Los trabajadores en su sopa

Los trabajadores en su sopa

Ubicada en Berazategui, Provincia de Buenos Aires, la fábrica de caldos deshidratados, sopas instantáneas y salsas Safra fue recuperada por sus trabajadores y trabajadoras en 2010. Desde entonces continúa produciendo y piensa ampliarse a la fabricación de snacks.

La Cooperativa de Trabajo Safra, ubicada en Berazategui, surgió en el 2010 tras la quiebra de la antigua empresa Aachen. Dedicada a la producción de caldos deshidratados, sopas instantáneas y salsas, los 25 asociados trabajan en equipo para sacar adelante la cooperativa.  

Corría el año 2009 cuando los trabajadores y trabajadoras se encontraron con una difícil situación: el cierre de su espacio de trabajo. Graciela Avalos, presidenta de la Cooperativa, cuenta que, tras el fallecimiento del dueño, a sus hijas no les interesó continuar con el negocio familiar y llevaron la empresa a la quiebra: “Poco a poco dejaron de venir, y ni siquiera hizo falta tomarla”. Frente a lo ocurrido, el dilema que se les presentó a los empleados fue elegir entre conseguir un nuevo trabajo u organizarse y tomar el control del lugar. Finalmente, recuperaron la fábrica y comenzó a funcionar la Cooperativa de Trabajo Safra. 

Avalos relata cómo fueron esos primeros momentos y las dificultades que tuvieron que atravesar, principalmente a la hora de organizarse para evitar que las instalaciones fueran ocupadas. Sin ningún tipo de experiencia, más allá de la que tenían por haber pasado por la producción, lograron sobreponerse a la situación. Debido a que el dueño anterior había estafado tanto a los empleados como a los proveedores y clientes, a muchos de estos últimos les costó volver a confiar en la empresa y establecer nuevamente los vínculos. “Costó mucho levantarlo, sacrificio, ganas, llanto”, señala. 

La cooperativa está conformada en su mayoría por mujeres, ya que la habilidad y agilidad a la hora de hacer el trabajo manual resulta fundamental para una buena producción. La presidenta recuerda que cuando eran empleadas en relación de dependencia no tenían obra social, y muchas mujeres fueron despedidas por pedir licencia de embarazo. En la actualidad, los derechos laborales de los asociados se respetan: “Las cosas las estamos haciendo bien, tratamos en lo posible de encajar en el sistema”, agrega. 

 Todo se consulta entre los asociados, la Cooperativa se organiza en torno a una Comisión Directiva integrada por Graciela Avalos, Ángel Mansilla, Christian Mansilla, Rosa Correa y Stella Maris González, quienes son los encargados de la toma de decisiones. Las ganancias obtenidas por las ventas de productos se reparten equitativamente, de manera que todos los trabajadores, integrantes y socios perciben el mismo salario. 

Sin embargo, un miedo se hace presente: la creencia de que una cooperativa no es responsable, las dudas sobre su inestabilidad, y prejuicios sobre su organización. “A veces por ser cooperativa prueban el producto, les gusta, pero no te compran”, señala Avalos y agrega: “No deja de ser una empresa, pero manejada por sus empleados. La diferencia también es que cuando viene la época difícil, no pensamos en echar a nadie: acá nos salvamos todos, o nos fundimos todos”.

Ese sentimiento se comparte entre las cooperativas. Safra está asociada a Empresas Recuperadas, dependiente del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), que favorece la conexión entre ellas. Sus principales proveedores de materias primas, insumos y de diseño, son emprendedores, pequeñas empresas o cooperativas para ayudarse mutuamente. 

El apoyo del Estado para Safra es esencial, que les llega principalmente a través de los subsidios o préstamos para la compra de maquinarias, otorgados por el INAES, la Federación de Cooperativas de Trabajo de la República Argentina (FECOOTRA), o el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Aunque fue un subsidio otorgado por España e Italia el que, en 2010, les sirvió de impulso para retomar la producción. “Hay muchas personas que creen que por ser cooperativa nos regalan todo, pero pagamos tasas, luz, gas. Lo único que no nos cobran es el impuesto a las ganancias. Acá casi nos sacaron porque no se pagaban los impuestos, y nos tuvimos que meter en un préstamo para poder pagar una deuda de años”, comenta Avalos. 

Mientras los trabajadores están atentos a sus tareas, el ruido de las máquinas en funcionamiento completa la escena. La modalidad de trabajo es principalmente por pedido, y la materia prima para producir tanto caldos como sopas es la misma, por lo que no pueden permitirse producir algo sin tener la certeza de que saldrá al mercado inmediatamente, aunque cuentan con un stock como reserva.

La época del año donde más trabajo tienen está llegando a su fin. Los caldos y las sopas instantáneas no son tan compatibles con las altas temperaturas del verano, y es el momento cuando comienzan las dificultades debido a la poca producción y venta. Sin embargo, la presidenta señala que uno de los objetivos a largo plazo es producir y comercializar snacks, de esa manera el transcurso de la primavera y verano no sería tan complicado. Al respecto, señala que ya cuentan con algunas máquinas para comenzar con la producción, aunque todavía les falta adentrarse en este nuevo rubro. Por otro lado, asegura que los “productos son de óptima calidad, lo que nos falta es la propaganda”.  

Entre las problemáticas actuales, se destaca un litigio judicial en el que se le reclama a la Cooperativa el cese del uso de las marcas Caldiet y Safra. Esto se debe a que los antiguos dueños están peleando por recuperarlas y, pese a que desde la Cooperativa señalan que continuaron trabajando y manteniendo las marcas y la empresa, los demandantes sostienen que les pertenecen. Aunque la transición no será fácil, están en busca de un nuevo nombre que les permita desligarse de este conflicto y lanzar nuevos productos al mercado. 

Uno de los pedidos al gobierno provincial es que se adquiera el lugar en el que actualmente funciona la Cooperativa, y por el que se le abona un canon mensual por alquiler al síndico judicial para mantenerse allí. “Tenemos derecho a estar acá porque ellos nos han estafado, no nos pagaron sueldos, nos sacaron la obra social. Antes trabajaban 80 personas, había tres turnos, y no paraban nunca las máquinas. Si nosotros tuviéramos la oportunidad, podríamos ofrecer mucho trabajo”, sostiene Avalos.

