Historia de un rugbier desaparecido

Historia de un rugbier desaparecido

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes cometidos en el Pozo de  Banfield, Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, declararon los familiares del militante desaparecido Juan Carlos Abachian.

La audiencia N° 50 del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en los pozos de Quilmes, Banfield y Lanús comenzó casi puntual, con solo cinco minutos de retraso. En esta ocasión, declararon Mercedes Loyarte, Rosario Abachian y Marta Susana Abachian, todas familiares de Juan Carlos Abachian, un joven rugbier y militante de la juventud peronista y Montoneros secuestrado el 27 de diciembre de 1976.

“Corré que te matan”, le gritó Juan Carlos Abachin a su compañera Mercedes Loyarte el día que lo detuvieron en la puerta de su departamento de La Plata. Mercedes, luego de ver por la ventana a personas uniformadas, atinó a escapar gracias al alerta del padre de su hija. Trepó las paredes de las casas linderas y desde ese momento nunca más volvió a verlo. Ambos habían militado en la juventud universitaria peronista, en la Universidad Católica de Mar del Plata hasta 1975, pero cuando mataron a unos compañeros de la Carrera de Derecho, decidieron mudarse a Buenos Aires junto a su bebé recién nacida, Rosario.

Con mucho pesar y dolor, Mercedes Loyarte relata la odisea que los padres de Juan Carlos tuvieron que hacer para saber dónde estaba su hijo y qué habían hecho con él. Además, contó cómo ella, con 22 años, tuvo que esconderse junto con su hermana, su hija y la odisea para conseguir asilo: viajar hasta Montevideo, Brasil y finalmente España, el país que las recibió en el exilio, durante los ocho años de Dictadura argentina y donde vive hasta hoy junto a su hija. “El exilio es un desarraigo enorme. Es volver a empezar en todos los sentidos – expresa Loyarte con angustia y emoción y continúa-:Seguíamos con miedo y era muy difícil relacionarse en España. No te salvaba estar tan lejos. Mi familia fue particularmente seguida, mis padres soportaron once allanamientos donde nos buscaban a mi hermana y a mí. Incluso se presentó un capitán negociando para que nos entregaran”.

A través de la lectura de una carta emotiva, Loyarte expresa su agradecimiento de poder declarar y reivindicó el pedido de justicia en nombre de las y los desaparecidos: “Espero que este proceso judicial sirva como reparación a todos nuestros compañeros, sus familias, amigos y a todos que junto con ellos les desaparecieron su futuro”.

“Yo nací el abril del 76, unos días después del Golpe y en diciembre secuestraron a mi viejo. Yo tenía ocho meses y mi padre 26 años”, dijo Rosario, hija de Mercedes y Juan Abachian, con un marcado acento español Rosario. Todo lo que sabe Rosario de su padre, fue a través de los relatos de su mamá y los distintos testimonios en los juicios por lesa humanidad. Es a partir de ellos que reconstruyó quién era su papá, cómo y dónde fue secuestrado, las torturas que sufrió e incluso las anécdotas que tuvo durante el cautiverio. En el momento que se lo llevaron, Rosario se encontraba junto a sus abuelos en Mar del Plata: “Por suerte, no estaba con ellos, sino mi madre no se hubiera podido escapar y hubiera sido una nieta más robada”, contó. 

Cuando la querella de ¡Justicia Ya! preguntó por cómo impactó en su vida y la de su mamá el exilio y vivir con la desaparición de su padre hasta hoy, Rosario, sin vacilar, expresó: “Fue una ausencia muy grande con la que hemos tenido que vivir todos y todas. Los duelos son distintos de las personas que lo conocieron y de las personas que casi no tuvimos relación con ellos. Es una ausencia y un dolor que forma parte desde siempre, que no se va y es permanente”. Rosario añadió que creció alejada de su familia de origen, ya que recién pudo conocerlos con la vuelta de la democracia a los nueve años. No tuvo la oportunidad de conocer a su padre, ni mucho menos recordarlo, pero pudo saber que fue una persona muy generosa, que soñaba con una sociedad más justa. “Me hubiera gustado conocerle y me siento heredera de ese compromiso que tenía mi padre, mi madre y sus compañeros», expresó al finalizar su testimonio.

La casa de la familia Abachian  sigue mostrando las huellas de los  disparos  hasta hoy.

