9.440 personas viven en la calle

9.440 personas viven en la calle

Según el Relevamiento Nacional de Personas en Situación de Calle, la mayoría duerme en la Ciudad de Buenos Aires. Uno de cada tres sufrió violencia policial.

Organizado por el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y Nuestramérica Movimiento Popular y con la adhesión de organizaciones sociales, civiles, eclesiásticas y académicas, el Relevamiento Nacional de Personas en Situación de Calle (ReNaCALLE) 2023 se realizó en 11 ciudades de distintas regiones del país: Pergamino, Morón, San Fernando del Valle de Catamarca, Paraná, Malvinas Argentinas, Ciudad de Santa Fe, Lanús, Corrientes Capital, Libertador General San Martín (Mendoza), San Salvador de Jujuy y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El resultado reveló que al menos 9.440 personas se encuentran en situación de calle.

A pesar de que en el 2021 se aprobó la ley N° 27654 “Situación de Calle y Familias Sin Techo”, que tiene como objetivo garantizar los derechos humanos de las personas en situación de calle y en riesgo a estarlo, la misma no es aplicada por el Estado. Nicolás Silva, referente de la Red Puentes Federal – Nuestramérica Movimiento Popular, aseguró en diálogo con ANCCOM: “No hubo decisión política de aplicar la ley tal como lo proponemos desde las organizaciones sociales”. Por eso, 1.500 relevadores y relevadoras, de manera voluntaria y con una capacitación previa, salieron a las calles a encuestar y conocer las historias de vida de un sector de la sociedad históricamente invisibilizado.

El ReNaCALLE tiene como fin comprender la problemática a nivel nacional y conseguir la información necesaria para realizar un diagnóstico y así impulsar el diseño y la implementación de políticas públicas nacionales acordes a esta situación. Este relevamiento no sólo tuvo en cuenta aspectos cuantitativos, sino que en él también se hizo hincapié en cuáles son las principales necesidades de las personas en situación de calle, si sufren algún tipo de violencia y cuál es su cuadro en relación a la salud, la educación y el trabajo. “No sólo se releva cantidad de personas sino que pasa por un montón de aristas para conocer la situación particular de cada persona, no son números deshumanizados”, afirmó Silva.

En el censo 2022 del INDEC fue la primera vez que se midió el índice de personas en situación de calle. El mismo arrojó que 5.705 personas viven en la vía pública, número altamente inferior al que relevó el ReNaCALLE. Silva señaló que el organismo no quiso tener en cuenta la metodología que le plantearon desde las organizaciones sociales y por eso arrojó una cifra menor. “Nos pareció urgente ponernos este relevamiento al hombro porque desde el Estado no se hizo y se dieron números mentirosos. Si el INDEC dice que en tal ciudad no hay personas en situación de calle, esa ciudad no va a tener políticas públicas para una problemática que según el Estado no existe”, argumentó.

“Las personas en situación de calle tienen todos los derechos vulnerados, tienen un modo de vida muy complejo. Esta población ya está resignada, cuando nos acercamos a relevar a las personas muchos no quieren responder porque sienten que esto no va a cambiar nada y tienen razón porque desde el Estado no hay una respuesta”, agregó.

“El discurso de derecha que se fue instalando últimamente del ‘sálvese quien pueda’ dice que la gente en situación de calle no trabaja, que está ahí porque quiere, que es una decisión personal, pero no es así, la mayoría labura y se la rebusca”, subrayó Silva. El informe expuso que un gran porcentaje de las personas en situación de calle trabajan de manera informal, y que el resto se encuentra buscando trabajo: un 64,4% respondió que trabajó al menos una hora en la última semana.

Los resultados dieron que de las 9.440 personas en situación de calle el 83,3% se percibe varón y el 15,3% se percibe mujer. Respecto al rango etario, un 88,9% son mayores de edad (estando un 28,51% de ellos en una franja etaria de 30 a 39 años) mientras que un 11,1% (1.104) son niños, niñas y adolescentes. Según el informe, una persona se encuentra en situación de calle cuando durmió al menos una noche en el último mes en espacios públicos. El 47,4% de estas personas declaró que es la primera vez que está en calle.

En relación a la salud, apenas el 36,8% aseguró que en el último año se hizo un chequeo médico mientras que las problemáticas de salud mental fueron las más predominantes con casi un 28%. Un 65,7% afirmó que acude a hospitales públicos ante dolencias. Además, uno de cada tres personas declaró que sufrió violencia policial y el 52,3% de las mujeres y personas trans y travestis manifestaron haber sufrido violencia de género.