Con vistas al futuro, Safra se propone mantener el trabajo y lograr una capacidad productiva que les permita abastecer a grandes clientes. Esto va de la mano del reconocimiento de la empresa para estar a la altura de la competencia, pero sobre todo para que sus productos estén en las góndolas y el consumidor tenga la oportunidad de comprarlos. “Costó 12 años levantarnos y hay que mantenerse, porque la caída puede ser en un segundo”, reflexiona Avalos, y agrega: “son las ganas y el orgullo de hacer las cosas bien”. 

 

Cuando la comunicación es cooperativa

Cuando la comunicación es cooperativa

El periodista y docente Washington Uranga integra la cooperativa de comunicación Huvaiti, que brinda servicios a organizaciones de la economía popular. ¿Por qué hace falta comunicar profesionalmente en esos sectores? Las tensiones entre el trabajo y la militancia.

“Huvaiti es un proyecto integrado por personas preocupadas por las cuestiones sociales, la política, la comunicación y los derechos humanos, que decidieron organizarse con la convicción de la importancia del trabajo asociado y con el propósito de generar alternativas y propuestas para la comunidad, desde una perspectiva integral de derechos e intentando contribuir a la mejor calidad de vida”, dice la carta de presentación de la Cooperativa de Trabajo para la Comunicación y el Desarrollo de la Economía Social y la Cultura Popular, Huvaiti. En criollo, una cooperativa que lo que  produce son servicios de comunicación para la comunidad inserta en la economía popular.

En un pequeño local de la calle Moreno, ubicado en el barrio porteño de Monserrat, está el almacén de “Alimentos Cooperativos”, que funciona como sede de encuentro para las y los trabajadores de la Cooperativa Huvaiti. Pero, ¿quiénes son las trabajadoras y trabajadores de Huvaiti?

“Somos un grupo de amigos -dijo Washington Uranga, presidente de la Cooperativa-. Nos encontramos algunos en la facultad, otros en la militancia, pero todos en la búsqueda de una propuesta de comunicación en la que nosotros y nosotras nos sintamos contentos y felices.Esto es algo que ni el mercado ni el Estado nos estaban ofreciendo. Te ofrecen trabajos profesionales que no terminan de satisfacer lo que nosotros tenemos en la cabeza y en el corazón respecto de lo que es la comunicación. De alguna manera lo que hicimos fue comenzar a fabricar una propuesta que nos representara. En principio hicimos cosas juntos y juntas y después decidimos de alguna manera institucionalizarlo. Pensamos diferentes formas organizativas y finalmente llegamos a la conclusión de que esto era una cooperativa de trabajo, porque lo que sumamos es eso, nuestro laburo. Después empezamos a imaginar proyectos. Imaginar proyectos significa poder aportar de la comunicación a un modelo de sociedad, a una propuesta política en términos amplios. Cuando digo una propuesta política intento que no se confunda estrictamente con una propuesta política partidaria, aunque todos tengamos posiciones partidarias. Pero una propuesta política tiene que ver con la vigencia plena de derechos, que me parece que es lo más político de todo. Construir espacios y sociedades donde la vigencia de derechos sea plena. Y pensar, nosotros comunicadores y comunicadoras, ¿qué hacemos desde ahí? ¿Cómo lo hacemos desde ahí?

Una pregunta bastante angustiante

Sí, y también ¿cómo lo hacemos en estas condiciones? Esa es una pregunta que te parte. Todos tenemos que vivir de algo, necesitamos generar ingresos. Normalmente estos espacios se convierten en espacios de militancia y la militancia no es rentada, por lo menos no la nuestra. En algún momento el proyecto Huvaiti tiene que caminar para que nosotras y nosotros podamos vivir de esto. Ni mañana, ni pasado probablemente. Pero sobre todo los y las más jóvenes, que mañana puedan hacer de esto un proyecto en el que puedan hacer confluir el sentido de su vida, la militancia y la profesión.

 Se piensa como dicotómicos y antagónicos el fin de lucro y la militancia. ¿Y para quién termina siendo accesible entonces la militancia? 

Exactamente, entonces nosotros y nosotras tuvimos que buscar ahí un modelo de gestión. Es decir, que la cooperativa tenga un desarrollo complejo que nos permita por un lado generar ingresos, pero al mismo tiempo, que esos ingresos sirvan para solventar por lo menos el trabajo de algunos y algunas, y que además podamos dedicar parte de estos a hacer prestaciones que sean gratuitas o casi gratuitas. Por ejemplo, Walter Isaias y Manual Barrientos están trabajando en un proyecto , para nosotros muy importante, con la Radio La Colifata. Para nosotros dentro del proyecto de Huvaiti es muy importante, estamos haciendo ahí un desarrollo que tiene que ver con las personas, pero también trabajando en una marca colectiva para La Colifata.

 ¿Cómo una marca?

Claro, ellos están comenzando a producir productos de la economía social. ¿Cómo se reconoce eso? Bueno, con una marca que se llame La Colifata. Pero eso también necesita estrategia de comunicación. Entonces, ¿es un proyecto de promoción humana? Sí. ¿Es un proyecto de derechos humanos? Sí. ¿Es un proyecto comercial? También. Y es un proyecto comunicacional. Huvaiti intenta ser un proyecto complejo de comunicación. Está Huvaiti la editorial, generamos estrategias de comunicación, desarrollamos la plataforma de comercialización de productos de la economía popular, ESAP se llama, y trabajamos un programa de radio que se llama “Mundo Hormiga”, que se produce una vez por semana y se distribuye por cuarenta y tantas emisoras comunitarias de todo el país. Entonces tenés una serie de cosas. Huvaiti es todo eso. Y todo eso con distintas miradas. 

 ¿De dónde sale Huvaiti ediciones?

 Decidimos abrir Huvaiti ediciones porque nosotros queremos debatir en el mundo de la política y en el mundo de la academia poniendo temas a circular. Queremos producir eso, temas para discutir.

 ¿Producir sentido?

Exactamente. Pero eso necesita sustentarse. Los libros los vendemos baratos porque tenemos que venderlos. Aunque consigamos algunos subsidios que nos permiten producir los libros, hay que seguir produciendo. Por ejemplo, acabamos de producir un libro que no se va a imprimir porque tiene 380 páginas y es imposible imprimir por el costo. Pero este habla de nuestra vocación latinoamericana, es un libro en alianza con la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC). Eso es gratis, gratis en el sentido que nosotros no cobramos nada, pero nos parece importante meter en nuestra colección también un libro de sentido latinoamericano. Entre otras cosas porque creemos profundamente que solo no se salva nadie y en que nosotros tenemos que pensar latinoamericanamente. 

