El excombatiente que se reunió con las autoras de las cartas que recibió en el frente

El excombatiente que se reunió con las autoras de las cartas que recibió en el frente

Cuando tenían 9 años, Gabriela Mogica y Valeria Treo escribieron cartas para los soldados de Malvinas. Carlos Vergara las recibió y las contestó. Este sábado se reencontraron para conmemorar los 40 años de la guerra.

.El excombatiente Vergara, ladeado por su hija Carolina y por Gabriela Mogica y Valeria Treo, autoras de las cartas.

Corría el año 1982, cuando el 10 de abril, a ocho días del desembarco de Argentina en las Islas Malvinas, el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri pronunciaba su famoso desafío: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.

La guerra se convirtió en una historia que aunó muchas. Una de ellas es la que protagonizan el veterano Mayor Carlos María Vergara junto a Gabriela Mogica y Valeria Treo. Ellas, quienes en ese momento tenían 9 años, le escribieron una carta de apoyo. ANCCOM participó de una videollamada en la que los tres protagonistas de esta historia cuentan cómo es ese ritual que unía a los dos primeros cada año y al que se sumó ahora Treo.

Vergara, desde la casa de su hija Carolina, en Salta, arranca la conversación contando su historia: “Toda la vida estuve en el Ejército. Soy militar desde los 17 años. Antes de la guerra yo estaba viviendo en Sarmiento, Chubut y previo a eso en otras ciudades del país como Buenos Aires, Monte Caseros, Ciudad de Córdoba”.

Vergara actualmente tiene 75 años. Los 37 los cumplió el 20 de mayo en pleno combate. Cuenta que formaba parte del Regimiento de Infantería 25, que por entonces estaba al mando del Teniente Coronel, Mohamed Alí Seineldin, quien luego se hiciera conocido como líder carapintada, cuando atentó contra la democracia en 1990. “El tercero en jerarquía era yo, que era Mayor y me desempeñaba como oficial de operaciones. Al tiempo de ir a la guerra el jefe del regimiento le ordenó a su segundo jefe que permaneciera en Sarmiento, Chubut, a cargo de aquellos que no iban a la guerra: oficiales, suboficiales, soldados; y como protección y cuidado de la familia del barrio militar que estaba al lado del cuartel. Entonces me llamó a mí y me dijo que yo lo iba a acompañar durante las operaciones como segundo jefe de regimiento en la recuperación de las Islas Malvinas”.

La partida

Carlos recuerda: “El jefe me llamó a su despacho y me dijo que jurara que iba a guardar un secreto que él me iba a confíar. Yo le contesté: ‘Sí, juro’. Y me dijo: ‘Salimos mañana a reconquistar las islas Malvinas’. Eso fue en el atardecer de un día a finales de marzo, podría ser 26, 27 o 28 de marzo. Entonces volví a mi casa y mi esposa me preguntó qué quería el jefe que me había mandado a llamar a esa hora y yo le contesté que nada, que yo le debía unos papeles. Traté de llevar mi conversación para otro lado porque tenía un juramento que debía cumplir.”

A la mañana siguiente Vergara se vistió con uniforme militar, se cortó el pelo, partió a la sede del comando de la Novena Brigada de Infantería en Comodoro Rivadavía, a 150 kilómetros de Sarmiento. “Le dije a mi esposa me iba a quedar a almorzar y que me esperara con mate a las cinco de la tarde y en realidad sabía que no volvía. Regresé 111 días después”. Desde Comodoro Rivadavia partió hacia Punta Alta, sede de la flota de mar donde están todos los barcos de la Armada argentina.

“Me embarqué en el rompehielos Almirante Irizar. Partimos en un atardecer, y en una navegación de tres días y medio llegamos a las Islas Malvinas. En cercanía de las islas, que se veían desde nuestro barco, bajamos en el primer helicóptero que salió del Almirante Irizar y que me transportó hasta el aeropuerto de lo que se llamaba Puerto Stanley y que nosotros bautizamos como Puerto Argentino”.

Misivas

Una vez en las islas fue encargado de visitar a los enfermos y heridos, además de su evacuación cuando fuera necesario Su otra tarea era encargarse del correo que llegaba a través de la empresa de entonces, Encotel. Primero eran pocas cartas, pero luego comenzaron a llegar bolsas y bolsas de cartas de chicos que mandaban su palabras de aliento en cartas dirigidas “A un soldado argentino”.

Vergara recuerda: “La tarea que me dio mi jefe era retirar la bolsa que le correspondía a mi regimiento, algo así como unas 400 cartas más o menos. Hice una distribución bastante rápida porque yo sabía cuántas personas había en cada compañía de infantería. Una carta para cada uno. El jefe en aquella oportunidad nos consiguió papel a todos para contestar esas cartas y algo para escribir, con lo cual sin descuidar las tareas inherentes a la guerra nosotros debíamos contestar la carta del día. En esa mecánica, a mí me tocó recibir y contesté tres cartas. Una de ellas a un grupo de chicos de una escuela de Chubut de la localidad de Alto Río Senga. La otras fueron a Valeria Treo y a Gabriela Mogica”.

Una de las cartas enviadas por Gabriela Mogica cuando tenía 9 años.

Gabriela Mogijca recuerda su parte de la historia desde su casa en Villa Elisa: “En el colegio Saint Marrets de Belgrano nos habían dicho que quien quisiera le escribiera una carta a algún soldado argentino y yo escribí desde la inocencia de los nueve años sin saber bien de qué se trataba”. De esta manera, se inició un intercambio de un puñado de cartas que Vergara en un momento ya no pudo continuar. Pero las cosas no terminaron allí.

