Una banda única en el mundo

Una banda única en el mundo

La Banda Sinfónica Nacional de Ciegos es otro invento argentino. Realiza sus ensayos y presentaciones con partituras en braille. El director da las indicaciones con chasquidos de sus dedos, o de cualquier manera audible. Crónica de un ensayo lleno de luz.

Los chasquidos interrumpen el barullo en el anexo del Ministerio de Cultura enclavado en Almagro. Ese es el refugio para los ensayos de la Banda Sinfónica Nacional de Ciegos. Los músicos en la sala forman un semicírculo. Los vientos se sitúan al frente, del más agudo al más grave; detrás se colocan las cuerdas, y al fondo la percusión y el piano. En el centro, frente a los músicos, se ubica el director de orquesta. Desde su alto asiento y con movimientos marcados y sonidos certeros se encarga de que funcionen como un reloj.

Algunos músicos repasan con sus dedos las partituras durante las pausas del ensayo, para refrescar su memoria sobre alguna parte de la composición. El movimiento de pies y de cabezas marca el ritmo de los clásicos que tocan. Sólo resta escuchar.

Un poco de historia

Integrada por 55 músicos, ciegos y no ciegos, la banda sinfónica es la única de su tipo en el mundo. Bajo el nombre de su fundador, el maestro Pascual Grisolía, el 15 de octubre de 1947 se presentó por primera vez en un escenario. Ese día interpreó un clásico de clásicos: “Sinfonía inconclusa” de Schubert.

La banda forma parte de los organismos estables que dependen del Ministerio de Cultura nacional y su objetivo es difundir el repertorio sinfónico de la banda y música originaria de nuestro país. Se puede entrar de dos formas: por concurso o contratado. En ambos casos se requiere la certificación de la discapacidad visual y cumplir con antecedentes musicales. Para poder ingresar se realiza una demostración del instrumento que el aspirante toca frente a un jurado integrado por los músicos, el director y otras autoridades.

Gerardo “El Flaco” Kessler ingresó a la banda como trompetista gracias a su presentación en los concursos del lejano 2006. En 2008 logró la estabilidad cotractual. Kessler padeció síndrome de Marfan, una condición que produce debilidad de la retina con posibilidad de desprendimiento y que afecta a una de cada 10 mil personas. Tuvo el primer desprendimiento a los 12 años. A los 18 quedó completamente ciego. La música, cuenta, estuvo siempre muy presente en su vida: “Después de quedar ciego me aferré bastante a ella. Fue uno de los cables a tierra, en ese momento con la guitarra”. Después tocó la trompeta, hasta que una cirugía de corazón lo obligó a cambiar de instrumento, por la exigencia física que supone soplar los largos tubos de metal. Pasó al saxofón, y se sumó a la banda en 2015. “Terminó toda esa historia en empezar a tocar un instrumento que quizás, en un primer momento, no había tenido la oportunidad porque no había vacantes, pero que siempre me gustó -explica Kesler-. A mí me encanta la música. Soy capaz de hacer música con lo que sea, entonces fue un desafío lindo, no lo sufrí tanto

En 2015 también entró a la banda el clarinetista Federico Kruszyn. Ingresó después de participar en los seminarios Banda abierta en 2012, 2013 y 2014, en los que músicos externos realizaban tres ensayos y un concierto final. Kruszyn es ciego total de nacimiento, por una retinopatía de prematuridad, un desarrollo anormal de vasos sanguíneos en la retina del ojo que ocurre en bebés que nacen precoces. El primer contacto que tuvo con la música fue a través de un piano que estaba en su casa familiar de Lomas de Zamora. Con apenas 8 años empezó a tomar clases con una profesora que le enseñó a leer las partituras en braille. Cuando cumplió 12, su profesora le propuso acercarse a un instrumento de viento, con la idea de a futuro entrar a la banda. Le dio la idea del clarinete. “Por varios años lo estudié y lo tomé como un trabajo, mientras lo que me gustaba en realidad era el piano, hasta que empecé a tomar clases con Amalia de Giudice, mi profesora actual, y ella me cambió la cabeza”, dice Kruszyn. Sobre su participación en la banda, señala: “el organismo te da estabilidad, vos sabés que a fin de mes tenés el sueldo, después le agregás otros ingresos. Soy docente de musicografía braille en dos conservatorios. Tuvimos que golpear puertas porque las cátedras no existían y hubo que crearlas de cero”.

Oído absoluto

La lectura de partituras en braille es una importante forma de aprendizaje que acompaña a los ejercicios de memorización. Según Kessler, la desventaja siempre fue que con el desgaste común de las hojas, los puntos se aplastan y se deben copiar a mano. Aunque eso cambió al tener una impresora braille, porque los que crean esas partituras lo hacen de forma digital y queda un archivo. Ahora solo hace falta volver a imprimirlas.

“Corchea blanca que con un punto negro la cambiamos a negra. Tutti cambio de tonalidad. Negra con punto semicorchea .Tutti, ¿puede ser? La última frase con diminuendo. Vamos con tutti”, indica el director durante el ensayo, mientras repite incansablemente cada pasaje con pequeñas variaciones, como armando un cubo mágico al que le da vueltas hasta que todos los colores están alineados.

“Tiene que haber mucho diálogo entre los músicos y el director porque todo debe fluir”, dice el clarinetista Kruszyn sobre el ejercicio simbiótico. “El maestro actual es muy joven, es un tipo muy piola, muy abierto. Porque una de las cuestiones a la hora de elegir a la Banda Sinfónica de Ciegos es un poco salir de lo que ellos están acostumbrados”, suma Kessler sobre su director.

