Esos músicos bajitos de Varela

Esos músicos bajitos de Varela

Cuando lo público está en la hoguera del Gobierno nacional, la Orquesta Escuela Villa Argentina, en Florencio Varela, avanza en la formación musical de niños. Dos veces fueron convocados para los recitales de Roger Waters.

Es un sábado hostil: llueve y el viento remolinea. La Escuela Secundaria N°5 de Florencio Varela está abierta. En el hall, una veintena de niños agarra violines con impaciencia. Una profesora entrega copias de una nueva partitura. Son las diez de la mañana. Arriba, por las escaleras, comienza a sonar el opening de Harry Potter. Estamos en la Orquesta Escuela Villa Argentina.

“Años atrás era impensable que un chico de Villa Argentina, de Florencio Varela, pudiera tocar el violín, el oboe… -deja deslizar Soledad Noferi, coordinadora de la Orquesta-. No sólo por el valor de los instrumentos, que son de poco acceso para los trabajadores, sino porque no estaban estos espacios: tenías que ir con tu instrumento a un conservatorio. Hemos descubierto que acá hay buenos violinistas, fagotistas, violistas… Tenemos exalumnos tocando en el exterior, en el Teatro Colón, en el Teatro Argentino de La Plata o que siguieron otro camino, pero que aprendieron algo fundamental de la orquesta: trabajar con responsabilidad, organizadamente y en solidaridad con el otro”.

Los chicos de la orquesta inicial comienzan repasando una de las canciones que tocaron la semana pasada. Para algunos, con menos de un metro de altura, ese fue su primer concierto. Parecen conservar el calor de los aplausos en los ojos y el orgullo en la forma de agarrar el instrumento. Uno, con lentes y mirada preocupada, observa el violín y la partitura nueva. A esta sí la tiene que mirar, no la sabe de memoria. Sus compañeros acomodan bajo el mentón el violín, decididos. Con pánico, llama a la profesora. Ella explica cómo va a ser la canción y le acerca un atril fino al nene. Ahora, con todo en su lugar, puede empezar.

Todos los sábados, las seis orquestas escuela del distrito se llenan de música y vida. “Vimos la necesidad de que las orquestas se armen en los barrios más alejados porque había muchos pibes que no llegaban al centro de Varela”, resalta Noferi. La de Villa Argentina tiene un ensamble de guitarra, una orquesta inicial y una avanzada, un coro inicial y uno avanzado. En total, alberga a 260 chicos y jóvenes.

“Encontré lo que me gustaba, mi lugar. La gente siempre fue muy copada, siempre me ayudó. Es un segundo hogar, un lugar seguro. Fuimos a ver un montón de conciertos y a tocar en el Teatro Colón, en el CCK, en el Luna Park y con Roger Waters”, detalla Benjamín con la voz emocionada. Desde los 6 años va a la orquesta: acompañó a la hermana y se quedó.

Del grupo que estuvo en el escenario con el artista inglés es el que lo recuerda con más emoción, pero a todos les cambia la mirada cuando se acuerdan del concierto en el Estadio Único de La Plata en 2018. No se comparaba con la cantidad de público a la que estaban acostumbrados y las luces y el vestuario no ayudaban. “Teníamos unos atuendos y una máscara que en un momento nos teníamos que sacar. ‘Ya veo que me saco un pie’ pensaba”, dice entre risas Maxi. Su hermano, Axel, lo completa: “El miedo era sacarse la máscara en otro momento (habíamos visto vídeos donde pasaba en otros países) o que se trabe el atuendo, pero después estuvo lindo. No nos olvidamos la letra ni nos equivocamos con la coreo”. El grupo sonríe y todos enderezan las espaldas, orgullosos.

“Primero cantaba Roger y nosotros estábamos quietos con la cara tapada. Aún así, veías todas las luces y te ponías todo nervioso. Cuando te sacabas la máscara era peor, se te llena cada vez más el pecho, pero después es ‘wow, ¿en qué momento llegué acá?’”, asegura Benjamín con el pecho inflado, volviendo a vivir en presente aquel momento.

