«La lucha por los derechos laborales continúa» | Estuve ahí

«La lucha por los derechos laborales continúa» | Estuve ahí

El abogado laboralista y exdiputado peronista Héctor Recalde recorre la legislación laboral desde la dictadura a hoy. El sindicalismo combativo, los gremios dialoguistas y los empresarios que sobornan. ¿Qué derechos aún no se recuperaron?

40 AÑOS – COMUNICACIÓN Y DEMOCRACIA (1983 – 2023)

ANCCOM –junto a la Carrera de Ciencias de la Comunicación y a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA- lanza Estuve ahí, un ciclo de entrevistas audiovisuales a los protagonistas de estos 40 años de democracia que celebra la Argentina.

La serie recorre los temas más trascendentes que tejieron la trama social desde 1983: los derechos humanos, la vida política, el mundo del trabajo, la economía, la deuda externa, la vivienda, los pueblos originarios, el campesinado, las luchas de género y diversidades, el ambientalismo, la cultura y el mundo de la comunicación, entre muchos otros.

Cada conversación constituye un verdadero diálogo intergeneracional entre los jóvenes periodistas de la agencia y aquellos que escribieron la historia.

Estrenamos todos los lunes! La primera, que estará disponible el próximo 28 de agosto, será a Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.

Entre los entrevistados se pueden mencionar a Adolfo Pérez Esquivel, Estela Carlotto, León Arslanián, Héctor Recalde, Federico Pinedo, Gustavo Grobocopatel, Mercedes Marcó del Pont, Daniel Arroyo, Dora Barrancos, Myriam Bregman, Juliana Di Tullio, Ana Castellani, Noemí Brenta, Luis Felipe Noé, Daniel Divinsky, Eduardo Longoni, Moira Millán, el padre Pepe Di Paola, Flavio Rapisardi, Emilce Moler, Manuel Goncalvez, Gervasio Muñoz, Enrique Viale y Damián Loreti, por mencionar solo algunos.

Créditos

ANCCOM
Equipo Audiovisual: Eduardo Morales ? – Jairo García – Noelia Pirsic
Producción Periodística: Diego Rosemberg, Sebastián Comellini, Clarisa Veiga, Ángel Berlanga, Cecilia Chervabaz, Esteban Magnani, Guillermo Wulff, Alejandro Cánepa, Horacio Cecchi, Adriana Meyer, Federico Corbiere.
Producción Fotográfica: Victoria Gesualdi y Leandro Teysseire.
Redes y Contenidos Digitales: Julio Alonso, Estefanía Hernández e Ian Werbin.
CEPIA
Florencia Mendes, Javier Ildarraz, Gustavo Intrieri, Nadia Rebrij, Florencia Canosa, Juan Lescano, Jorge Pinola.
Autoridades CCOM
Larisa Kevjal – Directora
Dolores Guichandut – Secretaria Académica | Sebastián Ackerman – Coordinador Técnico | Yamila Campo – Coordinadora Centro de Prácticas
Equipo de trabajo
Lucía Thierbach, Grisel Schang, Paula Morel, Emilia Silva y Sebastián Comellini

«Es de cancha» un podcast que nace en las tribunas

“Ella dijo”, del rock a la cumbia llegó a las tribunas.

Las canciones de cancha son un complemento de color del futbol. Con letras que hacen alusiones a múltiples cuestiones. Juan Manuel Moretti líder de “Estelares cuenta la historia detrás de su tema Ella dijo, canción tribunera que se ha internacionalizado.

Escuchá el episodio también en Spotify!

Es de Cancha S01 E01

por Franco Ojeda. Edición: Lucas “Tyson” Méndez.

“Esperando por ti”, une a varias hinchadas

Fabián Gallardo, cantante músico y compositor rosarino que integró la banda de Fito Páez cuanta la historia de esta canción que es coreada principalmente por las hinchadas de Racing y de Leandro N. Alen. El autor se emociona y maravilla cuando escucha su canción en la cancha y el honor inolvidable que se apropien de su canción.

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Es de Cancha S01 E02

por Franco Ojeda. Edición: Lucas “Tyson” Méndez.