La banda tiene un sistema de directores invitados que van rotando. En la actualidad, el maestro Agustín Tocalini ocupa ese rol. Nació hace 31 años en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, y es uno de los directores más jóvenes de la historia de la banda. Es asistente de dirección de la Orquesta Sinfónica Juvenil Nacional José de San Martín y profesor en la Universidad Nacional de las Artes (UNA).

“No existen las casualidades, sino las causalidades”, asegura el joven maestro. Tocalini cree que su llegada a la banda estaba predestinada. Su mamá era directora de una escuela de educación especial, su papá fue perdiendo su audición y tiene una amiga, Inés, que “es ciega y canta muy bien”. Llegó al puesto gracias a un convenio del Ministerio de Cultura, el Ministerio de Educación y la UNA para organizar una tecnicatura dirigida a los músicos de la Banda Sinfónica.

Además de hacer los típicos movimientos con sus manos, el director debe establecer una marca sonora para que los músicos entiendan el ritmo y toquen en conjunto. Esto puede ser con el chasquido de los dedos, o bien haciendo sonar la batuta sobre el atril o cantando las notas que luego son replicadas por los instrumentos.

La calidez de Tocalini se imprime en cada una de las indicaciones y en los momentos en que escucha las sugerencias de los músicos, que después incorpora en la ejecución. Esa cercanía aumentó después de su última gira por La Pampa, en la que músicos y director tuvieron la oportunidad de conocerse más personalmente. “Fue una linda experiencia –resalta Tocalini-, aunque es raro, porque los grandes no están acostumbrados a que los dirija un joven”.

A toda orquesta

Una de las dificultades que sufre la banda tiene que ver con su difusión en el ambiente musical y con la captación de nuevos músicos por el doble requisito de ser ciegos y músicos destacados. La escasez de información sobre la banda dificulta el recambio. “Si un chico ciego quiere aprender música, ¿existen las condiciones para que vaya a un conservatorio o a algún instituto público si no puede solventarlo? Muchos chicos no van porque creen que no van a poder leer las partituras. Falta información en el ambiente y que se tome a la música como una posibilidad. La música no está como una opción y eso es sobre lo que hay que trabajar, entren o no a la banda. Primero fórmense como músicos, y después vemos”, reflexiona Kruszyn.

“La banda es un lugar de oro, no solo porque dignifica el trabajo de estas personas, sino porque es una especie de oasis en un campo en el que no existe ni siquiera la posibilidad de laburar”, destaca orgulloso el director Tocalini al despedirse. 

Campusano lo hizo de nuevo

Campusano lo hizo de nuevo

El cineasta estrena «La reina desnuda», una película realizada a partir del relato de historias que atravesaron mujeres. Otra vez, actúan personas sin experiencia en la pantalla grande.

De la mano de José Campusano llega al porteño cine Gaumont La reina desnuda, una película que narra la vida de Victoria, quien luego de perder un embarazo y separarse de su pareja intenta cambiar su atropellado estilo de vida. El film invita a reflexionar sobre la soledad y la mirada prejuiciosa de la sociedad sobre una mujer que vive libremente su sexualidad, mientras tiene que lidiar con los estigmas de su adolescencia atravesada por abusos y hombres maltratadores. La nueva producción de Campusano se rodó en su totalidad en la ciudad santafecina de Gobernador Gálvez y participaron en ella tanto actores y extras de la zona, tal como suele suceder en las obras de este prolífico director.

¿Cómo surgió el tema de la película?

Al igual que todas las producciones de Cine Bruto, nuestra productora, surge a través del contacto directo con los referentes de las comunidades. Fue mediante entrevistas que encontramos mujeres dispuestas a contar sus historias relacionadas a sus prácticas sexuales, amoríos, problemáticas familiares, etcétera. De esa manera se configuró la historia, brindando las herramientas con las que cuenta el cine para que puedan plasmar su voz. La intención es siempre destacar la fuerza de la anécdota en desmedro de las apreciaciones o conjeturas que se puedan hacer. La historia es en un 95% verídica, los parlamentos fueron desgrabados y tomados de esa realidad. Entonces, lo que se trata de mostrar a través de esa articulación de relatos es la vida de una mujer con un pasado que la atormenta, a pesar de hacerse cargo de no creer en la familia, ser hermosa y tener una sexualidad avasallante. En ese sentido, creo que es interesante que en el cine se expresen personas que no tienen por ahí la posibilidad de hacerlo de otra forma, y creo mucho más en ese tipo de apreciaciones de la vida que de los criterios unificados que realmente me produce bastante rechazo. Para mí, todo lo que tenga que ver con la ideología es decadente, me hace acordar a la religión católica y otras religiones. Y eso siempre es en favor de pocos y en desmedro de muchos.

 

¿Cómo fue la elección del elenco?

Se trata de personas sin ninguna experiencia en cine. Sí habían incursionado en el teatro u otras expresiones artísticas, pero nunca habían filmado una película. Desde la productora  creemos que podemos funcionar como un portal de oportunidades, inclusive la mayor parte del elenco ya volvió a filmar y ahora se encuentra vinculada al cine. Supimos trabajar con gente que ha tenido un pasado delictivo y gracias al cine pudieron abandonar esas prácticas. El arte es muy sanador, ¿no? Entonces yo creo que si queremos lograr una verdadera integración social, lo mejor es abrir las puertas de las prácticas artísticas y culturales. Podés traer, de hecho, hasta profesores de teatro, que no resultan interesantes para la cámara. Tenés que reducirlos a papeles minúsculos porque realmente no son solventes. Y hay gente que, por el contrario, no tiene un pasado de práctica actoral y sin embargo, apabullan.

