El personal del Garrahan bajo la línea de pobreza

El personal del Garrahan bajo la línea de pobreza

Los trabajadores del hospital pediátrico hicieron un paro de 24 horas. Piden salarios dignos, mejores condiciones laborales y mayor presupuesto.

Técnicos y profesionales del área de salud del Hospital Garrahan realizaron un paro de 24 horas en reclamo de mejoras salariales. La medida de fuerza, que tuvo un acatamiento total, se extendió desde las 7 del miércoles 3 hasta las 7 del día siguiente.

Según Norma Lezana, médica nutricionista especializada en pacientes diabéticos, delegada y vocera de la Asociación de Profesionales y Técnicos (APyT), es una burla lo que el gobierno de Javier Milei quiere darle a los trabajadores de la salud, “un aumento de un dos o tres por ciento”, cuando desde el gremio están pidiendo una recomposición del 100 por ciento y así llegar a un monto mínimo de 1.400.000 pesos.

“Es una vergüenza que funcionarios de altos cargos se sigan subiendo el sueldo como si nada, con desfachatez, mientras que los trabajadores del área de salud, tanto del Garrahan como de los diferentes centros hospitalarios del AMBA y el resto de las provincias, siguen teniendo un salario por debajo de la línea de pobreza”, manifestó Lezana, en diálogo con ANCCOM.

Un profesional de la salud, refirió Lezana, cuenta con formación académica específica y sigue especializándose a lo largo de su carrera, tomando cursos para estar cada vez más preparado.“Que el Gobierno no valore el esfuerzo y la capacidad en el área de salud, también hace que los jóvenes profesionales estén un tiempo y luego renuncien, en busca de mejores oportunidades salariales, ya sea en clínicas privadas o fuera del país. Esto es una pérdida lamentable y una fuga de cerebros”, agregó con angustia en su voz.

La protesta del personal, que dio comienzo al paro, tuvo lugar en las afueras del Garrahan, sobre la calle Combate de los Pozos, durante la mañana del miércoles. En una muestra de compañerismo y unidad, participaron trabajadores de las distintas especialidades –nutrición, radiología, kinesiología, neurología, neonatología, farmacia, lactarios–, así como de enfermería y mantenimiento, entre otros.

La convocatoria incluyó a referentes políticos, sociales y sindicales que se acercaron para manifestar su apoyo y la presencia de un grupo de cantantes líricos que transmitieron fuerza y esperanza a los trabajadores.

Fundado en 1987, el Hospital Garrahan, de gestión compartida entre la Nación y la Ciudad de Buenos Aires, es el centro pediátrico de referencia en salud pública, gratuita y de alta complejidad de la Argentina y de la región. El sistema funcional del establecimiento se basa en el cuidado del paciente, lo que significa que su estructura de servicios debe satisfacer las necesidades médicas, de enfermería y de todos los sectores, ya que cada uno brinda atención de calidad en cada etapa de la enfermedad, con equipos de trabajo constituidos para realizar las diferentes tareas asistenciales.

El Garrahan asegura a toda la población un acceso público e igualitario, ya que sus pacientes no solamente pertenecen al área metropolitana, sino también del resto del país.

Los trabajadores continuarán luchando por los que consideran un reclamo justo, por salarios dignos, mejores condiciones laborales, y que el Gobierno otorgue un mayor presupuesto a la salud pública y valorice la labor de cada uno de los profesionales, entre los que se cuentan los del sector de enfermería, que aún no es considerado como profesional.

A lo largo de las 24 horas de paro, el hospital funcionó con guardias mínimas similares a los días domingos y feriados.Tras la protesta del miércoles por la mañana, los trabajadores culminaron la jornada de lucha con un semaforazo, sobre la calle Pichincha, vestidos con sus ambos y delantales blancos, sosteniendo pancartas y carteles, acompañados por ciudadanos comunes que se acercaron en solidaridad. Al final del día, los representantes gremiales se reunieron en una asamblea para evaluar la medida y los próximos pasos.

«Hay una comunitarización para resolver el hambre»

«Hay una comunitarización para resolver el hambre»

Ante el retiro de las políticas estatales, los especialistas en investigar la pobreza argentina advierten que hay un proceso de buscar soluciones dentro de las propia comunidades.

Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA (ODSA-UCA) la pobreza alcanzó al 55,5% de la población y la indigencia al 17,5% en el primer trimestre de 2024. Esto se traduce en que 24,9 millones de personas residentes en áreas urbanas de nuestro país se encuentran en situaciones de pobreza.

Las cifras surgen a partir del análisis de los microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del INDEC del primer trimestre de este año. El indicador de pobreza por ingresos, que es el más utilizado en América Latina, consiste en realizar un relevamiento de los ingresos y compararlos con la canasta básica alimentaria que le corresponde a ese hogar según la composición de cantidad de integrantes, género y edad.

En diálogo con ANCCOM, Roxana Mazzola, licenciada en Ciencia Política y especialista en políticas públicas, transparencia, cuidados e infancias en Argentina y América Latina hace más de 23 años, señala: “Las cifras reflejan mucho las políticas que se vienen implementando desde el gobierno nacional en el último tiempo con un enfoque más fiscalista, orientadas a un ordenamiento de las cuentas públicas en función de un ajuste sobre los salarios, las jubilaciones y los sectores más vulnerables sin importar las consecuencias sociales que esto tiene”.

En la misma línea, Eduardo Donza, sociólogo e investigador del Programa Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, explica: “El gobierno actual decidió tomar medidas de políticas de shock para ordenar la macroeconomía. La devaluación de casi un 120% se transmitió fuertemente a los precios, como pasa generalmente en Argentina”.

Los datos arrojados por la UCA se suman a los últimos números publicados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en relación a la actualización de las proyecciones de crecimiento económico para los países de la región. Publicado en mayo, el informe muestra que para este año se espera una proyección de caída económica de-3,1% para Argentina, que se posiciona como el país con mayor decrecimiento económico de toda la región latinoamericana por debajo de Haití, que tiene una proyección de -2,0%.

En este contexto de crisis económica, aceleración de la inflación y aumento de precios, la merma de salarios, jubilaciones y transferencias sociales no es una cuestión menor en el aumento de los niveles de pobreza e indigencia. Los ingresos de las familias no se actualizan a la misma velocidad que la inflación, en el caso de que se actualicen. Además, las transferencias del Estado, las pensiones contributivas y las no contributivas se actualizan cada tres o seis meses. Entonces, cuando hay sacudones muy grandes en relación al aumento de precios como hubo cuando asumió el gobierno de Milei, la población en situación de pobreza e indigencia aumenta.

En términos de desigualdad, no afecta a todos del mismo modo. Hay consecuencias muy grandes en términos de oportunidades de vida y a futuro en aquellos sectores de mayor informalidad laboral: niños, niñas y las madres de familia, las cuales en muchos casos son jefas de hogar, sobre todo en los sectores más vulnerables. “Se adopta un enfoque asistencialista, lo que genera que terminen siendo transferencias de ingresos sueltas, sin articularse con políticas de salud o educación a la par. Esto se produce porque la nación se corre del rol de nivelador de inequidades y deja de preocuparse por determinados tipos de políticas sociales, que pasan a estar a cargo de los gobiernos sub-nacionales, de las provincias y los municipios” señala Mazzola.

