El trap pluriclasista

El trap pluriclasista

El nuevo producto musical de exportación nacional tiene representantes de todos los estratos sociales. Un fenómeno transversal en el que todos conviven más allá de los prejuicios. ¿Quién es quién?

Hijo de una abogada, Duki es un pibe de clase media criado en La Paternal.

 

¿Por qué el trap argentino está en las grillas de los festivales de rock? ¿Y en la cortina de la Copa de la Liga Profesional de Fútbol 2021? ¿En las colaboraciones de los Premios Gardel y en los late night shows de Estados Unidos? Hay trap argentino en todo el mundo.

Es la primera gran criatura de exportación musical post rock. El nuevo rocanrol.

Pero para entender cómo llegó a ser lo que somos hay que saber quiénes son los que lo hacen. Más precisamente de dónde vienen, qué dicen sus historias.

El punto 0 del trap es el Parque Rivadavia de la Ciudad de Buenos Aires, donde se hizo durante 5 años El Quinto Escalón, la que sería la competencia de freestyle más importante de Latinoamérica.

La competencia era los domingos, en la calle, gratis. El Quinto Escalón abría el juego para que rapeen los que vivían sin un mango, los pibes de colegio privado que las tenían todas y los que venían de otras provincias por un voto de confianza. 

Los hijos de artistas, de los laburantes, los que no tenían padres presentes como Klan y también esos a los que sus padres los llevaban de la mano a la competencia, como Trueno.

El trap es una amalgama de las clases medias y populares de nuestro país. 

Y Duki es el jefe: un pibe de clase media que se crió en La Paternal, su mamá se recibió de abogada cuando él y sus hermanos ya eran grandes, su papá es diseñador gráfico. Ambos profesionales. 

La de Duki fue una familia-tipo, profundamente golpeada por la crisis del 2001 y los altibajos de la economía argentina. Una en la que el primer sueldo de Mauro -antes de ser Duki- se destinó, según cuenta su mamá Sandra, a pagar los impuestos de la casa. Y la misma que hoy viaja a Barcelona para ver a Duki llenar un estadio. 

Desde los barrios populares, L-Gante se hizo hit con un micrófono de mil pesos y una computadora de Conectar Igualdad.

En cambio Dillom nunca vio a sus padres recuperarse de una crisis. Él es la representación de la clase media empobrecida, venida abajo: cuando su papá se fue de la casa, vio a su mamá vender ropa en Parque Centenario e ir presa porque -también- vendía drogas.

Esos dos pibes con un origen similar y distintos caminos están hoy en el mismo lugar: el trap. El espacio en el Dillom escribe “mi mamá tomando merca todo en frente de mi cara y mi viejo después de eso me echó fuera de la casa”. Y Duki “¿Cómo quieren que no brille? ¿Cómo quieren que no humille? Si yo soy hijo del Guille”, mientras hace a su familia parte de su staff. 

Duki es la clase media a la que, mejor o peor, la comida nunca les faltó. Dillom en cambio, es un pibe que vivió en Colegiales y en Palermo, pero que también durmió en una plaza. 

La plaza a la que Wos llegó en busca de otras perspectivas y se juntó a tomar vino en cartón con los pibes que vivían en la calle, mientras él volvía a dormir en su casa en Chacarita.

La de Valentín Oliva, Wos, es otra clase media. La acomodada y progre: el hippie con osde.

Estudió en el colegio Mariano Acosta y bancó las tomas frente al avance de la UNICABA. Es hijo de artistas y el más influenciado por el rock nacional: Wos en lugar de escribir sobre el lujo y la guita, escribe: “no me hablen de meritocracia me da gracia, no me jodas / que sin oportunidades esa mierda no funciona”.

Con Trueno pusieron en agenda el debate sobre el lugar del trap como el nuevo rocanrol con una sentencia hecha canción: “Te guste o no te guste somos el nuevo rocanrol”. 

Yo soy de barrio, soy mi jefe y mi horario, no acepto ofertas de ningún mercenario” dice Trueno, la clase media barrial. Trueno de La Boca; el que ya nació artista y pasó toda su vida en la Comuna 4 de la Ciudad de Buenos Aires.

Mateo Palacios estuvo desde chico en el teatro comunitario de Catalinas Sur y en los shows del under en el barrio de La Boca. Es el pibe que señalan desde el bajo de La Boca por ser un cheto y en Colegiales lo reconocen como un curtido. Se crió jugando a batallar con rimas contra su papá: no miraba los Power Rangers, miraba batallas de freestyle

Cazzu llegó desde Jujuy y le dio anchura al trap.

Pero el trap también tiene artistas como Paulo Londra, el más cheto de la escena. 

Un pibe de Córdoba que ni siquiera tuvo que mudarse a Buenos Aires para conseguir llegar al mainstream. Un trapero sin tatuajes en la cara, rubio y de ojos celestes; un chico Disney que fue el primer cordobés en grabar con Ed Sheeran y el único, además, que hoy tiene un contrato con Warner.

Los pibes del trap monopolizaron la escena en los inicios de los años de explosión de los feminismos: entonces entraron las pibas. 