Por último, se relevaron 55 espacios con 3.628 plazas donde se puede pernoctar, esto hace que el 61,5% de las personas en situación de calle no tenga lugar. Además, en 5 de las 11 ciudades encuestadas no existen espacios que ofrezcan  el servicio de pernocte.

Enredados en Cuba

Enredados en Cuba

Debido a años de bloqueo, la irrupción de internet en Cuba fue mucho más repentina que en otros países. Una población poco preparada para el aluvión de redes sociales sufrió el impacto. Sobre ese tema y su evolución reciente habló Javier Gómez Sánchez, director del documental “La dictadura del algoritmo”.

La dictadura del algoritmo es un documental estrenado en 2021, dirigido por Javier Gómez Sánchez, periodista y realizador audiovisual licenciado en Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual en la Universidad de las Artes de Cuba. En él se retrata cómo Cuba se vio repentinamente atravesada por la interacción digital con la irrupción de internet, un fenómeno que en el resto del mundo se dio de manera más paulatina.

Es que Cuba solo contaba con conexión satelital a internet hasta 2012, cuando accedió a un cable de fibra óptica proveniente de Venezuela; de esa manera multiplicó por 3.000 el ancho de banda disponible. Esta conexión permitió el primer salto en el acceso de la población en 2015, cuando comenzó a ofrecerse un servicio desde puntos con WiFi, aunque seguía siendo lento y caro para los estándares internacionales. El segundo salto se dio en 2018 y 2019, cuando se desplegó la telefonía móvil de 3G y 4G respectivamente; fue entonces que se masificó el acceso casi en simultáneo con la llegada de la pandemia. En la actualidad, aunque aún no hay anuncio oficial, se está conectando al país un segundo cable de fibra óptica desde Santa Lucía, el Caribe, para asegurar más rapidez en la conexión celular en horarios pico. Hoy, recargar entre uno a diez gigabytes de datos en el móvil puede costar de 100 a 950 Pesos Cubanos (CUP) mientras que un sueldo promedio puede llegar a los 4000 CUP, unos 16 dólares. Esa es la principal forma de conexión en la actualidad.

El documental de Gómez Sánchez retrata los efectos de la inmersión rápida de los cubanos a la lógica muchas veces tóxica de las redes sociales. Con una serie de testimonios diversos, se describen las expectativas iniciales de que Facebook permitiera conocer y debatir con personas de todo el país. En la práctica Facebook, junto con la pandemia, terminaron provocando una crisis social que sorprendió a la clase política.

“La velocidad a la que entró la población a un ámbito digital completamente desarrollado fue inédita, en comparación con otros países”, explica Gómez Sánchez. “Muchas personas comenzaron a incorporar dinámicas que veían en Facebook, sin importar si eran informaciones reales, semi-reales o falsas. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que las personas comenzaron a madurar la idea de que debían cuestionarse lo que veían”.

A dos años del estreno, ¿qué avance ves en la sociedad cubana alrededor de la presencia de la interactividad digital en el país?

El aumento de la conectividad. Cuando estábamos haciendo el documental, apareció el reporte de la compañía telefónica ETECSA que decía que se habían alcanzado 4.2 millones de personas conectadas sólo a la red de datos. A eso se suman personas que la usan a través de oficinas o PC. Para entender esta cifra, hay que comprender que Cuba llega a internet con cierto retraso, ligado a su conflicto histórico con EEUU. Durante mucho tiempo no estuvo conectada por cables de fibra óptica: cerca pasan tres cables que conectan Sudamérica, Centroamérica y el Caribe con EEUU. A esos cables no podía conectarse porque eran propiedad de compañías estadounidenses.

 

¿Cómo era el contacto con internet antes de la conexión por fibra?

Antes del 2012 se conectaba a través de una banda por satélite que era extremadamente lenta y permitía un servicio muy restringido, el uso que hacían las personas era a través del correo electrónico, mientras el mundo estaba inmerso en Facebook. Eso fue en los años 2007 a 2010. Aún así se desarrollaron dinámicas colectivas de cadenas de correo sobre determinados temas que llegaron a generar una conectividad digital de redes sociales en sí misma. Para 2012 ocurre la conectividad con un cable a través de Venezuela, llevó un tiempo que se organizara y sólo en el 2015 se comienzan a dar servicios. Primero en zonas Wi-Fi: en las ciudades se empezaron a poner antenas, tenías un reloj que contaba, pagaban una tarjeta y se conectaban. Veías los parques llenos de personas: era la primera forma en que la gente masivamente chocó con los contenidos en la red. Todavía no se hacía un consumo alto de videos; TikTok no había entrado a la escena ni la opción de shorts de Facebook. Era sobre todo Youtube lo que se consumía. Para 2018 comienza a darse la conectividad con datos 3G y en el 2019 la 4G. Ahí empieza a expandirse la cantidad de personas y la importancia de que en el 2021, rodando el documental, se hayan alcanzado los 4.2 millones. Ten en cuenta que Cuba tiene una población, según el censo, de 11 millones y un poco más de habitantes y que los 4 millones representaba la mitad de la población adulta del país. Actualmente es de 6.7 millones. Un golpe en apenas tres años.

