Otro tango es posible

Otro tango es posible

«No es tango» es un espectáculo que busca reinventar la música porteña y romper con sus lugares comunes.

“Esto no es la repetición de un homenaje, no es un espectáculo “de tango”, es una pregunta que busca generar otra poética, otro lenguaje, otro universo. ¿Qué sucede cuando una música y una danza estrechamente atadas al pasado se sumergen en un presente lleno de deconstrucciones y rupturas?” Así se presenta No Es Tango, un espectáculo de 75 minutos donde conviven la danza y la música tanguera en una dinámica diferente a la que estamos acostumbrados.

La presentación consta de cinco bailarines y cinco músicos en vivo. El grupo No Es Tango junto con el Quinteto Revolucionario ofrecen una función donde lo que se intenta es apropiarse del género y abordarlo desde otro lugar. Problematiza algunos elementos clásicos para romper con el aura canónica del tango. “Buscamos sacarle el tango al tango, quitarle ciertos brillos y clichés”, resume Ollantay Rojas, director de la obra.

El espectáculo lleva su nombre por el grupo de danza que lo protagoniza, fundado por Ollantay Rojas, Lisandro Eberle y Milagros Rolandelli, en honor a las etiquetas recibidas por Astor Piazzolla en sus primeros tiempos. Ollatay Rojas explica: “Llamarnos así nos desligó de una mochila, de un legado que tiene Argentina. Decir que no es tango nos dio una luz verde para arriesgarnos a encarar diferentes posibilidades. Cuando uno niega una palabra tan descriptiva, tan asociada a preconceptos e imaginarios, surge la pregunta ‘Si no es tango, entonces ¿qué es?’ Ahí se abre un universo de posibilidades”.

La totalidad del show, desde la coreografía hasta la vestimenta, la disposición de los bailarines y los músicos, la intencionalidad y los tiempos, plantean una alternativa al tango clásico al que estamos habituados. “A la hora de crear, buscamos una construcción coreográfica desde lugares no habituales que tienen que ver con las formas de la danza contemporánea, del teatro, de la performance. Nos alejamos del imaginario del tango: no hay brillos, ni tacos, ni gomina, no usamos vestimenta de los 40, se rompe con la vinculación en parejas, se evita poner a la mujer en el lugar de ser revoleada como trapos de piso, etcétera” explica el director de No Es Tango para ANCCOM.

No Es Tango se presentará el 23 y 30 de Agosto y 6 de septiembre a las 20:00 en Galpón de Guevara (Guevara 326, CABA).

La heredera

La heredera

Araceli Matus, la nieta de Mercedes Sosa, presentó su disco Matuséandose en el Centro Cultural Borges el día que su abuela hubiera cumplido 87 años. Además, la homenajeron bautizando al auditorio con el nombre de la cantante tucumana y presentando una muestra fotográfica que recorre su vida.

Curiosamente nacida un 9 de julio, el Centro Centro Cultural Borges celebró en la fecha patria el  87 aniversario del nacimiento de  Mercedes Sosa, con la inauguración oficial de la muestra fotográfica en torno a su figura, la designación de una sala con su nombre, y un concierto de su  nieta, Araceli Matus, en el Auditorio Astor Piazzolla. 

El C.C.Borges se encuentra en las porteñas Galerías Pacífico de la calle Viamonte 525, un espacio gestionado desde 1995 por la Fundación para las Artes, que  este año pasó a la órbita del Estado como uno de los polos culturales del Ministerio de Cultura de la Nación. La celebración del cumpleaños de la artista es una iniciativa conjunta del Ministerio de Cultura de la Nación y la Fundación Mercedes Sosa, impulsada por su nieta Araceli Matus, quien presentó su disco debut Matuseándose.

