Ecos del pasado porteño

Ecos del pasado porteño

En Parque Los Andes, Chacarita, una instalación de cartón, con forma de iglú, llamada la Orejoteca. Adentro, se mezclaban el sonido ambiente con voces y anécdotas de otros tiempos.

A un lado habían quedado los mates y los celulares en el rincón de Parque Los Andes que se formó entre Corrientes y Maure. Tumbados y sentados en el pasto, grupos de amigos, estudiantes, vecinos y familias mantenían los ojos cerrados bajo los anteojos de sol, las gorras y los banderines de colores que oscilaban al compás de la brisa. Escuchaban. 

 Las voces se acercaban y se alejaban; pasaban de susurrar al oído a mezclarse con el paisaje sonoro de un viernes feriado en la plaza: se volvían murmullos perdidos entre juegos infantiles, perros deambulantes, pájaros que vociferaban desde los árboles y el movimiento de la feria. Durante buena parte de ese trayecto, había que prestar mucha atención para no perderse lo que decían. Un hombre explicaba el desdén que tenía de chiquito hacia el “hombre de la luz”, como llamaba al encargado de encender el alumbrado público allá por los años 60, porque su aparición obligaba a dejar de jugar en la vereda para entrar resignados a casa. A veces, las voces eran sucedidas por otros sonidos. De pronto, en plena tarde soleada, irrumpía el repiquetear de la lluvia, la melancolía de un tango o la guitarra que marcaba el ritmo en alguna peña.

Nadie se movía, excepto un puñado de jóvenes integrantes del colectivo Puentes de Acción Cultural Colegiales (PACC), que se abrían paso sigilosamente entre los cuerpos relajados. Si hacían ruido, iban a interrumpir lo que salía de los parlantes que llevaban de acá para allá, de un grupo a otro, de una oreja a la otra y de un rostro concentrado a uno sonriente.

Antes de cerrar “La Orejoteca” habían decidido concluir la tarde sacando a pasear los sonidos que se habían estado reproduciendo dentro de la instalación, una especie de carpa iglú hecha con cartón recubierto de pasta de papel y adobe. La actividad formaba parte de la jornada de cierre de la 4° edición del Festival Ciudades Reveladas, un “espacio de reflexión y exhibición en torno a diversas formas de experimentar lo urbano, con la convicción de que pensar la ciudad desde las representaciones audiovisuales permite imaginar su transformación”. Por primera vez incluyeron actividades en territorios de arte e investigación aparte del cine, desde conversatorios hasta performances en caminatas.

El Festival contactó en primer lugar a Amparo Ambiental Chacarita, una agrupación de vecinos autoconvocados que buscan preservar la identidad de su barrio frente a la aplicación del nuevo Código Urbanístico de la Ciudad, que propuso incluir a PACC por las actividades culturales abiertas a la comunidad que realizan. “Nosotros organizamos mesas de memoria barrial, en las que las personas están invitadas a ir y relatar alguna historia de cualquier momento de su vida, en torno a lo barrial, lo común”, dijo Edgardo Rojas, arquitecto y escultor integrante de PACC que diseñó la estructura de La Orejoteca. “Acá convertimos la mesa en una instalación sonora de memoria barrial, tenemos 100 audios de relatos y sonidos que nos enviaron vecinos de distintos barrios durante un mes. No discriminamos poniendo filtros de audios lindos y de audios molestos, incluimos la vivencia de cada uno como ciudadanos. En nuestro barrio escuchamos pajaritos, la obra del lado, el ruido del tráfico, todo entra”. 

La Orejoteca albergaba combinaciones de sonidos tan variopintas como la vida urbana. Al entrar, del lado izquierdo vibraban las paredes con el relato de uno de los parlantes: una señora contaba entre risas una anécdota de su amiga Martita -con la que se reúne junto a otras amigas en la peluquería de su barrio-, que caminando por Avenida Las Heras le ofreció ayuda a un hombre que veía con bastón por Avenida Las Heras, cuando en realidad simplemente llevaba un tubo de luz. “Son estas cosas que vienen con la edad y de las que nos reímos mucho”, concluía. Enfrente, de un parlante idéntico brotaban ladridos lejanos, como si los caninos estuvieran efectivamente en la plaza, reclamando a los visitantes que salgan del iglú cableado. Alrededor de dos huecos por donde pasaban tubos pintados de verde, reverberaban balbuceos. “Si pegás la oreja desde afuera escuchás un poco lo que está pasando adentro y viceversa, la idea era establecer esa comunicación susurrada, por eso les decimos susurradores”, explicó Rojas.