 

Al momento de rodar, ¿manejaban alguna hipótesis o preconcepto sobre las dinámicas digitales?

En el momento una matriz fuerte que existía, y que derribamos, era que “Internet no ha llegado al pueblo”, que “ la población llana no estaba en Internet” y que los temas que se movían en la red no era algo que formara parte de una opinión extendida. Según nuestra tesis no era así. Creíamos que había que prestarle atención porque la población estaba conectada a eso, en contra de los que decían que “eran pequeñas burbujas”. Al principio las personas no tenían toda la conciencia de por qué le aparecían las cosas que le aparecían: toda la cultura de comprender qué es un algoritmo, cómo funciona Facebook, todo eso ha venido poco a poco. Eso que llamamos la alfabetización informacional, cómo lidiar con los contenidos. La industria de las plataformas digitales ha ido evolucionando y, como toda competencia capitalista implica modelos de negocio que quedan atrás, modelos de negocio que se imponen. Tik Tok de alguna forma viene a ser una alternativa de uso rápido en comparación con Youtube. Pero hay que comprender que las redes sociales realmente son las personas. Nosotros nos confundimos muchas veces porque los mismos creadores de esas industrias nos han impuesto ese término, porque les conviene vender esa idea. Pero realmente son plataformas digitales para la gestión de redes sociales. Es una gran diferencia.

Amnistía Internacional presentó su primera investigación sobre TikTok en Argentina y las estrategias de los jóvenes para “domesticarlo”. ¿Existe algún tipo de “domesticación” en la sociedad cubana para limitar el impacto de las redes sociales?

Si una persona ya tiene un nivel de conciencia de los algoritmos, ¿por qué tendría que enfrentarse y tratar de domesticarlos? Tengo estudiantes que no tienen Facebook, que buscan otros lados, que no es que no tienen redes. Hay gente se ha ido a los grupos de WhatsApp y Telegram para tener un contacto más real, sobre todo durante la pandemia. Así empiezas a tener ahí una plataforma digital de un manejo de una red social real de gente que conoces y tiene un vínculo más concreto. Ahí cobra importancia el funcionamiento de los estados de Whatsapp como una forma de contenido, hay personas que navegan y tienen todo un vínculo con lo que se pone ahí. Ha resultado ser un consumo alternativo a Facebook sin interferencia de publicidad del tipo “sugerencias para ti” o “personas que tal vez conozcas”. Telegram tomó mucha fuerza por un tema práctico: compraventa en la medida en que han escaseado los productos básicos; pero ya de antes existía una especie de Mercado Libre o Ebay cubano. Como permite más a la hora de formar grupos que Whatsapp, las personas van ahí. Puede que haya personas que no conozcas, pero que están por una inteŕes común. Eso vino a sustituir grupos en Facebook, páginas de mercado, que a las personas le dejaron de funcionar porque les permite estar en un lugar relativamente cerrado.

Whatsapp y Telegram son canales de mensajería digitales más que redes sociales, pero se entiende que la sociedad cubana se reapropia para generar comunidad ahí.

-Se refuncionalizan: lo que vemos es una función más allá de la mensajería. Hay grupos con cientos de personas. No es que han dejado de conectarse. Han sustituido una red por otra. Las personas saben quién les está hablando, no hay trolls, tienes un número de teléfono. Yo sé que eres tú. Las personas son capaces de decirse cosas en Facebook que en la vida real no se dirían. El nivel de agresividad aumenta porque pierdes el contacto con la persona. De ese tipo de cosas es que huyen las personas que se van de Facebook.

