Por Sol Fernández Salinas
Fotografía: Valentina Gomez

A pocas horas de que fuera proclamado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, el Museo Sitio de la Memoria (exEsma) abrió sus puertas en la Noche de los Museos y en medio de un contexto amenazante que propone el negacionismo. Una crónica de la recorrida por sus pasillos y paredes cargadas de emociones.

El recuerdo de la última dictadura cívico militar cobró vida desde el momento en que se cruzó la puerta de entrada. Se manifestó en cada edificio, en cada uno de los presentes que buscaron conocer la historia de lo que sucedió, suscitó en cada fotografía de las Madres y Abuelas que colgaron en las paredes, en cada testimonio de las víctimas que se proyectaron en la ExEsma, en cada relato en vivo de los sobrevivientes que observaron atentamente al público mientras estos asentían con la cabeza y se emocionaban con sus palabras. Se percibió en los murmullos y miradas atentas durante el recorrido histórico. En la emoción que embargó a algunos visitantes, quienes se vieron obligados a apartarse del bullicio de la multitud, ya que la experiencia de presenciar el lugar donde ocurrieron las atrocidades y las violaciones de derechos humanos más terribles pesaron en el cuerpo y conmovieron profundamente.

 El pasado sábado 23 de septiembre, en una nueva edición de la Noche de los Museos, el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) abrió sus puertas una vez más en una serie de actividades conmemorativas en recuerdo del terrorismo de Estado. 

A las siete de la tarde, cuando el sol ya se había puesto por completo, comenzó el primer recorrido histórico de la noche, donde un enorme grupo de personas se reunió en la entrada alrededor del avión Skyvan utilizado en los Vuelos de la Muerte y recientemente repatriado por el Estado Nacional. Los pasos marcharon, hombres, mujeres y niños caminaron hasta detenerse frente al enorme mapa en miniatura del predio a escuchar la historia de la Escuela Mecánica de la Armada. Miradas atentas recorrieron el edificio mientras el guía contaba que las puertas que se observaban eran de los antiguos salones de clases, pero los presentes susurraban mientras miraban fijamente una escena, las fotos de los 5000 secuestrados que habían pasado por ese lugar una al lado de la otra, mirando de frente, presentes. 

 La fila se hizo larga mientras esperaron para entrar al “Museo Sitio Memoria” recientemente proclamado “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO. Edificio histórico del “Nunca más”, el ex centro clandestino más grande que funcionó por el volumen de víctimas que contuvo, donde solo sobrevivieron 250 de las personas secuestradas. Aquel que guarda tantos recuerdos que hacen carne en la memoria de una sociedad golpeada por la dictadura. Finalmente, la caminata del grupo se emprendió con la misma incertidumbre de aquellos y aquellas secuestrados que caminaron por esos mismos pasillos, arrastrados y con las cabezas cubiertas para que no supieran donde estaban. 

 “Terror es no saber de dónde viene el miedo”, se proyectaba el texto en una de las paredes. En el video de presentación pudo evidenciarse que el verdadero terror lo experimentaron las y los secuestrados, cuando fueron deshumanizados, sometidos a torturas y reducidos a meros números, perdiendo su identidad y sentido del tiempo. Entre los presentes, la emoción se hizo palpable. Las lágrimas afloraron, una madre compartía palabras susurradas al oído de su hijo, las pulsaciones se habían detenido.

El recorrido continuó hasta el sótano donde funcionó la tortura y la enfermería. Donde los largos “interrogatorios” tomaron lugar, y la violencia no conoció límites, donde se ataban a las víctimas desnudas y vendadas a una cama de hierro mientras se les aplicaban descargas eléctricas con la picana, donde se golpeaba con un palo y se violaba, donde se los ahogaba con tachos de agua para que respondieran las preguntas. La luz amarilla y tenue lastimaba los ojos, las paredes se encontraban descascaradas. Pablo, el encargado del recorrido, comentó que en muchas de esas paredes habían encontrado marcas hechas por los secuestrados, que estaban cargadas de ADN y habían servido como prueba material en los Juicios de la CONADEP. Por ese motivo no se podían tocar, ya que debían ser preservadas.

Mientras el respeto se vestía de silencio, los relatos de las víctimas se iban entremezclando y la gente se detenía a escuchar. Lo que parecía un interminable oscuro y helado, como el lugar más recóndito y menos habitado del inconsciente, podía sentirse lo que esas paredes perpetuaban mientras los testimonios verificaban los sentimientos y ponían en palabras las atrocidades que se habían vivido en aquel lugar. Aquellos relatos tan crudos hicieron de las angustias de los presentes diques a las lágrimas. Aquel cuartito donde se hacían oír los relatos, era el que utilizaron los militares para mantener cautivas a las víctimas drogadas que luego serían subidas a los “Vuelos de la Muerte”.

