«Me interesa escribir sobre otras formas de la existencia»

«Me interesa escribir sobre otras formas de la existencia»

El cordobés Chuit Roganovich ganó el premio Clarín 2024 con su novela «Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores» y el Premio Futurock 2022 por su obra «Quiebra el álamo». Aquí habla de sus trabajos, del impacto de los premios y de lo que viene. El sábado estará en la Feria del Libro.

Roberto Chuit Roganovich, escritor cordobés y doctor en Letras, obtuvo el Premio Clarín de Novela 2024 por su obra Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores. Anteriormente publicó Quiebra el álamo, galardonada con el Premio Futurock de Novela 2022.

Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores transcurre en cuatro épocas dispares (1504, 1888, 1945 y un futuro remoto), y es narrada por personajes que atraviesan un escenario similar: mientras la humanidad avanza y reflexiona sobre sí misma, un organismo milenario oculto bajo la tierra irrumpe de distintas maneras en la historia. Su sola presencia aterroriza y, al mismo tiempo, sugiere una promesa de redención. Ese enigmático ser subterráneo, testigo silencioso de los siglos, une los destinos de quienes lo conocen y les ofrece una oportunidad de salvación.

En la nota que hiciste en Eterna Cadencia contabas que al principio tu idea no era publicar. ¿Cómo fue ese pasaje de escribir en solitario a publicar en dos editoriales? ¿Pasaste del miedo al entusiasmo?

El paso a la publicación fueron los premios. La primera novela que escribí, Quiebra el Álamo, se publicó en Futurock en 2022, tras ganar el premio de novela de la emisora. Y Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores salió luego de obtener el Premio Clarín. Por supuesto que sentí miedo: en ambos casos ganaron novelas que yo no consideraba terminadas ni suficientemente pulidas. Pero también lo tomé como un punto final impuesto desde afuera, una instancia exógena que decidía que mi novela debía salir a la luz. Hasta entonces escribía porque me interesaba y, aunque la escritura requiera soledad para el primer borrador, el oficio verdadero surge en comunidad, cuando compartís tu texto con personas de confianza que te señalan qué falla y que puede funcionar. También creo que si Si Sintieras… ganó el Premio Clarín fue porque en el jurado estaban Mariana Enriquez, Samantha Schweblin y Alberto Fuguet. Si hubiesen sido otros, probablemente ganaba otra novela. Mariana y Samantha son exponentes de una literatura que explora otras formas de habitar el mundo, más cercanas al espanto, al temor, a otras cosas. A mí me interesa, además, por el hecho de ser argentino y de participar espiritualmente de este hemisferio sur. Hay heridas que todavía no han sanado.

¿Tiene un significado particular que a un cordobés gane un premio de un diario porteño?

Ganar el Clarín me hizo sentir muy bien, sobre todo siendo de Córdoba. Cuando era chico, veíamos por la calle a Luciano Lamberti, Federico Falco, Camila Sosa Villada, Eugenia Almeida… Íbamos a un slam de poesía o al cine y estaban ahí, cerca. Para los que empezábamos en Letras, eso devolvía la idea de que se podía escribir desde una provincia. Que se podía desde Córdoba. Cuando ganó Luciano el Clarín el año pasado, me alegré muchísimo. Primero porque lo quiero y segundo porque siento que necesitaba ese reconocimiento. Y ahora vengo yo, otro cordobés. Me da orgullo federal. Más aún porque estamos escribiendo algo distinto, más subterráneo. Me siento cómodo ahí.

¿Y cómo es tu método para escribir? ¿Algo ordenado: “dos páginas por día”, o más caótico, por rachas?

No tengo un método. Encuentro huecos para escribir entre trabajos y eso dificulta muchísimo volver al texto, sobre todo al principio. Después, una vez que el universo narrativo tiene coherencia interna y los personajes ganan entidad, las cosas empiezan a suceder casi solas. Pero el arranque es muy difícil. Escribo porque no puedo hacer otra cosa: a veces la lengua se vuelve un enemigo, la paso mal, pero no encuentro mejor forma de ocupar el tiempo vacío. En estos tiempos, escribir me parece un acto casi contracultural: demanda mucho tiempo y retorna muy poco, tanto económicamente como en legitimación.

Más allá del reconocimiento monetario, ¿sentís que algo de todo ese esfuerzo vuelve con los premios?

Sí. Creo que la retribución real, la que yo siento como verdadera más allá de la plata, que es bastante escasa, es el acercamiento de gente que no conozco y que me escribe mensajes profundamente conmovedores. Uno publica sin saber el efecto que puede tener en otro. A veces llegan mensajes muy largos, muy íntimos, de personas que se sintieron identificadas con alguna problemática o con algún personaje. La retribución monetaria aparece y se va, se esfuma en una salida a comer. En cambio, esos mensajes están ahí, en el teléfono, te llegan un domingo a la tarde, justo cuando no estás muy bien y te conmueven. Por ahora, me aferro más a eso que al dinero.

