Por Rocío Lazarte Otano
Fotografía: Gentileza Diego Sachella

Diego Sachella creó el proyecto Bibliotecas de Libros (no) Tirados a la Basura que recolecta ejemplares a punto de ser desechados para donarlos a escuelas, cárceles, instituciones y también a artistas y cartoneros. Cómo se teje solidaridad a partir de la cultura.

La Biblioteca de los Libros (no) Tirados a la Basura comenzó en octubre de 2018 como un grupo de Facebook entre vecinos que compartían libros, pero rápidamente creció y se transformó en una iniciativa de mayor alcance. Creada por el docente Diego Sachella, el objetivo principal de la Biblioteca es ofrecer un refugio para libros que, de otro modo, serían desechados.

 

El grupo formado en la red social ya reúne a más de cinco mil miembros y es el punto neurálgico donde se gestionan las donaciones y se facilita la circulación de los ejemplares. Gracias al compromiso de sus integrantes, que abarca no solo la donación sino también el traslado, los libros han llegado a instituciones como escuelas, universidades, hospitales y cárceles de todo el país.

 

En diálogo con ANCCOM, Sachella reflexiona sobre la importancia de fortalecer los lazos de solidaridad, el valor afectivo de los libros y cómo el proyecto puede contribuir a la preservación de la cultura.

¿Cómo arrancó el proyecto?

Viví por una década en Alemania y conocí en Münich el fenómeno de las bibliotecas al paso, que estaban ubicadas en las esquinas y en las plazas. Eran bibliotecas que no implicaban mucho más que una pequeña estructura básica como una caja pero que sin embargo eran custodiadas por la municipalidad y sus vecinos. Con el tiempo, además de proveer libros, se encargaron de construir muebles para protegerlos de la nieve, la lluvia y el viento. En lo personal, fue una iniciativa que me pareció increíble ya que me permitió proveerme de libros y aprender alemán, lo cual fue fundamental ya que yo emigré sin saber nada del idioma. Cuando volví a la Argentina, casi como un acto de magia, me encontré en la puerta de mi edificio una pila de libros que pertenecían a la famosa colección Robin Hood. Pese a que estaban impecables alguien los había dejado ahí para tirar a la basura. A partir de esa situación y de recordar lo que había visto durante mi viaje fue que, con el objetivo de generar un espacio en el que todo el vecindario pudiese recurrir a distintos ejemplares, se creó la Biblioteca de los libros (No) Tirados a la Basura.

 

¿Cuándo fue el mayor momento de crecimiento?

A partir de la pandemia comenzaron a aparecer grandes cantidades de libros. Muchas familias empezaron a revisar las bibliotecas de sus mamás, papás, abuelos, abuelas y el proyecto se disparó. Gracias a eso nos han donado bibliotecas ilustres, de personas destacadas de la actividad política, social, académica y artística. Creo que la pandemia potenció la intimidad, la soledad y la necesidad de contacto con espacios que de otra manera no habríamos conocido. Nuestra biblioteca se convirtió en proveedora de museos, universidades, colecciones privadas, investigadores de todas las disciplinas, colegios secundarios y hasta de jardines de infantes. Fue a partir de ahí que se generó una red que todavía hoy se sostiene exclusivamente a partir de personas que tienen que viajar a alguna parte del país y se ofrecen de manera desinteresada a llevar libros a quienes no pueden retirarlos. Para mí eso es conmovedor, porque nosotros no elegimos los libros que nos llegan ni tampoco sus próximos destinos.

 

¿De qué manera se gestionan las solicitudes de donación?

Junto a un grupo grande de personas nos encargamos de contactar o estar atentos a las solicitudes de libros. Hace muchos años encaro cada mes pensando que va a ser el último del emprendimiento y sin embargo nos vuelven a escribir para contarnos que se precisan libros para distintas bibliotecas que jamás me habría imaginado. Desde intrahospitalarias para infancias oncológicas hasta intracarcelarias que requieren lecturas académicas para carreras de Sociología o Abogacía. Incluso museos que nos escriben pidiendo determinados libros que jamás en la vida habríamos sabido qué hacer con ellos. Una de las grandes tareas que hace la gente que nos acompaña es estar atenta a esas solicitudes. Nuestro protocolo para recibir las donaciones depende mucho de la primera clasificación que hagan quienes nos lo acercan, desde comentarnos en qué estado están hasta la cantidad y de qué género son. Si nos llegan embalados y más o menos rotulados es más fácil su destinación. Creo que una de las cosas que hemos logrado construir es la responsabilidad de la solidaridad. No es solamente donar, sino cómo hacer para que esa donación tenga sentido y que llegue a un buen destino.

