Esa vieja costumbre de incendiar

Esa vieja costumbre de incendiar

Denuncian a los dueños del Ingenio La Esperanza, en Jujuy, por desalojos de pobladores ancestrales, desmontes masivos de bosques y quemas que ponen en riesgo vidas y casas.

“Tengo toda la casa rodeada de fuego”, relata entre lágrimas María de los Ángeles González, referente del Movimiento Nacional Campesino Indígena de Jujuy e integrante de una de las familias afectadas por los incendios. “Trabajamos esta tierra desde 1906, pero ahora los nuevos dueños del Ingenio La Esperanza, la Productora del Noroeste (del Grupo Budeguer), desconocen nuestros derechos posesorios”, señala González.

El sábado 7 de diciembre la familia denunció nuevamente que los actuales dueños del ingenio desconocen sus derechos ancestrales y continúan desmontando los territorios donde viven y producen sus alimentos. “Siguen destruyendo el bosque, queman los árboles añejos que derribaron con cadenas y máquinas», expresa con pesar la campesina jujeña. “El sábado dejaron los cordones de desmonte que rodeaban nuestra casa, luego de que ellos arrasaran con nuestros potreros. Hoy ya empezaron a cavar una zanja alrededor de nuestra casa y corrales sin ninguna orden judicial”, comenta González. «El fuego llega hasta nuestra casa y pone en peligro nuestras vidas», añade.

En 2019, la provincia de Jujuy vendió el Ingenio La Esperanza a la Productora del Noroeste junto con las tierras, desconociendo las numerosas posesiones familiares dentro de ellas. A las familias ya desalojadas les destruyeron todo con máquinas topadoras. Mientras tanto, aquellas que aún permanecen en sus tierras enfrentan restricciones de acceso a los campos donde desarrollan la ganadería. “Por caprichos de Budeguer, no permiten que entren mis hijos ni otros familiares; mis padres, que son personas mayores, están solos. El humo llegó hasta su casa, que es de madera, y entraron en pánico al ver el fuego a solo cinco metros de la vivienda», precisa González.

Las últimas negociaciones entre los campesinos jujeños y la empresa cañera tucumana transcurrieron entre julio y agosto, pero no fueron exitosas. Los despojos comenzaron a mediados de julio, cuando, con la orden del juez de Control, Sergio González, varias familias del paraje Los Arrozales vieron cómo las maquinarias arrasaron con la vegetación y presenciaron la quema de pastizales. Una de las afectadas fue Amanda Delina Molina junto a su hija, María José Gaypare, quienes se quedaron en su vivienda ubicada en el monte resistiendo la avanzada de la empresa. El 29 de agosto las mujeres fueron detenidas, acusadas por usurpación, y trasladadas a la Comisaría 52 del barrio La Merced, en San Pedro. Desde ese entonces, campesinos y campesinas han denunciado constantes hostigamientos por parte de Productora del Noroeste S.A.

González llamó a la Dirección de Incendios Forestales en San Pedro para denunciar que la empresa cañera estaba quemando y ponía en peligro la vivienda. “Nos dijeron que, si bien la empresa tenía permiso para quemar, debía tomar recaudos para no afectar los puestos”, relató. Desde el organismo público jujeño confirmaron la denuncia y el permiso de quema controlada a favor de la compañía, pero dieron una versión diferente sobre el peligro del fuego sobre la vivienda de los puesteros. El jefe de Cuadrilla, Hugo Núñez, explicó que enviaron personal para verificar la situación y que, según el informe recibido, el fuego estaba controlado y no representaba un peligro para la vivienda de la familia González.

La Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) expresó en un comunicado que, gracias a la tecnología, han podido ser testigos de las agresiones hacia las familias, que incluyen amenazas, golpizas, incendios y la demolición de sus viviendas con topadoras. «Niños corren a esconderse en el monte, mientras las mujeres no pueden más», denuncian. Además, critican la falta de políticas efectivas para regularizar la propiedad de la tierra: “Llegó la hora del debate crucial. No tenemos ni Ley de Reforma Agraria (Bolivia, México) ni institutos de Colonización o similares (Uruguay, Brasil), ni políticas de regularización dominial efectivas (Chile) para el campesinado, los pueblos originarios y los trabajadores rurales”. “Vamos a resistir a este gobierno y sus políticas represivas y racistas”, concluyen.

La Legislatura porteña declaró de interés cultural a la parroquia San Patricio

La Legislatura porteña declaró de interés cultural a la parroquia San Patricio

En ella se cometió el mayor acto de terrorismo de Estado contra miembros de la Iglesia católica. La causa judicial que investiga los cinco asesinatos aún está abierta.

La parroquia San Patricio, ubicada en el barrio de Belgrano, donde se perpetró la masacre de cinco religiosos durante la última dictadura militar, fue declarada patrimonio cultural por parte de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. El proyecto fue impulsado por el legislador Claudio Ferreño.