En tu novela hay un juego de saltar entre voces y géneros: la novela gótica del Siglo XIX, el fantástico que a la vez convive con la tradición del “New Weird”. ¿Cómo trabajaste ese cruce?

Cada arco narrativo requería entrar en un universo semántico y espiritual distinto. Para escribir a Catalina tuve que pensar y hablar como capellán de Isabel la Católica; para Traverso, sumergirme en la gótica victoriana; para Ishigata, entender la voz fragmentada de alguien consumido por un cáncer y por una planta que lo devora. No podía alternar un capítulo de cada uno en frío: primero iba la investigación previa y luego la disposición espiritual que cada personaje pedía. Además, me aburro si sostengo una sola voz 400 páginas; varias voces fueron también mi forma de divertirme y mantener vivas las estrategias narrativas. En cuanto a la ciencia ficción y el New Weird, me atrae mucho más lo que está pasando ahora en el género, más que esa tradición norteamericana de la «edad de oro», donde todo era muy técnico, muy mediado por la ciencia. Por supuesto que fue necesaria la existencia de Asimov, Clarke o Philip K. Dick, pero también sus desviaciones, como Ursula K. Le Guin. 

También hay una preocupación por la historia muy marcada en la novela. No son casuales los hitos ni las épocas que elegís. ¿De dónde viene esa preocupación por lo histórico? ¿Cómo se conjuga con la idea de lo moderno, del progreso? ¿Y cómo se articula con esta planta que, de algún modo, es eterna y subterránea?

En Quiebra el Álamo, el acontecimiento que marca su pertenencia al género New Weird es una irrupción exógena. Una radicalidad que llega desde fuera. En esta segunda novela, el recorrido es inverso. Me pregunté: ¿qué pasa si eso que nos interpela en lo espiritual, lo histórico o lo político, ya estuvo siempre acá, con nosotros? En general, me interesa escribir sobre formas otras de la existencia. La preocupación por la historia creo que es generacional. No siento que las generaciones más grandes tengan las mismas inquietudes. Nosotros vivimos la historia con una profunda melancolía. Las épocas doradas de nuestros padres, que nos fueron contadas como gloriosas, nosotros las leemos como épocas que tampoco fueron tan felices. Y tampoco creemos que el futuro vaya a serlo. Entonces, nos quedamos en ese limbo, sin pasado glorioso ni futuro prometedor, intentando al menos construir futuros ficcionales donde nos sintamos un poco más cómodos. Es como una lectura, de algún modo, esperanzadora del futuro. Yo no creo que escriba sobre el apocalipsis. Yo siento que escribo sobre formas otras de la existencia que podrían funcionar como un bálsamo al mundo horrible en el que vivimos plagado de hambre, guerras y bombardeo, etc. La colonización, por ejemplo, pesa mucho en nuestra cultura. La Campaña del Desierto sin duda también. Pero Hiroshima, Nagasaki, Auschwitz, Gaza… son modulaciones universales de la violencia y la demencia. Le pertenecen a la especie. Todos tenemos que hacernos cargo, hayamos nacido en Francia, Argentina o Ruanda. Después hay violencias más particulares, más nuestras, más latinoamericanas, sobre las que me quiero hacer cargo.

La planta que tiene un papel central en tu novela, opera desde lo sublime, como un salvavidas que a la vez aterroriza. ¿Te interesa esa ambigüedad horror‑belleza?

Sí, totalmente. Me fascina la caracterización que hace Kant de lo sublime: ese momento en que la razón se suspende y lo religioso, la revelación de tu pertenencia al mundo, se toca con lo terrorífico. En Si sintieras…, Ishigata teme a la planta porque desconoce su potencia mortífera, pero también se enamora de ella al entender que es la respuesta viva al universo, casi un dios. Ese doble movimiento de atracción y espanto me interesa, y aún gana espesor al conectarlo con mitologías originarias, donde la planta se vuelve algo eterno y subterráneo.

Anunciaste que vas a publicar pronto un ensayo con El gato y la Caja  ¿De qué trata tu próximo libro y qué desafíos te propuso escribir un ensayo en vez de una novela?

Es un libro que reflexiona sobre nosotros, quienes habitamos los campos de la izquierda y lo nacional‑popular. Usamos mucha tinta para debatir si Milei es o no fascista o alt‑right, pero seguimos sin preguntarnos quiénes somos, qué hicimos para llegar hasta acá y qué podemos hacer para construir un mundo digno de ser vivido. Es la primera vez que escribo un ensayo tan largo: antes era ficción o textos académicos fríos. Esta vez quise mezclar ambos lenguajes y jugar con las formas discursivas. La crítica está en crisis y el lenguaje críptico nos resta capacidad de acción, por eso busqué un texto lo más digerible posible, apto para cualquier lector sin formación específica.

Roganovich va presentar su novela, Si sintieras bajo los pies las estructuras mayores en la feria del libro el 10 de mayo a las 19 en el Hall Central (Pabellón 9).

Sobrevivir en el país de los desaparecidos

Sobrevivir en el país de los desaparecidos

“Historias Rotas”, el libro de Claudia Rafael y Silvina Melo que cuenta con testimonios de víctimas de la última dictadura militar en las cárceles argentinas, se presentó este fin de semana en la Feria del Libro.

