Escribir la historia con imágenes | Estuve ahí

Escribir la historia con imágenes | Estuve ahí

El fotógrafo Eduardo Longoni registró para que recorra el mundo la imagen de los comandantes de las juntas militares sentándose en el banquillo en el juicio que fundó la democracia. También fue quien aportó las pruebas gráficas judiciales que demostraron que hubo personas desaparecidas tras el asalto al cuartel de La Tablada, en 1989. ¿Cómo se sacan fotos llorando?

40 AÑOS – COMUNICACIÓN Y DEMOCRACIA (1983 – 2023)

ANCCOM –junto a la Carrera de Ciencias de la Comunicación y a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA- lanza Estuve ahí, un ciclo de entrevistas audiovisuales a los protagonistas de estos 40 años de democracia que celebra la Argentina.

 

La serie recorre los temas más trascendentes que tejieron la trama social desde 1983: los derechos humanos, la vida política, el mundo del trabajo, la economía, la deuda externa, la vivienda, los pueblos originarios, el campesinado, las luchas de género y diversidades, el ambientalismo, la cultura y el mundo de la comunicación, entre muchos otros.

Cada conversación constituye un verdadero diálogo intergeneracional entre los jóvenes periodistas de la agencia y aquellos que escribieron la historia.

Estrenamos todos los lunes! La primera, que estará disponible el próximo 28 de agosto, será a Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.

Entre los entrevistados se pueden mencionar a Adolfo Pérez Esquivel, Estela Carlotto, León Arslanián, Héctor Recalde, Federico Pinedo, Gustavo Grobocopatel, Mercedes Marcó del Pont, Daniel Arroyo, Dora Barrancos, Myriam Bregman, Juliana Di Tullio, Ana Castellani, Noemí Brenta, Luis Felipe Noé, Daniel Divinsky, Eduardo Longoni, Moira Millán, el padre Pepe Di Paola, Flavio Rapisardi, Emilce Moler, Manuel Goncalvez, Gervasio Muñoz, Enrique Viale y Damián Loreti, por mencionar solo algunos.

Créditos

ANCCOM
Equipo Audiovisual: Eduardo Morales – Jairo García – Noelia Pirsic
Producción Periodística: Diego Rosemberg, Sebastián Comellini, Clarisa Veiga, Ángel Berlanga, Cecilia Chervabaz, Esteban Magnani, Guillermo Wulff, Alejandro Cánepa, Horacio Cecchi, Adriana Meyer, Federico Corbiere.
Producción Fotográfica: Victoria Gesualdi y Leandro Teysseire.
Redes y Contenidos Digitales: Julio Alonso y Estefanía Hernández.
CEPIA
Florencia Mendes, Javier Ildarraz, Gustavo Intrieri, Nadia Rebrij, Florencia Canosa, Juan Lescano, Jorge Pinola.
Autoridades CCOM
Larisa Kevjal – Directora
Dolores Guichandut – Secretaria Académica | Sebastián Ackerman – Coordinador Técnico | Yamila Campo – Coordinadora Centro de Prácticas
Equipo de trabajo
Lucía Thierbach, Grisel Schang, Paula Morel, Emilia Silva y Sebastián Comellini
Un fotógrafo de película

Un fotógrafo de película

Se estrenó «Una mirada honesta», la película que homenajea al fotoperiodista Eduardo Longoni, autor de imágenes icónicas como la de La mano de Dios o la que permitió condenar a los responsables de las desapariciones en el cuartel de La Tablada.  

Las fotografías de Eduardo Longoni nos interrogan ¿Son bellas o comprometidas? ¿Gritan una verdad o son una obra de arte? Sea cual fuere la respuesta, la mirada del fotoperiodista estuvo siempre atravesada por un mismo sentido: el de la honestidad.

El documental “Una mirada honesta”, sobre el fotógrafo Eduardo Longoni, quien retrató con su lente varios de los más relevantes sucesos de los últimos 40 años de la historia argentina, se estrenó este jueves 3 de noviembre en el emblemático cine Gaumont. Con dirección de Roberto Persano y Santiago Nacif, Longoni asume, con cierto pudor, ser merecedor de una película; pero, a la vez, entiende que es “un reconocimiento a la generación de fotógrafos que representa”.

