Recuerdos de la infancia

Recuerdos de la infancia

La cantante Malena D´Alessio y Florencia Bernales, dos niñas que presenciaron el momento del secuestro y desaparición de sus familiares, declararon en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los pozos de Banfield y Quilmes y en la Brigada de Lanús.

Familiares y amigos de José Luis D ´Alessio, el Bebe, dieron su testimonio en una nueva audiencia por el Juicio Brigadas de Lanús, Quilmes y Banfield. En esta ocasión, contaron la historia del detenido desaparecido, cómo era su vida previa a la detención qué ocurrió el 28 de enero de 1977, y las consecuencias que padecieron su sobrina Florencia Bernales y su hija Malena D´Alessio, que fueron secuestradas y liberadas con apenas dos años de edad.

El primero en declarar fue Néstor Belomo, que conoció a D´Alessio en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde éste último militaba en una organización de izquierda. Con la vuelta de Perón en 1973, el grupo político al que pertenecía José Luis comenzó a virar hacia el peronismo y se unieron a Montoneros. “En el 76 me fui al sur, pero cuando volví, nos volvimos a encontrar (con D´Alessio). Ahí él me contó y me confirmó lo que yo ya sabía, a pesar de estar confinado en un trabajo de médico en el sur, en el medio de la nada. Pero estaba informado. Me confirmó la situación desastrosa en la que estaba la organización y recuerdo que me dijo: ‘Estoy durmiendo en los subtes’, porque no tenía donde estar. Estaba en una situación de precariedad absoluta en cuanto a su seguridad personal”, detalló en su relato Belomo. Ya para ese entonces, D’Alessio tenía participación militante en Zona Norte en el Astillero Astarsa, donde brindaba información sobre salud e higiene a los obreros.

El testigo contó que, en el contexto de la dictadura y al pasar a la clandestinidad, intentó ayudarlo: “Le ofrecí que venga a mi casa. Venía a casa, no todas las noches, pero venía bastante. Vino un par de ocasiones con Malena. Su hijita tenía, en ese momento, dos años. Yo estaba casado con quien era mi mujer y vivía en un pequeño departamento de dos ambientes. Tirábamos un colchón en el suelo y ahí dormían”. 

“Cuando D’Alessio no dormía en casa me hacía una llamada telefónica, me decía que estaba todo bien y sabía que no venía porque esa noche tenía otro lugar donde ir. Una noche no llamó. Por supuesto, un gran estado de inquietud con mi mujer y finalmente nos dormimos. Y a la mañana no habíamos tenido ninguna noticia”. Ese fue el día de la detención de la familia de D’Alessio. En cuanto al testigo, junto a su mujer decidieron alejarse de la ciudad y dirigirse hacia el campo. En primera instancia pararon en campings. Luego, decidieron quedarse en el campo de la familia de su exesposa pues all: “se puede ver, a la distancia, si aparece alguien. Estuvimos un mes”, detalló. 

“Como teníamos que trabajar y vivir, volvimos. Mandamos a una amiga al departamento y no había ninguna novedad. Volvimos a hacer nuestra vida”, recordó el testigo. A partir de allí, Belomo viajó, tras la liberación del resto de la familia, a Brasil para encontrarse con ellos. “Me contaron que todo había sido a raíz de que estaban tramitando un pasaporte para Bebe quien no se quería ir. Yo lo sabía por Bebe. No quería irse dejando solo a sus compañeros que no tenían posibilidad de salir del país. Fue a raíz de que tenían un contacto en la policía para hacer un pasaporte para que Bebe pudiera salir. Fue una trampa”. 

Luego expresó que la última vez que lo pudieron ver a D’Alessio detenido fueron los mismos familiares que arrestaron con él aquel día de enero de 1977, y lo pudieron hacer en la Brigada de Quilmes donde su hermano, Alfredo D’Alessio, pudo salir luego de pagar un rescate. Y mencionó la frase que le dijeron una vez liberado: “Sabemos que vos no estás en nada. Pero de tu hermano, olvidate”. 

 

La segunda en brindar su testimonio frente a la Justicia fue Florencia Bernales, sobrina de José Luis D’Alessio. La sobreviviente relató que, junto a su madre, vivían en Perú, pero al momento del secuestro, se encontraban en Buenos Aires por una visita que hacían cada año. “Tengo recuerdos del 77. Nos alojamos en la casa de mi tía abuela Berta en un departamento en Marcelo T. de Alvear, entre San Martín y Reconquista. Tengo recuerdos de ese momento en ese departamento. Tengo el recuerdo de varios hombres entrando. Caos y confusión. A Malena y a mí nos encerraron en un cuarto, nos cerraron la puerta y nos dijeron que tratáramos de dormir, cosa que no hicimos”, señaló.

Y resaltó cuál fue el recuerdo más fuerte que tiene de esa noche: “Vi cómo les vendaban los ojos a todos. Como yo hablaba pregunté qué pasaba. Me dijeron que estaban jugando al gallito ciego. Eso después lo recordé siempre”. Se llevaron a todos, pero a la niña, junto a su prima, Alfredo D’Alessio (padre) y Sofía Yessen los liberaron a las pocas horas cerca de Plaza de Mayo. 