Fin de semana en la Feria del Libro, multitudes recorren los diferentes stands, las bolsitas de tela adornan los brazos de muchos, de fondo se escuchan múltiples charlas, algunas de autores, editores, o figuras relevantes, también se oye el bullicio de los visitantes que caminan de aquí para allá ojeando libros. Pero en la sala Ernesto Sábato el aire cambia, se densifica, hay una tensión propia del respeto, del recuerdo, y de las lágrimas contenidas. La emoción se percibe en la máxima atención de los presentes en lo que plantea la psicóloga Diana Kordon y en lo que cuenta el expreso político Hernán Invernizzi desde su propio sufrimiento y el sus compañeros, desde la reflexión que plantea este encuentro entre el recuerdo y la literatura como un modo de reivindicar el pasado y la memoria, como un modo de volver desde el olvido para algunos y para otros como un episodio desconocido de las épocas más oscuras de nuestro país.

En esta sala del Pabellón Azul se presenta el libro Historias Rotas de Claudia Rafael y Silvina Melo, que cuenta con testimonios de diferentes víctimas de la última dictadura militar en las cárceles del país. El total de presos dentro de este sistema eran 10.000 aproximadamente, en sus historias se retrata la maquinaria de enloquecimiento que se llevó a cabo durante el gobierno de facto por parte no solo de oficiales, sino de un equipo intelectual integrado por psicólogos, psiquiatras, asistentes sociales, médicos, antropólogos, nutricionistas y sacerdotes.

Para Kordon, este libro es necesario, “es un libro muy duro, es un libro que nos conmueve profundamente, y que, hablando del horror de la crueldad, sin embargo, nos acerca a lo profundo y reparador de la condición humana”. A la vez, resalta que la sociedad tiene una deuda con este colectivo.

Hablamos muy poquito de los que se suicidaron y de lo mal que quedaron muchos compañeros que tuvieron que entrar en tratamiento cuando salieron en libertad, que siguen en tratamiento, y que siguen padeciendo en la Argentina y en países que los recogieron un deterioro psicofísico -llámenlo como quieran- que es el resultado de esta rigurosa racionalidad con la que se aplicó una estrategia durante la dictadura sobre los presos”, señala Invernizzi.

Ivenrnizzi, quien fue detenido en 1973 y pasó doce años, siete meses y diez días encerrado, señala que el problema es que el sufrimiento no terminó: Hablamos de los que se suicidaron y muy poquito se habla de lo mal que quedaron muchos compañeros que tuvieron que entrar en tratamiento cuando salieron en libertad, que siguen en tratamiento, y que siguen padeciendo hoy en la Argentina y en países que los recogieron un deterioro psicológico, psicofísico -llámenlo como quieran- que es el resultado de esta actividad, de esta intervención y al mismo tiempo de esta rigurosa racionalidad con la que se aplicó una estrategia durante la dictadura sobre los presos”.

La tortura en presos durante la última dictadura militar es un tema poco conocido, según comentan la mayor parte de los testigos reunidos en el libro, esto se debe al estigma de que argentina es el país de los desaparecidos, lo cual constituye una figura simbólica de peso, que muchas veces los echó atrás a la hora de contar su historia, ya que ellos sobrevivieron.

La idea de hacer este libro surgió a partir de la historia de Eduardo José Schiavoni y Jorge Miguel Toledo, dos militantes torturados y asesinados en una de estas cárceles. A partir de la investigación que realizaron las autoras conocieron muchas más historias de sufrimiento de los presos y decidieron ampliar el libro incorporando a varias de ellas.

Rafael y Melo en diálogo con ANCCOM, comentan, el “eje central es entender que la maquinaria de enloquecer que se armó y que no fue muy abordada”, sobre los debates que plantea el libro, opinan que principalmente el debate acerca del rol de la intelectualidad y la universidad pública en la formación de estos profesionales que estaban detrás de esta maquinaria. 

El libro es muy duro, difícil de leer según los presentes, moviliza muchas emociones. “Yo estoy ahora hablando con vos y estoy con taquicardia. Porque fueron muchos años los que pasamos presos, pero además pasaron muchos años desde entonces hasta hoy. Entonces volver sobre aquello desde este punto de vista es muy complicado”, explica Invernizzi y agrega: “Eso uno nunca se lo saca de encima. El estrés que te provoca la cárcel es algo que no desaparece nunca. Uno puede superarlo, trabajarlo, sobreponerse, pero es algo con lo que uno pelea todo el tiempo. Lo bueno que tienen estas circunstancias es que también funcionan de una manera catártica. Es decir, ayudan a procesar la experiencia. Y nuestra esperanza es que eso que nos ayuda a nosotros a procesar la experiencia quizá ayude a algunos compatriotas a entender mejor lo que nos pasó, para que se convierta en un buen aprendizaje del presente y del futuro”.

