Un secuestro en pleno vuelo

Un secuestro en pleno vuelo

En una nueva audiencia del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad en el Pozo Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, los hijos de Susana Sosa de Forti rememoraron el secuestro junto a su madre, el cautiverio y búsqueda infructuosa.

En una nueva jornada, esta vez la N° 51, que investiga los juicios cometidos en el Pozo de Quilmes, el Pozo de Banfield y la Brigada de Lanús declaró la familia Sosa-Forti: Alfredo, Guillermo y Renato, tres de los cinco hijos de Alfredo Forti y Nélida Susana Sosa, quienes fueron secuestrados en un vuelo de Aerolíneas Argentinas junto a su mamá, el 18 de febrero de 1977.

Con unas notas ayuda memoria que apuntalaban el paso de los años y el dolor de no olvidar ningún detalle de aquel trágico día -y a pesar de que la defensa del represor Samuel Eduardo De Lío, exjefe del Regimiento de Viejo Bueno, se opuso- Alfredo Forti comenzó su testimonio. “Mis padres eran parte de una generación de alta sensibilidad hacia el otro, que los llevó a tener una participación y una actitud militante y proactiva en favor de los sectores desposeídos de nuestra sociedad y en busca de resolver los problemas de inequidad e injusticia», explicó Alfredo, quien recordó que ambos crearon una escuela de técnicas de enfermería en un pequeño pueblo de Santiago del Estero y realizaban campañas de alfabetización.

Su padre, de quien lleva el nombre, era cirujano y lo habían contratado en Venezuela, por eso la familia se había trasladado a Buenos Aires para tramitar los pasaportes y viajar hacia su encuentro, pero no los dejaron. Ya embarcados y en pleno avión, les avisaron por alto parlante que solicitaban la presencia de su padre en la cabina y que debían bajar por aparentes problemas de documentación. Ante la negativa y reiterados pedidos de explicaciones de su madre, civiles armados actuaron por la fuerza. “Salimos del aeropuerto y nos subieron a un Peugeot y a un Falcon. Nos sacan de la zona hasta un camino de tierra secundario donde todos fuimos vendados y atados, incluidos mis hermanos pequeños”. Mario, de 13 años; Néstor de 10; Renato de 11 y Guillermo de 8. Alfredo era el mayor y por entonces tenía 16. Todos fueron trasladados a un garage de manera momentánea y luego los llevaron a un calabozo por seis días, lugar que años después pudo reconocer como el Pozo de Quilmes. “En ningún momento se nos informaron las razones por las cuales habíamos sido detenidos, ni tampoco pudimos comunicarnos con nuestros familiares, no se nos explicó nada sobre por qué estábamos ahí, en esas circunstancias”.

Los calabozos daban a un patio interno que se comunicaba con otras celdas en la parte superior, allí Alfredo y sus hermanos pudieron ver a estudiantes que dijeron que eran de La Plata: “Había una de ellas que estaba embarazada de seis meses. Los nombres que nos dieron, sobre todo a mis hermanos que, para tranquilizarlos, les cantaban canciones, eran Alicia y Violeta”, recordó.

“El coronel le informó a mi madre que estábamos detenidos y que teníamos que ser trasladados a Tucumán, el lugar donde estábamos viviendo, que no sabía la razón y que no se preocupara, que eran seis días nada más”. El sexto día de cautiverio, el 23 de febrero de 1977, les anunciaron que los trasladaban y los hicieron bajar. Los sentaron en la vereda y los taparon con una sábana. “Estamos llevando a tu madre a Tucumán, en seis días la tenés de vuelta”, le dijo el coronel a Alfredo, a quien, junto a sus hermanos, lo dejaron tirado, con muy poca ropa, casi nada de los que llevaban en su equipaje y sin la documentación completa.

Allí sólo se iniciaba el infierno para los Forti. Fue el comienzo de un arduo proceso de contacto con su padre y el intento de ubicar y recuperar a su madre, sin contar que ellos tenían planeado un viaje internacional y sin pasaportes no podían hacerlo, ya que en cautiverio les habían robado todo. “En ese momento recibimos negativas totales por parte de Aerolíneas Argentinas, presidida por el Brigadier San Juan. Se complicó todo”, recuerda.

“Nosotros solo podíamos viajar si acusábamos a mi madre de que nos había abandonado y si la culpábamos de que se había robado nuestros pasaportes.”