Gracias al feminismo y a “la puta jefa del trap”: Cazzu, Julieta Cazzuchelli. En el momento en que el movimiento copó las reflexiones de los pibes de la plaza y de los dueños del mainstream, Cazzu llegó desde Fraile Pintado -un pueblo de 13.000 habitantes en las afueras de San Salvador de Jujuy- y le dio anchura al trap y oportunidades para las mujeres en la escena. 

Desde que están ellas entonces, el trap es feminista de pañuelo verde. 

Cazzu no está sóla porque la subió a Nicki Nicole a un escenario cuando nadie la conocía. Porque le dio un feat a María Becerra cuando recién estaba empezando. Porque le da al trap perspectiva de género y multiculturalismo: Julieta dijo en historias de Instagram para 10 millones de personas lo que significa empezar desde Jujuy en un país que todavía debate el federalismo; reivindicó la cultura latinoamericana frente al ninguneo de Doja Cat y su anglocentrismo y le explicó a ese público que Bolivia y Argentina son países hermanos, no enemigos. 

Julieta Cazzuchelli se ganó el lugar de jefa porque se instaló en Buenos Aires, pateó las puertas y llegó a las grillas como las mujeres llegamos a las calles: disputando lugares de poder. Nunca dejó de decir que para lograr lo que logró, tuvo que irse de su pueblo natal, porque en la Argentina las posibilidades no se distribuyen con equidad. 

 

Bizarrap produce música desde su habitación de Ramos Mejía.

Ya con Cazzu, Nicki Nicole y María Becerra en escena, llegó Tini. Hija de un director y productor de TV reconocido, a Martina Stoessel ya la conocíamos todos: fue Violetta hasta que se cortó el flequillo, se hizo un piercing y empezó a cantar con autotune. Una suerte de Miley Cyrus argentina que fue a un colegio privado de San Isidro y conoció los estudios de televisión antes que la secundaria. Tini y Paulo Londra son la representación de la clase media-alta de la Argentina. Y por supuesto, también son trap.

Como es trap Gonzalo Conde, Bizarrap, el más fan de las batallas de plaza que se divertía haciendo compilados de humor con recortes de El Quinto Escalón. No es cantante, es productor. Bzrp es en realidad la marca registrada, con gorra y anteojos, de un pibe de 23 años que se dio cuenta que producir música desde su habitación de Ramos Mejía con lo que tenía a su alcance era posible. Y hoy es uno de los productores más importantes del mundo.

Entonces el trap se hizo también de la digitalización: Bzrp construyó la figura del productor como protagonista y su canal de YouTube como el lugar en donde se encuentra el trap. 

Hoy la Bzrp Sesion de Cazzu tiene 125 millones de reproducciones y la de Nicki Nicole 173 millones, fue la primera en el ranking de las más escuchadas hasta que llegó la de Nathy Peluso con 307.583.863 visualizaciones.

Peluso, una argentina que vivió toda su vida en España pero escribe sobre Buenos Aires y reivindica la música latinoamericana. Una feminista radical, del culto a su cuerpo y al amor propio, del perreo y la sexualidad a flor de piel. Es la más atrevida, un aluvión de energía y ESI: Yo sé cómo hablarle a mi bitch / Yo sé cómo cortar mi hachís / Si te muestro, viene la police / Si me agacho sientes tú mi clítoris”. 

Nathy Peluso arrasa con todo, su perfo no se entiende sin feminismo. 

Su lugar en la escena está marcado por su origen español y argentino a la vez, mientras que Nicki Nicole y María Becerra son las nenas de Argentina en el mundo. Las pibas del trap son también internacionales.  

Con María Becerra se inauguró algo así como una segunda generación del trap que, perfeccionando a la primera aparece como federal, transclase y con paridad. En esa generación surgieron artistas como Rusherking, que viene de Santiago del Estero; o Emilia, de Entre Ríos.

En los márgenes de esa segunda generación está L-Gante y su cumbia 420. 

Si Trueno es el barrio, L-Gante es la villa. No es la clase media del trap, es las clases populares: el pibe que hizo un hit con un micrófono de 1.000 pesos y una computadora del Conectar Igualdad, que después admitió no haberla recibido en la escuela sino como parte de un trueque. El pibe que llenó gratis Tecnópolis y no el Lollapalooza -Villa Martelli, no San Isidro- en su momento de auge.

L-Gante es el pueblo y también es trap porque el trap es cultura que colabora, que invita, que hace feats.

El trap no es música. O no sólo. Fue un nicho que trascendió las fronteras para pasar a ser

cultura: la de una generación que entendió las demandas de las pibas, en la que confluyen y colaboran diversas clases sociales, historias, realidades.

El trap está hecho del sampleo a las grandes bandas de rock. De las colaboraciones entre generaciones y géneros. De una forma de vestir, de convivir, de ser artistas. 

La escena del trap no mira de reojo si Wos toca con Ciro o Trueno con Gorillaz. Si YSY A tiene un tema con Santaolalla o si Charly García conoce a Duki. Si Cazzu canta reggaetón con Bad Bunny o el Himno Nacional junto a David Lebón, Pedro Aznar, Jairo, Baglietto y Víctor Heredia en un festival de la UBA. No importa si Nathy Peluso tiene un feat con Fito Páez o si Pergolini es parte del disco de Dillom; si Nicki Nicole está en el programa de Jimmy Fallon o cantando en Coachella; si L-Gante canta Verano del 92 con Ciro o C Pikó la Clandestina con Damas Gratis.