Vergara recuerda cómo se enteró del fin de la guerra: “Me enteré porque yo estaba alejado del frente de batalla, estaba como a seis kilómetros más o menos y en la mañana del 14 de junio hubo un gran silencio, no hubo más disparos, excepto alguno que otro aislado. Nuestro comando superior nos informó por radio que había terminado la guerra.”

En relación al regreso al continente, el militar recuerda: “En principio no hubo vuelta inmediata sino que se fueron yendo en diferentes barcos, de a uno, todos los regimientos que habían participado de la guerra. A nosotros nos retenían y no nos llevaban porque fuimos los primeros en llegar y desalojamos a las fuerzas inglesas el 2 de abril. Por esa razón, supongo, nos retuvieron y nos llevaron prisioneros el 14 de junio, primero en helicóptero a algo parecido a un frigorífico abandonado en el límite de las dos islas separadas por el canal San Carlos. Ahí estuvimos con 597 compañeros durante 15 días. Luego nos subieron a un barco que navegó hasta Puerto Argentino, donde estuvimos otros 15 días. Desde allí el buque inglés en el que estábamos, el San Edmundo, que levó anclas el 12 de julio y luego de un día y medio de navegación, el 14 de julio, al amanecer llegamos a Puerto Madryn. Así fue la parte del fin de la guerra”.

Se conocen personalmente

“Desembarcamos en Puerto Madryn, de ahí fuimos a Comodoro Rivadavía y de allí a Sarmiento”, recuerda Vergara. “Después habremos estado una semana, no sé cuánto tiempo y nos dieron unos días de vacaciones. Ahí me fui a Buenos Aires donde estaba Carolina, mi mamá y por supuesto Gabriela y toda su familia”.

“Un día a las doce de la noche estábamos mirando El globo rojo”, recuerda Gabriela Mogica y continúa:. “No me olvido más. Suena el teléfono. Yo atiendo, doce de la noche, y me dice: ‘Hola quiero hablar con Gabriela’, ‘Sí, soy yo’ le digo, ‘Soy Carlos que volví de la guerra’. La revolución que fue mi casa, lloraba yo, lloraba él, yo no entendía nada, empecé a los gritos. Mi mamá y mi papá vinieron y les dije: ‘Mamá, mamá es Carlitos que volvió’. La cuestión es que arreglaron entre ellos y nos conocimos al otro día. Él estaba parando en la casa de su mamá que vivía en Capital y arreglamos que al otro día nos veíamos. El encuentro fue pura emoción, llegamos al departamento de la mamá de Carlitos y ahí nos conocimos”.

Mogica cuenta que “Me acuerdo todo, cuando abrió la puerta del ascensor y él con su alegría despampanante me abrazó. De ese primer encuentro tengo fotos. Fue lindo. Agrega que al llegar a la adolescencia el contacto se suspendió, y solo fue retomado años después mediante las redes sociales. Desde entonces, cada 2 de abril se reúnen nuevamente.

Valeria Treo se suma a la charla por videollamada desde San Juan: “Fui a una escuela católica de mujeres. Nos pidieron que escribiéramos una carta para algún soldado, la que quisiera y que si queríamos podíamos enviar chocolates, jabones y no me acuerdo qué otra cosa. Yo escribí la carta, luego llegó a mi casa la respuesta. Obviamente fue una gran sorpresa, algo que uno no se puede imaginar, que alguien que está en una guerra se acuerde de vos y tenga ese gesto, es impensable, nadie lo puede creer. El otro día pensaba ahora que hay países en guerra cómo con las redes sociales se ven tantas cosas, información que va y que viene, como que ahora es más posible. En ese momento era impensable que eso pudiera suceder y sucedió. Fui a la escuela y conté, me hicieron leer la carta en un acto o una entrada al colegio adelante de toda la escuela. La carta siempre estuvo guardada en un cajón de la mesa de luz de mis padres, yo siempre la agarraba, la leía y la miraba y pensaba ‘qué pasará con este hombre, dónde estará’”

Los años pasaron, la pregunta continuó. Pero en 2020, Treo hizo algo más con ella “Con la pandemia empecé a estudiar una especialidad en docencia universitaria y enseñaban una materia que se llamaba Dimensión Política y teníamos que relacionar nuestra historia escolar con los hechos políticos del momento. Yo política no sé nada, nunca supe nada en la vida, no me da vergüenza decirlo. Pero conté lo de la carta y le hablé a un profesor de educación física que es entrenador de gimnasia artística, el Tano Montaña, que estuvo en Malvinas y él creo que contactó a Carolina, la hija de Carlos a través de otra persona. Una noche que estaba con mis dos mejores amigas, en mi casa, Carolina me habló, me dijo quién era y que su papá ya sabía que yo le iba a hablar. Lo llamé un sábado a la mañana en octubre y me dijo muy contento ‘Hola Valeria, hace 38 años que estoy esperando este llamado’. Entonces él empezó a hablar conmigo como si me conociera de toda la vida, con confianza, con cercanía. De ahí nos seguimos hablando y comunicando, siempre con esa cercanía como si nos conociéramos desde hace 40 años”.

