Por Carolina Ocampo
Fotografía: Mariel Bonino

En el marco de la causa denominada Brigadas, se realizó un reconocimiento ocular en el CCDyT Pozo de Banfield. Victoria Moyano Artigas conoció el lugar donde nació.

El último martes siguió adelante el juicio por los crímenes de lesa humanicadad cometidos durante la dictadura cívico-militar en las brigadas de Quilmes, Lanús y Banfield. En esta ocasión, se realizó una inspección ocular al ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio conocido como Pozo de Banfield, ubicado entre Luis Siciliano y Luis Vernet en el barrio Villa Centenario, partido de Lomas de Zamora. Esta visita contó con la presencia de los jueces Ricardo Basílico, Walter Venditti y Esteban Rodríguez Eggers, los auxiliares fiscales Juan Martín Nogueira y Ana Oberlin, integrantes de la Unidad Fiscal Federal de Delitos de Lesa Humanidad; querellantes, la Defensoría Pública Oficial, defensas particulares y familiares de las víctimas de las atrocidades de la última dictadura militar. 

El recorrido comenzó en el portón por el cual ingresaban los autos y camiones con las personas detenidas desaparecidas. El estruendo del ruido de la chapa ya heló la sangre. Las personas presentes dijeron que ese sonido en particular era el mismo que se escuchaba cada vez que abrían y cerraban ese portal, que dirigía a la tortura, la muerte y, en algunos casos excepcionales, la salida con vida del Centro Clandestino de Detención (CCD). 

Detrás de ese portón había un patio, donde Pablo Díaz, sobreviviente de La Noche de los Lápices, fue secuestrado y detenido durante tres meses, desde septiembre hasta diciembre de 1976. Fue él quien comenzó a relatar los hechos que recordaba de su estadía como detenido. 

Díaz guió a las personas que lo acompañaron en el recorrido hacia la parte de atrás del patio. Señaló el espacio donde los dejaban estar al aire libre, aunque aclaró que eso no ocurría con frecuencia. Las paredes estaban marcadas con agujeros resultado de haber disparado contra ella. El sobreviviente contó que esos huecos son de simulacros de fusilamiento. “Tiraban arriba. Lo que siempre pensé era ‘me mataron’, pero yo no sabía cómo era la muerte en realidad”, recordó.

Antes de ascender hacia el segundo piso, Díaz destacó que era muy importante mencionar que “te subían golpeándote. A las compañeras embarazadas las bajaban en una chapa, y por ahí se escuchaba cuando se les caían. Pasaban a donde estaba la cocina”. Allí, según distintos testimonios en este juicio, se realizaban los partos.

El CCD está conformado por tres plantas. El recorrido del interior inició en el segundo piso donde se encontraban los calabozos dispuestos en dos pasillos separados. En total, dentro del espacio había 24 celdas que, a su vez, tenían puertas de chapa gruesas, y un baño hacia el fondo del corredor. En aquella época no entraba luz. Mientras más se avanzaba, el espacio se volvía cada vez más oscuro. Como señaló el sobreviviente, los adolescentes estaban destinados a cuidar a las embarazadas: “Si alguna compañera estaba por parir, golpeábamos la puerta y gritábamos que llamen a emergencia”. 

Pero, acto seguido, al ingresar al baño, narró hechos de extrema violencia: “Traían a las chicas a verlas desnudas bañándose. A María Clara, de 17 años, la empiezan a abusar acá. Sola. La llevan a la celda. Ahí empezó a gritar y se golpeó la cabeza contra la pared mientras decía ‘me quiero morir’. En el calabozo la estaban tocando. Ahí su novio Horacio empieza a gritar ‘basta’ porque nosotros escuchábamos que gritaba que no la toquen”.

Teresa Laborde, también participó de la visita, acompañada de su hermana Martina. Cuando vió el interior de los calabozos comenzó a contar la historia de su madre, Adriana Calvo, quien la dio a luz en la parte trasera de un auto: “La primera noche la pasó abajo. Cuando la suben acá me quieren llevar, mi mamá estaba en una celda de éstas. Justo estaba con Santucho, Cristina Navajas y Patricia Huchansky. Habían resistido un montón de torturas. Navajas estaba embarazada. Me salvaron la vida. Cuando vieron que no me iban a pasar, tiraron una pastilla de gamexane dentro de este lugar, esta celda que es muy chiquita. Estaban tapados los respiraderos y se metieron todas las mujeres que estaban ahí para hacer un cerco para que no respire ese veneno”. 

En el primer piso es donde se vieron las mayores transformaciones del espacio para que luego, en un eventual juicio, no coincidan los recuerdos de los sobrevivientes con lo visible. Por ejemplo, en una pared se ve que hubo una modificación, pues antes había una puerta y coincide con los relatos de los testimoniantes. También es posible reconocer una escalera que fue construida posteriormente, ya que el material no es el mismo que el resto del edificio.

Dentro de uno de esos espacios, un poco más grandes que los calabozos del segundo piso, estuvo detenida Adriana Calvo, y fue reconocido por sus hijas, Martina y Teresa por los relatos que le han llegado de su propia madre, como de sus compañeros de cautiverio.