Es un nuevo rock profundamente colaborativo y orgulloso de lo propio, de lo argentino. El trap está hecho de las mismas cosas que el rock y que el fútbol: del sueño del pibe, de la masividad, de la figura del ídolo y ahora, de las ídolas. 

A los y las pibas del trap no les importa si es de cheto, de villero o de clase media progre; importa “ser trap”. 

Porque ser trap es ser argentinos en el mundo.

 

Otra vuelta de vinilo

Otra vuelta de vinilo

El soporte de música analógica que muchos creían cosa del pasado, resurge con impulso inesperado y gana posiciones en los rankings de venta mundial, en algunos casos imponiéndose a sus rivales digitales.

Desde el fonógrafo de Thomas Edison, en los inicios de la música grabada, hasta la actualidad con las plataformas de streaming ha pasado mucho tiempo. Sin embargo, un formato que parecía haber quedado como un recuerdo en algún museo de la industria musical, hoy resurge con más fuerza que nunca: el disco de vinilo. 

¿Quién hubiese pensado allá por los inicios de los años 90, cuando el CD irrumpió como nuevo y prometedor formato, que el vinilo tendría alguna chance de volver a tener protagonismo?

La música digital, primero de la mano de formatos físicos, luego del MP3 con la difusión masiva de internet solo estaba preparando el terreno para las plataformas de música online que permiten en la actualidad acceder a un enorme catálogo de artistas solo con un click y por un módico abono mensual.

Aquellos viejos discos que marcaron generaciones y que parecían haber quedado para locales de antigüedades, volvieron a la vida con la revalorización de primeras ediciones y un abanico de catálogos semi olvidados, tanto nacionales como extranjeros.

Nicolás Llasen, encargado del local de Jarana Records, una de las tantas nuevas disquerías especializadas en este formato, cuenta qué hay detrás de este fenómeno que suma adeptos cada día: “Yo creo que lo más importante es la calidad del sonido que tiene el vinilo y también el contacto con lo analógico, el arte de tapa, hace que uno se sienta más cercano a los artistas que le gustan. Está bien que, para apreciar el buen sonido, requiere de toda una cadena que va desde la bandeja, el amplificador, los parlantes. Mientras mejores equipos tengas, mejor vas a poder apreciar la calidad de audio. La realidad también es que vivimos en una era digital donde todo se asemeja bastante y uno está acostumbrado a escuchar en el auto un CD, Spotify, pero el vinilo sigue siendo lo más elegido por músicos o gente que le gusta mucho la música, ya que es lo más cercano a lo que uno quiere escuchar en cuanto a calidad”.

Eduardo De La Puente, periodista y actual conductor de Clásico de Clásicos por Rock & Pop, coincide en este aspecto: “Me di cuenta que durante muchísimos años fuimos testigos de una degradación del sonido progresiva pero muy lenta. Con el CD nos pareció ver la luz, y creo que fue la puerta de entrada hacia un sonido tóxico. De los CD pasamos a los archivos digitales y me acostumbré a escuchar música en formato digital, pero un día me di cuenta que había dejado de escuchar música en realidad”.

Rompiendo récords

Más allá de las cuestiones de gustos personales y de la alta calidad del sonido del vinilo que ya a esta altura parece indiscutible, el fenómeno nuevo es que desde algunos años se viene dando en el mundo un sostenido auge de ventas que este último año marcó récords en países como Estados Unidos y Reino Unido, superando a las del CD por primera vez desde 1987 de acuerdo a una nota publicada en El Diario de España en julio de 2021. La tendencia parece irreversible, empujada además por los cambios de hábitos surgidos a partir de la pandemia. “En Reino Unido las discográficas han experimentado un aumento del 30% en sus ingresos por la venta de vinilos durante 2020, con un total de 86,5 millones de libras recaudadas. En España estamos aún lejos del soparse al CD, pero la tendencia es clara”, describe el periodista español Tomás Mayo. El furor es tal que hasta existe una aplicación donde se puede localizar en tiempo real disquerías en cualquier lugar del planeta.

En Argentina, si bien no hay estadísticas oficiales, se estima que el mercado del vinilo ha crecido alrededor de un 60 % en los últimos años. Podría decirse que el fenómeno desatado por la fiebre del vinilo, es el motor de toda una nueva camada de disquerías independientes especializadas solo en este formato, muchas de las cuales no tienen ni siquiera un local abierto al público, sino que aprovechan el alcance ilimitado de las redes sociales como canal de venta preferido. Las mismas redes sirven, además, como lugar de encuentro de fanáticos tanto para la compra-venta-canje de discos como simplemente para la exhibición de joyas únicas y no tanto, para compartir opiniones o para organizar ferias itinerantes. En todo el país hay amantes del sonido analógico que gustan revolver bateas a la vieja usanza. 

“Nosotros -comenta Llacen- tenemos de todo, usados y reediciones. El que siempre coleccionó discos va a estar buscando más los de época porque quieren tener las primeras ediciones o cosas que ya no se consiguen. No hay dos discos iguales, salvo que estén hechos del mismo master”. Ese concepto de la pérdida del aurea a causa de la reproducción mecanizada masiva de una pieza de arte, que está detrás del libro La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica de Walter Benjamín, parece desvanecerse para los fanáticos del formato que perciben a muchos de los títulos que suelen conseguir a veces después de años de búsqueda, como verdaderos objetos únicos.