Él, junto a Daniel Herrera, el cerebro detrás de la parte sonora, tenían aún las manos pintadas de tierra. Esa mañana trasladaron las piezas que elaboraron con la ayuda de voluntarios a lo largo de 10 días en el Espacio La Pileta, Villa Crespo, y armaron “la cuevita” – como le dicen algunos organizadores-. Cada tanto revisaban y retocaban detalles de su obra a la intemperie, que no tardó en llenarse de color. Por fuera, como otras zonas del parque, las flores de jacarandá la vestían de primavera ahí donde el barro unía las piezas con micrófonos de contacto, colocados para amplificar los sonidos a través de las vibraciones. Adentro, el cielo parecía más celeste gracias al tul que oficiaba de techo. 

Los ojos tenían mucho para ver dentro de “la cuevita”. La pintura de pizarra transformó las paredes de cartón en un lienzo que, como en los recreos escolares, los visitantes llenaron de dibujos, palabras y frases de tiza. Corazones, casas, árboles, monigotes, nombres de barrios que ilustraban los audios. Más cerca del piso, las manitos empolvadas de los nenes dejaban trazos multicolor. 

Además de los audios enviados por vecinos, una quincena de estudiantes de la Licenciatura en Artes Electrónicas de la UNTREF realizaron mapas sonoros de sus barrios a partir de testimonios y ruidos de ambientes. “Nos encontramos con un montón de historias que quizás en el día a día no te juntás a hablarlas”, dijo Milagros Dimasi, que buscó relatos de su familia en Bolívar. “En su momento eran muy importantes dos cines en la ciudad. El ferrocarril traía las películas en formato físico, y cuando alguna se quemaba o se cortaba mi mamá las pedía y jugaba en su casa proyectando con la linterna”.

Otras voces no llegaron a los parlantes. Todavía. Los que se acercaban al micrófono (“la bocateca”) contaron anécdotas que se sumarán al centenar inicial, que los organizadores prometieron publicar próximamente. 

Según Rojas, el proyecto recién comienza: “La idea es que esta biblioteca de audio siga creciendo y materializándose de distintas formas. Esta manera de compartir experiencias da a conocer el espectro de transformación en la Ciudad, uno puede saber cómo eran antes las cosas y qué se va perdiendo. Yo que soy venelozano conocí el barrio en el que vivo mucho más en detalle por estos encuentros con vecinos que no podría tener si me los cruzo en el supermercado”. 

 Los sonidos se van con el viento, la tiza se difumina al tacto, las instalaciones se desarman y el sol se oculta; pero las experiencias sensibles que dejan perduran en uno, en varios o en todos. En pequeñas letras de imprenta, alguien tatuó en esta cueva: “con ternura venceremos”.

Prohibido mirar para otro lado

Prohibido mirar para otro lado

En un mundo donde la memoria parece no tener lugar, la obra comprometida de Boris Lurie, que se exhibe en Buenos Aires, se vuelve urgente y necesaria.

Collages, superposiciones y colores fuertes inundan el Pabellón II del Centro Cultural Borges. Allí se encuentran expuestas algunas obras del artista ruso estadounidense Boris Lurie (1924-2008), principalmente las pertenecientes al movimiento de vanguardia NO!Art, del cual él junto a Sam Goodman y Stanley Fische fue fundador.

Mientras la sala abre sus puertas para que la gente ingrese al mundo de Lurie, Cecilia González, curadora de la exposición en el Borges, sostiene que Memoria –tal es el título de la retrospectiva– refiere a la importancia de nuestra propia historia y a los hechos de horror e injusticia. Además, le rinde homenaje a la lucha del artista por mantener la memoria del Holocausto, más en el actual contexto internacional donde parece que los abusos y la violencia continuaron sucediendo después de la guerra.