El 4 de julio de 1976, un grupo de represores ingresó a la parroquia y asesinó a los sacerdotes Alfredo Leaden, Alfredo Kelly y Pedro Dufau y a los seminaristas Salvador Barbeito Doval y Emilio Barletti. Además, colocaron alrededor de los cadáveres una imagen de Mafalda señalando el “palito de abollar ideologías” de un policía, y escribieron en las paredes del templo: “Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes” y “Por los camaradas dinamitados en Seguridad Federal. Venceremos. Viva la Patria”.

 “Nosotros venimos trabajando la causa en sus distintas aristas -expresó Ramiro Varela, fundador de la agrupación Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia- , y la colocación de la placa que la declara patrimonio cultural fue un acontecimiento más dentro de la construcción de la memoria. Es importante dejar huellas en el espacio público porque continúan dando testimonio de lo que aconteció, mantiene viva la llama de la memoria, pero también presiona en la búsqueda de verdad y el reclamo de justicia. A nosotros nos moviliza el reclamo de justicia, porque esta causa no es solo de la comunidad palotina, sino de toda la sociedad. Fue el mayor hecho de sangre cometido contra la Iglesia católica en Argentina, y es uno de los crímenes más resonantes que perpetró el terrorismo de Estado”. A 48 años de la masacre, la causa continúa en etapa de instrucción, sin responsables identificados ni condenados.

La causa que investiga los crímenes se inició horas después de los asesinatos, bajo la instrucción del juez Guillermo Rivarola, con la intervención del fiscal Julio César Strassera. En octubre de 1977, el caso fue cerrado a pedido del fiscal. En agosto de 1984, la causa se reabrió por solicitud de la congregación palotina, y el expediente quedó a cargo del juez Néstor Blondi. En 1986, el fiscal Aníbal Ibarra procesó a dos efectivos de la Comisaría 37 por considerarlos partícipes necesarios al liberar la zona para la masacre: al entonces comisario Rafael Fensore y al oficial principal Miguel Ángel Romano, por ese entonces jefe de calle. Sin embargo, en 1987 la medida quedó sin efecto por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y Blondi clausuró la instrucción.

La causa entró en punto muerto durante 18 años, hasta el 2005, cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró la inconstitucionalidad de las leyes que garantizaban la impunidad de los represores. En ese año, se incluyó en la Megacausa ESMA, ya que dos sobrevivientes del excentro de detención, tortura y exterminio declararon haber escuchado al represor Antonio Pernías atribuirse la masacre junto a otros miembros del grupo de tareas 3.3.2. Varela afirmó: “Para nosotros siempre fue una línea de investigación un tanto inverosímil tomando en cuenta el modus operandi. Dejar los cuerpos en el lugar no se correspondía en absoluto con la forma de operar que tenían los marinos de la ESMA, que secuestraban para extraer información, y luego los aniquilaban a través de los vuelos de la muerte u otra metodología, pero nunca ejecutaban a alguien y lo dejaban en el lugar”.

En 2005, el juez Sergio Torres, a cargo del expediente ESMA, ordenó medidas de prueba y tomó declaraciones, incluso dictó el procesamiento de 18 marinos. Sin embargo, la Cámara Federal porteña revocó los procesamientos en 2006 y 2007 por falta de mérito. Varela afirmó que Torres no terminó de avanzar porque estaba siguiendo una línea de investigación errada, y compartió: “Nosotros siempre creímos que los responsables fueron de la Policía Federal. Dos días antes de la masacre estalló una bomba en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, y cuando se produjo la masacre de San Patricio se encontraron pintadas que hacían referencia a ese hecho. El modus operandi, la fecha, las pintadas y el cuadro de Mafalda de alguna forma pueden tomarse como una suerte de firma de autor del hecho. Nosotros tenemos como más plausible la línea que apunta hacia los efectivos de la Policía Federal, o miembros no oficiales de ella que formaron parte de la estructura represiva”.

En 2022, el juez Sebastián Casanello incorporó a Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia a la causa como amicus curiae, lo que les permitió aportar información de valía y sus investigaciones al expediente. La causa pasó de Casanello a Ariel Lijo, quien tras el testimonio de un arrepentido del centro clandestino de detención de Coordinación Federal, que afirmó haber escuchado a un miembro de la patota que operaba allí atribuirse la responsabilidad del hecho, decidió deslindar su competencia sobre la masacre palotina dentro de la Megacausa ESMA. De esa forma, la causa llegó al juez Daniel Rafecas, que actualmente investiga el hecho como parte de los crímenes de Coordinación Federal, en el marco de la Megacausa del Primer Cuerpo del Ejército.

Pablo Llonto, abogado querellante de la Causa Palotinos, confirmó a ANCCOM que, hasta el día de hoy, no hay responsables identificados del grupo de tareas culpable de los asesinatos, pero sí de los partícipes necesarios, aunque no están condenados. Además, el abogado sostuvo en la Mesa de Discusión Institucional y Social que es necesario profundizar la investigación sobre los pedidos de “zona liberada” que recibían sistemáticamente las comisarías de la Policía Federal durante esa época, dado que este accionar era frecuente y estuvo presente en otros crímenes perpetrados por las fuerzas en el mismo año.