Jonathan Firbank, conocido entre los aficionados al formato como “El Rey” del vinilo y dueño de Musicono, un destacado importador y distribuidor a nivel nacional, da su mirada sobre el crecimiento del formato: “Sin dudas, en los últimos años se ha experimentado un crecimiento que era impensado en la década del 90 y a principios de los 2000. Pasó de ser un objeto desdeñado por muchos melómanos a ser algo de culto, al que se le redescubrieron sus ventajas en cuanto al sonido, arte de tapa, etc. El vinilo creció con respecto a los otros formatos. Sin embargo, todavía sigue siendo un artículo de nicho, todos los que estamos en este mundo consideramos que aún sigue siendo una escena pequeña, pero con la lenta incorporación de muchos jóvenes que hoy están descubriendo al formato”.

-¿Creés que realmente hay una suerte de boom del formato y que vino para quedarse o lo entendés como una moda pasajera? 

-En algunos países el vinilo no dejó de publicarse, aunque sí empezaron a hacerse tiradas más pequeñas y limitadas como en Inglaterra. Yo diría que a nivel mundial llegó para quedarse. Me baso en el hecho de que Sony hizo una gran inversión en una planta gigantesca para fabricar discos de vinilo para todo el mundo, pero todavía creo que falta para algo que podamos denominar como masificación. 

El espíritu de la radio

La canción de Rush “The Spirit of radio” que abre el álbum Permanent Waves de 1980 dice en alguna de sus estrofas algo así como “retroalimentación emocional, en una longitud de onda sin tiempo, llevando un regalo invaluable”, y viene bien para sintetizar el resurgimiento del vinilo como medio de difusión masiva también en el espacio radial.

De la Puente cuenta que en la radio “recauchutaron bien la Technics 1200 que tenían, le armaron un mueble y ahora están recauchutando otra para que en vez de pasar de a un tema, pueda mezclar directamente. Se están dando cuenta de que valía la pena porque se refleja en la audiencia y están invirtiendo en eso”. 

En su programa tiene una sección específica en la que reproduce discos en vinilo: “Le tengo que explicar a la gente que lo que están escuchando es material mío o que por ahí alguien me presta. Hay oyentes que son hermosos. Una vuelta, uno vino a la radio, me trajo como treinta discos, me dijo: ´Edu tomá, tenelos, dentro de tres, cuatro meses, los paso a buscar´ y me vino bien para poder ampliar un poco el abanico de intérpretes”. Porque tal como explica: “La radio no tiene ni siquiera discoteca de CD. Todo lo que hay está cargado en digital”.

La experiencia que se vive a través de la radio con el sonido del vinilo, cuenta el conductor, es totalmente distinta a lo que estamos acostumbrados. “Cuando escuchas al aire, realmente cambia el sonido. La mejor forma de escuchar las vueltas en vinilo es escuchar la radio, por la radio, porque no hay digitalización” y agrega: “Hay gente que hace un ritual y si sintoniza la radio conectada a un amplificador, bajan las persianas de su vida y durante una hora o media hora se dedican a escuchar”. De alguna manera esta forma de escuchar a partir de lo analógico, los reconecta con la música de una manera que creían olvidada.

En relación a su propia experiencia con el hábito de escuchar música, De La Puente reflexiona: “Cuando salió Wasting Light, el disco de los Foo Fighters en CD, me acuerdo que me rompió la cabeza, de hecho, me parece un discazo y lo escuchaba en el auto todo el tiempo y era un disco que escuchaba entero y dije, qué loco, cuánto hace que no escucho un disco entero. Me puse a pensar en porqué sería y cuando vuelvo a meterme en la cuestión de los vinilos me di cuenta que había dejado de escuchar discos enteros porque realmente no tenía sentido escucharlos. Insisto, fue tan progresivo pero lento, que nos fuimos metiendo en eso” y concluye: “Fue volver a darme cuenta de que, con los sistemas analógicos, valía la pena realmente escuchar música”.

¿Qué te atrae del formato?

“Hay un tema de fetiche, que mientras estás escuchando implica leer el sobre con las letras o mirar el arte de tapa, reparar en un montón de detalles que en un archivo digital no tenéis y es como otro el disfrute”, asegura De la Puente.

En este sentido, Llasen también destaca que la calidad del sonido del vinilo “es insuperable” y de este modo se extendió el público consumidor de un nicho de coleccionistas a uno mucho más amplio que abarca hasta las nuevas generaciones, gente joven “que busca música contemporánea, los artistas que le gustan”.

De La Puente amplía sobre los archivos: “Los archivos digitales son más la información de lo que es la canción en sí” y agrega: “La otra parte, que es la explicación técnica y que es la más importante de todas es que el formato analógico tiene todas las frecuencias con las que fue grabado y muchas de esas frecuencias no las percibe el oído y esas son las cosas que primero se recortan para el formato digital. Entonces en un MP3 vos vas a escuchar que está el bajo sonando, que es la que puede percibir tu oído, pero hay un montón de frecuencias en los formatos analógicos que, si bien no se escuchan, lo percibe el resto del cuerpo. Por eso es que cuando ponés un vinilo sentís otra cosa y a veces escuchas otra cosa, porque recortando frecuencias a veces se pierden instrumentos y un montón de sensaciones que con el formato digital están faltando. Frecuencias que son las que te pegan en la boca del estómago, frecuencias que te hacen vibrar otras partes del cuerpo”.