En diálogo con ANCCOM, Eduardo Longoni elige dos fotografías como las más icónicas de su carrera profesional: “la foto de los dos guerrilleros, rindiéndose ante un oficial del ejército en La Tablada logra, con el correr de los años, desentrañar un crimen horrible. Casi todo mi trabajo está justificado en esa foto. Los dos están desaparecidos [en referencia a Jose Alejandro Díaz e Ivan Ruíz] y es la última fotografía de ellos con vida que sirvió como prueba para condenar al General que los hizo desaparecer”. Otra de las fotografías emblemáticas de Longoni es su retrato de  “la mano de Dios”: “No tengo dudas -asegura- que la foto de Maradona haciendo el gol con la mano a los ingleses es mi foto más conocida acá e internacionalmente».

“La fotografía, cuando sirve para desentrañar un crimen horrible en plena democracia, justifica tu vida como fotógrafo», dice Longoni.

Al respecto, Longoni añade que “la foto tiene varias vidas”, que, si bien no se puede cambiar el mundo a partir de una fotografía, sí puede aportar un granito de arena a la sociedad. “La fotografía cuando sirve para desentrañar un crimen horrible en plena democracia, justifica tu vida como fotógrafo y adquiere el valor de transformarse en una prueba contundente”. A continuación, el fotoperiodista, relata que “en el juicio en el cual condenan a Alfredo Arrillaga conoció al hijo de José Alejandro Díaz. Este chico creció viendo esa foto porque no tenía otra imagen de su papá”.  

Longoni describió al fotoperiodismo como “la posibilidad de mostrarles a aquéllos que no puedan estar en un lugar, tener ojos de lo que está pasando en la vida de esa sociedad”. Para el fotoperiodista, es “condición sine qua non estar en el lugar. El azar tiene importancia, yo soy un convencido que el azar tuvo que ver con mi fotografía”.

Consultado sobre la construcción de su mirada profesional, Longoni considera que “la mirada se va construyendo. Cuando empecé a fotografiar no sabía nada, si bien siempre fui un adolescente inquieto, leía mucho y vi el cine que pude en esa época. La mirada se va construyendo no solo con las fotos, sino viendo las fotos de los grandes maestros del fotoperiodismo, viendo cine y leyendo. Hay novelistas, escritores, que en su mundo están plagados de imágenes, uno de los grandes hacedores de imágenes latinoamericanas es el  escritor Gabriel Garcia Marquez.  Todo ese conjunto de lecturas, fotos y cine va empezando a generar una mirada”.

En este aspecto, el fotoperiodista aconseja a aquéllos que estén iniciándose en los estudios en fotografía: “lean mucho, vean mucho cine. Y por más frustraciones sigan adelante. Para mí es uno de los oficios más grandes de la tierra”.

Una mirada honesta

Las primeras imágenes de las Madres de Plaza de Mayo que dan la vuelta al mundo, la mítica foto del gol de Diego Maradona con la mano a los ingleses en el Mundial de 1986 y la serie sobre el histórico Juicio a las Juntas Militares, son algunas de las fotos más emblemáticas captadas por la lente de Eduardo Longoni.

Este fotógrafo, que tuvo a la violencia como una marca indeleble desde sus inicios, sintetiza el compromiso de toda una generación de fotoperiodistas que resistieron en la calle durante los oscuros años de la dictadura cívico-militar.

Longoni es un artista inquieto, que se reinventa y se lanza a buscar nuevos desafíos profesionales. Mientras prepara una retrospectiva por sus 40 años de trayectoria, resignifica sus fotos recurriendo a nuevas formas y  lenguajes artísticos.

Hoy, alejado de las calles, Eduardo vuelve la mirada hacia sus orígenes. Recorre los lugares de su infancia en la ciudad de Mar del Plata, y decide montar allí una proyección pública de fotos, imprimiendo sus imágenes sobre las  olas embravecidas del mar.