Para concluir, Varela destacó: “Si bien la causa no termina de reactivarse, estamos en la mejor posición que podríamos haber llegado a estar a lo largo de todos estos años. Tenemos mucha expectativa, no obstante le pedimos al magistrado que haya mayor celeridad en la instrucción, porque el peligro es la impunidad biológica, ya que los culpables empiezan a envejecer y mueren impunes, sin pagar por sus responsabilidades. Por eso, le pedimos a Rafecas que acelere la instrucción, cite a indagatoria a los efectivos de la Comisaría 37 que siguen vivos y que actuaron en esa dependencia policial al momento del hecho, ya que podrían tener alguna responsabilidad. Estamos a la expectativa de que parte de los responsables, al menos los que liberaron la zona, paguen por su accionar y den explicaciones en la justicia”.

«La música no mata»

«La música no mata»

La Legislatura Porteña declaró de interés cultural el libro Voces, Tiempo, Verdad, de la organización No Nos Cuenten Cromañon y Bruno Larocca, que da voz a los sobrevivientes a 20 años de la masacre.

En el Día de los Derechos Humanos, el libro escrito por la organización No Nos Cuenten Cromañon fue declarado “de interés para la comunicación social y la cultura de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura porteña en un acto que finalizó con una pequeña presentación musical de Ojos Locos, banda soporte de Callejeros aquel 30 de diciembre de 2004 en que se desató la tragedia en el local República de Cromañon. Próximamente, la organización recibirá un reconocimiento de la UNESCO por el trabajo en materia de Derechos Humanos. “Tanto la organización como el libro son un trabajo independiente y autogestivo con todas las trabas que esto conlleva. Lo recaudado se destina a nuestro programa de asistencia en salud mental que ayuda a tener mejor calidad de vida a los sobrevivientes”, explicó Diego Cocuzza, sobreviviente y actual presidente de la organización No Nos Cuenten Cromañon (NNCC).

Sobre esta agrupación, conformada en 2007 por un grupo de sobrevivientes, Cocuzza contó que “siempre supimos que con el dolor generado por la tragedia teníamos que hacer algo. Y elegimos construir algo positivo alrededor de todo lo horrible que nos tocó vivir”. Actualmente brindan asistencia en salud mental a sobrevivientes y participan de la organización del acto homenaje que se realiza cada 30 de diciembre, al cual describe como “un espacio que encontramos los sobrevivientes para pasar ese día un poco menos peor o incluso también permitirnos disfrutar de la música que era algo que nos habían prohibido haciéndonos creer que teníamos la culpa de estar vivos”. La organización llevó a cabo, además, la gira nacional de presentación del libro con el objetivo de visitar todo el país antes de fin de año. La lista quedó completa luego de visitar 42 ciudades, cerrando su recorrido por la capital pampeana, Mendoza y San Juan este pasado fin de semana.

Cocuzza explica que el libro, que va por su tercera reimpresión, “escapa de las historias personales y de los hechos puntuales del 30 de diciembre. Buscamos un libro que cuente el antes, el durante y el después de Cromañon, desde nuestra verdad, la de los sobrevivientes, los testigos y la causa judicial. Sencillamente hacerle honor a la verdad, porque durante 20 años se dijeron muchas mentiras y mitos que hasta el día de hoy seguimos intentando derribar, entre ellos, con esta gira. De esto mismo surge el nombre Voces, Tiempo, Verdad: las voces que se callaron durante este tiempo y que ahora se transforman en verdad. Fue un trabajo enorme que se hizo durante muchos años de lucha para que se escuchara otra voz”, explica sobre el trabajo que realizan en cada una de sus charlas o clases abiertas sobre Cromañon para responder a todas las dudas y creencias del público sobre el tema.

Diego Cardell, sobreviviente y escenógrafo de Callejeros en diciembre de 2004, se encargó de diseñar la tapa del libro. “Cromañon desde lo estético, que es desde donde yo miro el mundo, es todo negro, pero nuestra vida no puede ser así”, dijo haciendo referencia al uso predonminante del color azul en el diseño. “Luego está la imagen: una oreja que se grita a sí misma. Es un recurso retórico: nosotros escuchamos a todas las partes y cuando quisimos alzar nuestra voz fuimos rechazados. A su vez, está llena de piercings que representan cada capítulo del libro y de la historia Cromañon: el periodismo, la banda Ojos Locos, la psicología, la sociología. Pero hay un orificio sin aro: es mi representación de la ausencia del Estado”.

En la actualidad, la organización ya no está conformada solo por sobrevivientes, sino por muchas otras personas que sin haber vivido aquella noche trágica en el boliche de Once son interpelados por la causa, entre ellos el periodista y redactor del libro, Bruno Larocca. “No estuve la noche del 30 de diciembre allí, pero creo que es una causa que nos atraviesa como argentinos. Te moviliza la injusticia, que con Cromañón la vivimos hasta hoy”, explica.