 

La película gira en torno a Victoria (Natalia Page) ¿Cómo llegaste a ella?

Apareció un mes y medio antes antes de empezar a rodar. Había visto muchas chicas en el casting pero ninguna terminaba de convencerme y entonces apareció Natalia. Apenas vi el video que envió, supe que era la elegida.  La forma en la que se desenvuelve es algo que no te da ninguna escuela de teatro, es algo que se tiene o no se tiene. A pesar de no haber tenido experiencia se calzó el traje de protagonista, que no es sencillo, y lo hizo muy bien.

¿Por qué se eligió la ciudad de Gálvez para el rodaje?

Fui a Gálvez con un amigo, José Martínez Suárez, en una muestra itinerante del Festival de Cine de Mar del Plata. Ahí coincidí con Adrian Culasso, un referente local del área audiovisual y le propuse realizar una película allí. Me pareció que el potencial estaba a la vista, es un lugar muy lindo, la comunidad era muy amable y de hecho había un interés por parte del Municipio en que grabemos ahí.

 La película se grabó en octubre del 2021 en medio de la pandemia: ¿Cómo fue el proceso de rodaje?

Respecto a la pandemia, fueron seis semanas en las que los actores tuvieron que sustraerse de su entorno cotidiano para poder grabar. Hay gente que lo puede llevar bien, pero para otras estar tanto tiempo fuera de su familia puede resultar complicado. Felizmente no hubo ninguna persona contagiada por lo que se pudo grabar con tranquilidad. Al tema del covid hay que sumarle la nefasta administración del INCAA a cargo de Luis Puenzo, que puso en crisis a todo lo que es el segmento de productoras para audiencias medias y nos hizo posponer varias veces el rodaje.

 Tus proyectos suelen estar atravesados por problemáticas sociales: ¿A qué se debe ese interés?

Me crié en el marco de las comunidades, y por eso entiendo que la parte más interesante de la vida de las personas no se encuentra en los ensayos o en las novelas. Aquello que nos deja perplejos, sin capacidad de analizar o que nos supera ampliamente proviene de la vida misma. Existen personas que no quieren hablar de sí mismas, que rechazan su pasado y yo no lo cuestiono. Pero también hay gente que está harta de callar y quieren contar todo sin ningún tipo de prurito. Bueno, prefiero trabajar con el segundo segmento. 

Entiendo que la parte más interesante de la vida de las personas no se encuentra en los ensayos o en las novelas. Aquello que nos deja perplejos, sin capacidad de analizar o que nos supera ampliamente proviene de la vida misma.

José Campusano

¿La historia surge en contacto con las personas o recurrís a algún equipo interdisciplinario que pueda ayudarte a recolectar e interpretar esa información?

Nada me genera más suspicacia que aquella gente ajena a los rodajes que pretenda intervenir. Cualquier persona que venga con el afán de ser especialista en una determinada materia y quiera intervenir en los contenidos, está censurándote. ¡Echala! (risas) Yo he filmado en comunidades de Brasil donde tengo poco tiempo y ahí sí necesitas de algún asistente social o antropólogo para poder dilucidar ciertos aspectos, pero el vínculo siempre es con la comunidad y no con un intermediario. Yo descalifico totalmente a estos profesionales en materia de creación artística.

 ¿Con qué se va a encontrar el público que vaya a ver la película?

Creo que se van a encontrar con una mirada femenina de verdad, con problemáticas reales y sin ningún tipo de tapujos. Me parece que eso es lo más interesante, una mirada que no responde a un canon instalado a la fuerza por un gobierno ni por una agenda mundial, sino que es la mirada de una persona totalmente independiente de criterio, errada o no, pero es en lo que ella cree, y eso ya es valioso.

 ¿Cuando decís «sin tapujos» te referís a aquellas escenas que generan una sensación de incomodidad como aquella que retrata los abusos de su padrastro?

Todo eso sucedió. Los diálogos son calcados de lo que pasó realmente. Tratamos de no improvisar y encadenar justamente escenas o experiencias que responden a una misma lógica. Es importante mantener un código de credibilidad. Al tratarse de anécdotas de varias mujeres, hay que ser cuidadoso porque si se rompe ese código difícilmente la gente se crea la escena que viene. En ese sentido, es clave ser honesto con el espectador, es lo que nosotros priorizamos al momento de filmar. Cuando se lleva a cabo el trabajo de post producción a veces es necesario recortar escenas, pero siempre hay que tener en cuenta estas cuestiones.

 ¿Con el fin de concientizar?

No, simplemente compartir instancias de vida. No tenemos ninguna pretensión de educar a nadie, a diferencia de ciertos colectivos que hoy pululan por doquier. Nosotros no le bajamos línea a nadie. Simplemente compartimos una instancia creativa en la cual los recursos se ponen al servicio de las comunidades. A veces eso te convierte en marginal por correrte un poco de la agenda. Hay pequeños sectores que se han apropiado de los espacios de difusión. Entonces, lo que intentamos hacer es construir desde otro lugar a través de los testimonios de época, que a ellos a veces se les escapa porque quizás no convocan tanto.

 

Comenzó el III Festival Internacional de Cine Cannábico

Comenzó el III Festival Internacional de Cine Cannábico

Hasta el 26 de febrero se exhibirán 35 películas de distintas partes del mundo con entrada libre y gratuita. También se podrá participar en actividades relacionadas a la temática: conversatorios, muestras de arte, talleres de cultivo, gastronomía y espectáculos.

