Este jueves se estrena “El largo viaje de Alejandro Bordón”, un docuficción argentino que cuenta el derrotero de un hombre acusado y preso por una causa armada entre la Policía Bonaerense y funcionarios judiciales.
En la madrugada del 5 de octubre de 2010, Alejandro Bordón, trabajador aeronáutico residente de Monte Chingolo, fue arrestado por el homicidio de Juan Alberto Núñez, chofer de colectivo de la línea 524. Ese día comenzó un calvario para Bordón y, a la par, su lucha por recuperar la libertad. El 4 de junio del 2012, un año y ocho meses más tarde, fue absuelto, tras comprobarse que se trató de una «causa armada» por policías y funcionarios judiciales bonaerenses, en la que incluso se alteraron pruebas y testimonios.
A través de entrevistas, material de archivo y actuaciones, El largo viaje de Alejandro Bordón cuenta la historia de un hombre que debe demostrar su inocencia por un crimen que no cometió. Las imágenes de La Divina Comedia entre el infierno y el purgatorio como hilo conductor, retratan y refuerzan la oscuridad de esos días de injusticia que debieron atravesar Bordón y su familia.
En diálogo con ANCCOM, el director del filme, Marcelo Goyeneche, también integrante del colectivo de Documentalistas de Argentina (DOCA), subraya el daño que puede ocasionar el mal uso del monopolio de la violencia por uno de los poderes del Estado –la Bonaerense– en el caso concreto de Bordón.
En un reportaje reciente afirmaste que todos los días hay causas armadas, ¿qué te llamó la atención de la historia de Alejandro Bordón?
Fue un hecho de solidaridad entre trabajadores. Conocí a Susana, su mujer, en un corte que hizo en el Aeroparque Jorge Newbery. Yo era delegado en Aerolíneas Argentinas y la CTA. El primer contacto con la historia fue al enterarme lo que le estaba pasando a un compañero. Él se desempeñaba en una empresa de catering para aviones y, a partir de ahí, empezó a surgir la idea de contar la historia que se termina de consolidar cuando Alejandro recupera su libertad y le propongo hacer la película. Mientras tanto, yo iba registrando algunas marchas, pero la génesis del proyecto fue una cuestión de solidaridad de clase.
En la película aparecen imágenes de La Divina Comedia, ¿de dónde surgió la idea?
Soy un fanático de LaDivina Comedia, es uno de los libros fundamentales de la historia de la literatura, así que la idea de incluirla estuvo presente desde el comienzo del proyecto. Era también hacerle un homenaje, por eso es Virgilio quien acompaña a Alejandro Bordón por ese tránsito desde el infierno bonaerense hasta ese paraíso que es recuperar la libertad. Hacer una alegoría de La Divina Comedia venía bien porque el viaje que hace Alejandro es similar al que hace Dante desde el Infierno, pasando por el Purgatorio y hasta llegar al Paraíso. A su vez, tiene esto de la representación de la realidad que está presente todo el tiempo en la película. Decidimos hacer un documental que no fuera al lugar en el que sucedieron los hechos, sino representar ese lugar con esta simbología teniendo en cuenta que todo fue una puesta en escena. Sólo dos hechos fueron reales: que Juan Alberto Núñez fuera asesinado y que Alejandro Bordón estuviera preso. El resto, todo lo que pasa en esta historia, es una escena armada. Así que la idea de la representación está siempre dando vueltas y tiene conexión con la obra de Dante Alighieri.
El largo viaje de Alejandro Bordón se puede ver desde este jueves 21 de abril en el cine Gaumont.
Como documentalista y realizador, ¿qué opinás sobre la situación actual del INCAA?