Araceli, nieta de Mercedes y del guitarrista y compositor Oscar Matus, creció rodeada de música. Empezó a los catorce años a tocar los teclados y a cantar coros en distintos grupos. A los diecisiete, en el Teatro Ópera de Buenos Aires, cantó en público por primera vez junto a su abuela. Además de su formación musical, es docente, musicoterapeuta y preside la Fundación Mercedes Sosa. En diálogo con ANCCOM, Araceli cuenta sobre su primer disco y, en especial, recuerda aquella relación con su abuela:

Matuseandose ya tiene una nominación a los Premios Gardel, ¿qué significa para vos “Matusearse”?

Matusearse lo usábamos mucho con mi abuelo, como algo bueno. De la misma manera que se usa caetanear. Yo tardé mucho en realizar esta idea que tenía del disco. Matusearme tiene que ver con lo que soy: yo soy Matus. Está muy relacionado a mi identidad, como el disco de mi abuelo Matuseando de 1967. También como una manera de diferenciarme de mi abuela, que es lo que más amo, pero tenía esa necesidad.

Para los que no te conocen ¿qué tipo de música dirías que se van a encontrar en el disco?

Siempre toqué en bandas desde la adolescencia, pero en los últimos años me dediqué más al canto. En realidad, canto desde siempre, pero empecé a poner el foco en el canto en las producciones musicales. El disco tiene que ver con eso, el foco en la voz, con canciones en castellano y en portugués. Hay dos canciones con música compuesta por mí y la letra es de Junior Carrizo, que es un músico de Brasil que vivió muchos años en Argentina.

¿Cuál dirías que es la influencia más fuerte de esa abuela como abuela y como artista, si es que se pueden separar?

La extraño como mi abuela, es mi familia. Lo que más me cuesta es esa figura, la pública, donde desde la Fundación, en la que estoy como responsable, trabajamos para preservar esa figura, su legado. Yo pasaba mucho tiempo con ella y me influenció como mujer, como música, como persona. 

¿Cómo es mantener vivo ese legado?

Es un peso inmenso. Mi papá que estaba como responsable de la fundación Mercedes Sosa, se enfermó y se murió a los tres meses. La fundación cumplió 10 años el año pasado. Yo estoy buscando la forma de llevarla adelante a mi manera y también poder cumplir con la función de la fundación que es el cuidado y la difusión del legado musical y artístico de mi abuela y de la cultura latinoamericana, porque somos latinoamericanistas. Uno de los objetivos, por ejemplo, es llegar a otras generaciones, que puedan escucharla, saber quién fue. En este sentido, estoy contenta porque en Argentina, sobre todo en Buenos Aires, hay tres jardines de infantes, creo que tres primarias, cuatro secundarias y escuelas de música gratuitas que llevan su nombre. Tiene que ver con el trabajo que hacen las comunidades, y como Fundación nosotros estamos trabajando para apoyar y facilitar, compartir fotos e información. 

El inicio de la celebración estuvo a cargo del periodista Gustavo Sylvestre quien brindó un emotivo discurso sobre su relación con Mercedes Sosa. Recordó la primera vez que la escuchó cantar y anécdotas como una cena en su casa, donde la cantante tucumana emocionó hasta las lágrimas al el expresidente Raúl Alfonsín, en 2007, y su relación con Araceli. Luego se proyectó un video breve por el aniversario, con saludos que incluían a su nieto, al cantautor Victor Heredia y múltiples fotos familiares. 

El momento del show musical comenzó con un repertorio variado que incluyó folclore, pero sobre todo ritmos rioplatentes, jazz y bossa nova. La formación músicos que acompañó a Araceli, con guitarra, bajo, batería, percusión y saxo barítono brillaron sobre el escenario. 

Sobre el final, Araceli mencionó el proyecto propuesto para crear el «Día de la cantora nacional», por la fecha en que su abuela se subió al escenario por primera vez de la mano de José Cafrune. Hay un día del cantor pero falta el de la cantora, explicó.

