Prohibido mirar para otro lado

Prohibido mirar para otro lado

En un mundo donde la memoria parece no tener lugar, la obra comprometida de Boris Lurie, que se exhibe en Buenos Aires, se vuelve urgente y necesaria.

Collages, superposiciones y colores fuertes inundan el Pabellón II del Centro Cultural Borges. Allí se encuentran expuestas algunas obras del artista ruso estadounidense Boris Lurie (1924-2008), principalmente las pertenecientes al movimiento de vanguardia NO!Art, del cual él junto a Sam Goodman y Stanley Fische fue fundador.

Mientras la sala abre sus puertas para que la gente ingrese al mundo de Lurie, Cecilia González, curadora de la exposición en el Borges, sostiene que Memoria –tal es el título de la retrospectiva– refiere a la importancia de nuestra propia historia y a los hechos de horror e injusticia. Además, le rinde homenaje a la lucha del artista por mantener la memoria del Holocausto, más en el actual contexto internacional donde parece que los abusos y la violencia continuaron sucediendo después de la guerra.

“Esta muestra es muy oportuna, lo era antes para no olvidarse, pero hoy lo es más porque el terrorismo nos pone en peligro a todos en cualquier lugar”, agrega Liliana Olmeda de Flugelman, curadora de la exposición en la otra sede donde se exhibe, el Museo Judío.

Nacido en Leningrado y de familia judía, Lurie junto a su padre sobrevivieron a tres campos de concentración en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que su abuela, su madre, su hermana y su novia fueron asesinadas por los nazis en la masacre de los bosques de Rumbula. En 1946, él y su padre se exiliaron en Nueva York y ese año comenzó su carrera como artista.

Tal como se advierte apenas se ingresa a la sala del Borges, resultaría “imposible e injusto” intentar comprender la obra de Lurie sin una aproximación a su propia historia de vida y aún así es complejo.

Lurie fue un artista-activista que confrontó contra la guerra, la sociedad capitalista de consumo (sobre todo la estadounidense) y la cosificación de la mujer, y que en sus obras canalizó su trauma del Holocausto. En algunas de ellas apuntaba contra el racismo, el antisemitismo y la hipocresía social que encontró en los Estados Unidos de los años 60 y 70 durante la Guerra Fría, a través de la ironización del pop art y el impresionismo abstracto, corrientes artísticas hegemónicas del momento que –para Lurie– no mostraban la realidad y no hacían memoria.

González considera que “en la exposición se destaca como Lurie hace una confrontación con el consumismo y con la cultura estadounidense mediante el NO!Art, un movimiento social que se rebela contra las estéticas del momento por considerar que, al favorecer al mercado del arte, terminan favoreciendo el consumo. Al no obedecer a los parámetros estilísticos políticamente correctos, al no primar la estética sobre la ética, las obras de Lurie causaban rechazo.

En la exposición hay una obra referente a momentos de elecciones. González señala que “en el collage ‘NO! con dulces’, el artista advierte a la sociedad de su época no dejarse seducir por los candidatos, haciendo referencia a uno de dulce apariencia que para él representaba el mal por sus ideas imperialistas que conducirían a guerras”. “Los estamentos del movimiento que creó se actualizan constantemente con las diferentes situaciones de injusticia y violencia. En el contexto nacional se viven momentos de incertidumbre en los que la sociedad puede ser fácilmente manipulada. Con su gran ‘NO!’, Lurie nos insta a decir ‘no’ a quienes no quieren hacer memoria, porque no hacer memoria es mirar para el otro lado y no hacer nada”, agrega.

La mujer ocupa un lugar central en la obra de Lurie debido a su gran dolor de haber perdido a todas las mujeres de su familia. En algunas de las obras expuestas en el Borges se puede observar cómo el artista se identifica con ellas porque las ve como una víctima más de la sociedad. En muchas oportunidades la presenta como “catalogadas” y utiliza la figura femenina de las pin-up y de niñas para hacer una crítica a la sociedad que las ve como objetos y las vulnera.

González señala que “el proceso de curaduría fue enriquecedor, especialmente porque la selección de las obras se realizó para compartirse en dos instituciones”. “Este proyecto comenzó hace cinco años, estaba programado para exponerse en 2020 pero por la pandemia no se pudo”, aclara Flugelman. El hecho de que se haya atrasado la presentación, según González, “llevó a un conocimiento aún más profundo del artista, lo cual fue una tarea difícil pero reconfortante”.

“Memoria” se exhibe el museo Judío de Buenos Aires y el Centro Cultural Borges, con entrada gratuita, y se puede visitar hasta el 26 de noviembre inclusive.

