Por Agustina Franceschi
Fotografía: Agustina Franceschi

Víctor Vargas Filgueira trabaja en el Museo del Fin del Mundo y es autor de “Mi sangre Yagán”. Artesano e investigador de la cultura de su pueblo, cuenta su historia y la de su comunidad. ¿Cómo es ser indígena en el siglo XXI?

Es domingo por la tarde, un hombre recorre las céntricas y vertiginosas calles de Ushuaia con su campera rompevientos azul y su mochila negra. Con paso seguro se dirige a la cafetería de la esquina de Rosas y San Martín donde lo esperan. Encuentra rápidamente la mesa y luego de pedirse un café, comienza la charla.

Cuénteme sobre usted, ¿quién es Víctor Vargas Filgueira?

Soy un integrante de la comunidad Yagán de Ushuaia. Estamos instituidos ante el INAI desde el año 2021, nos han reconocido después de muchos años de burocracia, de idas y vueltas de papeles. Mi madre es Catalina Yagán, pertenece a los últimos integrantes de aquel pueblo que fuera colonizado en los primeros años del 1900. Ella nació en 1930 y nos trajo su legado, sus costumbres, con la finalidad de conocerlas y emularlas, salvando las distancias, desde nuestro contacto siempre presente con la naturaleza.

Imagino que siempre supo que era Yagán pero ¿cuándo comprendió el significado histórico y cultural que implica?

Nosotros nacimos y sabíamos que pertenecíamos a ese pueblo, nos lo decían. Cuando empecé en la escuela no entendía, porque me decían que no existíamos más. Me contaban la historia desde un punto de vista muy cerrado y eso me impulsó a ser autodidacta, a pasar veinte años de análisis. Cuando mi madre podía ir a lugares como Punta Arena, en Chile, donde había más literatura que hablaba sobre los pueblos, siempre me traía un libro de regalo. Con 12 ó 13 años, la inquietud iba creciendo. Fue un proceso de redescubrirse uno mismo, de entender que el paso del tiempo fue dejando de lado a los pueblos originarios. Tenemos una conquista tangible, en la que se cazó indígenas, literalmente. Y luego estuvo la conquista oral, esa que llevó a que los pueblos empiecen a separarse, que digan: “No quiero ser indio y no quiero ser lo que se dice de ser indio.” Había algo que no podía explicar y que me llamaba a mi origen. Ello me llevó a no tener vergüenza de hurgar y cuando analizaba encontraba sabiduría. Pero sabía que la sociedad fueguina en ese momento, veinte años atrás, no estaba preparada para que alguien dijera: “Yo soy descendiente de Yagán.” Aún no era el momento de hablar, sabía que podía ser perjudicial para nosotros. Entonces, si bien existía un orgullo puertas adentro y hablábamos de las costumbres, afuera no había todavía que decirlo. 

¿Qué fue lo que cambió para que dieran ese paso?

La sociedad cambió pero también lo hicieron los integrantes de nuestros grupos, quienes también están presentes en Puerto Williams. Sabíamos que éramos pocos, en la actualidad somos entre 150 y 200, así que dijimos “es ahora o nunca.” Eso nos llevó a tomar el toro por las astas y ver qué se podía hacer con el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) Además, mi mamá ya era reconocida en la CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena) en Chile. A muchos de los nuestros se los registró allí, somos un pueblo nómade que navegaba de Puerto Williams a Ushuaia permanentemente. Aunque no se conozca mucho, tenemos el Artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional Argentina que habla del derecho de los pueblos, que el Estado los debe reconocer, tiene la obligación de hacerlo. Pero no se cumple y cuando te presentas, te piden todo tipo de documentación. A nosotros nos impulsó el encontrar a nuestro bisabuelo en literatura de investigadoares del pasado. Había que recuperar esa historia y como investigador familiar me resultó muy impactante. Mi mamá lo conocía como Tomás y al leer al sacerdote y antropólogo Martín Gusinde, ahí  estaba él. Ese cura hizo un montón de trabajos de campo y entre los que no se llegaron a publicar encontré el nombre Asenewensis. Así descubrimos su nombre original, no Tomás, y al conocer la lengua supimos que había nacido en un lugar boscoso porque significa “hombre del bosque”. Todo eso te va llamando y atando cabos, estudiando llegamos hasta el día de hoy.  Luego, con información que llegó de Chile, descubrí que era el Yekamush, es decir, el Chamán, el hechicero, el hombre sabio. Tuve la posibilidad de leer la ceremonia de duelo más importante que tenían los Yaganes, cuando muere mi bisabuela. Se me caían las lágrimas. Tuvo una vida excepcional. En ese ir descubriendo fuimos entendiendo la importancia que tenía poder formar esa comunidad y brindarle conocimiento a la gente. Por otro lado, entendimos la encrucijada en la que nos encontramos en relación al medio ambiente. La gente cree que nació como vivimos hoy: en la gran ciudad con los rascacielos y que no hay naturaleza. Por eso debíamos llevar nuestros saberes e incorporarlos a los museos, las escuelas. Es lo que necesita el planeta y la gente queda impactada con el mensaje porque es muy sencillo y no hay un libreto, todo viene del conocimiento.