Doce chicos, de entre diez y quince años, de un coro varelense frente a más de 40 mil personas, cantando la mítica Another Brick in the Wall. “Estaba cagado en las patas”, sincera Leonel en un susurro. “Me retemblaban las piernas, cuando me saqué la máscara vi a toda esa gente”, agrega. Sus compañeros se ríen, pero él tiene ganas de sacar otras máscaras: “Yo no lo conocía, ninguno lo conocía, aunque parece que era muy conocido mundialmente -ironiza-. Después lo escuché y supe su historia”.

Roger Waters volvió a invitarlos para ver su concierto en 2023. En el camarín, lo abrazaron con ganas. Ahí, el inglés guardaba una foto de ellos que usó para comparar cómo habían cambiado esos nenes, ahora adolescentes. El coro inicial del que salieron tiene 16 niños y 16 preadolescentes. Cuando el profesor se sienta en el teclado, una voz aguda pregunta: “Profe-profe, ¿podemos cantar la del pescador?”. Con una sonrisa, asiente: “Sí, hoy vamos a agregarle la segunda voz, pero primero vocalizamos”. Caras de preocupación recorren el salón. Las notas salen del teclado, las cabezas se empiezan a mover y por sectores empiezan a cantar. Alguien está demasiado agudo.

– Lo tenés que sacar del pecho. Es más abajo el tono. Sentilo acá – apunta el profesor, presionando su propio pecho y haciendo una mueca como de quien no encuentra metáfora más clara.

En la clase de vientos, sucede algo similar. Hoy comienzan una nueva canción, “Danza brasilera”. Una chica mira de costado a la partitura: una nota tiene tres Fs. Iván, su profesor, le explica: “Es la nota más fuerte que puedas tocar. Tenés que sentir que el aire se suelta con más facilidad. Abrí la garganta”. Con señas trata de expandir la explicación, pero se resume a eso: sentir en el cuerpo el instrumento.

“Sentilo en el pecho” o “sentilo en la garganta” son frases que no descolocan a nadie. Es una nueva naturalidad, otros saberes que recorren los cuerpos. Así como se siente el sol picar preparando el cemento y así como se dobla la espalda de las costureras, se puede sentir una canción. El mundo de lo posible se expande con un par de notas. “Era todo desconocido, nunca había visto un violín, un cello, un trombón. Fue impresionante verlo… y después escucharlo”, relata Axel sobre la primera vez que conoció la orquesta. En 2017 fueron a su escuela y tocaron la canción de la Pantera Rosa. En ese momento, decidió que también quería tocar y arrastró a su hermano con él.

En un aula, Benjamín confiesa: “Estoy empezando mi mundo laboral con la Orquesta Municipal. Me gustaría ser profesor en algún momento de mi vida para pasar el conocimiento que me pasaron”. Minutos después, sube las escaleras y va a un taller. Se sienta al lado de un nene de diez que también toca el corno. En ese salón, los otros cinco chicos se dedican a la trompeta. Mientras la profesora se detiene a que una trompetista de nueve años encuentre el re sostenido, Benjamín le marca la partitura a su pequeño compañero. Soplando bajo, le muestra el camino.

Las swifties también facturan

Las swifties también facturan

El fenómeno de la Feria Swiftie por dentro. Un grupo de emprendedoras organizadas para vender productos de Taylor Swift y fanáticas fieles que siguen el evento todos los fines de semana.

“Lo más raro que encontras en la Feria Swiftie son bombachas con la cara de Taylor Swift, que obvio me compré”. Lucía tiene 21 años y estudia Arquitectura, pero antes se declara Swiftie. Su emprendimiento, @theluckyone.shop, se especializa en juegos de mesa temáticos de la cantante.

El Centro Cultural Limonero estalla. Las y los adolescentes se mueven en grupos, los adultos acompañan a los pequeños de la familia y de fondo la música de Taylor. Los vecinos de Corrientes y Salguero pasan y observan desde afuera, preguntan a quienes están haciendo fila para entrar qué es lo que pasa. Y la respuesta es simple: la Feria Swiftie llegó al barrio de Almagro.