“Esta muestra es muy oportuna, lo era antes para no olvidarse, pero hoy lo es más porque el terrorismo nos pone en peligro a todos en cualquier lugar”, agrega Liliana Olmeda de Flugelman, curadora de la exposición en la otra sede donde se exhibe, el Museo Judío.

Nacido en Leningrado y de familia judía, Lurie junto a su padre sobrevivieron a tres campos de concentración en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que su abuela, su madre, su hermana y su novia fueron asesinadas por los nazis en la masacre de los bosques de Rumbula. En 1946, él y su padre se exiliaron en Nueva York y ese año comenzó su carrera como artista.

Tal como se advierte apenas se ingresa a la sala del Borges, resultaría “imposible e injusto” intentar comprender la obra de Lurie sin una aproximación a su propia historia de vida y aún así es complejo.

Lurie fue un artista-activista que confrontó contra la guerra, la sociedad capitalista de consumo (sobre todo la estadounidense) y la cosificación de la mujer, y que en sus obras canalizó su trauma del Holocausto. En algunas de ellas apuntaba contra el racismo, el antisemitismo y la hipocresía social que encontró en los Estados Unidos de los años 60 y 70 durante la Guerra Fría, a través de la ironización del pop art y el impresionismo abstracto, corrientes artísticas hegemónicas del momento que –para Lurie– no mostraban la realidad y no hacían memoria.

González considera que “en la exposición se destaca como Lurie hace una confrontación con el consumismo y con la cultura estadounidense mediante el NO!Art, un movimiento social que se rebela contra las estéticas del momento por considerar que, al favorecer al mercado del arte, terminan favoreciendo el consumo. Al no obedecer a los parámetros estilísticos políticamente correctos, al no primar la estética sobre la ética, las obras de Lurie causaban rechazo.

En la exposición hay una obra referente a momentos de elecciones. González señala que “en el collage ‘NO! con dulces’, el artista advierte a la sociedad de su época no dejarse seducir por los candidatos, haciendo referencia a uno de dulce apariencia que para él representaba el mal por sus ideas imperialistas que conducirían a guerras”. “Los estamentos del movimiento que creó se actualizan constantemente con las diferentes situaciones de injusticia y violencia. En el contexto nacional se viven momentos de incertidumbre en los que la sociedad puede ser fácilmente manipulada. Con su gran ‘NO!’, Lurie nos insta a decir ‘no’ a quienes no quieren hacer memoria, porque no hacer memoria es mirar para el otro lado y no hacer nada”, agrega.

La mujer ocupa un lugar central en la obra de Lurie debido a su gran dolor de haber perdido a todas las mujeres de su familia. En algunas de las obras expuestas en el Borges se puede observar cómo el artista se identifica con ellas porque las ve como una víctima más de la sociedad. En muchas oportunidades la presenta como “catalogadas” y utiliza la figura femenina de las pin-up y de niñas para hacer una crítica a la sociedad que las ve como objetos y las vulnera.

González señala que “el proceso de curaduría fue enriquecedor, especialmente porque la selección de las obras se realizó para compartirse en dos instituciones”. “Este proyecto comenzó hace cinco años, estaba programado para exponerse en 2020 pero por la pandemia no se pudo”, aclara Flugelman. El hecho de que se haya atrasado la presentación, según González, “llevó a un conocimiento aún más profundo del artista, lo cual fue una tarea difícil pero reconfortante”.

“Memoria” se exhibe el museo Judío de Buenos Aires y el Centro Cultural Borges, con entrada gratuita, y se puede visitar hasta el 26 de noviembre inclusive.

Un hito argentino para el mundo

Un hito argentino para el mundo

Organismos y militantes de derechos humanos colocaron en el Museo Sitio de Memoria ExEsma una placa que señala que el ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

Representantes de organismos de derechos humamos, sobrevivientes, familiares de desaparecidos, entre otros, estuvieron en el acto por el descubrimiento de la placa por la declaración del Museo Sitio de Memoria ESMA como Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Estuvieron presentes el secretario de Derechos Humanos de la Nación Horacio Pietragalla Corti; la directora del Museo, Mayki Gorosito, abuelas de Plaza de Mayo y un amplio público que acompañó este hito en la historia de Argentina. La UNESCO ha reconocido el genocidio cometido por la dictadura y a los 30.000 desaparecidos, en un contexto nacional en el que, el negacionismo se instaló en medio de la campaña electoral.

