“A Yoni lo mató la policía”

“A Yoni lo mató la policía”

Yonathan Domínguez, de 35 años, murió mientras era detenido por federales cerca de la estación González Catán, mientras sufría un episodio de paranoia. La familia reclama que la causa sea investigada como “homicidio” y acusa a la Bonaerense de encubrimiento.

El viernes 5 de abril estuvo despejado, pero hacia la noche, todo se nubló para la familia de Yonathan Domínguez. “Hablamos por teléfono y me mandó esta foto una hora antes viajando en el tren”, cuenta Sandra, su mamá, mientras acerca el teléfono: un joven de 35 años sonríe con una remera del club Boca Juniors. Antes de bloquear el teléfono, acaricia con el pulgar la cara digitalizada.

Cerca de la plaza de González Catán, localidad de La Matanza, esa misma sonrisa recibe a las personas que pasan por la calle. En una casa con el escudo del club River Plate, un mural celeste atrapa la mirada: Yonathan con la remera de Argentina, inmortalizado en la felicidad del día que el país ganó la tercer copa mundial. “Guardamos como recuerdo tu sonrisa en la mente y tu amor en nuestras almas/ Yoni por siempre”, implora la pared. Adentro, la hermana mayor de Yonathan prepara el mate.

“Sabemos que los exámenes toxicológicos van a dar positivo, pero mi hermano no muere por una sobredosis”, sostiene la hermana mayor, Angela, con los ojos en llamas. Aquel viernes, Yonathan estaba volviendo del trabajo con su compañero Pablo después haber consumido un poco de cocaína. En el camino empezaron a compartir una lata de cerveza y se bajaron en Querandí, una de las estaciones del tren Belgrano Sur, para ir al baño. Mientras estaban esperando el próximo tren, Yonathan sufrió un episodio de paranoia.

– Toda la vida tuvimos miedo de esto. Una cosa era que le agarrara acá, que nosotras sabíamos que era manejable, y otra que le pasara esto afuera… Y le pasó. Por eso, no lo pudimos proteger – dice Sandra mirando el cuadro con una foto de su hijo.

– Mi hermano empezó a tener esas alucinaciones o esos ataques de pánico porque las drogas ya empiezan a afectar… Y cada vez son peores, encima. Sentíamos eso – Angela suspira y vuelve a tomar aire para poder seguir-, pero después todo el mundo puede dar testimonio de lo que era mi hermano. Tenemos un vecino que una de las últimas veces que mi hermano tuvo ese ataque, que fue en la calle y él lo vio y ustedes salieron – mirando a la mamá y a Aldana, la hermana menor- lo calmaron. Listo, entró a su casa y se quedó. Jamás él se metió con ningún vecino, simplemente corría y pensaba que lo iban a matar.

– Nosotras no creemos que haya estado agresivo en la estación porque era nuestro único varón de la casa -traga su amargura Aldana- y nosotras, siendo mujeres y con menos fuerza, siempre lo supimos manejar. Si él hubiera sido agresivo, alguna vez tendría que haber sido violento.

El tren se acercaba a la estación y Pablo llamó a Yonathan, que se apuró a cruzar las vías. Con otra persona que estaba en el andén intentaron subirlo, pero no podían. El tren se paró y salieron tres policías federales. Pablo pensó que los iban a ayudar.

Los federales lo levantaron, pero lo tiraron al piso, en seco. El delirio se vuelve premonitorio: “Me van a matar”, desgarraba Yonathan a los gritos. En sus ojos, desesperación. En los ojos de Pablo, terror. Afónico, también gritaba: “¡Eh! ¡No lo toquen! ¡Tiene un ataque de pánico! ¡No lo toquen!”. Los federales lo llevan forcejeando a la otra punta de la estación, imperturbables.

– Si colaborás, no te va a pasar nada – amenazó con tono grave uno de los oficiales.

Yonathan seguía gritando. Con cada vocal que exhalaba, imploraba. Uno de los federales le puso la rodilla en el cuello mientras otro le ataba las manos. Otra vez, una reducción violenta.

De repente, se hizo silencio. Los últimos segundos de vida de Yonathan quedan conservados en el fondo de un audio de Pablo. El compañero le estaba avisando a la pareja de Yonathan lo que estaba pasando. Ella con su beba de cuatro meses en brazos y su suegra se habían puesto en camino.

– Ahí, ahí está todo. Gracias, Dios – alcanzó a decir Yonathan.

Cuando Pablo volvió a mirar, se espantó. Los federales acababan de ponerle las esposas.

– ¡Eh! ¿Qué le pasa a mi amigo? Tiene espuma en la boca y los ojos abiertos.

Los policías se miraron. “Uh, cagamos”, espetó uno de ellos.

De un folio, Sandra saca el informe de la autopsia.  Subraya con una lapicera roja donde dice que hay hemorragias en la cabeza, el cuello y el tórax. “El mecanismo de producción de estas lesiones es compatible al golpe o choque con o contra elemento duro y contundente. La muerte de Yonathan Fabián Domínguez fue producida por mecanismo violento y a consecuencia final de un paro cardio-respiratorio traumático”, explica la pericia en mayúsculas, remarcando la brutalidad de su muerte. La causa está caratulada como “Averiguación de causales de muerte”, pero la familia reclama que se cambie a “Homicidio culposo, agravado por la función policial”.