 Al momento de expresar el significado de las cartas, Vergara se emociona y Carolina, su hija, traduce esa emoción en palabras: “Yo debo decir, porque lo sé, que es una aproximación a alguien que piensa en vos. Por supuesto que toda su familia, sus amigos y seres queridos pensaban en él, pero recibir un cachitito de afecto de alguien del otro lado, en la soledad de su historia, de esta guerra tan cruel, fue un rayito de sol, un mimo al alma. Cuando Gabriela apareció en las redes sociales y me dijo ‘¿te acordás de mí? Caro, yo soy Gabriela, la chica de la carta de Malvinas’. Le digo ‘como no me voy a acordar de vos, así pasen 200 años de mi vida vos fuiste la persona más importante en la vida de mi papá’. Y así cada mimo, cada cartita puede haber sido insignificante para la persona que la escribía o no pero está vertida con tanto amor y con tanto cariño que es un mimo al alma”.

En medio de la charla, la curiosidad de Valeria se transmuta en una pregunta: “Carlos ¿por qué respondiste las cartas?”. “Hay dos respuestas a eso. La primera porque quise, porque encontré un papel con mucho amor que yo debía responder. La segunda fue que nuestro jefe nos había dicho que sin descuidar nuestra propia misión y la seguridad debíamos contestar esas cartas. Así que si bien es cierto que yo escribí las cartas, el promotor y el impulsor de todas estas respuestas fue nuestro jefe en su momento. Yo tenía necesidad de contactarme con esas chicas enormes, maravillosas y desconocidas”, responde Carlos.

Valeria coincide con Gabriela y comenta que a ella las cartas la hacen sentir “una persona elegida por algo. Por algo nos tocó a nosotras”. “Además de responderle a una niña”, agrega Gabriela. “Tremendamente importante”, suma Carlos.

Carolina comenta que el haber conocido a Valeria y a Gabriela “para nosotros es maravilloso, no hay palabras, es como agradecerles todo lo que ellas hicieron por mi papá en ese momento y es enorme.” “Un premio de la vida”, agrega emocionado Carlos.

Vigilia

El 1 de abril en Campo de la Cruz, Salta, se desarrolló la vigilia desde las 18 hasta las 00 “para recibir el 2 de abril. A las 10 se realizó propiamente el encuentro” cuenta Carolina, hija de Carlos.

 “Esto lo estamos programando desde el año pasado, que no pudimos conmemorar Malvinas. Hace un año que estamos pensando en este momento”, detalla Gabriela.

 “Carolina nos invitó a venir acá a conmemorar los 40 años. Vino Valeria de San Juan con su familia, Gabi de La Plata con su familia y yo vine hace un mes, que estoy acá esperando el momento”, concluye Carlos.

¿Qué dicen los documentos desclasificados por Estados Unidos sobre Malvinas?

¿Qué dicen los documentos desclasificados por Estados Unidos sobre Malvinas?

A 40 años de Malvinas los archivos desclasificados de EEUU son prueba documental de la utilización de la Guerra para encubrir los crímenes de la dictadura.

A 40 años de la guerra de Malvinas, el proyecto Desclasificados.org.ar lanzó la Colección Malvinas, un acervo que reúne aquellos documentos de la base Desclasificados que hacen mención al conflicto. En el año 2019, el gobierno de EEUU entregó documentos de sus agencias de inteligencia -que hasta entonces eran secretos- por primera vez a la Argentina. Este hecho fue fundamental para comprender en profundidad las prácticas del terrorismo de Estado, saber cómo funcionaron los servicios de inteligencia y cuáles fueron sus alianzas internacionales. 

La Colección Malvinas trata de 133 documentos que refieren a la guerra, y aportan al análisis y comprensión de la época

La Colección Malvinas trata de 133 documentos que refieren a la guerra, y aportan al análisis y comprensión de la época, las relaciones bilaterales, la venta de armas, el rol que el gobierno de Estados Unidos ha desempeñado durante la disputa de soberanía con el Reino Unido sobre Malvinas e Islas del Atlántico Sur y las tensiones y disputas entre diferentes facciones de las fuerzas armadas, entre otras dimensiones.

Esta colección de archivos busca facilitar el acceso a la documentación histórica y promover la búsqueda a través de palabras clave, que son parte del trabajo de registro y relevamiento que se realizó en el marco del proyecto. De esta manera, es posible realizar agrupamientos temáticos para que se vuelvan una fuente primaria que permita conocer la historia de la inteligencia norteamericana y su incidencia en la dictadura argentina y de América latina.

 Los archivos de la represión han sido una vía fundamental para acceder a información que se suponía era cierta, pero hasta el momento no se había podido corroborar fáctica e institucionalmente. En muchos archivos queda plasmado cómo, desde antes del 2 de abril de 1982, la última dictadura cívico-militar argentina utilizó la Guerra de Malvinas, de la misma manera que el Mundial de 1978, para encubrir lo que ocurría en aquellos años: desapariciones forzadas, centros clandestinos de detención y tortura, robo de bebés, entre otros horrores, en manos del propio gobierno que había asumido el 24 de marzo de 1976 a través de un Golpe de Estado. Fue un recurso utilizado por la Junta Militar para conseguir legitimidad y apoyo político cuando ya se estaba terminando de desplomar. 

 Entre los casi cinco mil documentos que Estados Unidos desclasificó en 2019, se encuentran diversos testimonios de la relación que mantenía Argentina con el país del norte, y de la debilidad interna y fragmentación que había dentro de las fuerzas armadas que comandaban el país. Por otra parte, se evidencia también el descontento civil con el conflicto bélico y el pedido de juicio y castigo a los responsables.

