Primeras declaraciones en el juicio de La Pastoril

Primeras declaraciones en el juicio de La Pastoril

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Por Tomás Castelli

Fotografías: Captura de pantalla de La Retaguardia

En el juicio se investiga a la desaparición de la cúpula del PRT-ERP.

Este jueves 4 de noviembre transcurrió el cuarto día del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad ocurridos el 29 de marzo de 1976 en la quinta La Pastoril, con la novedad que fue la jornada en la que comenzaron las declaraciones testimoniales. Comenzaron María Ofelia e Iris Lidia Agorio, hermanas del desaparecido ese día en la quinta, Nelson Alberto Agorio, de quién no se supo nada más hasta 2008, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense encontró su cuerpo enterrado como NN en el cementerio de Moreno. Por la causa hay ocho imputados: los militares retirados Juan Manuel Giraud, Carlos Alberto Guardiola, Juan Carlos Jöcker, Héctor Alberto Raffo y Eduardo Sakamoto; y los policías retirados Julio Alejandro Pérez, Juan José Ruiz y Julio Salvetti. Todos son juzgados por cometer hechos de homicidio y de privación ilegítima de la libertad. 

La jornada estuvo marcada por interrupciones desde el comienzo. La menor de las hermanas, María Ofelia, tuvo que esperar dos horas más de lo que había sido citada para dictar su testimonio, luego de un pedido de los abogados defensores, liderados por Guillermo Fanego, representante del imputado Juan Manuel Giraud, quien solicitó la presencia de la testigo (y los futuros testigos del juicio) en el Tribunal N°5 de San Martín o, en su defecto, la presencia de un representante del Tribunal en el lugar donde se encontraba próxima a declarar, para garantizar la ausencia de terceros o de documentos que pudieran orientar su testimonio, luego de hacer referencia además a la neurociencia y a la psicología gestual. Tanto el abogado querellante, Pablo Llonto, como la fiscal general, María Ángeles Ramos, pidieron el rechazo a esta petición, ya que la consideraron absurda y sin fundamentos. La declaración de María Ofelia se vio obligada a esperar aún más, pero a ella se la notaba tranquila. Ante el pedido de disculpas por la demora del presidente del Tribunal, Matías Mancini, previo a retirarse unos minutos para debatir sobre el pedido, la menor de las hermanas afirmó: “Hace 45 años que estoy esperando, estar una hora más o menos no me va a cambiar nada. La verdad es que tengo la piel gruesa”.  Apenas unos días atrás todas las partes habían estado de acuerdo con estas condiciones y con la modalidad semipresencial, y que a ninguno de los imputados se los obliga a estar de forma presencial, fue rechazado por el Tribunal. 

Luego de la espera, la menor de las hermanas Agorio comenzó su declaración de manera virtual, seguida luego por Iris Lidia, quien se encontraba de manera presencial en el Tribunal. Ambas coincidieron en que Nelson Alberto Agorio era una persona “amorosa, sociable, siempre sonriente, muy cariñosa”. Hijo mayor, de padre lechero y madre trabajadora en hogar de niños, siempre fue el mayor orgullo de su padre, quien deseaba que sus tres hijos pudieran estudiar y aprender lo más posible, para trabajar menos tiempo y cobrar un mejor sueldo que él, cuando fueran mayores. Nelson terminó la secundaria como perito mercantil y, en 1973 ingresó al Servicio Militar, cuando ya formaba parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT – ERP). Iris Lidia recuerda mejor el episodio vivido en julio de 1974 que su hermana, que solo tenía 11 años, cuando recibieron un llamado avisándoles que Nelson se encontraba detenido en Córdoba. A fin de ese mes lo soltaron por falta de prueba de delito, pero a partir de allí nada fue igual. En 1975, Nelson pasó a la clandestinidad debido a que lo perseguían por su militancia, y la casa de los Agorio comenzó a ser vigilada las 24 horas. 

El 29 de marzo de 1976, Nelson tenía 23 años. Unos días después, los Agorio recibieron un papelito por debajo de la puerta, avisándoles que buscaran al hijo varón, porque algo había sucedido. Allí empezaron las idas y vueltas, según recuerdan las dos hermanas. Iban de comisaría en comisaría sin obtener respuestas útiles, y la angustia comenzó. En la de Moreno, solo dejaron entrar a la madre de la familia, a quién el comisario Hernández le indicó que se fijara en unas fotos si uno de los cuerpos sin vida que aparecían en el terreno de la quinta La Pastoril era el de su hijo. Pero Nelson no era ninguno de ellos. Unos días más tarde, otro mensaje oculto fue deslizado bajo la puerta de los Agorio, pero esta vez contenía una fecha y el hipódromo de San Isidro como lugar de encuentro. Allí, Eduardo, amigo de Nelson, les contó lo sucedido: que a Nelson lo fusilaron el 29 de marzo de 1976, cuando intentaba escapar en un auto que se quedó sin nafta mientras era perseguido por dos camionetas del Ejército, y que, tras salir del auto entregándose con los brazos en alto, un testigo escuchó una ráfaga de tiros, y nunca más lo volvió a ver. Nelson se encontraba en la quinta La Pastoril, en el cruce de la Avenida Monsegur y la calle Padre Fahy, participando de una reunión del PRT, a donde había asistido para discutir con sus compañeros los pasos a seguir frente al nuevo golpe militar, 

La vuelta a la democracia en 1983 le devolvió la esperanza a la familia Agorio, al menos de encontrar el cuerpo del hijo mayor. Cuando se enteraron de la existencia de la CONADEP, rápidamente escribieron el relato y lo llevaron junto a la foto de Nelson a la organización, llenos de esperanza. Sin embargo, ésta se fue diluyendo ante la ausencia de respuestas. El 31 de diciembre de 1986, una semana después de la sanción de la Ley de Obediencia Debida y Punto Final, el padre de la familia Agorio falleció. La situación permaneció sin cambios hasta el nuevo siglo, cuando, en el año 2002, Iris Lidia se enteró que había un organismo de Derechos Humanos que aglutinaba a los hermanos de desaparecidos, y así ambas hermanas se sintieron contenidas, y gracias al soporte material y emocional que encontraron allí, juntaron fuerzas para continuar la investigación. Al año siguiente, fueron contactadas por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que les comentó sobre posibles novedades del caso de su hermano gracias a un cruce de huellas dactilares en la comisaría de Marcos Paz, no sin antes advertirles que no se hicieran muchas ilusiones, porque las probabilidades eran mínimas. Cinco años más tarde, en 2008, el EAAF las contactó nuevamente, esta vez para confirmarles que habían identificado los restos de Nelson, inhumados el 31 de marzo de 1976 en el cementerio de Moreno. 