El significado de los cantos tribuneros

¿Por qué cantamos en las canchas? Aliento al equipo, estímulo a los jugadores, incidir en el rendimiento del equipo o demostrar la pasión son respuestas parciales. En este episodio el ensayista Martín Kohan desgrana la complejidad de lo que se pone en juego en cada partido. La presencia de la hinchada es irremplazable.

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Es de Cancha S01 E03

por Franco Ojeda. Edición: Lucas “Tyson” Méndez.

«Una ley de vanguardia en el mundo»

«Una ley de vanguardia en el mundo»

Organizaciones LGBTI+ de todo el país marcharon este domingo y realizaron un banderazo en las cercanías del Congreso de la Nación para celebrar el décimo aniversario de la aprobación de la Ley de Identidad de Género.

Organizada por el Frente Orgullo y Lucha, en la movilización participaron decenas de agrupaciones que luchan por la igualdad de género en diferentes provincias del país. Les activistas remarcaron que la sanción de la Ley de Identidad Género fue clave para la aprobación de otras iniciativas como el documento de identidad no binario y el cupo laboral travesti trans, conocido como la Ley “Diana Sacayan-Lohana Berkins”, de 2021.

Las organizaciones LGBTI+ destacaron que más 10.000 personas trans fueron reconocidas con el otorgamiento del DNI y, asimismo, que la normativa también benefició a las identidades feminizadas y masculinizadas.

La música, las banderas, los carteles y hasta alguna performance artística ambientaron la jornada. Muches de les activistas se abrazaban en la profundidad de la tarde. Además de reencontrarse, rememoraban aquellos días de lucha previos a la ley, teniendo claro que la gran mayoría siguen sufriendo la marginalidad social y son víctimas de violencia institucional.

Les más jóvenes se hicieron notar en la plaza, con sus carteles y efusivos cánticos relacionados con la lucha del colectivo LGBTI+. En medio de los festejos, Noemí, una militante trans, estaba conmovida. Ella, que durante muchos años trabajó en la prostitución y padeció los edictos policiales, en diálogo con ANCCOM, afirmó: “Esta ley me cambió la vida. Gracias a ella pude empezar mis estudios y sentir que comenzó mi vida en comunidad”, confesó emocionada.

El acto central incluyó la lectura colectiva de un documento en el que les militantes LGBTI+ subrayaron los cambios que se produjeron desde la promulgación de la norma. “Es una ley de vanguardia en el mundo que permite el reconocimiento de la identidad de género autopercibida en el Documento Nacional de Identidad a través de un trámite administrativo, donde lo único determinante para acceder al derecho es la expresión de la voluntad de cada persona, sin intervenciones judiciales ni médicas”, puntualizaron.

A la vez, sostuvieron que la normativa garantiza el derecho a la salud integral y el acceso gratuito a tratamientos hormonales y/o tecnologías médicas para construir la propia expresión de género. También recordaron los momentos dificiles, la represión de las fuerzas de seguridad, la discriminación de algunos sectores sociales y las enfermedades de las que son víctimas, al estar expuestas a un sistema de salud que les fue esquivo duranbte años.

“Muches fueron expulsadas de sus hogares a muy temprana edad, echades de las escuelas y a se les negó el acceso a la salud y al trabajo formal remunerado”, enfatizó con voz elevada Florencia Guimaraez en el fragmento que le tocó leer. El pasaje más emotivo fue cuando se evocó a las históricas y reconocidas militantes del colectivo travesti trans Diana Sacayan, Lohana Berkins y Mia Pia Baudraco. “¡Presentes, ahora y siempre! ¡Ahora y siempre! ¡Ahora y siempre!”.

Además, se reclamó por Tehuel de la Torre, el joven trans que desapareció en 2021 después de asistir a una entrevista de trabajo en la localidad bonaerense de Alejandro Korn. “¡Justicia por Tehuel de la Torre! ¿Qué pasó con Tehuel? ¡Exigimos una respuesta urgente del Poder Judicial!”, pidieron.