Para Firbank, el nuevo boom del formato es “la nostalgia. Muchos melómanos y gente que gusta de la música y que, en los 90, debido al auge del CD, se desprendieron de sus colecciones, ahora quieren volver a tener sus discos preferidos en el formato en el que siempre escucharon música. Por otra parte, para los jóvenes que crecieron en la era digital, es toda una novedad, algo como misterioso ese disco grande y negro que hay que tratar con cuidado y que aún no saben muy bien cómo suena ni como manipularlo. Ahí se juntan ambas pasiones: del que conoce hace rato y del que quiere saber de qué se trata”. 

 Presente y futuro

Firbank, como empresario y referente del sector, enumera las claves del éxito de su negocio vintage y cómo visualiza su futuro: “Las diferencias son varias: primero, tenemos 14 proveedores repartidos en Estados Unidos y Europa. Segundo: Somos pocos los que importamos a dólar oficial y vendemos también a dólar oficial, cuando hay muchos proveedores que, contando con la misma posibilidad, toman como referencia el dólar blue. Para lograr esto, también hay una conducta empresarial respetada a través de los años que tenemos en el mercado. Tercero: Somos una disquería abierta las 24 horas. Cuarto: Precio. Quinto: Servicios adicionales, como lavado de discos por ultrasonido, reparación de vinilos y tapas, y próximamente, aplanado de vinilos con una exclusiva máquina especialmente importada a tal fin”.

-¿Hay diferencia entre vinilos fabricados en el exterior y los que son fabricados en el país? 

– En líneas generales siempre los discos importados fueron de mayor calidad que los nacionales, con algunas más que respetables excepciones. El cartón que compone la tapa, si el vinilo usado para los discos es virgen o no. Es muy importante también la fuente de donde sale el sonido a imprimir en los discos. En la actualidad, sin embargo, aparecen discos fallados tanto nacionales como extranjeros. 

– ¿Cómo imaginas el mercado a futuro tanto a nivel mundial como en Argentina?

– Creciendo. Que cada vez más gente se volcará al formato, se abrirán más disquerías, será el formato que muchos más elijan y la industria  mejorará para que el vinilo sea el rey que fue antaño.

¡Larga vida al vinilo!

Inés Martina debutó en Buenos Aires

Inés Martina debutó en Buenos Aires

La artista oriunda de Buenos Aires, ahora instalada en Nueva York, se presentó en un escenario porteño por primera vez en su carrera y ANCCOM estuvo presente y también la entrevistó.

Composiciones propias y ajenas, canciones en español pero también en inglés. Ritmos rioplatenses, arrabaleros, mestizados con un poco pop y otro tanto de rock, sumado a un público activo, que no paró de aplaudir, cantar y bailar, fueron algunos de los condimentos que hicieron de la noche del pasado jueves 27, una fiesta inolvidable.

Inés Martina Chouciño Storani tenía 21 años cuando partió de Buenos Aires rumbo a Nueva York para estudiar artes por tres meses. Lo que no sabía en ese entonces es que allí sería su nueva residencia y mucho menos imaginaba que diez años después volvería a su Argentina natal para presentar ante los suyos su incipiente carrera como cantante.

En la Gran Manzana perfeccionó sus conocimientos artísticos y logró transformarse en una compositora, intérprete, cantante, actriz y bailarina, entre otras cosas. Fue en 2020 que llegó su debut como cantante y el 2021 trabajó en la producción de sus primeros sencillos, que se encuentran disponibles en las plataformas digitales. Tiene además dos videos: “Los giles” dirigido por Laura Manson y Celeste Lois y “Bailan con el viento”, también guiada por Manson.

En la velada del jueves no faltaron las sorpresas. Una de ellas fue la apertura del show de la mano de la humorista y actriz (entre otras tantas cosas) Vero Lorca. Conocida por sus actuaciones de stand up y sus participaciones en Canal 9 y en la TV Pública, la comediante se encargó de dar inicio a la antesala del recital.

Así, cuando el turno de Inés llegó, las y los asistentes ya estaban metidos de lleno en la jornada artística y rápidamente empezaron los alientos desde abajo del escenario incentivando a la cantante a dar inicio a su show.

Acompañada por Rafael Varela en guitarra, Mariana Molinero en teclados, ukelele, bajo y percusión y Manuel Barrios en bandoneón, la anfitriona comenzó el espectáculo con una versión acústica de “Bailan con el viento”, una canción propia. Desde el inicio se fue generando un ambiente familiar que perduró durante todo el show.

En el concierto dominó un clima cálido y familiar, con momentos emotivos como cuando Inés ofrendó una canción a su padre. La artista, además de presentar sus canciones, realizó imponentes interpretaciones de artistas como Natalia Lafourcade, Monsieur Periné, Luz Pintos y Amy Winehouse.