Ni siquiera una nueva interrupción del abogado defensor Guillermo Fanego, quién volvió a recurrir a la Teoría de los Dos Demonios, tal como es habitual, para poner en duda el testimonio de las hermanas Agorio sobre su hermano Nelson, pudo opacar los claros relatos de María Ofelia e Iris Lidia. Ambas se mostraron, por momentos, visiblemente conmovidas situación completamente lógica si se tiene en cuenta los años de angustia y lucha que atravesaron en búsqueda de respuestas sobre su hermano. Aun así, se mantienen firmes y en pie, con un pedido central: “Nosotras vamos a seguir resistiendo como familia, como lo hicimos toda la vida, pero pedimos que este Tribunal reconstruya los hechos e imparta justicia. Sólo eso”. 

Las buzas abusadas

Las buzas abusadas

Lucía De Pascuale es buza profesional y la única mujer del país que alcanzó la máxima categoría: “experta en gran profundidad”. Llegar a ese nivel le tomó casi dos décadas porque se encontró con las mismas barreras que enfrentan otras trabajadoras del sector naval: la falta de empleo y la violencia de género. Actualmente, preside la Asociación de Mujeres en la Actividad Marítima, Fluvial y Lacustre (AMAMFYL), una agrupación que busca visibilizar y eliminar esta problemática. En diálogo con ANCCOM, destacó el invaluable esfuerzo que significa ejercer en una industria tradicionalmente dominada por hombres.

Jujeña y de 38 años, “Acceder a los niveles superiores es muy exigente. Debemos estudiar y entrenar pero, además, dependemos de que las empresas nos contraten para ir sumando tiempo de trabajo sumergido. Luego de muchos años, finalmente, pude reunir las horas requeridas para la certificación más alta”, afirmó.

Vivió 10 años en Chubut, donde se desempeñó en la pesca artesanal de mariscos en la modalidad de inmersión. Allí, rindió los exámenes correspondientes a las categorías superiores -tercera y segunda- del buceo. “Esa parte de la industria es la menos conocida y la más precarizada. El barco pesquero opera en condiciones muy sacrificadas y las tareas demandan gran esfuerzo físico”, sostuvo De Pascuale. “No hay ningún derecho laboral. Se trabaja a producción, si te enfermás y no podés ir, no cobrás. No hay aportes jubilatorios, ni obra social, ni ART, si tenés un accidente nadie se hace cargo”, agregó.

Posteriormente, se mudó a Buenos Aires con el objetivo de dar el examen para acceder a la primera categoría y mejorar su situación de empleo. Aquí, rindió el nivel más alto del buceo y, luego, se especializó en ‘gran profundidad’. “Estoy capacitada para sumergirme hasta 300 metros, utilizando una mezcla artificial compuesta por tres gases respirables -oxígeno, nitrógeno y helio-”, detalló la entrevistada y añadió que, después de una intensa búsqueda, logró que una empresa la contratara: “Realicé algunos embarques en buques petroleros que llevan buzos y, así, pude completar las horas requeridas para la certificación máxima”.

Formación gratuita, certificación costosa

La formación en el buceo profesional es ofrecida, de manera pública y gratuita, por la Escuela Nacional Superior de Salvamento y Buceo de la Prefectura Naval Argentina, ubicada en Buenos Aires. Los residentes de las distintas provincias tienen la opción de dar los exámenes en las dependencias locales. De Pascuale dijo: “Es una carrera que habilita a trabajar en mares, ríos y lagos; realizar soldaduras, búsquedas y recuperaciones subacuáticas; mantenimiento de plataformas de petróleo y limpieza de cañerías subterráneas. También, en diques y embalses, en muelles y, por supuesto, a bordo en embarcaciones”.

Ahora bien, para acceder a las categorías superiores del buceo, no sólo hay que demostrar determinada cantidad de horas de trabajo sino, además, es imprescindible presentar los estudios médicos -electroencefalograma, radiografías, ergometría, entre otros- y varios cursos obligatorios y pagos, como el entrenamiento para subir a helicópteros. “Asimismo, debemos cumplir con los Standards of Training, Certification and Watchkeeping for Seafarers (STCW 95), una serie de cursos internacionales que certifican la aptitud y el nivel de competencia de los profesionales de altamar de buques mercantes”, expresó la experta.

La Prefectura Naval les entrega una libreta donde se registran los embarques, las horas de buceo, el apto médico y los cursos obligatorios. Es una certificación que acredita la capacitación del personal marítimo y que los habilita para ser contratados por las empresas. La buza enfatizó que mantener la libreta al día requiere mucho dinero: “Si no tenés obra social, pagás los estudios médicos de manera particular. Los cursos son caros y vencen cada cinco años. Renovar el STCW 95 cuesta alrededor de 70 mil pesos. Si estás trabajando esto no es significativo, porque estando a bordo ganás un buen sueldo”.

“Hoy, no hay buzas contratadas en el país. Todas las empresas tienen un plantel compuesto 100% por hombres.»

La mayoría de las empresas navales de Argentina no contratan mujeres. Se trata de una problemática mundial que no sólo afecta al buceo sino, también, a otras actividades del sector marítimo, fluvial y lacustre. Según la Organización Marítima Internacional (OMI), las mujeres representan sólo el 2% de los 1.2 millones de marinos. “Hoy, no hay buzas contratadas en el país. Todas las empresas tienen un plantel compuesto 100% por hombres. Muchas compañeras realizan otros trabajos para asumir los costos de la libreta o abandonan la carrera porque no pueden subsistir”, contó la submarinista.

