Homenaje a un hombre valiente

Homenaje a un hombre valiente

Un salón de la Secretaría de Derechos Humanos, ubicada en la ex ESMA, recibió el nombre de Jorge Julio López, el militante desaparecido por segunda vez hace 16 años tras declarar en el juicio que permitió condenar al represor Miguel Etchecolatz.

Este lunes 19 de septiembre se llevó adelante la inauguración del Salón Jorge Julio López de la Secretaría de Derechos Humanos ubicada en la Ex Esma, en conmemoración a quien fue secuestrado durante la última dictadura cívico militar y desaparecido por segunda vez en democracia en el año 2006, luego de declarar en la causa que llevaría a Miguel Etchecolatz a cumplir cadena perpetua. 

El homenaje, tras cumplirse 16 años de su segunda desaparición, contó con la presencia de Rubén y Gustavo López, hijos del desaparecido, diferentes representantes de organismos de Derechos Humanos; Horacio Pietragalla Corti, Secretario de Derechos Humanos de la Nación; el ex canciller Felipe Solá y las madres de Plaza de Mayo Vera Jarach e Iris Avellaneda. 

Luego de descubrir la placa que revela el nombre de Jorge Julio López, Jarach fue la primera en hablar y mencionó que “Julio está presente. Y cuando nosotros decimos que está presente, es así”. Vera destacó la predisposición de aquellos que fueron detenidos, desaparecidos, pero que sobrevivieron para contar lo que sucedió durante la última dictadura militar. “Julio es una figura emblemática que representa la voluntad de luchar por un mundo mejor, de insistir hasta el final”, señaló. 

Darle el nombre de Jorge Julio López a un espacio” es otro acto de Justicia. Es reconocer y dejar una semilla, un recuerdo de él. Siempre menciono: Nunca Más el odio, especialmente para someter y perseguir, y Nunca Más el silencio, hay que recordarlo siempre a Julio López”, describió la mamá de Franca Jarach desaparecida con 18 años, vista por última vez en el centro clandestino que funcionó en la ESMA.

Luego, hizo uso de la palabra Iris Pereyra de Avellaneda y reconoció el bautismo del Salón: “Es bueno mantener la memoria y seguir peleándola por todos los compañeros que han desaparecido en el golpe de Estado de 1976 que ha dejado secuelas terribles y con hijos que han sido desaparecidos y apropiados”, mencionó la madre del Floreal “Negrito” Avellaneda, desaparecido por el terrorismo de Estado con 15 años.

La madre de Plaza de Mayo Vera Jarach, el secretario de Derechos Humanos Horacio Pietragalla y Rubén y Gustavo, los hijos de Julio López en la primera fila del acto de homenaje.

El tercero en hablar fue Rubén López, y lo hizo en nombre de su familia y de su hermano que lo acompañó, por primera vez, a un acto homenaje a su padre. “Somos críticos, pero cuando las cosas se hacen bien hay que reconocerlas. Esto es un ejemplo de lo que queríamos, que el Estado nacional pueda reconocer que Jorge Julio López desapareció en democracia”. E hizo hincapié en el presente: “Venimos sufriendo vandalizaciones de sitios de memoria, venimos viendo que este odio se está arraigando en los ciudadanos de este país. No queremos que eso suceda”. 

Por último, Horacio Pietragalla subrayó que “nada va a alcanzar para reparar la ausencia de Jorge para la familia, pero sobre todo la memoria de Jorge Julio López y lo que para la construcción de este proceso de Memoria, Verdad y Justicia en el contexto que se armó”. 

La segunda desaparición de López, opinó el Secretario, “sacudió al Estado para darnos cuenta que los enemigos estaban, que tenían perversidad y estaban dispuestos a cualquier cosa y lo demostraron de la peor manera”.

Jorge Julio López fue un carpintero y militante peronista detenido el 27 de octubre de 1976 por una patota a cargo del torturador Miguel Etchecolatz, Director de Investigaciones de la Policía Bonaerense y mano derecha del genocida Ramón Camps. En su arresto, pasó por cuatro centros clandestinos de detención durante cinco meses, hasta que fue blanqueado y estuvo preso dos años más en la Unidad 9 de La Plata. 

Tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, Jorge Julio López fue un testigo crucial para atestiguar en los Juicios por la Verdad, posteriormente en el proceso oral y público contra Etchecolatz, que fue condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad y murió el 2 de julio último a los 93 años en la Clínica Sarmiento, donde estaba internado con custodia policial.

La segunda desaparición de Jorge Julio López ocurrió el 18 de septiembre de 2006 cuando se dirigía a escuchar la sentencia contra Miguel Etchecolatz. Las últimas personas que lo vieron, aseguraron que fue en cercanías a su hogar, en Los Hornos. Aún hoy no se sabe qué sucedió con él, pero en una de las audiencias a las que acudió Etchecolatz, tenía en su mano un papel que decía “Jorge Julio López secuestrar”.  

Culminado el homenaje, ANCCOM dialogó con los oradores. Rubén López remarcó que su padre “tenía un gran compromiso con sus compañeros de lucha. Él vio cómo asesinaban y atormentaban a Patricia Dell ‘orto y Ambrosio de Marco en los centros clandestinos de detención, en Arana, sobre todo. Era un tipo que nos formó diciendo ‘esto hay que hacerlo’. Nos formó con los hechos”, recordó. “A raíz de lo que nos pasó como familia, en lo personal, empecé a militar”, señaló Rubén y sobre la seguridad de los testigos en los juicios de lesa humanidad para que lo de su padre no vuelva a suceder, recordó a la familia Iaccarino y a la de Oscar Herrera, pues su padre, madre y su hermano siguen desaparecidos. “Rodolfo (Iaccarino), en el año 2009 se le acercaron unas personas y le dijeron ‘deja de joder porque te va a pasar lo que a López. Un tiempo después, Rodolfo tuvo una descompensación”, señaló. “Siguen dando vueltas. Quizás no los ‘viejitos buenitos’ como decía una exdiputada, pero si ese odio sigue dando vuelta. Ahí es donde tenemos que combatir. Sobre todo, llegarles a los pibes con que militen, no importa dónde, pero que militen”. 

El excanciller y exgobernador de la Provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, también participó del homenaje.