A pesar de que era menor, Bernales manifestó que tuvo consecuencias directas posterior a haber vivido un momento traumático. Una vez que volvió a Perú con su madre, y que su tía abuela Berta iba a ir a visitarlas “empecé a tener un tartamudeo intenso. No podía hablar. Eso duró varios días. No se me iba. Mi mamá no sabía bien qué hacer y le dijeron que tratara de hablar conmigo sobre lo que había pasado”. Y añadió: “Me sentó, me preguntó si tenía miedo de que con la tía Berta vinieran esos hombres malos a Perú. Le dije que sí. Y me explicó que no podían venir porque estaban en Argentina y que ahí estábamos a salvo. Al poco tiempo se me fue ese tartamudeo”. 

“Después, con 20 años, vivía en Londres y me había alojado en la casa de un periodista que escribía sobre los juicios de lesa humanidad. Yo dormía cerca de donde entraban los faxes y las llamadas. Un día entró una llamada, yo escuché el contestador telefónico que decía que era un militar, que lo estaban buscando para matarlo. Me dio un ataque de pánico. No podía respirar. Sentía un terror total. Resulta que esa llamada había sido un chascarrillo. Que no era cierto. Después me pareció que era absurdo sentir tanto miedo en Londres por una llamada, pero bueno. Es otro recuerdo de haber vivido lo que había pasado”, declaró. 

Asimismo, finalizó su exposición pidiendo justicia por su tío y que se haga lo más rápido posible. 

«No hablaba mucho de mi papá. La primera herramienta con la que pude alzar la voz fue la canción ´Hijo de Desaparecido´», declaró Malena D´Alessio.

La siguiente fue Malena D’Alessio, hija del desaparecido José Luis D’Alessio. Su testimonio comenzó a explicar que luego de una lucha interna sobre cómo hablar de su padre, que lo ha hecho durante todo este período a través de la música y la militancia, ha logrado traer su historia personal frente a este juicio. 

En la familia D’Alessio, a partir de que la mayoría pudo recuperar su libertad y exiliarse en Brasil, “no se hablaba mucho de mi papá, con excepción de mis abuelos. Ellos eran quienes me hablaban mucho. Lo tramitaron de la manera más natural y sana. No así el resto de la familia. A mí se me fue armando una especie de trauma. No lo exteriorizaba. No hablaba”, relató. “Crecí en un clima social que un poco de lo que pasaba al interior de mi familia, pasaba afuera. Era un tema que estaba muy silenciado socialmente. Yo tenía la versión de mis abuelos y me contaban cosas sobre su aspecto humano. Me enseñaron a amarlo y me transmitieron su dimensión humana. Siempre crecí creyendo que a mi papá le habían pegado un tiro. Nunca, ni remotamente, concebí la posibilidad de que él pudiera haber sido torturado. No sabía que la tortura estaba sistematizada. Nunca me lo pude imaginar en relación a mi padre. Todo este clima de la Teoría de los Dos Demonios, la demonización de los militantes en esa época contrastaba con mis abuelos que me hablaban de la maravillosa persona que era mi padre”, expuso D´Alessio.

En sintonía con lo que contaba, rescató que en su adolescencia encontró en el arte la posibilidad de expresar todo lo que le generaban las políticas que se llevaban adelante desde los gobiernos democráticos con los militares que habían torturado, matado, violado y robado bebés durante la dictadura: “Sentía la necesidad de que algo tenía que hacer. La primera herramienta con la que pude alzar la voz fue con una canción que se llamaba ‘Hijo de desaparecido’. Fue una catarsis enorme donde pude expresarme y eso, además, me empodero mucho. Estaba muy enojada con la sociedad. Tuve algunos encontronazos con mi tío (Alfredo). Sentía que no me sentía acompañada en esta necesidad de hacer justicia por mi padre. Me sentía muy sola. Empecé con la música frente de batalla. Cantar contra el indulto. Me empecé a dedicar a la música más profesionalmente. Fui conocida por este tema. Me embanderé con el tema de los derechos humanos”. 

Acto seguido comenzó su militancia en HIJOS donde encontró la contención que necesitaba y donde los demás militantes entendían lo que estaba pasando Malena. Sin embargo, todavía estaba en deuda con la parte personal. Por lo cual decidió hacerle un homenaje a su padre junto a familiares donde se colocó una baldosa con su nombre, y, además, produjo un documental donde pudo unir las voces de amigos y compañeros de militancia de José Luis D´Alessio para reconstruir su memoria.

La exposición de la Malena siguió con el relato de cómo era la vida de José Luis D´Alessio previo a su detención. Y con respecto del día del secuestro, con ayuda de su tío Alfredo, pudo reconstruir la historia. No obstante, entre lágrimas, puntualizó que, al momento de la detención, su padre “me tomó en brazos, me dio un beso como despidiéndose de mí. Mi abuela dijo que prácticamente no la miró”. Lo mismo sucedió cuando recordó que su tío le contó que dentro del Pozo de Quilmes, previo a su liberación, pudo ver a José Luis, y las últimas palabras que le dijo fueron “Mandale un beso a Malena”. 