En este sentido, explica que estos desplazamientos producen una fuerte mercantilización de determinadas prestaciones, que las familias deben comprar en el sector privado si pueden. Y agrega: “Por otro lado se produce una comunitarización, es decir que las organizaciones sociales o los gobiernos locales tienen que ver cómo resolver el hambre en un barrio determinado, y al interior cada familia tiene que ver cómo lo resuelve también. Son procesos de fuerte individualización, que generan un proceso de ruptura del lazo social. Hay todo un sistema de bienestar que está en crisis”.

En nuestro país el problema de la pobreza a nivel estructural persiste en la agenda pública hace más de veinte años. “En Argentina el nivel de incidencia de la pobreza en la población es muy elevado y nunca representa una cifra menor al 25%, en la que 1 de cada 4 argentinos estuvo en una situación de pobreza en los últimos veinte años”, remarca Donza. Y agrega: “Mejoró mucho después de la crisis del 2001, hubo mejoras muy importantes hasta el año 2008-2009 y luego se estanca. Actualmente, hay un 25/26% de la población que constituye el núcleo duro de la pobreza”.

Frente a este panorama desolador, tanto Mazzola como Donza concuerdan en que es sumamente necesaria la continuidad de las transferencias sociales articuladas con políticas públicas en materia de salud y educación para amortiguar el nivel de pobreza. “Las transferencias no contributivas del Estado (Asignación Universal por Hijo, Tarjeta Alimentar) son estrictamente necesarias. Sin ellos, estaríamos por arriba del 70% de pobreza” señala Donza.

“En un formato federal como el nuestro, todas las teorías del federalismo fiscal te demuestran que en programas de ingresos la nación nunca puede correrse de ese rol de sentar directrices y de transferir de modo diferente teniendo en cuenta esas heterogeneidades territoriales y desigualdades”, explica Mazzola. Sin embargo, no constituyen la solución. Es necesaria la generación de empleo genuino para lograr mayor crecimiento económico, y el aumento de salarios y jubilaciones.

“Hace un tiempo largo que Argentina no crece, más allá del gobierno actual. En el último tiempo lo que se produjo es un proceso de agravamiento de la cuestión social. Si no tenés crecimiento económico, recomposición de salarios y jubilaciones y no hay actividad económica, las consecuencias son graves en términos sociales”, señala Mazzola. Por su parte, Donza remarca: “Necesitamos políticas de Estado que apunten al aumento de la producción y empleo de calidad, y que sean consensuadas con los actores de la producción y el trabajo para dar un giro importante con respecto a la pobreza e indigencia. Hay que producir más no solo en volumen sino en una calidad y tipo de bienes que sean exportables para dar vuelta la balanza comercial”.

No existen soluciones mágicas. Si los precios suben por ascensor y los salarios por escalera, es más que necesario generar consensos como país y estrategias de desarrollo que sean sustentables y sostenibles en el tiempo.

Juan no es un fantasma

Juan no es un fantasma

Juan Manuel Olivera fue conocido como OJM en una carta pública del cura villero Paco Olveira a la ministra Sandra Petovello en la que denunciaba que le anularon su único sustento, el plan Potenciar Trabajo. Ahora, en una entrevista con ANCCOM, relata las peripecias por las que deben pasar los marginados por el Gobierno.

Su caso y sus iniciales se hicieron conocidas por una carta abierta del cura villero Francisco “Paco” Olveira, carta abierta que puso en escena el ajuste del Ministerio de Capital Humano a cargo de Sandra Petovello. Auditorías a beneficiarios y auditorías a comedores y organizaciones sociales. Acusados de “fantasmas” o de situaciones irregulares, dejaron de recibir transferencias del Estado. La historia de Juan Manuel Olivera es una de ellas. La historia del comedor que dirige Paco, también. 

Juan nunca toma mate solo, dice, casi boquiabierta, Patricia, su pareja. Juan tampoco parece saber por qué está tomando mate solo. O sí, por momentos lo sabe y lo expresa con el apuro que agarra la pava, ceba, y sigue hablando: “Hace seis meses que no cobro el Potenciar Trabajo porque me confundieron con un tipo que se llama igual que yo y que viajó al Uruguay. Hasta el mismo número de documento: ¿cómo puede ser eso? ¿Qué es? ¿Un clon? No entiendo“.

“Antes del gobierno de Milei la cosa estaba mal, pero ahora es peor -describe Juan-. Cada vez vemos más gente en la calle. Notamos el cambio. Yo iba a la capital y me venía con banda de cosas. Ahora vas a caminar y tenés que estar luchando. Con los gobiernos de Kirchner y Cristina era distinto, porque no tenía que salir todos los días a laburar. Me podía quedar dos días descansando. Ahora estamos horas y horas caminando”, evoca el pasado y vuelve al presente.

“Cuando timbramos a veces la gente te sobra: ‘¡Andá a laburar!, te responden.”, recrea Juan, torciendo la boca e imitando la voz de la sobrada.

“Yo por eso prefiero la gente humilde, porque te ayuda más. Te ven cirujeando y te dan una mano. Nos ayudamos mutuamente. Pero para mi somos todos seres humanos –hace un silencio corto, pero la mirada absorbente alarga el tiempo–,  todos nacimos en el mismo mundo y nos vamos de la misma forma. ¿Qué, sos más por tener un poco más de plata? Sos un ser humano”.

Si bien la novedad es que figura dado de alta, hace seis meses que Juan no ve un solo peso de los 78 mil que debería recibir del programa Volver al Trabajo, antes  Potenciar Trabajo, y que con una inflación interanual de 263%, la única actualización que hizo el gobierno de Javier Milei fue modificar el nombre. Los beneficiarios  reciben idéntico monto que hace un año: 78 mil pesos. En la movida de la motosierra y la depuración de supuestos casos irregulares, cayó Juan, que nada tiene de irregular. Damos fe que no es un fantasma.

«Reclamé en la ANSES y me dijeron que me suspendieron el plan porque había viajado tres veces al Uruguay. ¡Tres veces! A gatas tengo para ir a Flores a laburar; vine en bondi a hacer el reclamo…  ¿Ustedes me ven con plata?», pregunta Juan.

-Reclamé en la ANSES y me dijeron que me lo suspendieron porque figuraba que había viajado tres veces al Uruguay –hace una pausa, los ojos bien abiertos, sorprendido, toma mate y continúa–, ¡tres veces! A gatas tengo para ir a Flores a laburar ¿y quieren que me vaya a Uruguay? Si vine en bondi a hacer el reclamo, ¿ustedes me ven con plata? –reconstruye Juan mientras se agarra de su remera blanca como si quisiera arrancarse la piel. Sigue tomando mate.

Además de ser Cura en Opción por los Pobres, Paco también es presidente de la Fundación Isla Maciel, que por ser parte del programa Alimentar Comunidad, recibía un dinero mensual que se depositaba en una tarjeta de débito. Con ello realizaban todas las compras necesarias, entre ellas los alimentos para el comedor de la fundación. Luego de tres auditorías y una felicitación por la labor, la cartera que dirige Petovello les otorgó una nueva tarjeta, pero sin plata. Hasta ahora, siguen sin ver un solo peso, y el plástico de la débito no llena los estómagos vacíos. 

Maria, del barrio Eva Perón y de origen paraguaya, cruzó la frontera para visitar a sus pares tras el fallecimiento de un familiar. También la dieron de baja: “Están cortando por lo bajo para achicar gastos del Estado, porque para ellos somos gasto”, arrojó Paco. 