Felipe Solá, quien cumplía la función de Gobernador en el momento de la segunda desaparición de Jorge Julio López, estuvo presente en el homenaje y en diálogo con ANCCOM enfatizó que este hecho “es una herida que no cierra”, y agregó que “fue vital como testigo para condenar a Etchecolatz, uno de los mayores asesinos de nuestra historia, jugándose la vida, tal vez sin saberlo”. 

El excanciller contó: “Mientras duró mi gobierno, y mientras lo estábamos buscando tuvimos pistas fallidas todos los días. Revisamos todo. Tal vez, todo haya ocurrido en un breve lapso ese mismo día, el 18 de septiembre, cuando todavía nosotros no sabíamos que no volvía y que ya no estaba”. Y opinó: “No eran épocas de odio generalizado, eran épocas de odio de un grupito concreto, que actuó como grupo comando, vinculado a Etchecolatz, vinculado también, al efecto que tuvo la declaración de Julio”.

Al ser consultado sobre los discursos de odio que hoy se sostienen en la sociedad argentina, Solá invitó a los jóvenes a que “no discutan si fueron 30.000 o 28.000. Piensen en lo que ocurrió en la Argentina y que fue hecho por el Estado, no por un grupo de delincuentes. Que entiendan la diferencia entre un sádico que tortura, que es terrible, a que lo haga sistemáticamente el Estado que nos representa a todos”. 

Por su parte, el Secretario de Derechos Humanos, Pietragalla, reconoció que la desaparición de Jorge Julio López fue una de las acciones que llevaron adelante quienes se resistían a las políticas de Memoria, Verdad y Justicia. “Tal vez, la más canallesca y más dolorosa para todo el campo nacional y popular porque fue desaparecer devuelta a un hombre que estaba aportando su testimonio para la reparación integral de las víctimas de terrorismo de Estado. No sólo para él, ni para las víctimas directas, sino para toda la ciudadanía”. 

“En este salón central en la Secretaria de Derechos Humano va a haber muestras, reuniones y muchas actividades, pero, sobre todo, toda persona que entre va a tener presente que tiene el nombre de un hombre valiente, que lamentablemente no está con nosotros”, resaltó. Pietragalla también se expresó sobre lo que sucedió en las últimas semanas en el país: “Hay que reflexionar sobre esos discursos de odio. Hay que cortarlos. Hay que decir Nunca Más para que no pase devuelta todo lo que pasó”. 

En sintonía con los demás testimonio, Iris Pereyra de Avellaneda describió que lo que le sucedió a Jorge Julio López con las dos desapariciones, también le sucedió al Negro Avellaneda y aseguró: “Nosotros siempre estamos pendiente para hacerle homenaje y recordarlo a Julito. La Justicia es lerda, pero por lo menos está la justicia del pueblo y eso es bueno”. 

Iris remarcó: “Hay que hablarles a los jóvenes como hago en los colegios, en las universidades y en las cárceles. Les comento que no pierdan la Memoria y segundo que se arrimen a un lugar político, a un lugar de derechos humanos, donde se sientan cómodos, y no abandonen la lucha de los derechos humanos. Les aconsejo a los chicos que sigan con la lucha porque para nosotros son la esperanza. Los jóvenes son nuestra esperanza”, culminó Iris Pereyra de Avellaneda. 

Los dictadores también estaban en la escuela

Los dictadores también estaban en la escuela

Al cumplirse 46 años de La Noche de los Lápices, el ciclo Cine por la Identidad proyectó «La mirada invisible», de Diego Lerman. Los resabios represores que aún permanecen en las aulas.

El jueves 15 de septiembre en vísperas de un nuevo aniversario de la Noche de los Lápices, -el operativo en el que la dictadura secuestró y torturó a diez estudiantes secundarios, seis de los cuales continúan desaparecidos- se proyectó la película La mirada invisible, dirigida por Diego Lerman y protagonizada por Julieta Zybelberg y Osmar Nuñez, en la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, en la ex ESMA. El film está basado en la novela Ciencias Morales, de Martín Kohan, está ambientada en el año 1982, momento en que se debilita el gobierno de facto que inició en 1976.

 La película cuenta la historia de Marita, preceptora del Colegio Nacional de Buenos Aires que divaga entre dos universos, el que la constituye como una figura de control y poder sobre los y las estudiantes a quienes debe vigilar; y su vida privada, la de una joven de 23 años que vive con su madre enferma y su abuela. A su vez, muestra cómo va desarrollando su admiración por Carlos Biasutto, jefe de preceptores, quien le enseña el método de adoctrinamiento al alumnado. Este personaje esconde un lado perverso que saldrá a la luz. Marita busca en los estudiantes algún accionar que infrinja las normas de la institución, lo que la llevará a vivir situaciones de peligro. 

Osmar Nuñez, quien interpretó a Biasutto, estuvo presente en la función y participó del debate posterior a la proyección, junto a dos estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, moderados por el nieto restituido y director de la Casa por la Identidad, Manuel Gonçalves. Nuñez señaló que el personaje que le tocó interpretar es una persona que existe en la vida real. El actor invitó a reflexionar sobre qué hacemos para que la sociedad sea un poco mejor. Y opinó: “No hay que acompañar a esos Biasuttos. La gente sigue suscribiendo a esas ideas, es el peligro de la democracia, hay que estar muy atentos”. 

En la misma línea, Gonçalves insistió en que “hoy con las situaciones políticas que tenemos, hay que seguir hablándole a las nuevas generaciones sobre lo que el terrorismo de Estado nos dejó dentro de las instituciones democráticas. Hay ciertos resabios del accionar de la dictadura”.

Asimismo, las estudiantes dieron su punto de vista respecto a qué ha cambiado y qué continúa de estas prácticas relacionadas con la violencia institucional. Malena Arouh sostuvo que la película muestra “cómo se hace uso y abuso de poder” y añadió que “son prácticas que se siguen manteniendo”. Y agregó que dentro del Colegio Nacional de Buenos Aires “hay micromundos con ciertos personajes: alumnos, profesores, preceptores y autoridades que sobreactúan esos roles. Y creen que hay que vivirlos al máximo”, subrayó. En esos roles que buscan hacer cumplir “la norma” es donde se cruzan los límites y está el peligro del abuso de poder.