Presentación del libro «Por una construcción colectiva. Comunicación para la organización y la economía comunitaria».

Es el proceso de ir balanceando esta estructura de la cual pueden depender económicamente y al mismo tiempo ir construyendo el sentido y el posicionamiento en el que creen

Claro, de la misma manera es nuestra alianza con Alimentos Cooperativos. Este tiene dos sentidos. El primero tiene que ver con nuestro compromiso con la economía social y la agricultura familiar. Y, en segunda instancia, tenemos un diagnóstico que nos dice que en general los compañeros y las compañeras de la economía social y la agricultura familiar no tienen  trabajo comunicacional, no tienen estrategia de comunicación que visibilicen su existencia y la de sus productos. Entonces dijimos: “Bueno, nosotros vamos a aportar ahí”. Pero hay que estar dentro de ese proceso, porque si estás afuera no se puede hacer. Entonces decidimos generar esta alianza con alimentos cooperativos para poner un almacén. Algunos amigos se ríen porque dicen: “Ustedes, académicos, terminaron de almaceneros”. Pero que el almacén sea de alguna prueba piloto de cómo se puede montar un almacén que te de visibilidad, en el que puedas incorporar sentidos, y que pongas a discutir otras cosas. Que además le podamos decir a otros y otras de la economía social “mirá, esto se puede hacer así y podemos hacerlo juntos y juntas y corrijamos entre todos y todas”. 

También eso te pone en la agenda en la cual vos queres participar en otras conversaciones, en otros momentos y experiencias. La combinación ciencia-territorio acá es muy interesante y ser comunicadores almaceneros es un poco también eso.

No se me había ocurrido, pero está bueno. De hecho, a nosotros nos fue llevando a otras cosas. Nosotros, como Huvaiti, estamos haciendo las redes de Alimentos Cooperativos, hacemos las redes de la Federación de Cooperativas Rurales de la Rioja y estamos conversando la posibilidad de hacer la comunicación de otras cooperativas o redes de cooperativas. 

Es parte un poco de pensar la comunicación como producto, ¿no?

Pensar la comunicación como producto y como proceso, la relación comunicación-territorio. Yo me apoyo mucho para pensar en el territorio en De Certeau. Él te dice “movilidad transitando”. El territorio no es un mapa, es básicamente relaciones, vincularidades. 

Lo hablaban en la presentación del último libro Por una construcción colectiva: pensar la comunicación como un producto más de la economía social, solidaria, popular y comunitaria.

Sí, esto es una tensión a veces, porque los compañeros no tienen en cuenta que esto tiene costo y que esto es nuestro trabajo. Y a veces debatís eso y les decís: “¿Sabes que yo laburo de esto?” Y te contestan: “Por qué no me tirás unas cuantas ideas de cómo hacer esto”. Sí, compa, yo te tiro un par de ideas, pero nosotros estamos laburando, así como vos producís las aceitunas yo genero productos comunicacionales, entonces por qué tus aceitunas valen y mis productos de comunicación no. Yo sé que es intangible y puede ser difícil de entender, pero es una discusión que hay que dar porque los compañeros y las compañeras no lo tienen en claro. Te dicen: “Vos que sabes hacer de esto…” Sí y a mí me gusta comer queso, y los quesos me los vendés. Nosotros nos planteamos como grupo, como cooperativa de interlocutores en lo comunicacional y en lo político. Yo trabajé y aspiro a seguir trabajando con el movimiento sindical, porque también soy de los convencidos, y los compañeros también, de que el movimiento sindical necesita mucho de la comunicación, tienen miradas muy estereotipadas.

¿En qué sentido?

Hay formatos que perdieron vigencia. El formato del puño cerrado en blanco y negro pudo haber tenido mucho valor en algun momento, y no digo que ahora no tenga nada de valor, pero hay que encontrar otra forma de comunicar el mundo sindical que además ahora está muy estereotipado. Vos tenés que luchar contra determinados sentidos construidos, sentidos que dicen que los dirigentes y las dirigentas sindicales son esto o lo otro. Y no, son muchas más cosas. Y eso es lo que no se ve, el sistema corporativo de medios transmite otra cosa, y eso es lo que hay que discutir. Pero a los primeros y primeras que hay que convencer de eso es a los compañeros y a las compañeras. Ellos son otros de los que te dicen: “¿No venís a darme una mano con un plenario? A explicar un poquito lo de la comunicación? Y sabés que yo laburo de esto. “¿Pero qué te cuesta?” Y sí me cuesta loco.

Claro, hay toda una trayectoria hecha

Y ni siquiera es por la trayectoria, es poner el cuerpo, y si yo estoy poniendo el cuerpo estoy laburando. Si vos le reconocés a tanta otra gente el laburo, ¿por qué no a nosotros? ¿por qué a un abogado le pagás y a nosotros no?

Los periodistas Jorge Vilas y Gisselle Teper, el vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA Diego de Charras, y los miembros de Huvaiti, Whasington Uranga y Clarisa Veiga en la presentación del libro realizada en Almacén.

En la presentación y en el libro vos hablás del pensar latinoamericano y la democracia. 

Sí, por mi historia en general yo estoy muy atravesado por América Latina, cuando a mi me preguntan ciudadanía, yo digo latinoamericano. Soy de los convencidos de que este continente es indisociable. Nosotros no podemos dejar de pensarnos como unidad latinoamericana, y nuestro futuro depende de que nosotros y nosotras seamos capaces de pensarnos así. Y esto hay que construirlo y muy particularmente hay que construirlo desde Argentina. Y la otra, para mí la democracia tiene sentido en cuanto significa restitución y vigencia de derechos, sino es una farsa. Incluso puede llegar a ser una farsa participativa si no sirve efectivamente para mejorar la calidad de vida. Yo rescato mucho la cosmovisión andina del Buen Vivir o el Vivir Bien. Como dicen los colombianos ahora, a Vivir la Buena Vida, que no es vivir de joda, es la buena vida, es calidad de vida, felicidad, sentirse feliz con lo que hacemos. La democracia tiene que estar ligada a eso. Si no está ligado a eso es como una lucha sin sentido, como una carga permanente, y no puede ser una carga. Nosotros necesitamos construirnos con alegría, con satisfacción de lo que hacemos. Lo que intento decir cuando escribo es ese tipo de cosas. ¿Para qué comunicás? o ¿comunicar en qué sentido? Comunicar con sentido latinoamericano, comunicar con Buen Vivir. Porque si no, ¿la  democracia qué es? ¿Un voto? ¿Ir a votar? Es como demasiado poco. 