 Desde el momento en que comenzaron la guerra, los militares sabían que estaban condenando al país al fracaso y, a pesar de eso, decidieron seguir adelante con el plan, solo por la necesidad de tener una victoria como gobierno. Esto queda evidenciado en un documento enviado desde la Secretaría de Estado de Washington al consulado de Toronto en 1982, en el que, incluso luego de terminada la guerra, los militares insisten en considerarla como un punto positivo en su gobierno: “(…) la necesidad de imaginar la guerra en Malvinas como una victoria es grande. De ahí la insistencia, particularmente de la Marina, en considerar la primera etapa de la campaña como una victoria, porque llamó la atención del mundo sobre el problema”.

 En el mismo documento, confeccionado en septiembre de 1982, se da cuenta de la debilidad y la fragmentación existente dentro de la Junta Militar: “(…) deben tenerse en cuenta las inusuales debilidades y la fragmentación del gobierno argentino. Cualquier gobierno basado en una estructura militar institucionalizada y multiservicios sufre la debilidad de un liderazgo cambiante, vetos generalizados y una dispersión de la autoridad. Sin embargo, estos problemas estructurales se ven ahora agravados hoy en día por otros factores: uno de ellos es la derrota de las Malvinas, que desestabilizó fundamentalmente cada uno de los servicios armados y las relaciones entre los tres servicios (…)”, señalan.

 Resulta más que interesante pensar en el rol que tuvo Estados Unidos en los meses previos al inicio de la guerra. En un memorándum redactado en 1977 y enviado por Denis Clift al vicepresidente de Estados Unidos, el gobierno norteamericano da a entender que se mantendrá por fuera del conflicto por las islas. “Queremos mantenernos al margen de esta disputa entre Argentina y el Reino Unido. Nos alegramos de que se estén llevando a cabo conversaciones entre los dos gobiernos para resolver las cuestiones. Argentina se disputa la posesión británica de las Malvinas desde 1833. En julio, el Reino Unido y Argentina iniciaron otra ronda de conversaciones sobre la soberanía de las islas. Estados Unidos no ha tomado partido en esta disputa. (Al hablar con Videla se debe utilizar el nombre argentino, Malvinas)”, explica. 

 En otro documento de 1980, la postura de Estados Unidos pareciera ser la misma respecto al conflicto internacional: “Las conversaciones entre el gobierno del Reino Unido y el gobierno de Argentina son continuadas, pero pueden complicarse debido a las fuertes objeciones que tiene el gobierno de Argentina respecto al pedido soviético de que el gobierno del Reino Unido establezca una base pesquera soviética en las islas. La política de los Estados Unidos es mantener la neutralidad en todas estas disputas, oponerse diplomáticamente al uso de la fuerza y promover acuerdos negociados. 

 No obstante, cuando la guerra se desata, la postura de Estados Unidos frente a Malvinas dista de ser neutral. Mientras que algunos archivos de la nueva Colección de Desclasificados evidencian la alianza entre Gran Bretaña y el país del norte, otros documentos ratifican la incidencia estadounidense en el desarrollo bélico. En el recorte de prensa recuperado por un documento, el texto indica: «A tres meses del comienzo de la crisis por las islas Falkland, sigue habiendo dudas sobre si EE. UU. sabía que Argentina tenía planeado ocupar las islas y dio un permiso tácito para asegurar la colaboración de la Junta Militar en las campañas antiguerrillas del país norteamericano en América Central».

 Sumado a eso, en el documento enviado por Townsend B. Friedman a la embajada de Buenos Aires en 1981, el gobierno de Estados Unidos acota un dato muy interesante acerca de la relación bilateral con Argentina: “Galtieri: El CINC [comandante en jefe] del Ejército es muy susceptible a la influencia estadounidense. Lo que le dice el Gobierno de los Estados Unidos tiene gran influencia en lo que hace.” En este documento de 1981 se agrega que Rosendo Fraga, asesor político, ve el acuerdo entre Argentina y Gran Bretaña sobre el conflicto con las islas como un objetivo alcanzable en un futuro próximo.

A un año del comienzo de la guerra, en abril de 1983, los militares continúan con el reclamo por las islas, pero para la población argentina queda claro que el enfrentamiento del año anterior había sido descabellado. 

 En otro documento redactado en 1983 y enviado por la Secretaría de Estado de Washington a todos los puestos diplomáticos de América, además de embajadas como la de Madrid, Bruselas, Londres y Lisboa, se describe lo siguiente: “Los generales argentinos renuevan su reclamo por las islas Falkland en el aniversario de la invasión. Los oficiales militares argentinos quieren que el mundo sepa que no tienen intención de aflojar sus demandas por las islas Falkland, pero las apariencias e incluso los pronunciamientos militares pueden ser engañosos. No hay duda de que la mayoría de los argentinos querría que las islas se incorporaran a su territorio, pero sólo una pequeña minoría parece querer realmente una guerra para conseguirlas. De hecho, las encuestas de opinión sugieren que la mayoría de los argentinos piensan ahora que fue una locura haber tomado las islas el año pasado, y desean que los gobernantes militares intenten resolver el caos económico de la nación».

 Los 133 documentos contenidos en la Colección Malvinas son una pieza fundamental para esclarecer los acontecimientos relacionados al conflicto bélico y profundizar el conocimiento sobre este hecho. En tanto que archivos de la represión, revisten una importancia fundamental para la reconstrucción de la Memoria, la Verdad y la Justicia, así como la preservación de nuestra democracia actual.