Hace unos días estuvimos en las puertas del INCAA y fuimos brutalmente reprimidos por la Policía de la Ciudad. Pedíamos la renuncia de Luis Puenzo porque hace dos años que ocupaba el cargo de presidente del organismo y no tuvo diálogo con los sectores más independientes del cine, con las pequeñas y medianas productoras, con los que realizamos cine de autor, con los que hacemos la cultura de este país. Es una situación crítica también porque si el fondo de fomento se cae, la producción de cine, las bibliotecas populares, los medios de comunicación comunitarios quedarían sujetos a la predisposición que tenga el gobierno de turno a prestarle atención a la cultura. Por eso estamos en una situación de movilización constante. Es fundamental un proyecto nacional que contenga un proyecto cultural y diverso en el que nosotros mismos podamos contar nuestras propias historias, con nuestras formas y no con modelos estereotipados impuestos. Es una contrahegemonía que viene, a su vez, en sintonía con lo que hablábamos de la película.
Un grupo de mujeres de 60 o más años, integrantes de un taller de escritura en Junín, conformaron un grupo de lectura de cuentos eróticos. Montaron un espectáculo, “El jardín de las delicias”, provocativo por donde se lo vea.
Empieza a llover, nadie se mueve, el atardecer es hermoso y la bodega es un sueño. En el viñedo Las Antípodas de Junín, una chica está sexteando con su pareja. Un mensaje detrás del otro. Se muerde los labios y prepara el clima para el encuentro que va a tener al salir del espectáculo. Sobre el escenario se encuentra Estela, una señora de anteojos grandes que continúa hablando, intentando transmitir en cada palabra la historia que está contando, levanta las cejas, hace ademanes con la mano izquierda. Tiene la postura de una directora de escuela. En su mano derecha sostiene el Kama Sutra.
Son mujeres mayores de 60 que hablan de erotismo con una copa de vino en la mano a un montón de jóvenes pero también, contra todo pronóstico machista, se llevan bien, disfrutan de estar las doce juntas e ir religiosamente todas las semanas a tomar cerveza a un bar. Demuestran con su amistad que para estas mujeres no hay nada mejor que otra mujer. Su revolución abrió puertas enormes luego de sus presentaciones en el viñedo, tanto es así que son múltiples los llamados de otros artistas para hacer presentaciones hablando de sexo y muestras eróticas, ya no solo desde lo literario. Estas “señoras” lograron ver lo erótico no como un tabú sino como algo que forma parte de la vida de todas las personas sin importar su género, su edad, ni el lugar del que vienen, pudiendo hablar con total naturalidad, sin vergüenza.
Cecilia Avila, hoy jubilada, integrante de las cuenteras y militante feminista, fue una de las primeras en atraverse a cortar las calles contra los femicidios en Junín, y en pararse frente a la catedral para pedir por el aborto legal enfrentándose a la policía y al que dirán de sus vecinos. “Me retiré por problemas de salud, somos hijas del 2001; yo empecé a militar con el ‘que se vayan todos’. El poner el cuerpo me pasó factura después, pero por suerte tuve una fuerza espiritual muy fuerte. Cuando me curé, dije: ´¿Y ahora qué voy a hacer?´ Y empecé a contar, porque contar también es contarse. Nosotras, de alguna manera, nos contamos a nosotras mismas a través de los textos. Después de estar tan mal, el poder pararme de nuevo y en un lugar lleno de aire, me dio (nos dio) la fuerza para salir de nuevo a la vida. Después de estos dos años de pandemia, el miedo, el dolor y la oscuridad, el poder estar en el viñedo fue como un renacer -se le corta la voz y continúa- todo esto tiene que ver con nuestra generación… no nos han vencido”.
Hace diecisiete años se creó el grupo de las Cuenteras de la Esquina, en ese tiempo lograron hacer un enorme trabajo para llevar la narración a escuelas, geriátricos y penitenciarías. Su actividad fue declarada de interés municipal y provincial. Estela, coordinadora del grupo junto a Mariel, cuenta que también tienen otro tipo de espectáculos con convocatoria por fuera de lo social: “Son mucho más escénicos y recreativos”.
