Una banda única en el mundo

Una banda única en el mundo

La Banda Sinfónica Nacional de Ciegos es otro invento argentino. Realiza sus ensayos y presentaciones con partituras en braille. El director da las indicaciones con chasquidos de sus dedos, o de cualquier manera audible. Crónica de un ensayo lleno de luz.

Los chasquidos interrumpen el barullo en el anexo del Ministerio de Cultura enclavado en Almagro. Ese es el refugio para los ensayos de la Banda Sinfónica Nacional de Ciegos. Los músicos en la sala forman un semicírculo. Los vientos se sitúan al frente, del más agudo al más grave; detrás se colocan las cuerdas, y al fondo la percusión y el piano. En el centro, frente a los músicos, se ubica el director de orquesta. Desde su alto asiento y con movimientos marcados y sonidos certeros se encarga de que funcionen como un reloj.

Algunos músicos repasan con sus dedos las partituras durante las pausas del ensayo, para refrescar su memoria sobre alguna parte de la composición. El movimiento de pies y de cabezas marca el ritmo de los clásicos que tocan. Sólo resta escuchar.

Un poco de historia

Integrada por 55 músicos, ciegos y no ciegos, la banda sinfónica es la única de su tipo en el mundo. Bajo el nombre de su fundador, el maestro Pascual Grisolía, el 15 de octubre de 1947 se presentó por primera vez en un escenario. Ese día interpreó un clásico de clásicos: “Sinfonía inconclusa” de Schubert.

La banda forma parte de los organismos estables que dependen del Ministerio de Cultura nacional y su objetivo es difundir el repertorio sinfónico de la banda y música originaria de nuestro país. Se puede entrar de dos formas: por concurso o contratado. En ambos casos se requiere la certificación de la discapacidad visual y cumplir con antecedentes musicales. Para poder ingresar se realiza una demostración del instrumento que el aspirante toca frente a un jurado integrado por los músicos, el director y otras autoridades.

Gerardo “El Flaco” Kessler ingresó a la banda como trompetista gracias a su presentación en los concursos del lejano 2006. En 2008 logró la estabilidad cotractual. Kessler padeció síndrome de Marfan, una condición que produce debilidad de la retina con posibilidad de desprendimiento y que afecta a una de cada 10 mil personas. Tuvo el primer desprendimiento a los 12 años. A los 18 quedó completamente ciego. La música, cuenta, estuvo siempre muy presente en su vida: “Después de quedar ciego me aferré bastante a ella. Fue uno de los cables a tierra, en ese momento con la guitarra”. Después tocó la trompeta, hasta que una cirugía de corazón lo obligó a cambiar de instrumento, por la exigencia física que supone soplar los largos tubos de metal. Pasó al saxofón, y se sumó a la banda en 2015. “Terminó toda esa historia en empezar a tocar un instrumento que quizás, en un primer momento, no había tenido la oportunidad porque no había vacantes, pero que siempre me gustó -explica Kesler-. A mí me encanta la música. Soy capaz de hacer música con lo que sea, entonces fue un desafío lindo, no lo sufrí tanto

En 2015 también entró a la banda el clarinetista Federico Kruszyn. Ingresó después de participar en los seminarios Banda abierta en 2012, 2013 y 2014, en los que músicos externos realizaban tres ensayos y un concierto final. Kruszyn es ciego total de nacimiento, por una retinopatía de prematuridad, un desarrollo anormal de vasos sanguíneos en la retina del ojo que ocurre en bebés que nacen precoces. El primer contacto que tuvo con la música fue a través de un piano que estaba en su casa familiar de Lomas de Zamora. Con apenas 8 años empezó a tomar clases con una profesora que le enseñó a leer las partituras en braille. Cuando cumplió 12, su profesora le propuso acercarse a un instrumento de viento, con la idea de a futuro entrar a la banda. Le dio la idea del clarinete. “Por varios años lo estudié y lo tomé como un trabajo, mientras lo que me gustaba en realidad era el piano, hasta que empecé a tomar clases con Amalia de Giudice, mi profesora actual, y ella me cambió la cabeza”, dice Kruszyn. Sobre su participación en la banda, señala: “el organismo te da estabilidad, vos sabés que a fin de mes tenés el sueldo, después le agregás otros ingresos. Soy docente de musicografía braille en dos conservatorios. Tuvimos que golpear puertas porque las cátedras no existían y hubo que crearlas de cero”.

Oído absoluto

La lectura de partituras en braille es una importante forma de aprendizaje que acompaña a los ejercicios de memorización. Según Kessler, la desventaja siempre fue que con el desgaste común de las hojas, los puntos se aplastan y se deben copiar a mano. Aunque eso cambió al tener una impresora braille, porque los que crean esas partituras lo hacen de forma digital y queda un archivo. Ahora solo hace falta volver a imprimirlas.

“Corchea blanca que con un punto negro la cambiamos a negra. Tutti cambio de tonalidad. Negra con punto semicorchea .Tutti, ¿puede ser? La última frase con diminuendo. Vamos con tutti”, indica el director durante el ensayo, mientras repite incansablemente cada pasaje con pequeñas variaciones, como armando un cubo mágico al que le da vueltas hasta que todos los colores están alineados.