Seguidamente, solicitaron “protección, asistencia y medidas de prevención de los travesticidios y la erradicación del travesticidio social” y “una profunda reforma judicial transfeminista, con una justicia sin prejuicios racistas, de género, ni de clase, para investigar y castigar los crímenes motivados por el odio a la libre expresión de las orientaciones sexuales e identidades de género no heterocisnormadas”. Y, por último, que en el Parlamento se debata una normativa de “reparación histórica de la violencia institucional por motivos de identidad de género”, exclamó Marcela Tobaldi, fundadora de la organización travesti trans “La Rosa Naranja”.

“Por nuestro derecho a una vida libre de violencias, al acceso al trabajo, a la salud, a la educación, a la vivienda”, concluyó el documento y empezaron todes a cantar: “Lo dijo Lohana y Sacayán / al calabozo no volvemos nunca más».

Tras el acto, les participantes se dirigieron enfrente de las escalinatas del Congreso, sobre la avenida Entre Ríos, y allí realizaron un banderazo donde sobresalían los colores rosa y celeste, y una fotografía colectiva con un cartel que decía “Reparación”.

La lucha más inmediata es la reparación histórica -expresó Marcela Tiboldi entrevistada por ANCCOM-. Hay muchas personas travesti trans, mayores de 50, porque esa gente no puede trabajar, no puede hacer un recorrido, son personas desgastadas por la lucha, por el sistema y por el encarcelamiento”.

Vivir para contarlo

Vivir para contarlo

El 2 de mayo se cumplieron 40 años del hundimiento del crucero General Belgrano. Jorge Massin y Jorge Luis García viajaban abordo cuando los ingleses torpedearon la embarcación. Aquí recuerdan cómo fue ese momento.

 

El 2 de mayo de 1982 fue un antes y un después para la Guerra de Malvinas. Esa jornada, el Crucero General Belgrano recibió dos impactos de torpedo provenientes del submarino britanico HMS Conqueror que provocaron su hundimiento. Trescientos veintitrés de sus mil noventa y tres tripulantes murieron allí. Dos de los sobrevivientes de ese evento son Jorge Luis Massin y Jorge Alfredo García, soldados que estaban dentro de la embarcación y que recuerdan con Anccom los sucesos ocurrido en esa jornada de la cual se cumplieron 40 años.

 En la década del 1930, el General Belgrano era una embarcación de la Marina de los Estados Unidos llamada “USS Phoenix”. En la década siguiente fue utiilizado en la Segunda Guerra Mundial y operó en las islas del Pacifico de Pearl Harbor, de dónde escapó de los bombardeos aéreos efectuados por Japón en 1941.

 En 1951 el crucero fue adquirido por Argentina. Recibió la denominación de General Belgrano en 1955 durante el gobierno de facto de Pedro Aramburu.

 Massín y García coinciden que si bien la embarcación era un poco antigua y no disponía de un sistema de detección de alerta por ataque submarino, había pasado por un período de preparación previo al desarrollo del conflicto y se encontraba apta para su circulación y para la distribución de armamentos y misiles.

El cambio de suerte

 

La guerra marcó un punto de inflexión para Jorge Massin, un hombre oriundo de la localidad santafesina de Avellaneda, que a sus 20 años pasó de estar trabajando en un campo familiar a oficiar en el área de comunicaciones dentro del crucero general Belgrano. La historia de Massin con el Crucero General Belgrano se retrotrae a su ingreso al Servicio Militar Obligatorio y al número “937”, por el cual debió ingresar en el área de la Marina.

Luego de unos meses de instrucción en la Base Naval de Puerto Belgrano, más precisamente en el campo Sarmiento, localizado en la zona de Punta Alta, provincia de Buenos Aires, fue enviado al General Belgrano.

El 2 de abril, fecha en donde se anunció la ocupación de las Islas Malvinas, Massin se encontraba en Puerto Belgrano, donde la embarcación estaba en reparación. Allí observó un movimiento poco usual, sobre todo traslados de  pertrechos hacia el puerto: “Nunca imaginamos que era por la toma de Malvinas. En un principio creímos que era una práctica de tropas, que era común hacer con otros buques en mar abierto”, afirma Massin recordando esos momentos previos a la guerra.

