¿Es posible reírse de la dictadura?

¿Es posible reírse de la dictadura?

Este jueves se estrena Estertor, una película de humor negro que aborda la historia de un represor que atraviesa su prisión domiciliaria con Alzheimer y sus cuidadores.

Juan Basovih y Sofía Jallinsky fllmaron Estertor, un largometraje que intenta dialogar con la memoria desde el humor. En el departamento de dos ambientes en el que viven, Juan y Sofía rodaron su segunda película, producida por Palestra Films. La historia narra cómo un genocida condenado a prisión domiciliaria transcurre su vejez en el sopor de la inconsciencia. Enfermo de Alzheimer, vive a merced de un grupo de cuidadores que sobrelleva la carga de un trabajo precarizado, el encierro y la alienación sometiéndolo a vejaciones que pueden rápidamente mutar de una broma ridícula a la tortura. Tal como señala la gacetilla, la violencia se expresa en todas sus formas, incluidas aquellas que imponen la desigualdad de clase, la necesidad económica, el aburrimiento y la desidia.

La obra llega a Buenos Aires tras ganar el Premio del Público y una Mención Especial del Jurado en el 7º Festival de Cine de General Pico, y tras conseguir el Premio a la Distribución del Festival Internacional de Cine de Gijón, España. ¿El estreno? Este jueves en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín a las 21 .

ANCCOM habló con los directores para conocer los detalles de esta peculiar película

 

¿Cómo juega el humor y la identidad nacional en dos ambientes?

JB: Siempre la identidad nacional estuvo muy ligada al humor, sobre todo al humor negro. Cuando nos ponemos a pensar en el cine de la dictadura para atrás vemos mucho cine de humor negro, la literatura también. Hay algo que se fue perdiendo, en lo audiovisual y en lo teatral, en lo literario se recuperó bastante rápido. Creo que la identidad nacional siempre tuvo ese humor y, de alguna forma, nuestro diálogo partía de la pregunta: ¿Por qué no está esto unido, si no es todo tan solemne? Nosotros no somos un pueblo solemne, si nos emocionamos, tenemos cierto orgullo pero también tenemos un montón de humor. Automáticamente, cuando sucede una desgracia, sucede un chiste. Forma parte de nuestra identidad.  

SJ: Hasta familiarmente tenemos discusiones picantes, y se picantea entre el chiste y no tan chiste. Son discusiones y comentarios que te ponen en otro lugar y tenés que aprender a defenderte, armarte, bancarlo y retrucar con altura y creatividad. Nos parecía muy extraño no ver eso.

 

El humor está un poco encasillado en Guillermo Francella, falta un humor que juegue con temas como la dictadura. El humor, en este caso, se juega en la búsqueda por romper un límite…

JB: También sentimos un poco que estamos hablando de la contemporaneidad. Hablar de la contemporaneidad y con la distancia que tenemos nosotros como generación sentimos que podemos meterle humor. La distancia nos da el humor. 

 

Hay una línea discursiva donde no nos podemos meter con ciertas cosas y se nos escapan por otro lado. Si del lado en el que se reconoce la causa por la memoria hay solo solemnidad, las risas están del otro lado…

SJ: Es decir: “Bueno, ¿qué vas a hacer con esto?” Lo que nos interesa mucho del humor es esa posibilidad que se genera cuando te estás riendo de algo, en parte genuinamente y, a la vez, sabes que no está bien. ¿Qué pasa ahí? Aparece algo muy genuino de lo que en verdad pensamos. En tiempos de tanta corrección política, hay cosas que después no se condicen con los resultados, con las últimas elecciones por ejemplo. Decís, pará, si todos pensábamos eso, ¿qué onda?

¿Cómo fue filmar en su casa?

SJ: Es un loop rarísimo, porque estuvimos quince días filmando adentro, durmiendo ahí. No nos fuimos a ningún lado. Dormíamos en la cama del genocida, un asco. Te imaginarás que no lavábamos mucho todo, estábamos destruidos. Si bien el equipo era chico, éramos quince o veinte personas. 

 

No entran en un dos ambientes…

SJ: Un quilombo. Un montón de lugares ocupados por equipos. Pero también entras en una dinámica de locura y estás todo el día pensando en ese lugar.

 

La película retrata una cotidianidad muy cercana. Es su casa. ¿Qué tan cierta es esa heladera? ¿Es un cartón de leche y nada más o tiene momentos mejores?  