El grupo está conformado por doce mujeres que tienen en común el amor por la lectura. Son todas de profesiones distintas: abogadas, docentes, maestras, políticas y hasta algunas artistas. “Somos un grupo de mujeres grandes con una fuerte impronta feminista”, dice orgullosa Mariel. La llegada de la pandemia fue muy difícil porque, en su mayoría, las cuenteras superan los 60 años. Acostumbradas a salir siempre a tomar algo después de las reuniones para charlar y seguir pasándola bien juntas, tuvieron que reorganizar sus rutinas; las más cancheras con la tecnología ayudaron a las que no lo eran tanto. Se encontraban en zoom para hablar de los textos, ejercitar la narración, pero también para hablar de series y películas que veían. “Esto es mucho más que solo leer libros y eso se transmite a los otros”, dice Catalina, una de las integrantes.
Este año, ya vacunadas, con la posibilidad de volver a presentarse ante el público, querían hacer algo distinto a lo que venían haciendo antes de la cuarentena. Estela, su coordinadora, cuenta sobre el proceso de creación: “Pensamos como primer espectáculo “El Despertar de los Sentidos”, y como una cosa lleva a la otra el segundo fue pensado desde lo erótico, “El jardín de las delicias”, porque si hablamos de los sentidos lo erótico se cae de maduro”.
Consiguieron de auspiciantes a una librería, una editorial y un viñedo de los cuales son clientas habituales. La última en sumarse como auspiciante fue una “boutique erótica”, como le gusta decir a Mariel: “En las reuniones semanales cuando nos juntamos a pensar ideas se nos ocurrió que estaba bueno tener juguetes sexuales para sortear al finalizar el show o en los juegos previos que hicimos”. Buscaron referencias y le llevaron la propuesta a la dueña de un sex shop que quedó encantada. Querían conseguir un público nuevo por fuera del círculo que frecuentaban habitualmente y la repercusión en los espectadores superó por demás las expectativas que tenían. “La gente quedó fascinada con la idea. Fue todo disfrute y cuando vieron todo lo que trajeron las chicas de Audaz Seducción buscaban por todos lados las entradas que no sabían dónde habían metido para ver si ganaban algo”, recuerdan Estela y Mariel sobre las reacciones. “Es importante abrir otros caminos, salirse de lo que tradicionalmente se supone que tenés que hacer. El patriarcado nos dice que a esta edad no podemos desear. Vernos en otros espacios, otras miradas”.
“Está bueno desde los feminismos plantear lo erótico, que es para todos y todas -afirma Catalina, integrante de las cuenteras y continúa-. Cuando vamos a buscar erotismo muchas veces la historia que encontramos es muy estereotipada: el hombre que es un capo y la mujer que se queda en la casa como una cornuda esperando. Por eso nos resultó muy complejo encontrar historias diferentes para contar”. El camino para elegir el libro adecuado tiene que ver con los gustos de cada una, sus historias y lo que quieren dejar a quienes las escuchan. Por eso, el repertorio más allá de que estaba englobado dentro de lo erótico, tomó diferentes variantes sumamente interesantes para los tiempos que corren. Por ejemplo, Cecilia Avila narró “Dos más uno”, un libro que habla de la necesidad de una persona más en la pareja. Mirta Barone pudo contar sobre el sexo en la tercera edad a traves del cuento “A pura química”, de Gabriela Acher. Catalina narró “69” de Dina Grijalva, un texto que hablaba del sexo pero que no permitía darse cuenta cual era el género de los protagonistas quedando a libre interpretación.
Durante cuatro años, Claudia Sandina fue su propia asistente, encargada de casting, investigadora, guionista, productora ejecutiva y, además, directora. ¿De qué? De Vida Poeta el documental que revive al gran poeta del tango Homero Expósito, innovador en el género, creador de un método (“Cancionística”) para enseñar a escribir canciones. La directora multitareas reveló a ANCCOM cómo fue el proceso de realización interrumpidos por la pandemia, y cuáles fueron los desafíos que le plantearon el presupuesto reducido y ocupar seis roles a la vez. Este jueves, el documental de Sandina se presenta en el Gaumont.
¿Cómo surgió la idea de hacer el documental?