Para finalizar su intervención, D´Alessio repasó unas palabras que había escrito el día anterior y recitó el rap “Hijo de Desaparecido”, que escribió para hacer escuchar su voz y a su vez poder expresar lo que sentía. Entre las frases que leyó se destacó la siguiente: “Espero que este juicio me ayude en lo personal y nos ayude como sociedad a poner en orden lo más básico y elemental que podemos exigirle a la justicia. Algo que debería ser de sentido común, pero que durante tanto tiempo nos fue negado. Que no es ni más, ni menos que los asesinos, los torturadores, los violadores, robadores de bebés y sobre todo los responsables del genocidio más atroz de nuestra historia contemporánea vayan, o vuelvan, al único lugar que les corresponde, que es la cárcel común, perpetua y efectiva. Y que reciban también el repudio y desprecio del pueblo argentino, que ya se ganaron. Incluso en muchos casos el de sus propios hijos e hijas que han decidido dejar de ser un eslabón más en la cadena de degradación humana. No es el odio a estas bestias lo que, en mi caso, me ha impulsado a emprender esta lucha, es el amor que arde en mi cada vez que pienso en mi viejo y en toda esa generación que llevó la entrega y la solidaridad a los más altos niveles”.

La próxima audiencia será el martes 6 de diciembre a las 8:30.

Por primera vez una sobreviviente trans declaró en un juicio de lesa humanidad

Por primera vez una sobreviviente trans declaró en un juicio de lesa humanidad

Valeria del Mar Ramírez, exdetenida en el Pozo de Banfield, testimonió en la causa que tiene 17 imputados e investiga qué pasó con 442 desaparecidos. Relató los crímenes sexuales de la dictadura y el robo de bebés.

Valeria del Mar Ramírez era trabajadora sexual durante la última dictadura militar y narró ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal (TOF) Nº1 de La Plata los golpes y abusos que sufrieron tanto ella como sus compañeras tras ser detenidas ilegalmente. Esto se produjo en una nueva audiencia en la que se investigan los crímenes ocurridos en los centros clandestinos Pozo de Quilmes, Pozo de Banfield y El Infierno, en Lanús. El juicio tiene 17 imputados y se busca determinar qué ocurrió con 442 personas que hasta hoy continúan detenidas desaparecidas. 

El testimonio cortó la respiración de los participantes en una nueva audiencia virtual por el juicio que investiga la responsabilidad del director de Investigaciones de la policía bonaerense Miguel Etchecolatz y la de sus subalternos en la práctica de privación ilegal de la libertad y la aplicación de torturas. En una jornada marcada por la potencia de los relatos de Boris Santos, delegado de Peugeot, sobreviviente del Pozo de Quilmes y Eduardo Castellano, sobreviviente del Pozo de Banfield y El Infierno, la voz de Valeria del Mar Ramírez, primera querellante trans en causas por delitos de lesa humanidad, se hizo sentir. 

El tribunal de la esta causa denominada Las Brigadas o Los Pozos —integrado por Walter Venditti, Ricardo Basílico y Esteban Carlos Rodríguez Eggers (subrogantes) — escuchó con atención las preguntas que el fiscal de la querella Germán Camps le realizó a Ramírez.

La declarante aportó pruebas para que el jurado pudiera reconstruir los apremios que vivieron ella, y sus compañeras trabajadores sexuales, tras sus dos detenciones por los comandos de tareas de la dictadura, tanto a finales de 1976 como en los primeros meses de 1977. Ramírez —que en 2012 recibió su nuevo DNI con identidad autopercibida y su partida de nacimiento rectificada— fue arrestada durante el golpe de Estado en Camino de Cintura, Ruta Nº4, rotonda de Llavallol, cuando vivía en Rafael Calzada, partido bonaerense de Almirante Brown. 

Destacó que la primera ocasión en la que fue confinada fue por una razzia, ya que se iba a producir la visita de un grupo de inspectores hacia la zona. Las habían alertado a ella y a sus compañeras para que se fueran del lugar. “Nosotras no hicimos caso, nos quedamos en una estación de servicio, donde guardábamos las cosas. Nos levantaron y nos llevaron a la comisaría de Llavallol”, planteó. La querellante aseguró que, por falta de espacio en ese cuartel fue separada de sus compañeras y, junto con otras dos —Romina y “La Hormiga”—, fueron llevadas al Pozo de Banfield, donde estuvieron dos días.   

Lo peor para Ramírez llegaría unos meses después, durante su segunda detención. Señaló que estaba acompañada nuevamente por Romina cuando fueron interceptadas por unos agentes que manejaban un Ford Falcon y las metieron en el auto. “Les dije: ‘Recién llegamos, no hicimos nada’. Y no nos contestaron. El de adelante nos dijo: ‘Cállense la boca, que ya van a saber a dónde van a ir’”, narró. 

Sostuvo que, una vez que llegaron al Pozo de Banfield, ambas fueron arrodilladas entremedio de las piernas de los policías, “con la cabeza para abajo”. “Aquí tienen las cachorras que habían pedido», escuchó decir de parte de quienes las habían detenido. Mientras la mamá de Ramírez y su compañera “La Mono” las buscaban por distintas comisarías de la zona, los policías las trasladaban hacia unos calabozos individuales del Pozo y las hacían mirar al suelo para evitar que llegaran a ver a otros detenidos.

Los apremios y las violaciones fueron parte del tormento por el que pasó Ramírez, que ya no podía contener las lágrimas mientras narraba su estadía allí. “Vinieron dos policías y me violaron porque no quería tener sexo con ellos. Primeramente me dieron golpes y tuve que tener relaciones con los dos”, afirmó.