«Una película expresa una mirada sobre el paisaje en que es creada»

«Una película expresa una mirada sobre el paisaje en que es creada»

El actor Marcelo Subiotto habla de Puán, la película argentina nominada a los Premios Goya que muestra la vida universitaria y se resignifica en este contexto electoral.

Marcelo Subiotto es un destacado actor bonaerense de 56 años que lleva protagonizados una amplia gama de papeles, desde su rol como policía corrupto en la serie División Palermo, hasta Bruno en la película Piedra Noche o Gabriel Hertz en la película Animal, donde trabaja junto a Guillermo Francella. Con el estreno de la película Puán, a la vitrina de roles destacados se suma Marcelo Pena, un profesor universitario de Filosofía que busca volver a construir el sentido de su vida. 

Su actuación en Puán muestra su versatilidad como actor. Su semblanza fuera del ámbito cinematográfico se abre, apacible y cercana. Sus palabras son profundas y simples a la vez, como las del profesor que interpreta en la película a la hora de explicar a Rousseau. Sin atinar a complejidades ensayísticas, Marcelo -el actor, no el profesor, aunque con algunos tintes de éste- nos lleva a pensar en el arte y la importancia de contar historias argentinas, identitarias, propias. 

 

 ¿Cómo fue tu experiencia durante la filmación de Puán

 La experiencia fue muy rica. Tuvimos varios ensayos con Benjamín y María antes de llegar al set, con lo cual tuvimos muchas decisiones ya tomadas, y eso permitió estar más organizados para lo que había que resolver en las escena. Uno de los aciertos fue la elección de quiénes serían los extras, los alumnos de Puán eran realmente alumnos de Puán, los alumnos de la escuela de adultos eran alumnos realmente de esa escuela. Esa elección hizo que esas escenas tuvieran el clima ideal para abordarlas con mucha veracidad, porque había una pertenencia tan genuina al entorno que por momentos rozaba las experiencias del documental. 

 

Además, entendemos que no fue una filmación como cualquier otra: como exalumno de Puán, volviste a un set que ya conocías. ¿Cómo fue ese reencuentro? 

Mi experiencia por Puán fue muy efímera, cursé algunas materias, de manera salteada, no como un alumno regular, y lo hice ya de grande. Mi acercamiento tuvo que ver más con una curiosidad hacia la filosofía y a la experiencia universitaria que con la planificación de una carrera. De todos modos, tengo un gran respeto y admiración por la universidad y sus docentes. De hecho, antes de comenzar las escenas en donde le daba clases a los alumnos de Puán, tuve que blanquear que estaba nervioso a causa del respeto que me genera ese lugar, siendo que, en general, no soy de ponerme nervioso a la hora de actuar.

En División Palermo, interpretaste a un polícía corrupto y medio (del todo) garca. En Puán, te tocó un rol diametralmente opuesto. ¿Cómo es la experiencia de actuar dos roles tan distintos?

 Actuar roles diametralmente opuestos es lo mejor que le puede pasar a un actor, por lo menos a mí me encanta. Es la posibilidad de sumergirse en universos muy distintos, gestualidades y formas de pensar diversas, y eso estimula mucho el trabajo de comprensión al que uno se ve obligado enfrentar para poder interpretar el rol requerido. Para mí es muy importante tener una comprensión del personaje que tengo que hacer, poder comprender por qué actúa así, y qué es lo que lo moviliza. De esa manera uno puede correrse del lugar en el que se juzga su actuar, y entrar en un terreno más cómplice con ese personaje. Esos personajes no tienen cosas en común, lo único que encuentro en común es la forma de abordarlos, es decir, comprenderlos cabalmente para poder accionar con la mayor convicción en la línea que les toca. 

 

 Puán fue nominada a un Goya, ¿qué pensás que le hizo obtener ese reconocimiento? Y ¿qué tiene el cine argentino que encanta tanto afuera? 

 Estamos muy felices de haber sido elegidos para representar al país en los Goya. No sé exactamente qué piensa cada persona que vota en la Academia, ni qué es lo que la lleva a reconocer una película para representar un premio. Entiendo que son muchas personas, y que cada una tendrá diferentes motivos para votar una película. Luego habrá puntos en común que los lleva a la elección de una entre varias. Creo que Puán es una película con muchos aciertos, el abordaje de la comedia para llevar al espectador a un universo tan profundo como el de una persona que está atravesando un duelo, el puente entre lo sublime del pensamiento filosófico y la cotidianidad mundana de quien transmite ese saber, la capacidad de conectar un mundo particular con aquello que lo universaliza y toca el corazón de cualquier espectador que la vea. Por otro lado, creo que lo que gusta afuera del cine argentino es la calidad de sus producciones, y también la necesidad genuina de muchos de sus creadores por dejar una película en el mundo, como un testimonio de su época, una necesidad tan atávica como el arte mismo. 

