El sueño de la orquesta propia

El sueño de la orquesta propia

“El objetivo es mostrar que la Isla Maciel tiene chicos que tocan en una orquesta y que suene bien», dice Freda.

En el Barrio Viejo de la Isla Maciel, partido de Avellaneda, hace más de un año que funciona La Pandilla, una orquesta infanto-juvenil compuesta por 25 músicos de entre 5 y 22 años.

“El objetivo es mostrar que la Isla Maciel puede tener chicos y chicas que toquen en una orquesta y que suene bien. Buscamos que se formen, que aprendan a tocar y leer música y eventualmente que puedan hacer una carrera musical”, cuenta Claudio Freda, director de la Fundación Isla Maciel en diálogo con ANCCOM.

Para los integrantes de la Fundación, formar una orquesta en la Isla era un sueño. “Uno de esos que decís: ‘Qué linda experiencia de aprendizaje, inclusión y acceso a derechos’”, se emociona Freda.

Miguel Ángel Estrella donó un recital y con los fondos recaudados La Pandilla compró los instrumentos de cuerda.

En 2014, la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV) abrió su primera Escuela Secundaria Técnica en la Isla y a través de ella, en articulación con el Programa de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles para el Bicentenario, se formó una orquesta en ella. Pero dos años después la escuela se mudó y también la orquesta.

Por ese motivo, miembros de la Fundación se reunieron con las autoridades de la UNDAV, con los directivos de la Técnica, con una agrupación de músicos peronistas y una asociación cultural del barrio, y dijeron: “Queremos crear una nueva orquesta”.

Freda relata el camino que siguieron para lograrlo: “Hicimos una campaña de financiamiento colectivo y el pianista Miguel Ángel Estrella nos regaló un recital para recaudar fondos. Con eso compramos los instrumentos de cuerda y nos donaron otros”.

La orquesta infanto-juvenil está compuesta por 25 músicos de entre 5 y 22 años.

La Pandilla fue creada el 1° de agosto de 2018. Su nombre viene del centro cultural en cuyo espacio estudian y ensayan. Ahí mismo existía un club de fútbol con el mismso nombre, pero quedó abandonado. Decidieron conservar el nombre en agradecimiento.

La orquesta está formada por su director, Bernardo Scherman; los docentes integradores socio-comunitarios Hugo Maldonado y Guadalupe Gonçalves; el profesor de contrabajo y cello Gonzalo Fuertes; Soledad Liquitaya, violín y viola; Pedro Terán, clarinete y flauta traversa; Nicolás Jager, lenguaje musical, más los chicos y chicas agrupados según lo que tocan.

En un comienzo, la única ayuda que recibían provenía del Programa de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles, el cual se encuentra “muy bastardeado”, según Freda. Cada docente tiene que enseñar dos instrumentos, es especialista en uno, pero brinda los conocimientos básicos de otro. Si bien se sostienen, quieren continuar creciendo. “Necesitamos profesores de viola, cello y percusión, con ellos tendríamos más chicos y más instrumentos. La idea es tener la orquesta completa con más de cincuenta de integrantes”.

Para premiar la responsabilidad y el progreso, algunos instrumentos son entregados a los chicos en comodato.

Al no percibir ningún subsidio del Estado, el conjunto debe autofinanciarse. Cuenta además con el apoyo de distintas organizaciones. “Más allá de la situación en la que vivimos, que nos llevó a comprar alimentos en vez de los insumos para la orquesta, hay gente que nos acompaña, como la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC), que nos brinda el honorario mensual para uno de los profes. La Asociación Argentina de Intérpretes nos donó instrumentos. Mavi Díaz, Teresa Parodi y Celsa Mel Gowland también nos dan una mano”, destaca Freda.

El impacto de la orquesta se refleja en la permanencia de sus miembros: tienen que ir, ensayar y comprometerse. Las presentaciones que organizan en la plaza de la Isla o en otros lugares y los eventos a los que son invitados son un estímulo para que seguir adelante.