La feria surgió en 2022 en un encuentro de pequeños emprendimientos en el Planetario de Buenos Aires. El fanatismo y las ganas de hacer algo distinto los unió. Brenda se encargó de todos los detalles desde el principio. Según cuenta, no les tomó más de unos minutos registrar una cuenta de Instagram y crear el logo. Meses más tarde, Juli Maestri, influencer de TikTok, subió un video sobre el evento. A partir de ahí, la feria se masificó y debieron buscar otros sitios. “Decidimos ir a lugares cerrados porque estuvimos bajo el sol con 40 grados de temperatura. Con lo del dengue no podríamos haber estado en Palermo, ni con los días de lluvia. La primera feria cerrada la hicimos en el aniversario y como nos gustó, seguimos”.

El proceso de selección consta de un formulario de Google para ser llamado como emprendedor invitado. Después, a esperar ser elegido entre decenas de emprendimientos. “Lo primero que me fijo es que sea relacionado a Taylor Swift o a la cultura pop en general, como Harry Potter. Y que sean cosas propias, nada de reventa o cosas usadas. También veo si se toman en serio el evento, si publicitan”.

El público es variado. Buscan accesorios, ropa o cualquier objeto con la cara de la artista estadounidense. “De la Feria Swiftie me enteré a fines del 2022, me apareció en Instagram. Pensé ‘qué bien, un lugar con cosas de Taylor Swift’. En Estados Unidos había miles de cosas de ella, pero acá no”, cuenta a ANCCOM Karen, dueña de @kelas.ok, un emprendimiento de velas. A su vez, Nicole comenta: “Nosotros lo usamos para ganarnos el peso, es para gente que no puede costearse el merch oficial y acude a los emprendimientos. Yo no pude comprarme una remera oficial cuando vino acá, entonces le compré a un emprendimiento”.

Stickers, fotos estilo Polaroid, posters, cuadernos, remeras y hasta ropa interior están al alcance de los fanáticos y de todos los bolsillos. Los precios varían según los puestos, el rango es entre 200 y 20 mil pesos, siendo lo más caro los buzos bordados.

También se venden productos que entran en la definición de “cultura pop”, como un puesto especializado en Harry Potter. Los dueños de @Potter.varitas, Gastón y Ludmila, cuentan que no eran fans de Taylor hasta hace poco y trajeron al mundo swiftie a gente que estaba por fuera de él. Gracias a este tipo de eventos, lograron vivir sólo de su emprendimiento, al igual que Camila de @psico.delicas, que participa en ferias de las universidades o se acerca a vender en las marchas. “Fue el empujón que necesitaba para renunciar a mis trabajos formales y dedicarme totalmente a mi emprendimiento, también para tener tiempo para estudiar y recibirme. La Feria Swiftie me da una seguridad económica que es importante”. Para Daniela, de @salvatore.clothing_, fue la puerta para visibilizar sus diseños y trabajar para otros lados.

La mayoría de los emprendedores son estudiantes universitarios de entre 20 y 35 años, como Leiza de @midnightienda o Lucía, que al dedicarse al estudio se les complica conseguir un trabajo con horario fijo. Por eso, eligen esta modalidad emprendedora para organizar sus propios horarios. Sus ganancias las invierten en material para la facultad.

La calidez y la sensación de comunidad es lo que diferencia a este evento de otros semejantes. Se forman grupos de amigos, prevalece el compañerismo y el deseo a viva voz para que el compañero de al lado tenga un buen día de ventas. Se unen para hacer sorteos en las redes. Lo mismo sucede con los fans, la buena onda fluye de ambos lados logrando un lazo más allá de lo comercial. “Todos sabemos que es un lugar súper seguro en el que vamos a pasarla bien, hay buena energía”, expresa Lara, de @alltoomerch.

Por otro lado, Brenda cuenta: “A veces se me pone un peso que yo no tengo. Una vez en Instagram me dijeron que yo tenía que pensar en la economía del país y poner más emprendimientos, después borraron el comentario porque es un montón. Andá a la Casa Rosada a quejarte”. La Feria Swiftie es una salida para los emprendedores de todas las edades frente a la crisis económica.