Ojo, en los grupos también circula muchísima matriz tóxica: cuando la pandemia se iba terminando y el gobierno empezó a desescalar el aislamiento, se anunció un grupo de medidas. “Mañana atentos todos que va a haber un anuncio en la televisión, la Presidencia va a salir a explicar”, decía. Ese mismo día comienza a circular en los grupos de WhatsApp una lista falsa de medidas, algunas mezcladas, cosas que se sentían más reales con cosas más ficticias. Te hablaban de que los gimnasios iban a funcionar de tal manera, que los hoteles iban a cerrar para el público nacional, cosas muy encaminadas a crear malestar en la población. En dos o tres horas aparece por la prensa de la Presidencia una alerta de que esa lista era falsa. ¿Cuánta gente pudo haber leído eso en tres o cuatro horas? Tú dices: “¿Qué sentido tiene una fake new si puede ser desmentida tan rápido?” Es que lo que les interesa es el estado de ánimo que queda en las personas, de molestia por haber leído eso y dicho “este gobierno de mierda”. A la semana siguiente es otra situación y la noticia falsa va pasando pero el estado emocional queda. Ese es el objetivo. Antes era de información contra desinformación y ahora es de emotividad contra racionalidad.

¿Creés que la violencia en las redes se deba también a que en el afuera uno se calla lo que le molesta?

Recordemos que el internet y las plataformas digitales le dieron a las personas una posibilidad que antes no tenían que era la de ser emisoras de información, irse por delante de los medios tradicionales de comunicación. De eso, que es positivo en gran medida, se pasó a decir “¡Qué mal todo esto!”. Esa se ha transformado en la manera en que se desenvuelve la humanidad. Ahora, se pierde un sentido editorial porque no se está amarrado a una ética básica siquiera. En el caso de Cuba, esa violencia es dirigida y aprovechada a partir de dinámicas psicológicas de grupos humanos. Pero se ha logrado capitalizar y ponerle funciones políticas, ese nivel de violencia no es gratuito. Hay mucho dinero detrás, mucha intencionalidad política. La violencia política no ha disminuido, ha ido evolucionando y también la gente aprende a lidiar con esto. Te encuentras personas que te dicen “Yo ya no discuto en Facebook”, porque incluso llega a buscarse problemas en la vida real por una discusión en el mundo virtual.

¿Cómo es el uso de otras plataformas como Instagram o Twitter?

Twitter es una plataforma que en Cuba ganó más terreno con el tema del trabajo institucional gubernamental, a partir de que todos los presidentes empezaron a tener cuentas oficiales. Las personas no la utilizan tanto desde un sentido individual o personal. Hay un plan del gobierno de incentivar el uso de Twitter: tiene que tener el Jefe, el Director, el Subdirector. Algo muy curioso es que el gobierno y las instituciones están en Twitter y el pueblo está en Facebook: Twitter es mucho más cómodo para un emisor institucional porque no permite el mismo nivel de comentarios o dinámica que Facebook. Nosotros tenemos falsos trolls de izquierda en Facebook que intoxican mucho los ambientes de personas realmente progresistas y revolucionarias. Hay una intencionalidad de derecha de agrietar y crear divisiones en los espacios de militancia. Esto está muy instrumentalizado por cifras millonarias del gobierno de los Estados Unidos hacia la subversión en Cuba. No hay que olvidarse que existe una fuerza de tareas del Ejército de los Estados Unidos para el internet Cuba.

Ecos del pasado porteño

Ecos del pasado porteño

En Parque Los Andes, Chacarita, una instalación de cartón, con forma de iglú, llamada la Orejoteca. Adentro, se mezclaban el sonido ambiente con voces y anécdotas de otros tiempos.

A un lado habían quedado los mates y los celulares en el rincón de Parque Los Andes que se formó entre Corrientes y Maure. Tumbados y sentados en el pasto, grupos de amigos, estudiantes, vecinos y familias mantenían los ojos cerrados bajo los anteojos de sol, las gorras y los banderines de colores que oscilaban al compás de la brisa. Escuchaban. 

 Las voces se acercaban y se alejaban; pasaban de susurrar al oído a mezclarse con el paisaje sonoro de un viernes feriado en la plaza: se volvían murmullos perdidos entre juegos infantiles, perros deambulantes, pájaros que vociferaban desde los árboles y el movimiento de la feria. Durante buena parte de ese trayecto, había que prestar mucha atención para no perderse lo que decían. Un hombre explicaba el desdén que tenía de chiquito hacia el “hombre de la luz”, como llamaba al encargado de encender el alumbrado público allá por los años 60, porque su aparición obligaba a dejar de jugar en la vereda para entrar resignados a casa. A veces, las voces eran sucedidas por otros sonidos. De pronto, en plena tarde soleada, irrumpía el repiquetear de la lluvia, la melancolía de un tango o la guitarra que marcaba el ritmo en alguna peña.