El momento más emotivo fue, quizás, cuando las y los seguidores más cercanos escucharon los primeros acordes de “Los giles”, una canción propia cuyo video, estrenado hace 4 meses, ya superó las 50.000 vistas en YouTube.

Para cerrar el show la artista eligió “Gafas rosas”, un tema inédito que desnuda las raíces rioplatenses, y finalmente se despidió con una versión eléctrica de “Bailan con el viento”. Los y las presentes, de pie, reconocieron a la artista con un interminable aplauso.

 

Con la adrenalina todavía recorriendo su cuerpo y las emociones a flor de piel, Martina tuvo un tiempo para contarle a este medio cómo se sintió en su primer presentación en Argentina.

  • ¿Cómo fue pensar desde Nueva York un show en Palermo?

¡Estuve más nerviosa preparándome para este show en La Tangente que para cualquier otro de los que hice en Nueva York! Fue la primera vez que interpreté mis temas originales en mi país, así que todo bastante nuevo. Empezando por el hecho de que me dirigí al público en castellano durante todo el show.

  • ¿Cómo surgió la idea de compartir escenario con el stand up?

La idea de pedirle a Vero Lorca que se sumara a mi show para llevar a cabo la antesala surgió de que hice algo parecido en Nueva York y funcionó muy bien. Soy actriz también y tengo muchas amigas comediantes que hacen stand up e improvisación a las cuales suelo invitar a mis shows allá.

  • ¿Qué descubrieron en esta hibridación artística?

Me gusta mucho mezclar la comedia con la música porque me encanta la idea de que el público llegue, se pida algo de tomar o comer, se rían a carcajadas y luego me escuchen cantar. Siempre pienso en lo que yo disfrutaría más siendo parte del público y trato de incluirlo.

 

  • ¿Qué expectativas tenías previo a tu primer show en Argentina?

Por suerte nunca me pongo muchas expectativas, entonces siempre salgo feliz. Lo aconsejo. Solo quería que se vendieran cierta cantidad de entradas, y se vendieron muchas más del número que tenía en la cabeza. No hubo ni una silla vacía y hubo muchas personas paradas también. La gente estaba súper contenta y tuve comentarios muy lindos acerca de todo el show. Así que: feliz.

  • ¿Cómo viviste el show arriba del escenario?

Me sentí muy cómoda arriba del escenario y me encantó lo que recibí del público durante y entre todas mis canciones. Muchos gritos positivos y varias personas cantando al unísono mis temas. ¡Es lo que más me gusta de todo!

¿Cuánto tiempo tuvieron para preparar el show con la banda que te acompañó?

La banda que me acompañó fue un lujo. Son músicos talentosísimos y se aprendieron todos los temas muy rápido. Con Rafa y Marian tuvimos dos ensayos y con Manu ¡solo uno! Además, no nos conocíamos así que me impresiona lo bien que conectamos con tan poco tiempo de preparación. Me encantaría volver a trabajar con todos.

  • Le regalaste al público un adelanto de tu próximo trabajo discográfico

“Gafas Rosas” es mi nuevo tema, una milonguita muy sexy. Van a poder encontrarlo en todas las plataformas digitales pronto. En este momento estoy en preproducción para grabar el video clip en marzo, acá en Argentina. Pueden encontrar en mi canal de youtube mis otros dos videos de música realizados, en Buenos Aires el primero, y en Nueva York el segundo.

  • ¿Tenes pensado un nuevo show en el país antes de volver a Nueva York?

Vuelvo a Nueva York en unos días porque tengo un show programado allá para el 26 de Ffbrero. Vuelvo a Argentina a mediados de marzo y la idea es programar un show para finales del mes o principios de abril.

Botas y canciones

Botas y canciones

El ensayista, periodista y músico Abel Gilbert propone una escucha concentrada de nuestro sangriento pasado reciente, al tiempo que abre un inexplorado abanico de las persistentes relaciones entre música, sonido, ruido y política. Así, Satisfaction en la ESMA (Gourmet Musical, 2021), libro que le llevó un lustro de realización, resulta un material de innegable valor. Esta apasionante investigación da cuenta de aspectos inasibles o fugitivos que circulaban en la sociedad y el poder en el periodo 1976–1983 en Argentina.

Y es que, mientras que Serú Girán daba su primer concierto en 1978 en el Estadio Obras, a pocas cuadras, en la Escuela de Mecánica de La Armada sonaban a todo volumen “Que va a ser de ti”, por Joan Manuel Serrat, “Gracias a la vida”, en la voz de Mercedes Sosa, o “(I Can´t Get no) Satisfaction”, el hit de los Rolling Stones para tapar los gritos de los torturados por los verdugos de la última dictadura. Y, en el Teatro Colón, las óperas Fidelio o Tosca ponían en escena representaciones de torturas cuando las reales no cesaban de tener lugar. Ese cruce de imágenes conforma el cuadro dominante del libro, su punto neurálgico como una estructura de cajas chinas que muestra hasta qué punto, en dicho periodo, nuestra historia estaba hundida en otras historias.