 

SJ: Leche seguro que no porque a Juan le da asco. Y esa es otra cosa, someternos, también en los detalles, a cosas que nos dan asco. Es un juego para nosotros: construir personajes desagradables. No coincidimos con esos personajes. Pareciera que en el cine no está saldada la discusión de que el autor cree en esos personajes. En la literatura si.  

JB.: Volviendo a lo del departamento: esos dos ambientes tal vez se vuelven infinitos porque hay que habitar todos los recovecos y se expanden. Que toda la película surja ahí y construir una escena distinta para cada situación, para cada espacio hace que todo se multiplique. Se amplía. Tenemos un espacio y hay que filmarlo de muchas maneras distintas porque si no se agota al espectador. Es amplificador y sofocante, a la vez.

 

 Hay una cotidianidad atravesada por el cine. ¿Se dedican tiempo completo a esto?

SJ: No, para nada.

J B.: No, no. Tenemos trabajos.

SJ.: No es que tenemos que hacer reuniones todas las semanas. La reunión es levantarse a tomar mate. Es el mate.

JB: Vivimos de otra cosa, pero como estamos en casa todo el día, estamos pensando todo el tiempo en eso.

SJ: No hay muchas personas que puedan vivir del cine. Por eso el cine es bastante clase media para arriba. Eso es un conflicto porque hay un montón de relatos que faltan.

 

¿Cómo juega en ustedes, y en sus proyectos esos relatos que faltan?

SJ.: Hay una cuestión económica que no nos permite hacer proyectos grandes. Pero también hay algo que defendemos un montón de esa forma de hacer las cosas: pensemos bien en la historia, trabajemos mucho con los actores y, después, lo formal no es lo más importante para nosotros.

JB: El cine lo hace gente de ciertos lugares, adoptan distintos lenguajes que olvidan lo que quieren decir y toman decisiones que son para un grupo particular de personas. Tenemos que hablar desde el lugar en el que estamos parados y qué es lo que queremos representar y, sobre todo, con qué cine nos criamos.

SJ.: Seguimos hablando desde una clase media, nuestros personajes son de clase media.

¿Cómo encuentran la película leída en esta actualidad?

SJ: A veces creamos representaciones y nos juntamos con gente más o menos igual y pensás que hay cosas que ya no se dicen. De repente la realidad te da una cachetada en la cara. Ya se venían sintiendo discursos negacionistas – al momento de pensar y grabar la película-, había como una sensación que estaba apareciendo. Si no le das la vuelta, si no lo hablas, pasa esto. No estábamos dialogando ciertas cosas, mismo dentro de los feminismos.  

JB: La película la escribimos en el 2021, fue la segunda etapa, mucho más corta, de la cuarentena. Como ahora, la calle estaba tomada por los fachos, por los que protestaban por la cuarentena, los que iban a Plaza de Mayo y colgaban muñecos con las Madres.

 

El campo popular no logró volver a la calle de una forma potente…

SJ: Es como que fue la primera vez que se dieron cuenta de que podían ir a la calle y hacer algo que tal vez era nuestro. Lo capitalizaron muy bien.

 

Estertor se estrena en Buenos Aires este jueves a las 21 horas en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Además habrá funciones el: viernes 1, sábado 2 y domingo 3 de septiembre a las 21; martes 5, miércoles 6 y jueves 7 de septiembre a las 18.

Todo está guardado en la memoria

Todo está guardado en la memoria

El Archivo Biográfico de Abuelas de Plaza de Mayo cumplió 25 años. El proyecto nació impulsado por el trabajo conjunto del organismo de derechos humanos con la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Estela Carlotto, Daniela Drucaroff, Claudia Poblete Hlaczik, Diego de Charras y Ana Arias participaron del acto de homenaje.

La Facultad de Ciencias Sociales, en el marco de la Semana de la Memoria, conmemoró el 25 aniversario de la creación del Archivo Biográfico Familiar de Abuelas de Plaza de Mayo. Estela de Carlotto ingresó al auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales recibiendo aplausos de pie de una sala llena de estudiantes, docentes, representantes de la institución y organismos de derechos humanos.

