Por Franco Ojeda
Fotografía: Sofia Ruscitti

Dos exfutbolistas que combatieron en Malvinas cuentan cómo atravesaron la experiencia bélica y cómo el deporte los mantuvo a flote una vez terminado el conflicto.

«Cuando teníamos hambre, afloraban las peores miserias humanas», recuerda Julio Vázquez, ex futbolista de Centro Español y combatiente de Malvinas.

 

“El fútbol fue un salvoconducto para retomar la vida después de la guerra”, afirma Luis Escobedo, uno de los soldados que combatieron en Malvinas. El conflicto bélico fue un antes y un después en la vida de miles de jóvenes. Luis vio interrumpida su carrera futbolística, igual que Julio Vázquez, quien, en diálogo con ANCCOM, sostiene: “En la guerra pensás mucho en el fútbol porque es el ancla que tenés para seguir existiendo”.

Uno y otro quedaron marcados por los compañeros perdidos, las bajas temperaturas, los fuertes vientos, las condiciones inhóspitas de las islas y la falta de alimentos, y a 40 años del inicio de las hostilidades, ambos consideran que los sucesivos gobiernos les han dado la espalda a los reclamos de los excombatientes. Por la insuficiente ayuda médica y psicológica para sobrellevar la experiencia, muchos de sus compañeros se suicidaron a causa del estrés postraumático. “Otros no tienen en dónde vivir”, se queja Vázquez. “La clase política desconoce nuestra lucha y nos tratan de meter junto a los militares –asevera Escobedo–. Nosotros sólo fuimos un grupo de jóvenes que defendimos al país”.

 

“El día que me llegó la carta para presentarme me estaba preparando para enfrentar a Central Ballester en la cancha de Ituzaingó”, evoca Vázquez.

En 1982, Vázquez tenía 19 años y disputaba sus primeros partidos en el club Centro Español que militaba en la quinta división, mientras que Escobedo, también de 19, formaba parte del plantel del Club Atlético Los Andes que, por entonces, jugaba en la máxima categoría del fútbol argentino. Los dos fueron convocados por el Ejército en medio de una fecha del campeonato local. “El día que me llegó la carta para presentarme me estaba preparando para enfrentar a Central Ballester en la cancha de Ituzaingó”, evoca Vázquez, sentado en su escritorio y rodeado de imágenes que refieren, precisamente, al futbol y a Malvinas. El sábado previo a viajar a las islas, Escobedo había jugado contra San Lorenzo en el estadio de Independiente: “Al día siguiente leí en el diario que el Ejército llamó a mi compañía. Fui al cuartel para ver la situación y tuve que quedarme. Me fui a las islas sin poder despedirme de mi familia”, relata.

Tanto Escobedo como Vázquez habían hecho “la colimba” y, aunque habían sido dados de baja el año anterior, fueron convocados para combatir. “El servicio militar a algunos les servía y a otros no. En mi caso no me sirvió porque me postergó no sólo la posibilidad de jugar al fútbol por un año sino también la de estudiar”, dice Vázquez. Los primeros días en las islas fueron tranquilos, pese a las temperaturas que no superaban los 4° C. “En poco tiempo pasamos de un clima otoñal a un freezer”, asegura Vázquez, quien hoy, además de ser entrenador, es el presidente de la Cámara de Perfumerías de la Argentina. “Fueron días monótonos. Solamente hacíamos pozos. Creíamos que solo íbamos por unos días y luego volvíamos. Lamentablemente no fue así”, señala Escobedo, quien al regresar continuaría su carrera y se retiraría a los 38 años jugando en Dock Sud.

Uno de los momentos más duros del combate ocurrió el 2 de mayo de 1982, cuando se produjo el hundimiento del crucero General Belgrano que provocó la muerte de 323 soldados argentinos. “Enterarte que muchos murieron ahí fue una de las noticias más tristes. Eso nos transformó de pibes en hombres en un instante”, cuenta Escobedo. Las condiciones de subsistencia también fueron duras. “Las sensaciones de hambre y sed son terribles. Comíamos cualquier cosa con tal de sobrevivir”, recuerda Vázquez. “Cuando teníamos hambre afloraban las miserias humanas, el frío y, sobre todo, el miedo. Hubo momentos en donde sobrevivíamos con una lata de comida”, agrega Escobedo.

Mientras soportaban los continuos bombardeos británicos, el fútbol seguía siendo importante para ellos. “Cuando estaba en combate pensaba muchas veces en volver a jugar a la pelota”, confiesa Vázquez. Escobedo no se olvida de una radio Spika que utilizaba en una trinchera de combate para escuchar los partidos o los programas deportivos. “Buscaba sintonizar Radio Colonia para saber cómo había salido Los Andes o tener alguna información sobre el fútbol”, dice.

« El día después resultó complicado. Teníamos que negar que éramos excombatientes porque no podíamos conseguir trabajo», describe Vázquez.

El final de la guerra les generó sensaciones encontradas. “No sabíamos si estábamos felices o tristes, porque doce compañeros de regimiento ya no estaban más”, remarca Vázquez. “El momento de la rendición fue un alivio y bronca en simultáneo. Bronca porque nos estábamos preparando para combatir y alivio porque estaba nevando, faltaba comida y las primeras líneas ya no estaban”, destaca Escobedo, quien permaneció detenido durante seis días hasta que fue enviado de regreso al país en el rompehielos Almirante Irízar. Disminuidos físicamente y con hambre, ambos estaban dispuestos a seguir peleando por la memoria de sus compañeros caídos.

El retorno a Buenos Aires fue difícil, no solo por los problemas físicos producto del combate, sino también por los daños psicológicos. “El día después resultó complicado. Teníamos que negar que éramos excombatientes porque no podíamos conseguir trabajo –afirma Vázquez–. Desde junio del 82 hasta marzo del 83 no sé nada de mi vida, no recuerdo nada de ese período”. “Cuando regresamos sólo nuestras familias nos recibieron. Los gobiernos no nos ayudaron y muchos nos tuvimos que arreglar como pudimos”, enfatiza Escobedo.

En uno y otro caso, el fútbol tuvo un rol fundamental no sólo como forma de reinserción social, sino también para olvidar, progresivamente, los traumas de la guerra. Escobedo abandonó el deporte por unos meses hasta que fue a ver un partido de Los Andes y le sirvió como estímulo para volver. “Después me presenté en un entrenamiento y dos semanas después volví a jugar en primera”, cuenta Escobedo, quien valora el papel que tuvieron sus compañeros: “En el vestuario existen personalidades, actitudes. El fútbol es grupal. Muchos me protegieron y eso me ayudó a olvidar, a no hablar de Malvinas por un tiempo”. “El fútbol ocupa un espacio importante en mi vida. El deporte me salvó de un estrés postraumático mucho más grave, como tuvieron otros”, afirma Julio Vázquez y concluye: “El fútbol me ayudó a vivir con dignidad después de la guerra”.