Hablando de cine argentino, ¿qué te genera la amenaza que estuvo circulando, de cara a las elecciones, de cerrar el INCAA? 

Obviamente genera una gran preocupación, pero no sólo por lo que este cierre generaría en la industria, que sería letal, dejando a un montón de gente sin trabajo, sino también por la idea de que alguien pueda pensar que las expresiones artísticas sobran, que no son necesarias. El universo simbólico de las películas, lo que éstas cuentan, cómo lo cuentan, son manifestaciones culturales que hablan de la identidad de un sociedad hacia el mundo. Si nosotros no podemos contarnos a nosotros mismos, si no podemos pensar desde nuestra propia geografía las cuestiones más universales, ¿qué nos queda? ¿Hacer películas “exitosas”, esas que “el público quiere ver”? Y, ¿de dónde sale ese “público”? ¿De una voz unívoca, trabajada a partir del marketing y las técnicas de mercado para el consumo de bienes? ¿Es el éxito lo que legaliza una obra de arte? ¿Un hecho artístico no debería salir de los rincones más incómodos de una sociedad? ¿No debería nombrar o inventar nombres para aquello que la cotidianidad aplasta en su rutina diaria? Creo en el arte como necesidad, y eso no tiene relación con las técnicas del espectáculo de entretenimiento. No tengo nada contra el entretenimiento, de hecho lo consumo, pero desde el momento en que una persona pintó unos animales en una cueva primitiva, algo de lo humano se manifestó en nuestro mundo. Eso, que es esencial, esa búsqueda necesaria, es lo que nos contiene en la cultura, lo que nos permite sumergirnos en esas preguntas existenciales que son vitales y absolutamente necesarias para no ser sólo animales o máquinas de consumo. Son necesarias instituciones, políticas culturales, espacios para el desarrollo de una sociedad rica y humana, que nos dé la posibilidad y las herramientas para ver los peligros de esos automatísmos de consumo que se presentan como única forma de comunicación entre las personas. 

 

 ¿Por qué creés que Puán es una película relevante o importante para la Argentina hoy en día? 

 

Una película expresa una mirada sobre el propio paisaje en la que es creada, eso es inevitable, lo hace a pesar suyo. Lo vemos en el modo en que se visten sus personajes, cómo hablan, cómo se relacionan, como son sus casas, su escuelas, etc. Puán es parte de nuestra realidad argentina, o por lo menos, de un punto de vista sobre ella. La crisis de la educación pública es una problemática que sufrimos desde hace años, y eso, obviamente, aparece en la película. Pero no está puesto el acento ahí, sino que los personajes habitan el ambiente de la educación pública universitaria, y éste habla de por sí. No hay una actitud pedagógica sobre este tema, de contar lo qué pensamos o no, pero sí hay un espejo a partir del cual nos podemos mirar y reflexionar, creo que ese es el objetivo de la película con respecto a ese tema.

Juntos se rapea mejor

Juntos se rapea mejor

La Universidad Arturo Jauretche acompaña a nueve raperos del conurbano bajo la consigna de que pueden potenciarse de manera colectiva.

El rap como estilo musical nació en un mítico 11 de agosto de 1973, cuando se produjo la primera fiesta de hip hop en el Bronx de Nueva York, Estados Unidos. Desde entonces recorrió un largo camino hasta las y los jóvenes de los barrios populares del Gran Buenos Aires, quienes se apropiaron de él para compartir su realidad

Las juventudes puertorriqueñas, italianas, irlandesas que carecían de dinero para ir a un boliche crearon esta cultura contrahegemónica hace exactamente cinco décadas. Luego el productor musical y DJ Afrika Bambaataa le dio cohesión política y así permitió que fuera acogido en un largo proceso de asimilación por una innumerable cantidad de pibas y pibes, muchos de ellos humildes, del conurbano bonaerense.

Para Martín Biaggini, investigador especializado en Educación, Lenguajes y Medios por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), la democratización de la tecnología, producida en los últimos diez años -y que le atribuye en parte a políticas como el Programa Conectar Igualdad- permitió a estos jóvenes convertirse en enunciadores y “hacer un poquito de ruido” hablando de sus barrios con otras perspectivas.