«¿Qué nos deja a nosotros el arqueólogo, el historiador, el artista? Había un chico que había grabado distintos audios de Tierra del Fuego entre las que estaban los cantos de las abuelas del pueblo Yagán, tenía dieciséis premios internacionales», cuenta Vargas,

Tuvo la oportunidad de ir a la Sorbona de París, ¿cuál es la mirada que tienen allí respecto a los pueblos originarios? ¿Hay diferencias en relación a nuestro país?

En la sociedad en general hay mucha ignorancia. Tal vez la gente más vinculada al ambiente tiene más curiosidad, más interés. Nosotros estuvimos diez días en el sur de Francia, en Bayona, donde se hizo un festival en honor a los pueblos originarios de Tierra del Fuego. Todo aquel que trabajaba en relación a los pueblos fue invitado y presentaba su temática. Había un panel donde nosotros interactuábamos y decíamos qué nos había parecido y en qué fallaban. Pero era muy curioso porque nadie había pedido autorización, nosotros no sabíamos nada. Llegamos junto con un hermano Yagán y una hermana Selk’nam, del pueblo del norte. A ella le mostraron un libro con una entrevista que le habían hecho tiempo atrás y nunca le dijeron para qué era. Hubo momentos en los que tenías que pararte e irte porque era una locura lo que hacían. Un chico de Gran Bretaña, desnudo con plumas pegadas al cuerpo y con un slip, haciendo un baile y sonidos en los que buscaba mostrar la colonización de Tierra del Fuego, pero era tan loco el baile que terminaba siendo una falta de respeto. Hay cosas que la gente no entiende, cuando respetas y sos respetado, tenes que saber que nadie entra a la casa de alguien, le saca los cuadros, los audios de la abuela y se lo llevan para mostrar y lucrar en otros lados. Eso forma parte de la privacidad. ¿Qué nos deja a nosotros el arqueólogo, el historiador, el artista? Había un chico que había grabado distintos audios de Tierra del Fuego entre las que estaban los cantos de las abuelas del pueblo Yagán, tenía dieciséis premios internacionales. Está perfecto que vos trabajes con eso pero anda a la casa de las abuelas y fijate cómo están, no les dejaste nada a ellas. Existe un video realizado por franceses en el año 1925 donde está mi bisabuelo. Los derechos los tiene una familia francesa y yo no tengo ningún tipo de derecho. Es muy loco, muy contradictorio.

Ustedes conformaron la Comunidad Paiakoala. ¿Cuáles son los proyectos, ideas y luchas que tienen por delante?

Paiakola significa “gente de la playa”. Mi proyecto ahora es personal porque vi que la burocracia te para, te frena. Es muy difícil tener un proyecto de tierra cuando el INAI me lo puede dar dentro de treinta años o incluso más, cuando ya me esté por ir de este mundo. Si es que me lo da. Cuando obtuvimos la personería comenzamos con el relevamiento territorial, se trata de decir “vengan a ver las tierras que quiero para mi comunidad”. Estamos en 2023 y aun no vinieron, ni si quiera nos conocen cara a cara.

