Por Emilio Carbone

Cada vez más profesionales de la música ponen pausa a su vida en Argentina para probar suerte trabajando en cruceros. ¿Oasis en dólares o frustración full time?

En Argentina, vivir de la música no es nada fácil. La irregularidad, el cuentapropismo y la incertidumbre son moneda corriente para la mayoría de sus profesionales que, según el último Informe del Observatorio de la Música Argentina, pertenecen en un 96% al sector independiente. Publicado por el INAMU 2022 y con más de 5.000 artistas encuestados, el estudio expone datos alarmantes: el 73% tiene dificultades para mostrar su obra en vivo, al 49% le cuesta acceder a becas o subsidios, el 44% dice padecer la precarización laboral y el 37% no cuenta con ninguna cobertura médica.

Es en este contexto que cada vez más profesionales de la música eligen un destino diferente: abandonar sus proyectos personales, armar las valijas con 300 canciones, despedir a los afectos y subirse a tocar en un crucero. Los sueldos son altos, los contratos son cortos y los desafíos muy intensos. ¿Un oasis musical pagado en dólares o una espiral de frustraciones y distancias? ANCCOM lo piensa junto a tres músicos que probaron suerte.

 

«¿No te sabés una de Elvis?»

Joaquín Sombielle es pianista, cantante y Técnico Superior en Jazz por el Conservatorio Manuel de Falla. Aún con toda su vida dedicada a la música, dando clases y tocando en eventos, su fuente de ingresos lo llevó a trabajar en una inmobiliaria y una mueblería infantil: «Quería que la música fuera mi trabajo principal. Vi que algunos colegas estaban cerrando contratos con cruceros, y pensé que yo también podría ser bueno para el laburo: me llevo bien con el idioma inglés y con la gente».

Decidido a embarcarse, y luego de varias audiciones fallidas, Sombielle dio en la tecla cuando encontró un «cuarteto lounge» al que le faltaba pianista. Su incorporación al grupo fue tan repentina que, de las doscientas canciones del repertorio, pudo estudiar solo diez. Lo salvó el jazz y su principio de versatilidad: «El jazz, además de elementos técnicos, teóricos y estructurales, tiene un fundamento lúdico, de libertad. Incluye mucha práctica ‘de oreja’: sacar temas, descubrir patrones. Y esto es un requerimiento muy importante para tocar en un barco. Acá la cuestión no es tocar perfecto, sino que la gente esté contenta y que ‘la rocola siga andando'», explica el músico.

El 73%  de los músicos tiene dificultades para mostrar su obra en vivo, al 49% le cuesta acceder a becas o subsidios, el 44% dice padecer la precarización laboral y el 37% no cuenta con ninguna cobertura médica.

Las «lounge bands» (bandas de salón) son una formación musical de mucha presencia en los bares, restaurantes y espacios comunes de un crucero. Su repertorio es suave e incluye piezas de jazz, bossa nova y chacha, aunque no puede omitir los clásicos internacionales ni las sugerencias del público: «Una vez, en pleno show, se me acerca un pasajero al piano para preguntarme: ‘¿No te sabes una de Elvis? Yo le respondo y nos ponemos a elegir una canción que le guste, todo esto mientras seguimos tocando. En una pausa, le informó del cambio a la cantante, que presenta el tema saludando al pasajero. Esta es una situación típica tocando a bordo: la lectura del escenario, de la gente, de lo que está buscando».

Trabajando en un crucero, el objetivo final del músico no es la realización artística sino el entretenimiento. Para Sombielle, entender esto es fundamental: «Tocar entre dos y cinco veces todos los días construye una relación de convivencia con el público, una dinámica que no existe en ninguna ciudad. En definitiva, son tus clientes y vienen a pasarla bien. Si no están entretenidos, ‘moviendo la pata’, hay algo que estás haciendo mal». De todas formas, y para no quedar reducido a la sola reproducción de un cancionero, el músico siempre puede buscar ventanas de creatividad, que según Sombielle son el mejor escape de la monotonía y el tedio.

Sombielle trabajó para las compañías Holland America Line y Celebrity Cruises. Dio toda la vuelta a Latinoamérica, cruzó el Atlántico y conoció Europa junto con su banda, Ocean Beat. Hoy, co-dirige un emprendimiento que asesora a cada vez más músicos interesados en zarpar y, desde su posición, reconoce los principales motivos de esta tendencia: «Los músicos se fascinan por un conjunto que parece de ensueño: que te paguen en dólares por viajar y tocar música, sin tener que buscar público ni vender entradas. Es un respiro enorme dejar de hacer malabares siendo músico, community manager, sonidista y plomo al mismo tiempo».

