Por Sabrina Denisse Bucci Isasmendi
Fotografía: Pamela Pezo Malpica

Mientras reclaman que el Estado termine de reconocerlos como trabajadores formales, los artistas callejeros se organizan para democratizar la cultura y obtener fuentes de trabajo.

Pies tímidos, balanceos vacilantes y bailes desinhibidos acompañan el remolino musical que se gesta en el barrio de Recoleta. Danzantes y curiosos, se reúnen en la esquina de Junín y Vicente López a bailar y cantar. Bajo, guitarra, batería y saxofón son la fórmula para que la gente se desate. Frente a los músicos, sobre una pequeña banqueta de lona, hay un sombrero galera. Así transcurre el espectáculo, una tarde de sábado, de El Pelado Del Subte (EPDS), una de las bandas integrantes de TCA Producciones, la cooperativa de los Trabajadores de la Cultura Ambulante.

El origen de TCA Producciones se remonta a 2018, cuando se aprobó la reforma del Código Contravencional impulsada por el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, que plantea que los “ruidos molestos” provenientes de la vía pública constituyen una contravención. Viendo que el trabajo diario de los artistas callejeros se veía comprometido y negado, nació la lucha de la agrupación, cuyos miembros, gracias a la organización colectiva, son hoy reconocidos como parte de la economía popular.

Con la democratización de la cultura como bandera, los integrantes de TCA Producciones comparten la idea de que su trabajo permite el acceso al arte a personas que, sobre todo en tiempos de crisis económica, “no pueden pagar un show privado”, como describe Julián Mouriño, guitarrista y voz del dúo La Tribu Subterránea, parte de la cooperativa. Alan Bonafine, saxofonista de EPDS, agrega: “Quien no tiene, puede igualmente sentarse y escuchar todo el show gratis. Eso es democratizar la cultura”.

La elección de la calle como escenario no se limita a una decisión política. “Los espacios públicos son la ventana para el resto de los eventos privados que hacemos”, explica Julio Arredondo, bajista y voz de EPDS. Con repertorio fijo, ensayos y dedicación profesional, los artistas de la productora preparan a diario los espectáculos que brindan no solo en la calle, sino también públicos y privados. Trabajando a veces doble turno y otros medio, el cuidado de la voz es una de las prioridades de los cantantes que, entre apurados y amargados, son capaces de tornar semblantes grises en sonrisas.

El promedio de trabajo diario oscila las cuatro horas. El doble turno es reservado para los viernes y sábados, “días buenos para laburar porque hay otra onda de la gente”, como dice Rodrigo Pérez Barfly, voz y teclado de La Tribu Subterránea. De realizar jornada completa, no llega a ser de ocho horas porque “la voz para las seis [horas] llega muy rota” y se trata de un instrumento indispensable que de sobreexigirse puede poner en riesgo el resto de la semana laboral.

Ante afonías o enfermedades, se prioriza el reposo hasta la recuperación para no comprometer la salud ni el trabajo. “La voz es sagrada, hay que cuidarla lo más que se pueda –sostiene Pérez Barfly–. Cuando uno la pierde, lamentablemente hay que parar”. Para los dúos o bandas, el espectáculo puede continuar con un cambio de roles, pero en el caso de los solistas, la jornada puede verse limitada a hacer un set instrumental.

Para La Tribu Subterránea, la cifra generada en un “buen día” ronda los 10 mil pesos. Los fines de semana lo complementan con el caché fijo que reciben por eventos en bares y espacios privados. Con la inflación, que se come los ingresos de la galera, el dúo destaca: “Lo que nos sirve mucho y nos salva son los eventos”.

Los integrantes de EPDS reconocen las dificultades debido a la crisis, pero resaltan el trampolín laboral que significa su trabajo en la vía pública: “A través de la calle salieron la mayoría de las contrataciones”, señala Bonafine.

Las posibilidades de eventos que surgen en la vía pública compensan los problemas que se pueden presentar en la calle, donde, denuncia Arredondo, “la Policía y el Estado no nos terminan de reconocer como trabajadores formales”.

A pesar de su incorporación al Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (ReNaTEP), su formalización como artistas callejeros para un ejercicio pleno de sus derechos laborales aún es incompleto. Pueden inscribirse en el Registro Oficial de Artistas Callejeros de la Ciudad dependiente del Ministerio de Cultura porteño, sin embargo, el permiso final para poder actuar en la vía pública es otorgado por las comunas, lo que puede restringir, de manera arbitraria, su labor.

Habitués del espacio público, los artistas callejeros observan y conviven con las vicisitudes de las veredas de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano, incluidas las consecuencias de la crisis económica que empuja a las masas fuera del sistema. Y allí trabajan para difundir y compartir cultura, arte y música para todos, todas y todes. “Siempre sucede algo que hace que cada día en la calle sea especial”, concluye Julián Mouriño.