Si bien por un momento los menores quedaron a la suerte de la autorización de una jueza para poder viajar -ya que su padre se encontraba en Venezuela y su madre desaparecida– finalmente pudieron hacerlo, incluso a pesar de que la jueza los incitó a declarar en contra de Susana Sosa de Forti, su propia madre. “Nosotros solo podíamos viajar si acusábamos a mi madre de que nos había abandonado y si la culpábamos de que se había robado nuestros pasaportes”. Ante la indignación y el dolor de escuchar esas palabras, los niños se negaron. Gracias a las gestiones de su padre desde la distancia y la ayuda del religioso Alfonso Naldi que los contactó con la Policía Federal, lograron la devolución de sus pasajes y pasaportes.

“Hasta el último segundo de vida que tengan estos señores -dice Alfredo, refiriéndose a los genocidas- tienen momento de redimirse de alguna manera y eso es hablando y dando a conocer la información que tienen, las responsabilidades que existen y los destinos finales de nuestros seres queridos”, cerró Alfredo Forti.

Luego de un cuarto intermedio, prosiguió el testimonio de Renato Forti quien, ante las preguntas de la Fiscalía, comenzó su relato y afirmó lo dicho por su hermano mayor, Alfredo, sobre cómo sucedieron los hechos. A diferencia de Alfredo, Renato lució un acento venezolano, aquel que sus años de exilio le hicieron adoptar. Además de contar lo sucedido arriba del avión antes de despegar, también afirmó el proceso de búsqueda que llevaron a cabo Alfredo y su padre cuando finalmente pudieron concretar su viaje hacia Venezuela: “Inmediatamente se pusieron en contacto con organismos internacionales denunciando todos los hechos, mi padre y mi hermano mayor se dedicaron a la búsqueda de mi madre. Mi hermano mayor se entregó a la búsqueda de mi madre, pero nunca salió un resultado que dijera dónde estaba. No teníamos noticias de nada”, lamentó.

“Al principio fue muy fuerte separarse de mi madre, nos costaba aceptar lo que sucedió. Fue muy impactante. Llegué a sentirme aislado y retraído por todo ese trauma que pasamos. Quisiera que se haga justicia porque mi madre era extraordinaria, muy buena, ella no se merecía que pasara esto”, declaró Renato.

El tercer y último testimonio fue el de Guillermo Forti, el más pequeño de la familia al momento de la detención, quien expresó que cuando su madre le dijo que tenían que bajar se sorprendió mucho y se sintió asustado: “Recuerdo cuando sacaban nuestras valijas del avión y posteriormente nos llevaron y subieron a dos vehículos, un Peugeot y un Falcon. Mario, Renato, Néstor y yo en un vehículo y Alfredo y mi mamá en otro”, contó. Además, comentó que recuerda muy bien los modelos de los autos porque jugaban a un juego con sus hermanos y pudo reconocer bien que se trataba de un Peugeot 504 y un Ford Falcon. Guillermo expresó que entró en un estado de llanto y angustia porque él siempre estaba con su mamá, por eso también lo bajaron y lo pasaron al auto en el que iba su madre. 

Al final de su testimonio, Guillermo recordó su pesar sobre la pérdida: «Mi madre era una madre muy cariñosa, tierna, amiga. Durante mucho tiempo tenía la esperanza de verla llegar a en las fiestas. Yo he llegado a no asistir a esas fiestas típicas de las madres con sus hijos, por la ausencia de mi madre», expresó.

Historia de un rugbier desaparecido

Historia de un rugbier desaparecido

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes cometidos en el Pozo de  Banfield, Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, declararon los familiares del militante desaparecido Juan Carlos Abachian.

La audiencia N° 50 del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en los pozos de Quilmes, Banfield y Lanús comenzó casi puntual, con solo cinco minutos de retraso. En esta ocasión, declararon Mercedes Loyarte, Rosario Abachian y Marta Susana Abachian, todas familiares de Juan Carlos Abachian, un joven rugbier y militante de la juventud peronista y Montoneros secuestrado el 27 de diciembre de 1976.

“Corré que te matan”, le gritó Juan Carlos Abachin a su compañera Mercedes Loyarte el día que lo detuvieron en la puerta de su departamento de La Plata. Mercedes, luego de ver por la ventana a personas uniformadas, atinó a escapar gracias al alerta del padre de su hija. Trepó las paredes de las casas linderas y desde ese momento nunca más volvió a verlo. Ambos habían militado en la juventud universitaria peronista, en la Universidad Católica de Mar del Plata hasta 1975, pero cuando mataron a unos compañeros de la Carrera de Derecho, decidieron mudarse a Buenos Aires junto a su bebé recién nacida, Rosario.