“Como periodista –agrega- notaba que en los medios de comunicación había mucha desinformación, se corría el foco de la corrupción y lo ponían sobre el público o sobre la banda. Incluso, los avances judiciales se concretaban de acuerdo a lo anunciado y anticipado en esos mismos medios. Había una clara intención de instalar ciertos temas, que no figuraban en la causa judicial y que nunca fueron desmentidos. Eso es justamente lo que queremos revertir en estas charlas. Y luego, desde lo personal, me generaba impotencia escuchar a cualquier persona hablar de cómo era un recital de rock aunque no conociera el ambiente. Se referían despectivamente, contaban otras historias y otras realidades, pero estaban hablando de nosotros, del público de rock, de quienes nos identificábamos con las canciones. Creo que todos nosotros somos la generación Cromañon. Entonces cuando desde NNCC me convocaron para el libro era imposible no involucrarme”.

República de Cromañon era un boliche de rock ubicado en el barrio porteño de Once y administrado por Omar Chabán, reconocido empresario en el ámbito del under por ser dueño de Cemento, otro espacio mucho más pequeño que le permitía a las bandas darse a conocer. Cromañon había abierto sus puertas en abril de 2004 y era publicitado como un “miniestadio” que llegaba para disputarle el negocio de los recitales a Obras Sanitarias. Antes de ser Cromañon, el lugar donde originalmente había funcionado una terminal de ómnibus devino en la bailanta de cumbia “El Reventón”, conocida por la noche en que el Potro Rodrigo tocó ante 5.700 personas. Este boliche, habilitado en 1977 como “local de baile clase C”, ya había sido inspeccionado en tres oportunidades, en las que no quedó asentado ningún requerimiento de modificaciones o mejoras necesarias y declarando medidas mucho menores a las reales, lo que hubiese exigido mayores normas de seguridad. “Así arranca la historia de este boliche, con irregularidades desde 1977, varios años antes de que fuera un boliche de rock”, repuso Cocuzza. “Una masacre necesita de la intervención humana. Una tragedia puede ser algo natural. Entonces, cuando hablamos puntualmente de Cromañon, intentamos enfatizar en que fue una masacre porque se podría haber evitado si no hubiese existido corrupción”.

El espacio habilitado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para 1031 personas excedía cada noche la capacidad. Durante los escasos nueve meses de funcionamiento, “se encendieron un montón de alarmas por irregularidades y sin embargo seguía funcionando”, recuerda Cocuzza. Matafuegos vencidos, luces de emergencia que no funcionaban, ventanas tapiadas, canchas de fútbol que se colocaron en el techo tras quitar la ventilación y los extractores, material inflamable en el techo del recinto y la puerta de emergencia cerrada. Esta última, aunque señalizada como salida de emergencia, se encontraba con candado y alambres luego de que el 25 de diciembre anterior, a solo cinco días de la masacre, en el recital de otra banda de rock, La 25, se produjera un incendio y el público escapara por la puerta que conectaba con la calle Bartolomé Mitre. Esta puerta también llevaba al estacionamiento de un hotel lindero al boliche y pertenecía al mismo dueño, Rafael Levy, quien solicitó a Chabán cerrarla luego de los destrozos provocados en la huída de aquella noche. Durante la causa Cromañon se determinó que si las puertas hubieran estado en funcionamiento, 3000 personas hubieran salido en tres minutos. “Callejeros fue a tocar y nosotros a escuchar, a un local habilitado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”, vuelve a puntualizar Cocuzza.

Esa noche, fueron los mismos jóvenes los que salvaron vidas de desconocidos, porque el Estado, representado en bomberos y el sistema de salud, no podía hacer frente a la magnitud del desastre. Los servicios públicos no contaban con las herramientas necesarias para ingresar al lugar y salvar vidas. “Se estaban jugando la vida ahí porque no contaban con máscaras, ni oxígeno. No había ambulancias. Bomberos les daba indicaciones a muchos chicos de cómo tenían que hacer para entrar, cargar los cuerpos que estaban tirados en el piso y poder salir para volver a entrar”, recordó Cocuzza. Los jóvenes ingresaban tres o cuatro veces al boliche con la remera atada detrás de la nuca a modo de barbijo. “Hasta después de una hora seguían sacando gente, cuerpos atrapados. Llegaron incluso a romper la pared para salvar a más personas”, relata el sobreviviente que esa noche trasladó heridos a los hospitales con su Renault 12.

Luego de lo sucedido, la noche porteña se apagó por la cantidad de bares y locales que funcionaban en condiciones similares a Cromañon. El sexto capítulo del libro “Una granada de mano en mano” retoma la opinión de Carlos Alberto “Indio” Solari: “La cultura del rock no hubiese tenido el carácter que tuvo si se hubiese forjado en lugares con los baños limpios [..] La complicidad que tenemos como sociedad hace que paguen la cuenta aquellos a los que le explota en la mano, como fue el caso de Callejeros. Es así, nos vamos pasando la granada sin anillo y si te tocó a vos te jodés”.