En relación a la muestra fotográfica, titulada Mercedes por Pupeto Mastropasqua, de Juan “Pupeto” Mastropasqua, reúne más de 50 fotografías que el artista le tomó a Mercedes como reportero gráfico en distintos recitales. Se pueden ver imágenes del tamaño del alto de la sala, en blanco y negro, y en las paredes retratos de distintos formatos que revelan a Mercedes sobre el escenario, con el bombo y también abajo, con la París del exilio de fondo. Además, se exhiben dos ponchos célebres, el bombo de la cantante y algunas cartas intercambiadas con artistas como Ernesto Sábato y Charly García.  

Asimismo, el auditorio del tercer piso quedó bautizado con el nombre de Mercedes Sosa, que pasará a ser programado por la Fundación Mercedes Sosa con el fin del cuidado y difusión de los valores de la canción popular.

La figura de Mercedes Sosa y su trabajo abrió camino de distintas maneras y como artistas de diferentes generaciones, es un ejemplo de, como decía ella “vivir la vida en voz alta”. Araceli Matus, es una nueva voz que se asoma con un legado que cuidar y un nuevo espacio como una oportunidad para la difusión y el trabajo, para contribuir en cierta forma en sembrar memoria y construir lo nuevo.

Música, alumno

Música, alumno

El proyecto Orquestas escuela realizó una semana de encuentro en la Usina del Arte para visibilizar la importancia de estos espacios como lugar de inclusión y oportunidades para niños, niñas y adolescentes de sectores populares.

La semana del 25 de junio al 2 de julio estuvo colmada de alegría, ritmo, instrumentos, música y arte en la Capital Federal, ya que se llevó adelante la primera semana de “Orquestas escuela”, un encuentro anual que busca visibilizar y fortalecer las orquestas escolares, así como visibilizar espacios que propician el acercamiento y la posibilidad de estudiar música a los niños, niñas y adolescentes de sectores populares.

El encuentro, organizado por el Centro Artístico Solidario Argentino (C.A.S.A.), dio cierre a la jornada con un espectacular concierto en el auditorio de la Usina del Arte, ubicada en el barrio de La Boca. Las orquestas presentes fueron “Fuego Azul”, de la UNDAV; Orquesta “Paso del rey”; Orquesta “San Carlos II” de Escuela Moreno; Orquesta “El Nacional Buenos Aires”; y las dos sedes del Centro Soler Argentino (Fátima y 1-11-14), quienes coordinaron talento y pasión por la música, pero sobre todo lograron forjar una amistad y dar el primer paso en el fomento de la importancia de los espacios de formación musical gratuitos.

Tras bambalinas, ANCCOM fue testigo de las sonrisas y el orgullo de los niños y niñas por subirse a un escenario y superar el primer obstáculo: los nervios. Entre carcajadas, violinistas, clarinetistas, pianistas, flautistas y guitarristas que no se conocían, se fundían en abrazos que forjaban amistad. Thiago Molina tiene 16 años, sueña con ser pianista y cantor y confiesa: “Yo nunca toqué un instrumento. Lo máximo que tuve fue un ukelele de mi papá, pero ese se rompió. Este año quise ir a tocar. Me respondieron que no había vacante para piano, pero sí para flauta y violonchelo. Estaba indeciso, pero me terminé decidiendo por el violonchelo”, dando cuenta del enorme papel que cumplió la educación musical que posibilitó C.A.S.A. Fátima en su vida.

Las jornadas

Mailen Ubiedo Myskow tiene 32 años y es directora del C.A.S.A. Ve a las orquestas como “un espacio de comunidad, donde cada uno aporta un poco y todos tenemos que escucharnos, respetarnos para que salga bien, eso es trasladable a la vida. Además de visibilizar estos espacios, queremos visibilizar que las ganas están, hay estudio y responsabilidad detrás”.