– Es imposible que ellos no pudieran calmarlo o manejar esa situación porque nosotras lo hacíamos y somos mujeres. Es más, nunca tuvimos la necesidad de que estemos todas, Él se calmaba después de unos minutos, pedía que no lo toques. Sabemos claramente que él no era agresivo en esos estados. Se quiso zafar de las esposas, sí, porque él toda la vida trabajó, nunca quiso quedar preso- agrega Aldana, masticando bronca resignada.

– Mirá lo que es: toda la familia es policía, la hermana policía… Y él le tenía pavor a la policía. Porque él dice que a todos los pibes que veía con problemas de adicciones, la policía los maltrataba -a Sandra se le escapa un presente y con los ojos vidriosos pareciera ver a su hijo hablándole-. Y terminó muriendo en manos de la policía.

Angela, policía de la Bonaerense, a cada mate le echa una cucharadita de azúcar. En este momento, sobran amarguras.

– Como mi hermano quiso zafarse, le pusieron una traba y él cayó seco al piso. Supongo que esa hemorragia interna que tiene él acá es porque cae: no tenía mano para atajarse.  La técnica si querés reducir a alguien es siempre amortiguar el golpe.

La hermana policía busca en su teléfono las imágenes del velatorio. Desde que llegó a la escena del crimen, tuvo que anteponer su función a cualquier emoción. Se detiene en las fotos que hizo de las manos de su hermano.

– Mi hermano muere cuando lo están esposando. La derecha es la primera mano que esposan, acá está el moretón. Pero, en la izquierda -dice mientras desliza a la siguiente foto-, ya no hay nada. Los moretones se hacen cuando estás vivo.

En el lado derecho, la autopsia marca las hemorragias y es donde el video que hace Pablo muestra que los policías hicieron presión. Angela recuerda igual la reducción de George Floyd: con la rodilla en el cuello, la asfixia cierra el paso. Pero, sin ir más lejos, en agosto del año pasado, mataron de esta forma a Facundo Molares en el Obelisco.

– Quisieron tapar todo. No pensaron que iba a llegar una hermana policía y que no le iba a importar que dijeran ‘vos tenés que entender que estaban trabajando’. Trataron de encubrir. Pregunto quién está a cargo y le digo que quiero que se abra investigación.Ya estaban haciendo todo mal – subraya Angela con el abismo de estar dispuesta a dejar el último suspiro de aire en la mirada.

Cuando llegó al lugar, Sandra vio cómo le estaban haciendo RCP al cuerpo de su hijo, pero ya sabía que estaba muerto: “se notaba en la cara de horror. Tenía la boca abierta con espuma, los ojos abiertos, estaba golpeado… Yo pregunté ‘¿qué le pasó? Porque él me había mandado una foto y estaba bien’. No me contestaron -Sandra se ahoga en sollozos-. Me dijeron que estaba descompensado y después nos trataron como delincuentes porque se llenó de policía como si nosotros íbamos a romper la estación y nada que ver somos trabajadores, no estamos acostumbrados a hacer esas cosas”.

También vio que los policías de la Bonaerense y los de la Federal entraban y salían de la carpa donde habían puesto el cuerpo. Cuando entraron, las heridas de Yonathan estaban limpias: no había rastros de sangre, pero sí lastimaduras. Una vez que el médico decretó la muerte, dejaron que Sandra entre a despedirse y lo toque. Al recordarlo, el labio y las manos de la madre temblaban. A la Policía Científica le notificaron que “un pibe se murió de sobredosis”.

– Yo supongo que empezó la mentira desde que llamaron al 911 y después la tuvieron que seguir. Cuando termina de trabajar la Policía Científica, pido permiso para despedirme de mi hermano porque ya habían levantado todo lo que tenía como prueba- exclama sin poder contener las lágrimas Angela.

En enero, en otra localidad de La Matanza, la policía mataba a otro joven, Lucas Acosta, de 21 años. Angela recuerda enardecida haber charlado el caso con colegas y estudiantes. Cada día que pasa está más decepcionada con la institución. Antes del asesinato de su hermano, tenía esperanzas de formar con una perspectiva de derechos humanos a los nuevos policías. Según el conteo provisional de CORREPI, desde diciembre ya son 76 casos de asesinatos vinculados a la violencia represiva.

“Teníamos miles de proyectos, terminar la casa, criar a las nenas, ir de vacaciones, comprar un auto y que digan que se quiso suicidar es mentira. A mí me arruinaron la familia- solloza Micaela, la pareja de Yonathan desde hacía quince años, con la bebé en brazos-. Hacía tratamiento por las drogas, hacía terapia. Yo sé cómo era mi marido porque vivía conmigo. Era una persona muy trabajadora. Siempre luchó por estar bien”.

Tenían tres hijas juntos: una de diez, otra de ocho y la beba que ahora tiene seis meses. “Me encuentro sola con mis tres nenas y no sé qué hacer. Estoy a la deriva y digo ¿qué sigue ahora, qué sigue? ¿qué le voy a decir a mi hija que no conoció a su papá? – cuenta desesperada Micaela, haciendo pausas para respirar por su boca-. Me arruinaron la familia, con todo lo que nosotros luchábamos. A él lo mataron con todos los golpes que dice la autopsia porque a las 20 le mandó una foto a la madre y no tenía nada eso.”