«Buscar el mejor lugar y poner el cuerpo»

«Buscar el mejor lugar y poner el cuerpo»

Una muestra en Tecnópolis recorre 40 años de la carrera del fotoperiodista Eduardo Longoni y de la represión estatal en la Argentina.

La gente se acerca, niños y niñas miran los asientos y ven una postal sobre cada una de las sillas, toman un par y mientras se sientan las miran, las comparan, comentan entre ellos qué es lo que sucede en las imágenes. Cada vez más personas ocupan sus lugares y esperan para ver al fotógrafo Eduardo Longoni que junto a Cora Gamarnik, investigadora del fotoperiodismo, presentará la muestra “Una mirada honesta” que se puede ver hasta el 12 de diciembre y recorre más de cuarenta años de la carrera profesional de Longoni, a través de quince de sus obras más importantes.

Los protagonistas aparecen seguidos por una cámara que filma su recorrido por el espacio mientras hacen comentarios sobre las imágenes alrededor. Es que desde un principio la muestra surgió a partir de la realización de un documental bajo la dirección de Roberto Persano y Santiago Nacif. De repente, se detienen en el medio de la sala junto a la atracción principal, se trata de un Ford Falcon verde que Longoni compró por internet y luego recubrió casi en su totalidad con una de sus capturas más reconocidas. Para Gamarnik, se trata de una instalación que “tensiona los límites de la fotografía, dándole una profundidad que por su bidimensionalidad esta no puede alcanzar”. 

Los momentos

Todo se puede explicar a través de las fotografías. Cada una de las imágenes exhibidas son capturas de momentos de violencia en las que el Estado argentino fue la fuerza perpetrante. El período elegido se extiende desde 1981, cuando Longoni todavía no había cumplido 22 años y recién había dejado la Carrera de Historia para dedicarse de lleno a la fotografía, hasta el 2017, durante las manifestaciones en contra de la reforma jubilatoria propuestas por el gobierno de Mauricio Macri que terminaron en represión. Para él, estos períodos tienen puntos en común: “Recién volví a ver la agresión tan decidida hacia los fotógrafos del principio de los ochentas en el 2017”, dice.

El retrato de este tipo de violencia, sin embargo, no siempre tuvo las mismas formas. La primera imagen, en orden cronológico, es una de sus obras más reconocidas, y la que está ploteada en el Falcon: se trata de una captura que hizo en 1981 en un acto del Día del Ejército, en donde decenas de uniformados miran a cámara de costado. “Los primeros momentos de la dictadura eran años en los que en la calle pasaba poco a la vista, porque los militares tenían ese precepto de que si algo no se ve es porque no ocurrió”, comenta Longoni. Ese ocultamiento dictatorial se extendía hacia las redacciones de diarios y revistas de la época mediante actos de censura directa e indirecta: “Ahí aprendí a fotografiar como si tuviera una segunda cámara, algunas eran para los medios y otras las guardaba porque sabía que nunca iban a salir en la prensa”. Esta es la razón por la cual esta foto no fue presentada recién hasta 1983 y la razón por la cual la instalación cobra un sentido tan fuerte: “El Falcon es una manera de representar la idea del aparato represivo de la dictadura, de la máquina que hacía desaparecer a la gente”.

Con la llegada de la democracia llegaron los juicios hacia los represores, en los que Longoni pudo capturar el momento en el que los miembros de las juntas militares pasaban al banquillo de los acusados: “Había una puerta que se iba a abrir e iban a aparecer estos monstruos. En ese momento se me vinieron a la mente todas las personas que ya no estaban”. La noticia de que un país juzgara y condenara a sus dictadores por delitos de lesa humanidad recorrió el mundo por lo inédito del caso y su imagen recorrió el mundo: “Fue la única foto de mi carrera que hice llorando”.