El ex soldado recuerda que el Belgrano pudo zarpar  el 15 de abril de 1982, después de tres intentos fallidos por distintas complicaciones, sobre todo en la zona de calderas. “Nosotros estábamos en un hermetismo total. A nosotros nos llegaba información escasa a pesar de que estábamos en guerra”, afirma Massin analizando esos días de 1982.

El 1 de mayo, después de varias jornadas trasladando municiones, el crucero ingresó a zona de combate. El ex combatiente recuerda que esa noche sus superiores le informaron que la navegación estaba en estado de alerta, ante un eventual ataque aéreo de los ingleses. 

En la madrugada del 2 de mayo, nadie pegó un ojo; todos estaban expectantes por un posible movimiento de los ingleses. Después de varias horas, los superiores dictaron la orden para abandonar la zona de combate  Massin se encontraba en el área de los baños, después de haber oficiado de servicio esa noche, esperando su turno, cuando una explosion en el área de maquinaria sacudió todo el crucero: ”Las explosiones me agarraron a mitad de camino”, recuerda con voz entrecortada el ex soldado.

Los navegantes no habían superado el primer impacto, cuando un segundo torpedo lanzado por los británicos volvió a sacudir el crucero. Massin recuerda que en pocos minutos el crucero empezó a inclinarse verticalmente, y que provocó la caída de cientos de soldados que combatían contra la gravedad. “A nosotros se nos doblaban las piernas”, recuerda con dolor Massin.

El contexto era desolador: los bombardeos habían dejado sin electricidad a la embarcación; el humo y el fuego dificultaban la visibilidad dentro del lugar, mientras que a los alrededores había cuerpos de soldados heridos, mutilados y hasta incinerados por las llamas.

“Es imposible mantenerlo a flote. Hay que abandonar el crucero”, rememora Massin que escuchó aquel 2 de mayo.

En medio del shock, comenzó el operativo para abandonar el crucero. Mientras un grupo se encargaba de la búsqueda de balsas para escapar de la embarcación, otro  arrojaba tambores de combustible al mar para evitar un potencial incendio. En ese momento, a pesar de los intentos de los trabajadores navales de reparar las filtraciones del crucero, los superiores les dijeron a los soldados: “Es imposible mantenerlo a flote. Hay que abandonar el crucero”, rememora Massin.

El excombatiente señala que luego de lidiar con el oleaje y los fuertes vientos, pudo lanzar su balsa al mar para poder abandonar el crucero. Allí, Massin comenzó a rescatar de forma acelerada a sus compañeros que cayeron al agua. La misión se demoró por unos momentos, porque un soldado temeroso por las condiciones del mar no se lanzaba a la balsa. “Le decíamos de todo, hasta que lo amenacé con dejarlo en el crucero, porque ponía en peligro a mis compañeros”, dijo el ex conscripto. Así fue como lo convenció.

Después de unos minutos, los 17 tripulantes de la balsa abandonaron el área del crucero dirigiéndose hacia un destino incierto. “Estábamos en el medio del mar. No veíamos nada alrededor”, señala el ex combatiente. En alta mar, los tripulantes debieron lidiar con las tempestades del viento y el agua helada. “Nuestro mayor temor era que el bote se diera vuelta”, recuerda.

Cuarenta y ocho horas debieron esperar los tripulantes de la balsa para ser rescatados por el ARA Gurruchaga, en la madrugada del 4 de mayo. “Estábamos destruidos física y mentalmente”, rememora Massin y agrega “No tenía fuerzas ni para pararme. Me tuvieron que llevar en andas”. En el crucero recibió una frazada, ropa seca y una taza de chocolate hirviendo para retomar fuerzas. “A ese chocolate le salía vapor de lo caliente que estaba, pero en ese momento no tenía noción de mi cuerpo y lo tomé de un tirón”, recuerda el ex combatiente.

En el ARA Gurruchaga, Massin empezó a preguntar qué había ocurrido con sus camaradas de barco. ”Uno pregunta, ‘lo viste a este’ y empezás a ver que algunos compañeros tuyos no están”, explica sin poder contener el llanto del otro lado de la línea. Después del rescate fue enviado a su provincia para ver a su familia por una semana y luego retornar a la base naval para ponerse nuevamente a disposición y continuar el combate.