 El libro juega mucho con cuestiones más abstractas, más ensayísticas, pero también te encontrás con un un cuadro concreto de estrategias de comunicación en el medio. Esto también deja ver que se ponen en juego cuestiones materiales al hacer comunicacional, como por ejemplo que tus amigos te pidan que des un plenario gratis o que te pidan consejos de cómo gestionar un proyecto. 

¿Eso sabes por qué? Porque eso surge de nuestra propia práctica. Vos mirás y analizás lo que escribe Clarisa (Veiga), por ejemplo: lo que está haciendo es poniendo sobre la mesa su propia experiencia con Abuelas de Plaza de Mayo. En la que tuvo que traducir una cantidad de cuestiones que tienen que ver con salir de una idea, para traducirla en una propuesta que haga sentido en una sociedad donde muchas veces domina otra. Entonces, muchas veces eso significa producto, metodología, proceso. El texto de Manuel Barrrientos tiene un montón de cosas que son también estratégicas. Porque también eso lo tenemos que discutir, porque sino terminamos todos y todas haciendo Marketing Comunicacional. Yo ni siquiera estoy en contra del marketing, pero hay formas del marketing que no me cierran. Pero necesitamos construir metodologías.

 Decías en un momento ¨popularizar la comunicación corporativa”.

Si, va por ese lado. Encontrar que la comunicación popular tenga también un costado que responda a la sociedad de mercado en la que vivimos. Hay que poder responder a eso y hay que poder hacerlo desde nuestro lugar. No simplemente para acoplarnos o sumarnos, sino que para responder desde otro lugar. Fácil no es. Pero bueno hay que hacerlo. 

 ¿Pudiste trabajar un poco el sentido o desarmar un poco las ideas con respecto al intento de magnicidio de Cristina?

Los intercambios con los y las compañeras, con los y las colegas, son desazón, incertidumbre y angustia. Tiene que ver con la dificultad de construir escenarios de futuro. Me parece que lo más tensionante es eso. Pero, además, la dificultad de construirnos como sociedad en la diferencia. Si uno no piensa que las sociedades se construyen a partir de la diferencia, es muy difícil imaginar el futuro. Porque sería de alguna manera muy totalitario, todos y todas tienen que pensar igual. Y, además, porque el enriquecimiento en la sociedad se da en el principio de alteridad, el otro y la otra me enriquece desde su diferencia. Sería muy aburrido si todos seríamos iguales.

 ¿Seríamos algo si todos fuésemos iguales?

Por eso. Entonces no admitir la diferencia y además cargarle a eso violencia física, es de alguna manera un sentido de destrucción de lo social. Pero más allá del hecho particular,que es gravísimo y detestable, lo que hay es el contexto que genera eso. Y más allá de que algunos y algunas colegas están tratando de decir “ay nos están poniendo a nosotros como culpables”, es verdad que el sistema de medios cargó de sentidos a través de determinadas personas que habilitaron ese acto violento. No quiero decir que le hayan puesto la pistola en la mano ni mucho menos, pero sí creo que esa persona se sintió habilitada por un contexto, y eso es grave. Y por otra parte, creo que están faltando decisiones políticas para ponerle límite a eso. Porque esos discursos de odio están violando los derechos de todos nosotros.

 Vos hablabas de la comunicación y la democracia como restitución y vigencia de derechos, y en todo esto ¿qué es esta comunicación?

Yo diría también que la comunicación es un espacio de disputa simbólica por el poder. Es un espacio de lucha simbólica y está claro que quienes actúan como lo están haciendo, falseando, mintiendo, agrediendo, están dando una disputa simbólica y nosotros no nos podemos quedar callados y calladas. Pero para eso necesitamos también construir metodología, para eso también necesitamos valernos de herramientas. Y la otra es ¿cómo convertimos esto, que es una tragedia, en un hecho positivo que construya? Yo soy de los que piensa que esto necesita movilización social. Que no hay otra forma. Si no hay respuestas institucionales tiene que haber movilización social. Tiene que haber calle. 

 La construcción social es un alivio a la angustia

Si pero depende, yo soy muy prospectivista en esto.

 ¿En qué sentido?

Es una mirada que te permite construir sobre la base de escenarios futuros. Nosotros no podemos construir escenarios futuros que nos sirvan como horizonte. Y digo escenarios en plural, porque no es un escenario, pueden ser muchos. Pero necesito construirlos, si no tengo eso no camino. Y para poder construirlo necesito organización. No es lo mismo pero es esa idea que le atribuyen a Galeano, pero no es de Galeano, es de Fernando Birri, que habla sobre la utopía y dice: “¿Para qué sirve la utopía? Y bueno, para seguir caminando”. La idea de los prospectivistas es así: construir escenarios de futuro pero para poder actuar en el presente. 

 ¿Por qué el nombre Huvaiti? ¿Por qué “camino hacia el encuentro”?

Porque de alguna manera nos representa así, nos representa la idea de camino, la idea del encuentro. Es eso. No hay nada terminado, estamos caminando. Y el encuentro es eso, es comunicación, es diálogo, es construcción colectiva, es todo eso. 

Amasando el futuro

Amasando el futuro

Ubicada en el barrio de Villa Martelli, la fábrica de tostadas Maxim fue recuperada por sus trabajadores en 2010. Desde entonces continúan produciendo pan tostado. ¿Cómo se organizan para mantener la cooperativa en funcionamiento?

El aroma a pan recién horneado y tostado se hace presente en Villa Martelli, donde se encuentra Maxim, fábrica recuperada por las y los trabajadores, que produce panificados y comercializa sus productos bajo la marca Unitostas.

La cooperativa autaogestionada se formó en el 2010 cuando 15 trabajadoras y trabajadores se unieron para continuar con el trabajo que venían realizando en la fábrica. A fines de ese año tomaron la planta. Meses antes del quiebre fue un proceso de suspensiones de un día, después una semana o quince días, en donde los salarios no eran pagados, las condiciones laborales no se cumplían y quien denunció la quiebra fue la obra social a la cual no le estaban realizando aportes.  “Nos pagaban cien pesos por día. Después de una jornada para la otra cerrábamos porque no había insumos”, cuenta Catalina “Caty” Geréz, quien está desde 2007 y acompañó el proceso de recuperación de la fábrica. 