El Archivo Biográfico Familiar fue un proyecto de la Facultad de Ciencias Sociales en conjunto con la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo que comenzó en el año 1998. Es el registro de entrevistas a familiares, amigos, compañeros de militancia y cautiverio de los padres y madres de los nietos y nietas buscados y buscadas con el objetivo de reconstruir su historia de vida y aportar una dimensión social al resultado genético.

Durante el acto Ana Arias, decana de la Facultad, se mostró emocionada y reflexionó sobre la labor en conjunto con la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo. “La universidad pública, la ciencia social y nuestra institución tienen un profundo compromiso por la memoria, la verdad, la justicia y esto da sentido para la tarea que hacemos todos los días”, sostuvo.

“Discutir sí, pelear no”, dijo Estela de Carlotto sobre la importancia de seguir debatiendo y expandiendo la historia de lucha y encuentro de Abuelas de Plaza de Mayo a los más jóvenes. Destacó que “todos tenemos que levantar el país al lugar que querían los treinta mil desaparecidos” y unirnos a pesar de las diferencias que existen “para que no ganen aquellos que van a querer hacer del país un cementerio. El amor es lo que más tiene signo en nuestra institución, el respeto y la lucha”, dijo al y bromeó con un “hay Estela para rato”.

Al igual que la presidenta de Abuelas, la coordinadora del Archivo Biográfico Familiar, Daniela Drucaroff, habló sobre la importancia del trabajo colectivo, desde el amor y la perseverancia que apela al saber de la comunidad, interpelando y comunicando. Rescató el trabajo de los primeros impulsores del proyecto junto con las Abuelas quienes “lograron sortear el silencio que quiso imponerse y la posibilidad de transmitir a otras generaciones esas historias”.

A su vez, la nieta restituida Claudia Poblete Hlaczik contó su experiencia al conocer su identidad y recibir su archivo. “Es una representación física de la memoria” que “me permitió completar mi historia”, dijo respecto a la posibilidad de no solo recuperar su identidad sino también la de sus padres. Agradeció a la colectividad que permitió la creación del archivo y el trabajo colaborativo con la Facultad de Ciencias Sociales que supone un recambio generacional constante que sigue aportando al registro.

En este sentido, Diego de Charras, vicedecano de la Facultad, destacó el insoslayable “rol de las Ciencias Sociales para las políticas de la verdad, memoria y justicia”. Al igual que de Carlotto, habló sobre el avance de “candidaturas negacionistas con discursos peligrosos” y por ello la esencialidad de abrir el debate con los jóvenes día a día y no permitir que se vuelva atrás en la cultura democrática argentina.

Al final del acto, Clarisa Veiga, profesora de la Facultad, editora de ANCCOM y coordinadora del área de difusión y prensa de Abuelas de Plaza de Mayo, se encargó de llamar al escenario y entregar los reconocimientos a quienes participaron activamente para la creación del Archivo. Entre los homenajeados estuvieron: Mónica Muñoz, coordinadora del Archivo, que lo recibieron sus hijos Luciano, Leonardo y Lisandro Kordon, y Enrique Oteiza, quien fuera director del Instituto Gino Germani al inicio de este trabajo. También fueron reconocidos Fortunato Mallimaci, decano de Sociales entre 1998 y 2002, Leila Gutiérrez, secretaria del Archivo. Ada Eroles, compañera de Carlos Eroles, codirector del Archivo en su fundación, en 1998. También se reconoció a los directores de carrera, funcionarios, docentes y no docentes de la Facultad que incentivaron la labor del Archivo. En la figura de Abel Madariaga, secretario de Abuelas, se reconoció a los familiares. También a Ruth Teubal, directora del Proyecto Hermanos de Desaparecidos. Y Graciela Daleo, en nombre del colectivo de entrevistados, sobrevivientes y no familiares.

Estela de Carlotto dijo unas palabras finales antes de las fotos con todos los reconocidos por la institución. Agradeció por el acto que definió como “histórico” y quedó a disposición de la Facultad para seguir trabajando en conjunto por la memoria, la verdad y la justicia.

Otra vivienda es posible

Otra vivienda es posible

Una cooperativa de vecinos del barrio de Constitución, llamada El Molino, transformó una antigua fábrica en una vivienda colectiva habitada por 56 familias. Las obras que ellos mismos llevan adelante, ampliarán techo para otros 46 hogares. Las tentaciones de la privatización.