“Estudiar música tiene beneficios motrices, intelectuales y emotivos. Y en este sitio en particular, mientras están acá se olvidan de su cotidianeidad, que es difícil, es un momento para divertirse en un contexto cuidado”, reflexiona el docente Nicolás Jager.

Para premiar la responsabilidad y el progreso, algunos instrumentos son entregados en comodato luego de un proceso de evaluación. “El instrumento no es propiedad de la nena o el nene, pero se lo pueden llevar a la casa comprometiéndose a cuidarlo, si se daña repararlo, en la medida que puedan, y practicar. El propósito es extender las pocas horas de ensayo y además que ocupe un lugar en su vida. El arte contribuye al desarrollo, la expresión, la comunicación con el otro y la resignificación de los pibes”, afirma Freda.

“Me sentí feliz cuando me dijeron que me lo podía llevar”, dice Ariana, de 10 años, quien desde entonces ensaya con el violoncelo en su habitación. Marcela, mamá de Sofía, la cellista de La Pandilla, remarca que gracias a la música su hija “cambió mucho su carácter”. “Antes era muy vergonzosa y ahora habla más, hasta la ayudó en el colegio”, dice.

La orquesta tiene una luthier, Silvia, que está coordinando la fabricación de una guitarra colectiva. Este proyecto surgió cuando la Universidad Nacional de las Artes (UNA) creó una diplomatura online de luthería y becaron a dos estudiantes. El problema apareció cuando les informaron que la práctica debían hacerla en un taller externo y pago. Ante esto, Silvia pidió que los becaran y ella ofrecería el taller, de manera gratuita, en el espacio de la orquesta. Por ahora están abocados a las guitarras, pero la expectativas es armar otros instrumentos.

El pasado 10 de septiembre la Fundación Isla Maciel organizó un concierto a beneficio de La Pandilla en el Teatro Roma en el que se presentaron Eruca Sativa e Hilda Lizarazu, entre otras artistas. “En términos de recaudación, por la calidad y el esfuerzo no sé si fue el mejor resultado. Si bien había mucha gente, no se llenó. El teatro tiene capacidad para 500 personas y habría 300. Sí fue un alivio para pagar los honorarios de los próximos dos meses”, señala Freda.

Signada por la crisis, que en la Isla pega duro, la orquesta ha cumplido un papel de contención, en ciertos casos muy concreta. “Tuvimos que salir a dar respuestas a una emergencia alimentaria y habitacional, e incluso alojar a tres familias que estaban en situación de calle –subraya Freda–. Esta gestión marcó fuertemente sus vidas y a nosotros mismos, porque trabajamos en el desarrollo de la comunidad. Fue importante ocupar los espacios que se desatendieron”.

Y sobre el efecto de las políticas neoliberales del gobierno de Mauricio Macri, opina: “Dentro de todo lo negativo, fue positivo porque nos empujaron a hacerlo, a ir contra la corriente generando vías para la creatividad, el desarrollo, el ‘enciudadanamiento’ y decir: ‘Somos ciudadanos con derechos, y también con derecho a la música, aunque nos estén cagando de hambre’”.

Mientras tanto, La Pandilla va por más. El próximo objetivo es armar un coro e incorporar una flautista. Y con la fuerza con que formaron la orquesta, esperan sostenerla y ser parte de un frente de lucha por la restitución del Programa de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles.