Los vecinos de Villa Martelli, al ver que estaban sacando la maquinaria de la fábrica, alertaron a Pedro Amado, quien avisó a sus compañeros y juntos se encaminaron para buscar sus pertenencias y decidieron no salir más del lugar. “Entramos en 2011, habremos estado de cuatro a seis meses, pasamos hambre. De las 15 compañeras que éramos, quedamos seis. Nos quedábamos a dormir, nos turnábamos para ir a nuestras casas”, cuenta Amado, presidente de la cooperativa y encargado de los sectores de panadería y administración. 

La cooperativa se formó en 2010, pero obtener la matrícula les demoró dos años. Recién en 2012 se convirtió formalmente en la Cooperativa de trabajo Maxim.

Arrancaron el emprendimiento desde cero. “Tuvimos ayuda desde el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) en primer lugar, a través de ellos conocimos al Ministerio de Desarrollo Social, del que obtuvimos el subsidio de “Manos a la obra” para insumos y arreglos de maquinaria, porque de las líneas de tostadoras solo había cuatro o cinco que funcionaban”, cuenta Pedro mientras recorre la fábrica. 

Si bien trataron de recuperar el nombre original de las tostadas no pudieron por lo que tuvieron que idear una nueva marca y todas las habilitaciones que eso conlleva. El nombre fue elegido por todos los y las compañeros: las tostadas se llaman Unitostas ya que refiere a la unidad entre compañeros y compañeras. “Nos reunimos entre todas y elegimos ese nombre, porque quiere decir que somos unidos. Somos unidos, nos acompañamos y luchamos juntos”, describe Caty.

Por parte del Estado fueron beneficiados por varios subsidios, arreglos de maquinarias y adquirieron nuevas máquinas como la Flow pack, envasadora adquirida hace tres meses. Son parte del Programa Potenciar Trabajo, del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. 

Para comenzar, recibieron ayuda del Movimiento de Fábricas Recuperadas, que les donó insumos para que puedan trabajar; también usaban facturas de otra cooperativa para poder vender. “Fue todo un tema conseguir los clientes, teníamos los remitos, las direcciones, pero no teníamos los teléfonos. Buscábamos en la guía qué colectivo tomar para poder ir al lugar y vender el producto, además de explicarle todo lo que estábamos pasando. No están más los dueños, pero seguimos siendo todos los mismos, los que trabajamos y hacemos el producto”, explicaba Caty.

El proceso productivo se realiza de manera manual y artesanal, desde el pan hasta el envasado. En un día normal, se producen alrededor de 100 kilos. El sector panadería, a cargo de Pedro, está ubicado al fondo del galpón, tienen una gran variedad de máquinas que a través de una ley de expropiación pudieron quedar en manos de los trabajadores.  La masa de pan recorre distintas máquinas. Primero, una la amasa durante media hora, después otra la corta en bollos y en una tercera leudan y reposan durante 40  minutos. 

Luego, los bollos se cargan grandes placas con moldes redondos y cuadrados, que después debe leudar nuevamente durante 15 minutos, entra en carros a grandes hornos donde se cocinan por poco menos de una hora. El tiempo lo señala una alarma, que indica cuando llegó el momento del desmolde. Tras dos días días de descanso en un cuarto, se procede al cortado en finas lonjas que son colocadas de manera manual en grandes placas que llegan a 200°C. Hoy algunas placas no se encuentran en funcionamiento. 

Al final llega el momento de selección y empaquetado, a cargo de Caty y Daniela Valles. Caty explica que el proceso de selección consta en dos pilas, aquellas que se deben volver a pasar por la tostadora porque están blancas y tienen que estar bien doradas y aquellas que están muy tostadas o rotas son descartadas. Luego son colocadas en la nueva envasadora y otra vez se realiza un proceso de selección, esta vez, a cargo de Daniela, una nueva socia que ingreso hace cuatro meses. 

El ruido de la cortadora, el abrir y cerrar de las máquinas de tostado, las risas y las charlas de Caty, Daniela, María y Pedro hacen eco en la fábrica recuperada por sus propios trabajadores. Sus cofias, ambos blancos, las paredes de las oficinas ubicadas en el segundo piso decoradas con publicidades de la empresa anterior cuentan la historia de todos los y las trabajadoras que pasaron por allí y que lucharon para poder seguir.  

El fuerte de ventas de Unitostas son las fiambrerías, es allí donde tienen más salida, venden a distribuidoras y alquilan el depósito a cooperativas para que guarden sus productos. Actualmente cuentan con poca producción, el problema se basa en la poca venta, lo que impide que amplíen producción y planta en la fábrica. La producción del día en Maxim se basó en la realización de productos para una nueva empresa, un trabajo a façón.  “Es temporada baja. Teníamos clientes que antes pedían 20 cajas y ahora piden 10. Bajó un montón el trabajo”, cuenta el presidente de la cooperativa. 

En el mes de julio estuvieron parados sin luz. “Eso nos mató, nos atrasamos con los pedidos y generamos deuda que todavía no llegamos a cubrir”, cuenta Pedro que espera conseguir un subsidio para poder financiarla. “Aunque no haya producción venimos igual, por si hay alguna venta.  Pedro y yo venimos todos los días. Hay que darle para adelante. Estamos en la lucha”, concluye Caty a lo que Pedro añade: “Queríamos y queremos trabajar acá, por eso luchamos para poder recuperar la fábrica”.

 

La cocina del planeta

La cocina del planeta

Manos al Mundo es una cooperativa de mujeres que prepara comidas para trabajadores de otras cooperativas. Nació hace dos años como salida a la incertidumbre económica y cada día crece gracias a la promoción de boca en boca.

“Los medios nos muestran como los planeros y no muestran la parte en la que nosotros estamos trabajando. Ese es el problema -dijo Vanesa sentada en medio de la pequeña cocina de la calle Borges, a dos cuadras del cementerio de Olivos. Y agregó:- Y no lo van a hacer nunca. Van a ir a buscar a esa persona que no sabe nada para que diga cualquier cosa. Pero nosotros tenemos que mostrarle al mundo que sí trabajamos, tenemos que mostrarle a los vecinos que sí se trabaja”. “Porque aparte acá en el barrio el que cobra plan también trabaja”, agregó Carla, mientras removía las cebollas para que no se quemaran. “Claro -asintió Vanesa- y es eso lo que hay que mostrarle a la gente.”