En la presentación, las autoras comentan que buscan reivindicar a las víctimas utilizando como concepto central el des-olvido y la exigencia de justicia por estos delitos de lesa humanidad que siguen impunes, su libro será utilizado como evidencia en la causa que se está desarrollando actualmente de Schiavoni, Pablo Llonto incluirá el material recopilado por ambas autoras como documento probatorio.

“Contar historias me da una vida”

“Contar historias me da una vida”

Con textos inéditos y otros ya publicados, el periodista y escritor Alejandro Seselovsky presenta su tercer libro, «Negro argentino», e invita a mirar de frente aquello que, muchas veces, preferimos esquivar. La distancia entre lo vivido y el relato.

Editado por Orsai, Negro Argentino condensa dos décadas de trayectoria del periodista Alejandro Seselovsky en diversos medios de comunicación. A lo largo de 15 crónicas, el autor explora la vida de personajes entrañables de la cultura popular, se adentra en territorios incómodos y también narra pasajes de su historia personal.

Catorce años después de Trash: retratos de la Argentina mediática, Seselovsky vuelve al libro para explorar la carga simbólica de la palabra “negro”, una moneda al aire que puede caer y ser utilizada como insulto o como gesto de afecto, según el contexto y quien la pronuncie. Entre los textos, se destacan historias como la del asesinato de Fernando Báez Sosa, la de Damas Gratis como emblema cumbiero y su propio relato de nacimiento y adopción.

Profesor en la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA –donde además formó parte del equipo de editores de ANCCOM–, Seselovsky repasa el proceso de creación del Negro Argentino, reflexiona sobre la curaduría de las crónicas y explica por qué el cuerpo es la única verdad desde la cual se puede escribir.

¿Cómo surgió la idea del libro?

Fue una curación y búsqueda en conjunto con Carolina Martínez, mi editora en Orsai. La idea comenzó hace un año. Yo no tenía libros publicados en esta editorial y hace rato veníamos pensando cuál podría ser. Al principio se iba a llamar Fronteras e íbamos a hablar de las que yo había cruzado, tanto físicas como simbólicas, por ejemplo, la del nacimiento y mi adopción. En ese momento, empecé a pensar que el libro debía ser algo más íntimo y apareció Negro Argentino, una recopilación de crónicas que hice en estos 20 años de trabajo como periodista en distintas plataformas. Este libro es un hilvanado de piezas sueltas que, siendo bien entretejidas entre ellas, aceptan componer, entre todas, una nueva unidad que las contenga.

¿Cómo fue el proceso de selección?

Lo que hice fue hilvanar, reposar, volver a ver y tratar de encontrar una unidad de sentido para cada una de las piezas, porque lo que hay es una colección de negros argentinos. Está el trabajador golondrina que va a laburar a la mina de carbón y muere. Está el apodo “muqui”, que utilizaban algunas modelos para referirse a Carolina ‘Pampita’ Ardohain a principios de los 2000. Y también está la historia de Damas Gratis, que se reivindica como un grupo cien por ciento negro cumbiero. Entre todas hablan de distintos aconteceres y distintas vidas, pero todas hablan del mismo sujeto, el negro argentino, que no es afrodescendiente, sino que es medio mestizo, medio morocho. De hecho, el libro empieza conmigo, contando mi nacimiento como hijo de una mucama y mi posterior adopción. Me pareció que ese nacimiento organizaba también un principio para el libro, eran dos comienzos dándose la mano.

La verdad está en el cuerpo. Voy a tratar de que la distancia entre verdad y representación sea la más corta posible, pero nunca la voy a poder evitar.

Alejandro Seselovsky

 

Es un libro personal…

Sí, incluso tiene mi cara en la tapa por elección de mis editores. Yo no lo sugerí, pero lo acepté porque el editor es socio, nunca enemigo. Se puede tener miradas distintas sobre la estructura u otras cuestiones, pero el editor siempre va a querer un gran texto. Para el cierre elegí un trabajo inédito sobre la Guerra de Ucrania y lo que pude ver de ella con ojos argentinos. Es un relato que está escrito en tercera persona porque soy yo mirándome a mí mismo y en el que pude dejar salir todo lo que tenía dentro. Soy muy apasionado de lo que hago y por eso a los 53 años, después de 30 en esta profesión, sigo haciéndolo. Estoy contento de contar historias y que eso me dé una vida.

En tus crónicas el territorio juega un rol fundamental, ¿cómo te preparás?

La crónica es llevar el cuerpo al territorio, ir como una hoja en blanco y dejar imprimirse por la experiencia vital de estar ahí. La crónica territorial, de ir a un recorte chiquito del mundo, que puede ser un desfile de moda o una inundación, para mí es la más linda porque permite dejarse atravesar por lo que ocurre ahí. La experiencia vital imprimida en el cuerpo del cronista es lo que cuenta para la formulación de la crónica. Y ese es mi modo de trabajo predilecto. A veces lo puedo hacer, a veces no. Sin embargo, no todo es una crónica.

 

¿Qué debe tener una vivencia para convertirse en crónica?