Con mucho pesar y dolor, Mercedes Loyarte relata la odisea que los padres de Juan Carlos tuvieron que hacer para saber dónde estaba su hijo y qué habían hecho con él. Además, contó cómo ella, con 22 años, tuvo que esconderse junto con su hermana, su hija y la odisea para conseguir asilo: viajar hasta Montevideo, Brasil y finalmente España, el país que las recibió en el exilio, durante los ocho años de Dictadura argentina y donde vive hasta hoy junto a su hija. “El exilio es un desarraigo enorme. Es volver a empezar en todos los sentidos – expresa Loyarte con angustia y emoción y continúa-:Seguíamos con miedo y era muy difícil relacionarse en España. No te salvaba estar tan lejos. Mi familia fue particularmente seguida, mis padres soportaron once allanamientos donde nos buscaban a mi hermana y a mí. Incluso se presentó un capitán negociando para que nos entregaran”.

A través de la lectura de una carta emotiva, Loyarte expresa su agradecimiento de poder declarar y reivindicó el pedido de justicia en nombre de las y los desaparecidos: “Espero que este proceso judicial sirva como reparación a todos nuestros compañeros, sus familias, amigos y a todos que junto con ellos les desaparecieron su futuro”.

“Yo nací el abril del 76, unos días después del Golpe y en diciembre secuestraron a mi viejo. Yo tenía ocho meses y mi padre 26 años”, dijo Rosario, hija de Mercedes y Juan Abachian, con un marcado acento español Rosario. Todo lo que sabe Rosario de su padre, fue a través de los relatos de su mamá y los distintos testimonios en los juicios por lesa humanidad. Es a partir de ellos que reconstruyó quién era su papá, cómo y dónde fue secuestrado, las torturas que sufrió e incluso las anécdotas que tuvo durante el cautiverio. En el momento que se lo llevaron, Rosario se encontraba junto a sus abuelos en Mar del Plata: “Por suerte, no estaba con ellos, sino mi madre no se hubiera podido escapar y hubiera sido una nieta más robada”, contó. 

Cuando la querella de ¡Justicia Ya! preguntó por cómo impactó en su vida y la de su mamá el exilio y vivir con la desaparición de su padre hasta hoy, Rosario, sin vacilar, expresó: “Fue una ausencia muy grande con la que hemos tenido que vivir todos y todas. Los duelos son distintos de las personas que lo conocieron y de las personas que casi no tuvimos relación con ellos. Es una ausencia y un dolor que forma parte desde siempre, que no se va y es permanente”. Rosario añadió que creció alejada de su familia de origen, ya que recién pudo conocerlos con la vuelta de la democracia a los nueve años. No tuvo la oportunidad de conocer a su padre, ni mucho menos recordarlo, pero pudo saber que fue una persona muy generosa, que soñaba con una sociedad más justa. “Me hubiera gustado conocerle y me siento heredera de ese compromiso que tenía mi padre, mi madre y sus compañeros», expresó al finalizar su testimonio.

La casa de la familia Abachian  sigue mostrando las huellas de los  disparos  hasta hoy.

La tercera y última testigo fue Marta Abachian, hermana de Juan Carlos, quien recordó que luego de un partido de rugby de su hermano, en septiembre de 1976, encontraron oficiales en la puerta de su casa. Allí empezaría “la pesadilla”, expresó. Ese día reventaron la puerta de su casa y ellos comenzaron a ir de casa en casa para que no los encontraran. Trece años tenía Marta cuando vivió aquello y cuando el suegro de su hermano les contó en diciembre que Juan Carlos había sido secuestrado. A través de declaraciones de testigos, ella y su padres supieron que su hermano estuvo en La Cacha y en el Pozo de Banfield, entre otros lugares. La búsqueda fue inalcanzable, tanto que viajaron hasta Uruguay detrás de datos que resultan falsos. “La dictadura no solo se llevó a mi hermano Juan Carlos sino a Miguel Ángel que murió de cáncer y reitero que fue por todo eso”, expresó quebrada en llanto. La casa de la familia de Marta sigue mostrando las huellas de los disparos hasta hoy. Los oficiales fueron hasta octubre de 1977 yendo a buscar a su hermano. “Mis padres desde el primer momento fueron a investigar qué había pasado pidiendo habeas corpus”, mencionó.

Marta exige la respuesta que nunca encontró: “No sabemos lo que pasó con mi hermano. Mi mamá es muy fuerte, tiene 90 años y piensa que por ahí Juan Carlos está en la selva en su imaginario, pero en el fondo sabe que no está”.