El portón bordó de la entrada con el cartel verde de Manos al Mundo da una colorida bienvenida, acompañada por el aroma a comida casera que desde temprano inunda la cuadra advirtiendo a todo el que pasa que la cocina está abierta y funcionando. 

“Manos al Mundo” es uno más de los emprendimientos que en los últimos años se fue organizando en la economía popular. Ante la incertidumbre económica y la falta de trabajo, la organización de los movimientos populares hicieron posible la creación de nuevas fuentes de trabajo organizadas y solidarias. “Este proyecto comenzó hace dos años -contó Vanessa-. Empezamos en la casa de una compañera, no teníamos este espacio, así que preparábamos todo ahí. Este año ya pudimos conseguir nuestra cocina así que arrancamos acá, y es mucho mejor”. 

Vanesa, Norma, Carla, Inés y Karina trabajan de lunes a viernes en la cocina preparando las viandas para las y los trabajadores del Polo Productivo de la Ex Esma. “Generalmente mandamos entre 80, 90 o 100 viandas, dependiendo el día”, explicó Norma. Barrios de Pie es la organización que lleva adelante ambos emprendimientos y acompaña la creación de cada vez más puestos de trabajo en la economía popular.

“Yo estoy hace un mes”, dijo Karina. “Sí, Karina hace un mes -decía Vanesa mientras señalaba a las compañeras-. Norma e Inés arrancaron en enero de este año, Carla en febrero más o menos y yo estoy hace ya casi dos años”. Norma la interrumpe: “Vanesa, se está quemando”, avisó mientras revolvía el contenido de la olla.

“¿Ya está la cebolla? Apagala entonces -indicó Vanesa y siguió con la descripción:- Todas somos del barrio. Una de enfrente, yo vivo cerca y ella, a la vuelta. Estamos todas cerquita”. 

“A mí me gusta el lugar. Es de nosotras”, afirmó Norma. Tres hornos grandes, una bacha, tres mesas de metal y pequeñas pilas de alimentos almacenados que esperan ser cocinados, colman las dos habitaciones pequeñas que conforman la cocina de Manos al Mundo. “Estamos más organizadas ahora que tenemos nuestro propio espacio. Yo tengo las llaves, pero hay que ver si el año que viene alguna otra se hace cargo”, dijo Vanesa, y con una sonrisa agregó: “Yo el año que viene no sé qué haré, de la cocina no me sacan, eso seguro. Pero hay que dar oportunidades, que las demás crezcan y puedan ocupar otros espacios”.

“Se va armando red -dijo Vanesa- se suma más trabajo y gente trabajando. La idea es que podamos hacer más, emprender más y vender la comida que hacemos. Poder empezar a vender afuera es otra cosa. Ahora tenemos un pedido de 25 viandas. Eso está buenísimo. Porque no solo podemos agarrar lo del Polo, sino que el día de mañana esta cooperativa puede seguir porque le vendemos a otras empresas”. 

“Hay más chicas igual, están también las ayudantas que se van sumando. Somos cuatro cocineras: Inés, Norma, Karina y yo. Y tenemos a las chicas que vienen un día cada una a ayudarnos. El lunes viene Cintia, el martes viene Romina, el miércoles Luciana y el jueves Sol”, contó Vanesa. En esta economía popular conformada en su mayoría por mujeres, no es necesario un ojo atento para conectar la mayor participación de feminidades con los altos índices de pobreza concentrados en ellas. “Siempre nos dejaron a las mujeres abajo, pero nosotras vamos por más siempre. Ojalá podamos abrir tres o cuatro cocinas más”, continuó la mujer de ojos amables.

“Para contratarnos es mucho de boca en boca. Van a algún evento y dicen: ‘Ay que ricas que son estas tortas. ¿De dónde son?’ Nos mandan presupuesto y nosotras arrancamos. Nunca decimos que no a un laburo”, sostuvo Vanesa. Pernil, pastas, empanadas, tartas, pollo, tortas, budines, muffins y muchas delicias más se preparan a diario en la cocina de Manos al Mundo. “El pernil es el éxito del emprendimiento. Cuando lo llevamos a la feria de Munro la cola para era larguísima -dijo Vanesa orgullosa-. Para el Día del Niño, cuando hay ferias, talleres, encuentros y actividades siempre llevamos la comida”.

Todos los días a partir de las ocho de la mañana la cocina está en funcionamiento. “Ella dice qué hacemos hoy y nos dividimos. Picamos la papa y la cebolla, otra el morrón y así. Ya nos organizamos, nos dice el menú y arrancamos directo”, explicó Karina. “A la una sí o sí la comida tiene que estar, porque ellos paran a comer a las dos. En el Polo esperan con ansias a que llegue -contó Vanesa con aire de sabiduría: ella misma estuvo trabajando en el Polo antes-. A la una salen las viandas y ahí nos ponemos a limpiar los pisos, las ollas, dejamos todo hecho y limpio para el día siguiente”.

“Inés y yo trabajamos en una parrilla por doce años. Hasta que pasó esto de Macri y se pudrió todo. No trabajamos más -contó Norma-. Ahí hacíamos lo básico: papas fritas, milanesas, ensaladas, todo para la cocina. Ahora este año pudimos empezar acá”.

“En las actividades del movimiento, cada coordinador da una charla para motivar. Queremos que todos se den cuenta que esto es un trabajo, que no se tiren abajo cuando lean ‘estos planeros’, porque nosotros estamos trabajando, somos trabajadores, y tienen que saberlo -dijo Vanesa-. Coordinar no es fácil, son bastantes personas, pero nos apoyamos, nos acompañamos y vamos de a poco trayendo a nuevas personas”.

“En mi casa vivo con mi marido y mis cinco hijos. Dentro de todo son todos grandes, porque si fueran chiquitos se me complicaría muchísimo”, contó Vanesa. “Yo tengo lo mismo -agregó Carla-: marido, cuatro hijos y una nena. Se maneja más el padre con ellos cuando yo me voy a las reuniones”.