 

***

Lo que sí conoce Juan Manuel Olivera es el conurbano bonaerense, y lo conoce muy bien porque allí vivió gran parte de su vida. Siquiera tiene plata para ir a la calle Uruguay del microcentro, remarca. Lo que recibía del Potenciar Trabajo lo destinaba a pagar el alquiler y ayudar a sus cuatro hijos: Morena, Milagros, Brian y Juan Manuel. Hace cinco meses que tiene su casa propia (su “casita”, como prefiere llamarla él), en el Barrio Esperanza, en las afueras de Merlo, Provincia de Buenos Aires. 

Una de cal y una de arena, pero literalmente, porque con la ayuda del cura villero Paco y la organización TECHO, pudo armar de cero su casilla: si era por Sandra Petovello, de la noche a la mañana como la baja del beneficio social, Juan y su familia quedaban en la calle por no poder pagar el alquiler. 

 

-Todos los días me levantaba temprano para venir a laburar. No sé si el diablo lo hacía a propósito, pero llovió todos los días. Todos los días llovió –repite marcando en la mesa el ritmo de las palabras–, y acá cuando llueve es intransitable, lleno de barro. Pero laburamos igual, hasta pusimos el techo con viento y lluvia.  

El techo de chapa con caída a dos aguas descansa sobre los tirantes de pino. Los tubos blancos de plástico de la conexión eléctrica están a la vista, acompañando el recorrido de los tirantes. También está a la vista el aislante térmico, tanto del techo, con el color plateado del revestimiento de aluminio, como el de las paredes, con el plástico que contiene y mantiene la lana de vidrio. Placas de madera componen el piso. Cortinas de tela dividen el espacio de la cama matrimonial y del comedor-cocina. Juan celebra que la casa esté a un nivel más alto del suelo, lo que evita que le entre agua cuando hay tormenta. 

 

-Todo lo que ves acá también me lo dio Paco: cocina, garrafa, lavarropa, heladera, tele, cama. Porque en las mudanzas perdimos todo. Con la ropa nos vinimos, nada más. 

 

Juan cuenta que le queda terminar la conexión de agua. Afuera de la casa, al aire libre, casi al costado de la puerta hay un tacho azul, bien ancho y alto. Prende el bombeador, que sí está dentro del hogar. Espera unos segundos. A unos metros está la perforación. Acomoda el caño por donde va a salir el agua y se asegura que caiga en el tacho. Al minuto, el agua a toda presión comienza a verse. “Durante el día venimos y llenamos los bidones, así no salimos a la noche”, explica. 

 

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Juan cumple años el 9 de julio, el Día de la Independencia. Terminó la primaria, pero por salir a trabajar no pudo hacer la secundaria. Llegó a jugar en la reserva del Club Atlético San Lorenzo de Almagro: “Jugaba de mediocampista para abajo, defensor. Defiendo una banda, no entra una pelota. O si no les quebraba la tibia“, deja en claro sin vacilar y suelta una carcajada.

“Jugué hasta que delinquí; salía de una práctica, me crucé con mi hermano y unos amigos, tomé un trago que no sabía que tenía pastillas y se me borró la cinta: robo automotor, en banda y con uso de arma. Fue mi primera causa– recuerda, con una mezcla de nostalgia y culpa–. Un jugador de fútbol frustrado –termina de deslizar, aunque con un gesto sonriente como quien se consuela a sí mismo. 

A los catorce años, estuvo ocho meses en un instituto de menores. Al cumplir quince salió del encierro bajo la custodia de su tía y su papá:

 

-Desde ahí no hice más nada. Me dediqué a laburar, laburar y laburar –repite subrayando cada palabra como si fuera un mantra–, salía del colegio y me iba a laburar. Trabajé en restaurantes, en arreglos de florería, de todo. Hasta con mi primo en una fábrica, de carga y descarga.  

 

Juan nació en el Chaco. “Teníamos toda la plata, estabamos rebien. Imaginate que mi padrino me pagó el vuelo de urgencia a Buenos Aires”, dice y recuerda que eso ocurrió porque cuando era chico él y su mellizo tuvieron una grave infección urinaria. 

 

-Mi viejo era mano derecha de De La Rúa. Treinta y tres años trabajó en la Secretaría de Educación, era jefe de las cuadrillas que salían a arreglar los colegios. Yo aprendí electricidad con él. Nunca me faltó nada. Zapatillas originales, los mejores hoteles… hasta para quiniela teníamos —rememora, haciendo “montoncito” contentándose de ese pasado, casi alucinado—, hasta que vino el 2001…

 

Junto a Patricia, Juan, de 45 años, trabaja de lunes a lunes, más de doce horas afuera de su casa. “Laburo en la calle todos los días. A veces vamos a Once, a Flores, de changarín, o vendiendo pañuelitos, o vamos a la feria. También timbramos por los barrios. Me la rebusco así. Laburos de albañilería… aunque a veces te quieren pagar una miseria y por esa plata prefiero ir a capital que gano más”, relata. 

 

-En la pandemia teníamos que salir a escondidas. No podíamos vender, te bajaban del colectivo. Nos escondíamos de la policía, aunque algunos te comprendían, te decían ‘usa el barbijo, el alcohol en gel…’

 

-Te tenías que esconder como si fueras delincuente –agrega Patricia. 

 

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-Antes había otros códigos. Cuando yo robaba no lastimaba a nadie. Casi hasta se le pedía permiso a la persona. Ahora te rompen la cabeza, te matan, te pegan un tiro -señala sobresaltado. 

 

-Yo lo que hacía era escruche, que era entrar a robar a las casas vacías. Lo hice en su momento y lo superé cuando nació mi primer hijo -aclara con un tono que mezcla felicidad y un corte con el pasado. Cada vez que habla de sus hijos se le iluminan los ojos: “Gracias a Dios son un respeto. Están encarrilados. Estudian, trabajan y no se drogan.” 

 

Los hijos le marcaron la vida. No titubea en decirlo: “Yo voy hasta el fin del mundo por ellos”, arroja, esta vez con un rostro capaz de blindar cualquier maltrago terrenal o celestial. Carácter y actitud inquebrantable, reforzada. 

 

Que sus hijos le hayan marcado la vida no es una forma de decir. “Cuando mi ex se llevó a una de mis hijas tuve un intento de suicidio. Me estaba por tirar abajo del tren que te lleva a Luján, ese te destroza seguro, y me agarró un hombre y me dijo: ‘Vos te estás por tirar ¿no?’. ¿Y usted cómo sabe?, le respondí. ‘Dios te puso en mi camino’. Me puse pálido y empecé a llorar. Volví a mi casa y a las semanas mi ex me trajo devuelta a mi hija”, hace silencio.

 

“Yo digo que me lo mandó mi viejo. Siempre siento que me está cuidando”, concluye. El papá de Juan falleció a los ochenta años tras demencia senil, una condición que le dijeron que es hereditaria. Además de una buena jubilación, supo tener una propiedad en Lugano, un departamento que se lo terminaron usurpando y del cual Juan no supo nada más. 

 

Juan se enorgullece al decir que a cada uno de sus hijos los dejó acomodados. “Cada uno tiene su casa. Milagros, por ejemplo, vive en una hermosa de Malvinas Argentinas. Esa me la dio el gobierno en su momento. Hicimos una entrevista con una asistente social y con mi ex entramos en el plan Jefes y Jefas de hogar. Los dos somos propietarios. Una casa espectacular–expresa alargando la palabra–, con agua, tres habitaciones, un comedor inmenso, patio adelante y atrás. Ahí vive mi hija, con su marido y mis dos nietos. ¡Le sobra casa! “, remata su relato  ostentando una conquista.