El tercer Festival Internacional Cine Cannábico (FICC), único en la región, comenzó este miércoles con entrada libre y gratuita, en el patio de la Casa Nacional del Bicentenario (Riobamba 985, CABA). Hasta el 26 de febrero inclusive se podrán ver en pantalla grande 35 películas de 16 países con una amplia variedad de contenidos sobre la cultura del cannabis. Además, habrá conversatorios, debates sobre prohibicionismo y derechos humanos, muestras de arte, talleres de cultivo, gastronomía, espectáculos de música y fiestas. Cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura y, por primera vez, del INCAA.

La apertura estuvo a cargo de los co-directores del FICC, Malena Bystrowicz y Alejo Araujo. Se leyeron las palabras del embajador de Canadá, quien no pudo asistir al evento, pero envió una carta señalando la importancia del festival para ampliar el conocimiento y tratar temas que merecen debate. Por su parte, Bystrowicz destacó que el carácter gratuito es una política del Festival para llegar a más personas.

Luego de la apertura musical del grupo Recórcholis!,  se proyectaron los cortos: Glitter’s Wild Women de Roney (13 min., Canadá / 2018), una comedia surrealista sobre dos mujeres que viven aisladas en sus tierras de cultivo; Mi mundito con Monstruos (8 min. Argentina / 2022) de Fernando Gallucci, retrato de una drag queen perturbada por la monótona rutina del confinamiento; y por último, el largometraje Mateína (82 min., Uruguay / 2021) dirigida por Pablo Abdala y Joaquín Peñagaricano, que cuenta la historia de un futuro alterado por la prohibición de la yerba mate, una road movie en clave de comedia absurda.  

La programación completa se encuentra disponible en la página web, donde también el público puede votar su película preferida. Además, entre el 20 de Febrero y el 6 de Marzo, estas producciones se encontrarán disponibles en todo el país, de manera online, por Octubre TV

 El FICC se desarrollará durante la primera semana en la Casa Nacional del Bicentenario y, la segunda, en la Manzana de las Luces (Perú 294, CABA), con punto de encuentro para la fiesta el jueves 23 en Cave Canem (Chile 308, CABA). Las obras que se exhiben de distintas partes del mundo, como Brasil, Colombia, Uruguay, Canadá, Líbano, Estados Unidos y Alemania, recorren tanto los usos del cannabis: desde el arte,  la gastronomía, el cultivo y el uso medicinal, como las problemáticas que rodean el tema: la salud mental, prohibicionismo, justicia y derechos humanos. Así, la propuesta del festival señala que busca contribuir a superar prejuicios, brindando herramientas e información sobre la temática.

En diálogo con ANCCOM, la creadora y co-directora, Malena Bystrowicz señala: “Los temas que traen las películas son diversos aspectos del cannabis, desde datos científicos o datos súper específicos, a historias concretas, hasta cosas más amplias, donde lo central son otras historias. Pero el cannabis está ahí presente. Siempre lo que buscamos es que haya una diversidad tanto de los temas que atraviesan el cannabis, como de los distintos países del mundo, también de diferentes géneros, como documental, ficción, animación, cosas más experimentales. Además buscamos un equilibrio con respecto a la diversidad de géneros, de directores y directoras. Este año, el primero sin pandemia, pudimos ampliar mucho la propuesta: hay exposiciones de arte, fotos, tres conciertos, con el cierre de Kumbia Queers, vienen un montón de invitados, gente de Jujuy, Tucumán, Rosario también de Brasil, Chile, Uruguay. Siempre es un encuentro este festival”.

 El FICC se realiza de manera regular con circuito de competencia desde el 2021 y la idea del festival surgió a fines de 2018 en unas vacaciones. “Alejo y yo somos pareja –cuenta Malena–, los dos cineastas, gestores culturales. Los dos veníamos trabajando cada uno por su cuenta en festivales de cine de otras personas. Yo, como programadora puntualmente. Me di cuenta que me gustaba mucho, además de hacer películas, programar, ver películas que hacen otros y otras, seleccionar, combinar un corto con un largo, lo que se genera en esa combinación, armar secciones temáticas, todo lo que es diseño de programación me encanta. Empezamos a fantasear nuestro trabajo ideal, cómo podemos hacer para dedicarnos a esto, y el cannabis era un tema en común. Ambos éramos usuarios, de uso para placer, recreativo, pero también en la familia hacían un uso medicinal, y otros usos. Alejo tenía mucha información porque había empezado a militar un poco el respecto a lo canábico, las drogas, el prohibicionismo y los derechos humanos, así surgió la idea de un festival de cine cannábico.

 “Para el 2019 se sembró la idea, empezamos  a investigar y no había muchos en el mundo, sólo dos o tres que ni siquiera habían tenido continuidad y ninguno en la Argentina o en la región”, agrega la co-directora.

 

Lo que  empezó como una fantasía terminó en un Festival Internacional. “Lo hicimos en Montevideo por primera vez, en la Expo cannabis de Uruguay de 2019”, agrega. “Pasamos 15 pelis. Nos dimos cuenta, primero, que había películas sobre la temática y muy buenas; y, segundo, que era algo que interesaba. Fue un primer experimento. Teníamos un sponsor nada más y logramos hacerlo, fue más como una muestra y como una prueba. Al año siguiente, lo hicimos en Argentina y en Uruguay, con todas las limitaciones de la pandemia pero salió espectacular, expusimos en salas, con gente cinéfila y películas increíbles”, recuerda Malena.

En Uruguay usaron la Cinemateca, que es un lugar emblemático. En ese 2019  contaron con el  apoyo de algunas embajadas. En 2021 arrancó el festival, en competencia, con página web, un equipo más amplio y lo más importante: reconocimiento público. “Nos empezamos a hacer conocidos tanto en el ambiente del cine como del cannabis. Y nos dimos cuenta que era un espacio tapado por mucha desinformación y prejuicios: un tema que no se hablaba con libertad”, concluye.