Vecinos del barrio porteño de Constitución transformaron una antigua fábrica en una vivienda colectiva en la que ya viven 56 familias. El proyecto comenzó hace más de veinte años con la fundación de la Cooperativa El Molino, allá por el año 2002. Hoy, suma y resta de inevitables avances y retrocesos, avanza con la cuarta y última etapa de construcción, que dará techo propio a 46 familias más.

Cualquier estereotipo que vincule a la idea de brica tomadacon precariedad, ilegalidad, o abandono, se olvida rápidamente al arribar a la calle Solís al 1900. Allí donde se encontraba el decimonónico molino harinero, hoy se alza un complejo de espaciosos y modernos departamentos, bien cuidados y llenos de vida. Pintura de colores, columnas altas, un espacio común al centro y tras las rejas; sí, las rejas, las que dicen a partir de dónde y hasta dónde el espacio es privado y cooperativo. Sin peros. Quien quiera pensar que la vida es blanco o negro que se quede fuera de los límites de El Molino. Para el que se anime a habitar las paradojas, las puertas están abiertas.

Pelear este pedacito en la Ciudad de Buenos Aires, donde el problema de la vivienda es central, es un logro”, sostiene Víctor Betancourt, actual presidente de la cooperativa. El hombre, de avanzada edad, canoso y de anteojos rectangulares, asegura -con algo de brillo en sus ojos- que en El Molino existe una gran familia donde todos se conocen con todos. También dice estar al tanto de todas las “debilidades y fortalezas del que tenés al lado, con la ironía de estar elevando la voz para hacerse escuchar por encima del ladrido de sus perros, que están del otro lado de la puerta de su departamento. Y sigue: “Poner un pie en el Molino significaba ilusionarse o imaginarse. Hoy es un sueño, completa Betancourt.

Codo a codo y a pulmón

Mauricio Vargas es otro de los vecinos cooperativistas. Transparente y franco, todavía no logra comprender cómo un edificio que inicialmente estaba lleno de “caca, palomas y semillasse transformó en ese bonito lugar llamado hogar. Fueron sus manos grandes y rugosas las que, junto a las de otros compañeros, dieron luz a este proyecto. “Se necesita una organización férrea, fuerte y militante para poder hacerlo posible, sentencia en la terraza del último piso del antiguo molino, desde donde se alcanza a ver La Bombonera y la rivera de La Boca.

 Todo se remonta al 2002. La crisis de la convertibilidad pegaba duro y una de sus caras más brutales era la de los desalojos, muy habituales en la Ciudad de Buenos Aires de ese entonces. Dos organizaciones populares del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) decidieron unir fuerzas para ocupar un terreno del barrio de Constitución. Eran personas que estaban cansadas de vivir hacinadas en habitaciones de hoteles o de no tener un lugar donde dormir.

“Había hambre, no tenías otra posibilidad de vivienda. O lo conseguías, o lo conseguías, no te quedaba otra”, asegura Vargas y pone todo su cuerpo al servicio de la pronunciación de la palabra “hambre, una de las indiscutidas protagonistas de la Argentina del cambio de milenio.

En ese mismo año, Eduardo Jozami, funcionario porteño de Aníbal Ibarra, le entregó el terreno a la organización. Al poco tiempo, amparada en la Ley 341, sancionada en el año 2000, la Ciudad de Buenos Aires le otorgó un crédito blando a la organización social para que pudiera acondicionar ese viejo molino harinero de la calle Solís y lo convierta en un complejo de viviendas que llevaría luego el mismo nombre de los antiguos enemigos del Quijote de la Mancha.

De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades

Los principios básicos del MOI son cuatro y pueden ser fácilmente recordados por Carolina Díaz, militante de la organización y vecina de El Molino: autogestión, ayuda mutua, propiedad colectiva y derecho a la ciudad. Las dice de corrido; no duda ni un segundo, porque sabe que esas consignas son tan fuertes como las columnas que sostienen su casa.

La autogestión significa que los propios vecinos gestionan inteligentemente y de forma autónoma los recursos del Estado, quien según Víctor construye “caro y mal. La propiedad es colectiva porque es de todos y a la vez de nadie -al menos por el momento- ya que hay algunos debates al respecto. Es decir, no hay escrituras individuales, la organización como conjunto se hace cargo de la propiedad.