En la misma sintonía, Ana Barrientos Veiga manifestó que muchas veces estas prácticas abusivas se justifican en el prestigio que tiene el establecimiento, autodenominado “el Colegio de la Patria”. También, señaló que incluso se manifiesta en el vínculo que se establece entre el Centro de Estudiantes y las autoridades: “No podíamos confirmar si veníamos a esta actividad porque pedimos a la Rectora cambiar la fecha de la jornada de reflexión por el aniversario de la Noche de los Lápices para el 15, para poder asistir a la marcha el 16, y no nos respondía. Finalmente, no nos dejó cambiarla y el 16 tendremos que hacer malabares para desarrollar la jornada de reflexión y asistencia a la marcha”, ejemplificó. Las estudiantes señalaron que es el Centro de Estudiantes el ámbito en el que se trabaja para modificar esas prácticas, que lentamente y con el tiempo algunas se van cambiando. “En mi época hicimos el shortsazo, porque a las mujeres no nos dejaban ir de pollera o short”, comentó Malena sobre la protesta que hicieron las alumnas en 2015, “eso, por suerte, es algo que ya cambió”. 

Esta película invita a pensar cuáles son las prácticas sociales que aún persisten en democracia desde la época más oscura que vivió la Argentina. Y muestra cómo vivían los jóvenes bajo la Dictadura: la intervención militar dentro de las instituciones públicas -en este caso un colegio público-, la búsqueda de vigilar y castigar a quienes se los veía como una inminente amenaza, la impunidad de autoridades, y evitar o esconder qué es lo que pasaba en ese afuera de las paredes de la escuela. Esta situación provocaba una dicotomía entre un adentro estructurado y un afuera en el que la dictadura se desmoronaba por el debilitamiento del gobierno militar que se apoyó en una guerra contra Gran Bretaña para recuperar el apoyo de la sociedad. 

A 45 años del comienzo de la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo, la búsqueda continúa. Por eso, junto al INCAA, llevan adelante la proyección de películas y documentales que dan cuenta de la dictadura Argentina de 1976, que dejó como resultado a 30.000 desaparecidos y desaparecidas, y más de 300 bebés, niños y niñas que fueron apropiados y aún sus familias quieren saber qué pasó con ellos. Es por ello que Gonçalves destacó el rol que tuvieron las Abuelas en la búsqueda imparable de sus hijes y nietes. Y agregó: “los Biasuttos están, pero todavía callan. Hoy esos tipos son viejos que están en la cárcel -y es un triunfo de la democracia-, pero hacen silencio, no hablan. Nunca se supo por parte de ellos, en ningún momento, dónde están los desaparecidos”. Para concluir Manuel mencionó la vigencia del delito de apropiación y la necesidad de que la sociedad siga comprometida con la búsqueda: “También, hay identidades que son falsas, que se transmiten de generación en generación, porque muchos de esos nietos apropiados fueron padres, tienen hijos, y ahí está nuestra lucha. Sigue estando vigente”.

«Justicia fuera de tiempo no es justicia»

«Justicia fuera de tiempo no es justicia»

A los partos clandestinos, las sustracciones de bebés, las torturas y desapariciones se le sumaron los robos patrimoniales en el relato de los testigos en una nueva jornada de audiencias del juicio por los crímenes de lesa humanidad ocurridos en los pozos de Quilmes y Banfield y en la Brigada de Lanús.

El martes 13 de septiembre, se llevó adelante la audiencia Nº 80 del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en la Brigada de Investigaciones de Lanús, en el Pozo de Quilmes y en el Pozo de Banfield, en manos de las Fuerzas Armadas en cooperación con la sociedad civil, empresarial y eclesiástica, entre los años 1976 y 1983, en el marco de la última dictadura militar autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”.

Declararon los sobrevivientes Darío Machado, Daniel Wejchenberg y Luis Taub, quienes fueron privados ilegítimamente de su libertad entre los años 1977 y 1978 y sufrieron torturas físicas y psicológicas en el cautiverio y durante los años posteriores, junto a familiares, colegas y otros militantes. Por otro lado, también declaró Julio Ernesto Cabrera, hijo del militante peronista Julio Washington Cabrera, quien hasta hoy continúa desaparecido. En la audiencia, también se denunció la apropiación indebida de bienes patrimoniales.

Desde las 8:30, vía zoom, comenzó la jornada. El primer testigo en declarar fue Machado, quien relató concisa y directamente cómo fue su experiencia. Fue secuestrado la medianoche del 12 de agosto de 1978 y permaneció detenido durante tres meses en tres centros clandestinos distintos: un mes en El Vesubio -del cual hoy solo quedan sus cimientos ubicados en la localidad de Aldo Bonzi-, luego fue trasladado al Batallón logístico 10, ubicado en Villa Martelli, donde pasó otro mes y posteriormente fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Lanús, más conocida como “El Infierno”. Luego lo trasladaron a la comisaría de Monte Grande, donde pasó otro mes sin contacto con su familia y desde donde fue legalizado y llevado a la Penitenciaría Nº 9 de La Plata. En todo ese proceso, Darío sufrió innumerables torturas, hambre y padeció grandes dolores corporales producto de los maltratos físicos y la inexistencia de camas, almohadas o siquiera cobijas donde descansar.

En sus palabras: “Cuando salimos, hubo un gran despliegue de armamento de los policías. La mayoría de ellos estaba de civil. Desde arriba nos apuntaban con ametralladoras y un policía que estaba a mi derecha, uniformado, me estaba apuntando con una ametralladora. Cuando nos mira, veo que se sorprende, porque nosotros estamos blancos como un papel, flacos, desgarbados, sucios, barbudos, es así que este personaje baja la ametralladora como diciendo nos dijeron que eran unos terribles terroristas sanguinarios y nos encontramos con esto, ¿no?”.

La brevedad en la declaración da cuenta de las repetidas veces que Darío Machado tuvo que prestar declaraciones en ocasiones anteriores. Lo mueve el deseo de verdad y de justicia, pero también frunce su ceño por el paso del tiempo y cómo la historia se repite: “Ese odio que tenían las Fuerzas continúa. Es un odio de clase social, y quienes han mandado a secuestrar, violar y matar, esa gente sigue impune y haciendo de las suyas. Es un problema que tiene nuestro país y que todavía la democracia no ha resuelto”, sentenció.