Sandra se apresura y toma la palabra: “Aparte él siempre volvía. Cuando estaba en consumo no venía hasta que se le pasaba, pero llegaba. A él no lo dejaron volver”. Frunciendo la boca y con los ojos vidriosos, Micaela afirma: “Si yo no le mandaba ese mensaje a Pablo nosotros no íbamos a ver, nos íbamos a enterar cuando ellos quisieran”. Con la suegra, coinciden: “No íbamos a tener ninguna herramienta para la investigación. Ellos pensaron que era un adicto más que murió, que no tenía familia. Se manejaron mal de entrada. Tenga lo que tenga era una persona, era una persona querida”. Hasta abril, había una sola mujer en esa casa que había visto un cuerpo abierto por una investigación. Ahora, todas manejan la jerga de la criminalística y hacen rifas y empanadas para poder costear un abogado.

Condenaron a los policías que se infiltraron en la Agencia de Noticias Rodolfo Walsh

Condenaron a los policías que se infiltraron en la Agencia de Noticias Rodolfo Walsh

Los tres acusados recibieron dos años de prisión en suspenso y el doble de inhabilitación para ejercer cargos públicos por abuso de poder.

Los policías Américo Balbuena, Alejandro Sánchez y Adolfo Ustares fueron condenados a dos años de prisión en suspenso e inhabilitación especial para ejercer por el doble de tiempo por haber realizado abuso de poder como funcionarios públicos al infiltrar la Agencia de Noticias Rodolfo Walsh. El fallo elaborado por el juez federal Daniel Rafecas se conoció en la tarde de este viernes, 31 de marzo, en la Sala B de los tribunales de Comodoro Py.

Américo “el pelado” Balbuena había formado parte de la Agencia Rodolfo Walsh, impulsada por Rodrigo Grinberg a principios del año 2002 con la intención de lograr una comunicación alternativa y popular en un contexto de una enorme crisis social y deslegitimación de todas las instituciones, incluidos los medios masivos.

Tras once años de que Balbuena la integrara como corresponsal y movilero, sus compañeros descubrieron y denunciaron su trabajo y participación activa en el Cuerpo de Informaciones de la Policía Federal. Con Sánchez y Ustares como jefes, El Pelado dirigía los datos que obtenía sobre integrantes de organizaciones sociales a la División de Análisis de Seguridad Interior de la Policía Federal.

Américo Balbuena, el policía que se infiltró en la Agencia Rodolfo Walsh, en el medio de sus abogados.

En la audiencia, antes de escuchar el fallo, se produjeron las réplicas y contrarréplicas por parte de la querella y la defensa como última oportunidad de demostrar la inocencia o la culpabilidad de los acusados.

La querella decidió contestar ciertos puntos importantes que habían sido mencionados durante el alegato de la defensa, en particular del abogado Jorge Álvarez Berlanda el martes pasado. La abogada Viviana Mazea refirió a la existencia de Gustavo Franquet, la cual había sido puesta en duda por Álvarez, y que suponía una prueba fundamental respecto al trabajo de inteligencia realizado por Balbuena ya que existía una ficha a su nombre. Víctima del terrorismo de Estado durante la última dictadura, Franquet luego fue detenido en 2004 por entorpecimiento de tránsito por ser parte de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón. Ese tema era recurrente y de interés en las notas realizadas por Balbuena.

En relación a la ausencia de Franquet en las audiencias, tanto la querella como la Fiscalía coincidieron en que no era necesaria su presencia dado que “no hubiera podido dar explicaciones respecto a la ficha que está a su nombre. No era sustancial, no podía aportar o abonar nada.”

Por su parte, la defensa planteó que la nota no había sido realizada con Franquet sino que se trataba de una nota en la que se lo mencionaba pero que no había existido por parte del acusado una relación directa con él. En todo caso, según el abogado “la nota demuestra la labor periodística de Balbuena y confirma su versión.” Y reiteró la importancia de la presencia del mencionado allí para conocer su versión.

Respecto a la pregunta que se hacía Álvarez sobre dónde se encuentra la información que supuestamente filtró Balbuena a su cliente Sánchez, Mazzeo planteó que “o nada era sentado por escrito, tanto lo legal como lo ilegal, o todo ha sido destruido.” Sin embargo, en su opinión la querella “no se basa en esos archivos inexistentes sino en testimonios, legajos, normas secretas, entrevistas y las contradicciones y omisiones que ellos mismos concluyeron. Es decir, lo acreditamos de otra forma ya que no en todos los casos hay pruebas directa del ilícito.” Frente a esto la defensa sostuvo que “mientras ellos especulan que las pruebas han sido destruidas, nosotros afirmamos que esas pruebas nunca existieron.”

En relación a la falta de rigurosidad por parte del perito Nicolás Viamonte planteada en la audiencia anterior y que había dado lugar a un pedido de nulidad por romperse la cadena de custodia, la querella sostuvo que no hay una constancia respecto a un mal accionar. “No consta que la computadora estuviera apagada y fuese prendida como supone Álvarez. Tampoco encontramos cuál fue la actitud irregular, simplemente se hizo un peritaje que dio cuenta del borrado de gran parte de la información en la máquina.” Así también lo entendieron los fiscales que denegaron el pedido de nulidad de ambos abogados por no haber sido realizados en el momento que correspondía y por ser entendidos como “un intento de última hora”.

