzi. A pesar de esto, Oscar Isidro Borzi es el único miembro de la familia que figura como víctima en la causa por los delitos de lesa humanidad cometidos en el presente juicio.

Primeras declaraciones en el juicio de La Pastoril

Primeras declaraciones en el juicio de La Pastoril

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Por Tomás Castelli

Fotografías: Captura de pantalla de La Retaguardia

En el juicio se investiga a la desaparición de la cúpula del PRT-ERP.

Este jueves 4 de noviembre transcurrió el cuarto día del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad ocurridos el 29 de marzo de 1976 en la quinta La Pastoril, con la novedad que fue la jornada en la que comenzaron las declaraciones testimoniales. Comenzaron María Ofelia e Iris Lidia Agorio, hermanas del desaparecido ese día en la quinta, Nelson Alberto Agorio, de quién no se supo nada más hasta 2008, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense encontró su cuerpo enterrado como NN en el cementerio de Moreno. Por la causa hay ocho imputados: los militares retirados Juan Manuel Giraud, Carlos Alberto Guardiola, Juan Carlos Jöcker, Héctor Alberto Raffo y Eduardo Sakamoto; y los policías retirados Julio Alejandro Pérez, Juan José Ruiz y Julio Salvetti. Todos son juzgados por cometer hechos de homicidio y de privación ilegítima de la libertad. 

La jornada estuvo marcada por interrupciones desde el comienzo. La menor de las hermanas, María Ofelia, tuvo que esperar dos horas más de lo que había sido citada para dictar su testimonio, luego de un pedido de los abogados defensores, liderados por Guillermo Fanego, representante del imputado Juan Manuel Giraud, quien solicitó la presencia de la testigo (y los futuros testigos del juicio) en el Tribunal N°5 de San Martín o, en su defecto, la presencia de un representante del Tribunal en el lugar donde se encontraba próxima a declarar, para garantizar la ausencia de terceros o de documentos que pudieran orientar su testimonio, luego de hacer referencia además a la neurociencia y a la psicología gestual. Tanto el abogado querellante, Pablo Llonto, como la fiscal general, María Ángeles Ramos, pidieron el rechazo a esta petición, ya que la consideraron absurda y sin fundamentos. La declaración de María Ofelia se vio obligada a esperar aún más, pero a ella se la notaba tranquila. Ante el pedido de disculpas por la demora del presidente del Tribunal, Matías Mancini, previo a retirarse unos minutos para debatir sobre el pedido, la menor de las hermanas afirmó: “Hace 45 años que estoy esperando, estar una hora más o menos no me va a cambiar nada. La verdad es que tengo la piel gruesa”.  Apenas unos días atrás todas las partes habían estado de acuerdo con estas condiciones y con la modalidad semipresencial, y que a ninguno de los imputados se los obliga a estar de forma presencial, fue rechazado por el Tribunal. 

Luego de la espera, la menor de las hermanas Agorio comenzó su declaración de manera virtual, seguida luego por Iris Lidia, quien se encontraba de manera presencial en el Tribunal. Ambas coincidieron en que Nelson Alberto Agorio era una persona “amorosa, sociable, siempre sonriente, muy cariñosa”. Hijo mayor, de padre lechero y madre trabajadora en hogar de niños, siempre fue el mayor orgullo de su padre, quien deseaba que sus tres hijos pudieran estudiar y aprender lo más posible, para trabajar menos tiempo y cobrar un mejor sueldo que él, cuando fueran mayores. Nelson terminó la secundaria como perito mercantil y, en 1973 ingresó al Servicio Militar, cuando ya formaba parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT – ERP). Iris Lidia recuerda mejor el episodio vivido en julio de 1974 que su hermana, que solo tenía 11 años, cuando recibieron un llamado avisándoles que Nelson se encontraba detenido en Córdoba. A fin de ese mes lo soltaron por falta de prueba de delito, pero a partir de allí nada fue igual. En 1975, Nelson pasó a la clandestinidad debido a que lo perseguían por su militancia, y la casa de los Agorio comenzó a ser vigilada las 24 horas. 