Muchos son los casos que reúne este juicio, pero el de Abachian es especial ya que permitió que declarase hoy su compañera de vida que pudo salvarse, su hija que por aquel entonces tenía tan solo ocho meses cuando su padre fue secuestrado, y su hermana que hasta hoy cuida a su madre y desde el primer día se abocó junto a su familia a la búsqueda de justicia. Todas reunidas con profundo dolor recordaron al “armenio” como solían llamarle sus compañeros en un acto de memoria, verdad, pero también de amor, valentía y justicia.

Una casa convertida en centro de torturas

Una casa convertida en centro de torturas

Por Naiara Mancini

Fotografías: Captura de pantalla de La Retaguardia

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes de los CCD Banfield, Quilmes y Lanús, declararon los hijos menores del desaparecido Oscar Borzi, sobre la noche del secuestro de su padre. Abusos, robos y tormentos delante de un niño de tres años.

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Investigaciones de Lanús declararon Juan Manuel y Luis, los hijos menores de Oscar Isidro Borzi, quien permaneció detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Con estos dos testimonios finaliza la declaración de la familia Borzi, iniciada algunas audiencias atrás por Norberto y Ernesto Borzi, respectivamente, hermano e hijo mayor de la víctima: Oscar “Cacho” Borzi, quien continúa desaparecido. 

La madrugada del 30 de abril de 1977, un grupo conformado por miembros del Ejército y la Policía irrumpió en el domicilio donde vivía Oscar Isidro Borzi para llevárselo detenido. Durante las largas horas que permanecieron en la casa, la patota mantuvo secuestrada a toda la familia Borzi, compuesta, además de “Cacho”, por su esposa Ada Miozzi y sus tres hijos, Ernesto, Luis y Juan Manuel. 

El primero de los hermanos Borzi en prestar testimonio durante la jornada fue Juan Manuel. Detrás suyo podía verse una gigantografía idéntica a la que se encontraba detrás de Ernesto Borzi, su hermano mayor, durante su testimonio en las audiencias previas: una foto de su papá, “Cacho” Borzi, acompañado de Ada Miozzi y un bebé en brazos. 

Juan Manuel tenía tres años al momento del secuestro de su padre; no obstante, logró ofrecer un relato cargado de emoción y materialidad con los recuerdos de aquella noche del 30 de abril. “Si en algún momento ven que cierro los ojos es porque es una imagen vívida que pasa como adelante mío”, refirió durante su testimonio el hermano menor de los Borzi.

Sobre el ingreso del grupo de tareas a su casa ubicada en Hoyuela y Juncal, municipio de Lanús, Juan Manuel Borzi relató que fue con mucha violencia: “A mi mamá la agarran de los brazos, la dan vuelta en forma brusca y a mi viejo le siguen pegando en un costado ahí en el comedor de casa”. Asimismo, el testigo describió que, a pesar de tener sólo tres años, un señor  “que tenía olor dulzón en el aliento me tira en la habitación donde estaban mis hermanos. Me tira sobre la cama y yo me golpeo contra la pared”. Esta evocación de las personas a través de su aroma fue una constante durante el relato del hijo menor de “Cacho” Borzi. 

Durante su testimonio, Juan Manuel narró una situación abusiva sufrida por su madre en el baño del domicilio. “Veo a uno de estos tipos que se le pone enfrente, medio como que se agacha y le baja la bombacha”, describió el testigo en referencia a Ada Miozzi, y agregó que otro hombre que estaba en el baño aprovechó para robar: “El segundo le bajó la bombacha a mi mamá, con mucha velocidad y mucho adiestramiento al robo le saca las pulseritas muy finitas, que eran de oro”. Juan Manuel Borzi recordó que esas pulseras tenían un sonido muy particular, y que su madre las hacía sonar para dormirlo cuando se encontraba angustiado. Prosiguiendo con el relato de la situación, el menor de los hermanos Borzi contó que tuvo que presenciar el momento en que uno de esos hombres violenta a su mamá. Este hombre, que se encontraba junto a ella en el baño, “le baja una mano a la zona de los genitales diciéndole: dale, a vos te gusta la poronga”, describió Juan Manuel y sentenció: “A este tipo le importó tres carajos que yo estuviera mirando. 

Durante la estadía del grupo de tareas en el domicilio de los Borzi en Lanús, la familia no sólo fue víctima del secuestro y la tortura, sino también de robo. Acerca de ese hecho, Juan Manuel recordó el robo de unas pertenencias de su padre: “Mi papá tenía borceguíes con los que iba a cazar. No sé por qué se los olvidaron al lado de la cama”, y señaló, de acuerdo a la posibilidad que brinda la virtualidad: “Los estoy viendo ahora. En algún momento los usé para jugar”.