Estela de Carlotto habló con ANCCOM y se refirió a que la lucha no tiene edad. «Voy a cumplir 93 años y voy a seguir luchando, y mis nietos chiquitos también están luchando, porque hacen señas, dicen slogans de lo que es la lucha por la verdad, la memoria y la justicia». También destacó que intenta en la familia y fuera de ella «enseñar que la vida es linda, que hay que aprovecharla y vivirla, pero siempre con el corazón limpio, la maldad solo sirve para eso, para ser maldad».

Durante el acto Liliana Pelegrino, sobreviviente de la ESMA, remarcó que «ser sobreviviente no significa poder hablar en público, no siempre es tan fácil» y mencionó el amor profundo que tiene por las madres, abuelas e hijos, y todos los que llevaron la lucha años tras año. También se refirió a lo vivido en su generación y destacó que hay que tener fuerza y voluntad de resistencia para pasar por lo que atravesaron quienes lucharon para salir adelante luego de haber vivido en carne propia el terrorismo de Estado. Además, subrayó su emoción por la declaración de la UNESCO: «Es importantísimo este reconocimiento», recalcó.

Juan Pablo Moyano, nieto restituido, también habló con ANCCOM y destacó la emoción que le despierta estar ahí para vivir este suceso: «Para mí es un antes y un después, como dijo Horacio, algo que aprendimos a luchar de las madres, de las abuelas. Hoy somos ejemplo en el mundo como nación en materia de derechos humanos. Y también es un alivio poder contar con esta distinción en estos momentos».

Durante el acto y el descubrimiento de la placa, Horacio Pietragalla Corti indicó que «esto no es solo un reconocimiento a lo que cuentan estas paredes sobre el terror que se vivió acá. Es un reconocimiento de la existencia de los golpes de que sufrió Latinoamérica y de ese plan macabro que perpetró Estados Unidos para la región a través de la Escuela de las Américas».

Taty Almeida también recordó aquel momento en el que se enteró de la votación del Comité del Patrimonio Mundial y señaló que lloraron de alegría por el reconocimiento «cuando nos enteramos de esta tan esperada noticia por parte de la UNESCO. Estaba en casa y tenía algunas llamadas. Veo y dice, la UNESCO. Empecé, lloraba. Juntamente, con este reconocimiento, se demuestra que hubo un genocidio y que son 30.000. Y yo estoy segura que Alejandro y los 30.000, desde algún lugar, están compartiendo este momento». Y afirmó que van a seguir resistiendo por la lucha y que «a pesar de los bastones y las sillas de ruedas», siguen de pie.

La nieta restituida Victoria Donda, exmiembro de la Cámara de Diputados de la Nación y extitular del INADI, también habló con ANCCOM. Con lágrimas en los ojos relató la alegría que sentía: «La verdad que para nosotros es una alegría que UNESCO reconozca a la ESMA como Monumento de la Humanidad, como un sitio histórico, es reconocer también el genocidio de Estado».

Un cierre emotivo, con las voces en alto diciendo «30.000 compañeros desaparecidos, presente, ahora y siempre». Se reunieron en la puerta del Museo Sitio de Memoria ESMA, a todos los trabajadores, nietos, abuelas, madres, sobrevivientes, etc., para compartir una foto grupal que quedará en la memoria de este día que marcó un antes y después por la declaración como Patrimonio Mundial de la Humanidad.

 

Hay memoria, falta justicia

Hay memoria, falta justicia

La estación Echeverría de la Línea B del subte ahora también se llama “Mártires Palotinos”, en homenaje a los religiosos asesinados 47 años atrás en la Masacre de San Patricio. Se esperan avances en la causa judicial.