También se hizo referencia a la utilización del verdadero nombre del “pelado” mientras estaba infiltrado en la Agencia Rodolfo Walsh, lo cual para la defensa mostraba “la buena fe en su accionar”. Frente a esto, el querellante Matías Aufieri señaló que “no podía actuar de otra forma ya que Grinberg ya lo conocía desde antes. Sin embargo, eso no le impidió a Balbuena ocultar su labor policial hasta ser descubierto.”

Entre otros temas, también se señaló el caso de la estadía de Balbuena en Mar del Plata en el 2005, donde el policía no pidió autorización ni dejó asentado en su legajo su ausencia, lo cual para Aufieri da cuenta de que aquella actividad era “promovida, ordenada, consentida por sus jefes. En consecuencia, su tarea en la Walsh estaba relacionada a la Policía Federal.”

Luego de dos horas de exposición por ambas partes y un cuarto de intermedio de una hora de duración, la Sala B se encontraba expectante ante el veredicto del juez Rafecas, quien decidió no hacer lugar a los distintos pedidos de nulidad ni al planteo de prescripción recibidos por parte de la defensa. Frente al entusiasmo de los periodistas presentes anunció la condena de los tres imputadores por considerarlos autores penalmente responsable del delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público.

En la audiencia, estuvo presente la diputada Miriam Bregman quien actúo de querellante y planteó que en reiteradas veces han presentado proyectos con la intención de que este Cuerpo de Inteligencia sea derogado ya que solo se dedica al espionaje político. “Alberto Fernández negó su existencia por lo cual es muy oportuno que ahora llegue desde el propio juzgado para que esto pueda ser revisado” opinó la diputada.

La audiencia contó también con la presencia de Rodrigo Grinberg junto a otros compañeros que pertenecieron a la Agencia Rodolfo Walsh quien habló con ANCCOM: “Siento alegría, alivio. Es una que salió para el lado de la justicia, sabemos que no alcanza pero es un comienzo, que el Estado esté reconociendo que estuvo espiando es un paso. Ahora sigue la lucha por la cotidiana, seguir denunciando. La democracia aun tiene mucha deuda con la sociedad.”

La audiencia finalizó con los abrazos, aplausos e incluso cánticos de los presentes. “Esto recién empieza” repite Oscar Castelnovo, ex integrante de la Agencia, “ahora viene lo más importante: la condena social.”

Juicio al policía disfrazado de periodista

Juicio al policía disfrazado de periodista

Se realizó una nueva audiencia en la causa que investiga al policía Américo Balbuena, acusado de infiltrarse en la Agencia de Noticias Rodolfo Walsh para obtener información de los movimientos sociales. Sus abogados dicen que solo hacía pasantías formativas. El viernes se conocerá el veredicto.

El año 2001 llegaba a su fin, la crisis y el estallido social habían tocado su punto máximo y la sociedad entera estaba movilizada. Frente al conflicto aún a flor de piel y los medios de comunicación cuestionados por el nivel de desinformación, Rodrigo Grinberg decidió realizar su aporte a la lucha. A comienzos de 2002 fundó la Agencia de comunicación Rodolfo Walsh. Alternativa, popular y comunitaria, realizaba las tareas a pulmón con la finalidad de darles voz a los más vulnerables.

Por aquella época, Rodrigo se encontró con un viejo conocido. Un compañero de la infancia con quien  había coincidido más tarde en la Escuela Terciaria de Estudios Radiofónicos (ETER). Se trataba de  Américo Balbuena quien se sumó al proyecto de Grinberg y comenzó a trabajar en la Agencia. Como señalaba en el año 2013 Oscar Castelnovo, miembro de la Agencia y en la actualidad uno de los denunciantes en el juicio, “ingresó con un grado de confianza inapelable”. 

Ejerciendo su rol de corresponsal y movilero, Balbuena se acercó al conjunto del movimiento popular y sus conflictos. Desde Cromañón, Quebracho, La Alameda hasta la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), el conocido en todas las organizaciones sociales como “El Pelado” estaba siempre presente y dispuesto a cubrir cuanto conflicto se desataba en calles y fábricas en un momento de enorme efervescencia ciudadana. Se encargaba incluso de realizar la agenda política que se anunciaba semanalmente.

Sin embargo, Balbuena ahora afronta un juicio acusado de utilizar ese rol de periodista, durante 11 años, como pantalla para ocultar sus verdaderas intenciones. Se trataba, en realidad, de un integrante del Cuerpo de Informaciones de la Policía Federal. De acuerdo a lo que afloró en el juicio, con la orden de reunir datos sobre integrantes de distintas organizaciones sociales, los entrevistaba profundamente y obtenía testimonios que no se veían reflejados en ninguna nota sino que eran dirigidos a Alejandro Sánchez y Adolfo Ustares, entonces sus jefes pertenecientes a la División de Análisis de Seguridad Interior de la Policía Federal. 

