Por Pablo Pagano
Fotografía: Milagros Gonzalez

Este jueves se estrena Estertor, una película de humor negro que aborda la historia de un represor que atraviesa su prisión domiciliaria con Alzheimer y sus cuidadores.

Juan Basovih y Sofía Jallinsky fllmaron Estertor, un largometraje que intenta dialogar con la memoria desde el humor. En el departamento de dos ambientes en el que viven, Juan y Sofía rodaron su segunda película, producida por Palestra Films. La historia narra cómo un genocida condenado a prisión domiciliaria transcurre su vejez en el sopor de la inconsciencia. Enfermo de Alzheimer, vive a merced de un grupo de cuidadores que sobrelleva la carga de un trabajo precarizado, el encierro y la alienación sometiéndolo a vejaciones que pueden rápidamente mutar de una broma ridícula a la tortura. Tal como señala la gacetilla, la violencia se expresa en todas sus formas, incluidas aquellas que imponen la desigualdad de clase, la necesidad económica, el aburrimiento y la desidia.

La obra llega a Buenos Aires tras ganar el Premio del Público y una Mención Especial del Jurado en el 7º Festival de Cine de General Pico, y tras conseguir el Premio a la Distribución del Festival Internacional de Cine de Gijón, España. ¿El estreno? Este jueves en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín a las 21 .

ANCCOM habló con los directores para conocer los detalles de esta peculiar película

 

¿Cómo juega el humor y la identidad nacional en dos ambientes?

JB: Siempre la identidad nacional estuvo muy ligada al humor, sobre todo al humor negro. Cuando nos ponemos a pensar en el cine de la dictadura para atrás vemos mucho cine de humor negro, la literatura también. Hay algo que se fue perdiendo, en lo audiovisual y en lo teatral, en lo literario se recuperó bastante rápido. Creo que la identidad nacional siempre tuvo ese humor y, de alguna forma, nuestro diálogo partía de la pregunta: ¿Por qué no está esto unido, si no es todo tan solemne? Nosotros no somos un pueblo solemne, si nos emocionamos, tenemos cierto orgullo pero también tenemos un montón de humor. Automáticamente, cuando sucede una desgracia, sucede un chiste. Forma parte de nuestra identidad.  

SJ: Hasta familiarmente tenemos discusiones picantes, y se picantea entre el chiste y no tan chiste. Son discusiones y comentarios que te ponen en otro lugar y tenés que aprender a defenderte, armarte, bancarlo y retrucar con altura y creatividad. Nos parecía muy extraño no ver eso.

 

El humor está un poco encasillado en Guillermo Francella, falta un humor que juegue con temas como la dictadura. El humor, en este caso, se juega en la búsqueda por romper un límite…

JB: También sentimos un poco que estamos hablando de la contemporaneidad. Hablar de la contemporaneidad y con la distancia que tenemos nosotros como generación sentimos que podemos meterle humor. La distancia nos da el humor. 

 

Hay una línea discursiva donde no nos podemos meter con ciertas cosas y se nos escapan por otro lado. Si del lado en el que se reconoce la causa por la memoria hay solo solemnidad, las risas están del otro lado…

SJ: Es decir: “Bueno, ¿qué vas a hacer con esto?” Lo que nos interesa mucho del humor es esa posibilidad que se genera cuando te estás riendo de algo, en parte genuinamente y, a la vez, sabes que no está bien. ¿Qué pasa ahí? Aparece algo muy genuino de lo que en verdad pensamos. En tiempos de tanta corrección política, hay cosas que después no se condicen con los resultados, con las últimas elecciones por ejemplo. Decís, pará, si todos pensábamos eso, ¿qué onda?

¿Cómo fue filmar en su casa?

SJ: Es un loop rarísimo, porque estuvimos quince días filmando adentro, durmiendo ahí. No nos fuimos a ningún lado. Dormíamos en la cama del genocida, un asco. Te imaginarás que no lavábamos mucho todo, estábamos destruidos. Si bien el equipo era chico, éramos quince o veinte personas. 