De la villa a Europa

De la villa a Europa

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Fuera de Foco Crew es una banda de cuerpos que se gestó en los barrios más vulnerados de San Isidro -La Cava, San Cayetano y el Barrio Sauce- en 2015. La compañía artística, que acaba de presentar la última función de su obra ¿Quién levanta la mano?, se prepara para llevar su performance popular, poética y rebelde en su segunda gira internacional por Europa. Los integrantes de la compañía no actúan por actuar ni bailan por bailar: poetizan, se rebelan y luchan a través de la danza, el rap, el hip hop, el teatro y la poesía. Romina Sosa, la directora, en diálogo con ANCCOM repasa: “Fue la necesidad de mirar más allá de la danza, del rap o la poesía. Daba talleres en La Cava, San Cayetano y el Barrio Sauce, barrios populares de San Isidro y un día se me ocurrió juntarlos. No es fácil, y requiere paciencia, porque hay enfrentamientos territoriales y surge el ‘yo no me quiero juntar con el de este barrio’. Al principio, fue más orientado a las pibas cuando convoqué hace cinco años a una movilización y un flashmob frente al Congreso desde estos barrios para agitar y gritar con nuestros cuerpos lo que nos querían hacer callar a las mujeres, los derechos que nos quieren quitar, la vida misma”.

Fuera de Foco Crew estuvo en Alemania el año pasado presentando esta misma obra y se prepara para volver a viajar el año que se aproxima. Además de presentarse también en Francia y Eslovenia. Evelyn López, una de las artistas del colectivo reflexiona: “Haber llegado hasta allá fue el reconocimiento de tantos años de esfuerzo: ensayar para hacer una coreografía sin tener donde presentarnos y un día que te digan que podés hacer una gira y llegar a Europa. Hasta te da un poquito de esperanza, porque en el contexto en el que vivimos es impensado decir ‘viajamos a Europa’. No sólo para nosotros. Mi hermanito me dijo que nunca iba a poder conocer otro país y después vio que yo pude. Es un mensaje para todos los chicos del barrio: que no tenemos un techo que nos marque hasta dónde podemos llegar y que nadie nos dice si podemos cumplir nuestros sueños o no. Creo que el viaje fue eso: un suspiro de esperanza para nosotros y el barrio. Todos podemos tener las mismas oportunidades, aunque a nosotros nos cuesta un poco más”.

La directora de este colectivo artístico trabaja en la Fundación de Beccar y ha tenido la posibilidad de viajar con el arte, pero dice que aquella vez fue diferente. “Fue la primera experiencia de los chicos. Es un golpe de realidad también. Todo lo que vivimos juntos nos hizo entender quiénes somos, qué hacemos y por qué. Europa no es lo mismo que nuestros barrios. Nos hizo más fuertes saber que hay otros lugares con infraestructura, énfasis en políticas públicas, mientras que acá no hay. Y de ahí sacamos la posibilidad de decir ‘esto es lo que somos, lo que hacemos y sentimos’. Y llegar hasta acá está zarpado porque miramos esto y decimos, ahora más fuerte que nunca, que tenemos que agitar a los barrios y a sus pibes, acompañarlos», explica y reconoce que la gira fue un proceso de creación en sí mismo.

Sosa se tituló en Arte y Danza en la Fundación “Crear Vale la Pena”, un centro cultural comunitario en la localidad bonaerense de Beccar. Además de ser artista y bailarina, es educadora y trabaja dando talleres de Educación Sexual Integral en escuelas. “La educación es cuerpo – dice- y el arte un derecho y educación”.

La propuesta de esta obra teatral performática consiste en ponerse en el lugar del otro. La directora plantea que “la poesía es de todos o no es de nadie: te sentás y podés sentirte realmente en el lugar de todos estos actores. Porque tuviste la posibilidad de vivir dignamente, tal vez no sentís lo que sentimos nosotros. Nos interesa que la gente vivencie a través de nuestros cuerpos emociones, estados y mensajes acerca de ciertas cuestiones políticas y sociales. Pensamos en qué temas tocar y queremos describir en nuestros cuerpos los derechos que merecemos por ser villeros y villeras. En nuestros barrios hay temas como la exclusión, además tocamos género –yo sufrí abuso sexual por muchos años– la educación y la seguridad. Ponemos el cuerpo en marcha y movimiento para mostrar al mundo los diferentes estereotipos que son, al final, un estereotipo uniforme. Y trabajamos con un mensaje de lucha social y transformación consciente a la vez”. Evelyn cuenta: “El mensaje de ¿Quién levanta la mano? no es uno, sino que es el conjunto de la problemática: es pasarla por el cuerpo, vivirla y visibilizar cómo sentimos y vivimos el sistema sobre nosotros”.