También han enfrentado obstáculos, desde el hackeo a la cuenta de Instagram y gente infiltrada en los grupos de Whatsapp, hasta intimaciones del equipo legal de Taylor Swift a algunos emprendimientos para que bajen sus productos por derechos de imagen, lo mismo que pasó a nivel nacional hace algunas semanas con Emilia Mernes. La mayoría de los emprendedores entiende la decisión, pero aseguran que frente a la crisis, es una forma honesta de ganar dinero que luego gastan en dichos artistas. “¿Hoy quién no agarra la cara de un famoso y hace un producto con eso? ¿Realmente es necesario bajar cuentas, dejar gente sin trabajar? Capaz tenés treinta mil seguidores en Instagram y de la nada tenés cero, te cambia la economía”, asegura Lara. Una de las perjudicadas perdió su cuenta y todo su trabajo de meses por un mail de este estilo.

Aun así, la admiración por Taylor Swift no sufrió altibajos entre sus fanáticos. “Tuve una ruptura muy grande con mi ex y mi cuñada, que es fan, me dio muchísimo material para escuchar, para sentirme identificada, para sentir que no estaba sola. Taylor Swift tiene una canción para todo. Ella habla desde un lugar muy personal y profundo, eso atrae”, afirma Luciana, arquitecta de 33 años que se dedica en sus tiempos libres a hacer libros para colorear de la cantante y los vende en la feria. Otras fanáticas cuentan que los álbumes que salieron en la pandemia, Folklore y Evermore, las ayudaron a pasar el mal momento del encierro. Algunos descubrieron a Swift con Reputation, su aclamado álbum del 2017. Las veteranas están desde 2009, cuando la artista tomó más notoriedad por su relación con uno de los Jonas Brothers. La mitad de su vida la pasaron siendo swifties y decodificando los mensajes de sus canciones. Les atrae su talento para escribir y describir situaciones que aseguran ser comunes para todos, más allá de la fama y la edad. Para Lara, de 34 años, es su artista favorita y asegura no tener esa misma conexión con ningún otro.

“Yo amo a Taylor, voy a morir por Taylor”, dice Brenda. Ese sentimiento parece repetirse en cada uno de los fanáticos que visitan la feria. Todos coinciden en lo mismo: hay una canción de Taylor Swift para cada momento de la vida.

Todos a bordo

Todos a bordo

Cada vez más profesionales de la música ponen pausa a su vida en Argentina para probar suerte trabajando en cruceros. ¿Oasis en dólares o frustración full time?

En Argentina, vivir de la música no es nada fácil. La irregularidad, el cuentapropismo y la incertidumbre son moneda corriente para la mayoría de sus profesionales que, según el último Informe del Observatorio de la Música Argentina, pertenecen en un 96% al sector independiente. Publicado por el INAMU 2022 y con más de 5.000 artistas encuestados, el estudio expone datos alarmantes: el 73% tiene dificultades para mostrar su obra en vivo, al 49% le cuesta acceder a becas o subsidios, el 44% dice padecer la precarización laboral y el 37% no cuenta con ninguna cobertura médica.

Es en este contexto que cada vez más profesionales de la música eligen un destino diferente: abandonar sus proyectos personales, armar las valijas con 300 canciones, despedir a los afectos y subirse a tocar en un crucero. Los sueldos son altos, los contratos son cortos y los desafíos muy intensos. ¿Un oasis musical pagado en dólares o una espiral de frustraciones y distancias? ANCCOM lo piensa junto a tres músicos que probaron suerte.

 

«¿No te sabés una de Elvis?»

Joaquín Sombielle es pianista, cantante y Técnico Superior en Jazz por el Conservatorio Manuel de Falla. Aún con toda su vida dedicada a la música, dando clases y tocando en eventos, su fuente de ingresos lo llevó a trabajar en una inmobiliaria y una mueblería infantil: «Quería que la música fuera mi trabajo principal. Vi que algunos colegas estaban cerrando contratos con cruceros, y pensé que yo también podría ser bueno para el laburo: me llevo bien con el idioma inglés y con la gente».

Decidido a embarcarse, y luego de varias audiciones fallidas, Sombielle dio en la tecla cuando encontró un «cuarteto lounge» al que le faltaba pianista. Su incorporación al grupo fue tan repentina que, de las doscientas canciones del repertorio, pudo estudiar solo diez. Lo salvó el jazz y su principio de versatilidad: «El jazz, además de elementos técnicos, teóricos y estructurales, tiene un fundamento lúdico, de libertad. Incluye mucha práctica ‘de oreja’: sacar temas, descubrir patrones. Y esto es un requerimiento muy importante para tocar en un barco. Acá la cuestión no es tocar perfecto, sino que la gente esté contenta y que ‘la rocola siga andando'», explica el músico.