“Tiene que haber mucho diálogo entre los músicos y el director porque todo debe fluir”, dice el clarinetista Kruszyn sobre el ejercicio simbiótico. “El maestro actual es muy joven, es un tipo muy piola, muy abierto. Porque una de las cuestiones a la hora de elegir a la Banda Sinfónica de Ciegos es un poco salir de lo que ellos están acostumbrados”, suma Kessler sobre su director.

La banda tiene un sistema de directores invitados que van rotando. En la actualidad, el maestro Agustín Tocalini ocupa ese rol. Nació hace 31 años en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, y es uno de los directores más jóvenes de la historia de la banda. Es asistente de dirección de la Orquesta Sinfónica Juvenil Nacional José de San Martín y profesor en la Universidad Nacional de las Artes (UNA).

“No existen las casualidades, sino las causalidades”, asegura el joven maestro. Tocalini cree que su llegada a la banda estaba predestinada. Su mamá era directora de una escuela de educación especial, su papá fue perdiendo su audición y tiene una amiga, Inés, que “es ciega y canta muy bien”. Llegó al puesto gracias a un convenio del Ministerio de Cultura, el Ministerio de Educación y la UNA para organizar una tecnicatura dirigida a los músicos de la Banda Sinfónica.

Además de hacer los típicos movimientos con sus manos, el director debe establecer una marca sonora para que los músicos entiendan el ritmo y toquen en conjunto. Esto puede ser con el chasquido de los dedos, o bien haciendo sonar la batuta sobre el atril o cantando las notas que luego son replicadas por los instrumentos.

La calidez de Tocalini se imprime en cada una de las indicaciones y en los momentos en que escucha las sugerencias de los músicos, que después incorpora en la ejecución. Esa cercanía aumentó después de su última gira por La Pampa, en la que músicos y director tuvieron la oportunidad de conocerse más personalmente. “Fue una linda experiencia –resalta Tocalini-, aunque es raro, porque los grandes no están acostumbrados a que los dirija un joven”.

A toda orquesta

Una de las dificultades que sufre la banda tiene que ver con su difusión en el ambiente musical y con la captación de nuevos músicos por el doble requisito de ser ciegos y músicos destacados. La escasez de información sobre la banda dificulta el recambio. “Si un chico ciego quiere aprender música, ¿existen las condiciones para que vaya a un conservatorio o a algún instituto público si no puede solventarlo? Muchos chicos no van porque creen que no van a poder leer las partituras. Falta información en el ambiente y que se tome a la música como una posibilidad. La música no está como una opción y eso es sobre lo que hay que trabajar, entren o no a la banda. Primero fórmense como músicos, y después vemos”, reflexiona Kruszyn.

“La banda es un lugar de oro, no solo porque dignifica el trabajo de estas personas, sino porque es una especie de oasis en un campo en el que no existe ni siquiera la posibilidad de laburar”, destaca orgulloso el director Tocalini al despedirse. 

Una muestra fotográfica sobre las esclavas sexuales de la Segunda Guerra Mundial

Una muestra fotográfica sobre las esclavas sexuales de la Segunda Guerra Mundial

Las Abuelas de Plaza de Mayo junto a la Asociación Coreana exhiben las imágenes del reportero japonés Yajima Tsukasa para visibilizar un crimen de hace casi 90 años.

En el marco del mes de la Mujer y de la Memoria se inauguró la muestra fotográfica “Mujeres de Confort. Coreanas en la diáspora” del fotógrafo japonés Yajima Tsukasa. En ella se retratan momentos cotidianos de sobrevivientes coreanas, quienes durante la Segunda Guerra Mundial fueron captadas y esclavizadas sexualmente por el ejército japonés. Hasta el 31 de mayo, las puertas de la Casa por la Identidad en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) estarán abiertas al público de manera libre y gratuita para dar visibilidad a este crimen que ha sido silenciado durante décadas.

La exposición, organizada por Abuelas de Plaza de Mayo y la Asociación Civil de Coreanos en la Argentina, estuvo bajo la curaduría de María del Pilar Álvarez, politóloga y especialista en la temática, quien informó a los presentes sobre este hecho aberrante que miles de mujeres, provenientes de Corea en su mayoría, pero también de China, Indonesia, Filipinas y Vietnam, sufrieron entre 1939 y 1945. Las fotografías fueron tomadas en 2004 por Tsukasa, y en ellas se pueden observar los rostros de ancianas en espacios como la cocina, el patio y la sala de estar; se trata de aquellas mujeres que, a pesar de lo que vivieron, lograron continuar con sus vidas y decidieron dar sus testimonios sobre el terror al que fueron sometidas.

Además de Álvarez, el panel expositivo que inauguró la exhibición contó con la presencia de Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo; Paula Sansone, coordinadora de la Casa por la Identidad; Dante Choi, representante de la colectividad coreana; y el reportero gráfico Alejandro Reynoso, quien recalcó la importancia de la fotografía como herramienta política para no olvidar el pasado y darle voz a aquellos que ya no la tienen.  

El primero en hablar fue Choi, quien expresó: «La primera palabra que representa esta reunión es la ‘empatía’, el sentimiento quizás más importante del ser humano». Más tarde, en diálogo con ANCCOM, agregó que “el hecho de que las Abuelas de Plaza de Mayo haya aceptado hacer esta muestra significa la empatía que tienen las abuelas argentinas hacia la historia de las abuelas coreanas”, y manifestó su agradecimiento con las organizaciones argentinas que acompañan la lucha y dan a conocer las violaciones que ocurren en otros países.