A 40 años de suceso, Massin señala que “estas fechas son complicadas para los soldados, porque cuando uno habla, un montón de imágenes se le pasan por la cabeza al recordar ese momento y es difícil separar la emoción del relato”, y agrega: “A uno le hace mal porque murieron muchos amigos y compañeros con los que compartimos cosas”.

En los últimos años, Jorge Massin recorrió diferentes establecimientos educativos para contar a los alumnos sobre su experiencia en Malvinas: “Muchas veces se te complica hablarlo, pero es necesario para nuestros compañeros, amigos y para que el mundo sepa cómo se vive una guerra”, afirma el veterano y señala que el objetivo en cada recorrido escolar es “lograr que la causa Malvinas siga siendo algo que permanece en la conciencia nacional de futuras generaciones”.

El relato de García

Jorge Luis García es presidente del Centro de combatientes de Malvinas de Salta y recuerda cada día lo ocurrido en 1982. Tenía solo 19 años cuando sobrevivió el hundimiento del Crucero General Belgrano. Momentos antes del bombardeo inglés, el marino se encontró con un vecino de su barrio a quien no veía hacía mucho tiempo y que el azar o el destino quiso que ese encuentro le salvara la vida.

El excombatiente tuvo su primer acercamiento a las fuerzas armadas en 1979, cuando por necesidad económica abandonó el secundario y viajó a Buenos Aires para  alistarse en la Armada Argentina e iniciar una carrera de suboficial. Sus estudios los comenzó en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), el mismo lugar donde se llevaba adelante el plan sistemático de tortura, desaparición y exterminio de personas. En diciembre de 1981, García se recibió en el Área de Telecomunicaciones de la Armada y fue enviado a trabajar en el Área de Comunicación del crucero General Belgrano hasta que se inició el conflicto bélico.

García señaló que durante ese período la principal complicación que tuvo el Belgrano estuvo relacionada con el sistema de calderas, pero que operativamente funcionaba muy bien. Así fue que el 16 de abril de 1982 zarparon hacia Puerto Belgrano para integrarse a las labores operativas de la guerra. García trabajaba en el Área de Comunicación Radio 12 junto al cabo Jorge Yacante y al conscripto Fabian Siri.

Fueron pocos días hasta que sintió la guerra en su propio cuerpo. La noche anterior al bombardeo estuvo en servicio, en estado de alerta constante debido a que habían ingresado a zona de ataque.

El 2 de mayo, la jornada parecía ser tranquila. Luego de haber salido de la zona de ataque, los tripulantes del crucero estaban más aliviados. En ese momento García había terminado su descanso y se encontraba en la cocina preparando unos mates para luego entrar en servicio. En ese entonces aparece sorpresivamente en la cocina Elio Moya, un vecino que no veía hacía mucho tiempo y por casualidad se habían reencontrado en ese lugar. En esa cocina, iniciaron una larga y distendida conversación, mientras tomaban mate. El exmarino recuerda que en medio de la conversación apareció Siri para decirle que ya estaba preparado el recambio. “Decile a Yacante que espere un minuto que ya voy para allá”, fueron las palabras de García a su subordinado, que abandonó esa sala. Segundos después, se escuchó la primera explosión en su zona de trabajo. “Por cuestiones del destino ni yo ni mi amigo de salta morimos ese día”, enfatiza García, emocionado al recordar ese momento y afirma que durante los bombardeos, junto a su amigo, se escondió debajo de una mesa presuponiendo que fue un ataque aéreo

            Luego de la explosión, el área estaba en llamas y llena de humo. La capacidad operativa del crucero se encontraba disminuida por la falta de electricidad. Las cubiertas comenzaron a llenarse de agua producto de las filtraciones generadas por los torpedos. A pesar del aturdimiento por el impacto, García comenzó el protocolo por hundimiento. En medio del ruido de alarma, el salteño abrió los portones que había en el crucero para que sus compañeros pudieran abandonar el área. 