Sin embargo, la violencia estatal no cesó y Longoni no dejó de documentarla, dentro de los momentos elegidos se puede ver la imagen de un policía disparando hacia un tumulto de gente en una marcha durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el alzamiento carapintada, el copamiento de La Tablada, una movilización por el atentado a la AMIA, el pedido de justicia por José Luis Cabezas y los momentos de tensión en Plaza de Mayo en diciembre del 2001.

La fotografía de La Tablada fue un documento clave para la condena judicial del ex general Alfredo Arrillaga.

Su relación con la militancia fue un punto clave a lo largo de su carrera, tanto que para Santiago Nacif “lo fundamental de su obra es poner el cuerpo, estar ahí, intervenir desde una mirada que nosotros consideramos honesta. Saca sus fotos desde adentro y eso queda reflejado en toda la muestra”. Un claro ejemplo de esto es una de sus imágenes más importantes, que tomó durante el copamiento de La Tablada cuando José Díaz e Iván Ruiz, dos miembros del MTP, se rendían ante un militar que los apuntaba con un arma. Esta fue la última vez que se los vio con vida y hoy son parte de la lista de desaparecidos en democracia que cada vez crece más. La fotografía fue un documento clave para los juicios posteriores y en 2019 sirvió para la condena al ex general Alfredo Arrillaga.

Fue a raíz de estos juicios que Nacif y Persano conocieron a Longoni y se interesaron en su historia: “Sabíamos que era una persona muy importante para el fotoperiodismo argentino por su compromiso con todas las causas de militancia y derechos humanos. Por eso le propusimos la idea de hacer un documental sobre su vida y su carrera en un momento en el que, a partir del 2017, está alejándose de a poco del registro directo de las movilizaciones más tensas”. La película, que empezó el rodaje en el 2020 pero se vio interrumpida por la pandemia, continuará en filmación aproximadamente hasta mediados del 2022 y se espera que su estreno sea a fines de ese año.

“Llegué y me recibieron con una granada de gas lacrimógeno que por suerte pude patear”. Este es el primer recuerdo de Longoni sobre la represión que hubo en la marcha contra la reforma provisional del 2017. Este evento marcó un punto de quiebre en su carrera: “Cuando ya no podés salir corriendo de la policía es porque estás complicado”, comenta entre risas. Es que, para él, el compromiso con este trabajo tiene que ser total: “Uno no aparece como por arte de magia en donde pasa algo. Hay que estar en el lugar, buscar la mejor posición y hay que poner el cuerpo. Un fotógrafo documental se gasta más con los años, por eso ya no hay tantos de mi edad”.

Sin embargo, esto no significa que haya abandonado la fotografía por completo, ni que se quede quieto, actualmente se encuentra en el desarrollo de un nuevo proyecto: “Estoy en el medio de un ensayo sobre algo que podría llamarse la estética del peronismo. Salgo mucho a marchas de movimientos obreros y de sindicatos, pero es un trabajo largo así que me estoy tomando mi tiempo”. Es que a fin de cuentas, Longoni no olvida lo que pensó cuando abandonó la universidad para dedicarse por completo a la fotografía: “Pasé de estudiar la historia a documentarla”.

“Tenía una mirada brutal que coincidió con una época brutal”

“Tenía una mirada brutal que coincidió con una época brutal”

El reportero gráfico Eduardo Longoni en entrevista con ANCCOM.