Siguiendo la misma línea, Álvarez recalcó el protagonismo que tiene Argentina en materia de derechos humanos y expresó: “Estando en la Casa por la Identidad, el compromiso de traer esta historia es abrir también este lugar a un montón de otras identidades que fueron, de alguna manera, arrebatadas como en el caso de las mujeres de confort”. Según la especialista, la realización de esta exposición es una gran muestra de solidaridad hacia las comunidades migrantes del país, ya que muchas veces no se reflexiona sobre la posibilidad de dialogar con otras colectividades que han sufrido problemáticas similares a las de la sociedad argentina.

Durante la década del 1980 se inició el movimiento de base que dio a conocer, mediante los testimonios de las sobrevivientes, esta parte de la historia que había quedado relegada al olvido. Se estima que entre 200.000 y 400.000 mujeres, provenientes de sectores marginados, fueron colonizadas y retenidas por la fuerza en las denomidas “estaciones de confort”, ubicadas principalmente en China, donde eran sometidas a torturas y violaciones por los soldados japoneses. Según el testimonio de Park Seo-Un, primera mujer en relatar publicamente lo ocurrido, muchas de ellas no soportaron el calvario en el que estaban inmersas y se convirtieron en víctimas del suicidio. Por ese motivo, fueron pocas las que lograron regresar a sus hogares de origen y retomar sus vidas luego de la guerra; el trauma ocasionado por el horror, la vergüenza, la pobreza y el desprecio por parte de la sociedad fueron las causas de esta marginalidad.   

“Fueron años de silenciamiento forzado por una cuestión de género; toda esta problemática se inscribe en un mundo patriarcal, donde las mujeres no tenían derechos y la violencia hacia el cuerpo de la mujer estaba normalizada”, declaró Álvarez, agregando la perspectiva de género a la problemática. La investigadora subrayó que durante esos años las mujeres prácticamente no tenían derechos y muchas veces eran desplazadas, vendidas o tenían que depender de un hombre para poder vivir. Más allá de que con el pasar de los años ganaron más posición al tratar de transformar su realidad, esto sigue siendo muy difícil para ellas debido al negacionismo sostenido por el gobierno japonés.

Minutos antes de que el acto de inauguración llegase a su fin, Carlotto tomó la palabra y exclamó: “Hoy tenemos la suerte de que esta gente amiga nos permite conocer también la historia de su país y hermanar la lucha». Entre aplausos, la referente de Abuelas concluyó: “Sigamos pensando qué más podemos hacer juntos para que la memoria funcione y el Nunca Más sea una realidad».

La domesticación de la cultura

La domesticación de la cultura

Se estrena Danubio, una ficción documental que da cuenta de las operaciones de inteligencia de la dictadura de Onganía sobre los artistas de Europa del este en el Festival de Cine de Mar del Plata.

Este jueves 9 de marzo se estrena Danubio, una ficción documental dirigida y producida por Agustina Pérez Rial que busca recrear lo que sucedía en el año 1968, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, cuando los servicios de inteligencia se dedicaban a vigilar “la infiltración del comunismo en la cultura”. La producción llega a la Sala Leopoldo Lugones de la Ciudad de Buenos Aires buscando interpelar al público a través de una historia inédita.

Siendo licenciada en Ciencias de la Comunicación y habiendo recorrido un largo camino en el ámbito académico, Agustina Pérez Rial decidió buscar su lugar en el mundo de lo audiovisual ya que “sentía que había algo de la forma académica y escrita que tenía un límite en cuanto a las personas que se podía llegar”, según contó en diálogo con ANCCOM. Fue en ese momento cuando Paulina Battendorff, compañera y  guionista de Danubio, le acercó unos legajos de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA) que hablaban sobre las persecuciones que se llevaron a cabo en el Festival de Cine Internacional de Mar del Plata, durante el gobierno de Onganía y en plena Guerra Fría, cuando el comunismo era objeto de terror y persecución.

“Ese legajo tenía solo tres hojas en las que se hablaba de una fiesta que había hecho una sociedad Danubio para que miembros del Partido Comunista local marplatense se pudieran acercar a las delegaciones de los países del este que vinieron al festival durante el año 1968”, relató la directora y comentó que “el primer trabajo fuerte era ver quiénes eran las personas que estaban en esos legajos porque todos los informes eran anulados por Habeas Corpus y Habeas Data para que los nombres no estuvieran expuestos. Más allá de eso, por la manera que tenían de describirlos fue posible averiguar quiénes eran haciendo un trabajo de contrainteligencia”. Es que, más allá de la ficción, la película fue fruto de seis años de una intensa investigación y recopilación de archivos mediante la cual se nos permite entrar en una época de la que poco se habla. Sobre esto, Pérez Rial confesó que “fue muy difícil encontrar los archivos, muchos estaban en manos de coleccionistas privados y eso nos hace pensar el problema del acceso público a los archivos que son parte de una memoria que está muy dispersa”.

La película fue fruto de seis años de investigación y recopilación de archivos.