Pero también confiesa que no recibe el apoyo necesario del ámbito artístico y los sectores culturales que la causa merece, aunque augura: “Este es un primer paso. Invitamos a todos los espacios que quieran y a todo aquel que se le ocurra querer contribuir de alguna manera para lo que va a ser la segunda edición. Creemos que lograr apoyo de (Ministerio de) Educación estaría bueno, sobre todo para poder llegar a la escuela, ya que las orquestas funcionan a contraturno o en espacios no curriculares y, a veces, los chicos que quedan aún más marginados, en el único lugar que los encontramos es en la escuela, por el hecho de ser obligatoria”.

Ubiedo Myskow también considera a las orquestas como un espacio para “Prevenir y llegar antes” y cita  al vicario episcopal para villas de Buenos Aires, Gustavo Carrara: “Poder acompañar a los chicos en la prevención de adicciones y hacer lo que tienen que hacer, que es jugar, pasarla bien, divertirse, aprender en la edad que tienen”.

Sin dudas la visibilización y el fomento de este tipo de actividades son necesarias, motivos por los cuales los mismos estudiantes “una vez que empiezan a estudiar, se van profesionalizando y luego vuelven nuevamente, para ser profes de los iniciales”, remarcó Ubiedo Myskow, y el mejor ejemplo es Micaela Cabeza, de 31 años, quien es docente de violín en C.A.S.A. del barrio Fátima. Ella valora mucho estos espacios: “Acá los chicos vienen y aprenden a estar en conjunto, a confiar en el otro. Creo que eso es algo muy importante porque estás confiando en tu compañero y me parece que el espacio que genera es realmente positivo entre ellos”, describe.

Ellas anhelan el acercamiento del Estado y la difusión de este tipo de actividades. Micaela sabe que con los instrumentos se avanza, pero hay otras cuestiones también a considerar, como “que tengan atriles, posibilidades de acceder a partituras, cuerdas, encerados, el mantenimiento de los instrumentos. Ese tipo de cosas a veces no se tienen en cuenta y nos es difícil conseguir, y es sumamente importante mantener los instrumentos musicales en condiciones”, remarca.

Una china en Parque Chas

Una china en Parque Chas

Haien nació en Shangai, vivió en la Patagonia y ahora reside en Buenos Aires, donde lanzó su segundo disco, «Olas».

¿Una cantante y compositora nacida en la ciudad china de Shangai, criada en el sur argentino y que ahora vive en Parque Chas? Sí, es Haien (Haien Qiu es su nombre y apellido completo), quien presenta su segundo disco solista, Olas. En esta entrevista habla de la relación entre dos países tan distintos y cómo ser mujer en el ámbito de la música, entre otras cosas.

¿Cómo fue tu niñez?

Nací en China, en Shangai, vine a los 3 años a la Argentina. Fuimos con mis padres a vivir a Puerto Deseado y luego a Comodoro Rivadavia. Con mis padres tengo una gran brecha generacional y cultural. Además, al vivir en el sur, no me relacioné con otros asiáticos de mi generación. Encima, la cultura occidental y la oriental son bastante opuestas, a la vez, complementarias. Me identifica mucho una canción de Facundo Cabral que dice: “No soy de aquí, no soy de allá. No tengo edad ni porvenir, y ser feliz es mi color de identidad”. Siento que no soy de un lugar específico.

 

¿Sentís que la ambivalencia cultural influyó tu música?

Tanto en China como en el sur de Argentina viví en la costa y el mar tiene mucha importancia en mi música, sobre todo en las letras y en la esencia. El sur es un lugar frío, despoblado, estepario y ventoso que genera algo introspectivo que tengo bastante presente. También tengo algunos pensamientos más orientales que vienen de sangre. Es un mix que no sé si está muy explícito en mi música pero que es parte de mi identidad.

 

¿Y cómo llegaste a Buenos Aires?

Me vine a Buenos Aires cuando terminé el secundario para estudiar. Hice un año del CBC para Nutrición y estudié un año de Diseño de Indumentaria. Fueron experimentos de áreas que me interesan pero siempre estuvo la música presente. Ahora trabajo como actriz publicitaria y eso me da tiempo para la música.