De Pascuale está sobrecalificada pero, hace más de un año, se encuentra desempleada. El haber llegado a la categoría más alta en el buceo y tener el reconocimiento de la Prefectura Naval no le garantiza las mismas oportunidades que sus colegas hombres. “En el 99% de las empresas donde me presenté, me dijeron que no contratan mujeres. Cuando aplico a ofertas para las que estoy capacitada, no me llaman. Es común enterarse que salió una obra y sólo tomaron a compañeros varones, aunque recién se hayan egresado o sean de categorías inferiores. En este sector, para ellos es más fácil conseguir trabajo”, reveló.

La falta de cupo laboral para las mujeres en la industria marítima, repercute directamente en su desarrollo profesional. No pueden acceder a los puestos de trabajo, por ende, no pueden reunir las horas requeridas para subir de categoría, ni cubrir los gastos de los exámenes médicos ni, mucho menos, invertir en los cursos obligatorios. “Se entiende que cuanto mayor es la capacitación, mayor es la posibilidad de conseguir un empleo estable, pero eso no pasa cuando sos mujer. En el buceo, a un varón le puede tomar cinco años acceder a la categoría máxima, a una mujer, el triple de tiempo”, declaró la entrevistada.

“Ellos no nos quieren en los barcos porque creen que no nos corresponden esos lugares. Las que se embarcan son perseguidas y apuntadas. Si intentan quejarse, no suben nunca más. Hay denuncias de compañeras que han sido violadas. Es enorme la crueldad que padecemos trabajando en altamar, donde la mayoría son varones”.

Discriminadas, acosadas y abusadas

En el sector marítimo, el papel de las mujeres ha sido históricamente escaso y limitado a ciertos roles. Son pocas las que logran embarcar y, a menudo, se les adjudican tareas de atención y limpieza. Según la OMI, el 94% de las trabajadoras marítimas del mundo sólo consiguen empleo en los cruceros. “En la industria está instaurado que no haya mujeres en los barcos. Por cada 40 o 50 tripulantes, con suerte, hay una o dos. Además, las empresas no tienen en cuenta nuestro nivel de calificación y nos siguen negando el acceso a puestos de mayor categoría y, por lo tanto, a mejores ingresos”, manifestó De Pascuale. 

El reducido número de mujeres que logra subir a los barcos se encuentra con un ambiente predominantemente machista. Estando a bordo, las profesionales del sector suelen ser maltratadas, acosadas y abusadas sexualmente por sus compañeros. Así lo expresó la entrevistada: “Ellos no nos quieren en los barcos porque creen que no nos corresponden esos lugares. Las que se embarcan son perseguidas y apuntadas. Si intentan quejarse, no suben nunca más. Hay denuncias de compañeras que han sido violadas. Es enorme la crueldad que padecemos trabajando en altamar, donde la mayoría son varones”.

La violencia patriarcal en la industria marítima es avalada por el silencio y la complicidad de los gremios. Las asociaciones que nuclean cada una de las actividades del sector no están comprometidas en erradicar estas coacciones. “Los sindicatos firman los convenios colectivos con las empresas sin tenernos en cuenta. En el buceo, no tenemos un sólo artículo con perspectiva de género -por ejemplo, la licencia por maternidad-, lo que mantiene ese estereotipo de que allí no nos corresponde trabajar. Por reclamar, mi gremio me proscribió de las listas para que las empresas no me llamaran más”, exclamó.

 

Unidas y organizadas

En mayo pasado, obtuvo media sanción el proyecto de ley presentado por Nancy González -legisladora de Chubut-, que dispone para los buques pesqueros una tripulación mínima del 30% de mujeres y el 1% de travestis y trans. Si bien es un avance para mejorar la situación que atraviesa el sector, no resuelve el problema de fondo. Al respecto, la entrevistada sostuvo: “Esta medida puede terminar siendo un techo de cristal si nos deja en la pesca, que es la parte más sacrificada y precarizada de la industria. Seguimos sin tener acceso a buques mercantes o petroleros que utilizan tecnología de punta, brindan mejores condiciones laborales y niveles de habitabilidad y sueldos superiores”.

Lucía De Pascuale preside AMAMFYL, una asociación que convoca a las mujeres y a las diversidades que se desempeñan en la actividad marítima, fluvial y lacustre. Actualmente, agrupa a más de 60 profesionales de todo el país, entre ellas, oficiales conductoras de máquinas navales, buzas, marineras y pescadoras. “Hemos decidido unirnos y tocar la puerta al Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, ya que nuestros reclamos fueron desestimados por los sindicatos. Nuestro objetivo es lograr el cupo laboral femenino y trans, en todos los puestos para los que estamos calificadas y terminar con la violencia de género que predomina en la industria naval”, concluyó.

Alegría marica en los pasillos de la villa

Alegría marica en los pasillos de la villa

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Por Mercedes Chamli

Fotografías: Camila Miconi

Son las once de la noche, algunas ya se bajaron de sus plataformas para poder bailar descalzas al ritmo de Sudor Marika que toca al costado del escenario, que solo sirvió para que se colgaran en él las banderas de las agrupaciones que habían marchado a la tarde.


Los cantos y los bailes se convierten en un trencito que gira frente al paredón en homenaje a Néstor Kirchner. La cola de la salchipapa es larga, no importa, porque todo lo ganado de las ventas va a ir para La Casa Trans que también vende cerveza, pollo y fideos con tuco para recaudar fondos. Todas bailan: negras, marrones, migrantes, aborígenes, putas, travestis y maricas. Van hasta abajo y suben de nuevo porque abajo el patriarcado se va a caer, se va caer, y arriba el feminismo que va a vencer que va a vencer”.


El bailongo se armó en una noche hermosa que parece no querer terminar. Nadie se va, todos se quedan, es viernes, y está comenzando la semana del orgullo. Lejos de esperar que comiencen las concentraciones en otros barrios de la Ciudad de Buenos Aires, en la Villa 31 desde hace tres años La Diversidad Plurinacional formó su propia marcha: La marcha internacional del orgullo trans villero y tienen un objetivo específico que consiste en formar parte de la agenda emocional del barrio y reclamar la Ley de Integridad Trans con perspectiva de género y popular.