La tercera y última testigo fue Marta Abachian, hermana de Juan Carlos, quien recordó que luego de un partido de rugby de su hermano, en septiembre de 1976, encontraron oficiales en la puerta de su casa. Allí empezaría “la pesadilla”, expresó. Ese día reventaron la puerta de su casa y ellos comenzaron a ir de casa en casa para que no los encontraran. Trece años tenía Marta cuando vivió aquello y cuando el suegro de su hermano les contó en diciembre que Juan Carlos había sido secuestrado. A través de declaraciones de testigos, ella y su padres supieron que su hermano estuvo en La Cacha y en el Pozo de Banfield, entre otros lugares. La búsqueda fue inalcanzable, tanto que viajaron hasta Uruguay detrás de datos que resultan falsos. “La dictadura no solo se llevó a mi hermano Juan Carlos sino a Miguel Ángel que murió de cáncer y reitero que fue por todo eso”, expresó quebrada en llanto. La casa de la familia de Marta sigue mostrando las huellas de los disparos hasta hoy. Los oficiales fueron hasta octubre de 1977 yendo a buscar a su hermano. “Mis padres desde el primer momento fueron a investigar qué había pasado pidiendo habeas corpus”, mencionó.

Marta exige la respuesta que nunca encontró: “No sabemos lo que pasó con mi hermano. Mi mamá es muy fuerte, tiene 90 años y piensa que por ahí Juan Carlos está en la selva en su imaginario, pero en el fondo sabe que no está”.

Muchos son los casos que reúne este juicio, pero el de Abachian es especial ya que permitió que declarase hoy su compañera de vida que pudo salvarse, su hija que por aquel entonces tenía tan solo ocho meses cuando su padre fue secuestrado, y su hermana que hasta hoy cuida a su madre y desde el primer día se abocó junto a su familia a la búsqueda de justicia. Todas reunidas con profundo dolor recordaron al “armenio” como solían llamarle sus compañeros en un acto de memoria, verdad, pero también de amor, valentía y justicia.

Una casa convertida en centro de torturas

Una casa convertida en centro de torturas

Por Naiara Mancini

Fotografías: Captura de pantalla de La Retaguardia

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes de los CCD Banfield, Quilmes y Lanús, declararon los hijos menores del desaparecido Oscar Borzi, sobre la noche del secuestro de su padre. Abusos, robos y tormentos delante de un niño de tres años.

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Investigaciones de Lanús declararon Juan Manuel y Luis, los hijos menores de Oscar Isidro Borzi, quien permaneció detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Con estos dos testimonios finaliza la declaración de la familia Borzi, iniciada algunas audiencias atrás por Norberto y Ernesto Borzi, respectivamente, hermano e hijo mayor de la víctima: Oscar “Cacho” Borzi, quien continúa desaparecido. 

La madrugada del 30 de abril de 1977, un grupo conformado por miembros del Ejército y la Policía irrumpió en el domicilio donde vivía Oscar Isidro Borzi para llevárselo detenido. Durante las largas horas que permanecieron en la casa, la patota mantuvo secuestrada a toda la familia Borzi, compuesta, además de “Cacho”, por su esposa Ada Miozzi y sus tres hijos, Ernesto, Luis y Juan Manuel. 

El primero de los hermanos Borzi en prestar testimonio durante la jornada fue Juan Manuel. Detrás suyo podía verse una gigantografía idéntica a la que se encontraba detrás de Ernesto Borzi, su hermano mayor, durante su testimonio en las audiencias previas: una foto de su papá, “Cacho” Borzi, acompañado de Ada Miozzi y un bebé en brazos. 

Juan Manuel tenía tres años al momento del secuestro de su padre; no obstante, logró ofrecer un relato cargado de emoción y materialidad con los recuerdos de aquella noche del 30 de abril. “Si en algún momento ven que cierro los ojos es porque es una imagen vívida que pasa como adelante mío”, refirió durante su testimonio el hermano menor de los Borzi.

Sobre el ingreso del grupo de tareas a su casa ubicada en Hoyuela y Juncal, municipio de Lanús, Juan Manuel Borzi relató que fue con mucha violencia: “A mi mamá la agarran de los brazos, la dan vuelta en forma brusca y a mi viejo le siguen pegando en un costado ahí en el comedor de casa”. Asimismo, el testigo describió que, a pesar de tener sólo tres años, un señor  “que tenía olor dulzón en el aliento me tira en la habitación donde estaban mis hermanos. Me tira sobre la cama y yo me golpeo contra la pared”. Esta evocación de las personas a través de su aroma fue una constante durante el relato del hijo menor de “Cacho” Borzi. 

Durante su testimonio, Juan Manuel narró una situación abusiva sufrida por su madre en el baño del domicilio. “Veo a uno de estos tipos que se le pone enfrente, medio como que se agacha y le baja la bombacha”, describió el testigo en referencia a Ada Miozzi, y agregó que otro hombre que estaba en el baño aprovechó para robar: “El segundo le bajó la bombacha a mi mamá, con mucha velocidad y mucho adiestramiento al robo le saca las pulseritas muy finitas, que eran de oro”. Juan Manuel Borzi recordó que esas pulseras tenían un sonido muy particular, y que su madre las hacía sonar para dormirlo cuando se encontraba angustiado. Prosiguiendo con el relato de la situación, el menor de los hermanos Borzi contó que tuvo que presenciar el momento en que uno de esos hombres violenta a su mamá. Este hombre, que se encontraba junto a ella en el baño, “le baja una mano a la zona de los genitales diciéndole: dale, a vos te gusta la poronga”, describió Juan Manuel y sentenció: “A este tipo le importó tres carajos que yo estuviera mirando. 