El derecho a la ciudad entiende que la misma debe ser habitada y disfrutada por todos. La ayuda mutua es la pata indispensable para que la organización sea genuinamente colectiva: cada familia debe aportar 3.000 horas de trabajo para poder convertirse en socia del proyecto. Esto tiene mitad de postura política -porque se entiende que el sujeto se transforma solo a través de la experiencia- y mitad de pragmatismo, porque los créditos de la Ley 341 sólo financian la mitad de la obra y esto obliga a tener que abaratar costos. “La ciudad que queremos es sin expulsores ni expulsados por razones económicas”, señala Díaz a modo de síntesis perfecta de todos los aforismos anteriores.

Están los que, como Mauricio, reconocen haber estado de acuerdo con que todo fuera comunitario en un principio, pero luego de que el tiempo pasó, comenzó a preguntarse qué le iba a dejar a sus hijos cuando ya no esté.

Déficit habitacional

 El valor de una experiencia como la de El Molino es que haya sido posible en una ciudad que tiene déficit habitacional. Decenas de informes de los últimos años pintan los trazos más gruesos de la problemática: primero se derrumba el sueño de la casa propia, luego incluso peligra el del alquiler, un sucedáneo que empieza a adornarse y tornarse pomposo, quién diría, ante la escasez de unidades disponibles, y de dinero que alcance, en los tiempos que corren.

Según un informe de la Mesa de Estudio de la Vivienda Vacía del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la crisis habitacional afecta en CABA a un 11,5% de los hogares. Reinan las condiciones de hacinamiento o bien de una necesidad de refacciones estructurales urgentes. Este porcentaje es equivalente al de la cantidad de viviendas vacías que registra la ciudad.

s datos que pintan el panorama de la gran urbe: una de cada tres personas se encuentra alquilando, 300 mil porteños residen en barrios populares y unos 7500 porteños se encuentran en situación de calle, según estimaciones de la organización civil ACIJ

El dilema  

Al igual que en los jardines que imaginó Borges, las organizaciones pueden seguir senderos que se bifurcan. Hoy el tipo de propiedad de las viviendas de El Molino despierta posiciones encontradas entre los cooperativistas.

Están los que, como Mauricio, reconocen haber estado de acuerdo con que todo fuera comunitario en un principio, pero luego de que el tiempo pasó, comenzó a preguntarse qué le iba a dejar a sus hijos cuando ya no esté. Por eso ahora está interesado en tener la escritura a su nombre, pero anticipa que esto no se debe a “una cuestión egoísta o de desprecio hacía lo colectivo, sino a la simple voluntad de querer darle una mano a sus hijos.

También están los que, como Carolina, se mantienen fieles a uno de los principios de la organización en la que milita: la propiedad colectiva. Para la vecina, en un contexto de crisis habitacional, lo comunitario se vuelve una herramienta de defensa de los trabajadores porque “te permite plantarte con mayor firmeza en una discusión con el Estado”.

El tiempo dirá cuál va a ser la postura mayoritaria entre los vecinos y qué consecuencias les traerá. Pero incluso a pesar de las inconsistencias e incertidumbres, El Molino avanza y sigue construyendo.

La hora de los hongos

La hora de los hongos

La psilocibina, proveniente de los hongos alucinógenos, genera un gran interés entre investigadores por su potencial para tratar trastornos mentales. Sin embargo, su prohibición a nivel mundial limita las posibilidades de incluirla en la medicina tradicional. ¿Cuál puede ser su verdadera utilidad? ¿Y a qué se debe tanta polémica?

Los hongos alucinógenos, que desde hace siglos se consumen con fines rituales y recreativos, están en la mira de investigadores y profesionales de la salud mental que ven un gran potencial médico en uno de sus componentes activos: la psilocibina. Si bien en Argentina es considerada ilegal, esta sustancia ha vuelto a utilizarse en investigaciones sobre tratamientos para trastornos mentales como la depresión y la ansiedad.

Uno de los antecedentes más cercanos del cambio que se viene dando es de este año, cuando Australia legalizó el uso de psilocibina en pacientes con trastorno de estrés postraumático y ciertos tipos de depresión. Como explica Franco García Cervera, médico psiquiatra, la psilocibina es una molécula que al ingresar al organismo se  transforma en psilocina y se adhiere a los receptores serotoninérgicos evitando que el neurotransmisor serotonina, que interviene en los estados de ánimo, actúe de la manera habitual. “Según las partes del cerebro donde vaya afectando serán los efectos que se producen”, añade. Entre ellos se observan la falta de percepción del tiempo, la reconexión con el aquí y ahora y un mayor insight, o capacidad de introspección.