 

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Juan catapulta el estigma del “planero”: “A esas personas les respondo ‘¿Y usted qué es?¿Se cree que por tener un poco más de plata es más importante? Usted no es ni más que yo, ni más que nadie, ni que la gente que duerme en la calle. Teniendo un poco más de plata tiene que abrir el corazón.Y ahora está más que claro: tantos empresarios que tienen millones y millones que pueden ayudar a tanta gente…”, asiente con la cabeza. Se queda pensativo. 

Desiguales

Desiguales

El diez por ciento mejor posicionado de la población percibe ingresos 23 veces superiores al diez por ciento más pobre. Las vidas de Mirtha, en un barrio popular, y Fernando, en un country, le pone realismo a la abstracción de los números. ¿Cómo viven? ¿Cómo criaron a sus hijos? ¿A dónde vacacionan? ¿Cómo ahorran? ¿Qué comen? Un viaje de Saavedra a Pilar que parece de un mundo a otro.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), la brecha entre los que menos ganan y los que mayor ingreso perciben mensualmente en Argentina se incrementó considerablemente. El coeficiente Gini, utilizado globalmente para medir la desigualdad en la distribución de ingresos, muestra que la brecha entre ricos y pobres pasó de 0,446 a 0,467 puntos entre el primer trimestre de 2023 y el de 2024. Hay que recordar que cuanto más cerca del 0 está el Gini, una sociedad está más cerca de la igualdad. Los hogares más ricos perciben 23 veces más ingresos que los más pobres. Es el peor índice de los últimos ocho años en los que se dio el ajuste del macrismo, la pandemia y el severo recorte de Javier Milei.  

¿Cómo se materializa esa desigualdad en concreto? Para responder está pregunta, ANCCOM visitó dos familias, una que vive un barrio popular de la Ciudad de Buenos Aires y otra en un country bonaerense. ¿Qué consumos tienen? ¿Qué hacen en sus tiempos libres? ¿Cómo son sus viviendas? En definitiva, cómo es su calidad de vida.

Concretar la entrevista con la familia de clase popular resultó considerablemente más fácil que la de clase alta. Para esta última, quizá operaba la vergüenza o cierta culpa. Muchos de los comentarios al buscar entrevistados de este sector social fueron del estilo de: “Conozco a alguien de clase alta pero le da vergüenza hablar de sus consumos”. También fue una dificultad encontrar los tiempos, ya que entre el trabajo y la multiplicidad de ocupaciones en los momentos de ocio, decían no contar con tiempo disponible para una entrevista. A diferencia de esto, Mirtha del barrio Mitre, ubicado unas cuadras después de atravesar el parque Saavedra, se mostró abierta a recibirnos en el centro comunitario en el que trabaja de lunes a lunes: “A mí me podes encontrar acá cualquier día a la mañana, vení cuando quieras”, ofreció.

A lo largo de esta nota se utilizarán seudónimos para preservar la identidad de los entrevistados. La elección de familias fue hecha al azar: lejos de ser una caracterización de pretensión universal muestra experiencias puntuales de nuestro país.

 

Mirtha

Al llegar al encuentro con Mirtha, ella estaba en la cocina del centro comunitario compartiendo mates con sus colegas. Pone en pausa ese intercambio inmediatamente al escuchar la puerta principal abrirse. Se dirige con soltura invitando hacia un cuartito con escritorio y sillas para más intimidad. Antes de empezar a hablar de ella, habla de la comunidad. Durante toda la charla el relato oscila entre su historia personal y la del barrio, como si fueran una misma cosa. Vive hace casi 25 años en él, la misma cantidad de tiempo que lleva trabajando en el centro comunitario que funciona desde 2001. 

En el centro organizan talleres para que las mujeres vayan a cocinar: “Se hizo esto para que ellos se puedan llevar la comida y comer en su casa, como se debe”. Mirtha calcula que “la familia que menos comida lleva es para cuatro personas, pero hay de ocho, de cinco, de diez criaturas a las que le llevan”. El centro también brinda apoyo escolar y cuenta con un espacio de ludoteca. 

Si bien reciben algo de dinero del Estado, no es suficiente. Una factura sobre la mesa ilustra lo que Mirtha cuenta: “Dos kilos cuarenta de carne. Son para quince personas. No es nada”. El centro comunitario se sostiene más que nada con los esfuerzos de las mujeres que trabajan voluntariamente. Además de poner el cuerpo todos los días, realizan ventas de prepizzas, miel, tortas, entre otras cosas para poder recaudar los fondos necesarios para que todo funcione: “Hubo un momento que uno pensó  en cerrar los talleres, entre la luz, el gas y todo eso. Pero no, acá estamos”, sostiene un poco triste pero con convicción.

El centro comunitario organiza talleres de cocina para que las familias se puedan llevar la comida. 

Fernando

Fernando es abogado. Explica que la excepción de dialogar con ANCCOM un miércoles al mediodía es gracias a la feria en el Poder Judicial. Durante la primera entrevista se encuentra en su departamento en Capital Federal. De fondo se ve una pintura abstracta de importante tamaño que no llega a apreciarse en su totalidad. Su esposa circula alrededor y luego se suma  a la charla para aportar alguna otra información. 

Así como Mirtha, Fernando también empieza hablando del barrio. Sostiene que “el country es un modo de vida” y agrega “es como un pequeño pueblo. Tiene hasta una proveeduría, donde venden carne, verduras”. Entre las comodidades del country menciona las 200 hectáreas totales, que están cercadas y monitoreadas. Para ingresar son muy rigurosos, tienen un sistema de reconocimiento facial para los vecinos y una puerta distinta para visitantes y trabajadores.“Hay una diferencia entre barrio privado y country”, explica. Los barrios privados son cerrados, con seguridad -detalla-, mientras que el country, que en castellano es club de campo, tienen además muchos lugares comunes para socializar. 

Donde viven ellos hay un polideportivo, sauna, restaurantes, bares, de los cuales algunos son temáticos, canchas de tenis, de pádel y de golf, la cual ocupa 50 hectáreas. También tienen una iglesia donde hay misas todos los sábados. Hay comisiones de cultura, de arte, etc. También se dictan talleres de pintura y hay grupos de coro. 

Destaca que “no todos los country tienen esta vida. Nosotros tenemos fama de ser muy sociables y muy buenos recibiendo. Es una característica nuestra”. Cuenta que cuando comprás el terreno, muchas veces desde la misma inmobiliaria te hacen una reunión con el capitán del equipo del deporte que te gusta. También se arman muchos viajes, algunos de cabotaje con los equipos y también cuenta Fernando que ha hecho aproximadamente diez viajes con grupos del country al exterior: México y Punta Cana, entre otros lugares. 

Las 200 hectáreas del country están cercadas y monitoreadas. El ingreso es por reconocimiento facial. 

Crianzas

Mirtha tiene 62 años, Fernando 69. Al describirse Mirtha dice: “Soy buena cocinera, buena madre y buena abuela”. Tuvo nueve hijos y perdió uno. Ahora tiene 28 nietos y 12 bisnietos. Sus hijos tienen entre 24 y 45 años. Cinco de sus hijos viven en la casa con ella. Fernando tiene 3 hijos de 30, 32 y 34 años. Dos de ellos viven en Australia, y el tercero sigue en el país; es socio de Fernando. 

Mirtha cuenta que la crianza de sus hijos fue dura. Se separó dos veces y en ambas oportunidades se quedó con los niños. Del primer matrimonio tiene cinco hijos y del otro tres: “Me tocaron malos matrimonios -explica-. Yo no estaba enamorada, a mí me presionaron. Tengo un nieto de 30 años. Te imaginás que yo muy jovencita tuve hijos”. Con su primer marido vivió 17 años “hasta que me liberé. Porque era el miedo de que si yo me voy, me sacan los chicos. Pero una vez me planté bien; dije esto termina acá”. 