Quienes quieran recurrir a los documentos citados, los pueden encontrar en la base de la página web del proyecto, bajo los nombres C06295101, C06213557, C06213606, Meeting With Rosendo Frag[15499935], Meeting With President Vi[15524662], Did The U.S. Give Argenti[15499957] Y 2017-Arg-0379 Latin American Border Disputes, 07.01.1980.

La estafa emocional al rock argentino

La estafa emocional al rock argentino

Cuando se desató la Guerra de Malvinas, la música nacional copó los medio de comunicación. El festival solidario que dividió a los músicos y recaudó fortunas que no llegaron a destino.

A pesar de la fuerte represión que la última dictadura militar desató contra los jóvenes, durante la Guerra de Malvinas, que se extendió del 2 de abril al 14 de junio de 1982, el rock empezó a afirmarse cada vez más como práctica social y expresión artística. El insólito veto a difundir canciones cantadas en inglés en los medios de comunicación hizo que la música joven, otrora postergada al gueto de lo contestatario, obtuviera una masividad que no había tenido durante los quince años previos.

El periodista y docente Alfredo Rosso recuerda el lugar del rock argentino hasta antes del inicio de la guerra: “El rock siempre fue una manera de resistencia en el medio del Proceso, en una época de censura encarnizada. Para mí el rock demostró ser resistencia por el mero hecho de existir, grabar discos, hacer recitales… Por algo ibas preso por portación de juventud…”

De repente, con el desembarco del 2 de abril la Junta Militar había ganado algo hasta entonces impensado: el apoyo de la gente. Mientras el presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri con sus discursos encendía la llama nacionalista, el chauvinismo se instalaba en todos los sectores de la vida social de los argentinos. La gente llamaba a las radios pidiendo que no se pasaran canciones cantadas en inglés. Los interventores de las radios estales les hicieron caso y de un día para otro, aquel idioma fue erradicado del éter. Estaba bien pasar tango y folklore y empezaba a estar bien también pasar rock argentino, que por primera vez tenía un lugar masivo en la radio.

Sin embargo, uno que sufrió este veto fue el legendario Willy Quiroga (cantante y bajista de Vox Dei), quien le había puesto a su nueva banda de nombre Destroyer: “Si yo le hubiera puesto ‘Destructor’ a mi grupo me hubieran pasado en las radios, pero le puse ‘Destroyer’. Por eso cuando salió editado el disco no lo querían pasar en ningún lado porque era un nombre en inglés…”

Como se sabía que los recursos bélicos de la Nación iban a escasear,  empezaron a llegar donaciones de todos lados, desde efectivo hasta alhajas, bufandas y pulóveres tejidos a mano. Un show benéfico llevado a cabo por ATC (Argentina Televisora Color), la principal emisora estatal, recaudó 20 millones de pesos de entonces y 40 kilos de joyas que finalmente tuvieron un dudoso destino.

Algunos creyeron que el rock no se podía quedar al margen de este clima de gesta patriótica y que había que aportar algo: hacer un concierto por la paz y por los chicos de Malvinas. No queda en claro de quién fue la idea original. Pero rápidamente músicos, como Edelmiro Molinari, propusieron hablar con Luis Alberto Spinetta para colaborar. Lo mismo hicieron Pappo y Charly García. Pronto se sumarían al proyecto los productores Alberto Ohanian, Daniel Grinbank y Pity Yñurigarro. Lógicamente, hubo contactos con el gobierno, que buscaba hacer algo con el rock y Malvinas.

Así se programó un festival de cuatro horas con todos los grupos y solistas que quisieran sumarse y que se denominaría Festival de la Solidaridad Latinoamericana. El lugar elegido fue el campo de juegos de Obras Sanitarias de la Nación. En vez de cobrar la entrada, se optó por pedir ropa y alimentos no perecederos, con el propósito de ayudar a los soldados. Ninguno de los músicos participantes, ni el staff de productoras ni los técnicos cobraron cachet. El festival se llevó a cabo el domingo 16 de mayo, cuando el conflicto bélico ya estaba en pleno desarrollo y aunque revistas como Gente titularan en tapa “Estamos ganando”, la euforia de los primeros días de abril ya se había disipado y empezaba a florecer un claro sentimiento de incertidumbre social y preocupación.

Ese mediodía frío y gris en las puertas de Obras se estacionaron varios camiones militares, pero no para llevarse detenida gente, como era usual en esos años en los conciertos de rock, sino para cargar todo lo recaudado: 50 camiones de abrigos y alimentos. Cerca de 60 mil jóvenes asistieron al festival. Por supuesto, la radio y Canal 9 transmitieron el recital en directo.

Artísticamente, el concierto fue todo un éxito. La revista Pelo lo cubrió, titulando en su tapa: “La hora del rock nacional”. Participaron el Dúo Fantasía, Miguel Cantilo y Jorge Durietz (también conocidos como Pedro y Pablo), Edelmiro Molinari con Ricardo Soulé, el grupo Dulces 16 con Pappo de invitado, Tantor, Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, Rubén Rada, Beto Satragni con Oscar Moro; y un final con Charly García, David Lebón, Raúl Porchetto, León Gieco, Nito Mestre y Antonio Tarragó Ros. El manager Peter Deantoni, que en ese entonces trabajaba en la agencia de Daniel Grinbank, apunta: “Convocamos a todos los artistas, algunos no vinieron por distintas razones. Por ejemplo, Virus no participó porque los Moura tenían un hermano desaparecido. Violadores no actuó porque a Grinbank no le gustaban porque usaron en un show un telón lleno de esvásticas. Y a Riff tampoco se lo incluyó porque se tenía miedo que su actuación generara disturbios».