Su aproximación a este mundo del rap sucedió 2015, mientras investigaba la literatura bonaerense para la publicación del libro Alto Guiso dedicado a la poesía en La Matanza, y le permitió llegar a la conclusión de que la poesía joven hoy en día tiene su expresión a través de las letras de rap.

El hip hop es un fenómeno caracterizado por los cruces de, al menos, de cuatro elementos fundamentales: el rap entendido como recitar o cantar, los Disc-Jockey, el breakdance como baile y el graffiti. Hay otro pilar sobre el que no hay tanto concepto, pero que muchas veces puede verse en las letras: el conocimiento.

«Más fuertes»

El proyecto de vinculación #HacindoRapJuntos es un proceso territorial de acompañamiento que, desde la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ), se hace a nueve raperos y raperas de distintos puntos del conurbano. Desde allí se intenta que comprendan que es por intermedio del funcionamiento colectivo como pueden ser “más fuertes”, trabajando por sobre las divisiones o los enfrentamientos preexistentes. El proyecto les permitió conseguir subsidios estatales e incluso que uno de los integrantes firme contrato con el exproductor de la banda Los Fabulosos Cadillacs. La idea original también se materializó en un libro de antología, bajo el mismo nombre, de las letras de cada artista participante con su respectiva biografía.

La rapera Elena Pensa, cuyo seudónimo es Elena LNA, cuenta que sus inicios estuvieron vinculados a la escritura de poesía, incentivada por cuadernos que le regaló su mamá, pero también se nutrió de otros estilos musicales como la cumbia colombiana, con los que no encajaban sus textos. En eso estaba cuando llegó a su poder un teléfono celular con canciones instrumentales sobre los que empezó a probar sus poemas; y ahí sintió “el flechazo” y se dio cuenta de que siempre había escrito rap. Al tiempo fue impulsada por un grupo de amigos que conoció en González Catán, quienes confiaron en ella para que comenzara a subirse a los escenarios y mostrara su talento cuando tenía apenas 18 años de edad.

Elena, que actualmente se dedica a dar clases de filosofía en colegios secundarios, ya es una exponente del estilo mejor conocido como “rap consciente”, en el que codifica los mensajes para un público predispuesto a focalizar en las letras. Para ella es totalmente cierto que el rap es una expresión narrativa donde “las personas no solo cuentan su historia sino su esencia”

 La artista recuerda una anécdota que la define: una vez escuchó que “uno es hip hop 24 horas por 7 días a la semana” y ahora utiliza la frase para explicar al pensador presocrático Heráclito (famoso por su frase célebre: “Ningún hombre se sumerge dos veces en el mismo río”). Cuando da clases, asegura, que “todos sus alumnos saben que hace rap” y, si bien en ese momento está en el rol de docente, nunca deja de llevar consigo el rap, el cual la atraviesa todo el tiempo y en todas las circunstancias.

 La expansión que se está dando con el rap es algo que a ella le encanta que suceda y siente que puede salvarles la vida a muchos más jóvenes, llevándolos, tarde o temprano, a la búsqueda de alguna forma de conocimiento. Por eso considera valioso, un suceso importante para la cultura del rap como es que empiece a ser reconocida por el ámbito académico-universitario: y al respecto tiene la convicción “que el hecho de que se hagan libros le da un peso de reconocimiento a una transformación donde todos tiramos para adelante”, asegura.

“Lo maravilloso del proyecto haciendo rap juntxs es que, al ser un grupo de personas diversas, hay gente con la cual uno no se lleva bien desde antes, pero esta causa me permite trascender esas diferencias y poner en práctica una comunión entre los artistas integrantes”, concluye.

 

Una cooperativa ambulante

Una cooperativa ambulante

Mientras reclaman que el Estado termine de reconocerlos como trabajadores formales, los artistas callejeros se organizan para democratizar la cultura y obtener fuentes de trabajo.

Pies tímidos, balanceos vacilantes y bailes desinhibidos acompañan el remolino musical que se gesta en el barrio de Recoleta. Danzantes y curiosos, se reúnen en la esquina de Junín y Vicente López a bailar y cantar. Bajo, guitarra, batería y saxofón son la fórmula para que la gente se desate. Frente a los músicos, sobre una pequeña banqueta de lona, hay un sombrero galera. Así transcurre el espectáculo, una tarde de sábado, de El Pelado Del Subte (EPDS), una de las bandas integrantes de TCA Producciones, la cooperativa de los Trabajadores de la Cultura Ambulante.