 

«Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia»

«Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia»

Luis Pescetti lleva vendidos más de dos millones y medio de libros para niños en toda hispanoamérica. Acaba de publicar «Cómo era ser pequeño explicado a los grandes», donde equipara las infancias con las migraciones. Entrevista publicada el 30 de agosto de 2022.

Luis Pescetti lleva publicados más de treinta libros entre novelas y relatos, y lleva vendidos más de 2.500.000 de ejemplares en toda hispanoamérica. Además, cuenta con trece discos, y siete audiovisuales. Recorrió teatros de Estados Unidos, España, Colombia, Chile, Brasil, Perú, Uruguay y Cuba. En México y Argentina, también participó en programas de radio y televisión durante años.  

Recientemente publicó Cómo era ser pequeño explicado a los grandes (Siglo XXI), una propuesta para mirar la vida desde las infancias que llegan como extranjeros, revalorizando la empatía como una guía para comunicarnos. El artista recorre sus pensamientos y experiencias, poemas y textos para que las personas adultas podamos acompañar a niñas y niños en los años donde miran sin referencias, ya que lo hacen por primera vez.

Con el silencio de antesala a cada respuesta y eligiendo cuidadosamente las palabras, el músico y escritor reflexiona  sobre su última obra: “Quise hacer como un mago sin mangas; de aquí nacen estas ideas, mis propios recuerdos”.

¿Cómo nace el libro?

Yo había tomado el compromiso de escribir un libro sobre emociones e infancias para Siglo XXI. Cuando empecé a escribir fue saliendo en esa nube, en ese magma, la metáfora del niño como inmigrante. En realidad no es una metáfora para explicar a los chicos, sino para que el adulto haga clic. Si lográs una representación del otro bien eficaz, la comunicación es más fluida, rápida y menos violenta. Entonces empecé a escribir por ahí, aun cuando era un ensayo. Venía leyendo El Mal de Escuela, ya admiraba mucho el estilo de ensayo de Daniel Pennac; es un libro en donde -como dice el título-, pone a la escuela como parte del mal -el problema-, no al estudiante. Otro es El hombre desplazado de (Tzvetan) Todorov donde cuenta el traslado desde Bulgaria hacia Francia y Estados Unidos. Y después Fuera de Lugar, de Edward Said. Son todos ensayos de una profunda reflexión sobre los temas que los copan que nacen de sus propias vidas, sus infancias. Me parecía la manera más alta y generosa de la reflexión, casi como una parábola. Entonces quise ensayar hacer eso mismo.

¿Y la metáfora del inmigrante?

Junto con eso yo venía leyendo, por gusto, la biografía que hizo Robert Graves de Lawrence de Arabia. Cuenta la intervención donde están los árabes contra los turcos, aparentemente a favor de los árabes. Pero después los dejaron afuera, charlaron Inglaterra y Francia, y ellos después les contaron la decisión. En toda esa mirada paternalista de los conquistadores hacia los árabes, vi  que había similitud. Después leí a Toni Morrison,  que habla de la esclavitud y también hay similitudes, semejanzas, más allá de la metáfora. Estando en un lugar de poder, siempre tendemos a tratar al otro tutelándolo. Entonces me di cuenta que entre niños, inmigrantes, desplazados y tercera edad había una semejanza. No disponen del tiempo. No disponen plenamente de su persona ni de las decisiones sobre su persona.

¿Cómo fuiste profundizando la idea?

Yo vengo de una familia de inmigrantes. Por otra parte, a los 18 años me vine a vivir a Buenos Aires y a los 29-30 me fui a México. Es algo muy presente la mirada desplazada que tenés cuando no sos del lugar. Tengo clarísima la sensación de, por un lado, estar en una gobernación o en Migraciones esperando que me entreguen los documentos. Por otro lado, los veo en todas sus singularidades dentro de una cultura. Es una mirada mezclada de inferioridad operativa y superioridad observativa. Es un poco lo que les pasa a los chicos y adolescentes en la escuela, están sujetos a que tienen que estudiar esto y nos miran teniendo opiniones superiores. Me di cuenta que era muy eficaz. Cada vez que yo decía: “Acordate cuando eras chico”, nadie se acuerda. Pero una manera muy potente y muy activa de la vocación es decir: “Imaginate que hoy sos inmigrante”. Te da la sensación de cómo se siente un niño, inválido, siente que te dicen: “No toquen los botones” y está ávido de hacerlo, de ser autónomo y a la vez no sabe qué es ser autónomo y qué implica ser autónomo.

¿Cómo pensás esa relación entre la infancia y la adultez?

No están cerradas, siempre dialogan. El otro día yo decía que voy a hacer un libro que se llame Ni aquí ni ahora porque nunca estamos en un punto de percepción del mundo que es aquí y ahora; toda tu historia no se borra para dejar lugar a que ese instante impacte, sin que le anden cuchicheando los viejos del pueblo. Cada instante impacta, dialoga o cae en el molde de otro recuerdo. A la vez, yo lo veía como una ética. La forma de tratar al pequeño es una forma de vida, es una responsabilidad. No puedes disponer del otro, sí desde un lugar de oficio como el cirujano o el piloto de un avión. En todo lo que excede al campo de oficio, seguís siendo un semejante. Lo que muestra el libro es que, cuando vos pequeño te sentís tratado como semejante, vos pequeño sos más eficaz en el mundo y, además, sos más copartícipe con quién te convoca a hacer algo. Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia. Entonces, por un lado hay un diálogo entre infancias y pequeños, pero por sobre todo una ética y una regla de oro de la eficacia.