Lastimosamente, nada de lo recaudado llegó a destino. Piltrafa, cantante de los Violadores, acusó al festival de ser fratricida y colaboracionista, un mero encuentro de “momias”: “Cuando prendimos el televisor en medio de un ensayo del grupo para verlo, casi le doy una patada a la pantalla de la bronca”, confesó en una entrevista de 1997. Alfredo Rosso se opone a esta opinión: “Yo estuve en el Festival de Malvinas. Estuve al costado del escenario, algo que no hice casi nunca en mi vida, porque no soy de ir a los backstage. Así que te puedo decir que ninguno de los músicos hizo apología de la Guerra de Malvinas, si no que en todo momento se habló de paz. Todos estuvieron ahí en función de una campaña solidaria, que después supimos que se malversó, lo cual explica la calaña de mucha de esa gente que se hizo cargo de las donaciones».

El periodista agrega: “Pero al margen de eso, no hubo una sola palabra en favor de la guerra o en favor de los militares. Y no creo que ninguno de los músicos que participó haya sacado ningún tipo de rédito personal que haya potenciado sus carreras. O sea que fue algo realmente altruista y pacifista. Puede haber gente que tenga otra visión, pero a mi entender, la mayoría de la gente que tiene una visión distinta no estuvo allí».

Jorge Durietz coincide con la opinión de Rosso: “El Festival fue maravilloso. Estábamos todos muy emocionados y contentos. No estoy para nada arrepentido de haber participado porque fue un encuentro que convocó a amantes de la música y de los ideales, sobre todo del pacifismo y libertad, que nosotros siempre defendimos».

“Nos jugaron en contra las ganas de ayudar y fuimos manipulados».

Pero fue una estafa emocional y premeditada del gobierno militar: “Nos jugaron en contra las ganas de ayudar y fuimos manipulados por el gobierno, obviamente. Después, con el paso del tiempo, me enteré por medio de mi prima que vive en Ushuaia, que capaz que ibas a un quiosco a comprar chocolates o cigarrillos y adentro de los paquetes aparecían cartitas que la gente habían puesto. Y lo mismo pasaba en las tiendas de venta de ropa usada cuando en los bolsillos de las prendas aparecían cartas y golosinas que los chicos le habían mandado a los soldados”, relata Deantoni.

Luego del final de la guerra, el rock nacional seguiría creciendo con la incorporación de nuevos grupos y solistas como Zas, Sumo, Soda Stereo, Suéter, Los Twist, Los Abuelos de la Nada, Juan Carlos Baglietto y Fito Páez, Celeste Carballo, La Torre, Los Redonditos de Ricota, que empezaron a descollar en la llamada Primavera Democrática, que se vivió a partir de 1983. Pero esa ya es otra historia…

Operación Chatarra

Operación Chatarra

Mientras una empresa argentina desmantelaba una vieja factoría ballenera en las Georgias del Sur para venderla como desguace, se desató la guerra. Uno de sus protagonistas cuenta cómo se gestó la excéntrica aventura comercial, su recuerdo de Astiz y el día que cayeron prisioneros de los británicos.

Semanas después del desembarco de los chaterreros en las Georgias,  se desató el conflicto bélico en Malvinas.

En el Atlántico sur, 1.390 kilómetros al sudeste de las Malvinas, se encuentran las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur, territorio bajo poder inglés y reclamado por la Argentina. Allí, el 17 de marzo de 1982, un grupo de trabajadores argentinos desembarcó para desmantelar unas antiguas factorías balleneras y venderlas como chatarra. Lo que ellos no sabían es que un extraño incidente precipitaría la ocupación militar inglesa de las Georgias, donde estaban las fábricas, y los inmiscuiría en el escenario bélico. Para saber más sobre este episodio, ANCCOM dialogó con Ricardo Cacace, coordinador del desguace, quien por entonces tenía 33 años.

Tres años antes, el empresario y chatarrero argentino Constantino Davidoff había decidido organizar la operación. Las tres factorías en las Georgias del Sur procesaban los cetáceos de los que extraían el aceite, la carne y otras partes útiles. Las tres terminales, Husvik, Strommes y Leith, pertenecían a la empresa inglesa Salvensen y estaban conectadas por caminos. En Leith llegó a haber, incluso, un cine al que asistían los marineros. Las instalaciones fueron cerradas en la década del 60 cuando se prohibió la caza de ballenas.

Luego de intensas negociaciones para obtener las habilitaciones, Davidoff contrató a un equipo de técnicos y metalúrgicos para desarmar toda la infraestructura y venderla como chatarra, estimada en unos 30 millones de dólares: “En el año 80 la situación en Argentina no era la mejor: estábamos con un gobierno de facto y particularmente la industria no era lo más floreciente. El negocio estaba ahí, al alcance, pero no tenían cómo realizarlo, necesitaban logística, no tenían trabajadores, ni equipos, ni barcos“, relata Cacace.

Para ese momento, Cacace no solo contaba con años de experiencia en la industria sino que también tenía contacto con inversores, como el Banco Juncal. “Yo tenía un amigo que trabajaba en el banco así que los puse en contacto y me desligué”, señala. En diciembre del 81, un pequeño grupo viajó a conocer el lugar y logró despertar el interés del Banco Juncal para financiar el operativo. Luego se contrató a la empresa de Davidoff para las tareas de desguace y hacia fines de febrero lo llamaron a Cacace. “Me comentaron que estaban organizando la expedición y que necesitaban que fuera como coordinador para determinar las prioridades de carga”, cuenta.