El segundo testigo que prestó declaración fue Daniel Wejchenberg. Secuestrado en julio de 1978 junto a su esposa embarazada de seis meses, quien, para su tranquilidad en aquel entonces, posteriormente fue liberada. Su hijo nació el 30 de septiembre, mientras él continuaba privado de su libertad. “Permanecí en El Vesubio durante 53 días. Después de ahí, el 12 de septiembre, me sacan a mí y a siete personas. En realidad, son 35 personas las que salimos con ese método, de a siete personas por día. Quedaron unos veinticinco de los cuales nunca más se supo nada. Antes de eso nos hicieron firmar una autodeclaración, donde nos acusamos de una serie de delitos subversivos, que había que firmar sí o sí”, aseguró el sobreviviente. Luego fueron trasladados a un descampado bajo amenaza de muerte ante la tentación de escapar, y al rato fueron recogidos por camiones del ejército para trasladarlos al Batallón de Logística 10. Los traslados estaban colmados de constante tensión debido a la incertidumbre y a la conciencia de impunidad con que se manejaban las Fuerzas. Él y los detenidos debieron soportar, por ejemplo, bromas sobre la posibilidad de tirarlos al Riachuelo. Luego, fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Lanús y posteriormente a la Comisaría de Monte Grande, donde permaneció hasta el 5 de octubre.

Dando cuenta del funcionamiento sistemático y coordinado de la logística antisubversiva, Daniel siguió abordando y arribando a distintos centros clandestinos, donde llegó a perder la noción del tiempo y espacio, ya que permanecía con los ojos vendados. Finalmente, recuperó su libertad el 23 de mayo de 1979. Respecto a las consecuencias que tuvo en su vida, jamás pudo ejercer su profesión de psicólogo, y ha logrado -limitadamente- superar aquel trauma con largos años de terapia.

Luego vino el desgarrador testimonio de Luis Taub. “El motivo de la detención evidentemente fue para sacarnos plata en su momento, y el origen es que una o dos semanas antes habían detenido, saliendo de Argentina por Aeroparque, a Eduardo Timblack y Horacio Dombiak. Horacio era el segundo primo de mi familia. Los detuvieron y no tuvieron mejor idea que denunciarnos a nosotros a ver si los podíamos ayudar y pagar lo que les pedían. Tanto Horacio como Eduardo, convertidos en cooperantes, los vi cuando nos estaban torturando a mi padre y a mí. Nos golpearon, nos lastimaron y así comenzó toda ésta horrible odisea que nos tocó. Me secuestraron el 7 de septiembre, y me blanquearon creo que el 14 de febrero del 78”, confesó.

“A mi papá (Benjamín Taub, un hombre de 130 kilos), lo dejaron inválido por un coma diabético que tuvo, y lo internaron con nombre falso en el hospital de Vicente López. Estuvo internado hasta que lo llevaron desde ahí al hospital de Villa Devoto”, dijo y lamentó el lento accionar de la justicia en su momento y en la posteridad. “De la casa de cambio también desapareció todo el dinero. Cuando yo salí en libertad no estaba en condiciones económicas ni anímicas para retomar el negocio. Mi padre falleció ocho meses después de haber sido liberado, como consecuencia de todo lo que le tocó vivir. Yo me fui unos años de Argentina y volví cinco o seis años después. Y estoy acá. Las consecuencias son que uno nunca termina de remontar lo que habrá pasado. Recibo una pensión del IPS de la provincia de Buenos Aires, de 30.000 pesos por mes”, se ríe, para no llorar, y continúa: “Una familia que estaba en buena posición económica, que generamos empleo. Se perdió el Hotel Liberty, el campo, un montón de propiedades. Mi mamá fue extorsionada varias veces y le hicieron firmar con los bienes. Una cosa absolutamente horrible”.

Luis aclara que dará testimonio las veces que se lo requiera y lamenta el saqueo que sufrió su familia. Con gesto resignado y en tono simpático para con los querellantes, agrega: “Es un juicio para los libros. Justicia fuera de tiempo no es justicia para nada. La oportunidad histórica de haber resuelto un poco esto y habernos ayudado a nosotros fue hace muchos años”.

Ante la pregunta de una de las querellantes sobre si evidenció la presencia de mujeres embarazadas durante su detención, recordó haber visto a dos, “Le limpié la celda varias veces a una de las chicas. Una vez que tuvieron familia las trajeron para nuestro lado. Después, con los años, el chico que nació, que es un chico de apellido D´Elia, me contactó. Es uno de los chicos recuperados. La otra chica no puedo recordar el apellido… Sáenz me parece”. El niño al que se refiere es hijo de Yolanda Iris Casco, quien hoy día tendría la edad de 76 años y continúa desaparecida.

Luis pasó por varios centros clandestinos durante todo ese tiempo. Luego de un trabajo de memoria y reconstrucción histórica, advirtió que estuvo en “El Infierno”, del que recuerda los cuerpos apilados y las torturas. Luego fue trasladado a la comisaría de Avellaneda, donde también tenían prisioneros a personal de la casa de cambio de su familia; luego pasó por el Pozo de Banfield; posteriormente fue llevado al Centro de Operaciones I (COTI) ubicado en Martínez. El último destino fue el Pozo de Banfield y finalmente fue blanqueado en el penal de Villa Devoto. “Una vez que fui blanqueado en Devoto, me tuvieron en los entrepisos, en pabellones comunes, después en pabellones segregados para políticos. Durante la época del Mundial nos tenían como garantía en caso de que hubiera un atentado, nos tenían para matarnos a nosotros. De Devoto fui llevado -fue el preso 113- a la Unidad Carcelaria Nº2 de Caseros, la nueva, que después se demolió. Ahí estuve un año o dos. Castigado en el piso 16, 17 y 18. Horrible, nunca salía al patio. Permanecíamos encerrados. La comida era de terror. Bueno, uno no puede esperar comida gourmet en esa situación. Después de ahí, me llevaron a la Unidad 9 de La Plata, ahí también estuve una cantidad grande de tiempo y finalmente fui trasladado a la cárcel de Trelew. Después de seis años y nueve meses fui finalmente liberado. Ya acaecida la democracia, había pasado una cantidad de meses del gobierno de Alfonsín. Fui juzgado en el camino por un tribunal inventado; Fui juzgado por encubrimiento de asociación ilícita calificada y me pedían ocho años de prisión, y mi defensor dijo que eso estaba mal, que yo tenía que tener 12 años o perpetua”.

Todos los testigos comparten el mismo vacío de injusticia y de impotencia ante el paso del tiempo que terminó dando respiro a quienes debieron ser condenados. Pero Julio Ernesto Cabrera encauza su deseo en otra cuestión: la recuperación de la identidad de su padre y así también la suya propia.