A lo largo de nueve capítulos o secciones, que van de la historia de las marchas militares (fanfarrias del advenimiento autoritario, como “Avenida de las Camelias”) al momento de transición entre dictadura y democracia, el libro transita una línea de tiempo sutilmente esbozada en la que se sitúan personajes y episodios de aquella cotidianeidad de supervivencia. La pétrea crueldad de Videla frente al drama de los desaparecidos. Una época en donde “cantar” no era solo una forma de arte sino el modo de nombrar la confesión de los secuestrados. Un libro en el que Gilbert conjuga su propia memoria auditiva, como melómano y estudiante de composición, con un despliegue exhaustivo de referencias variadas: artículos de revistas, crónicas de diarios, discos de rock progresivo (argentino e internacional), tango, música clásica, legajos con testimonios de víctimas de los campos clandestinos de detención, cuadros y novelas, discursos de militares y civiles, letras de canciones y fotogramas de películas, desde Palito Ortega a Stanley Kubrick.

En esta entrevista el autor habla de esta obra imperdible para entender esa escucha de un espacio histórico, político y socio-cultural que, a veces, pudo resultar insoportable.

«El terror generó una suerte de proceso de reorganización perceptual y configuró un modo de escucha que era muy propio del estado de excepción», dice Gilbert.

¿Cuál fue la génesis del libro?

Por un lado, es un tardío trabajo de tesis, con una matriz claramente ensayística, que buscó trazar un mapa de la experiencia de escucha de la Dictadura. Esto implica distintos niveles: cómo funciona el oído dentro y fuera del campo de concentración, cómo la escucha se configuró en función del terror pero a la vez cómo ese terror determinó la escucha en los objetos esencialmente musicales. Cuáles eran las posibilidades de escuchar, bajo un estado de terror, aquello que era evidente pero imposible de decodificar. A partir de eso tracé un mapa, elegí determinados objetos con los que trabajar que me permiten dar cuenta de aquello que postulo: que el terror generó una suerte de proceso de reorganización perceptual y configuró un modo de escucha que era muy propio del estado de excepción. También, dediqué un capítulo a aquello que llamo “las músicas afirmativas de la dictadura”, ya sea en el mundo clásico-académico como en el de la música popular. Todo esto atravesado por una experiencia biográfica, ya que en las vísperas del golpe era un adolescente que me iniciaba en el mundo de la música que me constituye. Entonces no puedo soslayar quién era y ni dejar de revisar que los modos de escucha que tengo ahora, pasados mis 50 años, no pueden ser los mismos que tenía cuando era adolescente. La motivación de haberlo escrito tiene que ver con que para quienes atravesamos la dictadura siendo adolescentes –en 1976 yo iba a cumplir 16 años- fue una experiencia de mierda.

¿Cómo apareció el título del libro?

El libro se iba a llamar Mató mil, pero mi amigo Martin Sivak me propuso que le pusiera Satisfaction en la ESMA, y me gustó porque me pareció mucho más potente.

¿Cómo fuiste desarrollando los diferentes eslabones de la investigación?

No trabajo con muchas canciones sino con aquellas que me permiten ejemplificar aquello que postulo. Si digo que el terror obnubilaba e inhibía la capacidad de reflexionar, busco algunas canciones, por ejemplo, “Águila de trueno” de Spinetta. Esta es una canción sobre un descuartizamiento, cantada por primera vez en 1977, en el momento en que la primera figura de la desaparición de personas tiene que ver con ese cuerpo, supuestamente caído “en combate”, que está desmembrado y no se puede reconocer. Recién había pasado lo de la masacre de Margarita Belén en la provincia de Chaco. La recepción de esa canción, sin embargo, no puede ser conectada con ese presente. Incluso, Spinetta aclaró, el día que la presentó, “esto no es ideología”. Entonces, a partir de esto problematizo esa situación tratando de entender lo que hoy puede resultar más evidente. Porque si hoy resulta evidente y antes no, es porque pasaba algo. Y eso que pasaba, de alguna manera, nos habla de una zona de la experiencia de la dictadura que no fue pensada. Hay muchas cosas que el libro aporta como para seguir pensando y no clausurar.

Por otro lado, está el papel de Serú Girán como banda paradigmática de esa época del rock argentino que sobrevoló su realidad sociopolítica, ¿no?

Sí, por ejemplo, “Alicia en el país” es una canción para pensar ampliamente. Me parece que es una canción importante pero muy incompleta, y esa incompletitud nos habla de un problema. Aparte, algunos fragmentos de la canción habían sido compuestos antes de la dictadura. En las canciones de aquella época se pueden encontrar frases, momentos de un verso pero no una canción entera de la que puedas decir “esta es la canción”. Insisto, creo que no hubo una resistencia cultural a la dictadura desde el movimiento juvenil sino una disidencia de baja intensidad. Pero no porque eran unos zánganos sino porque era el límite que imponía el terror. Pienso, Teatro Abierto empezó en el 82, la multipartidaria se formó en el 81, entonces por qué se le va a exigir al movimiento juvenil, cuya relación con la política era peculiar, que ejerciera una función esclarecedora de cara a la sociedad. Eso no quiere decir que no haya habido momentos muy interesantes pero me interesa más la experiencia de La Grasa de las Capitales, aquello que no se ve, y que tiene que ver con la portada del disco más que con las canciones.

«La música servía en los Centros Clandestinos para varias cosas: silenciar los gritos, doblegar subjetivamente al cautivo, usando su propia música, y como arma, como decibel, como intensidad» cuenta Gilberg.