Con los permisos y pasaportes correspondientes, los trabajadores desembarcaron en las Georgias. “Los ingleses estaban al tanto de que viajábamos y fuimos totalmente blanqueados, era un tema comercial y para toda la tripulación era un salvavidas económico muy grande”. Los primeros días recorrieron el pueblo fantasma de Stromness y pusieron en funcionamiento los equipos y las instalaciones para comenzar a trabajar. Los directivos se ubicaron en la mejor vivienda de la estación y los obreros en las barracas que habían albergado a los balleneros. En ese tiempo, se mantenían informados por Radio Colonia y tenían comunicación frecuente con sus familiares. Sin embargo, el izamiento de una bandera argentina marcaría un antes y un después en la expedición.

En su libro Desembarco en las Georgias, el periodista e investigador Felipe Celesia escribe: “El soldado Horacio Locchi, hincha fanático de River, empezó a ver dónde podía colocar su banderín del equipo. El director de la operación, Jorge Patané, lo cruzó con una bandera argentina y lo convenció de izar la enseña patria. Locchi accedió y la colgó de un remo roto que sujetó con alambres a un transformador eléctrico”.

El gesto, realizado sin ceremonia ni tropas, ocasionó una protesta británica y el envío de militares desde Malvinas para desalojar a los trabajadores por la fuerza: “Unos civiles se acercaron, hablaron con el capitán del barco y se bajó la bandera inmediatamente para evitar conflictos. En mi opinión, los dos gobiernos esperaban que algo ocurriera para comenzar a pelear. Viéndolo hoy entiendo que algo hubo, una estrategia o una ‘cama’”, sostiene Davidoff.

A la par de estos hechos, la Junta Militar dirigida por Leopoldo Fortunato Galtieri programó la recuperación de las Malvinas, denominada en principio Operación Azul, y el 2 de abril de 1982 se desató la guerra. En las Georgias, mientras tanto, el teniente Alfredo Astiz –hoy condenado por crímenes de lesa humanidad- encabezó un acto para celebrar la toma de posesión de la Argentina en las Malvinas pero, a las pocas horas, fue rodeado por tropas británicas. “Luego de esto, nunca más vimos a Astiz. Los ingleses terminaron tomando las Georgias, nos desalojaron y, al ser civiles, nos llevaron como prisioneros a Stromness, una zona montañosa con cerros, donde pasamos la noche en unos galpones”.

El trayecto a los depósitos no fue amable: armas de fuego, morteros, fusiles y un simulacro de fusilamiento. “Ellos estaban distendidos, fumando, riendo y buscaban sin duda asustarnos porque si hubiesen querido matarnos, éramos blanco fácil. Ese fue el peor de los momentos, nos quedamos en los galpones al lado del mar toda la noche y por suerte no llovió ni nevó porque no la hubiéramos contado”, explica Cacace. A la mañana siguiente, un helicóptero bajó y comenzó a distribuir a los trabajadores en distintos navíos con la ayuda de la Cruz Roja Internacional que los reubicó en Uruguay.

En mayo del 82 el equipo regresó a la Argentina y cada cual siguió su propio camino: “Nosotros fuimos los primeros que volvimos al continente, el 20 de mayo, y apenas llegué salí a buscar trabajo para mantener a mi familia porque nadie daba nada. Recuerdo que trajeron escondidos en los camiones a los soldados que sobrevivieron y este regreso fue muy difícil para estos jóvenes que no tenían preparación para ir a la guerra. Allá era matar o morir y aquellos chicos se tuvieron que hacer hombres de golpe”.

Según Cacace, el Estado sigue en deuda hasta nuestros días. “Hace cuatro años, tuve la oportunidad de viajar a Malvinas y te puedo asegurar que es poco lo que le puedan dar a un veterano de guerra. Mandamos jóvenes a morir y desde entonces hay un abandono de la gente que dio su vida por la patria. Lamentablemente, quienes tuvieron la suerte de retornar tienen dificultades para conseguir trabajo, para atenderse o problemas psicológicos. Y es un hecho que hubo más suicidios de veteranos que los que murieron en la guerra”.

«Somos malvinizadores mundiales»

«Somos malvinizadores mundiales»

Tres excombatientes argentinos de Malvinas, protagonistas de la obra Campo Minado junto a otros tantos veteranos ingleses de cuentan su experiencia actoral y testimonial.

Vuelve Campo Minado al Teatro San Martín para el 40º aniversario de la Guerra de Malvinas. El espectáculo de la directora Lola Arias reúne a seis excombatientes argentinos e ingleses para explorar y reconstruir sus recuerdos de la guerra y su vida después de ella. Luego de seis años de su estreno y de presentarse en más de 30 ciudades de todo el mundo, vuelve a la Sala Martín Coronado de jueves a domingos a las 20, hasta el 24 de abril. 

“Nos encanta hacer la obra y contar la historia de Malvinas. Eso es una de las principales cosas que nos motivan. Nosotros somos malvinizadores mundiales, porque llevamos la historia de las islas por un montón de ciudades del mundo para que la gente las conozca, sepan dónde están y, en ese proceso, se dan cuenta que es imposible que sean de los ingleses”, reflexiona uno de los protagonistas del proyecto y veterano de guerra, Rubén Otero.

“¿Qué es un veterano: un sobreviviente, un héroe, un loco?” Estas son algunas de las preguntas que propone la obra teatral mientras confronta distintas visiones del mconflicto armado. Como explica su sinopsis: “Campo Minado indaga las marcas que deja la guerra, la relación entre experiencia y ficción, las mil formas de representación de la memoria”.