Siete horas antes, la sensación térmica marcaba 36 grados en la Ciudad de Buenos Aires, los trenes llegaban de Retiro y ahí estaba Nicolás en la estación, lleno de glitter verde en los ojos, esperando a que lleguen sus amigos para guiarlos. Después de media hora ya estaban todos. Los llevó por esas dos cuadras que rodean la terminal, pasaron por la feria frente al banco, caminaron tres cuadras hasta la calle 3 de Diciembre donde está la Casa Trans.

Eran las 4 de la tarde y sonaba música sobre una carroza llena de chicos decorada de guirnaldas y banderines. Ya se podían ver tres cuadras desbordadas de personas, vecinas de la villa y otras que habían ido para participar. Estaban integrantes de distintas organizaciones: Vivir Sin Miedo, Movimiento Evita, Barrios de Pie, La Ooderosa, Fútbol Feminista, Infancias libres, Ammar, artistas, standaperas, y hasta diputadas que luchan por

los derechos del colectivo LGBTTIQ. Todos estaban esperando marchar hasta el Ministerio de Educación que queda a unas pocas cuadras donde  habían montado el escenario.

La calle estaba decorada con banderines, fotos, paradores, con la bandera del orgullo y las consignas: Reparación histórica ¡ya!”. En sus rostros todos tenían purpurina, glitter, algunas tenían alas negras, otras blancas, los outfits iban desde un vestido largo color arcoiris brilloso hasta corsets negros con antifaces y vinchas rosas. Algunas con pelo corto, otras con el pelo hasta la cintura, en zapatos altos o en zapatillas. Los vecinos que veían las puertas de sus casas invadidas cuando entraban los miraban asombrados. Una vecina subió por la escalera hasta el primer piso de la puerta de su casa mirando hacia abajo, se paró unos segundos, negó con la cabeza, revoleó los ojos y recién ahí entró. Nadie la notó ni se percató de lo que había pasado, el aire era de tranquilidad absoluta, todo fluía: la felicidad era plena y contagiosa.

En el centro de la escena había una carroza esperando a las compañeras. Para las cinco de la tarde comenzaron a  treparse, ayudándose entre ellas, extendiéndose las manos y saludando como divas a todos los que estaban abajo aplaudiéndolas. Durante 15 minutos fueron puras fotos. Todos querían el recuerdo de ellas empoderadas arriba de la carroza. 

Los vecinos salían de a poco a ver por las ventanas qué era eso que pasaba. Arrancaron. Delante de todo, Alma Fernández, militante trans villera, dirigía la caravana al grito de vamos! vamos! avancen!”. Se esperaba que pararan en la puerta del Ministerio donde estaba esperándolas el escenario, pero al llegar siguieron de largo, querían seguir marchando. Las compañeras se preguntaron hasta dónde iban a ir porque seguían caminando cuadras y no parecían detenerse.

La marcha villera homenajeó a Lohana Berkins, Diana Sacayan, Carla Fonte y se preguntó una y otra vez: “¿Dónde está Tehuel?”. Cuando se marcha por el Orgullo en todas las plazas se canta «Señor, señora/ no sea indiferente/ se matan a las trabas en la cara de la gente» y esta vez no era la excepción, pero acá era distinto. Los gritos, y cantos traspasaban las paredes de los vecinos. Era imposible no escucharlas y ellas lo sabían. Los fueron a buscar, los interpelaron, los tenían en las calles, en las ventanas, en las puertas de sus casas, vendiendo en sus kioscos, sus almacenes, sus carnicerías, en los galpones, tirando del carro. Ellos estaban ahí y ellas también para hacerse oír.

Cantaron: «¡Vecina escucha!¡únete a la lucha!”, y los vecinos salían a aplaudir mientras que los perros ladraban. Algunos miraban sorprendidos, otros sonreían, y unos pocos se animaron a hacer chistes, y ellas con total desparpajo les contestaban, “¿Que se hacen si son los primeros en agacharse?”, y a algunos como los conocían les decían por el nombre:

“¿Carlos que te haces si después a la noche me calentás la cama?”, y todo quedaba en risas.

Llegaron a un puente y siguieron por los pasillos estrechos, la carroza se trababa en los pozos y la empujaban para que siga andando. Se encontraban con autos y les pedían a sus conductores que retrocedan, ninguno se animó a decir que no, hacían maniobras difíciles para lograrlo.

 Los besos no faltaron. Alma Fernández, que iba delante de todo, aprovechó que la caravana tardaba para besar fervientemente a su novio, pero a los pocos segundos ya tenía el megáfono nuevamente en la boca para decir: «Avancemos compañeras! ¡sin miedo! ¡Avancemos!»

Los papás de una canchita de fútbol las  veían pasar y aplaudían. Una chica vio a un amigo y le preguntó «¿por qué no estás marchando?”. Y sin darle tiempo a contestar, lo agarró del brazo y lo sumó a las líneas. Al pasar por la feria, se trabó una de las tres carrozas que integraban el desfile, y las trans aprovecharon para agarrarse de la camioneta y twerkear con la música de Talia. Los feriantes sacaron todos los celulares y filmaron ese momento de desborde de alegría.

 

Después de una hora y media de caminata bajo el sol, ya de vuelta, pidieron a la prensa que se ubicara por delante de la bandera para  poder tener la foto total, especialmente la voz de sus reclamos: acceso al pan, al trabajo, la educación, poder pasar la expectativa de vida de 35 años de edad, indemnización y reparación para todas aquellas que no pudieron acceder a los derechos que hoy en día tienen las personas LGBTTIQ. Se prendió una bengala rosa, hubo aplausos, gritos y mucho barullo celebrando.