Este tipo de efectos, marginados por años de la investigación científica, siguieron siendo utilizados desde espacios alternativos pese a las prohibiciones. La psilocibina “trabaja muy bien la reconexión neuronal, genera nuevas posibilidades de resolver o atender situaciones que se presentan en la vida”, dice Ernesto (quien prefiere no brindar su verdadero nombre), cultivador y proveedor de microdosis de hongos con fines terapéuticos.

El potencial de la psilocibina no es un descubrimiento reciente en nuestro país. Ya en la década de 1950 se empleaba como “coadyuvante de terapias sobre todo psicoanalíticas tanto grupales como individuales”, explica García Cervera. Tal fue el caso hasta el año 1966 cuando la sustancia fue declarada ilegal y cesaron las investigaciones debido al mayor uso recreativo que se hacía de ella en el contexto del movimiento hippie.

 

La terapia psicodélica

Los hongos psilocibes pueden consumirse de varias maneras: frescos, secos y en distintas proporciones y periodicidades. Ernesto los comercializa secos y en microdosis siguiendo el protocolo de James Fadiman que consta de tomas de 0,1 a 0,3 gramos cada 72 horas durante seis a ocho semanas. “Vos tomás el día uno la microdosis y tenés dos días para trabajar esa reconexión que te permite la sustancia, el proceso de sanación y autoconocimiento”, explica.

Si bien lo recomendado es consumirlo con el apoyo y guía de un profesional de la salud mental o, al menos, con alguien familiarizado con el mundo fungi, la popularización de los hongos alucinógenos ha llevado a que haya quienes cultivan, consumen y hasta comercializan kits por cuenta propia con fines recreativos. “La gente tiende a confundir el nombre con la cosa, a perder la noción de riesgo”, aclara García Cervera.

El consumo de hongos obtenidos de la naturaleza y especialmente el consumo no supervisado por alguien con los conocimientos requeridos implica riesgos que no se presentan en, por ejemplo, investigaciones científicas donde se administra la psilocibina purificada. “Cuando vos tomás un hongo, la dosis puede variar mucho, además de que posiblemente tenga otros compuestos químicos que también puedan ser psicoactivos y haya un efecto en equipo”, explica Aín Stolkiner, médico e investigador del CONICET.

Según investigaciones que se han realizado recientemente, la psilocibina no genera adicción pero sí tolerancia. “Tu cuerpo se adapta rápidamente pero cuando dejas de tomar no hay síndrome de deprivación. No hay un deseo, una compulsión a seguir consumiendo”, dice Stolkiner. Esto no quiere decir que se trate de una sustancia inocua. Como explica García Cervera: ”Existe gente que en el uso recreacional puede presentar o despertar trastornos psicóticos o flashbacks posteriores al uso”.

En los estudios clínicos recientes, hasta ahora se han visto muy pocos efectos adversos serios en las personas que toman dosis altas de drogas psicodélicas. Esto se debe a múltiples factores como la purificación de las sustancias, el acompañamiento por parte de profesionales y el hecho de que “en los estudios clínicos siempre se filtra más o menos al noventa por ciento de las personas que quieren participar”, explica Stolkiner: “Se descartan a personas que tengan antecedentes personales o familiares de psicosis, trastorno bipolar o trastorno de personalidad límite”.

Si bien ya está comprobado que no hay riesgos de adicción, no hay certezas de que el consumo de psilocibina no favorezca trastornos como la psicosis. Al no admitirse personas con tales antecedentes en las investigaciones, hay pocas evidencias sobre el tema: “Sería muy valioso que se hiciera un estudio clínico admitiendo a esas personas. Entonces podríamos ver si es cierto o no, porque se han dicho muchas cosas que resultaron ser mitos”, admite Stolkiner y agrega: “La razón por la que no se los admite es porque se teme que el estrés del estudio pueda desencadenar la enfermedad en alguien que tiene la predisposición adecuada”.