Uno solo: que te haga girar la cabeza. Me enseñaron hace poco el término inglés rubbernecking, que tiene que ver con la idea de tener un cuello de goma. Cuando algo te hace girar la cabeza es porque se quedó con tus sentidos, con tu sistema nervioso, tu fascinación, tu espanto o con tu capacidad de maravillarte. Cuando algo te hace girar la cabeza, hay una crónica. Si te tomó el cuerpo, se escribe. Eso es todo. Cuando sentís que hay algo en la calle, en tu casa o en donde sea, que se quedó con tu sistema perceptivo por un instante y te dejó adentro de un punto de fascinación, hay que prestarle atención. El cuerpo informa sobre qué hay que escribir. Hay que estar atento a los asombros, porque tienen la condición de ser fugaces. Uno no está todo el día asombrado, sino que es una condición contingente, es algo que de golpe se quedó con tu atención y que el cuerpo te está avisando que ahí hay algo para escribir. Así se encuentran las crónicas y los textos.

¿Cómo pensás el vínculo entre lo que vivís y lo que llega al texto?

El cuerpo para mí es la única verdad. El lenguaje no es importante, porque va a entregar representación, pero no es la cosa. El lenguaje la mata, hace que desaparezca, porque la cosa no se puede transferir. La verdad es indecible. Vos vas al territorio, vivís lo que vivís ahí y eso es lo que se puede contar. Pero por bien que lo cuente, nunca el lector va a sentir el balazo de goma que sentí yo. ¿Por qué? Porque no puedo entregar la verdad del cuerpo que yo viví, sino que entrego la representación de la verdad del cuerpo que yo viví. Solo la representación. El lenguaje no me permite ir más allá. El lenguaje es incapaz de transferir la verdad de la experiencia vital, sólo puede representarla. Lo importante es el cuerpo percibiendo el mundo. Después, cuando lo escribo, eso va a ser sólo representación. Este es mi esquema de laburo. La verdad está en el cuerpo. Voy a tratar de que la distancia entre verdad y representación sea la más corta posible, pero nunca la voy a poder evitar. Frente a eso, voy a dejar la vida en la representación, para que se acerque lo máximo posible a la verdad de lo que me pasó.

Malvenido Cifelli

Malvenido Cifelli

Con abucheos al secretario de Cultura de la Nación, abrió la edición 2025 de la Feria del Libro. El discurso inaugural estuvo a cargo de Juan Saturain, quien criticó la figura de Best Seller; puso en valor al guionista de aventuras Héctor Oesterheld –desaparecido por la dictadura militar-y, elogió a los presidentes que leían y proponían debates. También advirtió sobre aquellos que perdieron la vergüenza, en un discurso lleno de entrelíneas, dedicado a los buenos entendedores. Reivindicación colectiva a Osvaldo Bayer.

La Feria del Libro volvió a abrir sus puertas en Buenos Aires como quien insiste en un ritual ancestral: con libros, multitudes, y una sensación compartida de estar participando, aunque sea por un rato, de algo que revitaliza. Sin embargo, esa apertura y cordialidad con el público en general, tuvo su interrupción en el Restaurante Central. Allí, donde se realizó el acto inaugural de la Feria, primó la exclusividad y el corporativismo: para poder acceder a la sala, decorada con arañas y luces azules, era necesario contar con una invitación otorgada por la Fundación El Libro, de la cual no se difundió información previamente, lo que provocó dificultades para el ingreso de la prensa. Entre los afortunados que recibieron la invitación, se encontraban en primera fila los funcionarios del Gobierno de la nación y de la Ciudad de Buenos Aires, directores de editoriales, representantes de la monarquía de Arabia Saudita -su capital, Riyadh -ciudad invitada en esta edición- y personalidades de la cultura afines al oficialismo, como el caricaturista Nik.

El encargado de dar inicio al evento fue el flamante Presidente de la Fundación El Libro, Christian Rainone, quien, en su discurso, estableció una marcada diferencia discursiva con su antecesor Alejandro Vaccaro, buscando el consenso con las autoridades nacionales y enfocando sus palabras más en convencer a los editores y empresarios que en interpelar a lectores y escritores. Con un tono empresarial y diplomático, afirmó que el eje de su gestión es “consolidar un escenario donde vivan armónicamente el valor de la tradición y la fuerza de la innovación”.

Siguiendo esta línea, Leonardo Cifelli, Secretario de Cultura de la Nación, hizo su primera aparición en la feria tras su ausencia el año pasado por las diferencias con Vaccaro. Cifelli le agradeció a Rainone por “haber impulsado un clima de diálogo respetuoso, constructivo y comprensivo con la realidad que atraviesa nuestro país. Su decisión de dejar atrás el tono politizado y confrontativo de las ediciones, pasadas abre una etapa renovada y valiosa», sosteniendo que «la política partidaria no debe intervenir en la cultura y mucho menos debe ser el motivo de gastos innecesarios», lo que provocó el abucheo de escritores y fotógrafos que, al grito de “mentiroso” y “caradura”, expresaron su desacuerdo. Este escenario se volvió a repetir cuando Cifelli le agradeció a Karina Milei por su “respaldo constante que ha sido clave para poder estar presente hoy”.