Quienes forman parte de Fuera de Foco Crew se denominan agitadores culturales. Cada vez que pasa algo en el territorio, lo cuentan, acompañan estos procesos duros en el barrio que tienen que ver con el trabajo esclavo infantil, las adicciones, el abuso sexual, violencia de género, urbanismo social y exigen entre sus reivindicaciones el derecho a un hábitat saludable y a la educación. Agitadores culturales porque la obra comprende una forma de creatividad social y política. Para Sosa: “El muro que separa un country de una villa es también cultural. Hay maestros y maestras que sufren dentro y fuera de la escuela porque siguen padeciendo en sus casas, no se olvidan de los pibes. Para nosotros el arte es una herramienta de transformación poderosa. No somos artistas en escena, sino que también cada uno es referente en su barrio”. Explica la dimensión pasional propia de la creación artística: “No podríamos haber hecho ¿Quién levanta la mano? si no fuésemos personas cognitivas, sensitivas. El cuerpo no sólo respira, canta y siente, sino que también piensa. La cabeza comanda al cuerpo y la pasión es la que nos mueve a crear. Pienso, siento, soy. Pensamos con el cuerpo, poetizamos los ambientes sonoros, somos rebeldes a la hora de plantarnos con un rap. Usamos diversas disciplinas artísticas porque el mundo es diverso cultural y sexualmente y de todas las formas que nos podamos imaginar. Más allá de artistas y activistas jóvenes por los derechos, somos humanos”.

Fuera de Foco Crew está empezando la gestión para el año próximo crear la Escuela de Agitadores Cmunitarios y seguir proyectando el arte en los barrios. Cuenta Romina que ese es también su objetivo: “Llevar el mensaje a más personas y al mundo sobre qué es la cultura viva y popular de acá. Es tierra, cemento, cuerpo, voces queriendo ser escuchadas, de los que están y de los que ya no están”.

¡Qué Quilombo!

¡Qué Quilombo!

El sábado pasado se llevó a cabo la 10º Llamada de Candombe Lindo Quilombo organizado
por las propias comparsas participantes de forma colectiva, independiente y autogestiva.
Comenzaron templando los tambores durante la tarde, en la esquina de las calles México y
Tacuarí, y por el desfile, se desarrolló hasta cerca de la medianoche, cuando las comparsas
llegaron al Bajo. Las comparsas, un año más, se hicieron presentes en este suelo histórico
de los barrios del Tambor Montserrat y de Los Candomberos de San Telmo.
En esta oportunidad, además, la llamada se vio marcada por el intento de reforma del
Código Contravencional de la Ciudad, la cual tiene como objetivo ampliar las facultades de
las fuerzas de seguridad para intervenir en los espacios públicos. Si esta reforma sigue
adelante, ni siquiera va a tener que haber una queja para que la policía intervenga, sino que va a contar con la facultad de hacerlo automáticamente cuando considere que cierta
expresión cultural es un ruido molesto.
Mediante el Decreto N° 658/2017 la Argentina ratificó la implementación del decenio Internacional de los Afrodescendientes (proclamado por las Naciones Unidas para el período 2015/2024). Ya en 2009 el candombe ha sido declarado Patrimonio Cultural
Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, y reconocido en la Ciudad de Buenos Aires
por la Ley N° 4.773, sancionada en el 2013.
Esta Llamada tuvo como consigna el homenaje a “las almas de nuestros ancestros
Afrodescendientes, embajadores del Candombe en Argentina”: la Pocha, Santa Hilda
Techera Da Costa, una “Mama Vieja” del candombe afrouruguayo y el Gramillero, profesor
José Delfín Acosta Martínez, un “Mártir Negro” del Río de la Plata.
“El Ka Ndombe –dice el activista afrodescendiente Ángel Acosta Martínez- nace y se nutre
de influencias de pueblos de varias culturas africanas ancestrales, y surge a consecuencia
del sometimiento y la necesidad de lucha de libertad y resistencia, y del intento de
preservarse como personas, identidad, sentido de pertenencia y formas de vida, a otras
culturas ajenas a este continente colonizado y devastado sistemáticamente por la doctrina de la Iglesia y la ambición de países europeos, que los trajeron en condición de
esclavizados/as al Virreinato del Río de la Plata y Brasil, que luego se convirtieron en países
y se fusionaron con otros elementos.”