Fueron cuatro años. Empecé a trabajar en octubre del 2017 porque pensaba hacer un documental para noviembre de 2018, que se cumplían cien años del nacimiento de Homero Expósito, pensando que en un año lo iba a terminar. El tema de hacer un documental es porque al ser audiovisual hoy tiene mayor alcance, puede tener más visibilidad que un libro. Primero empecé con la investigación, que fue un proceso largo. Entrevisté a su familia, a las personas que lo conocieron, como Raúl Lavié, y fui a SADAIC, donde entrevisté a Atilio Stampone. También busqué material de archivo, fui al Archivo General de la Nación, al Museo del Cine y a la Biblioteca Nacional, y encontré otros documentos, como diarios y revistas de la época donde había entrevistas a Homero. Lo fui conociendo desde su propia voz, a través de las entrevistas que le hacían, y me fui deslumbrando, porque antes no lo conocía a Homero. Siempre la investigación te enriquece, porque vas conociendo al personaje, conociendo e interpretando la época en la que él vivió, porque Homero fue el producto de una época.
Expósito, autor de reconocidos tangos como Naranjo en Flor, Flor de lino, Afiches y Percal, nació en 1918 en la localidad bonaerense de Campana, pero vivió en Zárate. Fue la época dorada del tango en la década del ‘40, con su explosión artística y cultural, la que vio nacer sus más de 700 obras, entre las que se encuentran las colaboraciones con su hermano Virgilio, Astor Piazzola, Héctor Stamponi, Aníbal Troilo y Armando Pontier, entre otros.
¿A quiénes entrevistaste de la familia?
A Mónica, la sobrina, hija de Virgilio Expósito, y a Nelly, su esposa. Parte de la familia Expósito está en Zárate, donde está Mónica, y parte en Buenos Aires, donde vive Nelly. Ellas me abrieron entusiasmadas las puertas a la documentación que tenían de él. Fui al lugar de Homero, filmé en Zárate y en Buenos Aires. El aporte de la familia fue muy importante.
Claudia Sandina es contadora pública, pero su pasión está en la investigación histórica. Su primer acercamiento al tango fue a través del baile, pero la investigación y la escritura la introdujeron plenamente en el mundo tanguero. Estudió dramaturgia con Ricardo Halac, guión con Michelina Oviedo y dirección de actores, que la convirtieron en autora de obras como Discépolo, historia de un poeta (2011).
¿Después de la investigación, cómo seguiste?
Después de la investigación, el segundo paso fue construir un guión. Yo me formé en Guionarte, creo que eso es importante. A veces se cree que un documental no necesita un guión. Y el guión es una estructura gramatical que potencia la creatividad, porque vos sabés que al construirlo tenés que tener una línea dramática para que fluya la estructura. Y en Vida Poeta todo fluye, quienes lo han visto me han dicho que la construcción del relato los mantiene atentos todo el tiempo, y que van descubriendo todo el tiempo algo, además de emocionarse. Eso es el resultado de un guión, que sufrió muchas modificaciones por razones de producción, o porque a veces he tenido que parar un momento y después retomar.
Y presentaste el proyecto al INCAA…
Y una vez que lo escribí, presenté el proyecto. Fue la primera vez que presenté un proyecto para pedir financiamiento, porque todo lo que hice siempre fue autoproducido y autofinanciado, siempre lo hice yo. En este caso, quería encarar un largo documental, pero era muy costoso hacerlo, y también mi idea era despertar el interés del INCAA —Instituto de Cine y Artes Audiovisuales—. Una vez que presenté el proyecto, seguí manteniendo contacto con los que pensé que iban a ser entrevistados, y después se sumaron otros. Y me lo aprobaron al año siguiente, así que empecé a filmar al año de haber presentado el proyecto, en 2019, con un presupuesto de la línea digital del INCAA.
¿Trabajaste con un equipo reducido?