El 73%  de los músicos tiene dificultades para mostrar su obra en vivo, al 49% le cuesta acceder a becas o subsidios, el 44% dice padecer la precarización laboral y el 37% no cuenta con ninguna cobertura médica.

Las «lounge bands» (bandas de salón) son una formación musical de mucha presencia en los bares, restaurantes y espacios comunes de un crucero. Su repertorio es suave e incluye piezas de jazz, bossa nova y chacha, aunque no puede omitir los clásicos internacionales ni las sugerencias del público: «Una vez, en pleno show, se me acerca un pasajero al piano para preguntarme: ‘¿No te sabes una de Elvis? Yo le respondo y nos ponemos a elegir una canción que le guste, todo esto mientras seguimos tocando. En una pausa, le informó del cambio a la cantante, que presenta el tema saludando al pasajero. Esta es una situación típica tocando a bordo: la lectura del escenario, de la gente, de lo que está buscando».

Trabajando en un crucero, el objetivo final del músico no es la realización artística sino el entretenimiento. Para Sombielle, entender esto es fundamental: «Tocar entre dos y cinco veces todos los días construye una relación de convivencia con el público, una dinámica que no existe en ninguna ciudad. En definitiva, son tus clientes y vienen a pasarla bien. Si no están entretenidos, ‘moviendo la pata’, hay algo que estás haciendo mal». De todas formas, y para no quedar reducido a la sola reproducción de un cancionero, el músico siempre puede buscar ventanas de creatividad, que según Sombielle son el mejor escape de la monotonía y el tedio.

Sombielle trabajó para las compañías Holland America Line y Celebrity Cruises. Dio toda la vuelta a Latinoamérica, cruzó el Atlántico y conoció Europa junto con su banda, Ocean Beat. Hoy, co-dirige un emprendimiento que asesora a cada vez más músicos interesados en zarpar y, desde su posición, reconoce los principales motivos de esta tendencia: «Los músicos se fascinan por un conjunto que parece de ensueño: que te paguen en dólares por viajar y tocar música, sin tener que buscar público ni vender entradas. Es un respiro enorme dejar de hacer malabares siendo músico, community manager, sonidista y plomo al mismo tiempo».

Pero el alivio es siempre parcial y suele dar espacio a otras dificultades, cómo “la falta de privacidad y libertad que implica vivir donde trabajás. Tus tareas nunca terminan, porque además de ser músico sos un marinero, como todos los empleados del barco, y eso te tiene en un estado de alerta muy pesado”.

El show debe continuar

Francisco Riera cursaba la carrera de Músico Profesional cuando un amigo bajista lo invitó a su proyecto de partyband como cantante. La idea era ensamblar un repertorio de hits bailables y presentar una audición por video. Riera no quería perderle el ritmo a sus exámenes, pero el contrato llegó a los dos días. «Fue muy shockeante. Yo estaba terminando el cuatrimestre y además mi hermano recién había vuelto al país después de mucho tiempo. La situación es complicada, porque si decís que no después no hay certeza de que te vuelvan a llamar. La primera vez que surge lo tenés que agarrar sí o sí», explica.

Mientras que una lounge band tiene la sutil tarea de suavizar con su repertorio los distintos espacios del crucero, las partyband se encargan casi exclusivamente de poner a los pasajeros a bailar rock, pop, funk, disco o lo primero que funcione. Un mal paso puede apagar la fiesta, así que la coordinación milimétrica y los gestos de personalidad sobre el escenario no deben faltar.

¿Cómo puede un profesional de la música mantener su más alto nivel dando tres shows al día, seis días seguidos? Para Riera, el desafío fue interesante: «El barco es el mejor lugar donde un músico puede entrenar; porque no solo implica tocar todo el día todos los días, es hacerlo frente a una audiencia, que no es lo mismo que practicar en tu cuarto. Cambia mucho la relación con tu instrumento al trabajarlo con semejante intensidad, te da la posibilidad de conocerlo al máximo detalle. En mi caso, siendo cantante, tengo que estar sí o sí al 100% a nivel corporal, y la experiencia me ayudó mucho a administrar mi voz para no quemarla en el primer show». Con todo lo aprendido, si bien considera volver a zarpar, de ninguna manera aceptaría otro contrato de cinco meses. «No quiero abandonar mis proyectos por tanto tiempo».