¿Se trató de una cuestión de un título pero las cosas no cambiaron? 

Por eso no simpatizo con ningún partido político, trato de que mi corazón me diga “este es más sincero que los otros”. Hoy lo único que quieren es la foto y nosotros, como sociedad en general, somos un número para ellos. Por eso no me ato a nadie y a mis jefes del museo en el que trabajo les digo: “Vos sos político cuatro años pero yo soy Yagán toda la vida”. En el Congreso del Patrimonio Patagónico, una vez me dijeron que nos teníamos que empoderar. Yo ya venía empoderándome por eso soy respetado en mis charlas, todos comprenden que el mensaje está bueno y cuando me decían que me iban a poner un libreto yo contestaba que entonces me iba. Yo respondo a mi sentido común y a eso apelo en mis charlas. Si yo digo que termino de hablar y me voy volando a casa, no me crean porque nadie puede volar. Nos dijeron que íbamos a cruzar la estratósfera y nos van seguir diciendo cosas, hay que estar atentos porque de eso depende el futuro de nuestros hijos. La posibilidad de estar en los dos ámbitos genera una apertura mental y permite decir “esto sí y esto no”. Tenemos que ponernos a la altura del llamado “blanco” y trabajar con las mismas herramientas que tienen ellos. La Constitución Nacional, los artículos que nos amparan, las leyes de derecho a la tierra, hay que conocerlo todo. Esa es la forma de luchar. Y hay que dejar de tener la autoestima cinco metros bajo tierra. Se trata de estar equilibrado, no me subestimes porque vengo de un pueblo subestimado y si lo seguís haciendo, tenés todas para perder.

«Nos queda algo que es fundamental y que se lo hago ver a la gente: venimos de la naturaleza. Es cuestión de ir a un campamento y ver lo distendido que estás y darte cuenta lo apretado que te sentís en el cemento», subraya Vargas.

¿Cuál es el mensaje que da en el museo, qué quiere transmitirle a la gente?

En principio, tengo el pensamiento de que si el “indígena” no iguala al “blanco” nunca va a luchar por sus derechos. Tenemos que igualarlos primero, figurativamente hablando. Lo principal de mi mensaje es que ellos eran y somos seres humanos. Luego de eso los elevo, contando lo hermoso que tenían, todo su contenido, sus costumbres, el trabajo en equipo, la carencia de pertenencia, de sentido de propiedad. La gente queda asombrada y piensa ojalá fuéramos así porque nosotros, hoy en día, queremos todo lo que tienen los demás. Ellos no vivían en ese mundo y hay que darlo a conocer para lograr un 10% de eso. No se trata de volver a sacarnos la ropa, mi anhelo es que todo el mundo tenga en el bolsillo la cuestión del origen de su identidad. Por eso todo lo que es el “baby shower”, el “happy hour”, todo eso lo destruyo en mi charla también. No nos colonizan, nos colonizamos nosotros hoy en día. Saquemos lo que no nos sirve y tomemos ese trabajo en equipo, la cooperación familiar, los nenes cuidando el fuego con los abuelos, la mamá remando. ¿No hay una familia hoy que podría llegar a ser así? Muestro aquello que no se ve, abro ojos que están cerrados o que tienen una anteojera. Yo vine a este mundo a brindar un testimonio, a dar a conocer que los Yaganes estamos vivos, que existe un mensaje natural y que debemos tener una acercamiento con la naturaleza. Siempre doy el ejemplo del castor: si en la mesa que designó la llegada de ese animal a Tierra del Fuego hubiese estado sentado un integrante de los pueblos originarios, o alguien con conocimiento natural, hubiera advertido y explicado por qué no. Hay que dejar en claro que el sistema ecológico funciona a la perfección donde sea, no hay que cambiarlo. Nosotros conocemos, sabemos porque nos hemos criado rodeados de animales, entendemos la naturaleza. En la actualidad, con la artificialidad en la que vivimos hemos perdido mucho.