Uno no recuerda lo que vivió sino lo que esa vivencia significó para uno, explicará el reportero gráfico Eduardo Longoni en un momento de la charla que mantuvo con ANCCOM, luego de que sus fotos se convirtieran en la clave del juicio por los desaparecidos de La Tablada. Y tiene razón, aun cuando habla y suelta un ejemplo sin darse cuenta. El día que hizo su primera foto como reportero gráfico estaba en la agencia Noticias Argentinas leyendo unos apuntes de Historia, porque al día siguiente tenía un parcial. “De repente, en la agencia empezaron a preguntar dónde estaban los fotógrafos. Me vieron a mí con la cámara, me agarraron de los pelos y me subieron a un taxi”, recuerda Longoni. Era el 7 de noviembre de 1979 y acababa de ocurrir el segundo atentado al entonces secretario de Hacienda, Juan Alemann. Ese pibe al que nadie conocía, que había ido el día anterior a pedir trabajo a esa agencia y le habían dicho que volviera, acababa de terminar la colimba. Relucía su cabeza calva, última maldad de sus compañeros en la frontera de Beagle, y, justamente por ese perfil, en tiempos de dictadura militar, había sido dejado de lado por los tres fotógrafos de la agencia aquel día, que se fueron a sus notas y no quisieron llevarlo a practicar. Eduardo Longoni había quedado solo frente a la foto que sería tapa de todos los diarios y sentía cómo lo agarraban de los pelos y lo llevaban a debutar.

Podría pensarse que ese estreno dejó una huella en la trayectoria de Longoni, uno de los fotógrafos más destacados en el retrato de la violencia política y social de la historia argentina, en tiempos de la dictadura y durante los primeros años de la democracia. Casi una década después, aquel estudiante de Historia, que “entendía que lo que fotografiaba podía ser testimonio de lo que estaba pasando”, abandonó un congreso de fotografía latinoamericana que se realizaba en La Plata, guiado por esa premisa del ojo documental, y se fue hasta La Tablada. Había oído que algo estaba pasando allí, fue creyendo que era un nuevo alzamiento carapintada y, recién en una terraza, cuerpo a tierra empuñando la cámara, descubrió que estaba fotografiando el copamiento del Movimiento Todos por la Patria (MTP) al cuartel de La Tablada. La famosa serie de ocho imágenes que Longoni realizó aquel día superaron su sueño de testimoniar una época y fueron aún más allá: se volvieron prueba fundamental para desentrañar la verdad sobre las desapariciones y violaciones a los derechos humanos que se cometieron en la recuperación del regimiento, en pleno gobierno democrático de Raúl Alfonsín. En una de las fotos, se ve a un joven arrodillado, con las manos en la nuca rindiéndose, y a otro tirado sobre el pasto del cuartel: son José Alejandro Díaz e Iván Ruiz, miembros del MTP detenidos con vida durante el enfrentamiento, que permanecen desaparecidos desde entonces junto a otros dos militantes del movimiento. El viernes pasado, después de 30 años, las imágenes de Longoni terminaron de rebelarse ante la impunidad, cuando el Tribunal Oral Federal 4 de San Martín condenó a prisión perpetua al jefe del operativo, general retirado Alfredo Arrillaga, por el homicidio con alevosía de José Alejandro Díaz, en la resolución del primer juicio por estos delitos de lesa humanidad que incluyeron la tortura, el fusilamiento y la desaparición de los cuerpos de los cuatro militantes. Longoni, con su cámara, estuvo allí.

¿Cómo viviste el juicio?

Hay cosas que aún estoy procesando. En ese momento, me puse a llorar. Escuché la sentencia como escucha un fotógrafo: mirando por el objetivo a alguien, que en mi caso era el hijo de José Alejandro Díaz, que lloraba, atento. Escuché la sentencia de un juicio que se reabrió por mi foto haciendo otra foto, como un ciclo de la vida. El juicio, para mí, también marca un antes y un después de esa foto.

José Alejandro Díaz, arrodillado y con las manos en alto e Iván Ruiz, tirado detrás del oficial que empuña el fusil. Díaz y Ruiz están desaparecidos. (fotografía de Eduardo Longoni).

¿Por qué?