“Se dice que en los countrys todas las parejas son infieles: eso no es verdad”, aclara Fernando -sin que nadie le pregunte- con la expresión de quien explica una obviedad. Él conoció a su esposa en sus treintas, por un amigo en común que los presentó. Ambos venían de parejas largas antes de conocerse y de proyectos de vida distintos, cada uno con sus respectivos trabajos. Decidieron ensamblar sus vidas. Planearon a sus hijos, algo que explica que hayan nacido con regularidad de dos años. 

Tomaron la decisión de irse a vivir al country, lo que implicó un acuerdo para que la esposa renuncie a su trabajo y dedique su tiempo a la crianza de los hijos. Mirtha, por su parte, cuenta que ella es quien trabajaba y su marido no, un acuerdo nunca consensuado. Teniendo hijos pequeños, Mirtha salía a vender cosas: “Una vez, empecé a vender Grundig, una marca de televisores. Por ahí caminabas todo el día durante una semana y no vendías nada, y venías con unas desilusiones…”. Actualmente, Mirtha es pensionada por invalidez, lo que le permite dedicarse 100% al trabajo no remunerado que realiza en el comedor.

“En un momento se discutía si los chicos que viven en los countrys están en una burbuja. Pero no, la mayoría son clase media y un poco más”, aclara Fernando. Se fueron al country en el 96, movilizados por el deseo de criarlos en un espacio seguro y deportivo: “Buscábamos algo para que los chicos se criaran con más libertad”. Desde 2012, con sus hijos ya grandes, la pareja pasa los días laborables en la Capital y los fines de semana en Pilar. Fernando cuenta que aproximadamente la mitad de las personas de country sostienen esta misma dinámica híbrida. 

Otro aspecto que motivaba a Fernando a vivir en el country fue la cancha de golf: tanto él como su esposa practican ese deporte. Ese disfrute por lo deportivo lo transmitieron a sus hijos quienes se criaron practicando una diversidad de disciplinas. Cuentan que incluso hoy los dos que viven en Australia practican surf a diario. 

En el caso de Mirtha, sus hijos viendo la labor de su madre incorporaron un sentido de solidaridad profundo: “Nosotros le íbamos a dar de comer a los cartoneros desde el año 2001. Estuvimos como 12 años llevando comida todos los días. Mis hijos, que eran chicos en ese tiempo, ya es como que se acostumbraron”. Cuenta que son ellos quienes le sugieren: “Ma, ¿qué te parece si le damos esto, le damos lo otro?”. 

Fernando también menciona la solidaridad, al hablar de las actividades que realizan los grupos de la iglesia dentro del country. Se reciben donaciones, y se llevan a “El hogar del milagro”, donde viven desde bebés a niños huérfanos. También organizan “roperitos” donde se junta ropa y se le vende, a precios muy accesibles, a gente que va a trabajar al country.

Mirtha dice: “Soy buena cocinera, buena madre y buena abuela”. Tuvo nueve hijos y perdió uno.

Educación

Fernando estudió en la Universidad de La Plata. Para poder hacerlo, se mudó a esa ciudad al terminar la escuela ya que él proviene de una ciudad del interior de la Provincia Buenos Aires. Recibió durante sus años de carrera el apoyo económico de sus padres, sumado a algún trabajo que fue encontrando en el medio. A Mirtha, le hubiese gustado estudiar en la universidad, pero no terminó el secundario. Llegó hasta séptimo grado: “Mi historia es larga y el pasado triste, así que no pude”, confiesa.

Los hijos de Mirtha fueron a la Escuela 25 que queda en el barrio, ubicada a una cuadra de su casa. Es jornada completa. En el caso de Fernando, enviaron a sus hijos a una escuela bilingüe que queda fuera del country, el “San Mathius”. Fernando destaca que tiene unas 17 hectáreas. Mirtha confiesa “la escuela no se si es buena o mala, pero está cerca. Con los niños chiquitos, es un alivio que esté la escuela cerca”. En el caso de Fernando, el hecho de que en la escuela hubiera muchos alumnos de familias countristas, facilitaba el traslado. Se organizaban para hacer “pool”: se turnaban entre los vecinos para llevar a los chicos. Sostuvieron ese sistema hasta que el primero de sus hijos tuvo edad de sacar la licencia de conducir. Cuenta Fernando que el transporte es un factor a tener en cuenta en la vida de country. Es necesario al menos un auto para papá, otro para mamá y otro para los hijos. Hoy en día, la mayoría de los nietos de Mirtha asiste a la misma escuela que sus padres: “Las madres se ocupan de llevarlos a la mañana a la escuela y después la tía los busca a la tarde”.

Al terminar la jornada escolar, los hijos de Mirtha asistían al centro comunitario, donde aprovechaban el espacio de la juegoteca y apoyo escolar. Volvían a la casa a las 19 para cenar y terminar el día. Sus nietos, también aprovechan de esos espacios. “Los traemos a la ludoteca, están todos los días ocupados”, cuenta Mirtha y explica que tenerlos ahí sirve para que no estén tanto tiempo con las pantallas. 

Fernando recuerda con orgullo la crianza de sus hijos: “Mi mujer, a las 8 los sacaba de la cama con una raqueta, el palo de golf, las cosas de equitación, los patines”. El country ofrece actividades para los chicos que se realizan los fines de semana: por las mañanas practican los deportes individuales y por la tarde deportes grupales. Luego compiten en intercountries. También aprovecharon otros espacios educativos que ofrece el country para las distintas edades: “Por ejemplo, a los adolescentes los llevan a bailar y los vigilan”.

Fernando reflexiona sobre la educación que recibieron sus hijos: “Los resultados a 30 años, son que a toda la gente le ha ido muy bien en la vida. Han socializado muy bien”. En el caso de Mirtha valora: “Ellos estuvieron muy contenidos acá. Porque tres de ellos quedaron sin papá siendo chicos. Acá en el barrio los sostuvieron bastante bien, no se me fueron para cualquier lado”. 

Fernando recuerda con orgullo la crianza de sus hijos: “Mi mujer, a las 8 los sacaba de la cama con una raqueta, el palo de golf, las cosas de equitación, los patines”.

Vivienda

La casa de Mirtha la fueron adaptando y construyendo sobre la marcha. La casa de Fernando es una construcción antigua que ha sido remodelada respetando el estilo. En lo de Mirtha, viven además de ella cinco de sus hijos, aunque siempre hay más gente en la casa. En lo de Fernando quedan solo él y su esposa. En resumen, tienen dos propiedades para dos personas: la casa de Pilar y el departamento en Capital. En lo de Mirtha, en la parte de abajo viven cuatro hijos, y en la parte de arriba, vive una hija con su esposo e hijos. Las habitaciones superiores corresponden a una construcción que se agregó, así como también la parte del fondo de la casa donde vive ella actualmente. “Decidí irme a esa parte porque no quiero escuchar el griterío de los niños” sostiene con hartazgo. Su casa cuenta con cinco habitaciones y un comedor. Fernando también piensa hacer una remodelación en su casa: tienen una habitación que es un playroom que ya no usan tanto, ya que era un espacio para los chicos. Actualmente, tienen la intención de transformarlo para que la esposa pueda jugar allí al burako con sus amigas. La casa de Fernando también es de dos pisos, pero esto fue planteado desde el plano original. Tiene espacios amplios y luminosos, una habitación para cada miembro de la familia, cada uno con su baño propio y aire acondicionado, dos livings, cocina, una galería semicubierta con piscina. Afuera tienen un jardín con pileta el cual no tiene separación con el afuera que da directamente con la cancha de golf. Cuentan con teléfono de línea, un sistema telefónico que conecta a todos los internos del club.  

