El represor cumple 100 años (y la injusticia 47)

El represor cumple 100 años (y la injusticia 47)

Laura Hietala reclama el juicio por la desaparición de su familia, en 1977. Su rastro se pierde bajo el silencio de Omar Riveros, exdirector de Campo de Mayo, principal sospechoso de la desaparición de los Hietala. La lentitud de la justicia juega del lado de los 100 años del acusado.

Laura Hietala está sentada en una mesa del local de comidas rápidas de la estación Retiro. En su cartera lleva fotos de la familia que en 1977 la dictadura militar le arrebató. Son imágenes que atestiguan que existió y que denuncian una ausencia solamente explicada por la ingeniería estatal del terror. 

— Desde mi punto de vista, la causa avanza muy lento. Si vos tenés en cuenta que llevo 47 años esperando, tiene sentido. Hasta el momento no hubo imputaciones, pero sí algunos requerimientos de la jueza de instrucción que a nosotros nos permite interpretar que va a tomar alguna medida. No tenemos mucha información, lo que sabemos es que va lento. 

La investigación comenzó en 2006, después de que se derogaran las leyes que protegían al poder militar. 

— Ese año se abrieron todos los expedientes y se empezó a tomarle declaración a muchos familiares. Fue todo con mucha timidez porque había desconfianza. Ahí hubo un lapso en el que no quisimos participar, porque yo había estado amenazada y la respuesta que había recibido de la justicia era que no había garantías. En 2012 los reclamos empezaron a tomar más fuerza y me constituí como querellante. 

Si bien hay esperanzas de que a fin de año haya novedades, el reloj biológico de los genocidas juega en contra. Por ejemplo, Omar Riveros, director de Campo de Mayo y principal sospechoso de la desaparición de los Hietala, en 2023 cumplió 100 años. 

Aparte de Riveros, también habría otros militares implicados, sobre los cuales se está investigando. Se trataría de oficiales ya condenados en otros juicios de lesa humanidad. 

Los Hietala

Guillermo Hietala, padre de Laura, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores junto a su hermano Reino y su esposa Estela Cali. Cuando el poder militar tomó por la fuerza el gobierno, la familia decidió abandonar su casa de Vicente López y mudarse a una estancia ubicada sobre la Ruta 7, a la altura de San Andrés de Giles. Allí comenzaron una vida rural bajo el apellido Valugano. En El Maral, Laura vivía con sus padres, su hermana Amanda, su tío Reino, sus primos Silvia y Guillermo, su abuela Hannah y la suegra de Reino, Dominga. 

El viernes 20 de mayo de 1977 Guillermo y Estela fueron a una reunión en Vicente López, convocados por La Negra, una militante a la que no veían desde hacía un tiempo. Cuando llegaron al punto de encuentro, la esquina de las avenidas Lavalle y Maipú, fueron secuestrados por un grupo de tareas. 

 Al día siguiente, Reino se dio cuenta de lo que había ocurrido y recorrió las casas de sus compañeros de Zárate para alertarlos. Ya era tarde: todos habían caído en las fauces de la represión. 

El domingo 22 abandonó El Maral para alertar a otros militantes. En el momento en el que salió, un comando arribó a la estancia y se llevó a Dominga y a Hannah. 

La familia que trabajaba en la casa de los Hietala vivía del otro lado de la ruta, por lo que esa tarde escucharon todo: el ruido de los motores frenando en la estancia, los gritos de las mujeres, el regreso de los coches al camino y la huída. Después solo se oyó un llanto ininterrumpido, que ni el viento que sacudía los pinos de la zona lograba ocultar. 

Pese al miedo que la invadía, Sara E. cruzó a ver qué había ocurrido. Los sollozos eran de Amanda, Guillermo y Silvina, que desde el rincón de un cuarto totalmente revuelto permanecían en estado de shock. En la otra punta del cuarto, Laura pataleaba y lloraba adentro de su cuna. Los militares habían puesto el moisés arriba de un aparador, junto a una frazada que daba a una estufa. Si Sara hubiera ingresado cinco minutos más tarde, la bebé habría ardido en llamas. 

