Por Eva Coronel Gorojod
Fotografía: Sabrina Nicotra

Dos habitantes de la ciudad de la masacre recuerden cómo se vivió el 22 de agosto de 1972 y el posterior Trelewazo.

Durante el golpe militar autodenominado “Revolución Argentina”, las fuerzas de seguridad habían trasladado a cientos de militantes políticos detenidos al penal de Rawson, considerado de máxima seguridad por su ubicación. Pese a estar aislados entre el mar y el desierto patagónico, las conducciones del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Argentinas Revolucionarias (FAR) y Montoneros (M) organizaron una acción conjunta: la fuga de esa cárcel.

 A 22 kilómetros, se encontraba Trelew, “un pueblo interesado en lo político y en el proceso que se vivía”, recuerda a ANCCOM, Luis Molina, uno de sus habitantes y militante estudiantil de la época. Allí vivía la mayoría de los integrantes de la Comisión de Solidaridad de Presos Políticos, como Cristina Pereyra, quien pocos años antes había llegado al pueblo, donde comenzó a militar en la Juventud Peronista (JP) y formó parte de la comisión en el verano del 71-72. “Teníamos dos funciones importantes. Una era visitar a los presos y hacer de nexo con el exterior. Y, también, atender cuando venían los familiares o conseguir donde podían quedarse”, comenta Cristina y agrega: “Acepté ser apoderada de Alfredo Kohn. Las veces que estuve con él también habían estado otros presos con sus apoderados, conversaban entre ellos y con nosotros. Así conocí a Marcos Osatinsky, Mariano Pujadas y Alberto Camps”.

“No está muy presente que toda la militancia era con alegría, con entusiasmo, con ambición, con convicción y con sueños. Te sentías orgulloso, eras parte de algo colectivo que sucedió en muchas épocas y volverá a suceder», señala, por su parte,  Molina.

Fernando Vaca Narvaja, sobreviviente de la Masacre de Trelew, en el acto de homenaje que se realizó en la exsede del PJ.

Una herida abierta

En la tarde del 15 de agosto de 1972, con la ayuda de un guardiacárcel, el grupo “La Topadora”, al mando de la operación, se hizo con las llaves y, una a una, las rejas se abrieron. En solo 15 minutos la cárcel estaba tomada. Sin embargo, la señal de este éxito no fue correctamente interpretada desde el exterior del penal y así se marcharon los camiones que trasladarían a los más de 100 presos que se iban a fugar. Los seis máximos dirigentes- Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna (ERP), Marcos Osatinsky y Roberto Quieto (FAR), y Fernando Vaca Narvaja (Montoneros)- partieron en el Ford Falcon destinado a evacuarlos hacia el aeropuerto donde, luego de aguardar unos minutos y ante la posibilidad de que la operación se viera frustrada, despegaron hacia Chile. Cuando el segundo grupo de 19 personas llegó a la entrada del penal, no contaban con vehículos para escapar. Si bien consiguieron tres taxis que los llevaron al aeropuerto, el avión ya estaba partiendo, la ciudad completamente militarizada y la posibilidad de huir era nula.

Paralelamente, inmerso en la oscuridad de la sala de ensayo en el Teatro del Pueblo, de Trelew, se encontraba Luis Molina cuando entró Elvio Ángel Bel –quien sería desaparecido en noviembre de 1976-, al grito de “se escaparon los muchachos”. “Ninguno de nosotros estaba al tanto, solo dos personas que tuvieron algún grado de participación. Al principio sentimos orgullo porque era una tremenda derrota militar y política para el régimen. En la cárcel más segura del país, según había dicho una revista días antes, se había ido nada más y nada menos que la cúpula de las organizaciones armadas, y casi se le va el resto. Pero enseguida comenzó el repliegue por reflejo militante. Esa misma noche inundaron Trelew y andaban a punta de FAL para todos lados”, dice Luis.

Por su parte, Cristina había salido a pasear junto a la familia y fue a visitar a Elisa Martínez -apoderada de Mariano Pujadas-. Al llegar, su amiga le abrió la puerta sin poder contener su asombro. Cuando entró, vio a Pujadas junto a Pedro Bonet en la televisión. Desde el aeropuerto, los jóvenes indicaron las condiciones de entrega en pos de garantizar sus vidas. Pereyra recuerda: “La sorpresa fue muy grande. El desconcierto por saber qué les iba a pasar y qué nos iba a pasar. Empezamos a organizarnos, ver qué se hacía con los panfletos y los libros, dónde se escondían”.

            Una semana estuvieron en la Base Aeronaval Almirante Zar. Días en los que la preocupación invadía Trelew, Luis comenta: “Estábamos atentos para tener redes de comunicación y protección porque era muy grueso lo que estaba pasando. Era un problema de política internacional con los compañeros retenidos en Chile y el gobierno argentino exigiendo a Allende que los devuelva. Todo era un ajedrez muy nutrido, con muchos elementos, y nosotros estábamos tratando de ser partícipes de las lecturas que se hacían”.