Mirando el futuro de las migraciones en el cine

Mirando el futuro de las migraciones en el cine

CineMigrante nace en el año 2010, en un contexto donde la Ley Migratoria -aprobada en el año 2003 por el Congreso- se comienza a implementar, estableciendo el derecho a migrar como derecho humano. Con el objetivo de promover el diálogo intercultural y la integración de las diferentes culturas, el festival se propone reflejar las actuales problemáticas que conllevan los desplazamientos de las personas, y desnaturalizar los estereotipos propuestos por los medios hegemónicos de comunicación. “La idea es realizar un evento que trascienda lo cinematográfico. Queremos crear consciencia sobre esta problemática en el mundo, que cruza transversalmente a todas las naciones”, comenta Érica Denmon, encargada del Área de Prensa del evento, cuya novena edición se realiza hasta el próximo miércoles en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano.

El festival se desarrollará en numerosas sedes distribuidas en Avellaneda, Vicente López y el Centro porteño. El Centro Cultural General San Martín, el Espacio INCAA Cine Gaumont y Casa Brandon son algunas de las salas donde habrá proyecciones. Con entrada libre y gratuita, CineMigrante contará con más de 70 películas de 35 países del mundo. Sin embargo, no se conformará con la experiencia cinematográfica, sino que cruzará esa barrera al incluir diferentes actividades como performances, presentaciones de literatura y música.

Foto gentileza Cooperativa SUB

Cristina Voto, curadora de la Sección Central, comenta acerca de la motivación de realizar el festival en la Argentina, país en continua conformación identitaria: “Siendo una tierra indígena, poblada con posterioridad por una enorme migración europea que trajo consigo la migración forzada de África, permeada luego por flujos migratorios de países de Latinoamérica, nuestras prácticas se nutren y fusionan permanentemente, construyendo una identidad necesaria de ser elaborada colectivamente”.

Sin embargo, a pesar de haberse originado en Argentina, CineMigrante, fiel a su naturaleza, ha comenzado a transitar diferentes países, como España, Colombia o Italia, en donde se han organizado presentaciones para generar un espacio cultural que permita la profundización de la temática de la movilidad humana.

“El fenómeno migratorio tiene una especial centralidad en la actualidad, derivado justamente del restablecimiento de políticas económicas, sociales y culturales que refuerzan el poder derivado del sistema colonial. Son hoy los países colonialistas los que ven las consecuencias de su modo de ejercer el dominio en las puertas de sus fronteras. Y es así como CineMigrante entonces toma en cada país un modo particular de tratamiento del fenómeno”, explica Florencia Mazzadi, directora del Festival.

Foto gentileza Cooperativa SUB

Además de las secciones competitivas, el festival contará con dos secciones especiales: “Noches extrañas” y “Territorios en disputa”, tres muestras retrospectivas y la presentación de dos libros de la editorial Caja Negra: Más brillante que el sol, de Kodwo Eshun y Xenofeminismo: tecnologías de género y políticas de reproducción, de Helen Hester. Además, habrá secciones  de realidad virtual y mesas de debate. “Este año va a haber varias mesas que trabajen la temática migrante, la cuestión de género y la cuestión de disidencia sexual. También habrá instalaciones de realidad virtual con el tema principal y el eje de la muestra es el afro futurismo”, agrega Érica Denmon. En tanto, “Futuridades nómadas: temporalidades cinematográficas desde América, África y el mundo árabe”, funcionará como Sección Central y ese recorte será el eje temático de esta edición.