El 29 de marzo de 1976, Nelson tenía 23 años. Unos días después, los Agorio recibieron un papelito por debajo de la puerta, avisándoles que buscaran al hijo varón, porque algo había sucedido. Allí empezaron las idas y vueltas, según recuerdan las dos hermanas. Iban de comisaría en comisaría sin obtener respuestas útiles, y la angustia comenzó. En la de Moreno, solo dejaron entrar a la madre de la familia, a quién el comisario Hernández le indicó que se fijara en unas fotos si uno de los cuerpos sin vida que aparecían en el terreno de la quinta La Pastoril era el de su hijo. Pero Nelson no era ninguno de ellos. Unos días más tarde, otro mensaje oculto fue deslizado bajo la puerta de los Agorio, pero esta vez contenía una fecha y el hipódromo de San Isidro como lugar de encuentro. Allí, Eduardo, amigo de Nelson, les contó lo sucedido: que a Nelson lo fusilaron el 29 de marzo de 1976, cuando intentaba escapar en un auto que se quedó sin nafta mientras era perseguido por dos camionetas del Ejército, y que, tras salir del auto entregándose con los brazos en alto, un testigo escuchó una ráfaga de tiros, y nunca más lo volvió a ver. Nelson se encontraba en la quinta La Pastoril, en el cruce de la Avenida Monsegur y la calle Padre Fahy, participando de una reunión del PRT, a donde había asistido para discutir con sus compañeros los pasos a seguir frente al nuevo golpe militar, 

La vuelta a la democracia en 1983 le devolvió la esperanza a la familia Agorio, al menos de encontrar el cuerpo del hijo mayor. Cuando se enteraron de la existencia de la CONADEP, rápidamente escribieron el relato y lo llevaron junto a la foto de Nelson a la organización, llenos de esperanza. Sin embargo, ésta se fue diluyendo ante la ausencia de respuestas. El 31 de diciembre de 1986, una semana después de la sanción de la Ley de Obediencia Debida y Punto Final, el padre de la familia Agorio falleció. La situación permaneció sin cambios hasta el nuevo siglo, cuando, en el año 2002, Iris Lidia se enteró que había un organismo de Derechos Humanos que aglutinaba a los hermanos de desaparecidos, y así ambas hermanas se sintieron contenidas, y gracias al soporte material y emocional que encontraron allí, juntaron fuerzas para continuar la investigación. Al año siguiente, fueron contactadas por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que les comentó sobre posibles novedades del caso de su hermano gracias a un cruce de huellas dactilares en la comisaría de Marcos Paz, no sin antes advertirles que no se hicieran muchas ilusiones, porque las probabilidades eran mínimas. Cinco años más tarde, en 2008, el EAAF las contactó nuevamente, esta vez para confirmarles que habían identificado los restos de Nelson, inhumados el 31 de marzo de 1976 en el cementerio de Moreno. 

Ni siquiera una nueva interrupción del abogado defensor Guillermo Fanego, quién volvió a recurrir a la Teoría de los Dos Demonios, tal como es habitual, para poner en duda el testimonio de las hermanas Agorio sobre su hermano Nelson, pudo opacar los claros relatos de María Ofelia e Iris Lidia. Ambas se mostraron, por momentos, visiblemente conmovidas situación completamente lógica si se tiene en cuenta los años de angustia y lucha que atravesaron en búsqueda de respuestas sobre su hermano. Aun así, se mantienen firmes y en pie, con un pedido central: “Nosotras vamos a seguir resistiendo como familia, como lo hicimos toda la vida, pero pedimos que este Tribunal reconstruya los hechos e imparta justicia. Sólo eso”. 

«Cada vez que muere un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia»

«Cada vez que muere un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia»

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Por Naiara Mancini

Fotografías: Sabrina Nicotra

Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Pozo de Quilmes.

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús finalizó su testimonio Ernesto Borzi, el hijo mayor de Oscar Isidro Borzi, quien estuvo detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno” y aún hoy continúa desaparecido.