El origen de TCA Producciones se remonta a 2018, cuando se aprobó la reforma del Código Contravencional impulsada por el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, que plantea que los “ruidos molestos” provenientes de la vía pública constituyen una contravención. Viendo que el trabajo diario de los artistas callejeros se veía comprometido y negado, nació la lucha de la agrupación, cuyos miembros, gracias a la organización colectiva, son hoy reconocidos como parte de la economía popular.

Con la democratización de la cultura como bandera, los integrantes de TCA Producciones comparten la idea de que su trabajo permite el acceso al arte a personas que, sobre todo en tiempos de crisis económica, “no pueden pagar un show privado”, como describe Julián Mouriño, guitarrista y voz del dúo La Tribu Subterránea, parte de la cooperativa. Alan Bonafine, saxofonista de EPDS, agrega: “Quien no tiene, puede igualmente sentarse y escuchar todo el show gratis. Eso es democratizar la cultura”.

La elección de la calle como escenario no se limita a una decisión política. “Los espacios públicos son la ventana para el resto de los eventos privados que hacemos”, explica Julio Arredondo, bajista y voz de EPDS. Con repertorio fijo, ensayos y dedicación profesional, los artistas de la productora preparan a diario los espectáculos que brindan no solo en la calle, sino también públicos y privados. Trabajando a veces doble turno y otros medio, el cuidado de la voz es una de las prioridades de los cantantes que, entre apurados y amargados, son capaces de tornar semblantes grises en sonrisas.

El promedio de trabajo diario oscila las cuatro horas. El doble turno es reservado para los viernes y sábados, “días buenos para laburar porque hay otra onda de la gente”, como dice Rodrigo Pérez Barfly, voz y teclado de La Tribu Subterránea. De realizar jornada completa, no llega a ser de ocho horas porque “la voz para las seis [horas] llega muy rota” y se trata de un instrumento indispensable que de sobreexigirse puede poner en riesgo el resto de la semana laboral.

Ante afonías o enfermedades, se prioriza el reposo hasta la recuperación para no comprometer la salud ni el trabajo. “La voz es sagrada, hay que cuidarla lo más que se pueda –sostiene Pérez Barfly–. Cuando uno la pierde, lamentablemente hay que parar”. Para los dúos o bandas, el espectáculo puede continuar con un cambio de roles, pero en el caso de los solistas, la jornada puede verse limitada a hacer un set instrumental.

Para La Tribu Subterránea, la cifra generada en un “buen día” ronda los 10 mil pesos. Los fines de semana lo complementan con el caché fijo que reciben por eventos en bares y espacios privados. Con la inflación, que se come los ingresos de la galera, el dúo destaca: “Lo que nos sirve mucho y nos salva son los eventos”.

Los integrantes de EPDS reconocen las dificultades debido a la crisis, pero resaltan el trampolín laboral que significa su trabajo en la vía pública: “A través de la calle salieron la mayoría de las contrataciones”, señala Bonafine.

Las posibilidades de eventos que surgen en la vía pública compensan los problemas que se pueden presentar en la calle, donde, denuncia Arredondo, “la Policía y el Estado no nos terminan de reconocer como trabajadores formales”.

A pesar de su incorporación al Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (ReNaTEP), su formalización como artistas callejeros para un ejercicio pleno de sus derechos laborales aún es incompleto. Pueden inscribirse en el Registro Oficial de Artistas Callejeros de la Ciudad dependiente del Ministerio de Cultura porteño, sin embargo, el permiso final para poder actuar en la vía pública es otorgado por las comunas, lo que puede restringir, de manera arbitraria, su labor.

Habitués del espacio público, los artistas callejeros observan y conviven con las vicisitudes de las veredas de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano, incluidas las consecuencias de la crisis económica que empuja a las masas fuera del sistema. Y allí trabajan para difundir y compartir cultura, arte y música para todos, todas y todes. “Siempre sucede algo que hace que cada día en la calle sea especial”, concluye Julián Mouriño.

Poesía con las rejas como paisaje

Poesía con las rejas como paisaje

El XI Festival Internacional VaPoesía desarrolló uno de sus encuentros en un instituto de encierro de adolescentes. Un poeta sueco intercambió sus poemas con jóvenes privados de libertad y ANCCOM fue testigo privilegiado.

Henrik Nilsson preparaba su español mientras cruzaba el umbral que se abría bajo las manos estrechadas del Escudo Nacional, a media cuadra de la intersección entre las avenidas Belgrano y Jujuy. Atrás quedó ese bullicio urbano de miércoles por la mañana.