Durante la estadía del grupo de tareas en el domicilio de los Borzi en Lanús, la familia no sólo fue víctima del secuestro y la tortura, sino también de robo. Acerca de ese hecho, Juan Manuel recordó el robo de unas pertenencias de su padre: “Mi papá tenía borceguíes con los que iba a cazar. No sé por qué se los olvidaron al lado de la cama”, y señaló, de acuerdo a la posibilidad que brinda la virtualidad: “Los estoy viendo ahora. En algún momento los usé para jugar”.

 Juan Manuel Borzi recordó el momento en que se encontró con “Cacho” Borzi al interior del domicilio. El testigo indicó que, en ese momento de vulnerabilidad, buscaba a sus padres porque quería estar con ellos: “Yo había perdido a mi papá adentro de mi casa”. En determinado momento, Juan Manuel logró escabullirse de la mirada de sus captores para ingresar en su garaje. En ese lugar, los miembros de la Policía y el Ejército estaban torturando a Oscar Borzi con picana eléctrica: “Me sigo metiendo en el garaje, y siento olor a carne quemada como cuando uno cocina un churrasco en la plancha. Nadie estaba cocinando en mi casa”. Juan Manuel, además, recordó que se escuchaba gotear la canilla del lavadero. “Cuando estas personas se separan, logro ver a mi papá, de cara al piso mirando hacia donde estaba yo. Esa fue la última vez que vi a mi papá con vida”, narró con angustia y se corrigió: “Fue la última vez que vi a mi papá”.

Una vez finalizado el relato de Juan Manuel, prestó testimonio Luis Alejandro Borzi, el segundo hijo de “Cacho” Borzi y Ada Miozzi, quien tenía 6 años la noche del secuestro de su padre. De aquel episodio, Luis evocó: “Se me despierta con alguien teniéndome la espalda con un brazo y apuntándome con un arma larga en la cabeza, diciéndome que saque muy lentamente las manos, que yo las tenía por debajo de la almohada. Y que no intente darme vuelta”. El testigo indicó que, en aquel momento, creía que alguien le estaba haciendo una broma. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía, Luis Borzi contó que, con prepotencia, le decía a su madre: “Vieja, cuando venga el viejo, a estos los caga a tiros”. Dado que fue mantenido secuestrado al interior de la habitación junto con su hermano Ernesto, el testigo acotó su relato acerca de lo ocurrido en ese espacio.

 Sobre las consecuencias que le dejó aquel acontecimiento en la posterioridad, Luis Borzi hizo referencia a la situación que vivió su hermano menor garaje: “Después, cuando yo sentía olor a carne quemada, me estresaba y por lo general me solía agarrar dolor de cabeza y malestar de estómago, y terminaba vomitando”. 

 Asimismo, el testigo relató diversas situaciones de persecución sufridas durante su vida, después del secuestro de “Cacho” Borzi. “Pasábamos por la Plaza Güemes, y hacen como un operativo varias camionetas, nos encierran en medio de la plaza y bajan con armas largas. Nos apuntan, y nos quieren separar de nuestra madre”, relató Luis Borzi, describiendo un nuevo evento sufrido durante su infancia con sus hermanos y Ada Miozzi. Sobre aquella situación, el testigo recuerda haber visto a un hombre que tenía puestos unos Ray-Ban con marco dorado, parecidos a los que usaba Oscar Borzi. En referencia a ese hombre, Luis manifestó que se lo encontraba siempre en el transporte público: “Pero no era una persona que era ni del barrio ni de Lanús. Y siempre andaba con los lentes puestos, que yo pensaba que eran de mi papá”.

 Luis Borzi hace alusión a su condición de víctima e insistió con los padecimientos sufridos aquella noche del secuestro, en respuesta a los dichos de Jorge Cutrone, un policía que le confesó a la familia Borzi haber participado de la noche del secuestro de “Cacho, pero que había afirmado que los chicos no habían sufrido torturas. “Y la familia se hizo eco de eso, de que «a los chicos no les hicieron nada». Y yo creo que hemos vivido un horror terrible”, afirmó el segundo hermano de los Borzi. A pesar de esto, Oscar Isidro Borzi es el único miembro de la familia que figura como víctima en la causa por los delitos de lesa humanidad cometidos en el presente juicio.