En medio del operativo se encontró con un suboficial, que le entregó una balsa y un abrigo. “Solo andaba con una remera de grafa”, recuerda García. Minutos más tarde, después de pelear con la inclemencia y luego de que sus superiores le anunciaron que “no había nada que hacer”, dio inició al operativo de abandono en balsa. El excombatiente afirma que la zona donde debían ubicar la balsa estaba “empetrolada”, por los barriles que  de petróleo que un grupo de soldados había lanzado para evitar un incendio. “Muchas balsas se habían roto por el fuerte oleaje”, enfatiza y agrega que el operativo de salida se realizó en la misma zona en donde los torpedos impactaron sobre el crucero.

El exmarino afirma que fue el primero en tirarse a la balsa y que enseguida detectó que tenía una filtración. “Los que estábamos ahí, ya no teníamos fuerza ni para agarrarnos de los costados del bote”, recuerda mientras su voz se entrecorta en el teléfono. En el mar, las correntadas y el fuerte viento transformaban a la balsa en una bola de flipper que iba de un lado a otro. En ese momento, el suboficial Emilio Torlaschi solicitó a los tripulantes de la balsa que se acercaran a otros botes para colocar a los heridos. El titular del centro de combatientes de Salta afirma que después de luchar contra la inclemencia del clima pudieron acercarse a un bote en donde podían colocar a los lesionados. En cuestión de minutos, una fuerte ola impactó sobre el bote en donde viajaba García, que provocó que el suboficial Torlaschi tomará una decisión drástica: “Cortar los cabos que unen a los botes”. En ese momento, dudó de hacerlo, pero los gritos de sus compañeros pidiéndole “Cortá los cables que se nos rompen” fueron suficiente para cortar la soga y separar definitivamente a los soldados. “Los integrantes de la primera balsa se perdieron en el mar. Para mí son héroes de la patria”, enfatizó emocionado García.

La noche más larga

El clima y el viento fueron impiadosos con nosotros”, recuerda el hombre que formó parte de la marina hasta 1984. García debió moverse a un tercer bote para poder encontrar estabilidad en el viaje.

En esa balsa, pasó la noche del 2 y la madrugada del 3 de mayo, en donde junto a sus compañeros soportaron las fuertes olas, las bajas temperaturas y un viento sur que impactaron sobre esos cuerpos húmedos y cansados.

“Fueron las noches más largas de mi vida”, destaca García, que recuerda que en esas jornadas anochecía a las 17 y que recién aparece el sol a las 8 de la mañana.  

En la tarde del 3 de mayo, un avión apareció en el cielo de Malvinas. En ese momento, los soldados tiraron unos tarros de pintura en el mar con el objetivo de generar señal que permitiese al avión detectar la presencia humana. “El mar era tan grande que no veíamos nada. Solos no nos hubiésemos salvado”, destaca García.

Esos minutos de felicidad fueron escasos, porque la noche volvió aparecer en Malvinas. “En ese momento, muchos creímos que otra noche más no la pasábamos y muchos se apegaban a la religión, porque necesitaban algo en que creer”. En ese ambiente nocturno, la desesperanza y pesimismo se articulaban con el cansancio físico de los tripulantes, que aguantaron estoicamente esa noche.

García se emociona al recordar el momento en que el Crucero Gurruchaga apareció para rescatar a la flota. Los tripulantes de la balsa usaron las pocas fuerzas que disponían para remar hasta el barco que los rescató en la jornada del 4 de mayo. “Nosotros no teníamos fuerzas ni para mantenernos en pie”, recuerda con emoción.

A pesar del rescate, García no estaba tranquilo. El temor ante un posible ataque de los ingleses estaba latente. El 5 de mayo, el ARA Gurruchaga llegó a Ushuaia, en donde los sobrevivientes del Crucero General Belgrano fueron trasladados tanto a diferentes hospitales zonales como a sus respectivas bases militares.

García, desde ese entonces, no fue el mismo. Continuó en la fuerza hasta 1984, cuando decidió abandonar su carrera de marino para radicarse en Salta y conformar el Centro de Combatientes de Malvinas, en donde ayuda a otros excombatientes y a sus familias otorgando capacitaciones laborales, becas, viviendas y hasta apoyo psicológico. En este sentido, García critica el tratamiento del Estado argentino hacia los excombatientes, enfatizando que la falta de apoyo en materia psicológica provocó el suicidio de muchos soldados.