Mazzadi afirma que ante las amenazas causadas por el cambio climático, el agotamiento de los recursos y la crisis financiera, reflexionar acerca del futuro se convierte en una pulsión de vida. “Ante esa sensación de ‘lenta cancelación de futuro’ para muchos, CineMigrante se propone realizar un ejercicio experimental de descubrimiento e imaginación para repensar el presente mirando la presentación del futuro”, afirma.

Finalmente, Voto asegura: “Entendemos que estamos ante un momento bisagra y que debemos intervenir en nuestro futuro como espacio de acción y deseo. Y es por ello que nos animamos a armar la edición de este año con el objetivo de recuperar las visiones del futuro desde esta parte del sur del mundo”.

Foto gentileza Cooperativa SUB

Un bar de colección

Un bar de colección

 

Enrique Fauri, el dueño del bar.

La noche está helada, pero adentro hay calor. Las luces están bajas y la música fuerte. Sobre las paredes cuelgan cuadros realizados con diferentes técnicas y realizados por distintos autores. Un rincón lleva pintado la cara de una mujer que tiene los ojos cerrados y el pecho abierto: parece querer respirar hondo el aire de la madrugada. A su derecha, detrás de un acrílico, el sobre de cartón original del long play Artaud, de Pescado Rabioso, grupo integrado, entre otros, por Luis Alberto Spinetta. A su izquierda, un poco más allá, muñecos en miniatura con personajes de la historia del rock argentino sentados a la mesa como en La última cena, el famoso cuadro de Leonardo Da Vinci. En el centro, una barra de madera larga, con una caja registradora antigua sobre su falda, que sostiene al público y a la columna vertebral del bar: un tercio de la colección de más de 12 mil vinilos que guarda su dueño, Enrique Fauri.

Quique, como es conocido, tiene ojos oscuros, 65 años y lleva 50 viviendo de la música. Su barba larga y tupida se confunde con el pelo lacio que lleva por los hombros. Usa remera oscura y camisa a cuadros desprendida. A simple vista es un hípster o un leñador o alguien que viene del futuro a decirnos dónde está la clave: “Los vinilos es lo único original que existe en el planeta”. Sus dedos tienen memoria técnica. Entre los 2.500 discos que guarda en la estantería decorada con fotos carnets, estampitas del Gauchito Gil y tapas de álbumes históricos, sus yemas leen mejor que un escáner y su oído detecta la energía del ambiente en cuestión de segundos. “Podemos empezar escuchando Gospel, porque entró una pareja y sé que les gusta y terminar bailando tarantela o lentos, como en los ’80. Es espontáneo”, dice. Una espontaneidad que cocinó durante todo este tiempo de vida: una combinación de ser DJ en la zona Oeste durante las décadas del 60 y 70, tener una discoteca y luego una disquería en Mercedes (por aquél entonces un pequeño pueblo), para convertirse hoy en algo más que el dueño de “Vinilo”, uno de los pocos bares del país donde pasan exclusivamente música en ese formato antiguo, original y –al parecer- eterno.

Vinilo nació gracias a un rayo”, dice Esteban Fauri, hijo y productor musical del espacio: “Mi viejo estaba en (el bar) La Oveja Vasca, con mi hermano y hubo un bajón de luz. Cuando volvió se había quemado la computadora con la que pasaban música. Entonces probaron con un tocadiscos que tenían en exhibición, lo enchufaron y andaba. Le dieron diez pesos a mi viejo para que se fuera en taxi hasta mi casa y volvió con veinte vinilos y ahí arrancó a poner música.” Aunque, para ser objetivos y realistas, ahí no empezó la historia. Ni la de Vinilo ni la de Quique Fauri pasando música. Sí, pasando música porque el verbo ‘pasar’ es diferente del verbo ‘poner’. Cuando uno ‘pasa’ música la acción implica una atención constante a lo que sucede con ese artefacto y un uso de las manos distinto al ‘poner’ música donde lo único que hay que hacer es colocar un cd y dar play. “Es como para el gaucho el mate de la mañana. Para mí ese ritual es una parte natural. Es como si fuera una extensión de uno”, explica Esteban. “Yo por ahí tengo las manos como si las tuviera en la bandeja”, dice, mientras imita un movimiento que emula al paso de Thriller. Por decirlo de algún modo, su padre es uno de los creadores de aquel ritual al que hoy asisten adultos y jóvenes. Unos, recordando otras épocas, otros investigando lo viejo y lo nuevo, yendo de lo digital a lo analógico, entendiendo aquello que tiene el vinilo, de irrepetible y singular.