El 4 de julio de 1976 un grupo de tareas de la dictadura cívico militar irrumpió en la Iglesia de San Patricio, en el barrio porteño de Belgrano, y fusiló a los sacerdotes Alfredo Leaden, Alfredo Kelly y Pedro Duffau, y a los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti. En su memoria, este sábado se realizó un acto en el que se renombró a la estación Echeverría de la Línea B del subte, en el vecino barrio de Villa Urquiza, como “Echeverría-Mártires Palotinos”.

La iniciativa fue impulsada por el legislador del Frente de Todos Claudio Ferreño. “Hace casi dos años que venimos trabajando en el proyecto. Tuvo una primera lectura, luego una audiencia pública y después, en mayo último, la sesión definitiva. Hoy podemos decir que los cinco Mártires Palotinos tienen su estación”, expresó Ferreño en diálogo con ANCCOM. Si bien dentro de la parroquia está claramente señalizado y relatado lo que ocurrió aquella madrugada de 1976, el objetivo era hacerlo visible a los miles de personas que cada día transitan la estación del subte, para que sepan lo que pasó y se los recuerde.

El acto tuvo lugar el sábado 24 en el hall de la estación, en Avenida Triunvirato al 4200, y contó con la participación de legisladores, funcionarios, el colectivo Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia, distintos organismos de derechos humanos, familiares de las víctimas, el Movimiento Misionero de Francisco, feligreses de la parroquia y vecinos del barrio. “Esto no es un acto. Es un encuentro con personas que demuestran tener memoria. Esa memoria que hoy tanto quieren hacer desaparecer y no lo van a lograr. Porque no nos han vencido”, afirmó Taty Almeida, referente de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora.

Entre canciones y discursos de reconocimiento a “los cinco”, fueron descubiertas unas placas, bendecidas a su vez por los sacerdotes presentes: una con los nombres de las víctimas, otra con una cruz y sus rostros, y un cuadro explicativo que narra los trágicos hechos y brinda una semblanza de cada una. El nuevo reconocimiento viene a sumarse a los anteriores que ya existen en la zona, como el propio Pasaje Mártires Palotinos, las Baldosas por la Memoria y un mural en la esquina de Echeverría y Mártires Palotinos.

La jornada conmemorativa continuó con una procesión desde la estación del subte hasta la calle Mendoza, de ahí al pasaje Mártires Palotinos al 4100 y finalmente a la Parroquia San Patricio, en la calle Echeverría al 3900. El recorrido, de casi un kilómetro, fue encabezado por el actual párroco de San Patricio, Pablo Bocca, quien entonó cantos y oraciones durante el trayecto. A las 19, puntual, se dio inicio a la misa en memoria de quienes fueron asesinados en ese mismo lugar 47 años antes.

Cabe subrayar que también se está trabajando en el plano judicial para que se avance en la causa penal por la masacre. Ramiro Varela, miembro de Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia, explicó: “En las últimas semanas declararon varios testigos. Yo lo hice esta semana (el martes 19 de septiembre) por alrededor de tres horas. Presenté una carpeta con 326 páginas que incluye documentación de todo lo que hemos investigado a lo largo de los últimos años en relación a la causa. Estamos con la expectativa de que, por fin, podamos alcanzar la verdad y la justicia en relación al asesinato de nuestros cinco mártires”.

La Noche de los Museos tuvo memoria

La Noche de los Museos tuvo memoria

A pocas horas de que fuera proclamado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, el Museo Sitio de la Memoria (exEsma) abrió sus puertas en la Noche de los Museos y en medio de un contexto amenazante que propone el negacionismo. Una crónica de la recorrida por sus pasillos y paredes cargadas de emociones.

El recuerdo de la última dictadura cívico militar cobró vida desde el momento en que se cruzó la puerta de entrada. Se manifestó en cada edificio, en cada uno de los presentes que buscaron conocer la historia de lo que sucedió, suscitó en cada fotografía de las Madres y Abuelas que colgaron en las paredes, en cada testimonio de las víctimas que se proyectaron en la ExEsma, en cada relato en vivo de los sobrevivientes que observaron atentamente al público mientras estos asentían con la cabeza y se emocionaban con sus palabras. Se percibió en los murmullos y miradas atentas durante el recorrido histórico. En la emoción que embargó a algunos visitantes, quienes se vieron obligados a apartarse del bullicio de la multitud, ya que la experiencia de presenciar el lugar donde ocurrieron las atrocidades y las violaciones de derechos humanos más terribles pesaron en el cuerpo y conmovieron profundamente.