El secretario de Cultura, Leonardo Cifelli, pronunció su exposición en medio de constantes abucheos y silbidos.

 

Luego de las intervenciones, menos tensas y polémicas de Jorge Macri -jefe de Gobierno de Buenos Aires- y de Abdulatif Alguacil -Director Ejecutivo de la Comisión de Literatura del Ministerio de Cultura de Arabia Saudita-, finalmente llegó el turno del escritor, poeta, periodista, guionista, editor´, docente y exdirector de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain. El autor de Manual de Perdedores comenzó su discurso de más de 26 páginas -lo que fastidió a algunos de los presentes- y con su habitual tono satírico y humorístico destacó la “sensación de impostura en esta arena de lo que no deja de ser un circo”, seguido de la dedicatoria al rosarino Roberto Fontanarrosa con un chiste suyo para ilustrar la situación: “Ahora correspondería que, como en el chiste memorable, aparezca el presentador y con megáfono le explique al público presente: ´Señores y señoras, por ausencia del hombre bala, les ofreceremos una perdigonada de enanos…´ Y en el dibujo de Fontanarrosa aparecían los cinco enanitos asomados a la boca del cañón”.

Durante más de una hora, Sasturain realizó un recorrido por diferentes escritores y poetas latinoamericanos e hispanos, desde Discépolo, José Hernández y Maria Elena Walsh hasta Federico García Lorca, Nicanor Parra y Antonio Machado, pasando por los clásicos Jorge Luis Borges, Julio Cortazar y Adolfo Bioy Casares. En medio de citas memorables y chistes ácidos y sutiles, Sasturain destacó la importancia de recuperar el debate en la Feria del Libro entre voces diversas y posiciones contrarias: “Todavía oír se dejan sordos ruidos de escarceos y esgrimas ideológicas, brillos de espadas dialécticas, gestos de justa, libre y soberana argumentación nacional ante el discurso imperioso, presuntamente docente, de la mirada ajena. Porque no hace tanto tiempo –había una presidente lectora entonces- que el brillante escribidor que acaba de partir llevándose la justa gloria literaria, el Nobel y el apoyo explícito a flagrantes depredadores como gesto final, se cruzó con nuestro propio sensible argumentador serial: entre el penúltimo Vargas Llosa y el brillante objetor Horacio González acá, en diferido, se confrontó de lujo”.

Juan Sasturain brindó un discurso inaugural lleno de entrelíneas, como en los años más oscuros del país.

 

Para una mejor estructuración de su discurso -para el que recurrió, según sus palabras, al IA (Ingenio Argentino)-, Sasturain eligió un triple título: Elogio del libro abierto y usado, seguido de una reflexión sobre la idea narrativa de aventurar, con una modesta proposición como colofón y remate no vinculante. En la primera parte, el elogio, realizó un diagnóstico de la industria editorial, criticando a la figura de best seller y destacando la importancia de la lectura: “Escribir, editar, comprar y almacenar libros son actos generalmente saludables para y en el concepto de la equívoca cultura que supimos conseguir. Sin embargo, hay un solo acto central e ineludible con respecto al libro que otorga sentido a todos los demás, que es el fundamento en su origen y el único sostén genuino de su porvenir, de su mera existencia: la lectura, el gesto íntimo, personal, fundante de leer”.

Aprovechando que “la ocasión ha querido que este acto coincida temporalmente con la apoteosis celebratoria y de reconocimiento del autor y de la obra que uno considerara el relato más poderoso generado en la Argentina en la segunda mitad del siglo pasado”, la reflexión giró en torno a HéctorGermán Oesterheld -autor de El Eternauta y desaparecido por la última dictadura militar en 1977- y el acto de narrar la aventura. “Héctor Oesterheld fue un notable contador de aventuras y, por sobre todas las cosas, un hombre bueno y sensible, que contaba aventuras que no necesariamente ´terminaban bien´ pero que dejaban en claro que había razones suficientes para sentirse cerca de sus personajes buenos. Sus buenos no necesariamente ganaban. La vida no era para él una cuenta de resultados o una carrera por llegar antes o ser el mejor. No buscó ni la riqueza ni el poder. Quiso ser coherente, escribir y vivir de acuerdo y sin contradicción con lo que creía. Eso es muy valioso y cuesta caro. Y se gana respeto y admiración y memoria como ésta; pero se paga como en su caso, con la muerte violenta. Este hombre digno, bueno y coherente, que fue el mejor escritor de aventuras que dio este país, además de un ejemplo para uno y para muchos de nosotros, murió asesinado como un perro”.

Sasturain fue el único de los oradores que resultó ovacionado.

Los síntomas de la enfermedad mediante la cual las personas van perdiendo la vergüenza son “la incapacidad de empatía, la agresividad creciente, la flagrante irresponsabilidad y la megalomanía y la consecuente arrogancia”, dijo Sasturain y dejó que cada uno le coloque el sayo a quien corresponda.