Mediante una amplia recopilación de archivos de diferentes tipos, ésta ficción documental busca recrear una época en la que el cine, como referente de la cultura, era objeto de censura y de vigilancia por ser considerado peligroso. “En esa época se pensaba que una persona por ir a ver una película podía salir convertida en comunista. El miedo era directamente a la cultura, eso es lo más interesante de la época”, expresó la directora y agregó: “Primero vino la domesticación de la cultura y luego la de los cuerpos en los años posteriores, una domesticación que también era cultural pero que antes estaba más escondida”. Por lo que más allá de la época, Danubio intenta que el público pueda interpelar y repensar la relación entre la cultura y la política en la actualidad.

Danubio se presenta como una ficción documental que sobrepasa todos los límites de un documental tradicional porque hace hablar a la época desde el lugar de la mujer, un lugar de enunciación poco común en una sociedad ampliamente masculinizada. “La historia se cuenta desde la voz ficcional de una mujer rusa que en sí nunca existió, sino que está hecha de mil retazos de entrevistas e investigaciones y representa a todas las que podrían haber sido perseguidas en ese momento”, sostuvo la directora.

Por otro lado, se vuelve interesante pensar el lugar que ocupa la ciudad de Mar del Plata en ésta historia, aquella ciudad “feliz” en la que se realizaban operativos de censura y de inteligencia para controlar a los miembros del Partido Comunista. “Mar del Plata tiene un lado facho muy fuerte –subraya la directora-. Es una ciudad de tres meses de actividad y nueve meses de retracción. En su momento le molestó mucho el peronismo, sobre todo cuando las vacaciones fueron universales y empezaron a llegar las masas: lo necesitó pero le molestó”. Danubio también busca mostrar aquel lado de la “ciudad feliz” que está oculto y es importante conocer.

Después de recorrer festivales nacionales e internacionales Danubio llega a la Sala Leopoldo Lugones, perteneciente al Complejo Teatral de Buenos Aires, del 9 al 12 de marzo a las 21 y del 14 al 16 de marzo a las 18, para invitarnos pensar, reflexionar y disfrutar de una historia nunca antes contada.

 

«En la escuela me decían que no existíamos»

«En la escuela me decían que no existíamos»

Víctor Vargas Filgueira trabaja en el Museo del Fin del Mundo y es autor de “Mi sangre Yagán”. Artesano e investigador de la cultura de su pueblo, cuenta su historia y la de su comunidad. ¿Cómo es ser indígena en el siglo XXI?

Es domingo por la tarde, un hombre recorre las céntricas y vertiginosas calles de Ushuaia con su campera rompevientos azul y su mochila negra. Con paso seguro se dirige a la cafetería de la esquina de Rosas y San Martín donde lo esperan. Encuentra rápidamente la mesa y luego de pedirse un café, comienza la charla.

Cuénteme sobre usted, ¿quién es Víctor Vargas Filgueira?

Soy un integrante de la comunidad Yagán de Ushuaia. Estamos instituidos ante el INAI desde el año 2021, nos han reconocido después de muchos años de burocracia, de idas y vueltas de papeles. Mi madre es Catalina Yagán, pertenece a los últimos integrantes de aquel pueblo que fuera colonizado en los primeros años del 1900. Ella nació en 1930 y nos trajo su legado, sus costumbres, con la finalidad de conocerlas y emularlas, salvando las distancias, desde nuestro contacto siempre presente con la naturaleza.

Imagino que siempre supo que era Yagán pero ¿cuándo comprendió el significado histórico y cultural que implica?

Nosotros nacimos y sabíamos que pertenecíamos a ese pueblo, nos lo decían. Cuando empecé en la escuela no entendía, porque me decían que no existíamos más. Me contaban la historia desde un punto de vista muy cerrado y eso me impulsó a ser autodidacta, a pasar veinte años de análisis. Cuando mi madre podía ir a lugares como Punta Arena, en Chile, donde había más literatura que hablaba sobre los pueblos, siempre me traía un libro de regalo. Con 12 ó 13 años, la inquietud iba creciendo. Fue un proceso de redescubrirse uno mismo, de entender que el paso del tiempo fue dejando de lado a los pueblos originarios. Tenemos una conquista tangible, en la que se cazó indígenas, literalmente. Y luego estuvo la conquista oral, esa que llevó a que los pueblos empiecen a separarse, que digan: “No quiero ser indio y no quiero ser lo que se dice de ser indio.” Había algo que no podía explicar y que me llamaba a mi origen. Ello me llevó a no tener vergüenza de hurgar y cuando analizaba encontraba sabiduría. Pero sabía que la sociedad fueguina en ese momento, veinte años atrás, no estaba preparada para que alguien dijera: “Yo soy descendiente de Yagán.” Aún no era el momento de hablar, sabía que podía ser perjudicial para nosotros. Entonces, si bien existía un orgullo puertas adentro y hablábamos de las costumbres, afuera no había todavía que decirlo. 

¿Qué fue lo que cambió para que dieran ese paso?