 El pasado sábado 23 de septiembre, en una nueva edición de la Noche de los Museos, el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) abrió sus puertas una vez más en una serie de actividades conmemorativas en recuerdo del terrorismo de Estado. 

A las siete de la tarde, cuando el sol ya se había puesto por completo, comenzó el primer recorrido histórico de la noche, donde un enorme grupo de personas se reunió en la entrada alrededor del avión Skyvan utilizado en los Vuelos de la Muerte y recientemente repatriado por el Estado Nacional. Los pasos marcharon, hombres, mujeres y niños caminaron hasta detenerse frente al enorme mapa en miniatura del predio a escuchar la historia de la Escuela Mecánica de la Armada. Miradas atentas recorrieron el edificio mientras el guía contaba que las puertas que se observaban eran de los antiguos salones de clases, pero los presentes susurraban mientras miraban fijamente una escena, las fotos de los 5000 secuestrados que habían pasado por ese lugar una al lado de la otra, mirando de frente, presentes. 

 La fila se hizo larga mientras esperaron para entrar al “Museo Sitio Memoria” recientemente proclamado “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO. Edificio histórico del “Nunca más”, el ex centro clandestino más grande que funcionó por el volumen de víctimas que contuvo, donde solo sobrevivieron 250 de las personas secuestradas. Aquel que guarda tantos recuerdos que hacen carne en la memoria de una sociedad golpeada por la dictadura. Finalmente, la caminata del grupo se emprendió con la misma incertidumbre de aquellos y aquellas secuestrados que caminaron por esos mismos pasillos, arrastrados y con las cabezas cubiertas para que no supieran donde estaban. 

 “Terror es no saber de dónde viene el miedo”, se proyectaba el texto en una de las paredes. En el video de presentación pudo evidenciarse que el verdadero terror lo experimentaron las y los secuestrados, cuando fueron deshumanizados, sometidos a torturas y reducidos a meros números, perdiendo su identidad y sentido del tiempo. Entre los presentes, la emoción se hizo palpable. Las lágrimas afloraron, una madre compartía palabras susurradas al oído de su hijo, las pulsaciones se habían detenido.

El recorrido continuó hasta el sótano donde funcionó la tortura y la enfermería. Donde los largos “interrogatorios” tomaron lugar, y la violencia no conoció límites, donde se ataban a las víctimas desnudas y vendadas a una cama de hierro mientras se les aplicaban descargas eléctricas con la picana, donde se golpeaba con un palo y se violaba, donde se los ahogaba con tachos de agua para que respondieran las preguntas. La luz amarilla y tenue lastimaba los ojos, las paredes se encontraban descascaradas. Pablo, el encargado del recorrido, comentó que en muchas de esas paredes habían encontrado marcas hechas por los secuestrados, que estaban cargadas de ADN y habían servido como prueba material en los Juicios de la CONADEP. Por ese motivo no se podían tocar, ya que debían ser preservadas.

Mientras el respeto se vestía de silencio, los relatos de las víctimas se iban entremezclando y la gente se detenía a escuchar. Lo que parecía un interminable oscuro y helado, como el lugar más recóndito y menos habitado del inconsciente, podía sentirse lo que esas paredes perpetuaban mientras los testimonios verificaban los sentimientos y ponían en palabras las atrocidades que se habían vivido en aquel lugar. Aquellos relatos tan crudos hicieron de las angustias de los presentes diques a las lágrimas. Aquel cuartito donde se hacían oír los relatos, era el que utilizaron los militares para mantener cautivas a las víctimas drogadas que luego serían subidas a los “Vuelos de la Muerte”.

 A las ocho y media, en el Archivo Nacional de la Memoria, Miriam Lewin junto con otros integrantes del colectivo de sobrevivientes de la ESMA charlaron con el público sobre sus historias y sobre los Vuelos de la Muerte. En el relato, Miriam destacó la importancia de preservar estos sitios, no solo como materia probatoria de los juicios y condenas sino como símbolo de lo que no tiene que volver a suceder. “Es emocionante que tanta gente venga a escuchar, a hablar e informarse del tema, me sorprende la cantidad de jóvenes que buscan aprender sobre lo que pasó acá” comentó.  