Para finalizar, la proposición giró en torno a la vergüenza, introduciendo la noción del Mal de Bierce, una enfermedad social degenerativa mediante la cual las personas van perdiendo la vergüenza, sentimiento que para Sasturain “tiene que ver con la responsabilidad, lindante con la culpa, y es un mecanismo inhibitorio si se quiere de autodefensa o de represión sentimental o ética”. Los síntomas de dicha enfermedad son “la pérdida de la capacidad de empatía, la agresividad creciente, la flagrante irresponsabilidad y la megalomanía y la consecuente arrogancia” Dijo y dejó que cada uno le calce el sayo a quien le corresponde. Enseguida, el escritor propuso: “Cabe estar atentos todos a la aparición –enfrente, a nuestro lado o en el espejo personal- de cualquiera de estos síntomas lamentablemente generalizados. Y obrar en consecuencia, antes de que sea tarde. Mientras sintamos vergüenza habrá esperanza para todos y cada uno. La vergüenza es salud. Brindemos por eso”. Finalizando así su participación, que tuvo como frutilla del postre el reclamo de periodistas y escritores presentes por la reciente decisión del Poder Ejecutivo Nacional de retirar el monumento a Osvaldo Bayer, alzando varias réplicas de papel de su figura.

El escritor y periodista Osvaldo Bayer fue reinvindicado por los presentes frente a la destrucción del monumento que lo homenajeaba en la Patagonia, a cargo de las autoridades de Vialidad.

«No tiren un libro, alguien se ocupará de ver qué se puede hacer con él»

«No tiren un libro, alguien se ocupará de ver qué se puede hacer con él»

Diego Sachella creó el proyecto Bibliotecas de Libros (no) Tirados a la Basura que recolecta ejemplares a punto de ser desechados para donarlos a escuelas, cárceles, instituciones y también a artistas y cartoneros. Cómo se teje solidaridad a partir de la cultura.

La Biblioteca de los Libros (no) Tirados a la Basura comenzó en octubre de 2018 como un grupo de Facebook entre vecinos que compartían libros, pero rápidamente creció y se transformó en una iniciativa de mayor alcance. Creada por el docente Diego Sachella, el objetivo principal de la Biblioteca es ofrecer un refugio para libros que, de otro modo, serían desechados.

 

El grupo formado en la red social ya reúne a más de cinco mil miembros y es el punto neurálgico donde se gestionan las donaciones y se facilita la circulación de los ejemplares. Gracias al compromiso de sus integrantes, que abarca no solo la donación sino también el traslado, los libros han llegado a instituciones como escuelas, universidades, hospitales y cárceles de todo el país.

 

En diálogo con ANCCOM, Sachella reflexiona sobre la importancia de fortalecer los lazos de solidaridad, el valor afectivo de los libros y cómo el proyecto puede contribuir a la preservación de la cultura.

¿Cómo arrancó el proyecto?

Viví por una década en Alemania y conocí en Münich el fenómeno de las bibliotecas al paso, que estaban ubicadas en las esquinas y en las plazas. Eran bibliotecas que no implicaban mucho más que una pequeña estructura básica como una caja pero que sin embargo eran custodiadas por la municipalidad y sus vecinos. Con el tiempo, además de proveer libros, se encargaron de construir muebles para protegerlos de la nieve, la lluvia y el viento. En lo personal, fue una iniciativa que me pareció increíble ya que me permitió proveerme de libros y aprender alemán, lo cual fue fundamental ya que yo emigré sin saber nada del idioma. Cuando volví a la Argentina, casi como un acto de magia, me encontré en la puerta de mi edificio una pila de libros que pertenecían a la famosa colección Robin Hood. Pese a que estaban impecables alguien los había dejado ahí para tirar a la basura. A partir de esa situación y de recordar lo que había visto durante mi viaje fue que, con el objetivo de generar un espacio en el que todo el vecindario pudiese recurrir a distintos ejemplares, se creó la Biblioteca de los libros (No) Tirados a la Basura.

 

¿Cuándo fue el mayor momento de crecimiento?

A partir de la pandemia comenzaron a aparecer grandes cantidades de libros. Muchas familias empezaron a revisar las bibliotecas de sus mamás, papás, abuelos, abuelas y el proyecto se disparó. Gracias a eso nos han donado bibliotecas ilustres, de personas destacadas de la actividad política, social, académica y artística. Creo que la pandemia potenció la intimidad, la soledad y la necesidad de contacto con espacios que de otra manera no habríamos conocido. Nuestra biblioteca se convirtió en proveedora de museos, universidades, colecciones privadas, investigadores de todas las disciplinas, colegios secundarios y hasta de jardines de infantes. Fue a partir de ahí que se generó una red que todavía hoy se sostiene exclusivamente a partir de personas que tienen que viajar a alguna parte del país y se ofrecen de manera desinteresada a llevar libros a quienes no pueden retirarlos. Para mí eso es conmovedor, porque nosotros no elegimos los libros que nos llegan ni tampoco sus próximos destinos.

 

¿De qué manera se gestionan las solicitudes de donación?