Sociales

Mirtha cuenta que acostumbró a su familia a sentarse en la mesa y cenar juntos, ritual que se sostiene desde que sus hijos son pequeños y continúa vigente en la actualidad. El horario de reunión es a las 21. En el caso de Fernando, los encuentros suelen ser más espontáneos. La cercanía con sus amigos les permite organizar asados de forma más casual y volverse a pie o en sus carritos de golf a su casa. En general se junta con sus amigos y cuenta: “Mi mujer suele reunirse a jugar al burako con las amigas, y por ahí se toman algún aperitivo”. Sostiene que el country es el mejor lugar para estar juntos, pero dispersos”. Cada uno puede hacer sus cosas y reunirse por las tardes. Destaca que en general, en el country son todos bastante tempraneros. 

Mirtha, primero cocina en el centro comunitario, después vuelve a su casa y sigue cocinando para su familia. Si bien actualmente solo cinco de sus hijos viven en la casa, en las cenas suelen reunirse alrededor de doce personas, entre hijos, algún nieto, yerno, etc. Destaca las charlas que se desatan en la mesa: “A veces los tengo que callar. Se hablan como que no se vieron en todo el día, ¡y se ven todo el tiempo!”. 

Las comidas que hace Mirtha tienen como requisito ser abundantes: “No puedo andar con cosas chiquitas”. Menciona que los menús más habituales son guiso y puchero. En el caso de Fernando, los almuerzos suelen ser una comida liviana, más que nada para estar ligeros para los deportes que practica. Un menú frecuente para el mediodía es bife con ensalada. La comida fuerte es por la noche, suelen preparar algo a la parrilla, más que nada si tienen invitados. En el invierno, a veces prenden el hogar y hacen alguna comida ahí. A la esposa de Fernando le gusta mucho la cocina, así que suele innovar con alguna receta gourmet.

Los niños de la familia de Mirtha van al centro comunitario al terminar la jornada escolar para aprovechar la juegoteca y el apoyo escolar. 

Pantallas

Mirtha es quien elige qué mirar en la tele que tienen en el comedor de su casa:“Cuando nos sentamos la que pone la tele soy yo, no me cambian el televisor. Todavía me respetan”. Más que nada miran noticieros, aunque reconoce que “ahora todas las noticias te angustian. No puedo hacer nada”. También se reúnen en la tele del comedor a mirar partidos de fútbol, aunque en ese momento Mirtha prefiere irse a su cuarto. Después de la cena, cada uno elige qué mirar: “Una de mis hijas pone ese Supervivencia el desnudo, el otro que mira fútbol, mi otra hija me tenía cansada con el Gran Hermano que lo odio”. Por un tiempo supieron tener Netflix pero se dieron de baja cuando aumentó. Actualmente solo miran la tele de cable. 

Al preguntarle a Fernando sobre qué mira en la tele, cuenta:Tenemos Netflix y todas esas cosas, pero es más que nada mi esposa la que se encarga de eso. Yo no tengo redes sociales ni nada”. Sostiene que disfrutan de ver alguna película juntos, aunque no profundiza al respecto. 

Tanto en la casa de Mirtha como en la de Fernando, todas las habitaciones tienen un televisor y todos sus hijos tienen celular. En lo de Fernando, disponen de un playroom, donde en su momento había varias computadoras de escritorio. Hoy en día, cada uno de sus hijos tiene su notebook, así que decidieron regalar esas computadoras. Esa habitación contaba con una Playstation 4, otro dispositivo que ya no usan. Uno de los nietos de Mirtha, también tiene la Playstation 4, un regalo de la madre. Mirtha reflexiona: “Hoy no se la podría comprar”, y agrega “no se como le regale una computadora a unos nietos que no viven conmigo”. 

Compras

En la familia de Mirtha una vez por mes van al mayorista a hacer una compra grande. Actualmente son sus hijos quienes se encargan de hacerlo. “Gracias a Dios, crié tan bien a mis hijos, que a mí no me hace falta vivir de la pensión. Viene la luz y se la dividen entre ellos, viene el gas y lo dividen, todo así. Y la compra del mes para comer también la hacen ellos”, sostiene Mirtha. 

Fernando cuenta que como son solo dos personas no necesitan tanta comida. En Capital y en la casa de Pilar tienen alacenas bien provistas de alimentos no perecederos. Intentan estar bien abastecidos en ambas. La verdura la compran en Pilar, al igual que la carne, y destacan que es de muy buena calidad. En Capital, compran productos de almacén en un Carrefour que les queda a veinte metros del departamento. Cuando necesitan, su esposa va y hace una compra grande para abastecer las dos casas: elementos de higiene, de limpieza, alimentos no perecederos, etc. Al elegir los productos -subrayan-, priorizan que sean de buena calidad por sobre el precio, aunque también le prestan atención a las promociones. 

La calidad antes que el precio es la clave para la elección de los consumos en la familia de Fernando.

Rutinas

Fernando tiene su estudio de abogados. Allí trabaja con su hijo y además administra una obra social. Actualmente hace mucho home office y sus tiempos los regula según las necesidades. Generalmente empieza a trabajar a las 10. Los lunes y miércoles se dedica más que nada al estudio de abogados, intercalando entre lo virtual y lo presencial. Los martes y jueves, son los días en que él va presencialmente a la obra social;  trabaja allí como mínimo ocho horas. El jueves, al terminar la jornada se va para el country y el domingo por la noche o lunes a la mañana vuelve. En el medio de su semana, suele tener algún almuerzo de trabajo. Cada 15 días, viaja a otra provincia ya que está iniciando una nueva empresa allí.

En un día laboral, Mirtha se levanta a las 7. Despierta a los nietos para que vayan a la escuela. Llega al centro comunitario alrededor de las 8. Desde esa hora empieza a atender a los proveedores, pone el agua a calentar para la gente que viene a trabajar “y ahora me agarró la mala costumbre de cocinarles, les cocino a todos”, cuenta. Se queda en el centro comunitario hasta las 13.

Mirtha señala que durante los fines de semana suelen dispersarse, ya que la mayoría tiene familia en otros lados: General Rodríguez, Moreno, entre otras localidades. Para ella, es un momento de paz: “El tema soy yo. Porque yo no quiero que cocinen, no quiero que toquen esto, no quiero que toquen aquello. Lo reconozco, soy maniática”, señala entre risas. 

Fernando explica que hay diferencias según las épocas. Por las mañanas, tanto él como su esposa suelen ir a jugar al golf. Aunque si el clima es muy frío o llueve, prefieren quedarse en casa con pantuflas y hacer alguna comida. A las noches invitan a algún matrimonio amigo a cenar. Otro de los planes que menciona son las caminatas, los paseos en bici y la jardinería.