Entonces sí, fueron al escenario que  habían montado. Leyeron un comunicado en el que pidieron seguir trabajando juntas por la igualdad y la diversidad. Se habló de prostitución y cómo era necesario el respeto a este trabajo pero también la importancia de que el colectivo travesti-trans tuviera acceso a otras posibilidades en el mundo laboral. «Para esto es importante que haya un cupo laboral trans para la villa sin tener que pasar por tanta burocracia», manifestó en el micrófono Martina Pelinco, responsable de la Sede de la Diversidad Trans Villera y recordó que durante el Gobierno de Kirchner se promulgó la Ley de Identidad de Género y la Ley de Matrimonio Igualitario.

Martina también arremetió contra el actual jefe de Gobierno porteño: «Larreta está mandando flyers para marchar por la diversidad y no nos invitó. No vamos a ir a esa marcha. ¡Hace tres años que salimos a la calle! Encima le pusieron la marcha de la inclusión”. Nadie nos tiene que incluir, porque existimos, estamos visibles, y orgullosos. Cuanto más nos golpean y matan,

más luchamos desde el amor, porque como sabemos, el amor siempre vence al odio. Esta lucha es la que hace que sigamos vivas las travas. ¡Si estamos juntas sucede esto! En vez de una marcha, que den las máquinas de coser para las compañeras, los alimentos y el trabajo que nos negaron durante la pandemia desde la Ciudad» y finalizó diciendo «la ciudad más rica no garantiza un trabajo para nosotras y eso significa que no nos cuida teniendo todos los recursos para hacerlo”.

«No debemos olvidarnos de nuestras compañeras que lucharon haciendo posibles nuestros derechos, dando su vida para que podamos caminar libres por la calle que nos abraza. Hoy ellas tienen 60 años y no pudieron acceder a la educación, a un trabajo, porque no tenían un cupo laboral trans que las acompañará como a nosotras. Ellas necesitan una jubilación. ¡Una ley de reparación histórica! ¡Furia Travesti!», dijo Orella Infante, Directora Nacional de

Prácticas contra la Discriminacion del Inadi, cuando tuvo acceso al micrófono y añadió: “Que haya voces que hablen de lo plurinacional de la diversidad y exista cada uno de estos espacios para celebrar nuestro amor,  derechos, pero también entendiendo que estamos en medio de la campaña y debemos saber a quién votar. Es hermoso celebrar la diversidad y nuestro orgullo pero también debemos hacer política».

«Cada vez que muere un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia»

«Cada vez que muere un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia»

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Por Naiara Mancini

Fotografías: Sabrina Nicotra

Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Pozo de Quilmes.

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús finalizó su testimonio Ernesto Borzi, el hijo mayor de Oscar Isidro Borzi, quien estuvo detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno” y aún hoy continúa desaparecido.

Ernesto Borzi tenía 7 años el 30 de abril de 1977 cuando miembros del Ejército y la Policía irrumpieron en el domicilio donde vivía para secuestrar a su padre, luego de mantener durante horas cautiva a toda la familia -además de él y su papá Oscar Borzi, sus hermanos Juan Manuel y Luis Alejandro, y su mamá Ada Miozzi-. En la primera parte de su testimonio, iniciado la semana anterior, el testigo relató los tormentos sufridos por él y su familia por parte de los perpetradores la noche del secuestro de su padre. Además, Ernesto Borzi describió una situación de abuso de la que fue víctima durante las horas de cautiverio en aquella casa de la calle Hoyuela, en la localidad de Lanús.

La jornada del 2 de noviembre comenzó con la información del fallecimiento sin condena del represor Miguel Ángel Ferreyro, quien se encontraba imputado en el presente juicio. Acerca de este acontecimiento, se lamentó Ernesto Borzi: “Cada vez que por goteo fallece un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia”.

«En 44 años es la primera vez que puedo hablar. Cuatro horas en 44 años».

Para esta audiencia estaba previsto asistir a la segunda parte del testimonio de Enrique Borzi, para luego continuar con las declaraciones de sus hermanos menores, Juan Manuel Borzi y Luis Alejandro Borzi. Es por esto que, al extenderse el minucioso relato del hijo mayor de “Cacho” Borzi, el juez Ricardo Basílico le solicitó “encauzar el testimonio a los hechos investigados en la presente causa” a los fines de respetar el cronograma de audiencias. En respuesta a esta interrupción, Ernesto Borzi reafirmó su derecho a testimoniar: “En 44 años es la primera vez que puedo hablar. Cuatro horas en 44 años” y agregó: “¿Cómo no voy a poder expresarme? Mi padre no está para defenderse. Y yo no estoy para defender a mi padre. Él tuvo sus razones, que son distintas a las que tengo yo”. Asimismo, el testigo elevó el reclamo generalizado de las familias y las querellas de que se habilite una mayor cantidad semanal de audiencias por juicio: “Se nos acaba de morir otro imputado y nosotros venimos pidiendo desde hace más de 26 años, no solo que se hagan los juicios, sino que de una vez por todas se extiendan las audiencias como corresponde”. 

Durante esta segunda parte de su declaración, que finalmente abarcó la totalidad de la audiencia, Enrique Borzi profundizó en los recursos movilizados para llevar adelante la búsqueda de su padre. Así, el hijo mayor de “Cacho” Borzi relató diversas circunstancias: desde el rechazo de los innumerables habeas corpus presentados, como la posibilidad de recurrir a una vidente que prometía averiguar el paradero de personas desaparecidas a cambio de una suma exorbitante de dinero. 

Ernesto Borzi destacó también, durante su testimonio, toda la solidaridad recibida por su familia posterior al secuestro de su padre. El testigo, evocando que la noche del 30 de abril de 1977 los miembros de la patota no sólo se llevaron a “Cacho” Borzi sino que sustrajeron de su domicilio toda la ropa y objetos de valor, recordó que “los compañeros de clase elegían de sus hermanos o hermanas mayores la mejor ropa que ya no usaban, y nos la regalaban para que nosotros tuviésemos ropa en condiciones”. En segundo término, Ernesto resaltó que, durante un año, los compañeros de trabajo de la fábrica donde se desempeñaba su padre hicieron horas extras para alcanzarle a la familia la totalidad del sueldo de “Cacho” y así evitar que sus hijos y su mujer pasaran necesidades. Por otra parte, el testigo recordó que, un Día del Niño de 1979, fueron visitados por los integrantes de la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos de Lanús: “Pasaron, estuvieron en casa, querían saber cómo estábamos, invitaron a mamá a sumarse a las actividades. preguntaron cómo estábamos nosotros y si necesitábamos algo”. 