Si bien la Ley de Inteligencia 25.520 sancionada en noviembre de 2001 tiene por finalidad prohibir este tipo de actividad, el policía infiltrado realizaba un registro de antecedentes, trazaba perfiles y otorgaba la información que luego era registrada en las fichas de militantes políticos de la Policía Federal y que sirvieron como armado de causas contra manifestantes.

Tras ser descubierto y denunciado por sus compañeros en el año 2013, el Gobierno nacional anunció su pase de disponibilidad. Si bien la Agencia Walsh intentó superar el golpe recibido de quien consideraban un amigo y colega, dos años más tarde cerró sus puertas.

A diez años de los hechos, esta semana se está llevando a cabo el juicio que acusa a Balbuena, Sánchez y Ustares de abuso de poder de funcionario público. Como la pena se limita a dos años y tiene incluso la posibilidad de ser excarcelable, la verdadera condena debe ser y será principalmente social. Así como también supone una toma de conciencia respecto a las prácticas de espionaje y los cuerpos de inteligencia que continuaron y continúan actuando en plena democracia, orgánicos al Estado nacional.

El martes 28 de marzo por la mañana en los Tribunales de Comodoro Py se llevó a cabo la tercera audiencia del juicio que tendrá su cierre y veredicto el viernes 31. En las audiencias anteriores, encabezadas por el juez Daniel Rafecas se han escuchado los testimonios de la querella quienes señalaron los distintos episodios y actitudes que, según su opinión, dejaron en evidencia el trabajo de espionaje realizado por Américo Balbuena durante el tiempo que participó en la Agencia Walsh. Este martes tuvieron lugar los alegatos de la defensa. 

En primer lugary por las siguientes dos horas  tomó la palabra el abogado defensor de Balbuena y Sánchez, Jorge Álvarez Berlanda, quien planteó de entrada la nulidad del caso. En sus palabras, esto no responde a un “rigorismo formal” sino que es consecuencia del accionar del perito Nicolás Viamonte, a cargo de la computadora del señor Balbuena, de quien desconoce su prestigio y no lo reconoce como tal. 

Berlanda planteó que el perito no notificó a las partes antes de actuar y que prendió la máquina “pudiendo haber quitado o incluso puesto información en la misma, algo sencillo para quien es un experto en informática”.

Por otra parte, el abogado especificó para qué es utilizado el Cuerpo Federal de Información, a la que pertenecía Balbuena, haciendo énfasis en que se ocupa de la investigación criminal bajo órdenes judiciales a fines de realizar tareas en la calle. Nombró en este punto el caso específico de Mariano Ferreyra donde el trabajo de inteligencia permitió la ubicación y detención de dos personas que terminaron siendo condenadas.

Respecto al silencio de Balbuena, durante los once años que formó parte de la Agencia Rodolfo Walsh, Álvarez aseguró que no se trata un antojo sino de algo establecido y regulado, de lo contrario se estaría incurriendo en un delito. “El secreto está grabado a fuego en la piel. Es una obligación legal, no se puede hablar de deslealtad como se dijo por parte de sus compañeros.”  Más tarde, el abogado nombró a José Alberto “Iosi” Pérez, infiltrado durante 15 años en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), sede madre de la comunidad judía, para señalar que él sí violó el silencio al contarle todo a la periodista Miriam Lewin, de quien se enteró Grinberg de la infiltración y a partir de allí se inició esta causa.  

La defensa tampoco consideró la existencia de una “incompatibilidad laboral” que impida a Balbuena la posibilidad de formar parte de una agencia de noticias que señala “pudo tratarse de cualquier agencia”. 

Además, planteó que esa labor periodística que profesaba Balbuena respondía enteramente a su “vocación” que manifestaba en los estudios realizados en la escuela ETER y el Instituto Santo Tomás de Aquino. “Nadie lo obligó a estudiar periodismo. Pensaba hacer de esa profesión una manera de mantenerse activo una vez retirado. Su actuación dentro de la agencia era una forma de lograr una pasantía no rentada”, según su abogado. 

En relación a su labor periodística, Álvarez aprovechó la oportunidad para señalar que era Grinberg quien lo enviaba a cubrir cortes, manifestaciones y le daba indicaciones sobre cómo abordar las notas. “Lo cierto es que la publicación y la línea editorial eran su responsabilidad.” Respecto al tipo de preguntas realizadas por el entonces movilero que buscaba indagar sobre futuros accionares de los entrevistados, dijo que respondía a “la redacción del Boletín de actividades semanales, algo tan sencillo como eso.”

Para cerrar con la defensa de Américo Balbuena, el abogado trató el tema de la “supuesta infiltración” partiendo de la base de que es más acertado pensar que eligió voluntariamente trabajar allí por su mencionada vocación que lo había movilizado a estudiar periodismo. Planteó que de tratarse de una persona infiltrada se ocultaría la identidad para pasar inadvertida y en su caso tanto la acreditación como la firma al final de las notas estaban a su nombre. Según el abogado  “no hay pruebas que acrediten que por su trabajo se haya evitado alguna manifestación o perjudicado la vida de alguna persona”. 

Sentado a la izquierda de su abogado, el acusado no ha levantado la vista en ningún momento. Recostado en su silla, con anteojos y lapicera en mano no deja de escribir totalmente ajeno a lo que sucede a su alrededor. 