Por fuera de la comunidad Yagán, ¿qué le queda a la sociedad actual de este pueblo?

Nos queda algo que es fundamental y que se lo hago ver a la gente: venimos de la naturaleza. Es cuestión de ir a un campamento y ver lo distendido que estás y darte cuenta lo apretado que te sentís en el cemento. Es algo que tenemos todos, no se perdió, el humano sigue siendo humano. Cuando vas a tomar mate no elegís la escalera de cemento sino que vas a la placita, buscas pasto, un árbol. La naturaleza nos llama, el origen nos está llamando. Tal vez aquí los ancestros estén más cerca porque está más fresca la huella de aquella conquista, de ese asesinato. Mucha gente tiene esa inquietud al venir acá, hay energía. Quizá sea así. Una vez me preguntaron en un coloquio sobre el cambio climático, si tenía esperanzas de que pueda cambiar la situación. Y sí, si no me quedaría en mi casa haciendo zapping. Todos somos humanos y sé que en el fondo tenemos esa naturaleza. Poder hablarle y llegarle a chicos que tal vez han salido poco a esa naturaleza, llevarles la canoa, la cesta que las pasan de mano en mano y ver que la observan, la olfatean. Y luego observar cómo les queda la lengua Yagan cuando yo les digo: “Apasha” que es hola y “Ala Yala”, hasta pronto. Cuando me encuentran en el supermercado y me dicen “¡Apasha!”. Esa es la semilla que yo se que está. Todos tenemos un origen y los que se dicen “blancos” no tienen idea de dónde salieron en el planeta y cuánta migración genética tienen dentro. ¿Cuál es la idea mía? Que quienes tenemos el origen cerca y lo conocemos perfectamente podamos empujar a los otros. Y si no encontrás tu origen, hacete amigo de los originarios. Esa es mi esperanza y las generaciones que vienen se interesan más,  hacen más preguntas y como dicen ellos, ya no se les puede “mandar fruta” y con esa mirada es todo más fácil. 

Cuénteme sobre el proceso de escritura de su libro “Mi sangre Yagán”

Mi libro es fruto de todas las inquietudes que tenía, contradicciones que veía. Yo digo que soy un espía, soy un “indígena” infiltrado en el mundo de los “blancos” y por eso puedo dimensionar. Yo tomé la comunión pero después decidí no hacer la confirmación porque me dije: “Ese que está ahí no bajó del cielo, no es un santo en la tierra”. También notaba cómo en todas las religiones se dejaba fuera a la naturaleza. Nosotros creemos que Warauinewa creó al Yagán, al animal, a las plantas y a la geografía en la que vivimos. Eso se llama inclusión, lo otro es la idea del ser humano por encima de todo lo demás. Quiero que se incorpore el cariño por la naturaleza pero sobretodo entender, rápido y bien, que el árbol tiene vida y que no podemos ir con hachas y tirarlo abajo. Cuando estaba en el colegio y me decían que no había más de nosotros, sentía que me mentían y hoy, con toda la inocencia de un niño, no quiero que nos mientan más. Por eso hice este libro y estoy trabajando en el segundo para hablar de nuestra existencia, de todo lo lindo de la vida de nuestro pueblo. Me ha dicho gente que ha pasado por todas los estados mientras lo leía y a mí me pasó eso mientras lo escribía. Es un libro para pensar diferente, para quererse, para entender lo que significaba estar juntos y ver la preocupación respecto a qué será de nuestras vidas, que está siempre presente. Me preguntan cómo logré escribir un libro sobre una época en la que no estaba y yo digo que quizá Assenewesis está en mí, hay más de él en mí de lo que yo creo. Pero además el libro tiene mucho conocimiento natural, yo conozco todo el archipiélago y cómo afecta el humano a la naturaleza. Por eso cuento cómo ellos iban notando que el “blanco” había avanzando por allí y afectaba todo en su camino. 

¿Hay diferencias entre Chile y Argentina en relación a la burocracia?