Parte de esa ética y uno de los ejes que aparece es el de la mirada, ¿por qué?

Me viene un verso de Miguel Hernández: “Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,

que son dos hormigueros solitarios…” Lo normal es que vayamos construyendo nuestra identidad junto con cómo miramos a los demás, cómo logramos que nos miren, cómo interactuamos, nos peleamos y modelamos con la mirada del otro. Nos vamos a otro lugar, emigramos, porque ya no toleramos cómo nos miran. El niño es el más vulnerable a estar sujeto a cómo lo miran los demás. A mí me duele mucho cuando el niño cree que es el que está equivocado y se porta mal por impotencia, bronca, cuando en realidad está en un sistema que está planteando algo que está mal. Entonces el chico no sabe que es el sistema y confirma que está mal, la mirada que tiene sobre sí mismo es un crimen del sistema.

¿Cuál es la importancia de llenar de historias la casa?

Tenemos que tener historias para hacer visibles, para sentirnos sólidos. Tenemos historias, tenemos que contarlas. No podemos criar a los chicos como espectadores de historias que ocurren afuera porque estás criando inmigrantes. Cuando dejamos que otro haga una representación o una versión de nuestra historia, estamos en una situación de inferioridad porque somos los relatados por otro. Tenemos que ser los titulares de nuestro propio relato y esa es la importancia de la cultura. Los jóvenes que miran las noticias sobre Elon Musk twitteando, van a querer emigrar a ese lugar donde ocurren los hechos como cuando viajas a Nueva York y esperas ver el subtitulaje abajo de tus pies. Esa es la razón para invertir en cultura, para coincidir en tiempo, cuerpo y alma con tu presente.

¿Hay temas que se pueden hablar y otros no?

Una etapa por etapa, pero dicho así suena a viejo choto que dice: “No consumas etapas” y no es la idea. Hay un show buenísimo de John Leguizamo en Netflix. El tipo dice que hasta que vos no te ves reflejado afuera, sos invisible. Los chicos a lo largo de toda la niñez tienen que tener obras de teatro, películas y cuentos que los representen en esa experiencia. Si las obras de teatro, las canciones y las películas dan grandes saltos, hay años y años… Si todo fuera como son las franjas de edades de las plataformas 0 plus, hasta 7 años, hasta 13 años, estamos complicadísimos. Cada etapa tiene lo suyo, si no te vas sintiendo invisible en las cosas que te pasan. La libertad no solo va con la responsabilidad, en este punto va también con la identidad. No es que no sos libre de ver Stranger Things a los 9 años, no está bueno que estés consumiendo ese material a los 9 años porque está muy lejos de representar las cosas que te pasan a vos, de lo que sos capaz de asimilar, de que te queme la cabeza. Y, dicho metafóricamente, a la cabeza también le pasa que, si comes picante primero, la manzana después no va a tener sabor.

¿Cuáles historias contar?

Cualquiera. Los niños no esperan tipo Netflix, una historia donde corre peligro nuestra vida. Esperan que la contemos con ganas, le dediquemos un tiempo, estemos ahí contándolas porque si no somos como los periodistas que ponen a Elon Musk. ¿Por qué no contás lo que hace el INVAP o que se vendió un satélite o construyó una central nuclear? ¿Cuáles son nuestros relatos que nos hacen sentir sólidos? Estamos desde el gallinero mirando a Elon Musk escribir en Twitter. Por eso hay que contar historias, tenemos una épica también y hay que reconocerla y transmitirla. Los estadounidenses supieron hacer su propia Constitución, la supieron hacer y la supieron narrar. Yo tengo hijos chicos, un día para dormir, uno dijo: “Voy a contar un lío”. Ese fue el inicio de noches y noches contando líos en la pandemia. Nadie tiene ni tantos líos ni tantos recuerdos, pero ese es el valor de las propias historias, imaginate cuando eso falta, ¿qué falta? No lo digo para responder, sino para que quede el hueco de esa pregunta, ¿qué falta cuando eso falta? ¿Con qué se llena? Con la narrativa de otros. Hay una frase de uno de los versos de Martí que dice “¿qué es lo que falta que la aventura falta?”, que narres tu propia aventura.

Cantos de la cultura mapuche

Cantos de la cultura mapuche

Carina Carriqueo, cantora y divulgadora de su pueblo, cuenta el esfuerzo que significa hacer presente las voces originarias. Las peripecias de sus presentaciones y la recepción de su voz en una sociedad alejada de la cultura indígena. Entrevista publicada el 4 de agosto de 2022.

Hace poco diste un show en la Biblioteca Nacional, que fue el corolario de un montón de iniciativas para lograr acercar a los pueblos originarios del país ¿Cómo fue estar en un ámbito oficial que siempre estuvo alejado de los pueblos originarios?

Es una experiencia muy conmovedora. Empezó en el año 2021 con la iniciativa de la Biblioteca Nacional de incorporar un taller sobre oralidad de pueblos originarios. Es ahí cuando empiezo a tener contacto con la Biblioteca. Todos sabemos que, al ser una biblioteca nacional se trata de libros, y a nosotros, las comunidades originarias, nos cuesta mucho escribir nuestros propios libros. Entonces fue una iniciativa de empezar con un registro oral de los mayores. Así empezó esto de poder transmitir en un taller que hice. Tuvo muchísima aceptación, hubo una inscripción de 1.500 personas de todo el país. Desbordó los Zooms, no había forma. Se armó una comunidad paralela donde se grababa el que no podía entrar y se lo pasaba a alguien de Salta, de San Juan. Ahí dividí todo lo que tiene que ver con la cultura: la música, cómo abarcamos la cultura en las escuelas, las ceremonias que tenemos, el arte originario propio. Un montón de temas que fueron ampliándose y dieron lugar a este ciclo de músicas originarias, con una propuesta con las voces orales. Pero no solamente un concierto, sino que tenga que ver con la transmisión del conocimiento de cada cultura entre tema y tema. Y de hecho, encontramos a varias músicas y músicos que lo hacen y que recorren el país así como lo hago yo, de esta forma, en mi caso con el kultruncito solo y dos o tres instrumentos, nada más. Pero sí se va entrelazando la voz cantada y la palabra. 

En Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires, no estamos tan acostumbrados a este tipo de propuestas. ¿Cómo fue la reacción del público?

 Se comenzó con este ciclo a principio de año. Al principio tuvimos muy poquita gente, pero se empezó a correr la voz. Y hay un público para este tipo de conciertos didácticos. Encontramos un público siempre, a cada lugar al que vamos. En los lugares más ruidosos, a veces se encuentra un público que hace silencio desde que comienza hasta que termina el espectáculo. Si dura diez minutos, o cuarenta, o una hora, se mantiene ese clima. Es como un viaje al pasado, un viaje en el tiempo, un viaje a través de la Cordillera y a través de lo musical, que la gente lo disfruta mucho. Y después los comentarios: son muy lindas las devoluciones, a veces entre tanto ruido y tanta distracción tecnológica es lindo disfrutar de estos espacios. 

En pleno ciclo, comenzó la represión en el sur, ¿se resignificaron de alguna manera los espectáculos?

 SÍ, no estuve ajena a este tema. Justamente en ese concierto tuve una serie de recibimientos de la palabra y del apoyo de muchos hermanos, de colegas, para con la cultura, porque de hecho mi familia está en el sur. O sea, también me atraviesa y me atravesó estando en este ciclo. Creo que ahora se ha hablado mucho más, a favor y en contra. Siempre ocurre lo mismo. En el caso de los que hacemos el arte y nos encargamos de difundirlo, porque cuando a veces ocurren este tipo de situaciones, que estamos en todos los canales y los medios, y alguno a favor y otros muy muy en contra, tratan de poner a los mismos hermanos en contra. Nosotros lo sufrimos también. Porque se bajan muchas fechas, hay personas que a lo mejor nos querían llevar y les da temor la palabra “mapuche”, porque se empieza a asociar con terrorismo, con cosas absurdas totalmente, que mucho tienen que ver los medios de comunicación que desconocen realmente cuál es el problema. Hay situaciones que la Justicia es la que tiene que determinar y la ligamos todos, nos atraviesa a todos, y nos castiga, duele, nos entristece que ocurran estas cosas. Y, con más orgullo, justamente me tocaba en esos días viajar al norte, a representar la música y la cultura, y no iba feliz ni contenta, pero sí con orgullo. Es cuando menos debemos rendirnos, cuando ocurren estas cosas es cuando más fuertes nos tenemos que poner.

En el concierto mencionabas que tus antepasados no solían hablar en lengua mapuche por el acoso que recibían. Ahora estamos hablando de ser miembro de un pueblo originario con orgullo. ¿Hay una nueva forma de llevar adelante la lucha?

Sí.  “Hay que estar bien fuerte de espíritu”, decimos nosotros. Porque hoy hay algunos hermanos, gente muy mayor, que por ahí le vuelve a dar ese temor y vuelve a silenciarse y quedarse en casita, y trata de no salir para no recibir agresiones. Porque la gente se transforma cuando suceden estas cosas y el que sentía un poquito de resentimiento, lo siente del todo, y no hay ningún filtro. Si tiene que gritar una agresión, la grita con mucha violencia. No es el caso de nuestra parte, llevamos una mochila cargada de episodios como estos. Si estoy yo acá es porque mis antepasados lo pasaron y sobrevivieron, entonces es fortaleza espiritual, ante todo.

 En Una Excursión a los Indios Ranqueles, Lucio V. Mansilla contaba que mucho del odio a los pueblos originarios venía de su desconocimiento. ¿Creés que esto es lo que ocurre también hoy?

Sí, la discriminación sigue. Por más que digamos que estamos en una sociedad donde se ha avanzado mucho, la discriminación sigue, el estereotipo… Los morochos estamos predestinados a cumplir determinadas funciones. Hace poquito me tocó ir a un lugar donde no me dejaban entrar y cuando logré entrar, el guarda hace un llamado a Seguridad y dice: “Atento, atento, acaba de ingresar personal de limpieza”. Claro, morocha y con una trenza ¿Qué otra cosa puedo ser? Me causó gracia y a esta altura estoy muy acostumbrada a este tipo de situaciones, en las que prefiero a veces no decir nada y pasar, y hacer esa tarea que me toca hacer, que es difundir y aportar. Pero la discriminación continúa y está todo el tiempo muy presente. Yo creo que sí, es el desconocimiento. Lucio Mansilla describe muy bien lo que es el arte de la oratoria en el pueblo originario, lo que nosotros llamamos los “Trabun”, que son esos encuentros que él recuerda que a veces duraban días; esas conversas de presentación, donde tenían la palabra todos y hoy la tienen también, mayores, niños, adolescentes, tenemos la palabra y la oportunidad para expresarnos, para una bienvenida, para conversar con alguien; el uso del silencio para oír. Y después, la libertad de hablar, de no tener un tiempo lineal, sino circular. En el Rehue (lugar sagrado exclusivamente reservado para las ceremonias religiosas), en ese lugar de la pureza, siempre giramos caminando despacito, en el sentido contrario a las agujas del reloj. Es esa circularidad que también nos muestra la vida misma y que los abuelos nos han enseñado: que todo vuelve, y la palabra también, que debe fluir. Y para los niños es un aprendizaje.  