 A las ocho y media, en el Archivo Nacional de la Memoria, Miriam Lewin junto con otros integrantes del colectivo de sobrevivientes de la ESMA charlaron con el público sobre sus historias y sobre los Vuelos de la Muerte. En el relato, Miriam destacó la importancia de preservar estos sitios, no solo como materia probatoria de los juicios y condenas sino como símbolo de lo que no tiene que volver a suceder. “Es emocionante que tanta gente venga a escuchar, a hablar e informarse del tema, me sorprende la cantidad de jóvenes que buscan aprender sobre lo que pasó acá” comentó.  

El relato de los vuelos de la muerte tomó lugar mientras los aviones que regresaban al aeropuerto Jorge Newbery se escuchaban volar sobre el predio. Los presentes prestaban principal atención, los ojos se llenaban de lágrimas y el público que asentía mientras oía el relato de Liliana Pellegrino, una de las mujeres que había estado secuestrada en la ex ESMA. Su testimonio había sido de los más importantes en la condena a los implicados en los vuelos, el mismo contenía recuerdos de otra mujer con la que Liliana había estado, y que había sobrevivido a un vuelo fallido. Lidia Batista, como tantos y tantas otras había sido adormecida por un dardo que contenía “Pento-Naval”, como cínicamente denominaban los militares al pentotal. Sin embargo, la droga no tuvo ningún efecto en ella y a través de la capucha pudo observar lo que sucedía con los secuestrados antes de ser subidos al avión. Previamente a los vuelos los mantenían a todas y todos amontonados, mientras unos dormían, otros vomitaban, balbuceaban o lloraban, otros pedían ayuda pero eran ignorados o golpeados. 

Liliana explicó que luego de esa conversación que había tenido con ella, Lidia pensaba que la iban a dejar en libertad, pero nunca más la volvió a ver. “Es importante estar hablando de esto, los testimonios sirven para llegar por los que ya no están”, concluyó. 

“Nuestro compromiso como sociedad es denunciar, juzgar y condenar el terrorismo de Estado, para que estas cosas que pasaron no pasen nunca más”, dijo Lewin al finalizar su relato. Comentó que la Argentina es como una luz en el marco de las oscuridades en materia de DDHH, por eso es tan importante hablar del tema, informarse, no negar lo que pasó, y preservar lugares históricos como el Museo Sitio Memoria. En lugar de abogar por su cierre es fundamental reconocer el valor histórico que posee el edificio y protegerlo; no declarar que “la ESMA es el museo de la desmemoria” como planteó Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta de Milei. 

Pasadas las nueve y media en la Casa por la Identidad se desplegó la muestra de los Pañuelos Intervenidos por distintos artistas de diferentes generaciones. Cada pañuelo contaba una historia y al unirse daba forma a un pañuelo más grande. La muestra significó la representación simbólica de la lucha de Madres, Abuelas y Familiares, donde cada pañuelo mostraba una identidad distinta pero conformaba un todo: un objetivo común.

Finalmente, en el edificio Cuatro Columnas, mientras adentro se exponían fotos representativas de la lucha de madres y abuelas, en la entrada se encontraba el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que testeó y brindó información sobre su trabajo. Carlos Rojas Surraco, de la Unidad de Casos, compartió cómo surgió el equipo en un momento en el que las personas todavía tenían mucho miedo de involucrarse y resaltó la importancia de trabajar no solo para la justicia sino por y para los familiares. “Nuestra labor es poder devolverles la verdad a través de nuestro trabajo y que a la vez esa familia tenga justicia por la desaparición de sus seres queridos”, repuso. 

Cuando se trata de acontecimientos tan desoladores y terroríficos como los que sucedieron en la última dictadura cívico militar, la incógnita de no saber qué pasó queda como una herida abierta durante mucho tiempo. “Poder devolverles los restos de sus familiares y seres queridos es cerrar un poco esa herida, y empezar a transitar otro camino”, concluyó Carlos. 

“Poder completar un rompecabezas al que le faltaban piezas”, decía la transmisión en la pantalla del EAAF. Carlos se refería a la importancia de ponerle un nombre a una incógnita, una identidad a un número. Como plantearon los sobrevivientes de la ESMA, la importancia de dar cuenta de los crímenes cometidos sin importar lo terroríficos que sean, ponerlos en palabras, en relatos y no negar la verdad de lo que sucedió. Como mencionó Carlos, la verdad toma otra trascendencia cuando se abre paso a otro camino, el de obtener justicia.