Por Fiona González López
Fotografía: Valentina Gomez

El XI Festival Internacional VaPoesía desarrolló uno de sus encuentros en un instituto de encierro de adolescentes. Un poeta sueco intercambió sus poemas con jóvenes privados de libertad y ANCCOM fue testigo privilegiado.

Henrik Nilsson preparaba su español mientras cruzaba el umbral que se abría bajo las manos estrechadas del Escudo Nacional, a media cuadra de la intersección entre las avenidas Belgrano y Jujuy. Atrás quedó ese bullicio urbano de miércoles por la mañana.

El poeta y traductor vino desde Suecia como invitado especial a un festival literario inusual: no va a presentar su obra en salones de actos y conferencias, sino que llegó a Balvanera para conversar con jóvenes privados de su libertad, en el Centro Socioeducativo de Régimen Cerrado Manuel Belgrano. Es una de las tantas actividades del XI Festival Internacional VaPoesía, que lleva a autores argentinos y extranjeros por distintos puntos de Mendoza y Buenos Aires, al encuentro de comunidades en situación de vulnerabilidad. La poesía como medio de escucha.

Lo acompañaron Marta Miranda, organizadora del Festival, y Diego Schulman, asesor cultural de la Embajada de Suecia. “Acá residen 15 jóvenes mayores de 18 años. Sus causas iniciaron cuando eran adolescentes y aguardan a que el tribunal determine si recuperan la libertad o pasan a una unidad penitenciaria”, explicó Néstor Lamendia, docente del Centro, mientras los guiaba por los pasillos que llevaban al aula. Henrik respondió que en Suecia había instituciones similares. 

“Los colores de tu bandera son los mismos que los del club de fútbol Boca Juniors, ¿lo sabías?”, le preguntó Néstor, sugiriendo un tema de conversación por si más adelante se encontraban con el mismo silencio que reinaba en las aulas vacías. Sin embargo, no iba a hacer falta mencionar la coincidencia. 

Los visitantes siguieron al guardapolvo blanco, deteniéndose brevemente a mirar, como si fueran fotos o pinturas, las sillas desocupadas y las paredes descascaradas que quedaban enmarcadas en las puertas y ventanas. El cielo gris parecía haber apagado los colores, incluso de los murales y mosaicos que cercan el patio. Por encima, mucho más para arriba del metegol, la canasta de básquet y los arcos de fútbol -vedados temporalmente por un arreglo en el tendido eléctrico-, el óxido de las rejas se desparramaba como lluvia sobre las paredes de los pisos superiores. Marta preguntaba y comparaba las condiciones puertas adentro con otros lugares de encierro que conoció: en este, al menos hay calefacción hasta octubre, zonas para poder refrescarse en el verano, colchones y ventanas. No es tan habitual como cabría imaginar. “Una arquitectura enferma, enferma al que la transita”, concluyó Néstor, que previamente trabajó en el penal de Devoto.

 Los primeros signos de vida aparecieron una vez llegados al pasillo donde estaba el aula preparada para la reunión. Unas mayúsculas trazadas en pizarra blanca le daban la bienvenida a Henrik, y el olor a café anticipaba un breve paso por la sala de profesores. Todavía no habían bajado los muchachos, pero ya se los empezaba a conocer a través de las paredes. Nombres de barrios populares -Bajo Flores, Cildáñez, Zavaleta, Barracas, Soldati- de puño y letra y en stencil. En un corcho, entre las fotos a color que los mostraban trabajando, había un cartel violeta donde se leía: “El mejor proyecto individual es el proyecto colectivo”. Los internos formaron una cooperativa gráfica, La Revancha, para afrontar gastos y ayudar a sus familias vendiendo cuadernos que producen artesanalmente. También armaron con papel un cisne grande de origami, que largaron en libertad el año pasado y estuvo exhibido en la ex-ESMA. 

 No todos los papeles que salen del Belgrano están en blanco. Este año, uno del grupo publicó su primer poemario. Inmediatamente se generó expectación por conocer al joven escritor. 

Bajaron. 

Cuando los 13 pares de zapatillas, algunas blancas, otras negras y otras grises, se iban deteniendo a saludar a conocidos y extraños, los docentes lo presentaron. Maxi, autor de Pequeños sentimientos en un mundo amarillo, antes de salir apurado a buscar un ejemplar, quiso cerciorarse de algo:

-¿Ya los hiciste tomar mate? -le preguntó a Marta, señalando a los suecos con un movimiento de cabeza. Estaba sentado de costado, inclinado sobre el termo que estaba en el piso, acomodando la yerba con la bombilla.

Henrik y Daniel conocían la bebida, pero no quisieron tomar esta vez. Marta, en cambio, aceptó con una sonrisa. Los demás muchachos estaban de brazos cruzados, con el gesto serio. Fijaban la mirada en un punto intermedio entre sus piernas extendidas y las caras de los visitantes, como si observaran algo que está lejos, imperceptible. Los del fondo, que estaban más cerca de la puerta, pidieron que la cerraran, a lo que los guardias erguidos en la entrada y el pasillo dijeron que no. Hacía frío, y apretaban los cierres de las camperas contra las narices, estirando para cubrirse la nuca todo lo posible. La calefacción se apaga a partir de octubre.