A eso se le sumó que los efectivos pasaban sus miembros por la rendija de su celda, con la promesa de que, a cambio, le darían comida. Ramírez consiguió una botella, y cuando la sacaban a bañarse la llenaba. Con eso podía evitar nuevas violaciones de parte de los policías, aunque dejaría de alimentarse. Relató que estuvo dos días tomando agua pero cuatro agentes encontraron su botella en el calabozo. “Puto, así que te hacés el vivo”, le gritaron, mientras le tiraban la botella. Contó que en otra oportunidad, cuatro policías entraron a su celda y la violaron luego de que ella no pudiera resistir más. 

Otro punto de inflexión en su narración se produjo cuando señaló que, mientras terminaba de bañarse, se dio cuenta que compartía espacio en “los buzones” con otra chica reclusa. «Pensé: ‘¿qué le estarán haciendo?’. En eso siento a un bebé llorar. Y la milica le dice ´bueno dale, levantáte y agarrá un balde y limpiá esta mugre tuya´, mientras la chica, pelo largo, delgada, demacrada, todo su vestidito lleno de sangre, no se podía mantener en pie. Yo la agarré de la mano, la apoyé en el piletón del baño y me puse a llenar el balde», sostuvo. 

Ramírez contó que la mujer policía se dio cuenta de su presencia allí y retó a uno de los policías que hacía guardia: “¿Vos sos boludo? ¿Cómo lo tenés acá al puto ese y no me dijiste nada?» Fue arrastrada de los pelos y pasó un día encerrada desnuda en su calabozo. 

“Había nacido un bebé”, exclamó cuando fue interrogada sobre el porqué de la sangre y señaló que cuando salía del lugar pudo ver a un policía que tenía en sus manos a un niño recién nacido. Cabe destacar que el Pozo de Banfield es conocido por haber sido lugar en el que fueron privadas de su libertad un gran número de mujeres embarazadas.

Su contundente testimonio, que duró más de una hora, incluyó nuevos abusos de a grupos sobre su persona, lo que llevó a Ramírez a afirmar: “Yo ya no sabía qué hacer, prefería que Dios me lleve”. Luego de catorce días de detención, salió por el portón de El Pozo, atravesando un descampado y tomó un colectivo y un tren hasta llegar a su casa con su madre.

Durante su alocución, reiteró la cantidad de veces que pidió ayuda adentro del calabozo y la desesperación que vivió cada vez que era vulnerada. La situación para las trabajadoras sexuales era exasperante: “Prácticamente no teníamos ningún derecho. Siempre iban a estar favor de ellos, siempre íbamos a salir perdiendo nosotras”. 

Caracterizada por los agentes policiales como “jefa” del grupo de compañeras trabajadoras de la zona de Rafael Calzada, Ramírez expresó que una vez que recuperó su libertad sintió miedo por lo que podía llegar a pasarle. 

Se mudó a la casa de su madre y su padrastro en el barrio porteño de Belgrano. Planteó que si algo le llegaba a suceder sería “un puto menos”, que solo sería “reclamado” por su familia. Con angustia, señaló que tuvo “que volver a ser Oscar”: se cortó el pelo y se disfrazó nuevamente de hombre.  

Hoy Ramírez vive en Constitución, cobra una jubilación mínima y llega a cubrir sus gastos del mes con la ayuda de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR). «Cobré una indemnización, me dieron 50 mil pesos, y ya lo gasté. No sé qué va a ser de mí. Las heridas las tengo en el cuerpo, nadie me las saca. Solo las que lo pasamos sabemos lo que es. Es muy feo no tener libertad. Pero, ¿qué salida tenía yo, qué salida laboral tenía? No tenía otra», se preguntó, visiblemente afectada. 

Se refirió a las secuelas que quedaron en ella y que “ni física ni psicológicamente” se encuentra bien. “A veces no quiero salir de mi casa”, afirmó. Ramírez es la única del grupo de mujeres trans que fueron secuestradas que aún se encuentra con vida.

Con el correr del tiempo se comprenderá la importancia histórica de su testimonio del día martes. 

Visita al horror

Visita al horror

En el marco de la causa denominada Brigadas, se realizó un reconocimiento ocular en el CCDyT Pozo de Banfield. Victoria Moyano Artigas conoció el lugar donde nació.

El último martes siguió adelante el juicio por los crímenes de lesa humanicadad cometidos durante la dictadura cívico-militar en las brigadas de Quilmes, Lanús y Banfield. En esta ocasión, se realizó una inspección ocular al ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio conocido como Pozo de Banfield, ubicado entre Luis Siciliano y Luis Vernet en el barrio Villa Centenario, partido de Lomas de Zamora. Esta visita contó con la presencia de los jueces Ricardo Basílico, Walter Venditti y Esteban Rodríguez Eggers, los auxiliares fiscales Juan Martín Nogueira y Ana Oberlin, integrantes de la Unidad Fiscal Federal de Delitos de Lesa Humanidad; querellantes, la Defensoría Pública Oficial, defensas particulares y familiares de las víctimas de las atrocidades de la última dictadura militar. 

El recorrido comenzó en el portón por el cual ingresaban los autos y camiones con las personas detenidas desaparecidas. El estruendo del ruido de la chapa ya heló la sangre. Las personas presentes dijeron que ese sonido en particular era el mismo que se escuchaba cada vez que abrían y cerraban ese portal, que dirigía a la tortura, la muerte y, en algunos casos excepcionales, la salida con vida del Centro Clandestino de Detención (CCD). 

Detrás de ese portón había un patio, donde Pablo Díaz, sobreviviente de La Noche de los Lápices, fue secuestrado y detenido durante tres meses, desde septiembre hasta diciembre de 1976. Fue él quien comenzó a relatar los hechos que recordaba de su estadía como detenido. 

