Por Lucía Bernstein Alfonsín
Fotografía: Camila Meconi

El Polo Productivo de la exEsma se autodefine como una “fábrica escuela”. Es una cooperativa de Somos Barrios de Pie que produce lo que necesitan otras organizaciones y, simultáneamente, allí se enseñan diferentes oficios.

“Esperame un segundo, perdón”, dijo Carolina mientras se paraba para abrir la ventanita del pañol, ese lugar donde se almacenan las herramientas. “¿Me pasas ocho tuercas?”, le preguntó un compañero asomado por el pequeño cuadradito de vidrio. “Todos necesitábamos un martillo para golpear mientras soldabas”, explicó Carolina. “La primera cosa que me armé yo misma fue mi martillito, que ahora de hecho lo están usando ahí los chicos”, continuó mientras por la comisura de sus labios rebalsaba orgullo. Para Carolina, para el compañero y para cada uno de los ciento sesenta trabajadores y trabajadoras del lugar, la solidaridad es la columna que sostiene su supervivencia primero y su desarrollo después. Esta es fundamental en el modo de entender la actividad económica en todos los miles de polos y cooperativas de la economía popular. Este, el Polo Productivo de la exEsma, es uno de ellos. 

“Acá diariamente es una historia nueva”, señaló Daiana sentada en su “oficina social”, como le gusta llamarla, mientras detallaba sobre la organización del trabajo en el Polo Productivo de la exEsma. La coordinadora del polo, con sus prominentes rulos, aro en la nariz y tapado naranja subrayó el orgullo que siente al resignificar “un lugar donde hubo tortura y muerte de compañeros y compañeras en un espacio de trabajo”. 

Pasando por la EAFF, por la Casa por la Identidad de las Abuelas de Plaza de Mayo, la Casa de la Militancia de Hijos, el Museo Malvinas, el Archivo Nacional de la Memoria y por las decenas de rostros y nombres que recorren el espacio de Memoria y Derechos Humanos, se encuentra el Polo Productivo de la ExEsma, donde más de ciento sesenta personas trabajan todos los días en diferentes talleres productivos.  

“Buenas”, saludaba quién después se presentaría como Gerardo, al entrar en la estructura gigante de chapa y cemento. Entre medio de los techos de chapa, las claraboyas dejaban pasar el sol divino que delataba a la ya cercana primavera. Del antiguo “garage”, salían y entraban personas, vías, maderas, de todo. Los cascos amarillos y las camperas azules de Progresar resaltaban en todos los y las trabajadoras del polo, mientras el coro de sierras, martillos y máquinas no dejaba de sonar. 

“Hay distintos talleres -explicó Daiana- dentro de esos tenemos herrería, aluminio, carpintería, cementicios, acabados y un taller nuevo que estamos coordinando con el museo del Conti -Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti-, el de montaje: colgar las luces, armar los escenarios, y todo eso lo utilizan para distintas muestras que hacen. Ahora hay una exhibición de fotografía donde los compañeros del Polo hicieron todo lo que es la estructura de la muestra, es decir participaron en la parte de arte también.”

Somos Barrios de Pie es la organización social que lleva adelante la gestión del polo, que se organiza con el Ministerio de Desarrollo y la Federación de Cooperativas de Latinoamérica Unida. 

“Lo bueno que pudimos conseguir este año es el cupo laboral trans y tenemos paridad también en todos los talleres. Muchos de los trabajos que estaban acostumbrados que sean solamente de los varones, ya sea manejar herramientas, cementos o bolsas, acá se divide todo -dice Daiana- Las compañeras, que no sabían usar un martillo, ahora usan amoladoras, máquinas, arman muebles para su casa, ponen azulejos, pisos, de todo. Después las ves en el recreo enseñándole a la otra como usarla. Se va pasando conocimiento de máquina a máquina. Nos falta conquistar un solo derecho que es manejar el Sampi -el autoelevador-. Ahí ya vamos a conquistarlo para que las mujeres también puedan usarlo. Imaginate que ni fuerza se necesita para eso”. 