Volviendo a la música, ¿se puede componer hoy en día música mapuche? ¿O solo quedan los cantos ancestrales?

Sí, se puede componer. De hecho, yo tengo muchos cantos propios, que acompaño con el instrumento. Son creaciones. Y también, por supuesto, traer el canto de los antiguos está muy bien para no olvidar de dónde venimos, sobre todo. Pero también esto de poder animarse a crear y con el mismo formato: con el kultrún, el trompe o las cascahuillas, de poder continuar con este camino musical. 

¿Hay problemas para conseguir lugares donde tocar?

Sí, no hay mucho. No hay muchos que quieran hacer esto, sobre todo en los jóvenes que les gusta la música, pero les gusta más el éxito que la música en sí. El canto mapuche es muy hacia adentro, primero. En Los Toldos sí hay cantoras. Susana Carranza es una. Y junto con ellas se está armando el coro mapuche con otros integrantes que, con muchísima timidez, pero con muchísimo coraje, también están llevando adelante esta iniciativa por primera vez en el noroeste de la Provincia de Buenos Aires, creando un movimiento musical de esta magnitud. Es muy importante y es para celebrar. Para el lado de Junín, para el noroeste, hay muchas comunidades y muy fuertes también. De hecho, el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires hizo un relevamiento de comunidades y creo que hay más de 60 ya organizadas en toda la provincia.

¿Cómo ven a la escena folklórica nacional desde los pueblos mapuche? Porque muchas veces hay una gran reivindicación a nuestras raíces, pero las voces predominantes son blancas.

Se olvidan mucho de los cantos de las primeras naciones y de la música. Me pasa, en lo personal, que en los festivales folklóricos no me convocan por no arengar al público, por no levantar palmas. Entonces ahí se cierra una puerta. En un festival de rock, si bien muchas veces se habla de la tierra y del amor a la tierra y los pueblos originarios, tampoco encaja. El canto originario es algo que anda solo y está un poco huérfano, pero que se mantiene. No queda otra que mantenerlo y en el lugar donde nos toque, ahí brindarlo. Pasa que se cierran muchas puertas a la hora del arte. Se habla muchísimo de los pueblos originarios, se muestran muchas banderas, pero pocas veces le damos el lugar que merecen. 

¿Cómo han vivido todos estos años de debates sobre el rol de la mujer y el género dentro de las comunidades mapuche?

Tenemos mucha inclusión. En las comunidades que yo visito, sobre todo en Los Toldos o en el sur mismo, hay mucha apertura. De hecho, hay mapuche que por ahí se han reconocido, tener su libertad de poder mostrarse, de ir con sus parejas a la ceremonia y de vestirse con ropas tradicionales, con nuestra ropa típica con mucho orgullo. Tenemos cantoras trans también. Es una bandera que llevamos mucho, es una voz pocas veces oída la de nuestros reclamos. A veces buscamos espacios… Sobre todo, a la gente mayor hay que escuchar y convocar para tomar ciertas decisiones en ciertos lugares, en lugares sagrados que hay, o iniciativas que se quieran tomar. Siempre hay que consultar a los mayores, para eso tenemos a nuestros Lonko, nuestros representantes de todas las comunidades, que son personas líderes de pensamiento. Y que ellos, además de mantener en unidad la comunidad con todos sus integrantes, son capaces de representar también a toda la comunidad. Hace falta oír la voz y tener la representatividad nacional de una persona de las primeras naciones, sea cual sea.

Y ahora que mencionás a las primeras naciones: ¿Con qué te encontrás cuando recorres las diferentes comunidades? ¿Tienen problemas similares, distintos?

Los problemas son muy similares. Por empezar, se vive el desánimo muchas veces. La tristeza en el rostro, en las miradas. A los más jóvenes, o no tan jóvenes como es mi caso, nos lleva al impulso, a la iniciativa de animar a otros hermanos a que hagan. Pero lo cierto es que nos encontramos con muchísima tristeza de muchos años, acumulada por la discriminación, más que nada. Y es muy difícil levantarse de la discriminación que se sufrió desde la generación de mis padres, mis abuelos y mi generación misma. Tengo muchos pares que siguen con mucho desgano y se resignan a veces a continuar, pero bueno, hay que estar siempre llevando la palabra de ánimo, de iniciativa, para poder levantar esos espíritus nuevamente que es lo que necesitamos. 

A lo largo de la entrevista hablamos de puertas cerradas, discriminación, violencia… ¿De dónde salen las energías como para seguir recorriendo el país con la música?

La verdad no lo sé, porque a veces me toca recibir agravios, palabras de mucha violencia, y obviamente me entristece muchísimo. Pero, a esta altura, digiero muy rápido las agresiones, entonces al día siguiente me levanto con más ideas y con otro impulso, y con otras ganas. Y en seguida me olvido muy rápido de eso. Es que las pasé tantas veces… Llegó un momento en el que dije: “Bueno, tengo que ir largando esto”. Y la forma de deshacerme de los malos tratos es creando buenos tratos, creando cosas. Si no es con la música, es con teatro, que ahora voy a retomar. Y animando, siempre de la mano con otros músicos que se animen y me acompañen, como el caso de Juan Curilén u otros mapuche. Hay mapuche que hacen artesanías y hay alguien que necesita, y en seguida hay que hacer los contactos para que también circule el arte nuestro en todos los aspectos. Pero la verdad es que no sé de donde salen las energías.