El poeta y traductor vino desde Suecia como invitado especial a un festival literario inusual: no va a presentar su obra en salones de actos y conferencias, sino que llegó a Balvanera para conversar con jóvenes privados de su libertad, en el Centro Socioeducativo de Régimen Cerrado Manuel Belgrano. Es una de las tantas actividades del XI Festival Internacional VaPoesía, que lleva a autores argentinos y extranjeros por distintos puntos de Mendoza y Buenos Aires, al encuentro de comunidades en situación de vulnerabilidad. La poesía como medio de escucha.

Lo acompañaron Marta Miranda, organizadora del Festival, y Diego Schulman, asesor cultural de la Embajada de Suecia. “Acá residen 15 jóvenes mayores de 18 años. Sus causas iniciaron cuando eran adolescentes y aguardan a que el tribunal determine si recuperan la libertad o pasan a una unidad penitenciaria”, explicó Néstor Lamendia, docente del Centro, mientras los guiaba por los pasillos que llevaban al aula. Henrik respondió que en Suecia había instituciones similares. 

“Los colores de tu bandera son los mismos que los del club de fútbol Boca Juniors, ¿lo sabías?”, le preguntó Néstor, sugiriendo un tema de conversación por si más adelante se encontraban con el mismo silencio que reinaba en las aulas vacías. Sin embargo, no iba a hacer falta mencionar la coincidencia. 

Los visitantes siguieron al guardapolvo blanco, deteniéndose brevemente a mirar, como si fueran fotos o pinturas, las sillas desocupadas y las paredes descascaradas que quedaban enmarcadas en las puertas y ventanas. El cielo gris parecía haber apagado los colores, incluso de los murales y mosaicos que cercan el patio. Por encima, mucho más para arriba del metegol, la canasta de básquet y los arcos de fútbol -vedados temporalmente por un arreglo en el tendido eléctrico-, el óxido de las rejas se desparramaba como lluvia sobre las paredes de los pisos superiores. Marta preguntaba y comparaba las condiciones puertas adentro con otros lugares de encierro que conoció: en este, al menos hay calefacción hasta octubre, zonas para poder refrescarse en el verano, colchones y ventanas. No es tan habitual como cabría imaginar. “Una arquitectura enferma, enferma al que la transita”, concluyó Néstor, que previamente trabajó en el penal de Devoto.

 Los primeros signos de vida aparecieron una vez llegados al pasillo donde estaba el aula preparada para la reunión. Unas mayúsculas trazadas en pizarra blanca le daban la bienvenida a Henrik, y el olor a café anticipaba un breve paso por la sala de profesores. Todavía no habían bajado los muchachos, pero ya se los empezaba a conocer a través de las paredes. Nombres de barrios populares -Bajo Flores, Cildáñez, Zavaleta, Barracas, Soldati- de puño y letra y en stencil. En un corcho, entre las fotos a color que los mostraban trabajando, había un cartel violeta donde se leía: “El mejor proyecto individual es el proyecto colectivo”. Los internos formaron una cooperativa gráfica, La Revancha, para afrontar gastos y ayudar a sus familias vendiendo cuadernos que producen artesanalmente. También armaron con papel un cisne grande de origami, que largaron en libertad el año pasado y estuvo exhibido en la ex-ESMA. 

 No todos los papeles que salen del Belgrano están en blanco. Este año, uno del grupo publicó su primer poemario. Inmediatamente se generó expectación por conocer al joven escritor. 

Bajaron. 

Cuando los 13 pares de zapatillas, algunas blancas, otras negras y otras grises, se iban deteniendo a saludar a conocidos y extraños, los docentes lo presentaron. Maxi, autor de Pequeños sentimientos en un mundo amarillo, antes de salir apurado a buscar un ejemplar, quiso cerciorarse de algo:

-¿Ya los hiciste tomar mate? -le preguntó a Marta, señalando a los suecos con un movimiento de cabeza. Estaba sentado de costado, inclinado sobre el termo que estaba en el piso, acomodando la yerba con la bombilla.

Henrik y Daniel conocían la bebida, pero no quisieron tomar esta vez. Marta, en cambio, aceptó con una sonrisa. Los demás muchachos estaban de brazos cruzados, con el gesto serio. Fijaban la mirada en un punto intermedio entre sus piernas extendidas y las caras de los visitantes, como si observaran algo que está lejos, imperceptible. Los del fondo, que estaban más cerca de la puerta, pidieron que la cerraran, a lo que los guardias erguidos en la entrada y el pasillo dijeron que no. Hacía frío, y apretaban los cierres de las camperas contra las narices, estirando para cubrirse la nuca todo lo posible. La calefacción se apaga a partir de octubre.