No, es igual en todos lados. En Francia te ponen los carteles en francés y en bretón, hasta ahí llegan. Hay que entender que pueblos originarios hubo en todos lados: en Francia, en Australia, Gran Bretaña. Pero los Estados de todo el planeta utilizan el capitalismo para respirar. Por eso cuando me preguntan por los derechos de los pueblos, por más que yo sea el Intendente de Tierra del Fuego y diga “a partir de ahora no ingresa nada del comercio, vamos a autoabastecernos”, los demás me masacran. Todos los revolucionarios quisieron salir del sistema capitalista y el imperialismo con Estados Unidos arriba y los llamados “países del primer mundo” lo impidieron, están todos unidos. Si alguien quiere hacer algo diferente, le aplastan la cabeza. El revolucionario siempre está mal mirado. Por eso se odia a los Kirchner porque les dijeron basta a los “platudos”, démosle algo a los demás. Sentido común y objetividad. Un hombre que pagó la deuda externa, no deberíamos ni hablar de él. Se trata de pensar cómo estás viviendo hoy y cómo estabas viviendo antes.

¿Cuál es su opinión respecto a los conflictos que hubo en el último tiempo en la Patagonia con los pueblos originarios? Y en especial la manera en la que lo retratan los medios

Volvemos a la Campaña del Desierto, a la historia de la humanidad. Yo te dejo ver a vos lo que me conviene y lo que no, no. Luego hay gente con poder que te arma distintas situaciones. Puedo pagarles a diez personas para que armen la escena del crimen y te hago ver como culpable. Esto es así. La hegemonía del poder hace que el mensaje sea más fuerte y mucho más disperso. En Chile, una vez había un experto en guerrilla que analizaba un galpón que supuestamente habían quemado los mapuches con pasamontaña y decía: “Esos movimientos que tienen, son de profesionales.” Los reconocía. A veces doy ejemplos en mi charla y digo: “Si ustedes se ponen un pasamontañas, van a romper un vidrio y luego dicen que fue Víctor reclamando por los derechos de los Yaganes, entonces cualquiera puede ser Víctor. Cuidado.” Todo armado. Pero es fácil para el presidente de Chile, o cualquier persona de poder, mandar gente a hacer desmanes y luego decir “los mapuches”. Lo mismo sucede en Argentina. Por eso, el sentido común es el que desbarata todas esas cuestiones, lo que puede llegar a ser y lo que no. 

Al principio comentaba que tiene un proyecto personal pero ¿qué deseo o intención tiene para su pueblo?

Yo tengo un proyecto en comunidad que lo veo verde por eso prefiero seguir con el propio de divulgar en donde sea. Tengo contactos y la posibilidad de dar entrevistas permanentes para que se sepa que existimos, que estamos en Ushuaia, en Puerto Williams. Pero, además, tengo un proyecto de tener un lugar específico donde construir un sector ancestral y un sector de granja sustentable y mezclarlo con turismo. Un emprendimiento en el que los mismos Yaganes guíen, muestren,  enseñen la naturaleza y te permitan volver a ella. Hacer un museo que enseñe quiénes somos nosotros. Está diseñado como un sueño de vida pero con el tiempo lo estuve descartando. Tal vez mañana asume otro presidente y decreta que nos den las tierras y se convierte en realidad. También necesitamos ese espacio para sepultar a los paisanos que, de lo contrario, van a parar a tierra común. Ojalá la vida me dé la oportunidad de ver eso. También hay muchos Yaganes y miembros de pueblos originarios con necesidades, no todos tienen la posibilidad de trabajar en un museo y tener un sueldo por mes. Entonces equilibrar la balanza y saber que el que no quiere hablar o hacer artesanías, no tiene que hacerlo pero puede manejar una combi, llevar gente al recorrido, cobrar los tickets. Hay un montón de salidas laborales pero lo ideal es que sean todos Yaganes los que trabajen ahí.

Después, el sueño familiar que llevo adelante y que involucra a mis hijos, un par de hermanos y que tiene que ver con la artesanía. Pero ojalá se logre el otro sueño, que es como vivíamos nosotros e incluye a toda la comunidad.