El boom fungi

A pesar de seguir siendo una sustancia ilegal en Argentina, es cada vez mayor y más frecuente la promoción de kits de autocultivo de hongos psilocibes. Como explica García Cervera, “hace muchos años, sólo se conseguían los sellos, que son círculo de papel aluminio con esporas, en foros especializados y actualmente se ve publicidad libre en redes sociales sobre autocultivo de hongos ‘mágicos’”.

No queda claro aún el motivo del boom de los hongos alucinógenos en este contexto de ilegalidad. Se puede deber a lo que denomina García Cervera como “la competencia entre lo ‘industrial’ y la ilusión de ‘lo natural’” en base a la cual la gente deja de lado los fármacos y se inclina por opciones alternativas sin tener en cuenta que “si realizo selección de cepas determinadas, ya la naturaleza dejó de ser la única que mete la mano en el producto final” y que “no todo lo natural es bueno porque que sea natural; eso no necesariamente significa amigable con el cuerpo”.

La reticencia frente a los especialistas en salud mental también puede formar parte de esta nueva tendencia. Según Stolkiner, “muchas veces la psiquiatría tiene mala reputación en la sociedad y creo que en parte se debe a que no es muy efectiva, no ha progresado tanto como otras áreas de la medicina” y añade que “nos limitamos a reconocer síntomas y a dar drogas que calmen un poquito esos síntomas pero no entendemos realmente con seguridad cómo funcionan esos problemas y no otorgamos tratamientos que los traten de solventar de base”.

Según Ernesto, el consumo terapéutico de psilocibina trae la posibilidad de una reconexión a nivel físico, mental y espiritual que va “drenando de alguna manera todas esas emociones que están muy sobrecargadas y que tiene que ver muchas veces con el estilo de vida actual”. Como explica Stolkiner, “en la terapia con psicodélicos no buscamos calmar los síntomas o que el paciente deje de sentir” sino que se trata de “traer la mente a la superficie y que el paciente tome contacto con lo que le está pasando”.

La psilocibina se abre camino

Que la psilocibina siga considerándose ilegal en Argentina limita las investigaciones y por ende el conocimiento que se tiene del potencial terapéutico de la sustancia. “Todo el abordaje que hice para instruirme siempre fue con estudios que vienen principalmente de Estados Unidos y de Canadá”, comenta Ernesto. Si bien la psilocibina es ilegal en Estados Unidos, existen jurisdicciones que han reducido las penas por posesión y esto, como explica Ernesto, permite que se lleven a cabo trabajos de investigación y se generen plataformas de acceso al conocimiento.

De acuerdo con la Disposición 4855/96 promulgada por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT), la psilocibina está incluida en la Lista I de sustancias psicotrópicas por lo que está prohibido su uso en “la elaboración de especialidades farmacéuticas o fórmulas magistrales”. Según esta mirada, explica Stolkiner, se trataría de “una sustancia que no tiene potencial terapéutico, que es adictiva y que es muy peligrosa cuando en realidad se sabe que no es adictiva, que sí tiene potencial terapéutico y que no es tan peligrosa, sobre todo que no es tóxica. Lo lógico sería cambiarla de la Lista I a la Lista IV, que es la categoría donde están otras drogas que los médicos pueden recetar”.

Los avances en investigaciones extranjeras parecen la salida más viable para que la psilocibina se incluya en la medicina argentina. “Muchas veces cuando se introduce una nueva droga en el mercado de Estados Unidos o Europa, la ANMAT tiene una suerte de equivalencia. Entonces las drogas que se aprueban en esos países después se pueden homologar fácilmente acá”, explica Stolkiner y agrega que “ya hay investigaciones avanzadas que este año tendrían que empezar los estudios de fase tres, que son los últimos que hay que concluir para que pueda introducirse al mercado”.

Hay soluciones pero también “intereses encontrados” que dificultan su accesibilidad en Argentina. “Estas son medicinas que, a diferencia de los psicofármacos que hoy por hoy genera la industria, no generan dependencia. Es un tratamiento que lejos de seguir medicalizándote, te desmedicaliza”, dice Ernesto sobre la prohibición en nuestro país.

Por el momento solo queda “esperar, ver y, dentro de lo posible, empujar un poquito”, resume Stolkiner. En tanto a aquellos que quieran incursionar en los tratamientos con psicodélicos, sugiere la consulta con un profesional que pueda realizar un psicodiagnóstico para corroborar que el paciente está en condiciones de realizar el tratamiento. “Ese es posiblemente el mejor esfuerzo que pueden hacer las personas que quieran tomar psicodélicos por ahora en Argentina”, concluye.

