Por Blas Carrizo
Fotografía: Laura Szenkierman y Leticia Berterré/Tecnópolis

Una muestra en Tecnópolis recorre 40 años de la carrera del fotoperiodista Eduardo Longoni y de la represión estatal en la Argentina.

La gente se acerca, niños y niñas miran los asientos y ven una postal sobre cada una de las sillas, toman un par y mientras se sientan las miran, las comparan, comentan entre ellos qué es lo que sucede en las imágenes. Cada vez más personas ocupan sus lugares y esperan para ver al fotógrafo Eduardo Longoni que junto a Cora Gamarnik, investigadora del fotoperiodismo, presentará la muestra “Una mirada honesta” que se puede ver hasta el 12 de diciembre y recorre más de cuarenta años de la carrera profesional de Longoni, a través de quince de sus obras más importantes.

Los protagonistas aparecen seguidos por una cámara que filma su recorrido por el espacio mientras hacen comentarios sobre las imágenes alrededor. Es que desde un principio la muestra surgió a partir de la realización de un documental bajo la dirección de Roberto Persano y Santiago Nacif. De repente, se detienen en el medio de la sala junto a la atracción principal, se trata de un Ford Falcon verde que Longoni compró por internet y luego recubrió casi en su totalidad con una de sus capturas más reconocidas. Para Gamarnik, se trata de una instalación que “tensiona los límites de la fotografía, dándole una profundidad que por su bidimensionalidad esta no puede alcanzar”. 

Los momentos

Todo se puede explicar a través de las fotografías. Cada una de las imágenes exhibidas son capturas de momentos de violencia en las que el Estado argentino fue la fuerza perpetrante. El período elegido se extiende desde 1981, cuando Longoni todavía no había cumplido 22 años y recién había dejado la Carrera de Historia para dedicarse de lleno a la fotografía, hasta el 2017, durante las manifestaciones en contra de la reforma jubilatoria propuestas por el gobierno de Mauricio Macri que terminaron en represión. Para él, estos períodos tienen puntos en común: “Recién volví a ver la agresión tan decidida hacia los fotógrafos del principio de los ochentas en el 2017”, dice.

El retrato de este tipo de violencia, sin embargo, no siempre tuvo las mismas formas. La primera imagen, en orden cronológico, es una de sus obras más reconocidas, y la que está ploteada en el Falcon: se trata de una captura que hizo en 1981 en un acto del Día del Ejército, en donde decenas de uniformados miran a cámara de costado. “Los primeros momentos de la dictadura eran años en los que en la calle pasaba poco a la vista, porque los militares tenían ese precepto de que si algo no se ve es porque no ocurrió”, comenta Longoni. Ese ocultamiento dictatorial se extendía hacia las redacciones de diarios y revistas de la época mediante actos de censura directa e indirecta: “Ahí aprendí a fotografiar como si tuviera una segunda cámara, algunas eran para los medios y otras las guardaba porque sabía que nunca iban a salir en la prensa”. Esta es la razón por la cual esta foto no fue presentada recién hasta 1983 y la razón por la cual la instalación cobra un sentido tan fuerte: “El Falcon es una manera de representar la idea del aparato represivo de la dictadura, de la máquina que hacía desaparecer a la gente”.

Con la llegada de la democracia llegaron los juicios hacia los represores, en los que Longoni pudo capturar el momento en el que los miembros de las juntas militares pasaban al banquillo de los acusados: “Había una puerta que se iba a abrir e iban a aparecer estos monstruos. En ese momento se me vinieron a la mente todas las personas que ya no estaban”. La noticia de que un país juzgara y condenara a sus dictadores por delitos de lesa humanidad recorrió el mundo por lo inédito del caso y su imagen recorrió el mundo: “Fue la única foto de mi carrera que hice llorando”.

Sin embargo, la violencia estatal no cesó y Longoni no dejó de documentarla, dentro de los momentos elegidos se puede ver la imagen de un policía disparando hacia un tumulto de gente en una marcha durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el alzamiento carapintada, el copamiento de La Tablada, una movilización por el atentado a la AMIA, el pedido de justicia por José Luis Cabezas y los momentos de tensión en Plaza de Mayo en diciembre del 2001.

La fotografía de La Tablada fue un documento clave para la condena judicial del ex general Alfredo Arrillaga.

Su relación con la militancia fue un punto clave a lo largo de su carrera, tanto que para Santiago Nacif “lo fundamental de su obra es poner el cuerpo, estar ahí, intervenir desde una mirada que nosotros consideramos honesta. Saca sus fotos desde adentro y eso queda reflejado en toda la muestra”. Un claro ejemplo de esto es una de sus imágenes más importantes, que tomó durante el copamiento de La Tablada cuando José Díaz e Iván Ruiz, dos miembros del MTP, se rendían ante un militar que los apuntaba con un arma. Esta fue la última vez que se los vio con vida y hoy son parte de la lista de desaparecidos en democracia que cada vez crece más. La fotografía fue un documento clave para los juicios posteriores y en 2019 sirvió para la condena al ex general Alfredo Arrillaga.

Fue a raíz de estos juicios que Nacif y Persano conocieron a Longoni y se interesaron en su historia: “Sabíamos que era una persona muy importante para el fotoperiodismo argentino por su compromiso con todas las causas de militancia y derechos humanos. Por eso le propusimos la idea de hacer un documental sobre su vida y su carrera en un momento en el que, a partir del 2017, está alejándose de a poco del registro directo de las movilizaciones más tensas”. La película, que empezó el rodaje en el 2020 pero se vio interrumpida por la pandemia, continuará en filmación aproximadamente hasta mediados del 2022 y se espera que su estreno sea a fines de ese año.

“Llegué y me recibieron con una granada de gas lacrimógeno que por suerte pude patear”. Este es el primer recuerdo de Longoni sobre la represión que hubo en la marcha contra la reforma provisional del 2017. Este evento marcó un punto de quiebre en su carrera: “Cuando ya no podés salir corriendo de la policía es porque estás complicado”, comenta entre risas. Es que, para él, el compromiso con este trabajo tiene que ser total: “Uno no aparece como por arte de magia en donde pasa algo. Hay que estar en el lugar, buscar la mejor posición y hay que poner el cuerpo. Un fotógrafo documental se gasta más con los años, por eso ya no hay tantos de mi edad”.

Sin embargo, esto no significa que haya abandonado la fotografía por completo, ni que se quede quieto, actualmente se encuentra en el desarrollo de un nuevo proyecto: “Estoy en el medio de un ensayo sobre algo que podría llamarse la estética del peronismo. Salgo mucho a marchas de movimientos obreros y de sindicatos, pero es un trabajo largo así que me estoy tomando mi tiempo”. Es que a fin de cuentas, Longoni no olvida lo que pensó cuando abandonó la universidad para dedicarse por completo a la fotografía: “Pasé de estudiar la historia a documentarla”.