Ernesto Borzi tenía 7 años el 30 de abril de 1977 cuando miembros del Ejército y la Policía irrumpieron en el domicilio donde vivía para secuestrar a su padre, luego de mantener durante horas cautiva a toda la familia -además de él y su papá Oscar Borzi, sus hermanos Juan Manuel y Luis Alejandro, y su mamá Ada Miozzi-. En la primera parte de su testimonio, iniciado la semana anterior, el testigo relató los tormentos sufridos por él y su familia por parte de los perpetradores la noche del secuestro de su padre. Además, Ernesto Borzi describió una situación de abuso de la que fue víctima durante las horas de cautiverio en aquella casa de la calle Hoyuela, en la localidad de Lanús.

La jornada del 2 de noviembre comenzó con la información del fallecimiento sin condena del represor Miguel Ángel Ferreyro, quien se encontraba imputado en el presente juicio. Acerca de este acontecimiento, se lamentó Ernesto Borzi: “Cada vez que por goteo fallece un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia”.

«En 44 años es la primera vez que puedo hablar. Cuatro horas en 44 años».

Para esta audiencia estaba previsto asistir a la segunda parte del testimonio de Enrique Borzi, para luego continuar con las declaraciones de sus hermanos menores, Juan Manuel Borzi y Luis Alejandro Borzi. Es por esto que, al extenderse el minucioso relato del hijo mayor de “Cacho” Borzi, el juez Ricardo Basílico le solicitó “encauzar el testimonio a los hechos investigados en la presente causa” a los fines de respetar el cronograma de audiencias. En respuesta a esta interrupción, Ernesto Borzi reafirmó su derecho a testimoniar: “En 44 años es la primera vez que puedo hablar. Cuatro horas en 44 años” y agregó: “¿Cómo no voy a poder expresarme? Mi padre no está para defenderse. Y yo no estoy para defender a mi padre. Él tuvo sus razones, que son distintas a las que tengo yo”. Asimismo, el testigo elevó el reclamo generalizado de las familias y las querellas de que se habilite una mayor cantidad semanal de audiencias por juicio: “Se nos acaba de morir otro imputado y nosotros venimos pidiendo desde hace más de 26 años, no solo que se hagan los juicios, sino que de una vez por todas se extiendan las audiencias como corresponde”. 

Durante esta segunda parte de su declaración, que finalmente abarcó la totalidad de la audiencia, Enrique Borzi profundizó en los recursos movilizados para llevar adelante la búsqueda de su padre. Así, el hijo mayor de “Cacho” Borzi relató diversas circunstancias: desde el rechazo de los innumerables habeas corpus presentados, como la posibilidad de recurrir a una vidente que prometía averiguar el paradero de personas desaparecidas a cambio de una suma exorbitante de dinero. 

Ernesto Borzi destacó también, durante su testimonio, toda la solidaridad recibida por su familia posterior al secuestro de su padre. El testigo, evocando que la noche del 30 de abril de 1977 los miembros de la patota no sólo se llevaron a “Cacho” Borzi sino que sustrajeron de su domicilio toda la ropa y objetos de valor, recordó que “los compañeros de clase elegían de sus hermanos o hermanas mayores la mejor ropa que ya no usaban, y nos la regalaban para que nosotros tuviésemos ropa en condiciones”. En segundo término, Ernesto resaltó que, durante un año, los compañeros de trabajo de la fábrica donde se desempeñaba su padre hicieron horas extras para alcanzarle a la familia la totalidad del sueldo de “Cacho” y así evitar que sus hijos y su mujer pasaran necesidades. Por otra parte, el testigo recordó que, un Día del Niño de 1979, fueron visitados por los integrantes de la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos de Lanús: “Pasaron, estuvieron en casa, querían saber cómo estábamos, invitaron a mamá a sumarse a las actividades. preguntaron cómo estábamos nosotros y si necesitábamos algo”. 

En contraposición a estos actos de solidaridad, Ernesto Borzi relató también diversas circunstancias en que él se encontró vulnerado. El testigo describió una situación de persecución vivida al finalizar la Marcha de la Resistencia organizada por Madres de Plaza de Mayo en el año 2000, donde una mujer se le acercó para conocerlo, refiriendo haber sido compañera de su padre. Esa mujer, posteriormente se enteraría el testigo, había pertenecido a los Servicios de Inteligencia del Batallón 601 del Ejército. Asimismo, Ernesto Borzi describió una situación de una denuncia policial que realizó en el año 2019, en la cual las funcionarias policiales se rehusaron a dejar asentada la condición de “desaparición forzada” de su padre, al desconocer la definición del término. El testigo se refirió a estos acontecimientos como “hechos de negacionismo” y realizó un llamado de atención: “Lo considero un hecho grave, no solo doloroso, sino institucionalmente perjudicial para el desarrollo del país y la democracia que pretendemos, en principio, como forma de vida”. 