Para romper el hielo, Henrik trajo un poema para leer dos veces: primero en su lengua de tierras gélidas, provocando rostros de fascinación en los docentes -sentados de piernas cruzadas contra una pared lateral- y extrañamiento en los pibes. Las risas de todos, que no cazaron una, se transformaron luego de la lectura en español. El título era Guacamayo enjaulado, y los versos se ponían en la piel del pájaro, encerrado en un hotel para animar a los huéspedes:

No escogí mis rejas

Sin embargo fueron mis paisajes

 

Henrik no trajo libros, leyó sus poemas de hojas impresas. El libro con el que prosiguieron las lecturas provenía de adentro, de Maxi. Sus poemas no se ponían en la piel de nadie más: los versos, dedicados a su madre, sus abuelos o los lectores que provienen de otro mundo, remitían a sentimientos más profundos que los que daba a entender el “pequeños” del título. Todos culminaron con aplausos, sobre todo los que dejaban los pelos de punta:

Las cosas no se aguantan en estos lugares

No tienen nombre

Por un rato, la actividad se volvió una presentación de libro. Los suecos le preguntaban por su proceso de escritura, a veces a partir de la experiencia de Henrik. A diferencia suya, Maxi prefiere escribir de noche, cuando se va a acostar a la celda. “El poema lo escribo a mano así de una, lo dejo como queda para no arruinarlo”. No le molesta el ruido al momento de registrar las palabras en el papel. 

-Los argentinos vivimos en el bardo, somos ruidosos -señaló uno de los chicos. 

-Es muy porteño, además, eso de quedarse de noche despierto, haciendo arte, escribiendo -añadió uno de los docentes. 

-¿Y cómo arrancaste a escribir? ¿Qué te inspira? -preguntó el asesor cultural de la embajada. 

Algunos pibes se inclinaron. “Hablan muy lento”, exclamó uno. 

-Empecé para sumar puntos con el juez, pero escribí, escribí y… me enganché, ¿viste? Agarro un recuerdo, o cosas que veo acá. A veces escucho alguna canción y me gusta alguna palabra, una metáfora o expresión y quiero usarla para mis poemas. También leo mucho. A César González, que para mí es una inspiración y estuvo acá en cana, y estoy leyendo a Eduardo Galeano y a Roque Dalton. Hay mucho todavía por leer y escribir, quiero aprovechar el tiempo.

-¿Por qué el mundo “amarillo”? ¿Es por estas casas de la portada? -indagó Henrik. En la foto de tapa, se destacan unas casas del mismo amarillo que las paredes del aula, en contraste a la calle, las vías y el cielo, en blanco y negro. 

-Mi barrio, tiene muchas casas así.

-¿Quién te gustaría que te lea? – preguntó Diego.

-Me gustaría que me lea la gente de Europa.

Marta quiso saber si alguno más escribe. Al fondo, se le marcaron los hoyuelos a uno de los muchachos, que tenía a otro chico apoyado en su hombro. “Yo. Le mandé los poemas a la editorial para que lo publiquen”. Como no tenía sus manuscritos a mano, no pudo leer algo. Maxi sonrió orgulloso; más tarde comentará que le estaba muy encima a su amigo, al que conoció en libertad, para que afianzara su escritura: “Antes era otro, ahora está más caballero”. Igual que una chica que lo alentaba desde afuera, y que sacó la foto de la portada, él busca que sus compañeros saquen las palabras que encierran. “Si no transmitís tus cosas vos, no las transmite nadie”.

-Y vos, ¿tenés más de un libro? -le preguntó a Henrik el poeta emergente. 

Algunos jóvenes empezaban a moverse. Le iban preguntando la hora a los guardias y los docentes. Las nueve menos cinco, las diez, las diez y cuarto. Había que ir cerrando.

-Tenés que hacerlos circular por acá -comentó Maxi.

-Y capaz te puede traducir al sueco, Maxi -dijo en broma, quizá con un dejo de seriedad, otro docente. Podría ser: Henrik traduce sólo del español al sueco; no se siente cómodo trasladando su idioma natal a otro que incorporó de grande. 

 

Los suecos se pusieron manos a la obra. Henrik se sacó los anteojos. Una línea en español seguida por la misma en sueco. Diego leía en silencio, era el único que podía corroborar que la traducción fuera correcta. Muchos arquearon las cejas cuando reconocieron la palabra “asma” en medio de tantas vocales y consonantes enrarecidas.

Los profesores despidieron a los chicos. Se intercambiaban abrazos, palmadas en la espalda y ambas a la vez. Maxi firmó un ejemplar para Henrik, y muy serio contó que ya tiene material para su segundo libro que, como el primero, va a ser leído antes por sus compañeros, docentes y afectos de afuera. 