Finalizada la defensa al “Pelado” Balbuena, la audiencia continuó con Alejandro Sánchez como protagonista y luego de un cuarto intermedio concluye con los abogados de Adolfo Ustares. 

En ambos casos se hizo referencia a la falta de coincidencia en la cronología de los hechos: tanto Sánchez como Ustares ocuparon sus jefaturas años más tarde de comenzados los estudios de periodismo de Balbuena. Para la defensa, no hay pruebas evidentes que acrediten que los acusados hayan ordenado o promovido la infiltración de información.

Apelando a los tecnicismos, el abogado de Ustares, Hernán Coluccio basó su táctica en pedir la nulidad de carácter absoluto y aseguró que no sabía con certeza de qué venía a defender a su cliente ya que “no hay una claridad de qué, cómo, cuándo y dónde sucedió”. A su parecer, al no estar definida cuál era la acción específica que se le adjudicaba al acusado, no puede haber pedido de pena.

Luego de cinco horas de sesión dentro de la Sala B de la planta baja de los tribunales de Comodoro py, el juez tomó la palabra para anunciar una cuarta y última audiencia que tendrá lugar el viernes a la tarde. En esta ocasión se realizarán las réplicas, contra réplicas y por último, se dará lugar al veredicto que involucra a los ex policías federales Balbuena, Sánchez y Ustares.

Banderas en tu corazón

Banderas en tu corazón

Walter Bulacio iba a su primer recital, el 19 de abril de 1991, cuando fue detenido y luego asesinado por la Policía. 

 

Varias manos levantan la tela roja y el mural se descubre en la sala de profesores del Colegio N°1 Bernardino Rivadavia, el “Riva”, ubicado en Avenida San Juan 1545, en la Ciudad de Buenos Aires. La música del violín es superada por los aplausos de estudiantes, profesores, compañeros y los demás asistentes. Lo primero que se ven son los colores del arco iris, brillantes y reflejando la luz. En la parte superior, hacia la derecha, la cara inmortalizada de Walter Bulacio sonríe en blanco y negro. Todos lo recuerdan así, sonriendo. El mural es una obra de arte, una explosión de vida y color rodeando el rostro del muchacho. Pero es también memoria, no sólo de una adolescencia interrumpida, sino también de una época y de una lucha.

Walter Bulacio tenía 17 años cuando la Policía Federal lo llevó detenido ilegalmente en el contexto de una razzia. Ricotero como muchos en esos años, ese 19 de abril de 1991, el joven iba por primera vez a un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Nunca pensó que en lugar de pasar la noche en el Estadio Obras, la pasaría primero en un colectivo -donde llevaban a los detenidos, que llegaron a ser más de 80- para luego ser trasladado a una comisaría del barrio de Núñez que, finalmente, se transformaría en la antesala de su muerte. Nunca pensó que esa sería su última noche consciente: la policía lo golpeó brutalmente, provocándole una agonía de cinco días. El único policía condenado -y recién en 2013- fue Miguel Ángel Espósito, comisario de la Seccional 35, pero no a prisión efectiva ni por asesinato. Como dice Teresa Franco, ex rectora del Rivadavia y profesora de Walter,  “se tardó mucho tiempo para que se haga justicia, y no es una justicia completa.”

El acto comienza a las 12:30. El motivo que reúne a estudiantes y profesores, tanto actuales como aquellos de 1991, es la inauguración del  mural en homenaje a  Bulacio. “No vamos a hacer hoy una biografía de Walter, sino un homenaje por la presencia, para saber que Walter está vivo en el recuerdo de cada uno de nosotros”, comienza Fabio Campagnale, el director del Rivadavia, en el buffet que lleva el nombre del homenajeado. Esta marca, así como un mural armado por los estudiantes, demuestran que Walter sigue presente en la memoria y entre las paredes del colegio en el que estudió hasta sus últimos días.

Docentes actuales y de la época de Walter participaron en el homenaje en el Bernardino Rivadavia.

El mural, titulado Walter Bulacio: el universo de la infancia y la adolescencia interrumpida, fue producido por el grupo de mosaiquismo Alikata; consiste en un retrato del joven y una construcción simbólica de la infancia y de la adolescencia realizada con juguetes y diversos objetos, como un walkman, cassettes y varios autitos. Esto se debe a que “es la etapa que vivió él”, explica Karina Zinik, directora del grupo artístico. La obra es descubierta en la sala de profesores debido a las condiciones climáticas; más adelante será colocada en el patio que también llevará el nombre del muchacho.

El proyecto comenzó casi por casualidad, pero se llevó a cabo gracias al muralismo comunitario, social y público que realiza Alikata  y a la fuerte presencia de la historia de Walter en la escuela. “Nos involucramos mucho con la historia, estamos todos muy conmovidos. Aparte, mientras lo estábamos haciendo pasó la masacre de Monte, que es otra aberración policial. Estas cosas siguen ocurriendo, entonces este mural  tomó una actualidad inesperada”, cuenta Zinik.