Porque, desde ahora, se convirtió en la más importante que tomé en mi vida. Sirvió para desentrañar un crimen horrible y no hay ninguna otra que yo haya hecho que se acerque a eso. Agradezco tener salud y haber estado en Argentina para haber podido ir al juicio. Allí estuvieron las dos puntas de los personajes que yo había fotografiado: el hijo de José Alejandro Díaz, que ya no está, y el general que mandó a desaparecer a su papá, que en mi foto está representado por el militar que lo detiene, más allá de que él no fue quien lo hizo desaparecer. Todavía estoy conmocionado. Cuando un fotógrafo hace clic con su cámara, no sabe lo que va a pasar con su foto. Y yo nací con la fotografía documental, en diarios y agencias, y siempre pretendí que a mis fotos las viera mucha gente, porque como fotógrafo uno está en un lugar en el que la mayor parte de la gente no puede estar y pasa a ser su mirada. Pero en un momento, las fotos se te escapan. Algunas se volvieron íconos contra la dictadura, como las que hice de los militares o las Abuelas de Plaza de Mayo, y otras se hicieron famosas, como la de “la mano de Dios”. Bueno, esta se hizo prueba judicial.

Después de un largo camino.

Sí. Yo tenía 29 años cuando hice esa foto y ahora tengo 59, eso habla de los tiempos de la justicia también. En el momento en que fue hecha, sólo mostraba dos bandos en pugna. Después, a los años, me entero de la historia de los desaparecidos, cuando me llama Aurora Sánchez Nadal, la mamá de Iván Ruiz, el otro guerrillero que está en mi foto y también está desaparecido. Ella vive en Nicaragua, había venido a la Argentina y me dijo que había visto mis fotos en la prensa y quería contactarse conmigo. Nos juntamos y armamos la serie de ocho fotos. Ella se quedó con copias y, junto a otros familiares de víctimas y procesados de La Tablada, las llevaron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos junto a otros testimonios y entonces fue la Comisión la que logró destrabar el juicio, que había quedado cajoneado.

 

¿Hay algo que te haya sorprendido especialmente del recorrido de estas fotos?

En realidad, lo que siempre me pareció aterrador es que, en plena democracia, el Ejército tuviera las mismas herramientas que tuvo durante la dictadura, que fue desaparecer gente. Sobre todo para los de mi generación, que nacimos en la fotografía durante la dictadura y que, más allá de imágenes simbólicas, nunca pudimos fotografiar un centro clandestino de detención, ni un secuestro, ni una sala de tortura… No pudimos fotografiar un desaparecido en el momento en el que iba a desaparecer, que es justamente lo que representa esta foto. Es paradojal que pasaran los años y, en democracia, eso sucediera delante de mi cámara.

¿Creés que hay un tiempo humano para tomar imágenes? Una vez dijiste que hoy te sentís mejor fotógrafo que el que eras aquel día en La Tablada, pero que, justamente por eso, quizás hoy no habrías podido tomar esas imágenes.

La reflexión en sí ya tiene que ver con la edad: en ese momento, no paraba nunca de fotografiar y dejaba las reflexiones para más adelante. En las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017, cuando fue la ley de la reforma provisional y hubo dos represiones terribles, yo fui a Plaza de Mayo y sentí que ya no estaba para eso. Después de meditarlo mucho, me di cuenta que me estaba autojubilando de la calle. Cuando empecé a laburar, en la época de la dictadura, entrenaba para correr más rápido que la policía. Ese día, o los policías habían entrenado mucho o yo estaba mucho más grande… La cosa es que me alcanzaban. A nuestro laburo hay que ponerle mucho el cuerpo: la fotografía documental tiene un sentido de la oportunidad y la ingeniería fotográfica para poder acceder a tomar una imagen, pero además hay que ponerle el cuerpo. Recuerdo que, en la Semana Santa del ’87, en el alzamiento carapintada, dormí engripado cuatro noches arriba de un auto. Hoy no lo podría hacer. Hay una cuestión física.

¿Sólo física?

No solamente. Yo no estudié fotografía, no había dónde estudiar, y lo poco que aprendí lo fui aprendiendo de mis colegas, trabajando. Noticias Argentinas fue una escuela de fotoperiodismo para mí. Creo que en el período que tanto fotografié, en la dictadura y los primeros años de la democracia, mi mirada era muy brutal. Yo era un intuitivo. No tenía timing para la composición, no había mirado suficiente cine ni fotografía… Era una mirada brutal, pero coincidió con una época brutal. Creo que, a lo largo de estos años, he aprendido algo, tanto de mis colegas como de las imágenes del cine y de la literatura, pero temo que esta mirada se hubiera perdido todas aquellas fotos, buscando el encuadre perfecto o la luz más apropiada. Hoy se me habrían pasado muchas cosas que entonces no, porque entonces, para mí, lo importante era congelar ese instante a como diera lugar.