«Vinilo es como un instante, un aura, Vinilo está completamente vivo y en revolución», dice Esteban, hijo de Quique.

Enrique Fauri recibió el don a sus 12 años cuando su padre llegó con un Winco: “Para que pudiera escuchar algo. En ese momento me dio un disco simple y ese simple está allá”, señala. “Era de The Beatles: el lado A, ‘Twist y gritos’ y el lado B, ‘La vi parada ahí’”, recuerda mientras mira una de las paredes de ladrillo a la vista. Después de ese día, la rutina de Quique era ir y venir a la disquería que quedaba a 15 cuadras de su casa: “Pesito que agarraba, me compraba un simple. Me rompió la cabeza eso: el usar el Winco con algo arriba para que suene, sea lo que sea. De ahí no paré más. Como algo físico. Y eso que yo escuchaba me abría la cabeza entonces yo no pensaba en nada más que en juntar eso, como otro pensaría en juntar figuritas.”

El don convertiría a Quique en el extraño de pelo largo que pasaba música en los cumpleaños de sus amigos, para luego transformarse en Dj de la zona oeste de Buenos Aires y tocar en lugares como Juan de los Palotes, Camelot, Pinar de Rocha y Waikiki. El escritor Hernan Casciari, nacido en Mercedes, lo retrató en la revista mercedina La ventana hace 26 años. Allí lo imaginó sobreviviendo gracias a una dieta a base de vinilos, luego de quedar encerrado durante días en una casilla de DJ. Enrique Fauri – y por ende las noches de Vinilo– cuentan con un banquete prodigio. Dentro de su colección aparecen simples como “Rebelde”, de Los Beatniks -considerado el primer disco de rock nacional-, discos originales de Los Gatos, Manal, Vox Dei, La Cofradía de la Flor Solar, y las primeras ediciones del rock internacional editadas en Argentina. Entre ellos, el original de Corazón de madre atómica, de Pink Floyd.

Enrique nombra títulos ingleses en español y, sin querer, remarca un estado de época: “La única guía que teníamos en ese momento era la revista Pelo. Aunque después lo tenías que escuchar cien veces para que te empiece a entrar”, recuerda. La colección se fue ampliando durante los años, gracias a la insistencia y el capricho: “Cuando fue el boom del CD, los vinilos pasaron a valer un peso. No se los llevaba nadie”, cuenta rememorando su época de vendedor en DiscoLibra, local que mantuvo vivo durante 30 años. “Todos deslumbrados por el CD y yo me guardé miles de vinilos. Yo sabía que eran míos y que no podían desaparecer.” La disquería fue el tercer momento luego de una vida de DJ y como dueño de Oikos, un boliche que revolucionó la noche mercedina. Pero en 2007, un incendio arrasó con el local y todo lo que vio a su paso. En el 2011, los planetas se volvieron a encontrar y luego de aquella noche en el Bar La Oveja vasca, su vida y la de sus hijos tomarían un nuevo rumbo habilitando un punto de inflexión en la historia de la colección de música en Argentina.