La sociedad cambió pero también lo hicieron los integrantes de nuestros grupos, quienes también están presentes en Puerto Williams. Sabíamos que éramos pocos, en la actualidad somos entre 150 y 200, así que dijimos “es ahora o nunca.” Eso nos llevó a tomar el toro por las astas y ver qué se podía hacer con el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) Además, mi mamá ya era reconocida en la CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena) en Chile. A muchos de los nuestros se los registró allí, somos un pueblo nómade que navegaba de Puerto Williams a Ushuaia permanentemente. Aunque no se conozca mucho, tenemos el Artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional Argentina que habla del derecho de los pueblos, que el Estado los debe reconocer, tiene la obligación de hacerlo. Pero no se cumple y cuando te presentas, te piden todo tipo de documentación. A nosotros nos impulsó el encontrar a nuestro bisabuelo en literatura de investigadoares del pasado. Había que recuperar esa historia y como investigador familiar me resultó muy impactante. Mi mamá lo conocía como Tomás y al leer al sacerdote y antropólogo Martín Gusinde, ahí  estaba él. Ese cura hizo un montón de trabajos de campo y entre los que no se llegaron a publicar encontré el nombre Asenewensis. Así descubrimos su nombre original, no Tomás, y al conocer la lengua supimos que había nacido en un lugar boscoso porque significa “hombre del bosque”. Todo eso te va llamando y atando cabos, estudiando llegamos hasta el día de hoy.  Luego, con información que llegó de Chile, descubrí que era el Yekamush, es decir, el Chamán, el hechicero, el hombre sabio. Tuve la posibilidad de leer la ceremonia de duelo más importante que tenían los Yaganes, cuando muere mi bisabuela. Se me caían las lágrimas. Tuvo una vida excepcional. En ese ir descubriendo fuimos entendiendo la importancia que tenía poder formar esa comunidad y brindarle conocimiento a la gente. Por otro lado, entendimos la encrucijada en la que nos encontramos en relación al medio ambiente. La gente cree que nació como vivimos hoy: en la gran ciudad con los rascacielos y que no hay naturaleza. Por eso debíamos llevar nuestros saberes e incorporarlos a los museos, las escuelas. Es lo que necesita el planeta y la gente queda impactada con el mensaje porque es muy sencillo y no hay un libreto, todo viene del conocimiento.

«¿Qué nos deja a nosotros el arqueólogo, el historiador, el artista? Había un chico que había grabado distintos audios de Tierra del Fuego entre las que estaban los cantos de las abuelas del pueblo Yagán, tenía dieciséis premios internacionales», cuenta Vargas,

Tuvo la oportunidad de ir a la Sorbona de París, ¿cuál es la mirada que tienen allí respecto a los pueblos originarios? ¿Hay diferencias en relación a nuestro país?

En la sociedad en general hay mucha ignorancia. Tal vez la gente más vinculada al ambiente tiene más curiosidad, más interés. Nosotros estuvimos diez días en el sur de Francia, en Bayona, donde se hizo un festival en honor a los pueblos originarios de Tierra del Fuego. Todo aquel que trabajaba en relación a los pueblos fue invitado y presentaba su temática. Había un panel donde nosotros interactuábamos y decíamos qué nos había parecido y en qué fallaban. Pero era muy curioso porque nadie había pedido autorización, nosotros no sabíamos nada. Llegamos junto con un hermano Yagán y una hermana Selk’nam, del pueblo del norte. A ella le mostraron un libro con una entrevista que le habían hecho tiempo atrás y nunca le dijeron para qué era. Hubo momentos en los que tenías que pararte e irte porque era una locura lo que hacían. Un chico de Gran Bretaña, desnudo con plumas pegadas al cuerpo y con un slip, haciendo un baile y sonidos en los que buscaba mostrar la colonización de Tierra del Fuego, pero era tan loco el baile que terminaba siendo una falta de respeto. Hay cosas que la gente no entiende, cuando respetas y sos respetado, tenes que saber que nadie entra a la casa de alguien, le saca los cuadros, los audios de la abuela y se lo llevan para mostrar y lucrar en otros lados. Eso forma parte de la privacidad. ¿Qué nos deja a nosotros el arqueólogo, el historiador, el artista? Había un chico que había grabado distintos audios de Tierra del Fuego entre las que estaban los cantos de las abuelas del pueblo Yagán, tenía dieciséis premios internacionales. Está perfecto que vos trabajes con eso pero anda a la casa de las abuelas y fijate cómo están, no les dejaste nada a ellas. Existe un video realizado por franceses en el año 1925 donde está mi bisabuelo. Los derechos los tiene una familia francesa y yo no tengo ningún tipo de derecho. Es muy loco, muy contradictorio.

Ustedes conformaron la Comunidad Paiakoala. ¿Cuáles son los proyectos, ideas y luchas que tienen por delante?

Paiakola significa “gente de la playa”. Mi proyecto ahora es personal porque vi que la burocracia te para, te frena. Es muy difícil tener un proyecto de tierra cuando el INAI me lo puede dar dentro de treinta años o incluso más, cuando ya me esté por ir de este mundo. Si es que me lo da. Cuando obtuvimos la personería comenzamos con el relevamiento territorial, se trata de decir “vengan a ver las tierras que quiero para mi comunidad”. Estamos en 2023 y aun no vinieron, ni si quiera nos conocen cara a cara.

¿Se trató de una cuestión de un título pero las cosas no cambiaron? 