“Esto es un momento en el tiempo, una circunstancia. No los define”. Esas fueron las palabras de Marta al comienzo del encuentro. Encima de la pizarra, un ventanal dividido en recuadros. Algunos estaban pintados: paisajes, sin edificios y sin sol, con lunas en distintas fases alumbrando los árboles y los caminos, en el mismo tono blanquecino que proyectan los tubos de luz sobre los pasillos del Belgrano. Otros todavía tienen el papel protector, como recién comprado, esperando a ser paisaje de los que alzan la mirada, imaginando la libertad. 

La lucha campesina en Mendoza

La lucha campesina en Mendoza

La ópera prima de Mariano Cócolo, La calma, muestra la realidad del pueblo huarpe a través de la historia de una joven que tiene que retornar a su tierra natal para cuidar a su padre.

 

La película La calma, del director mendocino Mariano Cócolo, cuenta la historia de Nancy, una joven que vuelve a su pueblo para cuidar a su padre que acaba de sufrir un ACV. Interpretada por la actriz Tania Casciani, Nancy se había mudado a la ciudad para estudiar Derecho y, al mismo tiempo, trabajar en una fábrica de botellas, pero tras el accidente cerebrovascular de su padre se ve obligada a volver a su pueblo natal, no sólo para atenderlo, sino también para resguardar sus tierras, que están bajo amenaza de los terratenientes.

Rodado en Lavalle, provincia de Mendoza, el filme busca visibilizar a la comunidad huarpe, cuyos miembros todavía hoy trabajan la tierra, viven de la crianza de animales y luchan diariamente con las inclemencias del lugar, sobre todo contra la crisis hídrica que padece el secano mendocino. “Me impactó la manera que resisten ese estilo de vida y cómo pelean día a día. A partir de las charlas, empezaron a salir problemáticas en relación a los abusos del poder, que despertaron algún tipo de inquietud y necesidad de contar una historia en torno a esa realidad”, expresa Cócolo en diálogo con ANCCOM

El proyecto, según el cineasta, nace en el campo, lo cual no es una experiencia nueva para él, ya que desde chico ha recorrido distintos parajes rurales. Sus padres, además, le transmitieron el amor por las tradiciones, el folklore y la gauchesca. Pero, aclara Cócolo, siempre fueron visitantes: disfrutaban ciertas actividades y volvían a la ciudad. Por esta razón, el director sintió la necesidad de compartir y escuchar a las personas de la comunidad huarpe para mostrar su coyuntura y sus costumbres, que van pasando de generación en generación.

El árido paisaje se exhibe, en la película, en blanco y negro. Si bien se filmó a color, el monitor lo tenían con un registro visual clásico, para quitarle artificio al entorno. Querían poner el foco en el personaje y la realidad que vivía, sacándole cualquier tipo de color. De alguna manera, el blanco y negro resumía lo que pasaba allí. Algunas de las escenas, tal como cuenta Cócolo, estuvieron inspiradas en el director soviético Andrei Tarkovsky, a modo de homenaje estético.

La calma propone una experiencia visual y sonora que permite al público reflexionar y conmoverse. «A veces, por amor, uno deja muchas cosas atrás para estar con la persona que ama. En este caso, Nancy se quedó con su padre y lo cuidó hasta el día de su muerte. Al ver que él estaba sufriendo, ella dejó sus estudios y su trabajo, eso realmente me emocionó”, afirmó Facundo Coronel, un espectador de la película.

Durante el rodaje, el equipo debió afrontar distintos desafíos, como el intenso frío por las noches. El actor Miguel Ángel Borra, quien interpretó el padre de Nancy, vivió en carne propia tales inclemencias y llegó incluso a enfermarse, no tanto, por supuesto, como su personaje. Asimismo, estuvieron días sin poder ducharse, por las pocas comodidades de las que disponían y por el estricto cuidado del agua en el lugar.

“El desafío más grande es llevar adelante una película con pocos recursos. Pero uno encuentra justamente en eso la posibilidad de tener al lado gente maravillosa, a la que voy a estar agradecido siempre”, remarca Cócolo.  El rodaje, señala, se realizó en dos etapas: 11 jornadas a partir de julio de 2018 y, casi un año después, en 2019, dos jornadas más. En total fueron trece jornadas junto a un equipo “muy talentoso y hermoso”, como lo define Cócolo.

Distinguida con diversos premios en Argentina y en el exterior, La calma se puede ver en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530, CABA.