Pero el alivio es siempre parcial y suele dar espacio a otras dificultades, cómo “la falta de privacidad y libertad que implica vivir donde trabajás. Tus tareas nunca terminan, porque además de ser músico sos un marinero, como todos los empleados del barco, y eso te tiene en un estado de alerta muy pesado”.

El show debe continuar

Francisco Riera cursaba la carrera de Músico Profesional cuando un amigo bajista lo invitó a su proyecto de partyband como cantante. La idea era ensamblar un repertorio de hits bailables y presentar una audición por video. Riera no quería perderle el ritmo a sus exámenes, pero el contrato llegó a los dos días. «Fue muy shockeante. Yo estaba terminando el cuatrimestre y además mi hermano recién había vuelto al país después de mucho tiempo. La situación es complicada, porque si decís que no después no hay certeza de que te vuelvan a llamar. La primera vez que surge lo tenés que agarrar sí o sí», explica.

Mientras que una lounge band tiene la sutil tarea de suavizar con su repertorio los distintos espacios del crucero, las partyband se encargan casi exclusivamente de poner a los pasajeros a bailar rock, pop, funk, disco o lo primero que funcione. Un mal paso puede apagar la fiesta, así que la coordinación milimétrica y los gestos de personalidad sobre el escenario no deben faltar.

¿Cómo puede un profesional de la música mantener su más alto nivel dando tres shows al día, seis días seguidos? Para Riera, el desafío fue interesante: «El barco es el mejor lugar donde un músico puede entrenar; porque no solo implica tocar todo el día todos los días, es hacerlo frente a una audiencia, que no es lo mismo que practicar en tu cuarto. Cambia mucho la relación con tu instrumento al trabajarlo con semejante intensidad, te da la posibilidad de conocerlo al máximo detalle. En mi caso, siendo cantante, tengo que estar sí o sí al 100% a nivel corporal, y la experiencia me ayudó mucho a administrar mi voz para no quemarla en el primer show». Con todo lo aprendido, si bien considera volver a zarpar, de ninguna manera aceptaría otro contrato de cinco meses. «No quiero abandonar mis proyectos por tanto tiempo».

Según datos oficiales, el Puerto de Buenos Aires recibe alrededor de 100 cruceros con 400 mil pasajeros por temporada. El año pasado, la incidencia de los puertos nacionales en la actividad turística fue muy exitosa: se recibieron 570.007 pasajeros, dejando definitivamente atrás las complicaciones que el sector experimentó en la pandemia.

Los sonidistas también se embarcan

Cables, perillas, parlantes y más cables; no todo lo que pasa en la música tiene que mostrarse. Jerónimo Otranto se ocupa de los puntos ciegos: es productor musical, técnico de grabación y mezcla, sonidista. Desde la pandemia, reconoce un «privilegio» en poder dedicarse de lleno a la música, seleccionando canciones para una radio, trabajando en su home estudio y en una empresa de audio. Cuando vio en LinkedIn la posibilidad de aplicar para un crucero, pensó: «No tengo nada que perder, lo peor es que no salga».

Entró al Princess Cruises como asistente de producción, un engranaje crucial para que los shows arranquen y las bandas suenen. «Yo era un comodín. Hay un problema, me llaman y lo resuelvo: ‘Alguien conectó mal un cable, alguien no sabe programar la consola, alguien directamente se olvidó de que había show’. Es estar a las corridas por todo el barco, resolver problemas espontáneos y atender a la comodidad de los músicos, para que no tengan que hacer nada más que tocar».

Lo que llama la atención, más que la versatilidad del puesto, es el tiempo en escena: las jornadas como asistente pueden ser de hasta once horas diarias. Otranto terminó su contrato como encargado de un club de jazz, donde pudo refinar su criterio como sonidista, intensificar su práctica y fortalecer su repertorio con muchos estilos, aunque también reconoce cierta «sobredosis de música».

¿Por cuánto te irías?

Para todos los profesionales de la música que deciden pausar su vida en Argentina y trabajar en un crucero, la variable económica es decisiva. Los sueldos parten de los dos mil dólares por mes y, al contar con hospedaje y servicios básicos cubiertos, existe la posibilidad de ahorrar prácticamente el 100% del salario. Para un músico como Otranto, esto permite «acortar distancias. Pude invertir en equipamiento que trabajando en Argentina sería impensado. El hecho de irse no es cualquier cosa, pero puesto en la balanza con la capacidad de perfeccionarse en lo que uno ama, ahorrar, e invertir… es el equivalente a jugar en primera».
No obstante, estos contratos de élite son cortos: por lo general, van de dos a seis meses. Y es acá donde Joaquín Sombielle reconoce las dificultades de bajar a tierra: «El precio más grande que pagas por irte es que, al volver, tenés que reinventarte sí o sí. Sí, te fuiste seis meses y ganaste buena plata, pero sin otro contrato en la puerta, hay que armar de vuelta un montón de kioscos para vivir de la música».