Según datos oficiales, el Puerto de Buenos Aires recibe alrededor de 100 cruceros con 400 mil pasajeros por temporada. El año pasado, la incidencia de los puertos nacionales en la actividad turística fue muy exitosa: se recibieron 570.007 pasajeros, dejando definitivamente atrás las complicaciones que el sector experimentó en la pandemia.

Los sonidistas también se embarcan

Cables, perillas, parlantes y más cables; no todo lo que pasa en la música tiene que mostrarse. Jerónimo Otranto se ocupa de los puntos ciegos: es productor musical, técnico de grabación y mezcla, sonidista. Desde la pandemia, reconoce un «privilegio» en poder dedicarse de lleno a la música, seleccionando canciones para una radio, trabajando en su home estudio y en una empresa de audio. Cuando vio en LinkedIn la posibilidad de aplicar para un crucero, pensó: «No tengo nada que perder, lo peor es que no salga».

Entró al Princess Cruises como asistente de producción, un engranaje crucial para que los shows arranquen y las bandas suenen. «Yo era un comodín. Hay un problema, me llaman y lo resuelvo: ‘Alguien conectó mal un cable, alguien no sabe programar la consola, alguien directamente se olvidó de que había show’. Es estar a las corridas por todo el barco, resolver problemas espontáneos y atender a la comodidad de los músicos, para que no tengan que hacer nada más que tocar».

Lo que llama la atención, más que la versatilidad del puesto, es el tiempo en escena: las jornadas como asistente pueden ser de hasta once horas diarias. Otranto terminó su contrato como encargado de un club de jazz, donde pudo refinar su criterio como sonidista, intensificar su práctica y fortalecer su repertorio con muchos estilos, aunque también reconoce cierta «sobredosis de música».

¿Por cuánto te irías?

Para todos los profesionales de la música que deciden pausar su vida en Argentina y trabajar en un crucero, la variable económica es decisiva. Los sueldos parten de los dos mil dólares por mes y, al contar con hospedaje y servicios básicos cubiertos, existe la posibilidad de ahorrar prácticamente el 100% del salario. Para un músico como Otranto, esto permite «acortar distancias. Pude invertir en equipamiento que trabajando en Argentina sería impensado. El hecho de irse no es cualquier cosa, pero puesto en la balanza con la capacidad de perfeccionarse en lo que uno ama, ahorrar, e invertir… es el equivalente a jugar en primera».
No obstante, estos contratos de élite son cortos: por lo general, van de dos a seis meses. Y es acá donde Joaquín Sombielle reconoce las dificultades de bajar a tierra: «El precio más grande que pagas por irte es que, al volver, tenés que reinventarte sí o sí. Sí, te fuiste seis meses y ganaste buena plata, pero sin otro contrato en la puerta, hay que armar de vuelta un montón de kioscos para vivir de la música».

Un banquete de película

Un banquete de película

La road-movie documental de La Renga, Totalmente poseídos, cuenta el motoviaje de más de cinco mil kilómetros de la banda, tras la pandemia, cuando presentaron por todo el país su último disco, “Alejado de la red”.

Motores, ruta, amistad y mucho rock and roll es lo que transmite Totalmente poseídos, el documental de La Renga, dirigido por su líder, Gustavo “Chizzo” Napoli, y Diego Stokelj. El filme muestra cómo un grupo de amigos –los integrantes de la banda– organizaron la vuelta a los escenarios después de la pandemia para presentar su disco “Alejado de la red”.

Atravesando todo el país con sus motos, como es su tradición, el grupo de amigos sigue buena parte de la Ruta 40 para ofrecer en distintos puntos del país sus clásicos “banquetes” (como se conoce popularmente a sus recitales). Así, desde Salta hasta Río Negro, se escribieron las páginas de un diario de viaje lleno de aventuras que parece no tener final.