La memoria y el recuerdo es un punto recurrente durante el acto, que también cuenta con presentaciones del Taller de Música del Rivadavia -los chicos tocan canciones que hacen alusión a la vida de Walter-, y de una murga. Lorena Montauti, compañera de Bulacio en el secundario, sostiene que “este tipo de eventos te moviliza. La memoria se mantiene, y lo que transmiten las autoridades y los chicos es el dato fidedigno: pasó esto y seguimos buscando el 100% de la justicia.” Al Largui, como le decían, lo recuerda como un ángel que siempre ayudaba a quien lo necesitara. La descripción es útil, ya que muchos de los presentes aún no habían nacido en 1991, cuando Bulacio era asesinado por la policía. Pero según Teresa Franco, “la imagen de Walter le ganó al tiempo, le ganó a esa muerte, a ese asesinato”. Y ahora está también inmortalizada en la pared del “Riva”.

El homenaje se realizó en el buffet de la escuela, que lleva el nombre Walter Bulacio.

Walter se convirtió en un emblema de la defensa de los Derechos Humanos en una democracia que sigue viendo morir personas -sobre todo adolescentes- a manos de las instituciones. “Cada vez que se hacen estas cosas, que lo traemos a Walter de vuelta, no sólo es recordarlo a él, sino también a Miguel Bru, a Luciano Arruga, a todos los desaparecidos y asesinados en democracia por el gatillo fácil”, dice Alejandro Imperiali, del Espacio Memoria, a quien por tener un edad cercana a la que hoy tendría Bulacio, el caso lo afecta particularmente. “Por eso tenemos que sembrar memoria: para que juntos como sociedad podamos conocer las experiencias del pasado, transformar la realidad ahora y construir un futuro mejor”. Las palabras de Graciela Gutiérrez, supervisora escolar del colegio, expresan un pensamiento colectivo, y dejan entrever también un mensaje que se repite en todos aquellos que conocieron a Walter: “Gracias por no olvidarlo”.

Walter Bulacio sigue vivo en los aplausos de la gente, en las voces que entonan sus canciones favoritas, en los ojos que se humedecen al evocarlo. A partir de ahora está también en ese mural que lo muestra sonriente, como lo recuerdan. Porque Walter es una bandera en el corazón, como dice la canción «Juguetes perdidos», de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, dedicada a él, al cumplirse diez años de su asesinato.

 

 

“Hoy el Estado mata pibes”

“Hoy el Estado mata pibes”

“Acá en el barrio han pasado miles de cosas y han pasado siempre”, explica Marcos Candelino, docente y militante de Villa Soldati. Vecino de toda la vida, vivió sus primeros años en los monoblocks, la zona en donde un policía de la Federal, Pablo Emiliano Sueldo, mató fuera de servicio, a Dylan Alejandro López de 15 años, mientras manejaba un UBER el 8 de mayo pasado, justo el Día Contra la Violencia Institucional.

Elizabeth Gómez Alcorta, la abogada que comunicó y denunció el hecho, explica en diálogo con ANCCOM que la problemática de la violencia institucional entra en relación con las prácticas deficitarias de la justicia y de los agentes de las fuerzas policiales. Candelino cuenta cómo eso opera en los propios vecinos: “Nosotros que pateamos el barrio todos los días, sabemos poco y nada, incluso no hemos podido contactar a la familia. Habitualmente las familias callan”, aclara.

Tres adolescentes, dos chicos jugando con una pelota y una chica sentada sobre una mesa de cemento. De fondo se observan los monoblocks.

“Acá en el barrio han pasado miles de cosas y han pasado siempre” dice Candelino, docente y militante de Villa Soldati.

Para señalar dónde ocurrió el asesinato de Dylan López un vecino de Soldati señala estratégicamente la Avenida Mariano Acosta el límite que separa “las casas” de “los monoblocks”. El complejo habitacional, hoy pintado y enrejado, es estigmatizado por los propios vecinos de Soldati. Marcos observa: “Hay dos discursos enormes que intentan calar muy profundo en las conciencias de las personas. El primero tiene que ver con esa idea de inseguridad. Hay un grupo de vecinos que participan de las ‘Mesas de Seguridad’ con un discurso hiperfascista en donde todo lo que tenga que ver con los monoblocks tiene que ser exterminado”, sostiene. Allá por el año 2011, llegó Gendarmería al barrio. Candelino recuerda: “Desfilaban por Mariano Acosta con armas de calibre gruesísimo. Iba uno en la camioneta y otro atrás con la ametralladora. Causaba un efecto intimidante.”

Candelino es docente de la sede Fines de Soldati, advierte desde el vamos: “Siempre desde la cuestión intelectual uno tiene que blanquear desde dónde piensa y desde dónde habla”. Comenzó a trabajar los barrios desde joven en el Partido de San Martín, más precisamente en el barrio Martín Fierro, luego de meterse al seminario del Instituto católico Leonardo Murialdo: “Es raro. Yo iba a ser cura. Dentro de mi universo era la opción más radical que había. Me metí porque quería hacer trabajo en villas. Pensá que tenía 18 años y era marzo de 2002. El hambre se sentía y mucho.” Esa fue su primera experiencia de militancia. Cuando salió del seminario, se lanzó a un viaje por Latinoamérica para conocer la “América profunda”, dice. En el 2010, cuando regresó al  país, se abrió un local de La Cámpora al lado de su casa. Entonces comenzó su militancia en ese espacio.

Mural pintado sobre monoblock.

El complejo habitacional, hoy pintado y enrejado, es estigmatizado por los propios vecinos de Soldati.