Para describir el proceso de búsqueda de la verdad acerca de lo que había sucedido con su padre, Ernesto Borzi recitó parte del estribillo del tango “Vendrás alguna vez” de Malerba y Amadori, que profesa: “¿Vendrás alguna vez? Mentime, mentime si es que nunca, nunca volverás, porque prefiero vivir de esa mentira, que andar tras de la muerte sabiendo la verdad”. En razón de esta cita, Ernesto Borzi declaró: “Yo entiendo que esta búsqueda que nosotros iniciamos y que continuamos es ir tras de la muerte. Porque saber la verdad es doloroso. Y además ir tras de la muerte no es buscando la muerte, es simplemente intentar saber qué fue lo que pasó”. De acuerdo con este proceso de Memoria, Verdad y Justicia, el hijo mayor de “Cacho” Borzi relató que, a través de las audiencias de otros procesos judiciales, fue capaz de identificar a algunos de los represores que estuvieron en su casa aquella noche de 1977. “Pasaron los años que pasaron, vivimos los años que vivimos, con las leyes que consagraron la impunidad, y en la calle, en el trabajo, en la escuela, uno no sabía si el que estaba al lado suyo había sido uno de los que lo había secuestrado”, declaró el testigo, enfatizando en la importancia de identificar a quienes fueron artífices de estos crímenes de lesa humanidad. 

Al finalizar su testimonio, Ernesto Borzi afirmó que “el 24 de marzo de 1976 comenzó un proceso y una transformación social-económica para planificar la desigualdad”. A partir de esto, reivindicó el accionar y la militancia de su padre, Oscar Isidro Borzi, quien “en algún momento dado entendió y vio que había un proyecto de país que podía abarcar a todos, y había un proyecto de país que dejaba a muchos afuera”, y agregó: “mi padre era un obrero calificado, altamente calificado, y puso sus conocimientos y su voluntad en un proyecto político”. 

El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometido en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús continuará la semana siguiente con dos audiencias: el día 8 de noviembre declararán los hermanos López Muntaner, y el día 9 de noviembre continuarán los testimonios de la familia Borzi con las declaraciones de Juan Manuel Borzi y Luis Alejandro Borzi.

Reconocieron a los sobrevivientes de la ESMA

Reconocieron a los sobrevivientes de la ESMA

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Por Naiara Mancini y Joaquín Bousoño

Fotografías: Gentileza Espacio Memoria ESMA

En conmemoración del décimo aniversario de la primera condena a miembros del grupo de tareas por los delitos de lesa humanidad cometidos en la Escuela Mecánica de la Armada, el Directorio del Espacio Memoria y Derechos Humanos entregó el sábado 30 de octubre el reconocimiento «Hacedores de la Memoria 2021» a las y los sobrevivientes de aquel centro clandestino de detención, tortura y exterminio. El reconocimiento es otorgado por el Espacio Memoria a distintas personalidades en retribución a los proyectos que contribuyeron en la construcción de la memoria colectiva. En las anteriores ediciones, fueron premiados la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, Rosa Schonfeld de Bru y los artistas León Gieco, Kevin Johansen, Liliana Herrero, Cristina Banegas, Liliana Felipe, Marcelo Carpita y Andy Riva.

En este emotivo evento, realizado en el marco de la Noche de los Museos, se homenajeó a más de 200 sobrevivientes, entre las 5000 personas que se encontraron detenidas desaparecidas en el mayor centro clandestino de tortura que funcionó durante la dictadura en la Ciudad de Buenos Aires. Durante la jornada, se inauguró una placa honorífica en la antigua Plaza de Armas y también se renombró la calle Thorne como “19 de marzo de 2004”, en referencia a la primera vez que un grupo de sobrevivientes volvió al lugar. Por otra parte, se recordó a todas aquellas personas sobrevivientes fallecidas durante el período de pandemia. Especialmente a Víctor Basterra, una pieza fundamental para la reconstrucción, a través de sus denuncias, de lo ocurrido allí dentro durante la última dictadura, y quien fuera declarado personalidad destacada de la Ciudad de Buenos Aires el 5 de marzo del 2020. 