Por eso no simpatizo con ningún partido político, trato de que mi corazón me diga “este es más sincero que los otros”. Hoy lo único que quieren es la foto y nosotros, como sociedad en general, somos un número para ellos. Por eso no me ato a nadie y a mis jefes del museo en el que trabajo les digo: “Vos sos político cuatro años pero yo soy Yagán toda la vida”. En el Congreso del Patrimonio Patagónico, una vez me dijeron que nos teníamos que empoderar. Yo ya venía empoderándome por eso soy respetado en mis charlas, todos comprenden que el mensaje está bueno y cuando me decían que me iban a poner un libreto yo contestaba que entonces me iba. Yo respondo a mi sentido común y a eso apelo en mis charlas. Si yo digo que termino de hablar y me voy volando a casa, no me crean porque nadie puede volar. Nos dijeron que íbamos a cruzar la estratósfera y nos van seguir diciendo cosas, hay que estar atentos porque de eso depende el futuro de nuestros hijos. La posibilidad de estar en los dos ámbitos genera una apertura mental y permite decir “esto sí y esto no”. Tenemos que ponernos a la altura del llamado “blanco” y trabajar con las mismas herramientas que tienen ellos. La Constitución Nacional, los artículos que nos amparan, las leyes de derecho a la tierra, hay que conocerlo todo. Esa es la forma de luchar. Y hay que dejar de tener la autoestima cinco metros bajo tierra. Se trata de estar equilibrado, no me subestimes porque vengo de un pueblo subestimado y si lo seguís haciendo, tenés todas para perder.

«Nos queda algo que es fundamental y que se lo hago ver a la gente: venimos de la naturaleza. Es cuestión de ir a un campamento y ver lo distendido que estás y darte cuenta lo apretado que te sentís en el cemento», subraya Vargas.

¿Cuál es el mensaje que da en el museo, qué quiere transmitirle a la gente?

En principio, tengo el pensamiento de que si el “indígena” no iguala al “blanco” nunca va a luchar por sus derechos. Tenemos que igualarlos primero, figurativamente hablando. Lo principal de mi mensaje es que ellos eran y somos seres humanos. Luego de eso los elevo, contando lo hermoso que tenían, todo su contenido, sus costumbres, el trabajo en equipo, la carencia de pertenencia, de sentido de propiedad. La gente queda asombrada y piensa ojalá fuéramos así porque nosotros, hoy en día, queremos todo lo que tienen los demás. Ellos no vivían en ese mundo y hay que darlo a conocer para lograr un 10% de eso. No se trata de volver a sacarnos la ropa, mi anhelo es que todo el mundo tenga en el bolsillo la cuestión del origen de su identidad. Por eso todo lo que es el “baby shower”, el “happy hour”, todo eso lo destruyo en mi charla también. No nos colonizan, nos colonizamos nosotros hoy en día. Saquemos lo que no nos sirve y tomemos ese trabajo en equipo, la cooperación familiar, los nenes cuidando el fuego con los abuelos, la mamá remando. ¿No hay una familia hoy que podría llegar a ser así? Muestro aquello que no se ve, abro ojos que están cerrados o que tienen una anteojera. Yo vine a este mundo a brindar un testimonio, a dar a conocer que los Yaganes estamos vivos, que existe un mensaje natural y que debemos tener una acercamiento con la naturaleza. Siempre doy el ejemplo del castor: si en la mesa que designó la llegada de ese animal a Tierra del Fuego hubiese estado sentado un integrante de los pueblos originarios, o alguien con conocimiento natural, hubiera advertido y explicado por qué no. Hay que dejar en claro que el sistema ecológico funciona a la perfección donde sea, no hay que cambiarlo. Nosotros conocemos, sabemos porque nos hemos criado rodeados de animales, entendemos la naturaleza. En la actualidad, con la artificialidad en la que vivimos hemos perdido mucho.

Por fuera de la comunidad Yagán, ¿qué le queda a la sociedad actual de este pueblo?

Nos queda algo que es fundamental y que se lo hago ver a la gente: venimos de la naturaleza. Es cuestión de ir a un campamento y ver lo distendido que estás y darte cuenta lo apretado que te sentís en el cemento. Es algo que tenemos todos, no se perdió, el humano sigue siendo humano. Cuando vas a tomar mate no elegís la escalera de cemento sino que vas a la placita, buscas pasto, un árbol. La naturaleza nos llama, el origen nos está llamando. Tal vez aquí los ancestros estén más cerca porque está más fresca la huella de aquella conquista, de ese asesinato. Mucha gente tiene esa inquietud al venir acá, hay energía. Quizá sea así. Una vez me preguntaron en un coloquio sobre el cambio climático, si tenía esperanzas de que pueda cambiar la situación. Y sí, si no me quedaría en mi casa haciendo zapping. Todos somos humanos y sé que en el fondo tenemos esa naturaleza. Poder hablarle y llegarle a chicos que tal vez han salido poco a esa naturaleza, llevarles la canoa, la cesta que las pasan de mano en mano y ver que la observan, la olfatean. Y luego observar cómo les queda la lengua Yagan cuando yo les digo: “Apasha” que es hola y “Ala Yala”, hasta pronto. Cuando me encuentran en el supermercado y me dicen “¡Apasha!”. Esa es la semilla que yo se que está. Todos tenemos un origen y los que se dicen “blancos” no tienen idea de dónde salieron en el planeta y cuánta migración genética tienen dentro. ¿Cuál es la idea mía? Que quienes tenemos el origen cerca y lo conocemos perfectamente podamos empujar a los otros. Y si no encontrás tu origen, hacete amigo de los originarios. Esa es mi esperanza y las generaciones que vienen se interesan más,  hacen más preguntas y como dicen ellos, ya no se les puede “mandar fruta” y con esa mirada es todo más fácil. 