 Juan Manuel Borzi recordó el momento en que se encontró con “Cacho” Borzi al interior del domicilio. El testigo indicó que, en ese momento de vulnerabilidad, buscaba a sus padres porque quería estar con ellos: “Yo había perdido a mi papá adentro de mi casa”. En determinado momento, Juan Manuel logró escabullirse de la mirada de sus captores para ingresar en su garaje. En ese lugar, los miembros de la Policía y el Ejército estaban torturando a Oscar Borzi con picana eléctrica: “Me sigo metiendo en el garaje, y siento olor a carne quemada como cuando uno cocina un churrasco en la plancha. Nadie estaba cocinando en mi casa”. Juan Manuel, además, recordó que se escuchaba gotear la canilla del lavadero. “Cuando estas personas se separan, logro ver a mi papá, de cara al piso mirando hacia donde estaba yo. Esa fue la última vez que vi a mi papá con vida”, narró con angustia y se corrigió: “Fue la última vez que vi a mi papá”.

Una vez finalizado el relato de Juan Manuel, prestó testimonio Luis Alejandro Borzi, el segundo hijo de “Cacho” Borzi y Ada Miozzi, quien tenía 6 años la noche del secuestro de su padre. De aquel episodio, Luis evocó: “Se me despierta con alguien teniéndome la espalda con un brazo y apuntándome con un arma larga en la cabeza, diciéndome que saque muy lentamente las manos, que yo las tenía por debajo de la almohada. Y que no intente darme vuelta”. El testigo indicó que, en aquel momento, creía que alguien le estaba haciendo una broma. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía, Luis Borzi contó que, con prepotencia, le decía a su madre: “Vieja, cuando venga el viejo, a estos los caga a tiros”. Dado que fue mantenido secuestrado al interior de la habitación junto con su hermano Ernesto, el testigo acotó su relato acerca de lo ocurrido en ese espacio.

 Sobre las consecuencias que le dejó aquel acontecimiento en la posterioridad, Luis Borzi hizo referencia a la situación que vivió su hermano menor garaje: “Después, cuando yo sentía olor a carne quemada, me estresaba y por lo general me solía agarrar dolor de cabeza y malestar de estómago, y terminaba vomitando”. 

 Asimismo, el testigo relató diversas situaciones de persecución sufridas durante su vida, después del secuestro de “Cacho” Borzi. “Pasábamos por la Plaza Güemes, y hacen como un operativo varias camionetas, nos encierran en medio de la plaza y bajan con armas largas. Nos apuntan, y nos quieren separar de nuestra madre”, relató Luis Borzi, describiendo un nuevo evento sufrido durante su infancia con sus hermanos y Ada Miozzi. Sobre aquella situación, el testigo recuerda haber visto a un hombre que tenía puestos unos Ray-Ban con marco dorado, parecidos a los que usaba Oscar Borzi. En referencia a ese hombre, Luis manifestó que se lo encontraba siempre en el transporte público: “Pero no era una persona que era ni del barrio ni de Lanús. Y siempre andaba con los lentes puestos, que yo pensaba que eran de mi papá”.

 Luis Borzi hace alusión a su condición de víctima e insistió con los padecimientos sufridos aquella noche del secuestro, en respuesta a los dichos de Jorge Cutrone, un policía que le confesó a la familia Borzi haber participado de la noche del secuestro de “Cacho, pero que había afirmado que los chicos no habían sufrido torturas. “Y la familia se hizo eco de eso, de que «a los chicos no les hicieron nada». Y yo creo que hemos vivido un horror terrible”, afirmó el segundo hermano de los Borzi. A pesar de esto, Oscar Isidro Borzi es el único miembro de la familia que figura como víctima en la causa por los delitos de lesa humanidad cometidos en el presente juicio.

«Cada vez que muere un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia»

«Cada vez que muere un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia»

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Por Naiara Mancini

Fotografías: Sabrina Nicotra

Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Pozo de Quilmes.

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús finalizó su testimonio Ernesto Borzi, el hijo mayor de Oscar Isidro Borzi, quien estuvo detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno” y aún hoy continúa desaparecido.