¿Recordás vívidamente aquel día en La Tablada? ¿Cómo se fueron tejiendo esos recuerdos?

Hay una frase de García Márquez que dice algo así como que uno no recuerda lo que vivió sino lo que pensó acerca de lo que vivió. Que uno recuerda sus recuerdos. Mis recuerdos sensoriales de ese día son el calor, porque era un día agobiante, un ruido ensordecedor, de los tiros y los tanques, un olor penetrante a pólvora y muchísimos gritos apagados.

Ese día tuviste un encuentro con un francotirador del Ejército, que te dio un “consejo”. ¿Cómo fue?

Sí, tal vez me salvó la vida. Llegué a La Tablada, pensando que era un alzamiento carapintada, y me agarró un tiroteo feroz en la avenida Crovara, donde estaba una de las puertas de entrada del cuartel. Quedé cuerpo a tierra un montón de tiempo. Fueron como 20 minutos sin poder hacer una foto. Querías meterte adentro de una alcantarilla. Las balas silbaban por todos lados. Yo no sabía qué era lo que estaba pasando, pero suponía que el tiroteo podía repetirse y debía buscar un lugar en altura. Vi que había una terracita: ese era el lugar. Cuando amainó el tiroteo, convencí al dueño. Le rogué de tantas maneras que me dejó pasar. Subí a la terraza, empecé a acomodar mis cosas y apareció una voz del más allá. ‘Flaco, tirate cuerpo a tierra que te van a volar la cabeza’, me dijo. Cuando me di vuelta, era un francotirador del Ejército que estaba en una terraza de la casa de atrás. Desde una posición más elevada, me fue relatando todo lo que iba sucediendo. Me dijo que habían entrado guerrilleros (él dijo ‘zurdos’) y que el Ejército estaba tratando de recuperar el cuartel. Era mi relator de lo que pasaba. No sé cuál era su función desde ahí y, en la confusión de tiros, no sé si disparaba o no disparaba, pero el consejo que me dio fue certero: cuando bajé, a la noche, la pared de mi terraza estaba destruida a balazos.

Las fotos de Longoni se convirtieron en la clave del juicio por los desaparecidos de La Tablada.

En medio de la conmoción, ¿lográs darte cuenta de lo histórico de tu trabajo y de la paz y verdad que le trajo a muchas personas?

Durante mucho tiempo, estuve peleado con mis fotos iniciales. Sentía que no las iba a poder superar nunca y no sabía qué estaba haciendo como fotógrafo. Eso me llevó a estar un año y medio sin tocar la cámara ni hacer una foto. Sentía que se me había acabado lo que tenía para decir. Que no tenía más voz. Esa sensación la superé el día que Estela (de Carlotto) presentó su nieto recuperado: me acuerdo que tuve una complicación y llegué tarde, en el último instante, hice la foto y me di cuenta que había vuelto a fotografiar después de un año y medio. Ese día hice las paces con mis primeras fotos. Ya estoy amigado con ellas. Ahora, después del juicio, la sensación que tengo es que ya no le puedo pedir más a la fotografía. Estoy hecho: una foto mía ayudó a desentrañar un crimen, hay un juicio y una condena. Nadie te devuelve el muerto, pero hay un manto de paz. José Alejandro Díaz se rindió y, en vez de tener un juicio justo, lo desaparecieron, pero ahora el responsable de eso tiene una prisión perpetua por lo que hizo. Hay algo de alivio… Y que una foto tuya sirva para eso es lo máximo que se le puede pedir a una fotografía. Si ya me había amigado con mis fotos, ahora estoy completamente en paz con ellas. Y no entiendo qué habría sido de mi vida si no hubiera sido fotógrafo.