El presidente del Centro de combatientes de Malvinas de Salta se emociona al recordar a sus compañeros caídos en batalla: “Nosotros nos sentimos orgullosos por lo hecho en Malvinas, porque también nos mantuvimos de pie a pesar de que muchos compañeros ya no están entre nosotros por la desidia del Estado”, enfatiza García.

El exintegrante de la marina se siente dolido cuando relacionan a los excombatientes de Malvinas con la dictadura militar: “Muchos de los pibes que estaban con nosotros, antes de la guerra trabajan para darle de comer a su familia, estudiaban o jugaban a la pelota, y se metieron en una trinchera peleando por su Argentina, por su bandera, por su patria, jamás por la Junta Militar”, enfatiza García.

Jorge García se emociona al rememorar lo vivido en las islas en 1982 y al recordar a sus compañeros de combate caídos. “Es imposible no recordar, no renegar, ni ilusionarse. Ojalá que algún día suceda y nosotros podamos descansar tranquilos. Hicimos lo que pudimos”, concluye el combatiente. 

«El fútbol me ayudó a vivir con dignidad después de la guerra»

«El fútbol me ayudó a vivir con dignidad después de la guerra»

Dos exfutbolistas que combatieron en Malvinas cuentan cómo atravesaron la experiencia bélica y cómo el deporte los mantuvo a flote una vez terminado el conflicto.

«Cuando teníamos hambre, afloraban las peores miserias humanas», recuerda Julio Vázquez, ex futbolista de Centro Español y combatiente de Malvinas.

 

“El fútbol fue un salvoconducto para retomar la vida después de la guerra”, afirma Luis Escobedo, uno de los soldados que combatieron en Malvinas. El conflicto bélico fue un antes y un después en la vida de miles de jóvenes. Luis vio interrumpida su carrera futbolística, igual que Julio Vázquez, quien, en diálogo con ANCCOM, sostiene: “En la guerra pensás mucho en el fútbol porque es el ancla que tenés para seguir existiendo”.

Uno y otro quedaron marcados por los compañeros perdidos, las bajas temperaturas, los fuertes vientos, las condiciones inhóspitas de las islas y la falta de alimentos, y a 40 años del inicio de las hostilidades, ambos consideran que los sucesivos gobiernos les han dado la espalda a los reclamos de los excombatientes. Por la insuficiente ayuda médica y psicológica para sobrellevar la experiencia, muchos de sus compañeros se suicidaron a causa del estrés postraumático. “Otros no tienen en dónde vivir”, se queja Vázquez. “La clase política desconoce nuestra lucha y nos tratan de meter junto a los militares –asevera Escobedo–. Nosotros sólo fuimos un grupo de jóvenes que defendimos al país”.

 

“El día que me llegó la carta para presentarme me estaba preparando para enfrentar a Central Ballester en la cancha de Ituzaingó”, evoca Vázquez.

En 1982, Vázquez tenía 19 años y disputaba sus primeros partidos en el club Centro Español que militaba en la quinta división, mientras que Escobedo, también de 19, formaba parte del plantel del Club Atlético Los Andes que, por entonces, jugaba en la máxima categoría del fútbol argentino. Los dos fueron convocados por el Ejército en medio de una fecha del campeonato local. “El día que me llegó la carta para presentarme me estaba preparando para enfrentar a Central Ballester en la cancha de Ituzaingó”, evoca Vázquez, sentado en su escritorio y rodeado de imágenes que refieren, precisamente, al futbol y a Malvinas. El sábado previo a viajar a las islas, Escobedo había jugado contra San Lorenzo en el estadio de Independiente: “Al día siguiente leí en el diario que el Ejército llamó a mi compañía. Fui al cuartel para ver la situación y tuve que quedarme. Me fui a las islas sin poder despedirme de mi familia”, relata.