Mirtha dice que, en general, no son tanto de tener amistades, son más mantenerse en familia. En este aspecto, Fernando cuenta que lo que mayormente ocurre, es que se generan amistades y noviazgos dentro del country. También, se vinculan profesionalmente con gente del country “Tenés tu odontólogo, tu médico de confianza”, cuenta. En el country cada uno sabe dónde vivís, basta con decir tu apellido o decir que estás al lado o en frente de tal apellido. También se usan como categorías el grupo al que pertenecés: si sos del grupo de la iglesia, del golf, de tenis, etc. “Tampoco te podés mandar ninguna cagada dentro del country, porque te defenestran, te castigan”. Tienen una revista que sale cada semana, donde se anuncian desde los resultados de los torneos y los cumpleaños hasta los deudores, eso aparece cuando debés al menos dos meses de expensas. También hay reglas de etiqueta: qué atuendos se pueden usar para cada deporte. A su vez, para entrar a un country, tienen una admisión. Te entrevistan, para ver si reunís las características necesarias. 

“En el golf no se puede usar jean”, cuenta Fernando. También requiere un calzado especial. “Es muy importante la vestimenta, o al menos le damos importancia”, afirma. “En verano se puede usar bermuda, en vez de pantalón largo. Es la mayor concesión que hacemos”, sentencia entre risas. 

La ropa que utiliza Mirtha, es la misma todo el día, no hay diferencia entre lo que usa en su casa o en el centro comunitario. Un jean, unas zapatillas deportivas y un buzo. Lo único que cambia entre esos espacios, es el delantal que se pone. En los talleres de cocina, usan delantales y sombreros que fueron elaborados en el taller de costura que se dicta en el mismo centro comunitario. En su casa, Mirtha tiene su propio delantal.

Cuenta Fernando, que él no es tan de usar zapatillas. Si bien tiene tres o cuatro pares, él prefiere el zapato, el mocasín o el zapato náutico, aunque aclara que es una elección personal. Dentro de sus zapatillas, tiene un par para caminar, otras para el gimnasio, unas zapatillas y unos zapatos de golf, y los usa dependiendo el clima y la estación del año. Para estar al interior de sus casas, prefiere usar alpargatas.

Vacaciones

Fernando cuenta que cada año religiosamente se van de vacaciones: “Desde que nuestros hijos se han independizado hacemos un viaje importante anual al exterior”. Al tener a sus hijos viviendo afuera, organizan encuentros en otras partes del mundo. “Por ejemplo, una vez nos encontramos en Johannesburgo e hicimos varios países: Sudáfrica, Kenia, Tanzania recuerda. “Otra vez -agrega- nos encontramos en  Bangkok. También hicimos Vietnam, hicimos todo Tailandia”. Este año, su destino es Australia, van a visitar a sus hijos: “De ahí nos vamos a Phuket, una isla en el sur del sudeste asiático en Tailandia en la que ya estuvimos una vez, un paraíso”. Cuando sus hijos eran más chicos, se iban más que nada a la costa, Pinamar era el lugar que más frecuentaban durante los eneros. Ahora, hacen un viaje grande por año, así como también hacen dos escapadas como mínimo a Uruguay para visitar amigos en Punta del Este. También hacen algún viaje a Brasil cada vez que pueden. Después de hacer un recuento por todos esos destinos, suspira y afirma con una sonrisa: “Tratamos de vivir un poquito”. 

 Para Mirtha, las vacaciones son en su casa, aunque no deja de darse una vuelta por el centro comunitario de vez en cuando. Nunca se fue de viaje y tampoco tiene pensado algún destino al que le gustaría ir. Para ella, las vacaciones son una oportunidad para relajarse en su domicilio, aprovechando que sus nietos están también de vacaciones y sus hijos se organizan para cuidarlos. 

Ahorros

Fernando cuenta que tienen la capacidad de ahorrar en dólares: “Lo hacemos con dos fines: pasear todo lo que se pueda y tener un ahorro para la tercera edad. -explica-. Para cuando ya no podamos trabajar, tener un ahorro que nos permita vivir, que no bajemos mucho nuestro nivel de vida que tenemos ahora”. Fernando reflexiona: “Todo esto fue producto de mucho esfuerzo y trabajo. Yo he trabajado 12, 14 horas por día. Entonces llegamos a una edad madura que valió la pena el esfuerzo…”

Al preguntarle a Mirtha, lanza una risa: “¿Ahorrar? ¡Imposible!”, aunque enseguida se pone seria y aclara: “No puedo decir que vivimos mal, porque no falta nada, pero llegamos justo”. En la casa de Mirtha, cuentan con cuatro sueldos de los hijos que viven en el piso de abajo (porque la hija que vive arriba tiene sus gastos aparte), pero aun así no tienen la posibilidad de ahorrar. 

Mientras se desarrollaba esta nota, la Universidad Católica Argentina (UCA) publicó su habitual estudio sobre la pobreza argentina. En el primer trimestre de este año ascendió al 55 por ciento. El diez por ciento mejor posicionado en el país, percibe ingresos 23 veces más grandes que los de menores ingresos. La abstracción de esos números cobra realismo en los rostros de Mirtha y Fernando. Viven a escasas cuadras uno del otro, pero parecen estar a un mundo de distancia.

Marchar por el milagro del trabajo

Marchar por el milagro del trabajo

Con más de media población sumida en la pobreza, una nueva marcha de San Cayetano a Plaza de Mayo tuvo una fuerte impronta opositora a las políticas de Javier Milei. Organizaciones sociales, sindicales y partidarias repudiaron los despidos y las políticas de ajuste.

En la esquina del Cabildo descansaba un hombre con la mirada perdida y sin zapatillas. En esta cruda mañana de invierno, lo único que tenía era una remera de manga corta y jeans gastados. “Una ayuda, por favor”, deslizaba una pila de abrigos entre las columnas de la Catedral Metropolitana. Algunos sindicatos cruzaban Sáenz Peña con las cañas de las banderas al hombro hacia una Plaza de Mayo adornada con pasacalles que imploraban “Paz, Pan, Tierra, Techo y Trabajo”.

La nueva marcha de San Cayetano llenaba la Plaza y las calles aledañas. “No es un 7 de agosto cualquiera porque estamos viviendo un momento de crisis económica y social muy importante, que está afectando a todos los sectores de la sociedad con el 55 por ciento de pobreza y más del 20 por ciento de indigencia”, describió Alejandro Gramajo, secretario general de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Según la Encuesta Permanente de Hogares la pobreza afecta a una de cada dos personas, y una de cada cinco es indigente. Sólo en los últimos tres meses la pobreza subió 10 puntos.

“Hoy centenares, miles de argentinos y argentinas están perdiendo el trabajo. Son más de 600.000 los trabajos formales que se perdieron en estos meses y eso supone una situación muy compleja en lo social. Se va degradando día a día. Así que me parece que esta marcha tiene que ser un llamado muy fuerte de atención, porque hoy no sólo el hambre es un gran problema en Argentina, sino también el trabajo. Estamos volviendo a situaciones que nunca creímos que íbamos a volver, previas al 2001”, subrayó Juan Manuel Abal Medina, politólogo y exjefe de Gabinete de Cristina Kirchner. “Este gobierno se tiene que despertar y el pueblo tiene que despertar para decir ‘hasta acá’. Hoy puede ser un buen día para eso”, agrega mirando con una sonrisa a las columnas de la Confederación General del Trabajo (CGT) y del Movimiento Evita que se aproximaban.

Con una sombra en la mirada, Abal Medina reflexionaba: “Es central de parte nuestra reconocer cuando nos equivocamos: hicimos un muy mal gobierno y estuvimos muy lejos de cumplir con las expectativas. Un gobierno peronista no puede definirse como tal si no mejora la vida de la gente, si no genera mayor distribución del ingreso y fallamos en lo principal. Hay que reconocer los errores para que la sociedad vuelva a creer en nosotros. No seguir hablando como que todos los problemas empezaron el 10 de diciembre, porque todo el mundo sabe que no es así. Milei es una consecuencia de nuestros errores, sino nunca hubiera llegado a la presidencia. Después, hay que pensar un programa. No creo que baste que estemos juntos y que seamos peronistas, sino que hace falta empezar un programa de gobierno que presente una alternativa real para la sociedad”.