 

¿Hay alguna historia en especial que te haya marcado?

Sí, recuerdo a una señora de 94 años que le pidió a su hija antes de fallecer que se contactara conmigo porque quería una novela de un autor ruso traducida al castellano que había leído cuando su familia había emigrado a la Argentina. En realidad, no tenía que ver con la materialidad del libro sino con lo que contenía. Lo buscamos y finalmente lo encontramos dentro de una caja que estaba arrumbada. La señora alcanzó a leer unas páginas y después de un tiempo su hija me dijo que su madre murió feliz porque pudo leer el libro que le acercamos. Quizás es una pavada, pero ese es el secreto del libro. A mí me emociona mucho esta historia porque tiene que ver con las cosas que uno necesita en el momento en el que va a despedirse de una vida. Algunas personas pueden necesitar un olor, una imagen, una foto, una tela o una canción, pero ella necesitaba un libro. Las formas en las que un libro acompaña son inefables. Es algo que no se puede transcribir o decir en palabras expresas. Posiblemente haya otros objetos que también lo hagan y es válido. Lo interesante para mí es en dónde anclamos alguna expresión de la trascendencia. El libro es una de ellas.

 

¿Cuál es el mayor desafío de la iniciativa?

Que quienes nos contacten puedan entender que el valor de los libros no tiene solamente que ver con el valor afectivo de su herencia sino con lo que un libro puede hacer. En el grupo de Facebook lo que se propone es que las personas sepan que hay libros que tienen un valor como tal y otros que quizás ya no lo tienen pero que tal vez se pueden rescatar de algún modo. Por ejemplo, hay muchos que se los acercamos a los artistas del collage o a los recicladores urbanos de la Ciudad que gracias a su venta pueden tener un plato de comida en la mesa. Le damos a los libros la más noble sobrevida que se les pueda otorgar. Quienes donan o nos acercan esos libros lo saben. Por eso, para mí el mayor mensaje es que no tiren los libros. El libro tiene una sobrevida que no tiene que ver con una valoración mística sino con una valoración de la circulación de los bienes en sociedad.

 

¿Crees que la Biblioteca puede ser una forma de salvaguardar la cultura?

Sí, lo creo profundamente. El problema no es solo que la expresión que construimos como cultura está bastardeada, sino que nos hayan negado la noción de que a diario cada una de las expresiones del ser humano en sociedad construyen cultura. El mensaje de la Biblioteca es: no tiren un libro, alguien se ocupará de ver que se puede hacer con él. Quizás puede terminar, así como está en la Biblioteca Nacional pero también puede servir para darle de comer a quien labura con el cartón a diario porque ese libro ya está en un espacio en el que se lo puede rescatar más allá de la materialidad. No podemos permitir que se nos prive de que cada expresión diaria y subjetiva es una expresión de cultura.

 

¿Qué es lo que más te enorgullece del proyecto?

Que algo pueda cambiar a partir de recibir un libro. Lo más interesante de la biblioteca no son las donaciones sino cuando la gente recibe los libros. Parece mística, pero hace un par de años, salí a la calle un día que llovía y me encontré con una gran cantidad de libros en la basura que se estaban escurriendo por las alcantarillas. Me incliné a rescatarlos y encontré dentro de un libro una partitura firmada por Julián Aguirre, un pianista y compositor argentino de música clásica. En ese momento le escribí a un amigo que es director de orquesta para comentarle mi hallazgo y me dijo que solo existen cinco partituras suyas y que una estaba perdida. Justo era la que estaba en el libro que se estaba yendo a la alcantarilla. Lo interesante está en prestar atención a lo que vemos cuando vemos, que escuchamos cuando escuchamos y que leemos cuando leemos. Quizá la propuesta de la Biblioteca tenga que ver con eso. Con ver de otra manera lo que nos rodea y sentir de otra manera lo que nos pasa. Porque no importa si es una partitura importante o un libro de un autor ruso, sino que eso que está allí es una expresión de la identidad de la memoria y no hay que dejar que se vaya por la basura.