La cultura de la pirotecnia en el ámbito del rock fue una práctica que creció durante la década del 1990. “El músico se ponía contento cuando se encendían bengalas en el show, porque tenía que ver con la entrega y la pasión, con lo que despertaba la banda y su música en el público. Justamente por eso no se prendían en todos los recitales,” explica Cocuzza y Larocca agrega: “No hay que olvidar que Cromañon ocurre poco después del 2001 y el ‘que se vayan todos’. Callejeros era una banda que movía público principalmente del conurbano y a una generación olvidada pero que quería ser vista”. El sentido de pertenencia hoy se manifiesta con el uso de remeras y banderas de varios metros con el lugar de origen del peregrino. Y si bien las bengalas se han dejado de lado en el rock, aún se encienden en otros espacios como el fútbol, donde no tiene las mismas connotaciones que las asignadas en 2004 para el rock barrial. Aunque algunos discursos aseguraban que la pirotecnia era algo particular de Callejeros y que ellos incentivaban, Cocuzza sostuvo que “Callejeros no incentivaba la pirotecnia. Tampoco paraban el show cuando se encendía una bengala, porque no era algo que se estilara hacer. Su uso era muy normal y festejado” en todo el ámbito del rock.

Otra idea muy reproducida por los medios sobre Cromañon era que en los baños funcionaba una guardería de menores. “El rock siempre se vivió en familia, pero esa información construyó una imagen muy fuerte de quienes vamos a los recitales, como gente mala capaz que encerrar criaturas en un baño”, reflexionó Cocuzza. Y Larocca aprovecha para ilustrar en simultáneo la fake new y la realidad proyectando noticias de la época: “El poder que tiene la información que luego de 20 años seguimos explicando y desmontando información falsa y malintencionada. De los 300 testigos citados a declarar en la causa Cromañon solo un testimonio mencionó que había visto menores en el baño por lo que infirió que allí funcionaba una guardería. El resto de testigos negó esa información. Sin embargo, esa sola declaración fue tomada por la televisión y los diarios, tergiversando lo que había ocurrido. Durante el juicio se comprobó que los únicos dos menores de 10 años fallecidos el 30 de diciembre eran hijos de una pareja que trabajaba en el local. Los empleados, luego del show, habían organizado un brindis por fin de año y la pareja, que no tenía con quien dejar a sus hijos, los llevó. Estaban en el baño a cargo de una compañera de trabajo. Lamentablemente esos niños fallecieron. Pero no tenían nada que ver con el público del rock ni con que se llevaran menores a los recitales”.

El primer juicio por Cromañón duró exactamente un año, del 19 agosto 2008 a misma fecha en 2009 y en la misma sala de audiencias en que se llevó a cabo el juicio a las juntas fueron citados a declarar 300 testigos. Se debió armar una sala de audiencia especial y los tres jueces del Tribunal Oral Criminal N° 24, María Cecilia Maiza, Marcelo Alvero y Raúl Horacio Llanos, encargados de la causa se abocaron a ella con exclusividad.

Durante los cuatro juicios orales que hubo vinculados a la masacare se juzgó la ausencia y responsabilidad del Estado en Cromañon, siendo los ejes fundamentales el pago de coimas y el incumplimiento de deberes de funcionarios públicos. De un total de 26 personas juzgadas, 21 fueron condenadas y aún hay en desarrollo juicios civiles.

Otra gran falencia del Estado fue lo posterior al 30 de diciembre de 2004. Si bien existieron programas de asistencia a las víctimas, estos eran deficientes: no contemplaban que muchos no eran de Capital Federal, ni realizaban un seguimiento de los tratamientos. “En estos 20 años, de 3.000 sobrevivientes que somos, alrededor de 17 se quitaron la vida. Nuestra  organización tiene su propio programa de ayuda, dirigido por tres licenciadas, de las cuales dos de ellas son sobrevivientes. Ellas dirigen, a su vez, una red de profesionales que asignan según el tratamiento necesario para cada persona y, lo más importante, realizan el seguimiento de cada persona. Quizás yo pude tener la contención o la asistencia que necesitaba pero hay muchísimos otros que no. Entonces lo hacemos para que esos pibes y pibas, y sus familiares, quienes no tuvieron la posibilidad de salir adelante puedan hacerlo finalmente”, contó Cocuzza.

Actualmente distintas organizaciones por Cromañon, aunque distantes en otros puntos, se unieron y lograron una prórroga de cuatro años más para la implementación de la Ley nacional 27.695 sancionada en 2022 que determina la expropiación del local para la construcción de un espacio de memoria. “Una vez expropiado dependería de la Secretaría de Derechos Humanos, pero en estos momentos los derechos humanos en general no son una prioridad para el gobierno actual”. Estela de Carlotto es autora del prólogo del libro y de la conocida frase asociada a la causa “la música no mata”. Al respecto, Cocuzza dijo que “ante los momentos de injusticia judicial, tanto Abuelas de Plaza de Mayo como Estela de Carlotto fueron referentes para explicar que no hay que buscar venganza sino justicia y que se debe dar una la lucha pacífica”, señaló y agregó: “La música es parte de mi vida. Cromañon me sacó la música. La frase de Estela de Carlotto me la devolvió. La música no nos había hecho nada. Fue la corrupción del Estado”.

El libro Voces, Tiempo, Verdad se puede obtener a través de la página web de “No Nos Cuenten Cromañon”.

Orgullo y rebeldía

Orgullo y rebeldía

En un mismo acto, los trabajadores del Garrahan homenajearon a sus compañeros que realizaron el primer transplante en asistolía a un niño en Latinoamérica y reclamaron contra el desfinanciamiento de salud y la precarización laboral que lleva adelante el gobierno de Milei.