El papá de Julio fue un ferviente militante peronista y formaba parte de la guerrilla denominada Uturuncos, con acción en Tucumán. Nació en los años 30 en Bellavista en una familia de cinco hermanos, y tuvo dos hijos con otra mujer antes de juntarse con su madre. Hasta el fallecimiento de su mamá, Julio no tenía una clara visión de quién era su padre quien hoy continúa en condición de desaparecido, y tuvo que emprender una intensa reconstrucción histórica junto a organizaciones de derechos humanos, militantes y familiares, que él denominó “detectivesca”, acudiendo a archivos, fotografías, documentos y cartas. Esta reconstrucción le cambió la perspectiva hasta de su propia vida. Respecto de los motivos de su participación en el juicio, dice: “Quiero con esto que mi padre esté presente en esta causa, en este juicio, buscando y exigiendo verdad y justicia, no otra cosa”.

Entre lágrimas, declara junto a una fotografía de su padre en blanco y negro, la más reciente que tiene, del año 1972. Por otro lado, los contactos que tuvo con su progenitor durante su infancia eran mediante cartas: “Hay una carta del 21 de febrero que dice: `Ana no contestó en mi ayuda, pues por razones de política tengo que volver a Tucu. Julito, espero que te portes bien. Cuando vengas a Tucumán si puedo te iré a ver. Te besa, tu padre´. También hay otra de septiembre de 1975, una postal de la quebrada de Lules, Tucumán, donde se lee: ´Para Julito con Cariño´. Otra, del 15 de diciembre de 1975, con motivos de las fiestas, me desea felices fiestas a mí y a mi familia y me dice que está de paso por Buenos Aires y me da una dirección donde puedo contestarle. En diciembre de 1975 me envió un regalo para Reyes. Al despedirse, me dice: “Sin más, saludo a todos. Besos de tu padre que a pesar de la distancia no te olvida. Ese fue el último contacto que tuve de él”, repasó.

Luego de esa reconstrucción Julio aseguró: “A partir de este hecho y tocado tan de cerca, trabajo por la memoria, exigiendo verdad y justicia simplemente eso. No es mucho más lo que puedo aportar más que una visión muy, muy personal”, y agregó: “Con 34 años lo lloré por primera vez y a partir de ahí creo que cada tanto sigue haciéndome falta”.

Por estos casos están imputados Roberto Armando Balmaceda, Jaime Smart, Carlos María Romero Pavón, Carlos Gustavo Fontana, Juan Miguel Wolk, Enrique Augusto Barre, Alberto Julio Candioti, Federico Minicucci, Jorge Héctor Di Pascuale y Carlos del Señor Hidalgo Garzón.

 

Para leer la cobertura completa de ANCCOM de las audiencias de este juicio podés entrar acá.

«Hasta los 37 años fui hermana de mi mamá y tía de mi hermano»

«Hasta los 37 años fui hermana de mi mamá y tía de mi hermano»

En una nueva audiencia por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los pozos de Banfield Quilmes y Lanús, la familia Gutiérrez narró el infierno que vivió la familia durante la dictadura.

La audiencia número 77 del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Lanús y Quilmes durante la última dictadura cívico militar se desarrolló de manera virtual con los testimonios de las sobrevivientes Lidia Araceli Gutiérrez y Mery Quisdert y de Natalia Ledesma Gutiérrez, hija de desaparecidos y sobrina de Lidia.

El primer testimonio fue el de Lidia Araceli Gutiérrez, quien fue secuestrada y recuperó su libertad: «Somos una familia conformada por mi padre, madre y cinco hermanos. Yo soy la mayor. Cuando era adolescente empecé a militar en la Juventud Peronista, con mi hermana América “Pichuca” Isabel. Ella se casó con el chileno Juan Carlos Ledesma, a los 19 años y se fueron a vivir a La Plata», describió. Lidia recuerda que en 1975 comenzaron a enterarse de secuestros, desapariciones y asesinatos, lo que llevó a que los militantes más conocidos escaparan: “Me fui para Olavarría porque la situación se había complicado”, recordó. Mientras que sus padres y hermanos menores se fueron a vivir a Tandil, donde su padre continuó trabajando como subcomisario de la Policía. 

En La Plata permanecieron viviendo su hermana y su cuñado. En la vivienda alojaron a unos compañeros que llegaron de Bahía Blanca con tres hijos, pero se produjo un ataque de fuerzas conjuntas en el que asesinaron al matrimonio compuesto por Catalina Ginder y Rubén Santucho, y secuestraron a su hija mayor, Mónica, que tenía 14 años. La niña fue trasladada a la Comisaría Nª5 de La Plata, al Pozo de Arana y fue torturada por Miguel Etchecolatz. Sus dos hermanos, Alejandra y Juan Manuel fueron resguardados por los vecinos, que luego se organizaron para llevárselos del lugar. Lidia estaba volviendo de trabajar cuando los vecinos le avisaron lo que había ocurrido en su casa y decidió refugiarse. Estableció contacto con alguien de Mar del Plata, pero cuando llegaron a la ciudad no lograron encontrarse y decidió irse a Olavarría.

La testigo recordó que el 13 de septiembre de 1977 secuestraron a su padre y en todo momento le preguntaban dónde estaba su hija Pichuca. Lidia vivía en Olavarría y fueron a preguntar a su casa por su hermana y su cuñado, y luego comenzó a circular por el vecindario una foto de su hermana. “A mi hermana y a mi cuñado los secuestraron. Mi hermana había tenido una bebé hacía cinco días y se la llevaron con ella. Al nene lo dejaron en la casa de una vecina. Los trasladaron a Las Flores y en el camino, en Cacharí, la dejaron a mi sobrina en el hospital”. Y continuó: “También nos secuestraron a mi marido y a mí y a un grupo con el que militábamos en Olavarría y nos llevaron a Las Flores”.

En Las Flores hubo una división de los secuestrados. A un grupo los llevaron a Monte Peloni, pero Lidia luego fue blanqueada y trasladada a Devoto, hasta su liberación en febrero de 1978. Otro grupo, en el que estaba su padre Francisco y su hermana, fue llevado a la Brigada de Investigaciones de La Plata, su padre estuvo varios meses secuestrado. Su hermana siguió el circuito, primero al Pozo de Arana y luego al Pozo de Banfield. Esta reconstrucción la pudo realizar al leer el testimonio de Liliana Zambrano: “Ella declaró que los había visto y había hablado con mi hermana que le había dado precisiones de sus hijos, y sobre dónde había estado”. 