Ezeiza es el kilómetro cero, donde la banda se reúne para gestar la idea de una gira federal y en moto trazando el mapa de la Argentina. Para emprender el camino planificado, preparan sus motos en distintos talleres mecánicos. Pueblos, montañas, valles, ríos y desiertos ilustran el viaje motorizado de más de cinco mil kilómetros para realizar cuatro recitales multitudinarios en Córdoba, Salta, San Luis y Río Negro.

Además de los diversos paisajes de nuestro país, los planos abiertos –que abundan en la película– van mostrando parte del itinerario de La Renga con la voz en off del propio Chizzo. Un punto alto del documental son los ensayos de la banda a orillas del Cañón del Atuel, junto con otras escenas donde se alcanza a apreciar la relación de amistad entre ellos.

La sonorización de la película incluye canciones nuevas producidas exclusivamente para ser escuchadas en las salas de cine. Los flamantes temas y toda la música fueron grabados y mezclados especialmente para poder ser reproducidos en todos los formatos de audio que brinda el cine, por eso Totalmente poseídos no sólo es para ver, sino para escuchar y sentir.

Producida y realizada por La Renga, Totalmente poseídos dura 93 minutos y se estrena el jueves 7 de marzo en cines de todo el país. Apta para mayores de 13 años.

¿Qué hay detrás de la salida de Spotify de Uruguay?

¿Qué hay detrás de la salida de Spotify de Uruguay?

La Ley de Rendición de Cuentas aprobada en octubre abrió el debate: mientras el gobierno dice buscar una remuneración justa para los artistas, algunos cantantes señalan que perderán difusión. El riesgo para las web educativas.

Los usuarios uruguayos de Spotify recibieron diciembre con una notificación de la empresa informando el cese de sus actividades en el país. Este contexto despertó recelo entre los artistas que temen por la pérdida de su principal distribuidora digital de música. Esta es solo la punta del iceberg de un problema aún mayor que enfrentan los autores, intérpretes y plataformas de la República Oriental.

El pasado octubre, el Senado uruguayo aprobó la Rendición de Cuentas de este año, una ley ómnibus que abarca diversidad de tópicos que escapan a lo simplemente presupuestario. En esta edición 2023, se incluyeron la aprobación de los artículos 329, 330, 331 y 332 que modifican la Ley N° 9.739 de Derechos de autor promulgada en 1937 y su actualización del año 2003.

El objetivo de esta aprobación es “el reconocimiento de un derecho y la búsqueda de una justa y equitativa remuneración para los artistas”, explica Ignacio Martínez, presidente del Consejo de Derechos de Autor perteneciente al Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay. Esto se lograría obligando a plataformas de distribución como Spotify a realizar pagos a gestoras colectivas que actúan como intermediarias entre las plataformas y los artistas. En Uruguay las gestoras colectivas que recaudan los derechos de autores e intérpretes son AGADU y SUDEI.

“Hoy no existe remuneración. Se trata de acceder a ella a partir de la legalización de los criterios y los reglamentos”, explica Martínez y expresa el deseo del Consejo de que se entienda al trabajador de la cultura como alguien que tiene derecho a ser remunerado. “No queremos perjudicar a nadie: ni a los productores ni a los intermediarios que difunden nuestra música. Queremos beneficiar a los artistas nacionales”, agrega.

El Laboratorio de Datos y Sociedad (Datysoc) es un proyecto de Uruguay que nuclea a un equipo interdisciplinario de profesionales interesados en el vínculo entre derechos humanos y la era digital. En un hilo de Twitter explicaron que “los artículos aprobados en la Rendición de Cuentas no abordan el problema adecuadamente y agregan disposiciones que perjudicarán a las plataformas educativas, los repositorios digitales y otros sitios web culturales sin fines de lucro”, ya que la ley no limita los cobros a las grandes empresas comerciales, sino que abarca a todos los sitios web.

Este nuevo contexto también implica complicaciones para los artistas. Según Jorge Gemetto, investigador de Datysoc, los autores perderán la libertad de entregar licencias gratuitas ya que se trata de un “derecho irrenunciable” por el cual las gestoras realizarán los cobros de igual manera, sin importar que los artistas no estén afiliados a ninguna de ellas.