«Cada vez que muere un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia»

«Cada vez que muere un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia»

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Por Naiara Mancini

Fotografías: Sabrina Nicotra

Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Pozo de Quilmes.

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús finalizó su testimonio Ernesto Borzi, el hijo mayor de Oscar Isidro Borzi, quien estuvo detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno” y aún hoy continúa desaparecido.

Ernesto Borzi tenía 7 años el 30 de abril de 1977 cuando miembros del Ejército y la Policía irrumpieron en el domicilio donde vivía para secuestrar a su padre, luego de mantener durante horas cautiva a toda la familia -además de él y su papá Oscar Borzi, sus hermanos Juan Manuel y Luis Alejandro, y su mamá Ada Miozzi-. En la primera parte de su testimonio, iniciado la semana anterior, el testigo relató los tormentos sufridos por él y su familia por parte de los perpetradores la noche del secuestro de su padre. Además, Ernesto Borzi describió una situación de abuso de la que fue víctima durante las horas de cautiverio en aquella casa de la calle Hoyuela, en la localidad de Lanús.

La jornada del 2 de noviembre comenzó con la información del fallecimiento sin condena del represor Miguel Ángel Ferreyro, quien se encontraba imputado en el presente juicio. Acerca de este acontecimiento, se lamentó Ernesto Borzi: “Cada vez que por goteo fallece un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia”.

«En 44 años es la primera vez que puedo hablar. Cuatro horas en 44 años».

Para esta audiencia estaba previsto asistir a la segunda parte del testimonio de Enrique Borzi, para luego continuar con las declaraciones de sus hermanos menores, Juan Manuel Borzi y Luis Alejandro Borzi. Es por esto que, al extenderse el minucioso relato del hijo mayor de “Cacho” Borzi, el juez Ricardo Basílico le solicitó “encauzar el testimonio a los hechos investigados en la presente causa” a los fines de respetar el cronograma de audiencias. En respuesta a esta interrupción, Ernesto Borzi reafirmó su derecho a testimoniar: “En 44 años es la primera vez que puedo hablar. Cuatro horas en 44 años” y agregó: “¿Cómo no voy a poder expresarme? Mi padre no está para defenderse. Y yo no estoy para defender a mi padre. Él tuvo sus razones, que son distintas a las que tengo yo”. Asimismo, el testigo elevó el reclamo generalizado de las familias y las querellas de que se habilite una mayor cantidad semanal de audiencias por juicio: “Se nos acaba de morir otro imputado y nosotros venimos pidiendo desde hace más de 26 años, no solo que se hagan los juicios, sino que de una vez por todas se extiendan las audiencias como corresponde”. 

Durante esta segunda parte de su declaración, que finalmente abarcó la totalidad de la audiencia, Enrique Borzi profundizó en los recursos movilizados para llevar adelante la búsqueda de su padre. Así, el hijo mayor de “Cacho” Borzi relató diversas circunstancias: desde el rechazo de los innumerables habeas corpus presentados, como la posibilidad de recurrir a una vidente que prometía averiguar el paradero de personas desaparecidas a cambio de una suma exorbitante de dinero. 

Ernesto Borzi destacó también, durante su testimonio, toda la solidaridad recibida por su familia posterior al secuestro de su padre. El testigo, evocando que la noche del 30 de abril de 1977 los miembros de la patota no sólo se llevaron a “Cacho” Borzi sino que sustrajeron de su domicilio toda la ropa y objetos de valor, recordó que “los compañeros de clase elegían de sus hermanos o hermanas mayores la mejor ropa que ya no usaban, y nos la regalaban para que nosotros tuviésemos ropa en condiciones”. En segundo término, Ernesto resaltó que, durante un año, los compañeros de trabajo de la fábrica donde se desempeñaba su padre hicieron horas extras para alcanzarle a la familia la totalidad del sueldo de “Cacho” y así evitar que sus hijos y su mujer pasaran necesidades. Por otra parte, el testigo recordó que, un Día del Niño de 1979, fueron visitados por los integrantes de la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos de Lanús: “Pasaron, estuvieron en casa, querían saber cómo estábamos, invitaron a mamá a sumarse a las actividades. preguntaron cómo estábamos nosotros y si necesitábamos algo”. 

En contraposición a estos actos de solidaridad, Ernesto Borzi relató también diversas circunstancias en que él se encontró vulnerado. El testigo describió una situación de persecución vivida al finalizar la Marcha de la Resistencia organizada por Madres de Plaza de Mayo en el año 2000, donde una mujer se le acercó para conocerlo, refiriendo haber sido compañera de su padre. Esa mujer, posteriormente se enteraría el testigo, había pertenecido a los Servicios de Inteligencia del Batallón 601 del Ejército. Asimismo, Ernesto Borzi describió una situación de una denuncia policial que realizó en el año 2019, en la cual las funcionarias policiales se rehusaron a dejar asentada la condición de “desaparición forzada” de su padre, al desconocer la definición del término. El testigo se refirió a estos acontecimientos como “hechos de negacionismo” y realizó un llamado de atención: “Lo considero un hecho grave, no solo doloroso, sino institucionalmente perjudicial para el desarrollo del país y la democracia que pretendemos, en principio, como forma de vida”. 