La comunidad del Hospital Garrahan realizó un acto en homenaje a los trabajadores y trabajadoras que hicieron posible el primer trasplante de hígado pediátrico de un donante en asistolia en Latinoamérica. El acto se desplegó en el marco de un paro y jornada de lucha para reclamar salarios mínimos equivalentes a una canasta básica familiar, recomposición salarial del 100%, mejoras en las condiciones de trabajo, y rechazar tanto el recorte del presupuesto 2025 del 20% para el hospital como el impuesto al salario de la cuarta categoría. “Queremos seguir construyendo salud como derecho universal accesible para todos, de calidad y mejorar cada día. Sin salarios ni condiciones dignas del equipo de salud, no hay Garrahan. Prodigios como este trasplante que hoy festejamos están en riesgo por las decisiones que están tomando”, manifestó Norma Lezana, secretaria general de la Asociación de Profesionales y Técnicos (APT) del Garrahan.

Participaron de la convocatoria la APT del hospital, Autoconvocados del Garrahan, ATE, médicos, enfermeros, técnicos, administrativos, trabajadoras sociales, maestras jardineras, instrumentistas, camilleros, choferes, entre otros trabajadores que conforman el equipo de salud de la institución pediátrica. Además, se sumaron en solidaridad los jubilados del Plenario de Trabajadores Jubilados y de las asambleas barriales San Cristóbal, Monserrat y Constitución, artistas que imprimían en serigrafía, músicos tocando en vivo, la Asociación Gremial Docente y el diputado Gabriel Solano.

La canción “Cerca de la Revolución” de Charly García dio la bienvenida a los trabajadores que se fueron amontonando en la entrada del hospital. La banda de músicos Somos Puré tenía como telón de fondo una bandera con la consigna: “Salud en Lucha. Salud pública y de calidad para las infancias”. Charlas animadas sobre residencias y el día a día en el hospital iban y venían entre los trabajadores que almorzaban y disfrutaban de la música.

Lezana leyó la carta de los trabajadores del equipo de salud dirigida al ausente ministro de Salud Mario Lugones, a los diputados y a los senadores de las comisiones de Salud que fueron invitados al acto. Allí contaron cómo fue posible este hito: el trasplante requirió de la participación de más de 50 personas que incluyó cirujanos, percusionistas médicos, enfermeros especializados, intensivistas, instrumentadores, camilleros, choferes y coordinadores del hospital donante. Además de las horas de trabajo e investigación científica, se realizaron entrenamientos y capacitaciones en el exterior. Esta técnica “permite utilizar órganos de donantes que no sean exclusivamente por muerte encefálica, sino ahora también por paro cardiorespiratorio”. Lezana explicó: “La continuidad de ese avance es que se van a hacer más trasplantes para chicos que hoy no tendrían la posibilidad de sobrevida”.

El repertorio siguió con “Raros peinados nuevos” y “Nos siguen pegando abajo”. Los ambos verdes, azules, amarillos y combinados se mezclaban con los delantales blancos e impolutos de los médicos y el cuadrillé de las maestras jardineras. En pintura roja y sobre el lienzo blanco de su guardapolvo, una médica tiene en su espalda escrito “Salud pública”. Otra trabajadora, lleva en su uniforme intervenido con pintura negra todavía fresca: “El Garrahan no se toca”. Una jubilada tiene colgado el cartel “Jubilados con el Garrahan. Uniendo todas las luchas”. 

Pese al logro reconocido por el mismo Ministerio de Salud, el borrador del presupuesto para el 2025 incluye un 20% de ajuste al hospital. A tres semanas de terminar el año, los funcionarios del gobierno de Javier Milei y el Consejo de la Administración continúan desoyendo las demandas salariales que producen una fuga de los profesionales a otros centros de salud por los bajos salarios. Los puestos no son reemplazados por nuevos trabajadores y ponen en riesgo la continuidad del hospital. Se le suman la reducción de las vacantes del jardín que imposibilita a la simultaneidad de trabajar y maternar, y la amenaza permanente del gobierno que baraja privatizar el hospital volviéndolo inaccesible para niños y niñas de bajos recursos. “Esta lucha que estamos dando también es porque están en riesgo los derechos que tienen los niños, las niñas y las adolescencias de este país con la política criminal que estamos sufriendo”, manifestó Alejandro Lipcovich, Secretario General de la Junta Interna de ATE.

«La vida de nuestros pacientes no cabe en columnas de Excel”, dijo Lezama.

A un año del comienzo de gobierno de Javier Milei, el delegado adjunto de ATE y auxiliar de farmacia del Garrahan Gerardo Oroz, describe su política en salud como destructiva y criminal: “Mientras nosotros reclamamos aumentos de salarios, a 80 metros de acá querían cerrar el Hospital Bonaparte. En el Posadas hay despidos. En el Garrahan la gente se va porque los salarios son malos y no los reemplazan. Todo lo que no es un negocio para este gobierno, es algo marginal que se tiene que excluir y solo sirve la salud pensada para ellos en términos de negocio”. En sintonía con Oroz, Lezana expresa: “No somos números. La vida de nuestros pacientes no cabe en columnas de Excel”. El recorte del 96% a medicamentos y test de VIH, el aumento de aranceles en el Hospital Roffo que deja sin tratamiento oncológico a pacientes que no puedan pagarlo y la quita de remedios a jubilados que ganen más de 398 mil pesos, pintan una escena sombría para el futuro de la salud pública.