Ernesto Borzi tenía 7 años el 30 de abril de 1977 cuando miembros del Ejército y la Policía irrumpieron en el domicilio donde vivía para secuestrar a su padre, luego de mantener durante horas cautiva a toda la familia -además de él y su papá Oscar Borzi, sus hermanos Juan Manuel y Luis Alejandro, y su mamá Ada Miozzi-. En la primera parte de su testimonio, iniciado la semana anterior, el testigo relató los tormentos sufridos por él y su familia por parte de los perpetradores la noche del secuestro de su padre. Además, Ernesto Borzi describió una situación de abuso de la que fue víctima durante las horas de cautiverio en aquella casa de la calle Hoyuela, en la localidad de Lanús.

La jornada del 2 de noviembre comenzó con la información del fallecimiento sin condena del represor Miguel Ángel Ferreyro, quien se encontraba imputado en el presente juicio. Acerca de este acontecimiento, se lamentó Ernesto Borzi: “Cada vez que por goteo fallece un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia”.

«En 44 años es la primera vez que puedo hablar. Cuatro horas en 44 años».

Para esta audiencia estaba previsto asistir a la segunda parte del testimonio de Enrique Borzi, para luego continuar con las declaraciones de sus hermanos menores, Juan Manuel Borzi y Luis Alejandro Borzi. Es por esto que, al extenderse el minucioso relato del hijo mayor de “Cacho” Borzi, el juez Ricardo Basílico le solicitó “encauzar el testimonio a los hechos investigados en la presente causa” a los fines de respetar el cronograma de audiencias. En respuesta a esta interrupción, Ernesto Borzi reafirmó su derecho a testimoniar: “En 44 años es la primera vez que puedo hablar. Cuatro horas en 44 años” y agregó: “¿Cómo no voy a poder expresarme? Mi padre no está para defenderse. Y yo no estoy para defender a mi padre. Él tuvo sus razones, que son distintas a las que tengo yo”. Asimismo, el testigo elevó el reclamo generalizado de las familias y las querellas de que se habilite una mayor cantidad semanal de audiencias por juicio: “Se nos acaba de morir otro imputado y nosotros venimos pidiendo desde hace más de 26 años, no solo que se hagan los juicios, sino que de una vez por todas se extiendan las audiencias como corresponde”. 

Durante esta segunda parte de su declaración, que finalmente abarcó la totalidad de la audiencia, Enrique Borzi profundizó en los recursos movilizados para llevar adelante la búsqueda de su padre. Así, el hijo mayor de “Cacho” Borzi relató diversas circunstancias: desde el rechazo de los innumerables habeas corpus presentados, como la posibilidad de recurrir a una vidente que prometía averiguar el paradero de personas desaparecidas a cambio de una suma exorbitante de dinero. 

Ernesto Borzi destacó también, durante su testimonio, toda la solidaridad recibida por su familia posterior al secuestro de su padre. El testigo, evocando que la noche del 30 de abril de 1977 los miembros de la patota no sólo se llevaron a “Cacho” Borzi sino que sustrajeron de su domicilio toda la ropa y objetos de valor, recordó que “los compañeros de clase elegían de sus hermanos o hermanas mayores la mejor ropa que ya no usaban, y nos la regalaban para que nosotros tuviésemos ropa en condiciones”. En segundo término, Ernesto resaltó que, durante un año, los compañeros de trabajo de la fábrica donde se desempeñaba su padre hicieron horas extras para alcanzarle a la familia la totalidad del sueldo de “Cacho” y así evitar que sus hijos y su mujer pasaran necesidades. Por otra parte, el testigo recordó que, un Día del Niño de 1979, fueron visitados por los integrantes de la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos de Lanús: “Pasaron, estuvieron en casa, querían saber cómo estábamos, invitaron a mamá a sumarse a las actividades. preguntaron cómo estábamos nosotros y si necesitábamos algo”. 

En contraposición a estos actos de solidaridad, Ernesto Borzi relató también diversas circunstancias en que él se encontró vulnerado. El testigo describió una situación de persecución vivida al finalizar la Marcha de la Resistencia organizada por Madres de Plaza de Mayo en el año 2000, donde una mujer se le acercó para conocerlo, refiriendo haber sido compañera de su padre. Esa mujer, posteriormente se enteraría el testigo, había pertenecido a los Servicios de Inteligencia del Batallón 601 del Ejército. Asimismo, Ernesto Borzi describió una situación de una denuncia policial que realizó en el año 2019, en la cual las funcionarias policiales se rehusaron a dejar asentada la condición de “desaparición forzada” de su padre, al desconocer la definición del término. El testigo se refirió a estos acontecimientos como “hechos de negacionismo” y realizó un llamado de atención: “Lo considero un hecho grave, no solo doloroso, sino institucionalmente perjudicial para el desarrollo del país y la democracia que pretendemos, en principio, como forma de vida”. 