De acuerdo con la placa descubierta, las y los sobrevivientes son reconocidos “por su incansable labor en la construcción de una memoria sobre el terrorismo de Estado entramado con verdad y justicia”, dado que, con sus testimonios permitieron reconstruir lo que sucedió en ese centro clandestino de detención, tortura y exterminio. Asimismo, se reconoció el compromiso de las personas sobrevivientes en la recuperación de la Escuela de Mecánica de la Armada como espacio de memoria. “Necesitábamos este reconocimiento porque por años supimos que éramos testigos ineludibles en este lugar, donde arañamos las paredes y pudimos recuperar mucho de la memoria que después nos sirvió en los juicios para condenar a tantos genocidas”, destacó Ana “Rosita” Soffiantini, sobreviviente del centro clandestino. 

El homenaje, que contó con la presencia de personalidades como Lita Boitano y Eduardo Jozami, significó el reencuentro de los sobrevivientes y sus familias luego de mucho tiempo, y tuvo el agregado de ser uno de los primeros actos realizados de manera presencial en el Espacio Memoria y Derechos Humanos, luego de casi dos años de verse obligados a mantener los eventos de forma virtual a partir de la coyuntura pandémica. “Yo vine de México para esto, porque quería encontrarme con quienes compartimos esta situación, y quería poder abrazarnos. Mi objetivo era abrazarme con los compañeros con los que estuvimos compartiendo esto. Así que agradezco ambas cosas, el abrazo hacia nosotros y la posibilidad de abrazarnos entre nosotros”, indicó Pilar Calveiro, sobreviviente de la ExEsma.

 

Acerca de la figura del sobreviviente, Soffiantini declaró: “Este reconocimiento nos reivindica después de muchas cosas que pasaron, porque en un momento fuimos testigos sospechados”. A ella la sucedió la palabra de Nilda Noemí «Munú» Actis Goretta, otra sobreviviente de la ESMA, quien recordó: “Un poco se desconfiaba de nosotros porque estábamos vivos. Y los demás compañeros no”. Continuando con esta línea, Lila Pastoriza, periodista que se encontró detenida en la ESMA entre 1977 y 1978, reivindicó el accionar de las y los sobrevivientes para la reconstrucción de los acontecimientos en su tarea de “cumplir con lo que pensábamos cuando estábamos secuestrados, cuando decíamos: uno que salga y que hable. Y ese uno que salga y que hable, ocurrió”. En este sentido, Pastoriza reflexiona acerca del rol de las personas sobrevivientes en la actualidad: “No estamos solo para dar información, estamos para construir memoria, y para saber cómo construirla, porque no es una cosa de repetir lo que ya se sabe, es la búsqueda de la memoria hacia el pasado a partir de los peligros del presente”.

Hacia el final del acto homenaje, la ex calle Thorne del predio de la ex ESMA pasó a denominarse “19 de marzo de 2004”, acontecimiento realizado en el marco del renombramiento de muchas calles del predio que aún mantienen los nombres designados por los militares. El 19 de marzo del 2004 un grupo de sobrevivientes retornó por primera vez desde su secuestro a la Escuela Mecánica de la Armada, en compañía del ex presidente Néstor Kirchner, funcionarios de su gabinete y la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Antes del 19 de marzo estaba medio perdido, después de salir de la ESMA, estaba en una situación de olvido”, recordó el sobreviviente Alfredo “Mantecol” Ayala, mientras se proyectaban imágenes de aquella recorrida. “Mantecol” relató que Néstor Kirchner le pidió perdón, en nombre del Estado, por los crímenes cometidos durante la última dictadura cívico-militar: “Ese perdón fue el que me cambió la vida”. En ese sentido, Ana “Rosita” Soffiantini expresó, con respecto a los sobrevivientes, que “una vez entramos como desaparecidos, y gracias a Néstor entramos como sobrevivientes”.