El relato de los vuelos de la muerte tomó lugar mientras los aviones que regresaban al aeropuerto Jorge Newbery se escuchaban volar sobre el predio. Los presentes prestaban principal atención, los ojos se llenaban de lágrimas y el público que asentía mientras oía el relato de Liliana Pellegrino, una de las mujeres que había estado secuestrada en la ex ESMA. Su testimonio había sido de los más importantes en la condena a los implicados en los vuelos, el mismo contenía recuerdos de otra mujer con la que Liliana había estado, y que había sobrevivido a un vuelo fallido. Lidia Batista, como tantos y tantas otras había sido adormecida por un dardo que contenía “Pento-Naval”, como cínicamente denominaban los militares al pentotal. Sin embargo, la droga no tuvo ningún efecto en ella y a través de la capucha pudo observar lo que sucedía con los secuestrados antes de ser subidos al avión. Previamente a los vuelos los mantenían a todas y todos amontonados, mientras unos dormían, otros vomitaban, balbuceaban o lloraban, otros pedían ayuda pero eran ignorados o golpeados. 

Liliana explicó que luego de esa conversación que había tenido con ella, Lidia pensaba que la iban a dejar en libertad, pero nunca más la volvió a ver. “Es importante estar hablando de esto, los testimonios sirven para llegar por los que ya no están”, concluyó. 

“Nuestro compromiso como sociedad es denunciar, juzgar y condenar el terrorismo de Estado, para que estas cosas que pasaron no pasen nunca más”, dijo Lewin al finalizar su relato. Comentó que la Argentina es como una luz en el marco de las oscuridades en materia de DDHH, por eso es tan importante hablar del tema, informarse, no negar lo que pasó, y preservar lugares históricos como el Museo Sitio Memoria. En lugar de abogar por su cierre es fundamental reconocer el valor histórico que posee el edificio y protegerlo; no declarar que “la ESMA es el museo de la desmemoria” como planteó Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta de Milei. 

Pasadas las nueve y media en la Casa por la Identidad se desplegó la muestra de los Pañuelos Intervenidos por distintos artistas de diferentes generaciones. Cada pañuelo contaba una historia y al unirse daba forma a un pañuelo más grande. La muestra significó la representación simbólica de la lucha de Madres, Abuelas y Familiares, donde cada pañuelo mostraba una identidad distinta pero conformaba un todo: un objetivo común.

Finalmente, en el edificio Cuatro Columnas, mientras adentro se exponían fotos representativas de la lucha de madres y abuelas, en la entrada se encontraba el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que testeó y brindó información sobre su trabajo. Carlos Rojas Surraco, de la Unidad de Casos, compartió cómo surgió el equipo en un momento en el que las personas todavía tenían mucho miedo de involucrarse y resaltó la importancia de trabajar no solo para la justicia sino por y para los familiares. “Nuestra labor es poder devolverles la verdad a través de nuestro trabajo y que a la vez esa familia tenga justicia por la desaparición de sus seres queridos”, repuso. 

Cuando se trata de acontecimientos tan desoladores y terroríficos como los que sucedieron en la última dictadura cívico militar, la incógnita de no saber qué pasó queda como una herida abierta durante mucho tiempo. “Poder devolverles los restos de sus familiares y seres queridos es cerrar un poco esa herida, y empezar a transitar otro camino”, concluyó Carlos. 

“Poder completar un rompecabezas al que le faltaban piezas”, decía la transmisión en la pantalla del EAAF. Carlos se refería a la importancia de ponerle un nombre a una incógnita, una identidad a un número. Como plantearon los sobrevivientes de la ESMA, la importancia de dar cuenta de los crímenes cometidos sin importar lo terroríficos que sean, ponerlos en palabras, en relatos y no negar la verdad de lo que sucedió. Como mencionó Carlos, la verdad toma otra trascendencia cuando se abre paso a otro camino, el de obtener justicia.