Fue reducido, solo dos actores y una pareja de baile. Participaron Lucila Díaz Colodrero, Malena Armelin y Facu Argañaraz. También hubo músicos y cantantes. Conté con la presencia de Jacqueline Sigaut, que grabó un disco en homenaje a Anibal Troilo en 2012, y el Negro Falótico, que es zarateño y grabó un disco homenaje a Homero Expósito. También estuvo presente Anibal Corniglio con su guitarra. La música estaba ya grabada de orquesta, pero también incluí escenas artísticas con música en vivo. Fue un gusto contar con ellos. Son cantantes de primer nivel que se sumaron a la movida. Y también hay recreaciones ficcionales, que ayudan a imaginar cómo era la vida de Homero, donde se representa al Homero joven, recreado por Eliam Pico, y al Homero adulto, por Daniel Sansotta. Fue muy lindo trabajar con ellos, todos colaboraron y estaban muy entusiasmados. También participaron la Academia Nacional de Tango, la Academia Porteña del Lunfardo y otros artistas. Fue muy rico en ese sentido. Y en mi caso, yo cumplí varios roles, aparte de escribir y dirigir, fui mi propia asistente, hice la producción ejecutiva, hice el casting. El trabajo de investigación sí fue un trabajo bastante solitario.
¿Cómo contactaste a los bailarines?
Daniel Sansotta es un amigo, lo conocía de sus clases. Colaboró mucho, fue un gusto recibir su colaboración. Fue muy emotivo porque él es bailarín de tango y docente, además de actor, que era algo que yo buscaba, se conectó muy bien con Homero y su poesía. Fue muy lindo compartir con él. Estoy muy contenta con lo que logramos. A Lucila Diaz Colodrero, la bailarina, la conocí porque me contacté con el CETBA, el Centro de Tango de la Ciudad de Buenos Aires, donde Eric Dinzel me la presentó a Luli y también se copó. Ella tenía un estilo que me gustaba, de jovencita, para recrear escenas de una supuesta novia de Homero.
¿Fue un proceso largo? ¿Cuánto duró?
Sí, fue un proceso largo, duró mucho. Empecé en octubre de 2017 y lo terminé a mediados de 2021. Fueron cuatro años. Después, empecé a filmar en agosto de 2019 y terminé a fines de 2020, con períodos interrumpidos por la pandemia. Filmé en dos momentos distintos porque no podía hacer todo junto, y cuando vino la pandemia tuve que parar. Después retomé. Y tuve un año de espera para empezar a filmar hasta que me aprobaran el proyecto en el INCAA, pero ese año lo aproveché para hacer otras cosas, para seguir investigando, fluyendo, buscando. Yo soy de trabajar mucho, hice todo lo que estuvo a mi alcance en los tiempos en que pude hacerlo. El proceso de montaje fue muy largo también, yo pensé que lo hacía en un mes y estuve cuatro meses. En el transcurso hubo interrupciones, y es algo que pasa siempre con este tipo de proyectos chicos. Fue un gran esfuerzo de producción.
¿Qué es lo que te interesaba dar a luz con Vida Poeta?
En el caso de Vida Poeta es el primer documental de un poeta del tango. Hay documentales de músicos y cantantes, pero no de poetas del tango. Entonces lo que me propuse es hacer un documental que ponga en valor la poesía del tango. Porque las letras de los tangos siempre fueron consideradas un arte menor, y en el caso de Homero hay un estudio, una disciplina, un trabajo en la construcción de la poesía que es maravilloso. Quise revalorizar la poesía. Y seguí una línea biográfica y poética. Hablo de la vida de él y de cómo fue su recorrido, además de su obra. Lo que me interesó fue mostrar no solo la obra, sino al ser humano Homero Expósito, la persona que hay en el artista. Al hacerlo en una línea biográfica, hablo de él, de sus sentimientos, de sus valores y de cómo sostuvo su vocación. Eso es lo que se desliza en el documental. Lo mejor que tuvimos, y que tenemos, hay que mostrarlo y conocerlo.
Se dice que él fue innovador en el género…
Homero Expósito fue un hombre de mucho estudio. Estudió Filosofía y Letras, aunque no se recibió, y creó un método que se llama “Cancionística”, que en los años ‘70 lo enseñaba en SADAIC para aprender a escribir canciones. Aportó al tango una forma de escribir con metáforas, por eso se dice que fue un renovador e innovador. Es una poesía muy trabajada. Creo que a través de la obra de Homero también se habla de todos los poetas, más allá de que su poesía fue especial. Hay mucha riqueza y mucho trabajo en lo que él hacía. Y el tema de si él era un letrista o un poeta también me interesó deslizarlo a través del documental. Homero fue un poeta, por eso esta revalorización.