En una esquina del Polo, había un cuartito oscuro con un cartel pegado que leía “Pañol”. Ese cuarto de herramientas fué históricamente coordinado por compañeros varones del Polo, hasta que a comienzos de año Carolina tomó su manejo. “Es todo un orgullo”, comentó Daiana. “Le agarré la mano rápido -dijo la conquistadora del pañol aprovechando que por un momento le dejaron de pedir herramientas y pudo sentarse a charlar-. Le pusimos cartelito a todo… Al principio, los compañeros que tal vez sabían más de herramientas, me las decían con nombres más complicados y yo me quedaba: `Eh, decímelo más sencillo’. Pero nada, ahora está todo acomodado y ya todo funciona bien”. En la entrada del pañol, a un costado, muy disimulado, aparecía pegado un pequeño cartelito con la forma del pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo, “Construir lo que viene”, decía.

“De lunes a jueves ellos funcionan en los talleres aprendiendo distintos oficios. Los días viernes nos brindaron un espacio en Madres, donde damos talleres transversales, de violencia de género, violencia institucional, cursos de RCP, hablamos de ambiente, de ESI y traemos distintos invitados -explicó Daiana- La idea es ir siendo cada vez más consciente de los nuestros derechos, que se nos olvidan o que no sabemos, y que por eso mismo muchas veces somos tan pisoteados. Acá intentamos ser una fábrica escuela, acá se viene a aprender un oficio, la responsabilidad del trabajo y se viene a cambiar el paradigma”.

Paseando por el Polo aparecían los pañuelos de la Madres, como pinceladas de memoria. Algunos en madera, otros en papel, se iban escondiendo entre las corrientes de buzos azules que pasaban con herramientas, maderas y hierros.

“Antes, cuando trabajabamos en los edificios, era fuerte. Porque cuando armabas o tenías que tirar alguna pared o algo podrías encontrarte con una billetera, con algún zapato. Eso después había que entregarlo a un lugar especial para que lo tuvieran”, dijo Alicia que hace más de diez años que trabaja en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos (exEsma). Cronista ágil, sentada a un costado de la mesa de trabajo, contó: “Yo me crié con gente de campo, entonces las historias de fantasmas ya las tenía. Acá hemos recorrido todo, vimos marcas en las paredes, escuchamos ruidos y sentimos presencias. No te molestan, pero te das cuenta que están ahí”. 

Alicia no quiso olvidar una importante aclaración: “Por todo Esma vas a encontrar los banquitos que hicimos en el taller de cementicio. También armamos mesas, sillas, bibliotecas. Esta es como mi segunda casa. Hace como diez años que estoy acá. La verdad es que ya la siento propia”.

“Es que es como si fuera mio el lugar”, dijo Gerardo entre risas. De gorra verde brillante, sonrisa pícara de piano sin teclas y una distintiva y cálida bienvenida, Gerardo dejó la sierra con la que estaba cortando una tira de metal y se sentó en el pequeño patio trasero del polo por donde el sol se hacía lugar entre las hojas. “Yo hace once años que estoy acá, cuando el Gobierno recuperó todo esto. El trabajo de antes era de demolición y restauración de todos los edificios que están en el predio.”.  

La jornada laboral comenzó a las ocho y media de la mañana, los cientos de trabajadores y trabajadoras llegaron con micros desde los distintos puntos. De ocho y media a nueve tuvieron su usual desayuno y a las nueve ya estaban en los diferentes talleres. “A las dos de la tarde llegan las viandas que vienen de la cooperativa de Manos Al Mundo -dijo Daiana, resaltando el nombre de la cooperativa con orgullo-. De hecho, la que está coordinando la cooperativa ahora es una exalumna mía del Polo, Vanesa. Estuvo con nosotres el año pasado y ver su crecimiento es tremendo. Yo siempre les digo que esto es una escuela, la idea es que todo lo que se aprende acá puedan plasmarlo en distintos polos productivos, en los distintos barrios. El objetivo es que puedan replicar el saber, que armen otras cooperativas y que la economía popular siga creciendo. Porque ahí les van a dar el sentido a muchas otras personas que quedaron también por fuera del trabajo formal y encontraron  esto que estamos haciendo acá. Que lo que llaman planes no son planes, es un salario complementario que es lo que necesitamos todes para afrontar los problemas económicos que venimos teniendo, afrontar la vida digamos”.