Para describir el proceso de búsqueda de la verdad acerca de lo que había sucedido con su padre, Ernesto Borzi recitó parte del estribillo del tango “Vendrás alguna vez” de Malerba y Amadori, que profesa: “¿Vendrás alguna vez? Mentime, mentime si es que nunca, nunca volverás, porque prefiero vivir de esa mentira, que andar tras de la muerte sabiendo la verdad”. En razón de esta cita, Ernesto Borzi declaró: “Yo entiendo que esta búsqueda que nosotros iniciamos y que continuamos es ir tras de la muerte. Porque saber la verdad es doloroso. Y además ir tras de la muerte no es buscando la muerte, es simplemente intentar saber qué fue lo que pasó”. De acuerdo con este proceso de Memoria, Verdad y Justicia, el hijo mayor de “Cacho” Borzi relató que, a través de las audiencias de otros procesos judiciales, fue capaz de identificar a algunos de los represores que estuvieron en su casa aquella noche de 1977. “Pasaron los años que pasaron, vivimos los años que vivimos, con las leyes que consagraron la impunidad, y en la calle, en el trabajo, en la escuela, uno no sabía si el que estaba al lado suyo había sido uno de los que lo había secuestrado”, declaró el testigo, enfatizando en la importancia de identificar a quienes fueron artífices de estos crímenes de lesa humanidad. 

Al finalizar su testimonio, Ernesto Borzi afirmó que “el 24 de marzo de 1976 comenzó un proceso y una transformación social-económica para planificar la desigualdad”. A partir de esto, reivindicó el accionar y la militancia de su padre, Oscar Isidro Borzi, quien “en algún momento dado entendió y vio que había un proyecto de país que podía abarcar a todos, y había un proyecto de país que dejaba a muchos afuera”, y agregó: “mi padre era un obrero calificado, altamente calificado, y puso sus conocimientos y su voluntad en un proyecto político”. 

El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometido en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús continuará la semana siguiente con dos audiencias: el día 8 de noviembre declararán los hermanos López Muntaner, y el día 9 de noviembre continuarán los testimonios de la familia Borzi con las declaraciones de Juan Manuel Borzi y Luis Alejandro Borzi.

“Mi abuelo Oscar, hasta el día que murió, esperaba que su hijo volviera”

“Mi abuelo Oscar, hasta el día que murió, esperaba que su hijo volviera”

Por Naiara Mancini

Fotografía: Captura de Pantalla (La Retaguardia)

A un año del comienzo del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús, declaró el hijo mayor de Oscar Isidro Borzi, quien estuvo detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Algunas semanas atrás, en el marco de este juicio, prestó testimonio Norberto Borzi, el hermano mayor de “Cacho” Borzi, quien a día de hoy continúa desaparecido.

Para la presente jornada estaban previstos originalmente los testimonios de Ernesto, Luis y Juan Manuel Borzi, los tres hijos de Oscar, testigos y víctimas del operativo llevado a cabo el 30 de abril de 1977 en el domicilio de Lanús donde vivían junto a su mamá, Ada Miozzi. No obstante, la rigurosidad y extensión de la declaración prestada por Ernesto Borzi obligó a aplazar una semana más los testimonios de Luis y Juan Manuel.

Ernesto Borzi, el mayor de los hermanos, tenía la edad de 7 años cuando miembros del Ejército y la Policía irrumpieron en su casa de Lanús para secuestrar a su padre, luego de mantener cautiva a su familia durante largas horas. A pesar de especificar que, al testimoniar, estaba “haciendo un esfuerzo de memoria” porque el relato “cuesta mucho por una cuestión de cronología y por una cuestión emocional”, Ernesto ofreció una narración minuciosa, apoyándose en sus recuerdos de infante y posteriores reconstrucciones familiares, brindando nombres, fechas y direcciones con precisión.