En contraposición a estos actos de solidaridad, Ernesto Borzi relató también diversas circunstancias en que él se encontró vulnerado. El testigo describió una situación de persecución vivida al finalizar la Marcha de la Resistencia organizada por Madres de Plaza de Mayo en el año 2000, donde una mujer se le acercó para conocerlo, refiriendo haber sido compañera de su padre. Esa mujer, posteriormente se enteraría el testigo, había pertenecido a los Servicios de Inteligencia del Batallón 601 del Ejército. Asimismo, Ernesto Borzi describió una situación de una denuncia policial que realizó en el año 2019, en la cual las funcionarias policiales se rehusaron a dejar asentada la condición de “desaparición forzada” de su padre, al desconocer la definición del término. El testigo se refirió a estos acontecimientos como “hechos de negacionismo” y realizó un llamado de atención: “Lo considero un hecho grave, no solo doloroso, sino institucionalmente perjudicial para el desarrollo del país y la democracia que pretendemos, en principio, como forma de vida”. 

Para describir el proceso de búsqueda de la verdad acerca de lo que había sucedido con su padre, Ernesto Borzi recitó parte del estribillo del tango “Vendrás alguna vez” de Malerba y Amadori, que profesa: “¿Vendrás alguna vez? Mentime, mentime si es que nunca, nunca volverás, porque prefiero vivir de esa mentira, que andar tras de la muerte sabiendo la verdad”. En razón de esta cita, Ernesto Borzi declaró: “Yo entiendo que esta búsqueda que nosotros iniciamos y que continuamos es ir tras de la muerte. Porque saber la verdad es doloroso. Y además ir tras de la muerte no es buscando la muerte, es simplemente intentar saber qué fue lo que pasó”. De acuerdo con este proceso de Memoria, Verdad y Justicia, el hijo mayor de “Cacho” Borzi relató que, a través de las audiencias de otros procesos judiciales, fue capaz de identificar a algunos de los represores que estuvieron en su casa aquella noche de 1977. “Pasaron los años que pasaron, vivimos los años que vivimos, con las leyes que consagraron la impunidad, y en la calle, en el trabajo, en la escuela, uno no sabía si el que estaba al lado suyo había sido uno de los que lo había secuestrado”, declaró el testigo, enfatizando en la importancia de identificar a quienes fueron artífices de estos crímenes de lesa humanidad. 

Al finalizar su testimonio, Ernesto Borzi afirmó que “el 24 de marzo de 1976 comenzó un proceso y una transformación social-económica para planificar la desigualdad”. A partir de esto, reivindicó el accionar y la militancia de su padre, Oscar Isidro Borzi, quien “en algún momento dado entendió y vio que había un proyecto de país que podía abarcar a todos, y había un proyecto de país que dejaba a muchos afuera”, y agregó: “mi padre era un obrero calificado, altamente calificado, y puso sus conocimientos y su voluntad en un proyecto político”. 

El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometido en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús continuará la semana siguiente con dos audiencias: el día 8 de noviembre declararán los hermanos López Muntaner, y el día 9 de noviembre continuarán los testimonios de la familia Borzi con las declaraciones de Juan Manuel Borzi y Luis Alejandro Borzi.

Transformar el dolor en una causa colectiva

Transformar el dolor en una causa colectiva

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Por Jazmín Stolfini

Fotografías: Sofía Ruscitti

Según el Consejo de Europa, uno de cada cinco niños, niñas o adolescentes sufrió o está sufriendo abuso sexual. Pero a pesar de que sea una realidad tan frecuente, aún constituye un tema tabú. Silvia Piceda y Sebastián Cuattromo son sobrevivientes de abuso sexual y en 2012 fundaron la Asociación Civil Adultxs por los Derechos de la Infancia con la esperanza de construir un camino colectivo de reparación histórica para las víctimas y protección de las niñeces.

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-Me acaban de llamar de C5N. A las tres salimos al aire.

Hay que preparar el bolso, y subir las cosas al auto: la ropa para cambiarse, los zapatos, las botas de lluvia por si se larga, la computadora -que tiene roto el teclado, entonces hay que llevar el otro teclado para enchufarlo-, los volantes impresos de la asociación, los papeles del auto, la perra. Que la perra haga pis antes. 

Después de media hora de subir cosas y más cosas al baúl del Toyota Etios que era blanco antes de chapotear por el barro de las calles rurales de Abasto, La Plata, Silvia Piceda y Sebastián Cuattromo, cofundadores de la Asociación Civil Adultxs por los Derechos de la Infancia, parten desde su casa hacia el canal de televisión al que fueron invitados para hablar sobre su lucha, la que llevan adelante hace nueve años. 

“Adultxs”, como le dicen ellos, nació formalmente en el año 2012, pero en realidad fue el resultado de no una, sino dos vidas dedicadas a la lucha y la militancia, que por alguna causa -o azar- coincidieron a finales de ese año.

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Silvia nació en 1967 en el Sanatorio Antártida, en Caballito, pero su familia vivía en Avellaneda. Cuando tenía diez años la abusó sexualmente un amigo de su papá. Él no hizo nada. En el 79 se mudó a Ramos Mejía, y se hizo vegetariana. Dos años más tarde volvió a Caballito, vivió ahí cuatro años hasta que terminó la secundaria, y entonces su mamá decidió divorciarse de Silvio, su papá, que se fue y los dejó sin nada. 

-Ahí empecé a vivir un poco en Caballito, un poco sin casa. Dormíamos en el kiosco en el que trabajábamos con mi hermano y mi mamá. 