Para describir el proceso de búsqueda de la verdad acerca de lo que había sucedido con su padre, Ernesto Borzi recitó parte del estribillo del tango “Vendrás alguna vez” de Malerba y Amadori, que profesa: “¿Vendrás alguna vez? Mentime, mentime si es que nunca, nunca volverás, porque prefiero vivir de esa mentira, que andar tras de la muerte sabiendo la verdad”. En razón de esta cita, Ernesto Borzi declaró: “Yo entiendo que esta búsqueda que nosotros iniciamos y que continuamos es ir tras de la muerte. Porque saber la verdad es doloroso. Y además ir tras de la muerte no es buscando la muerte, es simplemente intentar saber qué fue lo que pasó”. De acuerdo con este proceso de Memoria, Verdad y Justicia, el hijo mayor de “Cacho” Borzi relató que, a través de las audiencias de otros procesos judiciales, fue capaz de identificar a algunos de los represores que estuvieron en su casa aquella noche de 1977. “Pasaron los años que pasaron, vivimos los años que vivimos, con las leyes que consagraron la impunidad, y en la calle, en el trabajo, en la escuela, uno no sabía si el que estaba al lado suyo había sido uno de los que lo había secuestrado”, declaró el testigo, enfatizando en la importancia de identificar a quienes fueron artífices de estos crímenes de lesa humanidad. 

Al finalizar su testimonio, Ernesto Borzi afirmó que “el 24 de marzo de 1976 comenzó un proceso y una transformación social-económica para planificar la desigualdad”. A partir de esto, reivindicó el accionar y la militancia de su padre, Oscar Isidro Borzi, quien “en algún momento dado entendió y vio que había un proyecto de país que podía abarcar a todos, y había un proyecto de país que dejaba a muchos afuera”, y agregó: “mi padre era un obrero calificado, altamente calificado, y puso sus conocimientos y su voluntad en un proyecto político”. 

El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometido en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús continuará la semana siguiente con dos audiencias: el día 8 de noviembre declararán los hermanos López Muntaner, y el día 9 de noviembre continuarán los testimonios de la familia Borzi con las declaraciones de Juan Manuel Borzi y Luis Alejandro Borzi.

“Mi abuelo Oscar, hasta el día que murió, esperaba que su hijo volviera”

“Mi abuelo Oscar, hasta el día que murió, esperaba que su hijo volviera”

Por Naiara Mancini

Fotografía: Captura de Pantalla (La Retaguardia)

A un año del comienzo del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús, declaró el hijo mayor de Oscar Isidro Borzi, quien estuvo detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Algunas semanas atrás, en el marco de este juicio, prestó testimonio Norberto Borzi, el hermano mayor de “Cacho” Borzi, quien a día de hoy continúa desaparecido.

Para la presente jornada estaban previstos originalmente los testimonios de Ernesto, Luis y Juan Manuel Borzi, los tres hijos de Oscar, testigos y víctimas del operativo llevado a cabo el 30 de abril de 1977 en el domicilio de Lanús donde vivían junto a su mamá, Ada Miozzi. No obstante, la rigurosidad y extensión de la declaración prestada por Ernesto Borzi obligó a aplazar una semana más los testimonios de Luis y Juan Manuel.

Ernesto Borzi, el mayor de los hermanos, tenía la edad de 7 años cuando miembros del Ejército y la Policía irrumpieron en su casa de Lanús para secuestrar a su padre, luego de mantener cautiva a su familia durante largas horas. A pesar de especificar que, al testimoniar, estaba “haciendo un esfuerzo de memoria” porque el relato “cuesta mucho por una cuestión de cronología y por una cuestión emocional”, Ernesto ofreció una narración minuciosa, apoyándose en sus recuerdos de infante y posteriores reconstrucciones familiares, brindando nombres, fechas y direcciones con precisión.