“Tres o cuatro de azúcar Kari?”, preguntó Maira. “¡Tres!” -contestó Karina acompañada del eco de risas-. En una de las mesas de metal, reposaba una solitaria cafetera naranja, de las primeras cafeteras de filtro que se vendieron. Todos los días a las nueve de la mañana se pone en funcionamiento para preparar el café de las cocineras. “A las nueve se para todo y se desayuna. Es sagrado el desayuno acá”, dijo Maira, encargada de gestionar los pedidos que hacen al emprendimiento.

 

 “Al tener este espacio sabemos que esto es de nosotras y lo manejamos, está muy bueno -explicaba Vanesa, ya en medio de los ruidos de cuchillos, de ollas, del agua corriendo, de la cocina ya en marcha- Que vean también que no solo estamos acá sino que sumamos y tenemos ganas de trabajar más. Es una forma de mostrarle a la gente también”.

«Ayudamos a equipar a las nuevas cooperativas»

«Ayudamos a equipar a las nuevas cooperativas»

El Polo Productivo de la exEsma se autodefine como una “fábrica escuela”. Es una cooperativa de Somos Barrios de Pie que produce lo que necesitan otras organizaciones y, simultáneamente, allí se enseñan diferentes oficios.

“Esperame un segundo, perdón”, dijo Carolina mientras se paraba para abrir la ventanita del pañol, ese lugar donde se almacenan las herramientas. “¿Me pasas ocho tuercas?”, le preguntó un compañero asomado por el pequeño cuadradito de vidrio. “Todos necesitábamos un martillo para golpear mientras soldabas”, explicó Carolina. “La primera cosa que me armé yo misma fue mi martillito, que ahora de hecho lo están usando ahí los chicos”, continuó mientras por la comisura de sus labios rebalsaba orgullo. Para Carolina, para el compañero y para cada uno de los ciento sesenta trabajadores y trabajadoras del lugar, la solidaridad es la columna que sostiene su supervivencia primero y su desarrollo después. Esta es fundamental en el modo de entender la actividad económica en todos los miles de polos y cooperativas de la economía popular. Este, el Polo Productivo de la exEsma, es uno de ellos. 

“Acá diariamente es una historia nueva”, señaló Daiana sentada en su “oficina social”, como le gusta llamarla, mientras detallaba sobre la organización del trabajo en el Polo Productivo de la exEsma. La coordinadora del polo, con sus prominentes rulos, aro en la nariz y tapado naranja subrayó el orgullo que siente al resignificar “un lugar donde hubo tortura y muerte de compañeros y compañeras en un espacio de trabajo”. 

Pasando por la EAFF, por la Casa por la Identidad de las Abuelas de Plaza de Mayo, la Casa de la Militancia de Hijos, el Museo Malvinas, el Archivo Nacional de la Memoria y por las decenas de rostros y nombres que recorren el espacio de Memoria y Derechos Humanos, se encuentra el Polo Productivo de la ExEsma, donde más de ciento sesenta personas trabajan todos los días en diferentes talleres productivos.  

“Buenas”, saludaba quién después se presentaría como Gerardo, al entrar en la estructura gigante de chapa y cemento. Entre medio de los techos de chapa, las claraboyas dejaban pasar el sol divino que delataba a la ya cercana primavera. Del antiguo “garage”, salían y entraban personas, vías, maderas, de todo. Los cascos amarillos y las camperas azules de Progresar resaltaban en todos los y las trabajadoras del polo, mientras el coro de sierras, martillos y máquinas no dejaba de sonar. 

“Hay distintos talleres -explicó Daiana- dentro de esos tenemos herrería, aluminio, carpintería, cementicios, acabados y un taller nuevo que estamos coordinando con el museo del Conti -Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti-, el de montaje: colgar las luces, armar los escenarios, y todo eso lo utilizan para distintas muestras que hacen. Ahora hay una exhibición de fotografía donde los compañeros del Polo hicieron todo lo que es la estructura de la muestra, es decir participaron en la parte de arte también.”

Somos Barrios de Pie es la organización social que lleva adelante la gestión del polo, que se organiza con el Ministerio de Desarrollo y la Federación de Cooperativas de Latinoamérica Unida. 

“Lo bueno que pudimos conseguir este año es el cupo laboral trans y tenemos paridad también en todos los talleres. Muchos de los trabajos que estaban acostumbrados que sean solamente de los varones, ya sea manejar herramientas, cementos o bolsas, acá se divide todo -dice Daiana- Las compañeras, que no sabían usar un martillo, ahora usan amoladoras, máquinas, arman muebles para su casa, ponen azulejos, pisos, de todo. Después las ves en el recreo enseñándole a la otra como usarla. Se va pasando conocimiento de máquina a máquina. Nos falta conquistar un solo derecho que es manejar el Sampi -el autoelevador-. Ahí ya vamos a conquistarlo para que las mujeres también puedan usarlo. Imaginate que ni fuerza se necesita para eso”. 

En una esquina del Polo, había un cuartito oscuro con un cartel pegado que leía “Pañol”. Ese cuarto de herramientas fué históricamente coordinado por compañeros varones del Polo, hasta que a comienzos de año Carolina tomó su manejo. “Es todo un orgullo”, comentó Daiana. “Le agarré la mano rápido -dijo la conquistadora del pañol aprovechando que por un momento le dejaron de pedir herramientas y pudo sentarse a charlar-. Le pusimos cartelito a todo… Al principio, los compañeros que tal vez sabían más de herramientas, me las decían con nombres más complicados y yo me quedaba: `Eh, decímelo más sencillo’. Pero nada, ahora está todo acomodado y ya todo funciona bien”. En la entrada del pañol, a un costado, muy disimulado, aparecía pegado un pequeño cartelito con la forma del pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo, “Construir lo que viene”, decía.

“De lunes a jueves ellos funcionan en los talleres aprendiendo distintos oficios. Los días viernes nos brindaron un espacio en Madres, donde damos talleres transversales, de violencia de género, violencia institucional, cursos de RCP, hablamos de ambiente, de ESI y traemos distintos invitados -explicó Daiana- La idea es ir siendo cada vez más consciente de los nuestros derechos, que se nos olvidan o que no sabemos, y que por eso mismo muchas veces somos tan pisoteados. Acá intentamos ser una fábrica escuela, acá se viene a aprender un oficio, la responsabilidad del trabajo y se viene a cambiar el paradigma”.

Paseando por el Polo aparecían los pañuelos de la Madres, como pinceladas de memoria. Algunos en madera, otros en papel, se iban escondiendo entre las corrientes de buzos azules que pasaban con herramientas, maderas y hierros.