 

No entran en un dos ambientes…

SJ: Un quilombo. Un montón de lugares ocupados por equipos. Pero también entras en una dinámica de locura y estás todo el día pensando en ese lugar.

 

La película retrata una cotidianidad muy cercana. Es su casa. ¿Qué tan cierta es esa heladera? ¿Es un cartón de leche y nada más o tiene momentos mejores?  

 

SJ: Leche seguro que no porque a Juan le da asco. Y esa es otra cosa, someternos, también en los detalles, a cosas que nos dan asco. Es un juego para nosotros: construir personajes desagradables. No coincidimos con esos personajes. Pareciera que en el cine no está saldada la discusión de que el autor cree en esos personajes. En la literatura si.  

JB.: Volviendo a lo del departamento: esos dos ambientes tal vez se vuelven infinitos porque hay que habitar todos los recovecos y se expanden. Que toda la película surja ahí y construir una escena distinta para cada situación, para cada espacio hace que todo se multiplique. Se amplía. Tenemos un espacio y hay que filmarlo de muchas maneras distintas porque si no se agota al espectador. Es amplificador y sofocante, a la vez.

 

 Hay una cotidianidad atravesada por el cine. ¿Se dedican tiempo completo a esto?

SJ: No, para nada.

J B.: No, no. Tenemos trabajos.

SJ.: No es que tenemos que hacer reuniones todas las semanas. La reunión es levantarse a tomar mate. Es el mate.

JB: Vivimos de otra cosa, pero como estamos en casa todo el día, estamos pensando todo el tiempo en eso.

SJ: No hay muchas personas que puedan vivir del cine. Por eso el cine es bastante clase media para arriba. Eso es un conflicto porque hay un montón de relatos que faltan.

 

¿Cómo juega en ustedes, y en sus proyectos esos relatos que faltan?

SJ.: Hay una cuestión económica que no nos permite hacer proyectos grandes. Pero también hay algo que defendemos un montón de esa forma de hacer las cosas: pensemos bien en la historia, trabajemos mucho con los actores y, después, lo formal no es lo más importante para nosotros.

JB: El cine lo hace gente de ciertos lugares, adoptan distintos lenguajes que olvidan lo que quieren decir y toman decisiones que son para un grupo particular de personas. Tenemos que hablar desde el lugar en el que estamos parados y qué es lo que queremos representar y, sobre todo, con qué cine nos criamos.

SJ.: Seguimos hablando desde una clase media, nuestros personajes son de clase media.

¿Cómo encuentran la película leída en esta actualidad?

SJ: A veces creamos representaciones y nos juntamos con gente más o menos igual y pensás que hay cosas que ya no se dicen. De repente la realidad te da una cachetada en la cara. Ya se venían sintiendo discursos negacionistas – al momento de pensar y grabar la película-, había como una sensación que estaba apareciendo. Si no le das la vuelta, si no lo hablas, pasa esto. No estábamos dialogando ciertas cosas, mismo dentro de los feminismos.  

JB: La película la escribimos en el 2021, fue la segunda etapa, mucho más corta, de la cuarentena. Como ahora, la calle estaba tomada por los fachos, por los que protestaban por la cuarentena, los que iban a Plaza de Mayo y colgaban muñecos con las Madres.

 

El campo popular no logró volver a la calle de una forma potente…

SJ: Es como que fue la primera vez que se dieron cuenta de que podían ir a la calle y hacer algo que tal vez era nuestro. Lo capitalizaron muy bien.

 

Estertor se estrena en Buenos Aires este jueves a las 21 horas en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530. Además habrá funciones el: viernes 1, sábado 2 y domingo 3 de septiembre a las 21; martes 5, miércoles 6 y jueves 7 de septiembre a las 18.