Luego de desarrollar diferentes circunstancias en que su familia fue perseguida y vigilada, el testigo relató los hechos acontecidos el 30 de abril de 1977. De acuerdo con Ernesto Borzi, personas que se anunciaron como del Ejército argentino golpearon la puerta de su domicilio a las dos de la mañana y, al ingresar, su papá fue herido “de un bayonetazo en el pecho. Grita, es tirado al piso, reducido a golpes y patadas”. Finalmente, Ernesto describe: “El grupo de asalto invade la casa”. Asimismo, el testigo relató que su hermano menor, Juan Manuel, en aquel entonces de tres años, corrió detrás de su papá, pero uno de los captores lo agarra del pañal y lo tira contra la pared. El testigo manifestó que, durante todo el tiempo que permanecieron en su casa, los represores lo mantuvieron encerrado en su cuarto junto a su hermano Luis. Asimismo, los integrantes de la patota -entre quienes posteriormente reconoció al entonces jefe de la Policía Bonaerense, Ramón Camps; y al médico policial, Jorge Antonio Bergés- no sólo torturaron a su familia, sino que también les robaron toda la ropa y los objetos de valor.

Ernesto recuperó las palabras de Juan Manuel Borzi, quien tiene previsto prestar declaración el próximo 2 de noviembre, para relatar la tortura sufrida por su padre aquella noche del 30 de abril en su domicilio: “Hacen correr el agua de la pileta del lavadero, y Juan lo que verbaliza es que sentía olor a carne quemada”. Posteriormente, agregó que su hermano Juan Manuel tiene actualmente dificultades para ir al dentista porque “cuando le apoyan el torno y él siente la fricción que provoca, no sólo con el esmalte y con el hueso del diente, sino con la carne que está alrededor, ese olor a carne quemada a mi hermano lo descompone” y sentencia que Juan recuerda que ese era el olor a carne quemada “cuando estaban torturando con picana eléctrica a papá en el lavadero”.

Durante el testimonio, Ernesto Borzi relató que fue víctima de una situación de abuso por parte de uno de los captores. Un hombre que él describe como “Morocho 1” se sentó en su cama y, de acuerdo con el relato de Ernesto, “comienza con una serie de escarceos, de manoseos, me pone la mano en el pecho, a la altura primero del esternón, y comienza a bajar su mano y a hacer presión” y luego agrega: “Llega a la zona de la pelvis, yo estaba en remera y calzoncillo, y comienza a frotarme la zona de la pelvis, la zona del pito”. Ernesto recuerda que, a sus 7 años, él pensaba cómo escapar de esa situación: “Yo quería salir corriendo, sabía que no podía. Me lamentaba no tener el estado atlético que tenían los chicos del barrio con los que jugábamos”. 

Acerca de la posterior averiguación del paradero de su padre, Ernesto Borzi relató que supieron por boca de testigos familiares que “Cacho” Borzi había sido llevado a la Brigada de Investigaciones de Lanús, para ser luego trasladado. Ernesto contó la búsqueda incesante llevada a cabo por sus abuelos paternos, quienes en su casa “siempre dejaban la puerta abierta, incluso hasta de noche, porque esperaban que el hijo no sólo golpeara la puerta, sino que decían: si Cacho vuelve no puede tener la puerta cerrada”. Siguiendo algunas pistas, sus abuelos viajaron en diversas ocasiones hasta el Regimiento La Tablada con la esperanza de reencontrarse con su hijo: “Dos personas grandes, moviéndose en transporte público. Mi abuela llevando una bolsa con ropa. Mi abuelo, que ya tenía problemas del corazón, con dos termos, con chocolates, con milanesas hechas como le gustaban a mi papá, con galletitas, con una maquinita de afeitar porque mi abuela había escuchado que mi papá estaba barbudo porque no se podía afeitar, con jabón, con perfume, con champú”. Ernesto relató que en una oportunidad su abuela Celia se presentó sola ante el personal del Regimiento La Tablada, en donde le acercaron una carpeta y le dijeron: “Fíjese si su hijo no está acá”. Entonces, Ernesto cuenta que su abuela empieza a hojear el libraco que le dan y había fotografías de cadáveres. Asimismo, el hijo mayor de los Borzi recordó que su abuela no ofrecía relatos detallados de los acontecimientos, explicándole: “Ernesto, yo de esto no me quiero acordar, porque si me acuerdo de esto me vuelvo loca. Y yo espero que mi hijo vuelva vivo. No espero un conjunto de huesos”. Y finalizó: “Mi abuelo Oscar también, hasta el día que murió esperaba que su hijo volviera”.

Ernesto Borzi enmarcó su testimonio en el proceso transitado durante el período de democracia en Argentina: “Quiero dejar expresado que estamos haciendo una síntesis de los últimos 44 años de nuestras vidas. Y recién tenemos la posibilidad de tener un tribunal donde buscamos justicia”.

El hijo mayor de los Borzi continuará su declaración en la audiencia del día 2 de noviembre del presente juicio, en conjunto con los testimonios que brindarán sus hermanos Luis Alejandro y Juan Manuel Borzi.