Desde otra columna, tiraban papeles al aire mientras se incorporaban a la Plaza: “No hay paz sin pan ni trabajo. Luchemos para que se vayan”. Walter Correa, ministro de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires, estaba entre los manifestantes bonaerenses. “Estamos acompañando al pueblo trabajador en este proceso nefasto del gobierno de Milei. Somos parte del trabajo, somos parte de la producción como parte de la provincia de Buenos Aires, encabezada por el gobernador Kicillof y nos oponemos firmemente a estas políticas”, insistía mientras abrazaba a sus compañeros.

Ingrid Manfred, secretaria general de la Junta Interna de ATE ex-Ministerio de Desarrollo Social, estaba bajo una sombra. “Es muy significativo estar acá con la consigna paz, pan y trabajo, histórica para los trabajadores y trabajadoras. Nosotros como trabajadores organizados en ATE venimos atravesando desde el 10 de diciembre esta decisión de exterminar la política pública, acompañada con el despido de 1.600 compañeros, que implica el desmantelamiento del acompañamiento que brindamos a los sectores más vulnerables. Éramos un ministerio que trabajaba justamente con quienes hoy no tienen pan, no tienen trabajo”, decía mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

“Al ejercicio permanente de crueldad de este gobierno estamos respondiendo con organización y con solidaridad de los trabajadores. Sabemos que este plan siniestro de gobierno va a seguir avanzando y profundizando sus medidas y que, por desgracia, eso va a significar más desempleo, más desocupación, más angustia, más gente en situación de calle y más gente que va a engrosar las filas de desocupados. Hoy es una jornada para decirle basta a Milei, basta a esta Ley Bases que también vulnera ampliamente a todos los trabajadores y trabajadoras y particularmente a nosotros los trabajadores del Estado que vimos finalizado ayer con su reglamentación nuestro derecho de estabilidad laboral”, alcanzó a decir Manfred antes de que la invada un sollozo. Otra bandera exclama: “Gobernar es crear trabajo… ¡lo demás es puro cuento!”.

Desde un stand de la CTA Autónoma, Viviana invitaba con un megáfono a firmar contra el DNU 70/23. Su compañera, Norma, milita desde joven: “En estas baldosas está mi ADN. La historia se construye en la calle”. Su vida personal la recuerda atravesada por diferentes protestas, ahora siente que la discusión política no sólo no se promueve, sino que da vergüenza. En la dictadura militar, desapareció a su marido. “Cuando asumió Milei me sentí peor que cuando asumió Macri, pero igual de desesperanzada. No nos tiene que ganar la angustia. En estos momentos tenemos que encontrar a otros para refugiarnos y no estar solos”, decía entre sorbo y sorbo de mate.

En la mitad de la Plaza, Juan sostenía un globo del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos. “No se aguanta más. Yo tengo trabajo, pero cada vez está más difícil”, decía mientras relojeaba las distintas esquinas. Temía que vuelvan a reprimir. Todavía recordaba el gas y cómo corrió en las marchas anteriores. Es un miedo compartido. La pesadumbre espesa el aire, pocos grupos tienen batucadas y son menos aún los que cantan, casi no hay niños ni adolescentes.

Laura Lonati, coordinadora del Área de Salud Colectiva de Libres del Sur y de la construcción de indicadores populares en el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana, organizaba qué carteles pegar en el stand. “El tema de la malnutrición es un problema del presente de estos niños y niñas. No es como decíamos antes que si no comemos en el futuro, en la edad adulta, no vamos a desarrollarnos bien. Hoy es lamentablemente la puerta de entrada a enfermedades crónicas, como la hipertensión y la diabetes, que se están presentando a temprana edad”, advertía. En los carteles se mostraba en un mapa lo que significan los porcentajes de pobreza y exigían “políticas para frenar la inseguridad alimentaria e indigencia”.

“Hay un combo muy peligroso: tenés la dificultad para el acceso a la atención de salud por la deuda sanitaria que hay en nuestros barrios y por otro lado la falta de ingresos de la familia, que no les permite acceder a una canasta con nutrientes esenciales. Cada vez va a deteriorar más la calidad de vida de esos niños, niñas, adolescentes y de los adultos fundamentalmente”, explicaba. “Violencia es el hambre. Milei y Pettovello repartan los alimentos” imploraba uno de los carteles: si no llegan alimentos secos, los comedores tienen que hacer lo imposible para conseguir alguna calidad nutricional. 

“¿A dónde están repartiendo eso, compa?” susurró una señora determinada a comer guiso. El Frente Popular Darío Santillán llevó cuatro ollas a la Plaza, pero rápidamente se terminaron. La gente armaba dos largas filas que llegaban hasta mitad de la Plaza. “La necesidad está a la vista. Nos quedamos cortos”, relató Vani, militante del Frente. “Tuvimos que abrir al barrio la olla que hacíamos para nuestros trabajadores en Constitución. Es importante la consigna que nos trae San Cayetano. Todos piden trabajo y más hoy por hoy que sabemos que no hay trabajo, no tenemos techo y la situación con los comedores es también muy precaria con las persecuciones que venimos teniendo. Demostramos realmente que hay necesidades, que los comedores no son fantasmas, que realmente existimos”, Vani masticaba las palabras con bronca.

“Este Gobierno nos tiene que devolver los puestos de trabajo que nos quitó y la parte de los salarios que en nombre del superávit nos robó. San Cayetano nunca tuvo tanto trabajo”, apuntó Rodolfo Aguiar, el secretario general de ATE. Al lado de las banderas de la Corriente Clasista y Combativa, Rosa Flores, encargada de un comedor de Zona Norte, parecía preguntarse cuántos milagros puede hacer San Cayetano. Cada día más gente no puede garantizar su alimentación y se acerca al merendero, tiene que ayudar a sus hijos a poder sostenerse porque “si no, no les alcanza. Nuestra casa ya no es nuestra casa porque lo que hay que pagar de servicios es una barbaridad, no te podés enfermar porque los medicamentos están caros… La clase media va a desaparecer. Mis hijos trabajan, pero uno de ellos tuvo que volver a casa con su esposa y sus hijos. Como en la pandemia, tenemos que compartir la comida”, precisaba con desesperación. 

“Realmente me da mucha tristeza porque nuestro país no tiene que pasar hambre: acá tenemos la carne, la leche, hay de todo en nuestro país. Esto pasa por una decisión política”, tragaba con un enojo agrio Rosa. Bajo tierra, en los pasillos del subte porteño, entre dibujos tangueros, dos hombres de entre treinta y cuarenta años dormían, desamparados en la nueva Argentina de la libertad. La pregunta de cuál es el país que queremos reposaba entre la representación de postal y el retrato crudo de una crisis.

“Con estas políticas están matando a millones de argentinos…” se escuchaba entre los bombos las palabras del escenario. Desde allí, exclamaban: “¡U-ni-dad de los trabajadores! Y al que no le gusta/ ¡se jode, se jode!”. Desde Congreso seguían llegando las columnas de quienes venían caminando desde Liniers. “Si de verdad quieren ‘libertad, carajo’, ¡tierra, techo y trabajo!”, agitaba La Poderosa. Un pueblo con fé en los santos y en la lucha no se rinde: llena plazas y conquista derechos.