Díaz guió a las personas que lo acompañaron en el recorrido hacia la parte de atrás del patio. Señaló el espacio donde los dejaban estar al aire libre, aunque aclaró que eso no ocurría con frecuencia. Las paredes estaban marcadas con agujeros resultado de haber disparado contra ella. El sobreviviente contó que esos huecos son de simulacros de fusilamiento. “Tiraban arriba. Lo que siempre pensé era ‘me mataron’, pero yo no sabía cómo era la muerte en realidad”, recordó.

Antes de ascender hacia el segundo piso, Díaz destacó que era muy importante mencionar que “te subían golpeándote. A las compañeras embarazadas las bajaban en una chapa, y por ahí se escuchaba cuando se les caían. Pasaban a donde estaba la cocina”. Allí, según distintos testimonios en este juicio, se realizaban los partos.

El CCD está conformado por tres plantas. El recorrido del interior inició en el segundo piso donde se encontraban los calabozos dispuestos en dos pasillos separados. En total, dentro del espacio había 24 celdas que, a su vez, tenían puertas de chapa gruesas, y un baño hacia el fondo del corredor. En aquella época no entraba luz. Mientras más se avanzaba, el espacio se volvía cada vez más oscuro. Como señaló el sobreviviente, los adolescentes estaban destinados a cuidar a las embarazadas: “Si alguna compañera estaba por parir, golpeábamos la puerta y gritábamos que llamen a emergencia”. 

Pero, acto seguido, al ingresar al baño, narró hechos de extrema violencia: “Traían a las chicas a verlas desnudas bañándose. A María Clara, de 17 años, la empiezan a abusar acá. Sola. La llevan a la celda. Ahí empezó a gritar y se golpeó la cabeza contra la pared mientras decía ‘me quiero morir’. En el calabozo la estaban tocando. Ahí su novio Horacio empieza a gritar ‘basta’ porque nosotros escuchábamos que gritaba que no la toquen”.

Teresa Laborde, también participó de la visita, acompañada de su hermana Martina. Cuando vió el interior de los calabozos comenzó a contar la historia de su madre, Adriana Calvo, quien la dio a luz en la parte trasera de un auto: “La primera noche la pasó abajo. Cuando la suben acá me quieren llevar, mi mamá estaba en una celda de éstas. Justo estaba con Santucho, Cristina Navajas y Patricia Huchansky. Habían resistido un montón de torturas. Navajas estaba embarazada. Me salvaron la vida. Cuando vieron que no me iban a pasar, tiraron una pastilla de gamexane dentro de este lugar, esta celda que es muy chiquita. Estaban tapados los respiraderos y se metieron todas las mujeres que estaban ahí para hacer un cerco para que no respire ese veneno”. 

En el primer piso es donde se vieron las mayores transformaciones del espacio para que luego, en un eventual juicio, no coincidan los recuerdos de los sobrevivientes con lo visible. Por ejemplo, en una pared se ve que hubo una modificación, pues antes había una puerta y coincide con los relatos de los testimoniantes. También es posible reconocer una escalera que fue construida posteriormente, ya que el material no es el mismo que el resto del edificio.

Dentro de uno de esos espacios, un poco más grandes que los calabozos del segundo piso, estuvo detenida Adriana Calvo, y fue reconocido por sus hijas, Martina y Teresa por los relatos que le han llegado de su propia madre, como de sus compañeros de cautiverio.

En cuanto al sótano, al que nunca se había podido ingresar porque es un espacio que se inunda con facilidad, Pablo Díaz sostuvo: “El traslado final era acá. Nosotros escuchábamos camiones que entraban y se llevaban los cuerpos. Hay disparos, que, si sacan el agua, se ven. Decían (los torturadores) que no habían sufrido porque habían muerto de un tiro en la nuca”. Y continuó: “Ellos hablaban del sótano. Decían que las embarazadas iban a ir a una chacra con las madres a criarlos. Después hablaban de ‘¿ya la llevaron al sótano?’. Siempre me pregunté qué sótano. Ahora tiene lógica”. 

El sobreviviente detalló que los fusilamientos ocurrían mientras estaban los detenidos drogados. A partir de calmantes que les daban en las celdas que se encuentran en el sótano, una a cada lado de la escalera, mientras esperaban que les hiciera efecto, para luego arrastrarlos y pegarles patadas. “Nos daban calmantes después del simulacro de fusilamiento. Los calmantes eran droga. Te ibas. Cuando me dieron un calmante me dormí. Ahí si me mataban estaba, supuestamente, la piedad del militar estaba en decir que no íbamos a sufrir. Era una cosa de horror”. 

Aquí, en este espacio, Díaz y los familiares de los detenidos desaparecidos encontraron su momento para hacerles saber su malestar al juez por la tardanza de las sentencias y pedir que revoque la prisión domiciliaria para los represores. 

Todo el recorrido fue en torno a la emoción y las lágrimas. Pero la cocina que se había convertido en el lugar donde las madres daban a luz en la clandestinidad, se volvió el lugar más duro de conocer. Este sector ubicado en el edificio delantero del Pozo de Banfield y al que hay que acceder por escalera fue visitado, en primera instancia, por las hijas de las detenidas desaparecidas. Fue el lugar donde nació Victoria Moyano Artigas. Los azulejos blancos, como relataron los testigos, estaban ahí. Era la primera vez que la nieta restituida pisaba el lugar de su nacimiento. Y como tal, fue acompañada por muchos sentimientos encontrados. Los familiares que estuvieron con ella durante todo el recorrido, pidieron si la podían dejar unos minutos sola. Sin las cámaras, sin los periodistas, sin el tribunal. Solo ella y ese espacio marcado por el dolor. 