¿Cuándo te diste cuenta que querías ser artista?

Desde siempre la música es un refugio y canto desde los 8 años en los actos y en las misas de la escuela. Mi familia trabajaba mucho y no había lugar para lo hedonista. Yo precisamente quería que mi vida fuera opuesta a la de mis padres. Entonces, apareció la música y me abrió muchísimas puertas.  Después, en la adolescencia, tuve bandas con las que hacíamos temas de Radiohead, de Alanis Morissette y algunas canciones más experimentales.

 

¿Cómo fue tu primera presentación en público?

Mi primera presentación fue a los 12 años en el teatro de la escuela María Auxiliadora de Comodoro Rivadavia, donde canté a capela “Sueña” de Luis Miguel. A capela y en un teatro bastante grande, claro que estaba muerta de miedo pero en ese momento me di cuenta que era algo que quería hacer siempre.

Me gusta contar estas historias porque me reencuentro con un momento muy ingenuo y autogestivo con la música. Me acuerdo que me hacía los flyers con témpera y con lapicera, los fotocopiaba y después los pegaba en los negocios del centro. Ser solista también me remite a eso, a moverse para que algunas cosas sucedan.

 

¿Cómo vivís tu carrera artística?

No sé si yo lo siento como una carrera porque no tengo apuro por ciertas cosas que quizás otros artistas sí. Estoy en un momento de querer disfrutar más del proceso en vez de estar pensando en pegarla o no. Obvio que también quiero tener la mayor llegada posible, es lo que queremos todos. Sin embargo, cada momento es especial, cada colaboración, cada trabajo, y es importante disfrutarlo. Además, una de las cosas más lindas es poder conectar con otros músicos y generar, además de algo artístico, vínculos personales.

 

¿Qué artistas te inspiran?

Aprendí mucho con Christian Basso, con quién he colaborado en su disco La música cura, y él también ha colaborado en mi primer álbum, La respuesta, de 2015. Me abrió un mundo diferente al que venía transitando. Mi música es bastante versátil, nunca me casé con un género pero venía de proyectos más pop, rockeros o electrónicos, y con Christian me metí en el mundo de la balada y del soundtrack. Fue un encuentro de mucho crecimiento y que me influenció mucho.

¿Cómo fue tu experiencia como cantante de Adicta?

Mi encuentro con Adicta era algo que tenía que suceder. Era un desafío porque nunca me había involucrado en un proyecto en el que tuviera que aprender un gran repertorio de canciones ajenas. Experimenté vocalmente y pulí cuestiones escénicas. Me sentí con la libertad de interpretar y aportar artísticamente.

Como soy muy autodidacta, estuvo buena toda la experiencia para mejorar mi performance en general.

 

¿Alguna vez sufriste algún tipo de discriminación en el ambiente musical?

Se podría decir que no y con el paso del tiempo empecé a valorar el hecho de ser diferente. Sin embargo, siendo mujer en la música, en un palo más rockero y con más hombres, naturalicé ciertas actitudes machistas. Por suerte, estamos en pleno cambio para ir a un lugar con más igualdad y sensibilidad común.

¿Cómo fue la creación de tu último disco, Olas, en el que participaron, entre otros, Fernando Samalea, Mario Siperman y Yul Acri?

La mayoría de las canciones las escribí en estos últimos años, la pandemia fue un buen momento para eso. Mi proceso es muy de componer con la guitarra, lapicera y papel. Después, lo llevo al live para darle un poco de forma. También me junté con Dizzy Espeche, que es músico, guitarrista y amigo. Juntos estuvimos maquetando las canciones y después pasaron a manos de Jerónimo Romero, quien produjo todo el disco. Además, el álbum abre con una canción de Shaman Herrera y cierra con una canción interpretada por Mercedes Sosa, que es de Tejada Gomez y Matus. En resumen, fue un proceso largo, al menos yo lo necesito para ver qué quiero transmitir. Finalmente, logramos un disco de ocho canciones que puede tener distintos adornos pero la esencia está en las melodías y en las letras.