Claro, esa tapa tenía cuatro personajes que identifican un poco la época del país. Por ejemplo, ese cuchillo de carnicero que tiene Oscar Moro parecido al cartel de las carnicerías Coto de ese entonces…

Claro. Pero el objeto, el cuerpo, las representaciones de la muerte del matarife en el cartel de Coto se exhibían mientras que en la foto del disco, no hay cuerpo. Si no hay cuerpo, ¿en dónde está? Es como decía Videla: “No se sabe”. Pero eso no fue pensado por los diagramadores que, en realidad, realizaron la foto como una parodia de la Revista Gente. Aunque a nivel siniestro no tenía que ver con eso. No es que a partir de este libro me considere una lumbrera sino que este es un trabajo para revisar desde el presente aquello que se da por sentado. Como explico en el prólogo, este es un camino para recorrer colectivamente. Ubicar las relaciones entre música, política y escucha y violencia en la historia argentina, y un solo libro no puede dar cuenta de todo.

¿Considerás que hubo una intención por crear una cultura musical oficial durante la época de la Dictadura?

Creo que hubo una insinuación de tener una cultura oficial, no solo musical pero no les dio el tiempo porque se les cayó todo. No te olvides que estos tipos se pensaban quedar mucho tiempo. En 1980, cuando Galtieri dice “las urnas están guardadas”, no se imaginaba que en poco más de dos años estaría entregando el poder con la lengua afuera. Primero se les cayó la economía y después se perdió una guerra. 

¿Por qué creés que se elegía ese tipo de música en los centros clandestinos de detención, lo que vos llamás “la playlist del torturador”?

Creo que es una conjunción de varias cuestiones. El azar y, también, había un método. La música servía para varias cosas: silenciar los gritos, doblegar subjetivamente al cautivo –usando su propia música-, y como arma, como decibel, como intensidad. Lo que marco es que la presencia metodológica de la música en la ficción de La Naranja Mecánica, y especialmente a partir de la versión fílmica de [Stanley] Kubrick que la escenifica, contaminó algo. No te puedo decir que el tipo que puso Beethoven en la Unidad Penal Número 9 de La Plata vio esa película, porque si no hubiera elegido La Novena, pero se pone en escena algo similar… y eso es lo fuerte. En verdad, esto viene del nazismo. Los manuales de contrainsurgencia de la CIA, evidentemente, toman la experiencia del lugar que tuvo la música en los campos de concentración alemanes, en Auschwitz, en Buchenwald… Es un elemento muy perturbador porque, supuestamente, uno la música no la quiere asociar con el terror, es como dice Alex [protagonista de La Naranja Mecánica]: “No, con esto no…”, como si ahí hubiera un límite. Pero en la tortura el límite se traspasa.

¿Qué períodos podés señalar sobre la circulación de sonidos en la Dictadura?

Son distintas etapas y no son comparables. El 76-77, como el momento de aquelarre mayor; en el 78 el Mundial; el ‘79 como punto de inflexión, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; y a partir del ‘80-81, otra cosa. Por ejemplo, el valor que tuvo el tema “No te dejes desanimar” de La Máquina de Hacer Pájaros, de 1977, es incomparable porque se cantó en el peor momento posible. Para 1980 ya habían cambiado las condiciones de recepción en Argentina.

Si marcamos como un punto de partida musical, literal y simbólica de la Dictadura a la marcha “Avenida de las camelias”, ¿cuál sería en tu opinión la obra musical que lo clausuraría?

También, “Avenida de las camelias” pero como parodia. Como cuando Charly canta “No pasa nada, pasa una banda desafinando el tiempo y el compás” [se refiere al tema “Superhéroes”, del primer álbum solista de García de 1982]. Ojo, sería una clausura temporal de la periodización. El sedimento de la dictadura perdura… Esa es otra cuestión. Pero en términos temporales, la banda militar como afirmación “que desafina el tiempo y el compás”, te da una parábola histórica: 1976-1982.

¿Y cómo eras vos en esa época?

Era muy melómano en un entorno familiar comunista, con un padre peculiar con ciertos vicios autoritarios, como en la cultura de la época. La música es la que me permitió diferenciarme. La música es el modo en que construyo mi subjetividad. Igual, tuve padres generosos: me compraron mi primer piano, me compraban discos. No quiero decir que todo era un acto de confrontación pero la música era el modo de diferenciarme en una familia que tenía todo muy codificado. Y me ayudó mucho. En esa época, en una división de secundaria solo el 10% escuchaba rock. Y después tenías que hacer esa partición de quienes escuchaban un rock más elitista, como yo. Entonces, en un punto, era toda una experiencia muy nerd. Música de minoría de minorías.

¿Y qué era para vos el rock en esos años?

Un coeficiente importante de diferenciación con respecto a otro mundo sonoro. En mi caso, y en el de otros, era un mecanismo de construcción de identidad. Fue un periodo breve para mí, que duró tres o cuatro años, pero intenso. Te diría que me duró del ‘75 al ‘79. Cuando empecé a estudiar música formalmente, a la manera de Toy Story, guardé los “juguetitos” en la cajita. Cuando fui grande me volvieron a impactar pero en aquel momento, como todo pendejo soberbio, dije: “Esto ya pasó”. Y no había pasado un carajo.