La paternidad también tiene derechos

La paternidad también tiene derechos

Las comisiones de Legislación Laboral, Presupuesto y Mujeres y Diversidad dieron dictamen favorable al proyecto que extiende las licencias para personas no gestantes al momento del nacimiento de los hijos. Ahora se trata en el recinto de Diputados.

El proyecto de ley por las licencias de maternidad y paternidad igualitarias obtuvo dictamen en las comisiones y se prepara para ingresar al recinto de la Cámara de Diputados. La propuesta a votar establece 126 días para personas gestantes y adoptantes, y 45 días para no gestantes, sumado a la creación del Sistema Integral de Políticas de Cuidados de Argentina (SINCA).
Las personas no gestantes poseen dos días de licencia luego del nacimiento de un hijo, situación que trajo un reclamo de mayor igualdad y cuidado en los contextos laborales de parte de campañas como “Paternar” o movimientos como “Ni Una Menos”.
Hugo Yasky, secretario general de la CTA, acusó al sistema que “deja a las gestantes sin acompañamiento pleno apenas después del parto”. La ley se encuentra en discordancia con la sugerencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que postula un mínimo de 98 días para la persona al cuidado de los niños recién nacidos.
El diputado del Frente de Todos resaltó la importancia de esta reforma en el ámbito laboral ya que “son derechos de los trabajadores y las trabajadoras que tienen por objeto garantizar el derecho de todos los niños y niñas”, a la vez que opinó que “en América Latina, Argentina es de los países que peores licencias otorgan”.

Las comisiones de Legislación de Trabajo, la de Mujeres y Diversidad, y la de Presupuesto y Hacienda lograron el dictamen para que esta nueva iniciativa ingrese a la Cámara Baja. Yasky comentó que el proyecto se armó con participación de la sociedad, de las organizaciones que representan a los trabajadores y trabajadores, de organizaciones sociales, de cooperativas y del sector empresario.
El exsecretario general de la CTERA sentenció que las reformas laborales aplicadas en la década del noventa tenían “como verdadero objetivo aumentar la rentabilidad empresarial en detrimento de los laburantes. Hoy, en un contexto de aumento de la tasa de empleo, pero caída del salario real, con trabajadores registrados por debajo de la línea de pobreza, las reformas deben ser para mejorar las condiciones laborales y salariales”.
Este proyecto estaba en debate en comisiones desde mayo de 2023, pero recién el pasado 22 de agosto consensuaron un texto para ser tratado en el recinto. Yasky aseguró que este tendrá que “enfrentar las presiones que el lobby empresario ejerce sobre la bancada opositora”, sentenciando que esta dilató los tiempos para la sanción de esta ley.

A fin de lograr un análisis más profundo, la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC) analizó el impacto presupuestario que podría tener esta extensión en la Administración Pública Nacional. Los datos arrojaron que el importe total que debería cubrir el Estado Nacional ascendería a 124.634,78 millones de pesos con respecto al actual, lo que equivaldría al 0,074% del PIB esperado para 2023.
Lucía Cirmi Obón, subsecretaria de Políticas de Igualdad en el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad aseguró que el impacto de este proyecto está dirigido a “cerrar la brecha de cuidado y a intentar cerrar la brecha salarial. El sector empresario mostró sus temores, pero fueron cosas fácilmente rebatibles por el impacto positivo de la extensión de licencias». La economista explicó que el financiamiento de las licencias que se extienden está cubierto por la Seguridad Social y los sueldos serían pagados por ANSES; por lo tanto, el empleador contará siempre con un salario disponible para contratar un reemplazo.
Lucía Cirmi confirmó: “Nosotros planteamos que las licencias fueran obligatorias, no transferibles y de plazos similares”. En el proyecto aprobado, los dos primeros puntos quedaron firmes, pero los plazos quedaron con diferencia de 82 días entre sí. “Quizás el horizonte de igualdad está un poco más lejos pero va a ser profundo el cambio”, sostuvo.
La subsecretaria aseguró que la agenda de género está en jaque actualmente. Para esclarecer los dichos de los actores que la menosprecian, afirmó que esta “es para toda la sociedad. Es una agenda económica, anti pobreza y que, en la práctica, le va a hacer mejor a la vida de los varones”.