Nadie se movía, excepto un puñado de jóvenes integrantes del colectivo Puentes de Acción Cultural Colegiales (PACC), que se abrían paso sigilosamente entre los cuerpos relajados. Si hacían ruido, iban a interrumpir lo que salía de los parlantes que llevaban de acá para allá, de un grupo a otro, de una oreja a la otra y de un rostro concentrado a uno sonriente.

Antes de cerrar “La Orejoteca” habían decidido concluir la tarde sacando a pasear los sonidos que se habían estado reproduciendo dentro de la instalación, una especie de carpa iglú hecha con cartón recubierto de pasta de papel y adobe. La actividad formaba parte de la jornada de cierre de la 4° edición del Festival Ciudades Reveladas, un “espacio de reflexión y exhibición en torno a diversas formas de experimentar lo urbano, con la convicción de que pensar la ciudad desde las representaciones audiovisuales permite imaginar su transformación”. Por primera vez incluyeron actividades en territorios de arte e investigación aparte del cine, desde conversatorios hasta performances en caminatas.

El Festival contactó en primer lugar a Amparo Ambiental Chacarita, una agrupación de vecinos autoconvocados que buscan preservar la identidad de su barrio frente a la aplicación del nuevo Código Urbanístico de la Ciudad, que propuso incluir a PACC por las actividades culturales abiertas a la comunidad que realizan. “Nosotros organizamos mesas de memoria barrial, en las que las personas están invitadas a ir y relatar alguna historia de cualquier momento de su vida, en torno a lo barrial, lo común”, dijo Edgardo Rojas, arquitecto y escultor integrante de PACC que diseñó la estructura de La Orejoteca. “Acá convertimos la mesa en una instalación sonora de memoria barrial, tenemos 100 audios de relatos y sonidos que nos enviaron vecinos de distintos barrios durante un mes. No discriminamos poniendo filtros de audios lindos y de audios molestos, incluimos la vivencia de cada uno como ciudadanos. En nuestro barrio escuchamos pajaritos, la obra del lado, el ruido del tráfico, todo entra”. 

La Orejoteca albergaba combinaciones de sonidos tan variopintas como la vida urbana. Al entrar, del lado izquierdo vibraban las paredes con el relato de uno de los parlantes: una señora contaba entre risas una anécdota de su amiga Martita -con la que se reúne junto a otras amigas en la peluquería de su barrio-, que caminando por Avenida Las Heras le ofreció ayuda a un hombre que veía con bastón por Avenida Las Heras, cuando en realidad simplemente llevaba un tubo de luz. “Son estas cosas que vienen con la edad y de las que nos reímos mucho”, concluía. Enfrente, de un parlante idéntico brotaban ladridos lejanos, como si los caninos estuvieran efectivamente en la plaza, reclamando a los visitantes que salgan del iglú cableado. Alrededor de dos huecos por donde pasaban tubos pintados de verde, reverberaban balbuceos. “Si pegás la oreja desde afuera escuchás un poco lo que está pasando adentro y viceversa, la idea era establecer esa comunicación susurrada, por eso les decimos susurradores”, explicó Rojas.

Él, junto a Daniel Herrera, el cerebro detrás de la parte sonora, tenían aún las manos pintadas de tierra. Esa mañana trasladaron las piezas que elaboraron con la ayuda de voluntarios a lo largo de 10 días en el Espacio La Pileta, Villa Crespo, y armaron “la cuevita” – como le dicen algunos organizadores-. Cada tanto revisaban y retocaban detalles de su obra a la intemperie, que no tardó en llenarse de color. Por fuera, como otras zonas del parque, las flores de jacarandá la vestían de primavera ahí donde el barro unía las piezas con micrófonos de contacto, colocados para amplificar los sonidos a través de las vibraciones. Adentro, el cielo parecía más celeste gracias al tul que oficiaba de techo. 

Los ojos tenían mucho para ver dentro de “la cuevita”. La pintura de pizarra transformó las paredes de cartón en un lienzo que, como en los recreos escolares, los visitantes llenaron de dibujos, palabras y frases de tiza. Corazones, casas, árboles, monigotes, nombres de barrios que ilustraban los audios. Más cerca del piso, las manitos empolvadas de los nenes dejaban trazos multicolor. 

Además de los audios enviados por vecinos, una quincena de estudiantes de la Licenciatura en Artes Electrónicas de la UNTREF realizaron mapas sonoros de sus barrios a partir de testimonios y ruidos de ambientes. “Nos encontramos con un montón de historias que quizás en el día a día no te juntás a hablarlas”, dijo Milagros Dimasi, que buscó relatos de su familia en Bolívar. “En su momento eran muy importantes dos cines en la ciudad. El ferrocarril traía las películas en formato físico, y cuando alguna se quemaba o se cortaba mi mamá las pedía y jugaba en su casa proyectando con la linterna”.