“Antes, cuando trabajabamos en los edificios, era fuerte. Porque cuando armabas o tenías que tirar alguna pared o algo podrías encontrarte con una billetera, con algún zapato. Eso después había que entregarlo a un lugar especial para que lo tuvieran”, dijo Alicia que hace más de diez años que trabaja en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos (exEsma). Cronista ágil, sentada a un costado de la mesa de trabajo, contó: “Yo me crié con gente de campo, entonces las historias de fantasmas ya las tenía. Acá hemos recorrido todo, vimos marcas en las paredes, escuchamos ruidos y sentimos presencias. No te molestan, pero te das cuenta que están ahí”. 

Alicia no quiso olvidar una importante aclaración: “Por todo Esma vas a encontrar los banquitos que hicimos en el taller de cementicio. También armamos mesas, sillas, bibliotecas. Esta es como mi segunda casa. Hace como diez años que estoy acá. La verdad es que ya la siento propia”.

“Es que es como si fuera mio el lugar”, dijo Gerardo entre risas. De gorra verde brillante, sonrisa pícara de piano sin teclas y una distintiva y cálida bienvenida, Gerardo dejó la sierra con la que estaba cortando una tira de metal y se sentó en el pequeño patio trasero del polo por donde el sol se hacía lugar entre las hojas. “Yo hace once años que estoy acá, cuando el Gobierno recuperó todo esto. El trabajo de antes era de demolición y restauración de todos los edificios que están en el predio.”.  

La jornada laboral comenzó a las ocho y media de la mañana, los cientos de trabajadores y trabajadoras llegaron con micros desde los distintos puntos. De ocho y media a nueve tuvieron su usual desayuno y a las nueve ya estaban en los diferentes talleres. “A las dos de la tarde llegan las viandas que vienen de la cooperativa de Manos Al Mundo -dijo Daiana, resaltando el nombre de la cooperativa con orgullo-. De hecho, la que está coordinando la cooperativa ahora es una exalumna mía del Polo, Vanesa. Estuvo con nosotres el año pasado y ver su crecimiento es tremendo. Yo siempre les digo que esto es una escuela, la idea es que todo lo que se aprende acá puedan plasmarlo en distintos polos productivos, en los distintos barrios. El objetivo es que puedan replicar el saber, que armen otras cooperativas y que la economía popular siga creciendo. Porque ahí les van a dar el sentido a muchas otras personas que quedaron también por fuera del trabajo formal y encontraron  esto que estamos haciendo acá. Que lo que llaman planes no son planes, es un salario complementario que es lo que necesitamos todes para afrontar los problemas económicos que venimos teniendo, afrontar la vida digamos”.

“Lo que aprendí acá me lo lleve a casa -dijo Alicia- Por ejemplo, a la puerta de mi casa la puse yo. No es la mejor puerta del mundo y cuando sopla viento se mueve un poco, pero sabes lo que es tener mi puerta. Y lo que significa haberla puesto yo… Lo mismo en mi baño, antes no tenía puerta y ahora sí, es otra cosa”.

“Acá estoy desde el 2019, empecé por el programa de Potenciar Trabajo -contaba Carolina- Yo soy de San Fernando y en ese entonces tenía que cumplir horas. Me faltaban unas 30,  porque ya había hecho capacitaciones, charlas sobre violencia de género, familia, todo eso. Una chica me dijo: ‘Podemos ir a la Esma para hacer las horas que te faltan’. En ese momento me anoté en un taller sobre reparación edilicia, albañilería. Para el 2020 quería seguir viniendo acá, porque a la vez aprendía, y quería seguir llevándome lo que aprendí a mi casa”.

Daiana explicaba que “todo lo que se produce acá se dona a distintos espacios, ya sean otras cooperativas, espacios de tercera edad, primeras infancias, puntos educativos. Nosotros tenemos un catálogo donde la gente se acerca a nosotros haciendo un pedido formal para los distintos lugares. Nos  explican para qué van a utilizar las cosas y vamos charlando sobre la capacidad de producción, para qué lugares van y con qué prioridad lo necesitan. Se arma red, vemos que les hace falta a las demás cooperativas y vamos ayudando a equiparlas, porque esto es parte de la economía popular, porque son otros compañeros y compañeras que van creciendo a la par de nosotros. Para nosotros es un orgullo que nuestros productos también se ubiquen en otros nuevos espacios que los van resignificando”. 

 “En aluminio hacemos ventanas, pizarrones, puertas, mesas. Yo, por el momento, estoy haciendo pizarrones de todos los tamaños. Hacer esto es nuevo para mí -decía Gerardo con una sonrisa, mientras señalaba la mesa de vidrio y aluminio donde recostaba sus manos-. Esta está buena, la armamos con retazos que sobraron y quedó espectacular”.

“Los más antiguos”, como les llamó Daiana, contaron cómo se resistía en los años anteriores. “En la época de Macri parecía que nos querían cansar -decía Alicia-. Nos sacaron el micro, la comida, todo. Los compañeros y las compañeras venían acá resistiendo como para que esto no se terminara de cerrar, venían a resistir. Mucho de esto se lo debemos a ellos, porque si no hubieran estado esto se hubiera cerrado y no podríamos estar acá ahora”, reflexionó Daiana. 

“Esto está buenísimo por el compañerismo que hay. Vos te das una vuelta por los talleres y están todos trabajando, y eso te pone bien, ¿viste? El año pasado hicimos la despedida de fin de año, bailamos, comimos, compartimos. Está bueno, este año espero que sea igual”, dijo Gerardo antes de volver a entrar al taller donde los compañeros lo aplaudieron entre risas.

Las risas, la charla y la vida se mezclan entre los ruidos de máquinas que suenan en el Polo Productivo del Espacio de Memoria y Derechos Humanos. Con ojo atento se encuentra el presente entre tanta historia, y se proyecta trabajo entre tanta incertidumbre. 

“La gente que pasa, que viene a los museos, ven un taller enorme y ven tanta gente y miran para adentro a ver qué es esto -dijo Daiana- Yo ando de guía por la puerta, contándoles, porque para mí también es un gran orgullo que toda la gente sepa. Acá somos como ciento sesenta personas las trabajadoras y trabajadores que venimos diariamente. Que todo esto funcione y que vaya andando el engranaje es un montón y estamos muy orgulloses”.