Luego de finalizado el recorrido, ANCCOM dialogó con los presentes. Graciela Borelli, hermana de Raúl Borelli, desaparecido desde diciembre de 1977, opinó que fue con mucha emoción por los chicos que nacieron allí, y subrayó: “Los reclamos son por la verdad, en primer lugar, que no hemos logrado avanzar en la verdad por el pacto de silencio que existe tanto en los militares uruguayos como argentinos. En segundo lugar, está el reclamos de justicia. No sé si ponerlo primero o segundo, están en el mismo lugar, pero la verdad sana y la justicia fundamentalmente no te sana a ti, sino a la sociedad”.

Victoria Moyano Artigas manifestó que fue la primera vez que pudo entrar: “Por lo tanto, es fuerte. Es un lugar fuerte y siniestro. Está bien hacer la visita y en esta instancia. Está bien aportar todo lo que uno pueda para terminar con la impunidad y que haya justicia. Por otro lado, nosotros cuando hablamos de memoria, verdad y justicia no hablamos de una consigna vacía. Llegamos a una instancia judicial y tenemos a los represores con prisiones domiciliarias. Es contradictorio que los genocidas que torturaron, violaron, desaparecieron gente y secuestraron bebés estén en su casas. El reclamo histórico es que no gane el reloj biológico a la impunidad y que esta gente tenga que cumplir su condena en cárcel común, perpetua y efectiva”.

En sintonía, la legisladora porteña por el bloque PTS- Frente de Izquierda, Alejandrina Barry también opinó sobre la causa. Barry nació en la cárcel de Olmos. “El recorrido estuvo marcado por la emoción. Es algo que siempre vuelve a aparecer. Mi mamá estuvo detenida acá previo a la dictadura, embarazada de mí. Es una lucha de muchas décadas y llegamos hasta aquí por los sobrevivientes. Adriana Calvo fue la precursora que investigó sobre cada una de nuestras madres y padres, nos ayudó con todos esos testimonios. El gran problema es que los sobrevivientes y los familiares, en nuestra lucha colectiva, hemos hecho de todo, y siempre fue en contra de la justicia y el Poder Judicial. Hasta el día de hoy sigue siendo así”.

Por último, las hermanas Martina y Teresa Laborde, en conjunto, recalcaron: “46 años y todavía seguimos reclamando justicia. Seguimos reclamando que también se juzgue a los civiles responsables, a los medios de comunicación, a la iglesia porque también venían los curas que tienen información. Exigiendo que los carceleros que estuvieron acá hay que ir a buscarlos porque seguramente tienen información. Podrían ser juzgados”.

«Quedé estéril por la picana eléctrica»

«Quedé estéril por la picana eléctrica»

El sobreviviente Diego Barreda declaró en una nueva audiencia del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Quilmes, el Pozo de Banfield y en la Brigada de Lanús. Contó como nació Victoria Moyano Artigas.

Este martes se realizó la audiencia N° 86 del Juicio de Brigadas que busca juzgar a represores de la última dictadura militar que llevaron adelante delitos de lesa humanidad en los Centros Clandestinos de Detención (CCD) conocidos como Pozo de Banfield, Quilmes y Lanús. 

En esta ocasión, brindaron su testimonio Fausto Bucchi, que estuvo presente durante el secuestro y detención de Ileana García y Edmundo Dossetti, padres de Soledad Dossetti García, las víctimas aún se encuentran desaparecidas. Luego fue el turno del sobreviviente Diego Barreda, quien pasó por varios CCD del denominado Circuito Camps y que estuvo presente la noche que nació Victoria Moyano Artigas.

El primero en brindar su declaración resultó Fausto Bucchi, que fue testigo del secuestro de los uruguayos Ileana García y Edmundo Dossetti, el 21 de diciembre de 1977. El hecho ocurrió en Lavalle al 1500, en el partido de Vicente López. Esa noche, cerca de las 23, alrededor de diez personas armadas se presentaron en el hall del edificio y lo retuvieron. Por lo cual no pudo ingresar a su departamento ubicado en el quinto piso del mismo inmueble donde ocurrieron las detenciones. 

“Se llevaban a una persona detenida, esposada, más algunas cosas por el ascensor”, contó, y agregó que “al otro día, como era vicepresidente del consorcio, el portero me llamó para decirme que le habían dejado a una criatura”. Se trataba de Soledad Dossetti García de alrededor de ocho meses. 

A la niña, sostuvo el testigo, que se la llevaron a la Comisaría de la Mujer de San Martín y luego de un tedioso trámite, lograron que la tenencia sea concedida a una de sus abuelas que habían viajado las dos juntas, tanto la materna, como la paterna, desde Uruguay, para luego volver a cruzar el Río de la Plata. Bucchi perdió el contacto con la menor. 

Las partes hicieron preguntas para ampliar la declaración y el testigo aclaró que la detención la realizaron “personas de traje con armas de guerra y que parecía que estaban participando de un operativo. Hubo tres o cuatro vestidos de civil con armas largas en el hall del edificio y en el departamento tres o cuatro más”.