Otras voces no llegaron a los parlantes. Todavía. Los que se acercaban al micrófono (“la bocateca”) contaron anécdotas que se sumarán al centenar inicial, que los organizadores prometieron publicar próximamente. 

Según Rojas, el proyecto recién comienza: “La idea es que esta biblioteca de audio siga creciendo y materializándose de distintas formas. Esta manera de compartir experiencias da a conocer el espectro de transformación en la Ciudad, uno puede saber cómo eran antes las cosas y qué se va perdiendo. Yo que soy venelozano conocí el barrio en el que vivo mucho más en detalle por estos encuentros con vecinos que no podría tener si me los cruzo en el supermercado”. 

 Los sonidos se van con el viento, la tiza se difumina al tacto, las instalaciones se desarman y el sol se oculta; pero las experiencias sensibles que dejan perduran en uno, en varios o en todos. En pequeñas letras de imprenta, alguien tatuó en esta cueva: “con ternura venceremos”.

Navidad tras las rejas

Navidad tras las rejas

Mientras muchos piensan en el pan dulce y la sidra, hay otros que la pasan las fiestas en soledad en una cárcel. Maximiliano, de 36 años, cuenta su experiencia en prisión y cómo busca reinsertarse ahora que salió en libertad.

La Navidad en Argentina se caracteriza por las cenas familiares, el intercambio de regalos y la clásica cuenta regresiva de Crónica TV con Los Palmeras de fondo. Así es cómo lo vive el grueso de nuestra sociedad. Para las personas encarceladas “es una fecha muy triste en la que el aislamiento y la soledad se hacen sentir”, explica Fernando Benítez, presidente de la Fundación Tercer Tiempo de Santa Fe que aboga por la reinserción social de quienes están privados de su libertad a través de herramientas como el rugby.

Se trata de una fecha simbólica en la que la desdicha no se limita a la persona encarcelada, sino que atraviesa a todo su círculo cercano. “Yo no soy una persona que le preste mucha atención a las festividades pero sí me tocó ver a pibes chicos que entran por primera vez a la cárcel y se ponen muy tristes, están con el teléfono constantemente comunicándose con la familia”, cuenta Maximiliano, de treinta y seis años, un exdetenido que salió en libertad asistida en mayo de este año luego de haber sido encerrado en tres ocasiones desde sus veinte años.

Según Benítez, la Ley N°24.660 de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad no tiene en cuenta las festividades y estas son tratadas como un día más. Aún así, explica que cada unidad penitenciaria puede contar con disposiciones circunstanciales. “Los primeros años que estuve detenido, los días festivos nos permitían visitas extraordinarias”, dice Maximiliano. Se trata de encuentros especiales aparte de los estipulados semanalmente. “Ahora lo acomoda el director de cada unidad como le parezca más conveniente. En la Unidad N°6 de Rosario las visitas son entre semana y no te permiten visitas el domingo porque es Navidad”, explica.

“Hay personas que no quieren que llegue ese día, que se encierran para no ver a nadie porque al estar sensibles se ponen más violentos, menos tolerantes”, cuenta Maximiliano y agrega: “Antes de estar compartiendo con otra persona prefieren guardarse para sí”. Según Benítez, esta realidad se genera por la falta de comunicación con los seres queridos que a su vez es producto de la sobrepoblación carcelaria. Santa Fe tiene la particularidad de que dentro de las unidades “no está permitido el teléfono celular”, explica Benítez. “Por lo tanto –agrega-, las llamadas no pueden ser ese mismo día”. Contexto que agrava el sentimiento de soledad.

 

El adentro

 

Más allá de que existan fundaciones como Tercer Tiempo que se dedican a organizar actividades, talleres y cursos para ayudar a la reinserción de las personas encarceladas, el apoyo y contacto con las familias cumplen un rol central. “Soy una persona afortunada. Creo que casi nunca estuve sin visitas”, dice Maximiliano y cuenta que no todos tienen esa suerte.

En las unidades femeninas, los hijos menores de cuatro años pueden convivir con sus madres en contexto de encierro pero son separados una vez cumplida esa edad. Benítez explica que se trata de un sistema “bastante cruel” ya que no es un ambiente adecuado para la crianza de un niño: “Sabemos que las cárceles son un poco violentas y crecer en ese mundo no es lo más sano”, comenta.

