Por Lucía Bernstein Alfonsín
Fotografía: Camila Meconi

Manos al Mundo es una cooperativa de mujeres que prepara comidas para trabajadores de otras cooperativas. Nació hace dos años como salida a la incertidumbre económica y cada día crece gracias a la promoción de boca en boca.

“Los medios nos muestran como los planeros y no muestran la parte en la que nosotros estamos trabajando. Ese es el problema -dijo Vanesa sentada en medio de la pequeña cocina de la calle Borges, a dos cuadras del cementerio de Olivos. Y agregó:- Y no lo van a hacer nunca. Van a ir a buscar a esa persona que no sabe nada para que diga cualquier cosa. Pero nosotros tenemos que mostrarle al mundo que sí trabajamos, tenemos que mostrarle a los vecinos que sí se trabaja”. “Porque aparte acá en el barrio el que cobra plan también trabaja”, agregó Carla, mientras removía las cebollas para que no se quemaran. “Claro -asintió Vanesa- y es eso lo que hay que mostrarle a la gente.”

El portón bordó de la entrada con el cartel verde de Manos al Mundo da una colorida bienvenida, acompañada por el aroma a comida casera que desde temprano inunda la cuadra advirtiendo a todo el que pasa que la cocina está abierta y funcionando. 

“Manos al Mundo” es uno más de los emprendimientos que en los últimos años se fue organizando en la economía popular. Ante la incertidumbre económica y la falta de trabajo, la organización de los movimientos populares hicieron posible la creación de nuevas fuentes de trabajo organizadas y solidarias. “Este proyecto comenzó hace dos años -contó Vanessa-. Empezamos en la casa de una compañera, no teníamos este espacio, así que preparábamos todo ahí. Este año ya pudimos conseguir nuestra cocina así que arrancamos acá, y es mucho mejor”. 

Vanesa, Norma, Carla, Inés y Karina trabajan de lunes a viernes en la cocina preparando las viandas para las y los trabajadores del Polo Productivo de la Ex Esma. “Generalmente mandamos entre 80, 90 o 100 viandas, dependiendo el día”, explicó Norma. Barrios de Pie es la organización que lleva adelante ambos emprendimientos y acompaña la creación de cada vez más puestos de trabajo en la economía popular.

“Yo estoy hace un mes”, dijo Karina. “Sí, Karina hace un mes -decía Vanesa mientras señalaba a las compañeras-. Norma e Inés arrancaron en enero de este año, Carla en febrero más o menos y yo estoy hace ya casi dos años”. Norma la interrumpe: “Vanesa, se está quemando”, avisó mientras revolvía el contenido de la olla.

“¿Ya está la cebolla? Apagala entonces -indicó Vanesa y siguió con la descripción:- Todas somos del barrio. Una de enfrente, yo vivo cerca y ella, a la vuelta. Estamos todas cerquita”. 

“A mí me gusta el lugar. Es de nosotras”, afirmó Norma. Tres hornos grandes, una bacha, tres mesas de metal y pequeñas pilas de alimentos almacenados que esperan ser cocinados, colman las dos habitaciones pequeñas que conforman la cocina de Manos al Mundo. “Estamos más organizadas ahora que tenemos nuestro propio espacio. Yo tengo las llaves, pero hay que ver si el año que viene alguna otra se hace cargo”, dijo Vanesa, y con una sonrisa agregó: “Yo el año que viene no sé qué haré, de la cocina no me sacan, eso seguro. Pero hay que dar oportunidades, que las demás crezcan y puedan ocupar otros espacios”.

“Se va armando red -dijo Vanesa- se suma más trabajo y gente trabajando. La idea es que podamos hacer más, emprender más y vender la comida que hacemos. Poder empezar a vender afuera es otra cosa. Ahora tenemos un pedido de 25 viandas. Eso está buenísimo. Porque no solo podemos agarrar lo del Polo, sino que el día de mañana esta cooperativa puede seguir porque le vendemos a otras empresas”. 