“Lo que aprendí acá me lo lleve a casa -dijo Alicia- Por ejemplo, a la puerta de mi casa la puse yo. No es la mejor puerta del mundo y cuando sopla viento se mueve un poco, pero sabes lo que es tener mi puerta. Y lo que significa haberla puesto yo… Lo mismo en mi baño, antes no tenía puerta y ahora sí, es otra cosa”.

“Acá estoy desde el 2019, empecé por el programa de Potenciar Trabajo -contaba Carolina- Yo soy de San Fernando y en ese entonces tenía que cumplir horas. Me faltaban unas 30,  porque ya había hecho capacitaciones, charlas sobre violencia de género, familia, todo eso. Una chica me dijo: ‘Podemos ir a la Esma para hacer las horas que te faltan’. En ese momento me anoté en un taller sobre reparación edilicia, albañilería. Para el 2020 quería seguir viniendo acá, porque a la vez aprendía, y quería seguir llevándome lo que aprendí a mi casa”.

Daiana explicaba que “todo lo que se produce acá se dona a distintos espacios, ya sean otras cooperativas, espacios de tercera edad, primeras infancias, puntos educativos. Nosotros tenemos un catálogo donde la gente se acerca a nosotros haciendo un pedido formal para los distintos lugares. Nos  explican para qué van a utilizar las cosas y vamos charlando sobre la capacidad de producción, para qué lugares van y con qué prioridad lo necesitan. Se arma red, vemos que les hace falta a las demás cooperativas y vamos ayudando a equiparlas, porque esto es parte de la economía popular, porque son otros compañeros y compañeras que van creciendo a la par de nosotros. Para nosotros es un orgullo que nuestros productos también se ubiquen en otros nuevos espacios que los van resignificando”. 

 “En aluminio hacemos ventanas, pizarrones, puertas, mesas. Yo, por el momento, estoy haciendo pizarrones de todos los tamaños. Hacer esto es nuevo para mí -decía Gerardo con una sonrisa, mientras señalaba la mesa de vidrio y aluminio donde recostaba sus manos-. Esta está buena, la armamos con retazos que sobraron y quedó espectacular”.

“Los más antiguos”, como les llamó Daiana, contaron cómo se resistía en los años anteriores. “En la época de Macri parecía que nos querían cansar -decía Alicia-. Nos sacaron el micro, la comida, todo. Los compañeros y las compañeras venían acá resistiendo como para que esto no se terminara de cerrar, venían a resistir. Mucho de esto se lo debemos a ellos, porque si no hubieran estado esto se hubiera cerrado y no podríamos estar acá ahora”, reflexionó Daiana. 

“Esto está buenísimo por el compañerismo que hay. Vos te das una vuelta por los talleres y están todos trabajando, y eso te pone bien, ¿viste? El año pasado hicimos la despedida de fin de año, bailamos, comimos, compartimos. Está bueno, este año espero que sea igual”, dijo Gerardo antes de volver a entrar al taller donde los compañeros lo aplaudieron entre risas.

Las risas, la charla y la vida se mezclan entre los ruidos de máquinas que suenan en el Polo Productivo del Espacio de Memoria y Derechos Humanos. Con ojo atento se encuentra el presente entre tanta historia, y se proyecta trabajo entre tanta incertidumbre. 

“La gente que pasa, que viene a los museos, ven un taller enorme y ven tanta gente y miran para adentro a ver qué es esto -dijo Daiana- Yo ando de guía por la puerta, contándoles, porque para mí también es un gran orgullo que toda la gente sepa. Acá somos como ciento sesenta personas las trabajadoras y trabajadores que venimos diariamente. Que todo esto funcione y que vaya andando el engranaje es un montón y estamos muy orgulloses”.