En tanto a la comunicación telefónica, Maximiliano explica que en su último año en prisión había dos celulares autorizados cada veinticinco personas que se turnaban para que no hubiera conflictos. Se trataba de aparatos “viejos” y sin acceso a internet que solo podían usarse para realizar llamadas y enviar mensajes y que eran controlados varias veces al día por las autoridades.

Además de acompañar desde afuera, los familiares se encargan de aportar víveres y productos de higiene personal a los detenidos ya que “dentro de la unidad te dan poco y nada más que el alimento que te tienen que dar todos los días”, cuenta Maximiliano y explica que se trata de un menú fijo que no siempre es el adecuado para sus necesidades alimenticias. “Hay muchos que viven de la comida de la unidad y otros que tienen la suerte de que un familiar les lleve algo”, resume.

Si bien dentro de las unidades los presos pueden trabajar, estos trabajos no son de fácil acceso ni bien remunerados. “Mayormente te provee tu familia pero hay muchos pibes que no tienen a nadie”, cuenta Maximiliano. Este contexto genera solidaridad entre algunos encarcelados que ayudan a los que menos tienen.

Esta es la realidad de quienes están privados de su libertad, situación que Benítez junto a sus compañeros de la Fundación Tercer Tiempo buscan que se cuestione. “El Estado se limita al carcelero que abre y cierra la reja y deja a la persona privada de su libertad. Y la sociedad tiene una mirada vengativa, quiere que la cárcel sea el peor castigo para la persona por lo que hizo”, dice Benítez y propone un abordaje desde la responsabilidad subjetiva para que el que cometió un delito se haga cargo de él pero que también pueda trabajar en su futura reinserción en sociedad.

 

El afuera

“La misma gente que iba a la unidad a enseñarnos rugby me presentó a la Asociación Uniendo Caminos, donde estoy ahora”, cuenta Maximiliano y explica que las fundaciones ayudaron a que le permitan salir de la unidad semanalmente para hacer un curso de panificación y luego otro de ayudante de pizzero.

“En la Fundación Tercer Tiempo inicialmente éramos dos personas que fuimos con una pelota a jugar con los internos”, cuenta Benítez. Durante sus ocho años de trayectoria, han incorporado a diferentes profesionales como psicólogos, abogados y trabajadores sociales que ahora forman parte de un equipo que busca ayudar a reconstruir la vida de las personas privadas de su libertad. Con esta premisa, han creado cooperativas de trabajo como la Cooperativa Esmeralda de panificados en la que se desarrolla Maximiliano.

“Nosotros trabajamos por producción. Según lo que producimos, es la ganancia”, cuenta Maximiliano y explica que cuando salió en libertad asistida, su prioridad era cubrir las necesidades de su pareja y sus tres hijos, uno de ellos en camino, el primero en libertad: “Teniendo la posibilidad de que yo me desenvuelvo en la cocina, para comer no nos falta porque yo con un poquito de harina puedo hacer cualquier cosa. Pero hay veces que cuesta conseguir el paquete de harina”, comenta.

Si bien “la plata no alcanza”, Maximiliano señala que sus hijos de once y nueve años ya pusieron sus cartas a Papá Noel debajo del arbolito y agregaron un posdata diciendo que entienden si no pueden recibir lo que pidieron. “Yo quisiera que ellos tengan más de lo que yo tuve pero no tengo los medios para dárselos, no tengo las mismas posibilidades que tuvieron mi mamá y mi abuela”, reflexiona.

Después de dieciséis años de encuentros y desencuentros con la justicia, Maximiliano nos cuenta que se siente en libertad y está experimentando muchas cosas por primera vez: “Salí hace siete meses en libertad y estoy pasando por todo el proceso de tener que ser sostén de mi familia. Es la primera vez que estoy pasando un embarazo con mi esposa, que fui a una ecografía, que la acompañé al hospital. Ahora estamos discutiendo si voy a presenciar el parto. Si bien falta porque está de cuatro meses, son todas cosas nuevas que estoy viviendo ahora”, resume.

 

El retorno de los padres, el exilio de los hijos

El retorno de los padres, el exilio de los hijos

“Villa Olímpica” es una película documental que, mediante la recopilación de imágenes analógicas y reconstrucciones escénicas en maquetas, cuenta la historia de los hijos de los exiliados latinoamericanos por las dictaduras en los años 70.