«No sé cuánto pasó, pero escuchamos el llanto de una criatura. El lugar donde nació era la cocina donde ellos, los guardias, comían.”

Luego fue el turno de Diego Barreda, quien declaró de manera presencial frente al Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata. El sobreviviente contó que fue secuestrado en 1978. En un detallado relato que comenzó previo a su secuestro, narró que era estudiante de Cinematografía en Bellas Artes, pero dejó la carrera para trabajar como carpintero en el Astillero Río Santiago. Además, resaltó que, dentro de la empresa, que pertenecía a la Marina, tuvo participación como delegado y que tenían “un profundo cuestionamiento al sistema imperante en Argentina y el mundo”.

Luego de un conflicto gremial por reclamar aumento de las horas extras lo dieron de baja y se quedó sin trabajo. Hasta que fue tomado por una metalúrgica en Villa Elisa donde, un día previo a cumplir los tres meses, fue despedido. A partir de allí se desempeñó como albañil cuentapropista en Ensenada. 

Cuando volvía de su trabajo, a una cuadra de su casa, el 14 de julio de 1978 fue secuestrado en la calle 12 y 510 de la localidad de Ringuelet, en La Plata. “Me tabicaron, me esposaron y me tiraron arriba de una camioneta, arriba de alguien. Fuimos a parar al Pozo de Quilmes”, señaló. 

En este CCD, fue víctima de lo que describió como parrilla: “Estaba atado, en este caso a un elástico, como un resorte continuo, todo metálico, habitual en la picana eléctrica”. Y continuó: “Me interrogaron sobre situaciones absurdas, por ejemplo, si había puesto la bomba para hundir la Fragata Santísima Trinidad en el Astillero”, pues efectivamente había ocurrido este evento. Pero el testigo no fue parte del incidente.

A partir de las torturas que sufrió allí, tuvo desvanecimientos: “No sentí más nada y era como que estaba dormido. Perdí la noción de todo. Sobre todo, del tiempo. No sé cuántas horas fueron. Era invierno. Me tiraron en una celda que se llovía. Tomaba agua del piso. No había luz. Estaba todo oscuro. Nunca pude recomponer si estuve cuatro horas o dos días”.

Luego, describió que una persona que se hacía llamar “Coronel” lo metió en un vehículo junto con Rodolfo Tiscornia y Rodolfo Nani, con quien compartió celda durante casi toda su detención. “Después de un trayecto de más de media hora entramos a un edificio, que no podía ver, pero enseguida te das cuenta que era muy grande. Me hicieron subir por la escalera. Fui a parar a una celda con estas dos personas”.

Barreda detalló que se dio cuenta que estaban en el Pozo de Banfield por un avión que sobrevolaba la zona con propaganda del circo: “Tanto secreto del aparato represivo con nosotros y nos venimos a enterar por estas cosas de la vida que estábamos en Banfield”. Allí sufrió lo que él mencionó como el desprendimiento de la piel y con quienes charlaba, que pasaban la misma situación que él, le respondían que era algo normal porque era resultado de la picana eléctrica. Otras de las consecuencias directas de la tortura fue que estuvo 23 días sin poder ir al baño, pues, en sus palabras “la picana seca todo”. 

El testigo hizo hincapié en que allí conoció a María Asunción Artigas Nilo de Moyano, que estaba embarazada de alrededor de ocho meses. Ella era la encargada de pasarles el balde para poder ir al baño y la comida. “Una noche empezamos a escuchar gritos. Ella tenía una compañera de celda para ‘cuidarla’. Esta mujer gritaba, pateaba la puerta y los guardias tardaron una barbaridad en venir. No sé cuánto pasó, pero escuchamos el llanto de una criatura. El lugar donde nació era la cocina donde ellos, los guardias, comían”. Barreda se durmió y no escuchó más nada. Al otro día cuando se despertó, María ya no estaba. 

Su tercer traslado fue hacia la Comisaría 8ª de La Plata, ubicada en 7 y 74. Allí se cruzó con otro grupo de personas que cantaban. Eran Baratti, Bonin y Fracaroli que habían sido llevados desde la Comisaría 5ta. Barreda fue informado en este edificio que iba a pasar a depender del Consejo de Guerra Especial y que debía ser juzgado por este mismo. 

Luego lo llevaron hacia Devoto, donde fue trasladado como preso político. Ese Consejo Especial que debía juzgarlo, se declaró incompetente y pasó a estar bajo tutela de la Justicia Federal. “El juez (Leopoldo) Russo empezó a preguntarme por los campos de concentración. Insistía en detalles de cómo eran los pisos, de qué color, de qué color estaban pintadas las paredes. Era una situación absurda”. Esto sucedió debido a que, junto al juez, se encontraba una mujer, que era trabajadora judicial y tenía un hijo desaparecido: “Lo que quería era obtener información sobre su hijo”.

A partir de allí, el juez Russo le concedió la libertad vigilada. “Una vez que salí tenía que ir todas las semanas a la comisaría por un tiempo hasta que caducó la vigilancia. Empecé a militar con las Madres de Plaza de Mayo”. 

Barreda terminó su declaración con una descripción de las consecuencias directas de las torturas que sufrió hace 45 años atrás. La más importante fue, que resultado de la picana eléctrica, quedó estéril y fue indemnizado por el Estado argentino por daños irreparables. 