 

¿Cómo le describirías tu música a alguien que todavía no la conoce?

Si tengo que poner en palabras lo que hago, puedo decir que son canciones que transmiten vivencias, sentimientos y emociones. Tienen simpleza, poesía y son atemporales. Son temas transparentes que pueden abrirse a varios significados. Quién los escuche decidirá si conectar con lo que transmite.

El trap pluriclasista

El trap pluriclasista

El nuevo producto musical de exportación nacional tiene representantes de todos los estratos sociales. Un fenómeno transversal en el que todos conviven más allá de los prejuicios. ¿Quién es quién?

Hijo de una abogada, Duki es un pibe de clase media criado en La Paternal.

 

¿Por qué el trap argentino está en las grillas de los festivales de rock? ¿Y en la cortina de la Copa de la Liga Profesional de Fútbol 2021? ¿En las colaboraciones de los Premios Gardel y en los late night shows de Estados Unidos? Hay trap argentino en todo el mundo.

Es la primera gran criatura de exportación musical post rock. El nuevo rocanrol.

Pero para entender cómo llegó a ser lo que somos hay que saber quiénes son los que lo hacen. Más precisamente de dónde vienen, qué dicen sus historias.

El punto 0 del trap es el Parque Rivadavia de la Ciudad de Buenos Aires, donde se hizo durante 5 años El Quinto Escalón, la que sería la competencia de freestyle más importante de Latinoamérica.

La competencia era los domingos, en la calle, gratis. El Quinto Escalón abría el juego para que rapeen los que vivían sin un mango, los pibes de colegio privado que las tenían todas y los que venían de otras provincias por un voto de confianza. 

Los hijos de artistas, de los laburantes, los que no tenían padres presentes como Klan y también esos a los que sus padres los llevaban de la mano a la competencia, como Trueno.

El trap es una amalgama de las clases medias y populares de nuestro país. 

Y Duki es el jefe: un pibe de clase media que se crió en La Paternal, su mamá se recibió de abogada cuando él y sus hermanos ya eran grandes, su papá es diseñador gráfico. Ambos profesionales. 

La de Duki fue una familia-tipo, profundamente golpeada por la crisis del 2001 y los altibajos de la economía argentina. Una en la que el primer sueldo de Mauro -antes de ser Duki- se destinó, según cuenta su mamá Sandra, a pagar los impuestos de la casa. Y la misma que hoy viaja a Barcelona para ver a Duki llenar un estadio. 

Desde los barrios populares, L-Gante se hizo hit con un micrófono de mil pesos y una computadora de Conectar Igualdad.

En cambio Dillom nunca vio a sus padres recuperarse de una crisis. Él es la representación de la clase media empobrecida, venida abajo: cuando su papá se fue de la casa, vio a su mamá vender ropa en Parque Centenario e ir presa porque -también- vendía drogas.

Esos dos pibes con un origen similar y distintos caminos están hoy en el mismo lugar: el trap. El espacio en el Dillom escribe “mi mamá tomando merca todo en frente de mi cara y mi viejo después de eso me echó fuera de la casa”. Y Duki “¿Cómo quieren que no brille? ¿Cómo quieren que no humille? Si yo soy hijo del Guille”, mientras hace a su familia parte de su staff. 

Duki es la clase media a la que, mejor o peor, la comida nunca les faltó. Dillom en cambio, es un pibe que vivió en Colegiales y en Palermo, pero que también durmió en una plaza. 

La plaza a la que Wos llegó en busca de otras perspectivas y se juntó a tomar vino en cartón con los pibes que vivían en la calle, mientras él volvía a dormir en su casa en Chacarita.