“Un día vine a México a trabajar a los 33 años y cuando vi la Villa Olímpica lo supe. ¿Cómo no iba a haber una película sobre la comunidad de exiliados más grande de América Latina? Yo no viví ahí, pero estaba cerca e iba mucho, era un epicentro cultural del sudamericanismo de izquierda. Después de esa visita llegué a mi casa, googlée y arranqué con el proceso de investigación. Terminé después de seis años”, cuenta Sebastián Kohan Esquenazi, director de Villa Olímpica, quien vivió en el exilio en México con sus padres.

Los recuerdos, la nostalgia y lo lúdico toman el papel central en esta película que funciona como una “reconstrucción” de hechos que al mirar hacia el pasado se tornan difusos hasta para sus mismos protagonistas. Sus imágenes gozan de una imperfección verosímil a partir de material de archivo real y la ficcionalización de recuerdos.

“Me pareció más interesante contar la desestructuración de la comunidad que su conformación. ¿Qué había pasado con cada uno de ellos, qué pasó con la gente que vivió ahí y luego tuvo que irse a su lugar de origen? La historia que no se había contado no sólo era la del retorno y desarraigo, sino la de mi generación, que fuimos los verdaderamente afectados por el destierro en democracia. Había muchas películas sobre el exilio, pero pocas sobre el desexilio”, afirma el cineasta.

Villa Olímpica trae a la mesa una problemática poco tratada: el ser extranjero en todas partes. Volver  a un lugar de origen que en realidad ya no existe más como tal. Ser argentino en México, ser mexicano en Argentina. Un “argenmex” que casi no es considerado como una opción identitaria. O sos uno, o sos el otro. Sumado a los conflictos que implicó para una generación que nació en ese espacio “vacío”.

“Cuando nos dimos cuenta del enfoque que tenía que tener la película, se empezó a afinar la mirada infantil y borrar el testimonio de la mirada de nuestros padres. Empezamos a pensar cómo se construye el desarraigo y el destierro en las infancias. Crecer en un lugar diferente significa tener que reinventarse todo el tiempo, porque las recetas no están y el librito de quiénes éramos no nos lo dieron, se nos cayó del avión directo al mar”.

El documental cuenta en retrospectiva cómo fue la infancia de niños que crecieron caminando las calles de este condominio con una libertad que no era equivalente a la que tenían sus padres fuera de ese lugar y país. Habitaban un pequeño gran mundo que se desmoronó cuando sin consulta previa les avisaron el regreso a donde nunca había sido su casa.

“Lo visual nace desde varios puntos diferentes, cuando yo les preguntaba a mi generación qué recordaban de su infancia en México lo primero que hacían era ponerse a pensar y luego responder algo que evidentemente estaba siendo reinventado. Cuando uno no sabe realmente cómo fueron las cosas, se construyen discursos a partir de elementos: la foto que quedó del padre, el relato del tío. Me pareció importante el hecho de no saber, porque para desprendernos de esa condición de hijos de perseguidos y ser nosotros una generación con identidad propia de alguna manera necesitamos construirnos”. 

De esta manera, el particular espacio geográfico y las travesuras de niños que se valían por sí solos se establecen como la excusa para algo más profundo: la constitución de las identidades y el desarraigo en contextos difíciles.

“Conocí a Pablo —protagonista principal de la película— cuando estaba exponiendo una maqueta en el Museo de la ESMA. Ahí me contó la historia de su padre. Su narración tenía elementos sanadores y me pareció fundamental el hecho de que la memoria sea sanadora y no una forma de autovictimizarse y meter nuevamente el dedo en la llaga. Por eso fue la decisión de incluir su maqueta y a su vez generar nuevas”.

Es posible apreciar la intención de traer al presente el pasado de una manera distinta a partir de la utilización de las maquetas y los collages hechos con fotos. Una mixtura visual que atraviesa toda la película y que representa quienes fueron y son estos niños de Villa Olímpica. 

“Creo que el resultado fue bueno porque si bien la gente después de ver la película llora mucho, sale un poco más entera o al menos no destruida, como suele pasar con muchos documentales que simplemente trabajan el drama para generar dolor. Yo creo que no tenemos que generar más dolor, tenemos que contar nuestras vidas pero para que nuestros hijos no sufran lo que nosotros sufrimos”, concluye Kohan Esquenazi.

 

Villa Olímpica se estrena hoy jueves 21 de diciembre a las 18.40 en el Cine Gaumont, Rivadavia 1635, CABA. Hoy también podrá verse a las 20 en la señal CINE.AR TV y desde mañana, viernes 22, estará disponible en la plataforma CINE.AR PLAY por una semana. También será exhibida en la Red de Espacios INCAA.