Luego de desarrollar diferentes circunstancias en que su familia fue perseguida y vigilada, el testigo relató los hechos acontecidos el 30 de abril de 1977. De acuerdo con Ernesto Borzi, personas que se anunciaron como del Ejército argentino golpearon la puerta de su domicilio a las dos de la mañana y, al ingresar, su papá fue herido “de un bayonetazo en el pecho. Grita, es tirado al piso, reducido a golpes y patadas”. Finalmente, Ernesto describe: “El grupo de asalto invade la casa”. Asimismo, el testigo relató que su hermano menor, Juan Manuel, en aquel entonces de tres años, corrió detrás de su papá, pero uno de los captores lo agarra del pañal y lo tira contra la pared. El testigo manifestó que, durante todo el tiempo que permanecieron en su casa, los represores lo mantuvieron encerrado en su cuarto junto a su hermano Luis. Asimismo, los integrantes de la patota -entre quienes posteriormente reconoció al entonces jefe de la Policía Bonaerense, Ramón Camps; y al médico policial, Jorge Antonio Bergés- no sólo torturaron a su familia, sino que también les robaron toda la ropa y los objetos de valor.

Ernesto recuperó las palabras de Juan Manuel Borzi, quien tiene previsto prestar declaración el próximo 2 de noviembre, para relatar la tortura sufrida por su padre aquella noche del 30 de abril en su domicilio: “Hacen correr el agua de la pileta del lavadero, y Juan lo que verbaliza es que sentía olor a carne quemada”. Posteriormente, agregó que su hermano Juan Manuel tiene actualmente dificultades para ir al dentista porque “cuando le apoyan el torno y él siente la fricción que provoca, no sólo con el esmalte y con el hueso del diente, sino con la carne que está alrededor, ese olor a carne quemada a mi hermano lo descompone” y sentencia que Juan recuerda que ese era el olor a carne quemada “cuando estaban torturando con picana eléctrica a papá en el lavadero”.

Durante el testimonio, Ernesto Borzi relató que fue víctima de una situación de abuso por parte de uno de los captores. Un hombre que él describe como “Morocho 1” se sentó en su cama y, de acuerdo con el relato de Ernesto, “comienza con una serie de escarceos, de manoseos, me pone la mano en el pecho, a la altura primero del esternón, y comienza a bajar su mano y a hacer presión” y luego agrega: “Llega a la zona de la pelvis, yo estaba en remera y calzoncillo, y comienza a frotarme la zona de la pelvis, la zona del pito”. Ernesto recuerda que, a sus 7 años, él pensaba cómo escapar de esa situación: “Yo quería salir corriendo, sabía que no podía. Me lamentaba no tener el estado atlético que tenían los chicos del barrio con los que jugábamos”. 

Acerca de la posterior averiguación del paradero de su padre, Ernesto Borzi relató que supieron por boca de testigos familiares que “Cacho” Borzi había sido llevado a la Brigada de Investigaciones de Lanús, para ser luego trasladado. Ernesto contó la búsqueda incesante llevada a cabo por sus abuelos paternos, quienes en su casa “siempre dejaban la puerta abierta, incluso hasta de noche, porque esperaban que el hijo no sólo golpeara la puerta, sino que decían: si Cacho vuelve no puede tener la puerta cerrada”. Siguiendo algunas pistas, sus abuelos viajaron en diversas ocasiones hasta el Regimiento La Tablada con la esperanza de reencontrarse con su hijo: “Dos personas grandes, moviéndose en transporte público. Mi abuela llevando una bolsa con ropa. Mi abuelo, que ya tenía problemas del corazón, con dos termos, con chocolates, con milanesas hechas como le gustaban a mi papá, con galletitas, con una maquinita de afeitar porque mi abuela había escuchado que mi papá estaba barbudo porque no se podía afeitar, con jabón, con perfume, con champú”. Ernesto relató que en una oportunidad su abuela Celia se presentó sola ante el personal del Regimiento La Tablada, en donde le acercaron una carpeta y le dijeron: “Fíjese si su hijo no está acá”. Entonces, Ernesto cuenta que su abuela empieza a hojear el libraco que le dan y había fotografías de cadáveres. Asimismo, el hijo mayor de los Borzi recordó que su abuela no ofrecía relatos detallados de los acontecimientos, explicándole: “Ernesto, yo de esto no me quiero acordar, porque si me acuerdo de esto me vuelvo loca. Y yo espero que mi hijo vuelva vivo. No espero un conjunto de huesos”. Y finalizó: “Mi abuelo Oscar también, hasta el día que murió esperaba que su hijo volviera”.

Ernesto Borzi enmarcó su testimonio en el proceso transitado durante el período de democracia en Argentina: “Quiero dejar expresado que estamos haciendo una síntesis de los últimos 44 años de nuestras vidas. Y recién tenemos la posibilidad de tener un tribunal donde buscamos justicia”.

El hijo mayor de los Borzi continuará su declaración en la audiencia del día 2 de noviembre del presente juicio, en conjunto con los testimonios que brindarán sus hermanos Luis Alejandro y Juan Manuel Borzi.