El ensayista, periodista y músico Abel Gilbert propone una escucha concentrada de nuestro sangriento pasado reciente, al tiempo que abre un inexplorado abanico de las persistentes relaciones entre música, sonido, ruido y política. Así, Satisfactionen la ESMA (Gourmet Musical, 2021), libro que le llevó un lustro de realización, resulta un material de innegable valor. Esta apasionante investigación da cuenta de aspectos inasibles o fugitivos que circulaban en la sociedad y el poder en el periodo 1976–1983 en Argentina.
Y es que, mientras que Serú Girán daba su primer concierto en 1978 en el Estadio Obras, a pocas cuadras, en la Escuela de Mecánica de La Armada sonaban a todo volumen “Que va a ser de ti”, por Joan Manuel Serrat, “Gracias a la vida”, en la voz de Mercedes Sosa, o “(I Can´t Get no) Satisfaction”, el hit de los Rolling Stones para tapar los gritos de los torturados por los verdugos de la última dictadura. Y, en el Teatro Colón, las óperas Fidelio o Tosca ponían en escena representaciones de torturas cuando las reales no cesaban de tener lugar. Ese cruce de imágenes conforma el cuadro dominante del libro, su punto neurálgico como una estructura de cajas chinas que muestra hasta qué punto, en dicho periodo, nuestra historia estaba hundida en otras historias.
A lo largo de nueve capítulos o secciones, que van de la historia de las marchas militares (fanfarrias del advenimiento autoritario, como “Avenida de las Camelias”) al momento de transición entre dictadura y democracia, el libro transita una línea de tiempo sutilmente esbozada en la que se sitúan personajes y episodios de aquella cotidianeidad de supervivencia. La pétrea crueldad de Videla frente al drama de los desaparecidos. Una época en donde “cantar” no era solo una forma de arte sino el modo de nombrar la confesión de los secuestrados. Un libro en el que Gilbert conjuga su propia memoria auditiva, como melómano y estudiante de composición, con un despliegue exhaustivo de referencias variadas: artículos de revistas, crónicas de diarios, discos de rock progresivo (argentino e internacional), tango, música clásica, legajos con testimonios de víctimas de los campos clandestinos de detención, cuadros y novelas, discursos de militares y civiles, letras de canciones y fotogramas de películas, desde Palito Ortega a Stanley Kubrick.
En esta entrevista el autor habla de esta obra imperdible para entender esa escucha de un espacio histórico, político y socio-cultural que, a veces, pudo resultar insoportable.
«El terror generó una suerte de proceso de reorganización perceptual y configuró un modo de escucha que era muy propio del estado de excepción», dice Gilbert.
¿Cuál fue la génesis del libro?
Por un lado, es un tardío trabajo de tesis, con una matriz claramente ensayística, que buscó trazar un mapa de la experiencia de escucha de la Dictadura. Esto implica distintos niveles: cómo funciona el oído dentro y fuera del campo de concentración, cómo la escucha se configuró en función del terror pero a la vez cómo ese terror determinó la escucha en los objetos esencialmente musicales. Cuáles eran las posibilidades de escuchar, bajo un estado de terror, aquello que era evidente pero imposible de decodificar. A partir de eso tracé un mapa, elegí determinados objetos con los que trabajar que me permiten dar cuenta de aquello que postulo: que el terror generó una suerte de proceso de reorganización perceptual y configuró un modo de escucha que era muy propio del estado de excepción. También, dediqué un capítulo a aquello que llamo “las músicas afirmativas de la dictadura”, ya sea en el mundo clásico-académico como en el de la música popular. Todo esto atravesado por una experiencia biográfica, ya que en las vísperas del golpe era un adolescente que me iniciaba en el mundo de la música que me constituye. Entonces no puedo soslayar quién era y ni dejar de revisar que los modos de escucha que tengo ahora, pasados mis 50 años, no pueden ser los mismos que tenía cuando era adolescente. La motivación de haberlo escrito tiene que ver con que para quienes atravesamos la dictadura siendo adolescentes –en 1976 yo iba a cumplir 16 años- fue una experiencia de mierda.