La semana próxima se hará una visita ocular al Pozo de Banfield en donde estarán presentes sobrevivientes del cautiverio que ocurrió en este espacio, sus representantes legales, medios de comunicación que participan de la transmisión de los juicios por delitos de lesa humanidad y los funcionarios judiciales a cargo. 

Comenzó el juicio contra el tío de Victoria Donda por su apropiación

Comenzó el juicio contra el tío de Victoria Donda por su apropiación

El exoficial de la Armada Adolfo Donda Tigel es acusado de facilitar la sustracción y ocultamiento de identidad de su sobrina, nacida en la ESMA.

La vida de Victoria Donda dio un giro radical cuando en 2004, tras conocerse los resultados de la prueba a la que se había sometido en el Banco Nacional de Datos Genéticos, determinó que su familia biológica no era la que la había criado, y que su apropiador perteneció a las Fuerzas Armadas durante la última dictadura militar. Un capítulo más de esta historia comenzó el lunes en Comodoro Py cuando el Tribunal Oral Federal (TOF) N° 6 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires abrió el juicio contra el exmarino Adolfo Miguel Donda Tigel. 

El tío de la hoy titular del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) es imputado por su participación en la apropiación de Victoria y por la desaparición de su hermano José María Laureano Donda, arrojándolo en los denominados “vuelos de la muerte” al Río de la Plata. Durante el juicio se buscará probar si Donda Tigel tenía vinculación militar con el prefecto Juan Antonio Azic, condenado por este hecho en 2012 a catorce años y medio de prisión (la cumple de manera domiciliaria por una cuestión de salud).

En esta primera jornada, el TOF 6 —integrado por Ricardo Basílico, como presidente, María Gabriela López Iñiguez y Daniel Horacio Obligado— leyó los hechos descriptos por parte de integrantes del Ministerio Publico Fiscal, representado por la Unidad Especializada para Casos de Apropiación de Niños durante el Terrorismo de Estado; y también las acusaciones de la querella que asesora a Victoria. 

El fiscal general Pablo Parenti destacó, durante el requerimiento de elevación a juicio oral, que la responsabilidad de Donda Tigel en los hechos se inscribe dentro de un plan “urdido, de manera sistemática, para el robo de bebés” durante el régimen dictatorial. 

Su alocución fue seguida con detenimiento por Victoria Donda y su equipo legal de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, mientras que Adolfo Donda Tigel presenció la sesión de forma virtual desde la Unidad Nº 31 del ServicioPenitenciario. El acusado ya ha sido condenado dos veces a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad en las causas ESMA II y ESMA Unificada. Sin embargo, la Cámara Federal de Casación Penal le otorgó el beneficio de salidas transitorias. 

Victoria, visiblemente afectada durante esta primera audiencia, no brindó declaraciones en su salida de los tribunales. Unos días antes había señalado a la prensa que este juicio se trataba de una “deuda” con su padre y su madre, y calcula que en febrero o marzo del próximo año le tocará su declaración.   

 

La familia

María Hilda Pérez —embarazada de cinco meses— fue secuestrada en marzo de 1977 por un comando de tareas que respondía a la Fuerza Aérea. Lo mismo ocurrió con su marido José María Laureano Donda —hermano del acusado Donda Tigel— en mayo de ese año. Ambos eran militantes de la agrupación Montoneros y fueron vistos, de acuerdo a declaraciones de testigos, en la Comisaría Nº3 de Castelar. 

De acuerdo a lo indicado por Parenti, entre el 10 y el 15 de mayo de ese año, la mujer fue trasladada a la ESMA y en agosto dio a luz a quien sería su hija Victoria Donda Pérez. El parto fue asistido por el médico de la Armada, Jorge Luis Magnacco, quien fuera detenido en otras causas por el delito de apropiación de bebés en el año 2000 y condenado en 2005 a diez años de cárcel por prestar asistencia a un parto, con conocimiento de la sustracción de un bebe recién nacido. 

Aproximadamente quince días después del nacimiento de Victoria en la pieza de embarazadas de la ESMA, conocida en el ámbito castrense como “Maternidad Sardá” o “la Sárda por Izquierda”, María Hilda fue llevada hacia otro lugar y se desconoce su paradero desde entonces. Unas horas luego de este hecho, la beba fue inscripta con los nombres y apellido de su apropiador. En esa nueva partida —firmada por el médico Horacio Pessino— figuró como hija de Azic y de su esposa, Noemí Esther Abrego. 

Parenti expresó que hubo un vínculo de connivencia entre Azic y Donda Tigel, que en esos meses aún no formaba parte del plantel estable en la ESMA. Una vez que se sumó al Grupo de Tareas 3.32 de la Escuela de Mecánica, el exmarino actuó conjuntamente con otros miembros de la Armada en secuestros, en la aplicación de tormentos y en la sustracción de bienes de personas ilegítimamente privadas de su libertad. 

“Testigos indicaron que el imputado estuvo en el cuarto de embarazadas y le dijo a María Hilda que la niña sería entregada a la familia. Esa circunstancia junto a otros indicios obrantes en la causa, permiten afirmar que participó de la sustracción de la menor», señaló el fiscal.

El 8 de octubre de 2004, casi 37 años después de su sustracción, Victoria pudo confirmar que era hija de María Hilda y José. En los próximos meses, la justicia escribirá otra página que, sin dudas, sentará otro paso para las causas de lesa humanidad en nuestro país.