Para romper el hielo, Henrik trajo un poema para leer dos veces: primero en su lengua de tierras gélidas, provocando rostros de fascinación en los docentes -sentados de piernas cruzadas contra una pared lateral- y extrañamiento en los pibes. Las risas de todos, que no cazaron una, se transformaron luego de la lectura en español. El título era Guacamayo enjaulado, y los versos se ponían en la piel del pájaro, encerrado en un hotel para animar a los huéspedes:

No escogí mis rejas

Sin embargo fueron mis paisajes

 

Henrik no trajo libros, leyó sus poemas de hojas impresas. El libro con el que prosiguieron las lecturas provenía de adentro, de Maxi. Sus poemas no se ponían en la piel de nadie más: los versos, dedicados a su madre, sus abuelos o los lectores que provienen de otro mundo, remitían a sentimientos más profundos que los que daba a entender el “pequeños” del título. Todos culminaron con aplausos, sobre todo los que dejaban los pelos de punta:

Las cosas no se aguantan en estos lugares

No tienen nombre

Por un rato, la actividad se volvió una presentación de libro. Los suecos le preguntaban por su proceso de escritura, a veces a partir de la experiencia de Henrik. A diferencia suya, Maxi prefiere escribir de noche, cuando se va a acostar a la celda. “El poema lo escribo a mano así de una, lo dejo como queda para no arruinarlo”. No le molesta el ruido al momento de registrar las palabras en el papel. 

-Los argentinos vivimos en el bardo, somos ruidosos -señaló uno de los chicos. 

-Es muy porteño, además, eso de quedarse de noche despierto, haciendo arte, escribiendo -añadió uno de los docentes. 

-¿Y cómo arrancaste a escribir? ¿Qué te inspira? -preguntó el asesor cultural de la embajada. 

Algunos pibes se inclinaron. “Hablan muy lento”, exclamó uno. 

-Empecé para sumar puntos con el juez, pero escribí, escribí y… me enganché, ¿viste? Agarro un recuerdo, o cosas que veo acá. A veces escucho alguna canción y me gusta alguna palabra, una metáfora o expresión y quiero usarla para mis poemas. También leo mucho. A César González, que para mí es una inspiración y estuvo acá en cana, y estoy leyendo a Eduardo Galeano y a Roque Dalton. Hay mucho todavía por leer y escribir, quiero aprovechar el tiempo.

-¿Por qué el mundo “amarillo”? ¿Es por estas casas de la portada? -indagó Henrik. En la foto de tapa, se destacan unas casas del mismo amarillo que las paredes del aula, en contraste a la calle, las vías y el cielo, en blanco y negro. 

-Mi barrio, tiene muchas casas así.

-¿Quién te gustaría que te lea? – preguntó Diego.

-Me gustaría que me lea la gente de Europa.

Marta quiso saber si alguno más escribe. Al fondo, se le marcaron los hoyuelos a uno de los muchachos, que tenía a otro chico apoyado en su hombro. “Yo. Le mandé los poemas a la editorial para que lo publiquen”. Como no tenía sus manuscritos a mano, no pudo leer algo. Maxi sonrió orgulloso; más tarde comentará que le estaba muy encima a su amigo, al que conoció en libertad, para que afianzara su escritura: “Antes era otro, ahora está más caballero”. Igual que una chica que lo alentaba desde afuera, y que sacó la foto de la portada, él busca que sus compañeros saquen las palabras que encierran. “Si no transmitís tus cosas vos, no las transmite nadie”.

-Y vos, ¿tenés más de un libro? -le preguntó a Henrik el poeta emergente. 

Algunos jóvenes empezaban a moverse. Le iban preguntando la hora a los guardias y los docentes. Las nueve menos cinco, las diez, las diez y cuarto. Había que ir cerrando.

-Tenés que hacerlos circular por acá -comentó Maxi.

-Y capaz te puede traducir al sueco, Maxi -dijo en broma, quizá con un dejo de seriedad, otro docente. Podría ser: Henrik traduce sólo del español al sueco; no se siente cómodo trasladando su idioma natal a otro que incorporó de grande. 

 

Los suecos se pusieron manos a la obra. Henrik se sacó los anteojos. Una línea en español seguida por la misma en sueco. Diego leía en silencio, era el único que podía corroborar que la traducción fuera correcta. Muchos arquearon las cejas cuando reconocieron la palabra “asma” en medio de tantas vocales y consonantes enrarecidas.

Los profesores despidieron a los chicos. Se intercambiaban abrazos, palmadas en la espalda y ambas a la vez. Maxi firmó un ejemplar para Henrik, y muy serio contó que ya tiene material para su segundo libro que, como el primero, va a ser leído antes por sus compañeros, docentes y afectos de afuera. 

“Esto es un momento en el tiempo, una circunstancia. No los define”. Esas fueron las palabras de Marta al comienzo del encuentro. Encima de la pizarra, un ventanal dividido en recuadros. Algunos estaban pintados: paisajes, sin edificios y sin sol, con lunas en distintas fases alumbrando los árboles y los caminos, en el mismo tono blanquecino que proyectan los tubos de luz sobre los pasillos del Belgrano. Otros todavía tienen el papel protector, como recién comprado, esperando a ser paisaje de los que alzan la mirada, imaginando la libertad.