Junto a un grupo grande de personas nos encargamos de contactar o estar atentos a las solicitudes de libros. Hace muchos años encaro cada mes pensando que va a ser el último del emprendimiento y sin embargo nos vuelven a escribir para contarnos que se precisan libros para distintas bibliotecas que jamás me habría imaginado. Desde intrahospitalarias para infancias oncológicas hasta intracarcelarias que requieren lecturas académicas para carreras de Sociología o Abogacía. Incluso museos que nos escriben pidiendo determinados libros que jamás en la vida habríamos sabido qué hacer con ellos. Una de las grandes tareas que hace la gente que nos acompaña es estar atenta a esas solicitudes. Nuestro protocolo para recibir las donaciones depende mucho de la primera clasificación que hagan quienes nos lo acercan, desde comentarnos en qué estado están hasta la cantidad y de qué género son. Si nos llegan embalados y más o menos rotulados es más fácil su destinación. Creo que una de las cosas que hemos logrado construir es la responsabilidad de la solidaridad. No es solamente donar, sino cómo hacer para que esa donación tenga sentido y que llegue a un buen destino.

 

¿Hay alguna historia en especial que te haya marcado?

Sí, recuerdo a una señora de 94 años que le pidió a su hija antes de fallecer que se contactara conmigo porque quería una novela de un autor ruso traducida al castellano que había leído cuando su familia había emigrado a la Argentina. En realidad, no tenía que ver con la materialidad del libro sino con lo que contenía. Lo buscamos y finalmente lo encontramos dentro de una caja que estaba arrumbada. La señora alcanzó a leer unas páginas y después de un tiempo su hija me dijo que su madre murió feliz porque pudo leer el libro que le acercamos. Quizás es una pavada, pero ese es el secreto del libro. A mí me emociona mucho esta historia porque tiene que ver con las cosas que uno necesita en el momento en el que va a despedirse de una vida. Algunas personas pueden necesitar un olor, una imagen, una foto, una tela o una canción, pero ella necesitaba un libro. Las formas en las que un libro acompaña son inefables. Es algo que no se puede transcribir o decir en palabras expresas. Posiblemente haya otros objetos que también lo hagan y es válido. Lo interesante para mí es en dónde anclamos alguna expresión de la trascendencia. El libro es una de ellas.

 

¿Cuál es el mayor desafío de la iniciativa?

Que quienes nos contacten puedan entender que el valor de los libros no tiene solamente que ver con el valor afectivo de su herencia sino con lo que un libro puede hacer. En el grupo de Facebook lo que se propone es que las personas sepan que hay libros que tienen un valor como tal y otros que quizás ya no lo tienen pero que tal vez se pueden rescatar de algún modo. Por ejemplo, hay muchos que se los acercamos a los artistas del collage o a los recicladores urbanos de la Ciudad que gracias a su venta pueden tener un plato de comida en la mesa. Le damos a los libros la más noble sobrevida que se les pueda otorgar. Quienes donan o nos acercan esos libros lo saben. Por eso, para mí el mayor mensaje es que no tiren los libros. El libro tiene una sobrevida que no tiene que ver con una valoración mística sino con una valoración de la circulación de los bienes en sociedad.

 

¿Crees que la Biblioteca puede ser una forma de salvaguardar la cultura?

Sí, lo creo profundamente. El problema no es solo que la expresión que construimos como cultura está bastardeada, sino que nos hayan negado la noción de que a diario cada una de las expresiones del ser humano en sociedad construyen cultura. El mensaje de la Biblioteca es: no tiren un libro, alguien se ocupará de ver que se puede hacer con él. Quizás puede terminar, así como está en la Biblioteca Nacional pero también puede servir para darle de comer a quien labura con el cartón a diario porque ese libro ya está en un espacio en el que se lo puede rescatar más allá de la materialidad. No podemos permitir que se nos prive de que cada expresión diaria y subjetiva es una expresión de cultura.

 

¿Qué es lo que más te enorgullece del proyecto?

Que algo pueda cambiar a partir de recibir un libro. Lo más interesante de la biblioteca no son las donaciones sino cuando la gente recibe los libros. Parece mística, pero hace un par de años, salí a la calle un día que llovía y me encontré con una gran cantidad de libros en la basura que se estaban escurriendo por las alcantarillas. Me incliné a rescatarlos y encontré dentro de un libro una partitura firmada por Julián Aguirre, un pianista y compositor argentino de música clásica. En ese momento le escribí a un amigo que es director de orquesta para comentarle mi hallazgo y me dijo que solo existen cinco partituras suyas y que una estaba perdida. Justo era la que estaba en el libro que se estaba yendo a la alcantarilla. Lo interesante está en prestar atención a lo que vemos cuando vemos, que escuchamos cuando escuchamos y que leemos cuando leemos. Quizá la propuesta de la Biblioteca tenga que ver con eso. Con ver de otra manera lo que nos rodea y sentir de otra manera lo que nos pasa. Porque no importa si es una partitura importante o un libro de un autor ruso, sino que eso que está allí es una expresión de la identidad de la memoria y no hay que dejar que se vaya por la basura.