Tanto Escobedo como Vázquez habían hecho “la colimba” y, aunque habían sido dados de baja el año anterior, fueron convocados para combatir. “El servicio militar a algunos les servía y a otros no. En mi caso no me sirvió porque me postergó no sólo la posibilidad de jugar al fútbol por un año sino también la de estudiar”, dice Vázquez. Los primeros días en las islas fueron tranquilos, pese a las temperaturas que no superaban los 4° C. “En poco tiempo pasamos de un clima otoñal a un freezer”, asegura Vázquez, quien hoy, además de ser entrenador, es el presidente de la Cámara de Perfumerías de la Argentina. “Fueron días monótonos. Solamente hacíamos pozos. Creíamos que solo íbamos por unos días y luego volvíamos. Lamentablemente no fue así”, señala Escobedo, quien al regresar continuaría su carrera y se retiraría a los 38 años jugando en Dock Sud.

Uno de los momentos más duros del combate ocurrió el 2 de mayo de 1982, cuando se produjo el hundimiento del crucero General Belgrano que provocó la muerte de 323 soldados argentinos. “Enterarte que muchos murieron ahí fue una de las noticias más tristes. Eso nos transformó de pibes en hombres en un instante”, cuenta Escobedo. Las condiciones de subsistencia también fueron duras. “Las sensaciones de hambre y sed son terribles. Comíamos cualquier cosa con tal de sobrevivir”, recuerda Vázquez. “Cuando teníamos hambre afloraban las miserias humanas, el frío y, sobre todo, el miedo. Hubo momentos en donde sobrevivíamos con una lata de comida”, agrega Escobedo.

Mientras soportaban los continuos bombardeos británicos, el fútbol seguía siendo importante para ellos. “Cuando estaba en combate pensaba muchas veces en volver a jugar a la pelota”, confiesa Vázquez. Escobedo no se olvida de una radio Spika que utilizaba en una trinchera de combate para escuchar los partidos o los programas deportivos. “Buscaba sintonizar Radio Colonia para saber cómo había salido Los Andes o tener alguna información sobre el fútbol”, dice.

« El día después resultó complicado. Teníamos que negar que éramos excombatientes porque no podíamos conseguir trabajo», describe Vázquez.

El final de la guerra les generó sensaciones encontradas. “No sabíamos si estábamos felices o tristes, porque doce compañeros de regimiento ya no estaban más”, remarca Vázquez. “El momento de la rendición fue un alivio y bronca en simultáneo. Bronca porque nos estábamos preparando para combatir y alivio porque estaba nevando, faltaba comida y las primeras líneas ya no estaban”, destaca Escobedo, quien permaneció detenido durante seis días hasta que fue enviado de regreso al país en el rompehielos Almirante Irízar. Disminuidos físicamente y con hambre, ambos estaban dispuestos a seguir peleando por la memoria de sus compañeros caídos.

El retorno a Buenos Aires fue difícil, no solo por los problemas físicos producto del combate, sino también por los daños psicológicos. “El día después resultó complicado. Teníamos que negar que éramos excombatientes porque no podíamos conseguir trabajo –afirma Vázquez–. Desde junio del 82 hasta marzo del 83 no sé nada de mi vida, no recuerdo nada de ese período”. “Cuando regresamos sólo nuestras familias nos recibieron. Los gobiernos no nos ayudaron y muchos nos tuvimos que arreglar como pudimos”, enfatiza Escobedo.

En uno y otro caso, el fútbol tuvo un rol fundamental no sólo como forma de reinserción social, sino también para olvidar, progresivamente, los traumas de la guerra. Escobedo abandonó el deporte por unos meses hasta que fue a ver un partido de Los Andes y le sirvió como estímulo para volver. “Después me presenté en un entrenamiento y dos semanas después volví a jugar en primera”, cuenta Escobedo, quien valora el papel que tuvieron sus compañeros: “En el vestuario existen personalidades, actitudes. El fútbol es grupal. Muchos me protegieron y eso me ayudó a olvidar, a no hablar de Malvinas por un tiempo”. “El fútbol ocupa un espacio importante en mi vida. El deporte me salvó de un estrés postraumático mucho más grave, como tuvieron otros”, afirma Julio Vázquez y concluye: “El fútbol me ayudó a vivir con dignidad después de la guerra”.