Datysoc no está en contra de que Spotify y las discográficas paguen a las gestoras. El foco de su reclamo está en que la aprobación de los cuatro artículos no resuelve el problema de fondo: los escasos ingresos que perciben los autores e intérpretes frente a las ganancias de las plataformas y discográficas. “Los derechos de intérpretes y ejecutantes existen en Uruguay desde hace décadas”, explica Gemetto y agrega: “Lo que pasa es que los artistas firman contratos por los cuales se los ceden a las discográficas, que les pagan muy poco”. Frente a esta situación, Gemetto plantea dos posibles soluciones: una más racional pero difícil de ejecutar que es la regularización de los contratos entre artistas y discográficas. La alternativa sería que se haga el pago directo de las plataformas a los artistas, medida que implicaría acotar con precisión qué tipo de plataformas cargarían con esa obligación.

El porcentaje que perciben las gestoras también representa un foco de esta problemática. “Son organizaciones que recaudan para los artistas pero que tienen comisiones altísimas: AGADU cobra hasta el 45%”, detalla Gemetto. Por eso, muchos autores e intérpretes eligen gestionar sus propios derechos; se trata de una libertad que está avalada por ley y que se va a perder con la aprobación de la Ley de Rendición de Cuentas: “Sin importar lo que opinen los músicos independientes, las gestoras van a cobrar en nombre de ellos. Y si no son socios, no van a poder ir a buscar lo que la gestora cobró en su nombre”, explica Gemetto. En eso consta el derecho irrenunciable.

Pánico

 El viernes pasado, Spotify sorprendió a sus oyentes uruguayos con el infame comunicado que explicaba su salida. En él señala que “los cambios con esta nueva ley podrían obligar a Spotify a pagar dos veces por las mismas canciones” y, a no ser que el gobierno explicite que las discográficas y editoras se harán cargo de esos gastos, su negocio de “conectar artistas y fans” sería insostenible.

Este mensaje tuvo como consecuencia la creación de una cuenta de Instagram anónima llamada Artistas Uruguayos que difundió un comunicado en el que piden la corrección urgente de los artículos que les competen ya que “lo que se está intentando revisar es objetivamente menor en relación al riesgo de perder un aliado tan importante para la industria de la música uruguaya como es Spotify”. Dando a entender que la remuneración justa queda en segundo lugar frente a la difusión mundial que les permite la plataforma.

Según Gemetto, esta postura es tomada por la camada de artistas jóvenes cuya sostenibilidad depende de las grandes plataformas de distribución como Spotify y afirma que su salida del país sería “un desastre” en tanto que se trata de su mayor canal de difusión y “no hay nada que lo reemplace”.

Martínez explica que la plataforma “jamás pidió conversar estos asuntos y lanzó una campaña equivocada, con datos falsos y una clara tergiversación de la información. Ha sido la Presidencia de Uruguay la que ha pedido encontrarse por videollamada y ahora está elaborando un proyecto de solución”, el cual se vería reflejado en un Decreto Reglamentario.

“La amenaza de irse de Spotify es una bravuconada”, opina Gemetto y agrega que despertó una discusión que impide ver la complejidad de una ley mal hecha. Si bien duda que la salida se vaya a concretar, Gemetto junto a sus colegas de Datysoc temen que el gobierno uruguayo haga un acuerdo que beneficie a Spotify y no derogue los cuatro artículos, dejando al resto de los sitios web en “una situación muy complicada” en la que se verán obligados a pagar a las gestoras. “Nuestro miedo más grande es por las plataformas educativas. Sobre todo el Entorno Virtual de Aprendizaje de la Universidad de la República, que tiene unos cien mil estudiantes”, explica. Las gestoras podrán ir tras cualquier plataforma, incluso si se trata de plataformas que usan contenidos sin fines de lucro, con licencias abiertas o que pertenecen a autores e intérpretes independientes.

El comunicado de Spotify opacó el problema estructural que presenta la Ley de Rendición de Cuentas. “Desde Datysoc pedimos que se deroguen los cuatro artículos que se aprobaron y que se empiece de cero a discutir en serio la cuestión de la remuneración justa para autores e intérpretes. Esa discusión seria implica tres patas: lo que tienen que pagar las plataformas, lo que tienen que pagar las discográficas y lo que se están quedando las gestoras colectivas”, resume Gemetto. Todo indica que Uruguay seguirá bailando al ritmo de Spotify al menos un tiempo más.