Qué pasa en el barrio

Candelino lleva puesta una campera de River Plate. Pero el club de fútbol de Soldati es Sacachispas, que el próximo 17 de octubre cumple 70 años. Para septiembre, un mes después, el barrio celebrará 110 años de vida. La charla transcurre en el Instituto Cristo Obrero en la semana de mayo. Actualmente, allí se cede un espacio para que el Fines continúe en Soldati. Hoy, el Plan para terminar el secundario cuenta con al menos 100 estudiantes de entre 18 y 70 años. Dos de ellos explicaron para ANCCOM cómo se vive la violencia institucional en Soldati. “Hoy tiran a matar. No apaciguan las cosas. Si estás de madrugada y te ven en una secuencia rara, o no les paraste o te ven corriendo, te tiran”, describe Santiago Ocampo. Elizabeth Gómez Alcorta, abogada defensora de los derechos humanos, analiza el recrudecimiento de la violencia en los barrios: “Hay ciertos patrones que se vienen repitiendo que por lo general son los usuales: la alta intervención de miembros de las fuerzas de seguridad fuera de servicio, la utilización de las armas reglamentarias y también, recientemente, un aumento de la letalidad”.

En el marco del Día contra la Violencia Institucional, el mismo día en que asesinaron Dylan,  el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) emitió un informe en el que muestra que en el último año no hubo un aumento significativo de hechos de violencia institucional, pero sí la letalidad en las intervenciones policiales. “Eso quiere decir que como primera intervención de las fuerzas de seguridad, en vez de detener o de llevar adelante algún ejercicio de la fuerza que sea proporcional a la situación que suele encontrar a una persona o al propio agente, la primera intervención es utilizar la fuerza de un modo letal”, señala Gómez Alcorta.

Chicas jugando al jockey.

En septiembre el barrio cumplirá 110 años de vida.

Para Santiago, quien se crió en Soldati desde los cuatros años, el barrio “está más calmado en comparación a otros años”, desde que llegó Gendarmería. Según Micaela, su compañera: “Cuando vinieron los gendarmes también estaba movido. Después se calmó, porque si veían a algún pibe consumiendo algo ya se lo hacían tragar, no les importaba nada.” Santiago amplía: “Tenías un cigarrillo de marihuana y te lo hacían comer. Y esa acción es muy agresiva. Es tratar de eliminar lo que está mal lo más rápido posible. Pero no se fijan en los vendedores, se fijan en los consumidores. Hay muchos vendedores”.

Elizabeth Gómez Alcorta sostiene: “La violencia institucional es una práctica estructural en nuestra sociedad, centralmente practicada por miembros de las fuerzas de seguridad. No hay duda que a partir de estos dos años del gobierno de Cambiemos se lleva adelante una clara política discursiva no solo, de no repudiar ni criminalizar este tipo de hechos, sino muy por el contrario, de avalarlos.” En este sentido, Marcos Candelino reflexiona sobre el rol del Estado en relación a la violencia institucional: “El Estado siempre es el Leviatán. El tema es si está ahí para garantizar un derecho o si el Estado está ahí para garantizar los derechos de otros a costa tuya”. En el caso de las fuerzas de seguridad en los barrios, Candelino tiene su punto de vista: “Cuando un gobierno como el macrista pone las fuerzas del Estado en un barrio como Soldati no lo hace para garantizar la seguridad de los vecinos sino para controlarlos, para ejercer la ¿legítima represión del Estado? Lo pregunto porque yo dudo enormemente que sea legítimo. El uso de la fuerza en estas problemáticas, o desde el propio Estado, está ligado a cuestiones socioeconómicas y eso ya de por  sí lo deslegitimiza. En Soldati, la violencia tiene que ver con una cuestión económica. Es directamente proporcional. A menores recursos mayor violencia”.

Imagen de los monoblocks y autos estacionados.

La problemática de la violencia institucional entra en relación directa con las prácticas deficitarias de la justicia y de las fuerzas policiales.

“Lo que me pregunto es por qué estaba manejando un UBER. La policía tiene un montón de adicionales. No sé. Claramente hay toda una idea de profesionalización de las fuerzas de seguridad donde parece que se trata solo de la guita. Siempre me pregunté lo que pasa dentro de la formación de los policías”. En este sentido, Marcos repasa el intento de democratización que se había intentado al interior de las fuerzas: “Se había empezado a democratizar ese tipo de cuestiones. Muchos antropólogos se dedicaron a estudiar el currículo de formación de la policía y se sostiene que eso fue un proceso primero, que llevaba muchísimo tiempo, y segundo que fue un proceso que se detuvo con la llegada del macrismo al poder político. El Estado siempre es el Estado, pero puede desafectar de la fuerza y sancionar, como lo hizo en su momento con el gendarme Carancho (el gendarme que simuló que lo atropellaban en una protesta)”.

Sobre el caso de Dylan Marcos reflexiona: “Yo no sé si este gatillo fácil es resultado de lo que mal llamaron la doctrina Chocobar, pero sí que es un comportamiento alentado desde el gobierno, claramente. Y ese gobierno es el Estado. Hoy el Estado mata pibes”.

Se observan desde lejos los monoblocks, desde la avenida con autos estacionados.

El CELS muestra que en el último año hubo un aumento significativo de la letalidad en las intervenciones policiales.