“Yo les propongo algo, un acto de rebeldía”, dijo Lezana durante el acto. Con la voz entrecortada, temblorosa por la emoción, entre aplausos y silbidos de apoyo, recitó el poema de Walt Whitman: “No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho de expresarte, que es casi un deber. No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario”. La Licenciada finalizó diciendo: “Pongámonos de pie compañeros. Pongámonos arriba de los bancos. Pongámonos arriba de lo que sea. El Garrahan está de pie. El Garrahan está en lucha, no nos van a vencer”. Uno a uno, médicos, enfermeros y técnicos se elevaron sobre los asientos. Algunos ayudaban a otros a subir. Otros cantaban “Llamen al peluca de Milei para que vea que este equipo no cambia de idea, pelea y pelea por el hospital”.

Durante el 2024, los trabajadores del Hospital del Garrahan marcharon, hicieron RCP frente a la casa Rosada, movilizaron al estadio de River, al Obelisco y, además, salvaron vidas.

Un escritor políticamente incorrecto

Un escritor políticamente incorrecto

Fogwill: Muchacho Punk, la muestra sobre el multifacético escritor exhibe, por primera vez, los cuadernos personales, correspondencia, fotos, contratos y libros, que fueron donados por la familia del autor a la Biblioteca Nacional.

El Museo del Libro y de la Lengua presentó por primera vez la exposición sobre el escritor y publicista Rodolfo Fogwill, “Muchacho Punk”, con material de archivo inédito, fotografías, manuscritos, contratos, documentos, artículos, trabajos en publicidad y controversias. “Es un escritor que irrumpió en la literatura argentina como un meteorito”, manifestó el curador de la muestra Esteban Bitesnik. Desde el Museo, describen la personalidad multifacética del autor como “sociólogo interesado en la semiótica y el lenguaje publicitario, exitoso consultor de mercado de grandes tabacaleras, escritor laureado por Coca-Cola, editor independiente de colegas admirados y marginados, poeta, novelista que imaginó las atrocidades de la Guerra de Malvinas, lúcido analista que auscultó la transición democrática, advirtió sobre el legado cultural de la dictadura y reflexionó sobre la cultura política argentina”. El trabajo de curaduría y archivo fue llevado a cabo por el equipo integrado por Inés Ulanovsky, Inés Girola, Pablo Licheri, Verónica Rossi, Constanza Penacini y el mencionado Bistenik.

 

“El sueño de cualquier archivista”

Los platos y la comida estaban intactos, como si hubiese salido y estuviera por volver en cualquier momento. Sogas y pilotos hacían de su casa un barco. Había un altar dedicado a sus hijos con dibujos y cartas, plantas pico de gallo naranjas y sobre la chimenea, la foto de una mujer que no era ninguna de sus esposas.

“Estaba todo como él lo había dejado”, dijo la curadora y archivista Verónica Rossi y recordando la primera vez que había entrado junto a Vera, la hija de Rodolfo Fogwill, a la casa del escritor, después de su muerte. “Necesito que me acompañes a la casa de papá a ver qué hacemos con sus papeles”, le había dicho Vera y así sucedió el 29 diciembre de 2010.

“Era el sueño de cualquier archivista, encontrarse con un lugar que hablaba de Fogwill en cada uno de sus recovecos, en cada uno de sus papeles”, expresó  Rossi durante la apertura de la exposición “Fogwill: Muchacho Punk”. La casa del escritor era un desorden ordenado, cuenta la archivista Rossi. Estaba dividido por espacios para cartas de escritores, revistas con sus publicaciones, libros, música, hijos y náutica. Cada uno de los materiales fueron organizados en 27 cajas de correspondencia, inéditos, documentación, fotografías, artículos de diarios y revistas.  “Lo que se desprende de todo este archivo, cartas y correspondencia es también todo ese costado donde tejía una red de amistades, era muy consultado por sus colegas y escritores. Todo ese costado humano de Fogwill donde atendía a dudas y consultas específicas, ya sea por una palabra, un sustantivo, un adjetivo, cómo se puede decir tal cosa o tal otra”, expresó el curador Bitesnik.

Dentro del archivo, también se encontraron transcripciones a mano de poemas de Teresa de Avila de Jesús y canciones de Michael Jackson escritas en español como “You are not alone”. Rossi, en relación a la personalidad cambiante y curiosa de Fogwill, manifestó: “Él es una persona que se la pasó mudándose no solo físicamente sino también de profesiones”.

A partir de ese momento, se inició un proceso de varios años que tuvo entre sus momentos cúlmine la donación de los materiales por parte de familiares a la Biblioteca Nacional en el año 2022, un gesto valioso por parte de los hijos Andrés, Vera, Francisco, José y Pilar. Como explica la archivista del Museo del Libro y de la Lengua, Nuria Dimotta, hay “universidades de Estados Unidos que compran estos archivos” por lo que es “súperimportante, que se haya valorado la dimensión de lo que políticamente implica donar un archivo en la institución pública”.