Cuénteme sobre el proceso de escritura de su libro “Mi sangre Yagán”

Mi libro es fruto de todas las inquietudes que tenía, contradicciones que veía. Yo digo que soy un espía, soy un “indígena” infiltrado en el mundo de los “blancos” y por eso puedo dimensionar. Yo tomé la comunión pero después decidí no hacer la confirmación porque me dije: “Ese que está ahí no bajó del cielo, no es un santo en la tierra”. También notaba cómo en todas las religiones se dejaba fuera a la naturaleza. Nosotros creemos que Warauinewa creó al Yagán, al animal, a las plantas y a la geografía en la que vivimos. Eso se llama inclusión, lo otro es la idea del ser humano por encima de todo lo demás. Quiero que se incorpore el cariño por la naturaleza pero sobretodo entender, rápido y bien, que el árbol tiene vida y que no podemos ir con hachas y tirarlo abajo. Cuando estaba en el colegio y me decían que no había más de nosotros, sentía que me mentían y hoy, con toda la inocencia de un niño, no quiero que nos mientan más. Por eso hice este libro y estoy trabajando en el segundo para hablar de nuestra existencia, de todo lo lindo de la vida de nuestro pueblo. Me ha dicho gente que ha pasado por todas los estados mientras lo leía y a mí me pasó eso mientras lo escribía. Es un libro para pensar diferente, para quererse, para entender lo que significaba estar juntos y ver la preocupación respecto a qué será de nuestras vidas, que está siempre presente. Me preguntan cómo logré escribir un libro sobre una época en la que no estaba y yo digo que quizá Assenewesis está en mí, hay más de él en mí de lo que yo creo. Pero además el libro tiene mucho conocimiento natural, yo conozco todo el archipiélago y cómo afecta el humano a la naturaleza. Por eso cuento cómo ellos iban notando que el “blanco” había avanzando por allí y afectaba todo en su camino. 

¿Hay diferencias entre Chile y Argentina en relación a la burocracia?

No, es igual en todos lados. En Francia te ponen los carteles en francés y en bretón, hasta ahí llegan. Hay que entender que pueblos originarios hubo en todos lados: en Francia, en Australia, Gran Bretaña. Pero los Estados de todo el planeta utilizan el capitalismo para respirar. Por eso cuando me preguntan por los derechos de los pueblos, por más que yo sea el Intendente de Tierra del Fuego y diga “a partir de ahora no ingresa nada del comercio, vamos a autoabastecernos”, los demás me masacran. Todos los revolucionarios quisieron salir del sistema capitalista y el imperialismo con Estados Unidos arriba y los llamados “países del primer mundo” lo impidieron, están todos unidos. Si alguien quiere hacer algo diferente, le aplastan la cabeza. El revolucionario siempre está mal mirado. Por eso se odia a los Kirchner porque les dijeron basta a los “platudos”, démosle algo a los demás. Sentido común y objetividad. Un hombre que pagó la deuda externa, no deberíamos ni hablar de él. Se trata de pensar cómo estás viviendo hoy y cómo estabas viviendo antes.

¿Cuál es su opinión respecto a los conflictos que hubo en el último tiempo en la Patagonia con los pueblos originarios? Y en especial la manera en la que lo retratan los medios

Volvemos a la Campaña del Desierto, a la historia de la humanidad. Yo te dejo ver a vos lo que me conviene y lo que no, no. Luego hay gente con poder que te arma distintas situaciones. Puedo pagarles a diez personas para que armen la escena del crimen y te hago ver como culpable. Esto es así. La hegemonía del poder hace que el mensaje sea más fuerte y mucho más disperso. En Chile, una vez había un experto en guerrilla que analizaba un galpón que supuestamente habían quemado los mapuches con pasamontaña y decía: “Esos movimientos que tienen, son de profesionales.” Los reconocía. A veces doy ejemplos en mi charla y digo: “Si ustedes se ponen un pasamontañas, van a romper un vidrio y luego dicen que fue Víctor reclamando por los derechos de los Yaganes, entonces cualquiera puede ser Víctor. Cuidado.” Todo armado. Pero es fácil para el presidente de Chile, o cualquier persona de poder, mandar gente a hacer desmanes y luego decir “los mapuches”. Lo mismo sucede en Argentina. Por eso, el sentido común es el que desbarata todas esas cuestiones, lo que puede llegar a ser y lo que no. 

Al principio comentaba que tiene un proyecto personal pero ¿qué deseo o intención tiene para su pueblo?