¿Cómo apareció el título del libro?
El libro se iba a llamar Mató mil, pero mi amigo Martin Sivak me propuso que le pusiera Satisfaction en la ESMA, y me gustó porque me pareció mucho más potente.
¿Cómo fuiste desarrollando los diferentes eslabones de la investigación?
No trabajo con muchas canciones sino con aquellas que me permiten ejemplificar aquello que postulo. Si digo que el terror obnubilaba e inhibía la capacidad de reflexionar, busco algunas canciones, por ejemplo, “Águila de trueno” de Spinetta. Esta es una canción sobre un descuartizamiento, cantada por primera vez en 1977, en el momento en que la primera figura de la desaparición de personas tiene que ver con ese cuerpo, supuestamente caído “en combate”, que está desmembrado y no se puede reconocer. Recién había pasado lo de la masacre de Margarita Belén en la provincia de Chaco. La recepción de esa canción, sin embargo, no puede ser conectada con ese presente. Incluso, Spinetta aclaró, el día que la presentó, “esto no es ideología”. Entonces, a partir de esto problematizo esa situación tratando de entender lo que hoy puede resultar más evidente. Porque si hoy resulta evidente y antes no, es porque pasaba algo. Y eso que pasaba, de alguna manera, nos habla de una zona de la experiencia de la dictadura que no fue pensada. Hay muchas cosas que el libro aporta como para seguir pensando y no clausurar.
Por otro lado, está el papel de Serú Girán como banda paradigmática de esa época del rock argentino que sobrevoló su realidad sociopolítica, ¿no?
Sí, por ejemplo, “Alicia en el país” es una canción para pensar ampliamente. Me parece que es una canción importante pero muy incompleta, y esa incompletitud nos habla de un problema. Aparte, algunos fragmentos de la canción habían sido compuestos antes de la dictadura. En las canciones de aquella época se pueden encontrar frases, momentos de un verso pero no una canción entera de la que puedas decir “esta es la canción”. Insisto, creo que no hubo una resistencia cultural a la dictadura desde el movimiento juvenil sino una disidencia de baja intensidad. Pero no porque eran unos zánganos sino porque era el límite que imponía el terror. Pienso, Teatro Abierto empezó en el 82, la multipartidaria se formó en el 81, entonces por qué se le va a exigir al movimiento juvenil, cuya relación con la política era peculiar, que ejerciera una función esclarecedora de cara a la sociedad. Eso no quiere decir que no haya habido momentos muy interesantes pero me interesa más la experiencia de La Grasa de las Capitales, aquello que no se ve, y que tiene que ver con la portada del disco más que con las canciones.
«La música servía en los Centros Clandestinos para varias cosas: silenciar los gritos, doblegar subjetivamente al cautivo, usando su propia música, y como arma, como decibel, como intensidad» cuenta Gilberg.
Claro, esa tapa tenía cuatro personajes que identifican un poco la época del país. Por ejemplo, ese cuchillo de carnicero que tiene Oscar Moro parecido al cartel de las carnicerías Coto de ese entonces…
Claro. Pero el objeto, el cuerpo, las representaciones de la muerte del matarife en el cartel de Coto se exhibían mientras que en la foto del disco, no hay cuerpo. Si no hay cuerpo, ¿en dónde está? Es como decía Videla: “No se sabe”. Pero eso no fue pensado por los diagramadores que, en realidad, realizaron la foto como una parodia de la Revista Gente. Aunque a nivel siniestro no tenía que ver con eso. No es que a partir de este libro me considere una lumbrera sino que este es un trabajo para revisar desde el presente aquello que se da por sentado. Como explico en el prólogo, este es un camino para recorrer colectivamente. Ubicar las relaciones entre música, política y escucha y violencia en la historia argentina, y un solo libro no puede dar cuenta de todo.
¿Considerás que hubo una intención por crear una cultura musical oficial durante la época de la Dictadura?