La de Valentín Oliva, Wos, es otra clase media. La acomodada y progre: el hippie con osde.

Estudió en el colegio Mariano Acosta y bancó las tomas frente al avance de la UNICABA. Es hijo de artistas y el más influenciado por el rock nacional: Wos en lugar de escribir sobre el lujo y la guita, escribe: “no me hablen de meritocracia me da gracia, no me jodas / que sin oportunidades esa mierda no funciona”.

Con Trueno pusieron en agenda el debate sobre el lugar del trap como el nuevo rocanrol con una sentencia hecha canción: “Te guste o no te guste somos el nuevo rocanrol”. 

Yo soy de barrio, soy mi jefe y mi horario, no acepto ofertas de ningún mercenario” dice Trueno, la clase media barrial. Trueno de La Boca; el que ya nació artista y pasó toda su vida en la Comuna 4 de la Ciudad de Buenos Aires.

Mateo Palacios estuvo desde chico en el teatro comunitario de Catalinas Sur y en los shows del under en el barrio de La Boca. Es el pibe que señalan desde el bajo de La Boca por ser un cheto y en Colegiales lo reconocen como un curtido. Se crió jugando a batallar con rimas contra su papá: no miraba los Power Rangers, miraba batallas de freestyle

Cazzu llegó desde Jujuy y le dio anchura al trap.

Pero el trap también tiene artistas como Paulo Londra, el más cheto de la escena. 

Un pibe de Córdoba que ni siquiera tuvo que mudarse a Buenos Aires para conseguir llegar al mainstream. Un trapero sin tatuajes en la cara, rubio y de ojos celestes; un chico Disney que fue el primer cordobés en grabar con Ed Sheeran y el único, además, que hoy tiene un contrato con Warner.

Los pibes del trap monopolizaron la escena en los inicios de los años de explosión de los feminismos: entonces entraron las pibas. 

Gracias al feminismo y a “la puta jefa del trap”: Cazzu, Julieta Cazzuchelli. En el momento en que el movimiento copó las reflexiones de los pibes de la plaza y de los dueños del mainstream, Cazzu llegó desde Fraile Pintado -un pueblo de 13.000 habitantes en las afueras de San Salvador de Jujuy- y le dio anchura al trap y oportunidades para las mujeres en la escena. 

Desde que están ellas entonces, el trap es feminista de pañuelo verde. 

Cazzu no está sóla porque la subió a Nicki Nicole a un escenario cuando nadie la conocía. Porque le dio un feat a María Becerra cuando recién estaba empezando. Porque le da al trap perspectiva de género y multiculturalismo: Julieta dijo en historias de Instagram para 10 millones de personas lo que significa empezar desde Jujuy en un país que todavía debate el federalismo; reivindicó la cultura latinoamericana frente al ninguneo de Doja Cat y su anglocentrismo y le explicó a ese público que Bolivia y Argentina son países hermanos, no enemigos. 

Julieta Cazzuchelli se ganó el lugar de jefa porque se instaló en Buenos Aires, pateó las puertas y llegó a las grillas como las mujeres llegamos a las calles: disputando lugares de poder. Nunca dejó de decir que para lograr lo que logró, tuvo que irse de su pueblo natal, porque en la Argentina las posibilidades no se distribuyen con equidad. 

 

Bizarrap produce música desde su habitación de Ramos Mejía.

Ya con Cazzu, Nicki Nicole y María Becerra en escena, llegó Tini. Hija de un director y productor de TV reconocido, a Martina Stoessel ya la conocíamos todos: fue Violetta hasta que se cortó el flequillo, se hizo un piercing y empezó a cantar con autotune. Una suerte de Miley Cyrus argentina que fue a un colegio privado de San Isidro y conoció los estudios de televisión antes que la secundaria. Tini y Paulo Londra son la representación de la clase media-alta de la Argentina. Y por supuesto, también son trap.