Yo tengo un proyecto en comunidad que lo veo verde por eso prefiero seguir con el propio de divulgar en donde sea. Tengo contactos y la posibilidad de dar entrevistas permanentes para que se sepa que existimos, que estamos en Ushuaia, en Puerto Williams. Pero, además, tengo un proyecto de tener un lugar específico donde construir un sector ancestral y un sector de granja sustentable y mezclarlo con turismo. Un emprendimiento en el que los mismos Yaganes guíen, muestren,  enseñen la naturaleza y te permitan volver a ella. Hacer un museo que enseñe quiénes somos nosotros. Está diseñado como un sueño de vida pero con el tiempo lo estuve descartando. Tal vez mañana asume otro presidente y decreta que nos den las tierras y se convierte en realidad. También necesitamos ese espacio para sepultar a los paisanos que, de lo contrario, van a parar a tierra común. Ojalá la vida me dé la oportunidad de ver eso. También hay muchos Yaganes y miembros de pueblos originarios con necesidades, no todos tienen la posibilidad de trabajar en un museo y tener un sueldo por mes. Entonces equilibrar la balanza y saber que el que no quiere hablar o hacer artesanías, no tiene que hacerlo pero puede manejar una combi, llevar gente al recorrido, cobrar los tickets. Hay un montón de salidas laborales pero lo ideal es que sean todos Yaganes los que trabajen ahí.

Después, el sueño familiar que llevo adelante y que involucra a mis hijos, un par de hermanos y que tiene que ver con la artesanía. Pero ojalá se logre el otro sueño, que es como vivíamos nosotros e incluye a toda la comunidad. 

Campeones del mundo, también en literatura infantil

Campeones del mundo, también en literatura infantil

Distinguida como la mejor obra de ficción infantil en la Feria del Libro de Bologna -la más importante del mundo en el género-, «Todo lo que pasó antes de que llegaras» relata con humor y sencillez la visión de un niño a su hermanito por nacer. Yael Frankel, su autora, cuenta cómo lo hizo.

Ilustradora  y escritora de libros infantiles, la argentina Yael Frankel acaba de ser premiada en la Feria Internacional del Libro de Bologna, Italia -la más importante dedicada a la literatura infantil-, por su libro Todo lo que pasó antes de que llegaras, en la categoría de ficción.

La Feria se realiza desde 1963. Ganar el Bologna Ragazzi permite al autor y a la editorial (en este caso Limonero) llevar sus libros a la industria internacional. El reconocimiento a Frankel le será entregado en la 60º edición de la Feria, entre el 5 y el 8 de marzo próximos.

En diálogo con ANCCOM, Frankel cuenta su predilección por el mundo narrativo gráfico infantil, la relación texto e imagen y su satisfacción por el galardón logrado.

Sos diseñadora gráfica, ¿cómo llegaste al universo de los niños?

En mi trabajo estuve mucho tiempo haciendo packaging de juegos para chicos, muchos de ellos ilustrados. Hasta que me di cuenta  que quería que pasar a algo más con las ilustraciones, que no estuvieran quietas en una caja o en una bolsa. Pensé que para darles vida tenía que darles movimiento. Y la narración es eso, ¿no? Quería contar historias y supuse que el mejor soporte para eso sería un libro para chicos.

¿Cómo fue el recorrido?

Me anoté en cantidad de talleres de ilustración, muchos de ellos con profesionales que admiraba y que admiro, y fui aprendiendo mientras hacía, probaba, jugaba, armaba y desarmaba historias… Un día llevé una de esas historias a una editora italiana que fue la primera que me publicó. Y a partir de ahí seguí haciendo, mostrando, participando en todo lo que pudiera tener que ver con la literatura infantil.

En Todo lo que pasó antes de que llegaras un niño le cuenta a su hermano por nacer el mundo familiar y cotidiano con el que se va a encontrar. ¿Cómo se narra con imágenes y se reproduce el habla y la perspectiva de un niño?

Soy la menor de cuatro hermanos, la última incorporación a la familia de origen, así que tuve y tengo tres voces que me cuentan cosas diferentes de los años que compartieron sin mí. Una de las cosas que me ayudó mucho con este libro fue el uso del papel carbónico. Encontré el material que me dio la posibilidad de imitar el trazo de un nene, bastante desprolijo y libre. Lo demás vino dado con la composición de las imágenes y de la historia, algo que fui haciendo a medida que avanzaba, sin demasiada conciencia del proceso.

«Primero, recibir un premio siempre es una alegría enorme. Segundo, Francia», se ríe Frankel.

Tu obra fue seleccionada entre 2.249 títulos de 59 países de los cinco continentes. ¿Qué implica recibir un premio como este?

Primero, la alegría de recibirlo. Segundo, Francia (risas). Un premio siempre es una alegría enorme. Y en este caso se multiplica por mil por lo que significa la Feria de Bologna.

Al compás del tamboril

Al compás del tamboril

Más de cien murgas y diez mil murgueros participaron de los festejos de Carnaval en la Ciudad de Buenos Aires. Mirá las fotos de ANCCOM.

El Carnaval Porteño cerró este martes en Avenida de Mayo. Durante toda la celebración se presentaron varios grupos murgueros como «Los Caprichosos de Mataderos» y «Los Dioses de La Paternal», entre otros. Acompañados de las palmas y los bailes de los vecinos y turistas, festejaron con sonrisas, espumas y mucha alegría.

Durante el festejo, hubo un patio gastronómico para degustar, stands de maquillaje para llenarse de brillo y color y clases de murga para disfrutar entre amigos y familia. Asimismo, se hizo presente Dj Ser de la Fiesta Bresh y, para cerrar, cantó El Polaco.

Durante los cuatro días de celebración participaron más de 100 agrupaciones y 10 mil murgueros que compartieron sus pasos y alma murguera con la alegría y emoción de la gente.