Su padre fue liberado y sobre ello recordó: “Mi padre contaba pocas cosas porque le producía un gran dolor hablar del tema. Él cuenta que a mi hermana la habían sacado y ella dijo: “Pero yo todavía no comí”. A lo que le respondieron que a donde iba no iba a necesitar comida”. Luego del parto había desarrollado una septicemia y estaba muy mal de salud, por lo cual Lidia asegura: “El gran consuelo de mi padre era que por lo menos dejaba de sufrir”.

Mientras gran parte de la familia estaba secuestrada, la madre de Lidia se quedó con sus nietos y sus hermanos y recuerda un hecho que le permitió llegar a su nieta: “A los tres días de llevarse a mi papá le aparece en el parabrisas del auto un recorte del diario que decía que había una bebé en un hospital y escrito en el diario: Esta es su nieta”.

Al recuperar su libertad, Lidia junto a su familia comenzó a investigar qué había pasado con su hermana. Y recuerda lo que un oficial del Departamento de Policía de La Plata le reveló: “Cuando me vio se sorprendió porque me dijo que me vio en la morgue policial. Entonces pensé en mi hermana porque la solían confundir conmigo. Es el último destino después de la Brigada”. 

En 1977, luego de ocho meses, el padre de Lidia fue liberado. Lo echaron de su trabajo por abandono de servicio. La testigo dijo: “Estuvo averiguando en el Departamento de Policía y en una reunión que tuvo con Camps le dijeron que no preguntara más, que optara por una de sus dos hijas, cuando yo ya estaba presa en Devoto. Se lo dijeron como una amenaza: si seguís preguntando te quedas sin las dos”.  

Luego del primer cuarto intermedio, declaró Natalia Ledesma Gutiérrez, hija de América Isabel Gutiérrez y Juan Carlos Ledesma, sobrina de Lidia Araceli Gutiérrez. Antes de comenzar mostró una fotografía de sus padres el día de su casamiento y destacó el modo en que se miraban. Continuó: «Se llevaron a toda mi familia. Quedamos todos los nietos con mi abuela materna. A mi abuelo, a mi tía, mi tío, mi papá, mi mamá y a mí, incluida. Nací el 8 de septiembre de 1977 en Olavarría, yo tenía ocho días. Los únicos que no recuperaron su vida fueron mi mamá y mi papá y recuperar es una forma de decir, pudieron volver a estar con nosotros”.

El testimonio de Natalia es producto de la reconstrucción que pudo realizar sobre la vida de sus padres, su militancia, sus amigos. “Mi mamá y mi papá no pensaban igual que esa gente. Lo que pude reconstruir fue por las personas que estuvieron con mi mamá y mi papá, quiero que eso quede claro”. El 16 de septiembre secuestraron a los padres de Natalia y a ella misma. “Fui reconstruyendo de a poco la historia de mis padres porque tampoco hay mucho material fotográfico. Mi familia fue muy atacada por los militares, por ayudar y pensar en el otro”. Luego agregó: “Mi mamá pasó por el Pozo de Banfield, de Arana, por la Comisaría de La Plata, por Las Flores. Estaba muy infectada, me había tenido hacía ocho días y no tuvo la posibilidad de nada. Ni de tomar una aspirina para no sufrir”. 

A Natalia la dejaron en un hospital: “Ocho meses tardé en estar con mi familia, me dejaron en un hospital. Hasta que mi abuela pudo restituirme. Fui NN, tuve otro apellido. Hasta los 37 años fui hermana de mi mamá, y tía de mi hermano. Hasta que en 2012 pude recuperar mi identidad”. Cuenta que la inscribieron bajo el nombre María de las Mercedes Martínez. “Me dejan en un hospital de un pueblo cercano a Azul, Cacharí. En el hospital de Azul me cuidaba una enfermera. A mi abuela le dejaron un papelito con avisos del diario que la beba que habían encontrado era su nieta. Ahí comenzó todo el trajín para recuperarme y me recuperó con una adopción que terminó en 1983. Me tienen que adoptar porque en ese momento no había forma de comprobar nada”. 

Natalia cuenta que siempre supo lo que había ocurrido y que recuperar su identidad en 2012 fue un choque de emociones: “Mis abuelos cumplieron la función de padres y sé todo el dolor que habrá sido, porque yo tengo un parecido muy grande con mi mamá y como que mi abuelo crió dos veces a su hija. Entonces, yo quería recuperar mi identidad, para aliviar el dolor a mi abuelo Francisco Nicolás Gutiérrez. Fue para poder cuidarlo a él, que le causara menos dolor del que ya había vivido”.

Al finalizar sus declaraciones, tanto Lidia como Natalia, pidieron cárcel común para todos. Y Natalia concluyó: “Yo voy a cumplir 45 años este año, mi mamá no llegó a esta edad”.

El último testimonio fue Mery Quisdert, que el 28 de enero de 1977 fue secuestrada en la clínica donde trabajaba. En ese momento trabajaba en una empresa que prestaba servicio de emergencias domiciliarias. Cuenta que estando en su trabajo: “Alrededor de las 16 llegó un camión del ejército, bajaron las persianas y entraron. Como recién empezábamos en cada turno había solo una empleada. Me tiraron al piso, me pusieron una bota en el cuello, otra en la espalda y me apuntaron. Tiraron todos los muebles buscando algunas cosas. Se fueron casi todos los soldados y quedaron cinco personas de civil conmigo y me encerraron en el baño”. Recuerda que estuvo bajo amenazas constantes en las que le decían: “Si tenés algo que ver, tené cuidado”. La retuvieron hasta las nueve de la noche. Le consultaron sobre los médicos que trabajaban allí: “Me preguntaron por los médicos, si eran zurdos. Era muy joven y no tenía idea de la política. Me llevaron a un lugar y ahí reconocí a la madre de uno de los dueños, escuché su voz y a la nena de uno de los dueños. Sólo sé que había gente gritando “basta, basta”. No puedo decir ni sé, sólo me imaginaba que los estaban torturando”. 