En escena se presentan Rubén Otero, sobreviviente al hundimiento del Buque General Belgrano y que actualmente tiene una banda de tributo a Los Beatles; Gabriel Sagastume, un soldado que nunca quiso disparar y hoy es abogado penalista; y Marcelo Vallejo, un apuntador de mortero convertido en atleta de triatlón. 

Estos tres veteranos argentinos comparten escenario con David Jackson, quien se pasó la guerra escuchando y transcribiendo códigos por radio y hoy escucha a otros veteranos en su consultorio de psicólogo; Sukrim Rai, fue un gurkha que supo usar su cuchillo y que en la actualidad trabaja como guardia de seguridad, y Lou Armour fue tapa de todos los diarios cuando los argentinos lo tomaron prisionero el 2 de abril de 1982 y hoy es profesor de niños con problemas de aprendizaje. Este último será reemplazado en esta oportunidad por Tip Cullen, quien es parte del Cuerpo de Marines Reales de la fuerza británica y tuvo experiencias similares a la Guerra de Malvinas. 

En mayo de 2016, la obra se realizó por primera vez en el Royal Court Theatre de Londres y aunque sus protagonistas no son actores, con el tiempo aprendieron a serlo. En ese sentido, Otero comenta: “En las primeras funciones teníamos papeles escritos con escena por escena pegados en el escenario porque no nos acordábamos cómo era la mecánica. Cambió mucho porque ahora tenemos un training increíble. Hoy en día, con la incorporación de Tip, ya nos acordamos tanto que nosotros lo vamos ubicando a él en lo tiene que hacer y que no. Aprendimos a movernos todos juntos. Nos fuimos adaptando, siempre bajo la tutela de nuestra directora. Nosotros ponemos lo nuestro, pero Lola (Arias) es el alma del equipo”.

Gabriel Sagastume también da su punto de vista sobre el proceso: “Vos ves este teatro enorme, del que hay pocos en el mundo, pero nosotros nos sentimos como en casa. La primera vez que entrás es un monstruo y al salir al escenario te preguntas ¿dónde estoy? Ese miedo ya no existe más, estamos muy cómodos y es una alegría juntarnos a volver a hacer la obra”.

El proyecto comenzó cuando la directora argentina Lola Arias seleccionó a los seis veteranos de la guerra y pidió a cada uno de ellos que llevaran diarios donde registrar sus sentimientos y pensamientos con respecto a los sucedido en 1982. Ella asegura que una parte fundamental del proceso creativo fue lidiar con lo que surge de revivir esas experiencias y decidir qué aparecerá en la obra y qué no. “Volvemos al principio y reconstruimos sus recuerdos e historias. Yo creo el texto a partir de lo que me dicen y luego se lo devuelvo y ellos deciden si entra o no, y siempre pueden cambiar de opinión en cualquier momento, incluso una vez que la estamos representando. Ellos tienen el poder. Al final, la autoría de todas mis piezas es una responsabilidad compartida, porque todos estamos involucrados en el proceso», reconocía Arias en un reportaje a The Guardian de Inglaterra. “Esta obra es como una máquina del tiempo. Vemos a estos hombres tal y como son ahora, a sus 50 años, y también echamos un vistazo a su yo más joven, aquellos jóvenes de finales de la adolescencia y principios de los 20 que fueron a la guerra”, describió la directora. 

Pero a pesar de que han pasado cuatro décadas desde la guerra y que realizan la obra hace tanto tiempo, para los protagonistas contar su historia sigue significando lo mismo. “Yo seguiría contando mi experiencia durante todo el tiempo que me quede de vida, porque es una promesa que me hice cuando me salvé del hundimiento del Belgrano. Dije que ante cualquier solicitud de aquellos que quisieran saber mi historia, ya sea un periodista, ir a una escuela o estar en una obra, siempre iba a estar predispuesto a contarla en homenaje a ellos. Es una promesa que tengo hecha, que lo tengo que hacer por ellos”, confiesa Otero. 

Rubén reflexiona sobre lo que significa para él que la gente conozca y vea la obra. “Hoy los jóvenes tienen la posibilidad de escuchar lo que pasó hace cuarenta años y que lo contemos nosotros desde nuestro ser. Y también sería importantísimo para nosotros hacer una gira en el país. Nosotros ya sabemos el sentimiento de todos con respecto a las islas pero que vean como es la obra y la interioricen, es otra cosa”. Y se ilusiona con llevarla a donde fue el campo de batalla: “Nuestro sueño sería hacerla en Malvinas porque nosotros pensamos que los ingleses que viven allí, al ver la obra y al vernos actuar con nuestros compañeros ingleses, cambiarían mucho la imagen que tienen de nosotros. Queremos demostrar que no somos lo que ellos piensan y que nos entiendan, como lo hacen nuestros compañeros de escena. Aquellos que piensan que somos traidores porque estamos con los ingleses, yo les diría que es todo lo contrario. Nosotros somos unos malvinizadores mundiales, porque estamos llevando la historia de Malvinas al mundo”.

Campo Minado se presenta en el marco de las actividades desarrolladas en conmemoración del 40° Aniversario de la Guerra de Malvinas. Incluye funciones accesibles que cuentan con servicios para personas con discapacidad visual y auditiva el sábado 26 de marzo, el viernes 22 y 8 de abril. Además, se encuentra la instalación Manto de neblinas abierta al público de manera libre y gratuita en el hall central del teatro.