En 1990, con 23 años y cursando medicina en la UBA, se mudó a un departamento de un ambiente sobre la Av. Honorio Pueyrredón con quien era su pareja en ese momento, Luis. Quedó embarazada, y en noviembre de 1991 nació Camila. En diciembre de 1991 murió Camila, y se separó de Luis. 

En 1996 conoció a un ex preso político de la última dictadura cívico militar. Se enamoró. Se mudaron juntos. En mayo de 1997 quedó embarazada, en febrero de 1998 nació Jazmín, y en octubre del mismo año se fueron a vivir a Abasto, una zona rural de la localidad de La Plata. En 2005 se separaron, y en 2009 llegó Romina, la hija de la ex pareja del papá de Jazmín, para contarle a Silvia que él la había abusado cuando tenía 11 años. Que ya había hecho la denuncia. Que tenga cuidado. Que cuide a Jaz. 

Silvia también hizo la denuncia, para proteger a su hija. Las citaron a declarar una, dos, tres, cuatro veces en un año. Jazmín dijo una, dos, tres, cuatro veces que le daba miedo ir a la casa de su papá porque ahí le agarraban ataques de pánico. En diciembre de 2010 el juez Hugo Rondina resolvió que debía seguir viéndolo, y si se negaba, la irían a buscar con la policía. Se negó: la fueron a buscar con la policía, pero Silvia y Jazmín ya se habían escapado. Vivieron prófugas de la justicia durante tres meses. “Clandestinas”, dice Silvia. En marzo de 2011 se mudaron a Almagro. 

-Yo contaba con un sueldo fijo, podía pagar un alquiler, pero no es la realidad de la mayoría de las mamás protectoras. 

Con una causa abierta, siendo multada por cada día que su hija no era entregada a la justicia como lo había dictaminado el juez, y pidiendo ayuda a toda organización que trabajara con conflictivas afines, se puso a organizar grupos de ayuda de pares entre madres que estuviesen pasando por lo mismo, porque antes había trabajado como médica en Alcohólicos Anónimos (AA) y estaba segura de que los grupos servían para sanar. Una compañera le dijo que conocía a un chico con su misma onda. Entonces Silvia lo invitó a una reunión abierta de AA. Ese chico era Sebastián. Ahí se conocieron, escuchando testimonios de Alcohólicos en recuperación.

 


Sebastián Cuatrommo.

Sebastián nació y se crió en Caballito. Iba al Colegio Marianista y los veranos los pasaba en la colonia de vacaciones de Ferro. Hincha fanático del Ciclón, en salita de cinco la maestra les pidió que dibujen a su familia y él dibujó el Gasómetro. Fue abusado por primera vez a sus 13 años, en el 89, durante un campamento escolar en las sierras de Córdoba, por un cura y profesor del colegio. 

Ir a la cancha era su pasión, pero justo en la misma época en la que sucedió el episodio en Córdoba, el Bambino Veira, que era el DT de San Lorenzo, había sido denunciado por abusar a un niño, y durante los partidos las tribunas oponentes explotaban al ritmo de “Che Bambino, Che Bambino, vos me das a Sonia Pepe y yo te doy a mi sobrino”. La hinchada del Ciclón respondía, en ese diálogo futbolero, defendiendo al Bambino. Sebastián no quiso contar lo que le había pasado: su familia -el Gasómetro- no lo iba a defender. Su familia -la de verdad- tampoco. 

Siguió adelante queriendo borrar lo que quedó detrás hasta que no pudo más, y decidió hablar. Con 23 años se lo contó a su mamá y a su papá, pero no hicieron nada, ni se indignaron. Entonces siguió hablando “en búsqueda de reparación y justicia”. Denunció a su abusador, y se constituyó como querellante de su causa. El juez a cargo decidió rápidamente que el ex hermano Marianista Fernando Picciochi debía ir preso desde ese momento. En octubre del año 2000 la policía lo fue a buscar a su casa. No estaba. El juez dictó una orden de búsqueda nacional e internacional. 

En 2001 Interpol le informó al juzgado que llevaba adelante la causa que una persona con ese nombre y apellido había ingresado a Estados Unidos a fines del año 2000. Interpol pidió al juzgado nacional que confirmen si tenían que buscarlo y detenerlo. El juzgado nacional no confirmó nada -se olvidaron-. 

Cuatro años después Sebastián estaba leyendo Buenos Aires ciudad secreta, de Germinal Nogués, y se acordó de su causa. Le llamó la atención que después de tanto tiempo no haya habido noticias sobre el paradero de Picciochi. 

-Averigüé dónde quedaba la sede de Interpol en Argentina. Estaba en la zona de los bosques de Palermo. Fui con una mochila con las fotocopias del expediente, y me fui presentando con todas las personas que veía, desde el portero hasta los policías de Interpol que estaban encargados de la investigación de mi causa -hace una pausa, abre los ojos. Toma aire y sigue-. Ahí me dicen que desde el juzgado nunca les confirmaron si había que detenerlo. 

A partir de ese momento Interpol comenzó su búsqueda. En 2007, tres años más tarde, lo encontraron. En realidad lo encontró Sebastián, porque el dato se lo dio a él un amigo del acusado, que le dijo el nombre de la persona con la que Picciochi vivía en ese momento, y así localizaron su domicilio. Vivía en Los Ángeles, con una identidad falsa. Ahí se inició otro proceso judicial que culminó en 2010 con una victoria del juicio de extradición en Estados Unidos. Lo trajeron a Argentina, y comenzó el juicio -el de acá-. En septiembre de 2012 lo declararon culpable y fue condenado a 12 años de cárcel. 

Conoció a Silvia saboreando su victoria, pero con sed de que la reparación y la justicia se vuelvan la realidad de todas las víctimas, y no una cuestión de suerte, o de tarea de inteligencia.

Ambos son militantes indiscutibles, de esos que no conciben el trauma individual como tal, sino que levantan las pancartas de “lo personal es político” bien alto. Tan alto que llegaron a constituirse como la Asociación Civil referente en el tema de abuso sexual contra la infancia a nivel nacional. Tan alto que cuando hay una noticia sobre algún abuso, los medios hegemónicos y no hegemónicos los llaman a ellos para que den su testimonio. En este caso fue C5N. 