Creo que hubo una insinuación de tener una cultura oficial, no solo musical pero no les dio el tiempo porque se les cayó todo. No te olvides que estos tipos se pensaban quedar mucho tiempo. En 1980, cuando Galtieri dice “las urnas están guardadas”, no se imaginaba que en poco más de dos años estaría entregando el poder con la lengua afuera. Primero se les cayó la economía y después se perdió una guerra.
¿Por qué creés que se elegía ese tipo de música en los centros clandestinos de detención, lo que vos llamás “la playlist del torturador”?
Creo que es una conjunción de varias cuestiones. El azar y, también, había un método. La música servía para varias cosas: silenciar los gritos, doblegar subjetivamente al cautivo –usando su propia música-, y como arma, como decibel, como intensidad. Lo que marco es que la presencia metodológica de la música en la ficción de La Naranja Mecánica, y especialmente a partir de la versión fílmica de [Stanley] Kubrick que la escenifica, contaminó algo. No te puedo decir que el tipo que puso Beethoven en la Unidad Penal Número 9 de La Plata vio esa película, porque si no hubiera elegido La Novena, pero se pone en escena algo similar… y eso es lo fuerte. En verdad, esto viene del nazismo. Los manuales de contrainsurgencia de la CIA, evidentemente, toman la experiencia del lugar que tuvo la música en los campos de concentración alemanes, en Auschwitz, en Buchenwald… Es un elemento muy perturbador porque, supuestamente, uno la música no la quiere asociar con el terror, es como dice Alex [protagonista de La Naranja Mecánica]: “No, con esto no…”, como si ahí hubiera un límite. Pero en la tortura el límite se traspasa.
¿Qué períodos podés señalar sobre la circulación de sonidos en la Dictadura?
Son distintas etapas y no son comparables. El 76-77, como el momento de aquelarre mayor; en el 78 el Mundial; el ‘79 como punto de inflexión, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; y a partir del ‘80-81, otra cosa. Por ejemplo, el valor que tuvo el tema “No te dejes desanimar” de La Máquina de Hacer Pájaros, de 1977, es incomparable porque se cantó en el peor momento posible. Para 1980 ya habían cambiado las condiciones de recepción en Argentina.
Si marcamos como un punto de partida musical, literal y simbólica de la Dictadura a la marcha “Avenida de las camelias”, ¿cuál sería en tu opinión la obra musical que lo clausuraría?
También, “Avenida de las camelias” pero como parodia. Como cuando Charly canta “No pasa nada, pasa una banda desafinando el tiempo y el compás” [se refiere al tema “Superhéroes”, del primer álbum solista de García de 1982]. Ojo, sería una clausura temporal de la periodización. El sedimento de la dictadura perdura… Esa es otra cuestión. Pero en términos temporales, la banda militar como afirmación “que desafina el tiempo y el compás”, te da una parábola histórica: 1976-1982.
¿Y cómo eras vos en esa época?
Era muy melómano en un entorno familiar comunista, con un padre peculiar con ciertos vicios autoritarios, como en la cultura de la época. La música es la que me permitió diferenciarme. La música es el modo en que construyo mi subjetividad. Igual, tuve padres generosos: me compraron mi primer piano, me compraban discos. No quiero decir que todo era un acto de confrontación pero la música era el modo de diferenciarme en una familia que tenía todo muy codificado. Y me ayudó mucho. En esa época, en una división de secundaria solo el 10% escuchaba rock. Y después tenías que hacer esa partición de quienes escuchaban un rock más elitista, como yo. Entonces, en un punto, era toda una experiencia muy nerd. Música de minoría de minorías.
¿Y qué era para vos el rock en esos años?
Un coeficiente importante de diferenciación con respecto a otro mundo sonoro. En mi caso, y en el de otros, era un mecanismo de construcción de identidad. Fue un periodo breve para mí, que duró tres o cuatro años, pero intenso. Te diría que me duró del ‘75 al ‘79. Cuando empecé a estudiar música formalmente, a la manera de Toy Story, guardé los “juguetitos” en la cajita. Cuando fui grande me volvieron a impactar pero en aquel momento, como todo pendejo soberbio, dije: “Esto ya pasó”. Y no había pasado un carajo.