«Las cosas en el país serían muy diferentes si la dictadura no se hubiera llevado lo mejor de esa generación»

«Las cosas en el país serían muy diferentes si la dictadura no se hubiera llevado lo mejor de esa generación»

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes cometidos en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Investigaciones de Lanús declararon los testigos Silvia Cavecchia, compañera de detención de Miguel Ángel Calvo en el Centro Clandestino La Cacha, quien le relató su paso por el Pozo de Banfield mientras compartieron cautiverio; Yamil Robert, hermano de Norma Robert, detenida en Pozo de Quilmes; y Norberto Borzi, hermano de Oscar, detenido en la Brigada de Lanús. Tanto Miguel Ángel Calvo como Oscar Borzi permanecen desaparecidos.

La primera testigo en prestar declaración fue Silvia Cavecchia, secuestrada el 1° de marzo de 1977, junto a otros dos compañeros, en Formosa capital. Pasados 25 días de cautiverio, Silvia fue trasladada por vía aérea a la provincia de Buenos Aires. “Nos llevan en una avioneta que manejaba un piloto, un copiloto y tres asientos en los que íbamos nosotros, esposados en el asiento de atrás” y agregó: “Un Ford Falcón venía al encuentro, lo vimos por la ventanilla. Nos bajan y nos meten a los tres en un baúl”. De esta manera, la testigo relató su llegada al Centro Candestino de Detención La Cacha, ubicado en la ciudad de La Plata, donde padeció un interrogatorio seguido de torturas. Luego del tormento, Silvia fue llevada a un sótano con otra gente, donde alguien le indicó: “No tengas miedo, ya pasaste lo peor, destabicate”. A pesar del terror, la testigo narró que consiguió quitarse la venda de los ojos y reconoció en esa voz a Miguel Ángel Calvo. Silvia Cavecchia estructuró su testimonio alrededor de la figura de Miguel Ángel. Lo describió como una persona que resultó fundamental durante el período de detención, de quien recordó que obraba “siempre apostando a hacernos reír un poco a todos los que estábamos atados a camastros en el piso” y sentenció: “La parte humana, la encontré ahí con él”. La testigo relató que el piso de aquel sótano se encontraba lleno de cables sueltos que “Cachito” Calvo desarmaba para armar figuras con los alambres pelados, que luego regalaba a sus compañeros de cautiverio. Asimismo, Calvo era quien se ubicaba frente a la escalera del sótano y alertaba acerca de la presencia de los guardias.

A diferencia de las torturas que Miguel Ángel Calvo refirió a su compañera haber sufrido en el Pozo de Banfield, en La Cacha “nunca se lo habían llevado para interrogarlo, nunca le pegaron” y asegura Silvia que pensó que él “era una persona que ya salía”. Luego de algunos días, aconteció un “traslado” en el que se llevaron a todas las personas que estaban en cautiverio con Silvia en el sótano. La testigo puntualizó que tomó conciencia cabal de que “Cachito” Calvo no había salido en libertad a partir de una conversación que ella tuvo con un carcelero que le hizo una seña con la mano, y le alertó sobre el destino de su compañero: “Yo siempre lo interpreté como que «se fue en un avión y lo tiraron»”.

Finalizando su testimonio, Cavecchia exigió “Justicia, Verdad y cárcel a los genocidas”.

El segundo testigo en declarar fue Yamil Robert, hermano menor de Norma Robert, quien permaneció secuestrada en el Pozo de Quilmes a partir del 15 de octubre de 1976. Acerca de su hermana Norma, el testigo contó que, previo a su secuestro, ella residía en la ciudad de La Plata, donde estudiaba Arquitectura y convivía con su marido, Miguel Ángel Andreu. “Mi cuñado sale un día de la casa, desaparece y hasta el día de hoy no sabemos nada de él”, señaló Robert, haciendo referencia al secuestro de Andreu, semanas antes de la desaparición de su esposa. A partir de este hecho, Norma retornó a la casa de sus padres en la ciudad de Carhué, al interior de la provincia de Buenos Aires. Pasado un tiempo, el testigo narró las circunstancias en que se produjo el secuestro de su hermana: “Un sábado a la tardecita, casi noche, mi padre está parado afuera en la puerta de la casa, donde para un auto color negro y preguntan si era la casa de Robert”. Yamil describió que, sin mediación de la violencia, “se bajaron 4 hombres armados pidiendo por Norma”. De acuerdo con el testimonio, los hombres subieron a la hermana mayor de los Robert al auto negro para tomarle declaración, prometiendo dejarla pronto en libertad: “La sentaron atrás, entre medio de los dos policías. Parte el auto, y nunca más tuvimos noticias de Norma”.