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-Sebastián, ¿te podés apurar?- le insiste Silvia parada a un costado del auto que ya está estacionado, y la puerta del conductor y el baúl, abiertos.

Sebastián tiene las piernas afuera, en el aire. Está en posición de gateo sobre el asiento. Con una mano se apoya para no caerse de trompa contra el volante y con la otra agarra unos volantes que quedaron bien atrás de la guantera. Se estira porque no llega. 

-Cuattromo, vamos a llegar tarde. La nota es a las tres. Ya tenemos volantes para entregar- vuelve a insistir Silvia. 

Sebastián sonríe, pero no sale del auto. Después de varios manoteos consigue agarrar un bollo de volantes, que ahora están todos arrugados. Sale del auto, cierra la puerta, y ahí mismo intenta plancharlos con las manos. No lo logra, y así como están los guarda en la mochila que tiene el cierre roto. Cierra la puerta, va hacia el baúl y baja una valija verde -grande-, de esas que exceden el peso límite en los aeropuertos. Con la mano que le queda libre cierra el baúl. 

Ahora sí, caminan hacia la puerta del canal. 

 

Silvia Piceda.

Silvia y Sebastian se conocieron y un tiempo después se enamoraron. En 2013, ella y su hija se habían mudado -otra vez- de Almagro a Primera Junta. Y él vivía -y vivió siempre- cerca del Cid Campeador. Iban y venían de una casa a la otra, unos días en lo de Sebastián, otros en lo de Silvia, hasta que en 2016 decidieron mudarse todos juntos a la casa de él. 

Mientras tanto, la casa de La Plata, de la que madre e hija se habían escapado seis años atrás, se mantuvo abandonada durante mucho tiempo, pero Silvia no lo sabía. Mientras su hija era menor de edad le daba miedo acercarse al lugar por si la encontraban y la obligaban a entregársela al progenitor. Cruzar el Riachuelo y agarrar la ruta 2 más que señal de vacaciones, era de alerta, porque en la Provincia de Buenos Aires no contaban con la protección legal que, en forma de restricción de acercamiento, habían conseguido en CABA. 

-Me daba miedo todo. Todo lo que hacía o no hacía podían usarlo para re-vincular a mi hija con el delincuente. Los jueces y abogados me decían que mi carácter no ayudaba, que era muy iracunda. 

Habiendo cumplido Jazmín sus 18 años, y con el apoyo de Sebastián y de una abogada que le dijo “Vos sos dueña de la casa. No tenés que pedir permiso para entrar”, Silvia decidió volver. Decidió volver, así como vuelve un exiliado, con el miedo de lo que se va a encontrar, pero con el amor hacia lo que identifica como suyo y quiere recuperar. 

En mayo de 2017, Silvia, Jazmín y Sebastián cruzaron el Riachuelo y agarraron la ruta 2. No se iban de vacaciones: volvían a su casa. 

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-Pasen por acá y ahora los llevo al camarín así dejan sus cosas y los maquillan, después los microfoneamos. Faltan veinte minutos más o menos- los recibió la asistente de producción del programa con una sonrisa amable que se podía ver en sus ojos, porque la boca se la tapaba el barbijo. 

Silvia y Sebastián están acostumbrados a salir en la tele, pero igual se ponen nerviosos. En realidad, el que se pone más nervioso es Sebastián, que antes de cada entrevista no puede parar de caminar de un lado al otro. Le pregunta y repregunta a cualquier persona que parezca trabajar en el canal si falta mucho para salir al aire. Silvia está sentada, mirando videos en Youtube sobre cómo hacer tu propio canal de riego para la huerta. Después de unos 10 minutos los llama la asistente con ojos de sonrisa amable para que pasen al estudio. Los conductores están al aire hasta que anuncian que se van a la pausa. Se relajan, se dicen algo entre ellos y después se acercan a Silvia y Sebastián que están detrás de una de las cámaras. Los saludan con el puño, “Bienvenidos, un gusto”. Los acompañan hasta sus asientos y les explican que cuando el productor diga “aire”, están al aire. 

-¡Aire!

Dan su testimonio, como siempre. Con la alegría y esperanza del camino compartido, dicen. Son sobrevivientes que supieron transformar su dolor en una causa colectiva. Es la magia de la palabra compartida, dicen. Son resilientes, porque cuidar la infancia es una tarea de todos y todas, porque “una herida en nuestra historia no es un destino”, dicen. 

Salen del estudio y pasan por el camarín para agarrar las cosas. Sebastián ya repartió volantes en todos lados: al guardia de la entrada, en el mostrador de la recepción, a los conductores, en el camarín, a la maquilladora -la maquilladora le contó que ella también fue abusada cuando era chica. Que qué bueno lo que hacen-. 

Con la valija verde en mano se van del canal. Él camina mirando el celular, está revisando los mensajes que ya empezaron a llegar por la entrevista de recién. Personas de todo el país se comunican para felicitarlos o para contarles que fueron abusados, o sus hijos, o su amiga, o sus sobrinos, o para agradecerles que gracias a su testimonio ahora no se sienten tan solos. Ella lo agarra del brazo para que no se tropiece. Llegan al auto, guardan la valija en el baúl y entran. 

-Me acaban de hablar de América. Mañana salimos a las cinco. 

 

Sobrevivientes

Este lunes 1° de noviembre, la Editorial Alfaguara lanzó el libro Somos sobrevivientes, escrito por los escritores y las escritoras Claudia Aboaf, Fabián Martínez Siccardi, Gabriela Cabezón Cámara, Juan Carlos Kreimer, Sergio Olguín, Dolores Reyes y Claudia Piñeiro. La obra está inspirada en ocho sobrevivientes del delito de abuso sexual en la niñez, que forman parte de la Asociación civil adultxs por los derechos de la infancia. Cada autor/a relató una de las historias, siendo Claudia Piñeiro la creadora del relato sobre Sebastián Cuattromo, presidente de la Asociación, y Claudia Aboaf de la historia de Silvia Piceda, fundadora de la misma.