En la madrugada del 22 de agosto, los marinos sacaron, celda por celda, a los detenidos que habían intentado fugarse. Parados al lado de cada puerta y con la mirada al suelo, el capitán Sosa y el teniente Bravo hicieron su última ronda de inspección. Al final, una ametralladora. Empezaron los tiros. La vida de 12 de ellos  (Eduardo Capello, Mario Delfino, Carlos Alberto del Rey, Clarisa Lea Place, Susana Lesgart, José Mena, Mariano Pujadas, María Angélica Sabelli, Humberto Suárez, Humberto Toschi, Jorge Ulla y Ana María Villareal de Santucho) terminó en instantes. Mientras Bravo y otro oficial los remataban, circulaba por los pasillos la historia que contar: “Pujadas te agarró, salió un tiro para acá, entonces se quisieron ir y tuvimos que empezar a tirar…”.

“Estaba en la oficina cuando, por la radio local, dicen que en un intento de fuga habían sido muertos y heridos algunos” recuerda Molina y agrega: “¿Qué intento de fuga vas a hacer estando en el medio de lo que se puede llamar un desierto y rodeado de más de 1.100 o 1.300 efectivos? A medida que iba transcurriendo la mañana, iba aumentando el número de muertos. Una vez que la noticia corrió ya no quedaba más que esperar a que se desangren. Nos dábamos cuenta que los estaban matando”. Si bien seis lograron sobrevivir a los impactos, resultaron gravemente heridos. Al no recibir asistencia, Carlos Astudillo, Pedro Bonet, Alfredo Kohon y Miguel Ángel Polti murieron horas después de la matanza. “Ese día, no recuerdo que hayan dicho que había sobrevivientes, pero resulta que tres compañeros -María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar-, pudieron contar lo sucedido”.

Taty Almeyda, Madre de Plaza de Mayo, en el acto de homenaje por la Masacre de Trelew.

La ciudad de la masacre

            “Nadie imaginó que los iban a masacrar tan salvajemente. Esto fue una decisión, una orden bajada y ejecutada fielmente”, señala Luis. “Nos espantó. Estábamos asustados, si hacían eso a metros de uno mismo, sabíamos cuánto podía valer nuestra vida y la de nuestros compañeros y compañeras. Pero no es casual que, casi dos meses después, haya comenzado el trelewazo”, afirma”.

            En la madrugada del 11 de octubre de 1972, luego de una gran redada en el pueblo, 19 militantes de la zona fueron llevados en un avión Hércules a Devoto. Cristina Pereyra había dado a luz días atrás en La Plata, donde se encontraba cuando su amiga la llamó para avisarle que tanto Manfredo Lendzian, su pareja y padre de su hijo, había sido detenido junto a su amigo, Isidoro Pichilef, y transportados a la cárcel capitalina. Sin embargo, eso no fue lo único que le comentó: “También me informó que todo el pueblo de Trelew se estaba levantando y habían organizado una asamblea popular en el Teatro Español frente a la plaza principal”.

            Así fue como, durante el día, los habitantes del pueblo se fueron acercando con cautela. Molina rememora: “Había que ir. A las 6 de la tarde ya se había decidido tomar el teatro con centenares de personas dentro y fuera. A partir de ahí, fueron 45 días de toma hasta que devolvieron el último de los secuestrados. Hubo una maravillosa movilización popular donde miles de personas salieron a la calle por una causa común, que nos devuelvan a nuestra gente. Fue maravillosa la respuesta, pero hubo que atravesar un desierto de desolación. No notamos el movimiento que a veces nos amarga, pero los pueblos se dan cuenta que hay que luchar contra la injusticia”.

            “Agosto fue recobrando más relevancia en la memoria porque hubo quienes se encargaron de que estuviera presente. Pero en el ‘72 el pueblo había quedado golpeado y por eso se dio la respuesta tan grande después del 11 de octubre”, indica Cristina y agrega: “Trelew quedó siendo ‘Trelew, la ciudad de la masacre’”.

La cantante y exministra de Cultura, Teresa Parodi, participó del acto de homenaje realizado en la exsede del PJ.

“No nos han vencido”

            Los ejecutores materiales de la masacre fueron encubiertos por las Fuerzas Armadas. En 2012, el Capitán Luis Sosa y tres suboficiales fueron condenados a cadena perpetua. Sin embargo, al primero, le otorgaron prisión domiciliaria donde murió a los 81 en 2016. Por su parte, el Teniente Bravo no pudo ser juzgado al radicarse en EEUU, hasta este año donde fue sentenciado en una corte norteamericana.

            “Lo juzgaron por los hechos que sucedieron en la masacre, prólogo de la última dictadura militar, y lo encontraron responsable. Esto nos dio la posibilidad de dar cuenta de lo que había pasado, y más en una corte de Estados Unidos. Nos dio la posibilidad de que el juez que tiene en manos el pedido de extradición, hoy ya tiene el fallo de la causa civil y creemos que abrimos una puerta muy importante para que sea traído acá y sea juzgado criminalmente en el lugar donde ocurrieron los hechos”, dice Raquel Camps, -hija del sobreviviente de la masacre de Trelew Alberto Camps, quien sería asesinado por la última dictadura cívico militar, y agrega: “Cincuenta años después, la causa se caratuló Camps contra Bravo. Esta vez, ganamos. Esta vez, Camps y sus compañeros ganaron. Me parece que eso hace más historia aún, dar cuenta de que no nos han vencido”.