Luego, afirmó que estuvo con otro señor que era el primo del dueño de la empresa. En ese lugar estuvieron dos noches y recuerda que había celdas: “Cuando me estaban llevando pasaba por esos compartimientos y se escuchaban muchísimas voces. Escuché la voz del hermano del dueño, D’Alessio. Era cuando me llevaban al baño”. Luego los llevaron a otro sitio por lo que cree que parecía un camino de tierra porque el coche saltaba: “Nos tenían acostados uno arriba del otro y no podíamos percibir nada” En este lugar, Mery recuerda que les decía: “Quiero que me escuchen, que me tomen declaración, yo no soy nada, no sé nada. Hasta que vino un señor que me dijo quedate callada o te vamos a callar, me levantó en hombros y subimos una escalera caracol y me dejó en una celda. Siempre pensé que estaba en Ezeiza, porque sentía mucho movimiento de aviones”. En su celda escuchaba a otras personas que hablaban: “Escuché que había una chica que era de Lanús. Luego el comentario de una psicóloga que estaba de seis meses de embarazo que dijo que la habían picaneado hasta llegar al feto”.

Su familia la buscó y nadie les decía nada: “En el consulado le dijeron que hasta que no pasaran los ocho días no podían hacer el habeas corpus. Mi madrina era prima hermana del ministro Liendro, nadie le decía nada, fue a las comisarías y le respondieron que no se podía averiguar nada”. Mery estuvo ocho días secuestrada. El sábado posterior a su secuestro le dijeron que podía irse: “Me llevaron al coche, me bajaron y también me encontré con el primo del dueño de la empresa. Nos dijeron que nos habían investigado y que podíamos irnos con la frente bien alta, que no habíamos hecho nada y nos dejaron en un descampado”. Luego de averiguaciones y de un recorrido de reconocimiento de celdas supo que estuvo en el Pozo de Quilmes y que ese descampado quedaba en Wilde, ya que el trayecto del colectivo que tomó hasta Constitución no fue largo.

Mery tomó la decisión de no volver a hablar de esta experiencia por el daño que le había provocado y dijo: “Yo no sé nada de política. Soy ignorante en el tema. Estuve 15 días sin salir, ni siquiera me asomaba a la ventana. Traté de olvidar y no pensar más en eso hasta que el dueño de otra empresa me llamó y me dijo: “Mirá Alfredo D’Alessio es un amigo mío, fuimos a tomar un té y me dijo si quería salir de testigo porque el hermano (José Luis “Bebe” D’Alessio, militante del PCR y de la Juventud Peronista) no había regresado nunca”.

 

La próxima audiencia, se realizará el 30 de agosto a las 8.30 de manera virtual. Declararán María Raquel Camps Vargas, Mariano Camps, Felipe Antonio Favazza y Washington Rodríguez. 

Trelew, la ciudad militante

Trelew, la ciudad militante

Dos habitantes de la ciudad de la masacre recuerden cómo se vivió el 22 de agosto de 1972 y el posterior Trelewazo.

Durante el golpe militar autodenominado “Revolución Argentina”, las fuerzas de seguridad habían trasladado a cientos de militantes políticos detenidos al penal de Rawson, considerado de máxima seguridad por su ubicación. Pese a estar aislados entre el mar y el desierto patagónico, las conducciones del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Argentinas Revolucionarias (FAR) y Montoneros (M) organizaron una acción conjunta: la fuga de esa cárcel.

 A 22 kilómetros, se encontraba Trelew, “un pueblo interesado en lo político y en el proceso que se vivía”, recuerda a ANCCOM, Luis Molina, uno de sus habitantes y militante estudiantil de la época. Allí vivía la mayoría de los integrantes de la Comisión de Solidaridad de Presos Políticos, como Cristina Pereyra, quien pocos años antes había llegado al pueblo, donde comenzó a militar en la Juventud Peronista (JP) y formó parte de la comisión en el verano del 71-72. “Teníamos dos funciones importantes. Una era visitar a los presos y hacer de nexo con el exterior. Y, también, atender cuando venían los familiares o conseguir donde podían quedarse”, comenta Cristina y agrega: “Acepté ser apoderada de Alfredo Kohn. Las veces que estuve con él también habían estado otros presos con sus apoderados, conversaban entre ellos y con nosotros. Así conocí a Marcos Osatinsky, Mariano Pujadas y Alberto Camps”.

“No está muy presente que toda la militancia era con alegría, con entusiasmo, con ambición, con convicción y con sueños. Te sentías orgulloso, eras parte de algo colectivo que sucedió en muchas épocas y volverá a suceder», señala, por su parte,  Molina.

Fernando Vaca Narvaja, sobreviviente de la Masacre de Trelew, en el acto de homenaje que se realizó en la exsede del PJ.

Una herida abierta

En la tarde del 15 de agosto de 1972, con la ayuda de un guardiacárcel, el grupo “La Topadora”, al mando de la operación, se hizo con las llaves y, una a una, las rejas se abrieron. En solo 15 minutos la cárcel estaba tomada. Sin embargo, la señal de este éxito no fue correctamente interpretada desde el exterior del penal y así se marcharon los camiones que trasladarían a los más de 100 presos que se iban a fugar. Los seis máximos dirigentes- Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna (ERP), Marcos Osatinsky y Roberto Quieto (FAR), y Fernando Vaca Narvaja (Montoneros)- partieron en el Ford Falcon destinado a evacuarlos hacia el aeropuerto donde, luego de aguardar unos minutos y ante la posibilidad de que la operación se viera frustrada, despegaron hacia Chile. Cuando el segundo grupo de 19 personas llegó a la entrada del penal, no contaban con vehículos para escapar. Si bien consiguieron tres taxis que los llevaron al aeropuerto, el avión ya estaba partiendo, la ciudad completamente militarizada y la posibilidad de huir era nula.

Paralelamente, inmerso en la oscuridad de la sala de ensayo en el Teatro del Pueblo, de Trelew, se encontraba Luis Molina cuando entró Elvio Ángel Bel –quien sería desaparecido en noviembre de 1976-, al grito de “se escaparon los muchachos”. “Ninguno de nosotros estaba al tanto, solo dos personas que tuvieron algún grado de participación. Al principio sentimos orgullo porque era una tremenda derrota militar y política para el régimen. En la cárcel más segura del país, según había dicho una revista días antes, se había ido nada más y nada menos que la cúpula de las organizaciones armadas, y casi se le va el resto. Pero enseguida comenzó el repliegue por reflejo militante. Esa misma noche inundaron Trelew y andaban a punta de FAL para todos lados”, dice Luis.