La pileta

Como caminando en el fondo de una pileta, la luz proyecta sus olas plásticas sobre las figuras de los que la visitan. Los envuelve y arremolina. Fogwill nada junto a ellos boca arriba. Una brazada hacia atrás y el brazo derecho se extiende y sumerge en la serie fotográfica. Burbujas y gotas salpican las imágenes. El bigote blanco y tupido, los ojos colorados por el cloro y las antiparras sobre la frente. La mirada fija en quien lo espía.

Es la estación que invita a bucear en su faceta náutica. En las paredes de la habitación celeste ondean veleros, otro Fogwill (más joven) y el mar. Fuma, navega y comparte, con amigos y gaviotas. La gran ventana de los sueños se abre en la siguiente estación. Barcos que vuelan, humanitos, sueños eróticos, calvicie, cosas perdidas y pipas, son parte de su diario onírico. Fogwill está en su estudio rodeado de libros y cables que van construyendo una microciudad sobre su escritorio. En su desorden ordenado, el soñador se agarra la cabeza mientras lee aquello que acaba de tipear en la máquina de escribir.

Hay textos mecanografiados sobre páginas oxidadas con manchones, derramamiento de líquidos no identificados, tachaduras y círculos de tinta verde, roja y azul que dejan la impronta de su autor.

“Argentinazo: ¡Las Malvinas recuperadas!” (Crónica), “Estamos ganando” (Revista Gente), “Inminente recuperación de Las Malvinas” (Clarín), son algunas tapas de los diarios de 1982 que dan la bienvenida a la estación que lleva el nombre de su primera novela: Los Pichiciegos. “Pasaba por la casa de mi madre cuando la escuché gritar: ‘¡Hundimos un barco!’ Yo volví entonces a mi estudio y escribí una frase: ‘Mamá hundió hoy un barco’. A las ocho horas del hundimiento del barco de mi madre yo ya estaba escribiendo aquel libro”, contó Fogwill sobre aquella vez.

La novela narra un relato de ficción más cercano a la realidad de la contienda de las Islas Malvinas que aquella imaginada colectivamente por la sociedad Argentina después de haber recibido información manipulada por los medios masivos de comunicación que transmitían la versión oficial de la última dictadura militar. “Había terminado la guerra y es algo que todavía hoy no pudimos procesar, imagínense en ese momento”, contó el Director de Cultura de la Biblioteca Nacional Guillermo David.

Bitesnik habla de la urgencia de Fogwill de escribir al calor de los acontecimientos mientras sucede la guerra. Una escritura de la emergencia para interpretar su presente.

El sabor del encuentro

“Hoy la publicidad no es como la que se manejaba en las épocas de Fogwill. Fogwill habitaba en ese mundo donde estaba todo por conocerse todavía”, manifestó Bitesnik. De sociólogo a publicista, en los años 70 creó su propia agencia publicitaria Ad Hoc. Videos de su trabajo en marketing y focus group, viñetas de chicles Bazooka y el icónico eslogan de la cerveza Quilmes: “El sabor del encuentro”, están expuestos en la muestra.

Además, destaca la carta que recibió después de ganar el concurso en 1980 de “Coca-Cola en las Artes y las Ciencias” con el libro Mis Muertos Punk. En este episodio decidió romper el convenio de la compañía y publicar el libro en su propia editorial llamada Tierra Baldía. Las anotaciones y comentarios irónicos en la carta escritos a mano por Fogwill dan cuenta de su inconformismo. “Fogwill es un gran polemista”, explicó Bitesnik y continuó: “Es un escritor que por decirlo en términos muy actuales, políticamente incorrecto”. Rossi, aporta a este perfil que combina lo provocador y el escándalo mediático con una fuerte influencia del movimiento punk: “El era una persona que le gustaba las polémicas. Incluso en las cartas se ve”.

 

El último viaje

Rodolfo Fogwill fue un productor y producto de su época. Sus múltiples facetas no solo reflejan una persona en constante movimiento y con una gran inquietud intelectual, sino también las mezclas eclécticas de una época que incluye el legado cultural de la dictadura, la cultura política argentina y la transición democrática.

Fue un escritor leído especialmente por la generación que le fue contemporánea. Al respecto, Rossi expresa el deseo de que la muestra permita llevar a muchos jóvenes a descubrir a Fogwill y sus textos, que invite a seguir investigando, escribiendo sus biografías y a la activación del archivo.

El recorrido termina con un Fogwill que recorre el barrio de La Boca un día sin sol. “Empezamos con un Fogwill casi desnudo y terminamos con un Fogwill abrigado y con gorro de lana”, explica Bitesnik. Al lado de las imágenes del documental El último viaje, la frase del escritor: “Escribir es pensar, y es un eslogan mío”.

 

“Fogwill: muchacho punk” se puede visitar hasta el 31 de julio de 2025 de martes a domingos de 14 a 19 en el Museo del Libro y de la Lengua (Av. Gral. Las Heras 2555).