A partir de la desaparición de Norma Robert, el testigo subrayó que su padre hizo “todo lo que estuvo al alcance de un padre para recuperar a la hija”, llevando adelante una búsqueda infructuosa durante el período de dictadura. “Mis padres murieron sabiendo que algo le había sucedido [a Norma], con la esperanza de que apareciera viva”. Yamil Robert completó que los restos de Norma fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en una fosa común en el cementerio de San Martín, luego de que sus hermanas prestaran una prueba de ADN. El testigo refirió la dificultad personal que le significó atravesar el proceso de recuperación del cuerpo de su hermana: “Me llevó más de un año, hasta que un día junto con mi señora y mi hijo fuimos y retiramos el cuerpo de Norma en Buenos Aires”. Asimismo, confesó que el momento de reconocer los restos de su hermana fue “un momento muy difícil” y agregó que “tenía un tiro en el cráneo”.

El último testigo de la jornada fue Norberto Borzi, hermano de Oscar Isidro Borzi, secuestrado el 30 de abril de 1977 en la Brigada de Investigaciones de Lanús, centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Norberto narró la noche del secuestro de su hermano a través de las palabras de su cuñada, Ada Miozzi, y sus tres sobrinos pequeños, Ernesto, Luis y Juan Manuel, quienes se encontraban junto a él en aquel momento. Indicó que un grupo de tareas que se identificó como “fuerzas conjuntas del Ejército y la Policía” se presentó en el domicilio de “Cacho” Borzi a las dos de la mañana. Durante el ingreso, lastimaron a Oscar en el pecho con un arma y empujaron contra la pared a Juan Manuel, su hijo de entonces tres años. El testigo manifestó que se montó un operativo de gran infraestructura para el secuestro de su hermano, y que los perpetradores permanecieron en la casa durante muchas horas: “Los chicos cuentan la forma en que lo golpeaban, que lo torturaban a su papá, que buscaban cosas en la casa. Así fue que robaron todo lo que había de valor”. Asimismo, Norberto explicó que a su cuñada la obligaron a cocinarles durante todo el tiempo en que estuvieron en el domicilio, “desde las dos de la mañana hasta aproximadamente las 7 de la tarde, que llegó el entonces jefe de Policía, Ramón Camps, junto a Miguel Etchecolatz y al médico Jorge Antonio Bergés”. 

A partir de esta circunstancia, el testigo sostuvo que el grupo de tareas intentaba apropiarse de los hijos de “Cacho” Borzi y Ada Miozzi. De acuerdo al relato, Jorge Bergés -ex médico de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, imputado en la causa por sustracción de niños, entre otros delitos- insinuó que Ernesto y Luis eran demasiado mayores para llevárselos, pero cuando intentaron apartar a Juan Manuel “su mamá lo abraza, se niega y les dice que el nene está enfermo del corazón”; por esta razón, los secuestradores desisten de esa apropiación y amenazan a Ada con “volver a buscarla”. Norberto finalizó el relato de aquella noche explicando que los secuestradores de su hermano lo subieron a un Ford Falcon y le indicaron a su familia “que lo miren, porque es la última vez que lo van a ver”. Posteriormente, a partir de testimonios de otras personas, los familiares de Oscar Borzi se enteraron de que permaneció cautivo en la Brigada de Investigaciones de Lanús. 

Oscar Isidro Borzi permanece desaparecido, estado sobre el que su hermano puntualizó que “uno a la muerte se acostumbra”, para agregar “a mí se me murió mi viejo y también fue terrible. Pero yo sé dónde están mis viejos, dónde está el cuerpo de mi viejo, yo sé qué pasó con mi viejo” y sentencia: “Con mi hermano no pasó eso”.

Sobre el final de su declaración, Norberto Borzi indicó que el secuestro de Oscar desintegró a su familia: “A partir de que se llevan a Cacho se terminó la alegría en mi casa. Ya no disfrutamos fiestas, ya no disfrutamos las reuniones familiares”. Asimismo, el testigo declaró sobre su presente que “por pensar de maneras diferentes respecto de la misma cosa, yo no tengo trato hoy con los hijos de mi hermano y con la esposa de mi hermano. Cosa que a mí me hace mucho daño” y agregó: “Esto que yo cuento de mi familia lo sé por tener trato con familiares de otros desaparecidos, y ha pasado en muchísimas familias. Y no estoy hablando de peleas por dinero o por propiedades”. En consecuencia, acerca de la última dictadura en Argentina, Norberto concluye que “este proceso militar, que nos gobernó durante todo ese tiempo, no solamente provocó males o atrasos en lo económico, sino que además provocó un daño terrible a la sociedad. No solamente en lo cultural, sino en todo sentido, porque hay familias desmembradas, porque fueron todos sus miembros desaparecidos”. En perspectiva, Norberto Borzi cierra su testimonio: “Soy un convencido de que se han llevado lo mejor de esa generación, y yo creo que las cosas en el país hubieran sido muy diferentes de no haber ocurrido esto”.