Por su parte, Cristina había salido a pasear junto a la familia y fue a visitar a Elisa Martínez -apoderada de Mariano Pujadas-. Al llegar, su amiga le abrió la puerta sin poder contener su asombro. Cuando entró, vio a Pujadas junto a Pedro Bonet en la televisión. Desde el aeropuerto, los jóvenes indicaron las condiciones de entrega en pos de garantizar sus vidas. Pereyra recuerda: “La sorpresa fue muy grande. El desconcierto por saber qué les iba a pasar y qué nos iba a pasar. Empezamos a organizarnos, ver qué se hacía con los panfletos y los libros, dónde se escondían”.

            Una semana estuvieron en la Base Aeronaval Almirante Zar. Días en los que la preocupación invadía Trelew, Luis comenta: “Estábamos atentos para tener redes de comunicación y protección porque era muy grueso lo que estaba pasando. Era un problema de política internacional con los compañeros retenidos en Chile y el gobierno argentino exigiendo a Allende que los devuelva. Todo era un ajedrez muy nutrido, con muchos elementos, y nosotros estábamos tratando de ser partícipes de las lecturas que se hacían”.

En la madrugada del 22 de agosto, los marinos sacaron, celda por celda, a los detenidos que habían intentado fugarse. Parados al lado de cada puerta y con la mirada al suelo, el capitán Sosa y el teniente Bravo hicieron su última ronda de inspección. Al final, una ametralladora. Empezaron los tiros. La vida de 12 de ellos  (Eduardo Capello, Mario Delfino, Carlos Alberto del Rey, Clarisa Lea Place, Susana Lesgart, José Mena, Mariano Pujadas, María Angélica Sabelli, Humberto Suárez, Humberto Toschi, Jorge Ulla y Ana María Villareal de Santucho) terminó en instantes. Mientras Bravo y otro oficial los remataban, circulaba por los pasillos la historia que contar: “Pujadas te agarró, salió un tiro para acá, entonces se quisieron ir y tuvimos que empezar a tirar…”.

“Estaba en la oficina cuando, por la radio local, dicen que en un intento de fuga habían sido muertos y heridos algunos” recuerda Molina y agrega: “¿Qué intento de fuga vas a hacer estando en el medio de lo que se puede llamar un desierto y rodeado de más de 1.100 o 1.300 efectivos? A medida que iba transcurriendo la mañana, iba aumentando el número de muertos. Una vez que la noticia corrió ya no quedaba más que esperar a que se desangren. Nos dábamos cuenta que los estaban matando”. Si bien seis lograron sobrevivir a los impactos, resultaron gravemente heridos. Al no recibir asistencia, Carlos Astudillo, Pedro Bonet, Alfredo Kohon y Miguel Ángel Polti murieron horas después de la matanza. “Ese día, no recuerdo que hayan dicho que había sobrevivientes, pero resulta que tres compañeros -María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar-, pudieron contar lo sucedido”.

Taty Almeyda, Madre de Plaza de Mayo, en el acto de homenaje por la Masacre de Trelew.

La ciudad de la masacre

            “Nadie imaginó que los iban a masacrar tan salvajemente. Esto fue una decisión, una orden bajada y ejecutada fielmente”, señala Luis. “Nos espantó. Estábamos asustados, si hacían eso a metros de uno mismo, sabíamos cuánto podía valer nuestra vida y la de nuestros compañeros y compañeras. Pero no es casual que, casi dos meses después, haya comenzado el trelewazo”, afirma”.

            En la madrugada del 11 de octubre de 1972, luego de una gran redada en el pueblo, 19 militantes de la zona fueron llevados en un avión Hércules a Devoto. Cristina Pereyra había dado a luz días atrás en La Plata, donde se encontraba cuando su amiga la llamó para avisarle que tanto Manfredo Lendzian, su pareja y padre de su hijo, había sido detenido junto a su amigo, Isidoro Pichilef, y transportados a la cárcel capitalina. Sin embargo, eso no fue lo único que le comentó: “También me informó que todo el pueblo de Trelew se estaba levantando y habían organizado una asamblea popular en el Teatro Español frente a la plaza principal”.

            Así fue como, durante el día, los habitantes del pueblo se fueron acercando con cautela. Molina rememora: “Había que ir. A las 6 de la tarde ya se había decidido tomar el teatro con centenares de personas dentro y fuera. A partir de ahí, fueron 45 días de toma hasta que devolvieron el último de los secuestrados. Hubo una maravillosa movilización popular donde miles de personas salieron a la calle por una causa común, que nos devuelvan a nuestra gente. Fue maravillosa la respuesta, pero hubo que atravesar un desierto de desolación. No notamos el movimiento que a veces nos amarga, pero los pueblos se dan cuenta que hay que luchar contra la injusticia”.

            “Agosto fue recobrando más relevancia en la memoria porque hubo quienes se encargaron de que estuviera presente. Pero en el ‘72 el pueblo había quedado golpeado y por eso se dio la respuesta tan grande después del 11 de octubre”, indica Cristina y agrega: “Trelew quedó siendo ‘Trelew, la ciudad de la masacre’”.

La cantante y exministra de Cultura, Teresa Parodi, participó del acto de homenaje realizado en la exsede del PJ.

“No nos han vencido”

            Los ejecutores materiales de la masacre fueron encubiertos por las Fuerzas Armadas. En 2012, el Capitán Luis Sosa y tres suboficiales fueron condenados a cadena perpetua. Sin embargo, al primero, le otorgaron prisión domiciliaria donde murió a los 81 en 2016. Por su parte, el Teniente Bravo no pudo ser juzgado al radicarse en EEUU, hasta este año donde fue sentenciado en una corte norteamericana.

            “Lo juzgaron por los hechos que sucedieron en la masacre, prólogo de la última dictadura militar, y lo encontraron responsable. Esto nos dio la posibilidad de dar cuenta de lo que había pasado, y más en una corte de Estados Unidos. Nos dio la posibilidad de que el juez que tiene en manos el pedido de extradición, hoy ya tiene el fallo de la causa civil y creemos que abrimos una puerta muy importante para que sea traído acá y sea juzgado criminalmente en el lugar donde ocurrieron los hechos”, dice Raquel Camps, -hija del sobreviviente de la masacre de Trelew Alberto Camps, quien sería asesinado por la última dictadura cívico militar, y agrega: “Cincuenta años después, la causa se caratuló Camps contra Bravo. Esta vez, ganamos. Esta vez, Camps y sus compañeros ganaron. Me parece que eso hace más historia aún, dar cuenta de que no nos han vencido”.