“Hay más chicas igual, están también las ayudantas que se van sumando. Somos cuatro cocineras: Inés, Norma, Karina y yo. Y tenemos a las chicas que vienen un día cada una a ayudarnos. El lunes viene Cintia, el martes viene Romina, el miércoles Luciana y el jueves Sol”, contó Vanesa. En esta economía popular conformada en su mayoría por mujeres, no es necesario un ojo atento para conectar la mayor participación de feminidades con los altos índices de pobreza concentrados en ellas. “Siempre nos dejaron a las mujeres abajo, pero nosotras vamos por más siempre. Ojalá podamos abrir tres o cuatro cocinas más”, continuó la mujer de ojos amables.

“Para contratarnos es mucho de boca en boca. Van a algún evento y dicen: ‘Ay que ricas que son estas tortas. ¿De dónde son?’ Nos mandan presupuesto y nosotras arrancamos. Nunca decimos que no a un laburo”, sostuvo Vanesa. Pernil, pastas, empanadas, tartas, pollo, tortas, budines, muffins y muchas delicias más se preparan a diario en la cocina de Manos al Mundo. “El pernil es el éxito del emprendimiento. Cuando lo llevamos a la feria de Munro la cola para era larguísima -dijo Vanesa orgullosa-. Para el Día del Niño, cuando hay ferias, talleres, encuentros y actividades siempre llevamos la comida”.

Todos los días a partir de las ocho de la mañana la cocina está en funcionamiento. “Ella dice qué hacemos hoy y nos dividimos. Picamos la papa y la cebolla, otra el morrón y así. Ya nos organizamos, nos dice el menú y arrancamos directo”, explicó Karina. “A la una sí o sí la comida tiene que estar, porque ellos paran a comer a las dos. En el Polo esperan con ansias a que llegue -contó Vanesa con aire de sabiduría: ella misma estuvo trabajando en el Polo antes-. A la una salen las viandas y ahí nos ponemos a limpiar los pisos, las ollas, dejamos todo hecho y limpio para el día siguiente”.

“Inés y yo trabajamos en una parrilla por doce años. Hasta que pasó esto de Macri y se pudrió todo. No trabajamos más -contó Norma-. Ahí hacíamos lo básico: papas fritas, milanesas, ensaladas, todo para la cocina. Ahora este año pudimos empezar acá”.

“En las actividades del movimiento, cada coordinador da una charla para motivar. Queremos que todos se den cuenta que esto es un trabajo, que no se tiren abajo cuando lean ‘estos planeros’, porque nosotros estamos trabajando, somos trabajadores, y tienen que saberlo -dijo Vanesa-. Coordinar no es fácil, son bastantes personas, pero nos apoyamos, nos acompañamos y vamos de a poco trayendo a nuevas personas”.

“En mi casa vivo con mi marido y mis cinco hijos. Dentro de todo son todos grandes, porque si fueran chiquitos se me complicaría muchísimo”, contó Vanesa. “Yo tengo lo mismo -agregó Carla-: marido, cuatro hijos y una nena. Se maneja más el padre con ellos cuando yo me voy a las reuniones”.

“Tres o cuatro de azúcar Kari?”, preguntó Maira. “¡Tres!” -contestó Karina acompañada del eco de risas-. En una de las mesas de metal, reposaba una solitaria cafetera naranja, de las primeras cafeteras de filtro que se vendieron. Todos los días a las nueve de la mañana se pone en funcionamiento para preparar el café de las cocineras. “A las nueve se para todo y se desayuna. Es sagrado el desayuno acá”, dijo Maira, encargada de gestionar los pedidos que hacen al emprendimiento.

 

 “Al tener este espacio sabemos que esto es de nosotras y lo manejamos, está muy bueno -explicaba Vanesa, ya en medio de los ruidos de cuchillos, de ollas, del agua corriendo, de la cocina ya en marcha- Que vean también que no solo estamos acá sino que sumamos y tenemos ganas de trabajar más. Es una forma de mostrarle a la gente también”.