Como es trap Gonzalo Conde, Bizarrap, el más fan de las batallas de plaza que se divertía haciendo compilados de humor con recortes de El Quinto Escalón. No es cantante, es productor. Bzrp es en realidad la marca registrada, con gorra y anteojos, de un pibe de 23 años que se dio cuenta que producir música desde su habitación de Ramos Mejía con lo que tenía a su alcance era posible. Y hoy es uno de los productores más importantes del mundo.

Entonces el trap se hizo también de la digitalización: Bzrp construyó la figura del productor como protagonista y su canal de YouTube como el lugar en donde se encuentra el trap. 

Hoy la Bzrp Sesion de Cazzu tiene 125 millones de reproducciones y la de Nicki Nicole 173 millones, fue la primera en el ranking de las más escuchadas hasta que llegó la de Nathy Peluso con 307.583.863 visualizaciones.

Peluso, una argentina que vivió toda su vida en España pero escribe sobre Buenos Aires y reivindica la música latinoamericana. Una feminista radical, del culto a su cuerpo y al amor propio, del perreo y la sexualidad a flor de piel. Es la más atrevida, un aluvión de energía y ESI: Yo sé cómo hablarle a mi bitch / Yo sé cómo cortar mi hachís / Si te muestro, viene la police / Si me agacho sientes tú mi clítoris”. 

Nathy Peluso arrasa con todo, su perfo no se entiende sin feminismo. 

Su lugar en la escena está marcado por su origen español y argentino a la vez, mientras que Nicki Nicole y María Becerra son las nenas de Argentina en el mundo. Las pibas del trap son también internacionales.  

Con María Becerra se inauguró algo así como una segunda generación del trap que, perfeccionando a la primera aparece como federal, transclase y con paridad. En esa generación surgieron artistas como Rusherking, que viene de Santiago del Estero; o Emilia, de Entre Ríos.

En los márgenes de esa segunda generación está L-Gante y su cumbia 420. 

Si Trueno es el barrio, L-Gante es la villa. No es la clase media del trap, es las clases populares: el pibe que hizo un hit con un micrófono de 1.000 pesos y una computadora del Conectar Igualdad, que después admitió no haberla recibido en la escuela sino como parte de un trueque. El pibe que llenó gratis Tecnópolis y no el Lollapalooza -Villa Martelli, no San Isidro- en su momento de auge.

L-Gante es el pueblo y también es trap porque el trap es cultura que colabora, que invita, que hace feats.

El trap no es música. O no sólo. Fue un nicho que trascendió las fronteras para pasar a ser

cultura: la de una generación que entendió las demandas de las pibas, en la que confluyen y colaboran diversas clases sociales, historias, realidades.

El trap está hecho del sampleo a las grandes bandas de rock. De las colaboraciones entre generaciones y géneros. De una forma de vestir, de convivir, de ser artistas. 

La escena del trap no mira de reojo si Wos toca con Ciro o Trueno con Gorillaz. Si YSY A tiene un tema con Santaolalla o si Charly García conoce a Duki. Si Cazzu canta reggaetón con Bad Bunny o el Himno Nacional junto a David Lebón, Pedro Aznar, Jairo, Baglietto y Víctor Heredia en un festival de la UBA. No importa si Nathy Peluso tiene un feat con Fito Páez o si Pergolini es parte del disco de Dillom; si Nicki Nicole está en el programa de Jimmy Fallon o cantando en Coachella; si L-Gante canta Verano del 92 con Ciro o C Pikó la Clandestina con Damas Gratis.

Es un nuevo rock profundamente colaborativo y orgulloso de lo propio, de lo argentino. El trap está hecho de las mismas cosas que el rock y que el fútbol: del sueño del pibe, de la masividad, de la figura del ídolo y ahora, de las ídolas. 

A los y las pibas del trap no les importa si es de cheto, de villero o de clase media progre; importa “ser trap”. 

Porque ser trap es ser argentinos en el mundo.