En cuanto al sótano, al que nunca se había podido ingresar porque es un espacio que se inunda con facilidad, Pablo Díaz sostuvo: “El traslado final era acá. Nosotros escuchábamos camiones que entraban y se llevaban los cuerpos. Hay disparos, que, si sacan el agua, se ven. Decían (los torturadores) que no habían sufrido porque habían muerto de un tiro en la nuca”. Y continuó: “Ellos hablaban del sótano. Decían que las embarazadas iban a ir a una chacra con las madres a criarlos. Después hablaban de ‘¿ya la llevaron al sótano?’. Siempre me pregunté qué sótano. Ahora tiene lógica”. 

El sobreviviente detalló que los fusilamientos ocurrían mientras estaban los detenidos drogados. A partir de calmantes que les daban en las celdas que se encuentran en el sótano, una a cada lado de la escalera, mientras esperaban que les hiciera efecto, para luego arrastrarlos y pegarles patadas. “Nos daban calmantes después del simulacro de fusilamiento. Los calmantes eran droga. Te ibas. Cuando me dieron un calmante me dormí. Ahí si me mataban estaba, supuestamente, la piedad del militar estaba en decir que no íbamos a sufrir. Era una cosa de horror”. 

Aquí, en este espacio, Díaz y los familiares de los detenidos desaparecidos encontraron su momento para hacerles saber su malestar al juez por la tardanza de las sentencias y pedir que revoque la prisión domiciliaria para los represores. 

Todo el recorrido fue en torno a la emoción y las lágrimas. Pero la cocina que se había convertido en el lugar donde las madres daban a luz en la clandestinidad, se volvió el lugar más duro de conocer. Este sector ubicado en el edificio delantero del Pozo de Banfield y al que hay que acceder por escalera fue visitado, en primera instancia, por las hijas de las detenidas desaparecidas. Fue el lugar donde nació Victoria Moyano Artigas. Los azulejos blancos, como relataron los testigos, estaban ahí. Era la primera vez que la nieta restituida pisaba el lugar de su nacimiento. Y como tal, fue acompañada por muchos sentimientos encontrados. Los familiares que estuvieron con ella durante todo el recorrido, pidieron si la podían dejar unos minutos sola. Sin las cámaras, sin los periodistas, sin el tribunal. Solo ella y ese espacio marcado por el dolor. 

Luego de finalizado el recorrido, ANCCOM dialogó con los presentes. Graciela Borelli, hermana de Raúl Borelli, desaparecido desde diciembre de 1977, opinó que fue con mucha emoción por los chicos que nacieron allí, y subrayó: “Los reclamos son por la verdad, en primer lugar, que no hemos logrado avanzar en la verdad por el pacto de silencio que existe tanto en los militares uruguayos como argentinos. En segundo lugar, está el reclamos de justicia. No sé si ponerlo primero o segundo, están en el mismo lugar, pero la verdad sana y la justicia fundamentalmente no te sana a ti, sino a la sociedad”.

Victoria Moyano Artigas manifestó que fue la primera vez que pudo entrar: “Por lo tanto, es fuerte. Es un lugar fuerte y siniestro. Está bien hacer la visita y en esta instancia. Está bien aportar todo lo que uno pueda para terminar con la impunidad y que haya justicia. Por otro lado, nosotros cuando hablamos de memoria, verdad y justicia no hablamos de una consigna vacía. Llegamos a una instancia judicial y tenemos a los represores con prisiones domiciliarias. Es contradictorio que los genocidas que torturaron, violaron, desaparecieron gente y secuestraron bebés estén en su casas. El reclamo histórico es que no gane el reloj biológico a la impunidad y que esta gente tenga que cumplir su condena en cárcel común, perpetua y efectiva”.

En sintonía, la legisladora porteña por el bloque PTS- Frente de Izquierda, Alejandrina Barry también opinó sobre la causa. Barry nació en la cárcel de Olmos. “El recorrido estuvo marcado por la emoción. Es algo que siempre vuelve a aparecer. Mi mamá estuvo detenida acá previo a la dictadura, embarazada de mí. Es una lucha de muchas décadas y llegamos hasta aquí por los sobrevivientes. Adriana Calvo fue la precursora que investigó sobre cada una de nuestras madres y padres, nos ayudó con todos esos testimonios. El gran problema es que los sobrevivientes y los familiares, en nuestra lucha colectiva, hemos hecho de todo, y siempre fue en contra de la justicia y el Poder Judicial. Hasta el día de hoy sigue siendo así”.

Por último, las hermanas Martina y Teresa Laborde, en conjunto, recalcaron: “46 años y todavía seguimos reclamando justicia. Seguimos reclamando que también se juzgue a los civiles responsables, a los medios de comunicación, a la iglesia porque también venían los curas que tienen información. Exigiendo que los carceleros que estuvieron acá hay que ir a buscarlos porque seguramente tienen información. Podrían ser juzgados”.