“Esa noche el bar del Oveja (como le dicen a su dueño) en vez de cerrar a las once cerró a las cinco de la mañana”, dice Esteban, orgulloso. Su padre volvería a pasar música después de décadas. Por otro lado, el deseo de la pasión puesto en una púa y la insistencia hicieron lo suyo: “Teníamos tantos vinilos en casa, tanta música que no sabíamos cómo mostrarla”, dice Quique. “Invitábamos a un par de amigos a nuestro comedor y poníamos a Jimi Hendrix, a Nicola Di Bari, parecía que estaban tocando adentro de nuestra casa. Y surgió la idea, en forma natural, de hacer algo, que no sabíamos en qué formato, para tener los discos, los long plays y los simples a disposición de la gente”, cuenta mientras arma un cuenco con su mano derecha, mostrando el lugar. Hoy, siete años después y varias noches de borracheras y discusiones mediante, esa magia se mantiene: “Yo vuelvo a mi adolescencia”, dice Quique. Su hijo y primer fan, agrega: “Tengo el ojete de tenerlo a él como viejo, yo lo asumo como una escuela de producción del oficio del DJ.”

La estantería guarda 2500 discos y está decorada con fotos carnets, estampitas del Gauchito Gil y tapas de álbumes históricos.

El fuerte de aquel extraño está ubicado en el ala izquierda de la barra donde transcurre la mayor parte de la noche. Desde allí realiza un medio giro que va de la bandeja al público y del público a la bandeja. Les da la espalda y regresa. O regresa, saluda a alguno con sus dos manos cerradas y pulgares en alto y les da la espalda. Realiza la alquimia musical. Luego, apoya sus manos sobre la madera marcada por vasos de Fernet, cerveza, vino y picadas. De este modo recibió y recibe a todos los músicos que pasan por este reducto cultural. Locales e internacionales, como Black Amaya, Daniel Maza, Robin Benjeree (ex guitarrista de Amy Winehouse), Amparo Sánchez y artistas de otras disciplinas como cine, literatura y pintura, que dejaron su aura dentro de Vinilo. Sólo hubo una excepción: Miguel Cantilo. “Casi me desmayo. Vos sabés que la emoción continuó hasta que se fue Miguel. Casi no pude disfrutar del show».

Vinilo, bar temático y cultural, como es su nombre completo, es además un bar familiar. Gastón, su otro hijo, está encargado de la barra y la cocina. “Acá estuvimos 40 días y 40 noches entre amigos, levantando esta esquina que estaba venida abajo”, cuenta Esteban con una sonrisa de orgullo y felicidad. “Lo hicimos desde el amateurismo –dice-. Fue como un sueño hecho realidad y también un sueño colectivo. Algo que se montó con muchísima gente. También fue un homenaje a eso, a ir en contra de los libros que dicen no hagas nada ni con familia ni con amigos”. Y el respaldo de aquellos vinilos, claro. Gracias a ello conocieron también a Gustavo Santaolalla. Quique guarda entre sus ejemplares una de las 500 copias del simple Blues de Dana, con el cual el músico argentino ganó en el Festival Beat de la Canción Internacional de Mar del Plata, en 1970. “Por medio de una amiga que trabaja en el Centro Cultural Kirchner supe que Santaolalla estaba buscando varios de sus discos. Caí de sorpresa. Era encararlo y con el plan efecto sorpresa. Estuvimos hablando un rato. Ni amagó a pagarlo porque sabía que yo no estaba ahí para vendérselo, sino para mostrárselo y nada más.”

En la esquina de la 23 y 24 algunos recién llegados, curiosos de sus trucos, le preguntan qué es eso que suena. El abanico es amplio: tarantela, paso doble, Michael Jackson, Depeche Mode o Gilda. “Mamó la música de ya tres épocas, está super abierto y conoce nuestra generación. Los 80, los 90, los 2000. Vivió de eso y generó una cierta potestad”, resume Esteban.

“Hoy Vinilo es el cierre perfecto de mi vida -analiza Quique- porque con esto ya arrancaron un nuevo oficio nuestros hijos, Gastón y Esteban. Como padre estoy hinchado de felicidad y re orgulloso”, y los ojos oscuros se le llenan de agua salada. “Vinilo es como un instante, un aura, Vinilo está completamente vivo y en revolución”, concluye Esteban. Un instante de forma circular, un aura original de sonido que se gestó con la devoción por un formato y que un rayo terminó de dar vida.