Horas más tarde, Reino apareció en un Torino negro sin patente y explicó que ellos eran los Hietala y no los Valugano,  y que la familia de Sara podía quedarse con la estancia.

Después partió hacia Villa Devoto, con el objetivo de dejarlos en la casa de unos primos, para que luego ellos los llevaran al hogar de los padres de Estela. Sin embargo, cuando llegó a Capital Federal, le informaron que Ítalo y Esther Cali también habían sido secuestrados. 

La familia optó por separar a Laura y Amanda para protegerlas. Solo se veían una vez al año, cuando las llevaban al pediatra. 

Reino comenzó a trabajar informalmente y a ahorrar cada centavo que ganaba. Al poco tiempo, logró juntar dinero para irse a Brasil con su familia. Desde allá se comunicaron con parientes que vivían en Finlandia y se mudaron a Helsinki. Silvia y Guillermo volvieron una vez que finalizó la dictadura. Reino se quedó allá y regresó al país solo en dos ocasiones.

 

El horror después del horror

Con la llegada de la democracia, el espionaje apareció como la nueva cara de la persecución militar.

A Laura y Amanda, todas las tardes el mismo hombre las seguía desde su escuela hasta la casa en la que vivían. 

— Era una persona  de determinadas características, que luego otros familiares nos confirmaron que también los había seguido. Era algo que estaba ahí, ya era parte de nuestra vida”. 

 En 1997 Laura comenzó a trabajar como promotora en un supermercado que tenía sucursales en Zárate y Campana. 

Había algo que estaba claro, cada local tenía su propio personal de seguridad. Un día noté que había un empleado que coincidía en mis días y horarios, en las sucursales a las que yo iba. Un sábado en el que no había nadie, vino y me dijo “Buenas tardes, señorita, necesito hablar con usted. 

Mientras en su cabeza crecía la convicción de que ese sería su último día con vida, la mujer extendió su mano y exclamó: “Laura Hietala, nieta e hija de desaparecidos”. Lejos de sorprenderse, el sujeto respondió con frialdad: “Ya lo sé, conozco todo de su vida”.

Después de un segundo de silencio que pareció eterno, el hombre explicó que no había participado en el operativo de los secuestros y que estaba ahí porque trabajaba bajo órdenes directas de Videla. Disparaba las palabras con una velocidad mecánica, como si la duración de cada sílaba estuviera cronometrada. Laura sólo se limitaba a escuchar, mientras el miedo la paralizaba.

—  Me decía que si lo buscaba por su nombre, él estaba muerto y que le pagaban por hacer este tipo de tareas, investigar a hijos para ver en qué andaban. Recuerdo que me dijo: “Quedate tranquila que vos sos inofensiva”. 

El espía se encargó de nombrar personas de su círculo íntimo para certificar su trabajo y le advirtió: “Te voy a estar vigilando. Vos no vas a saber que yo voy a estar ahí, pero siempre te voy a estar vigilando. Me vas a pasar al lado y no me vas a reconocer, porque los que hacemos estas tareas cambiamos nuestra apariencia para que no nos identifiquen”. 

A esa primera amenaza, meses más tarde se le sumaría la de un ex comisario, que la detuvo en la calle y le susurró: “Tenés que tener cuidado con quién te rodeas, porque es muy fácil deshacerse de un cuerpo. Existe un Triángulo de las Bermudas acá: sabemos que en la zona del Río Luján podemos tirar un cadáver y que nadie sepa lo que pasó”. 

Harta del hostigamiento, Laura intentó presentar una denuncia, pero desde el Poder Judicial le respondieron que no podían hacer nada. Los Hietala estaban librados a su suerte. 

En 2006 se reactivaron las causas de Lesa Humanidad y las historias de persecución se replicaron en cientos de voces. Parecía que por primera vez estaban dadas las condiciones como para que las víctimas se sientan protegidas, pero la desaparición de Jorge Julio López demostró que el poder de los genocidas permanecía intacto. 

— Cuando lo secuestraron hubo una sensación de vulnerabilidad muy grande. Sentíamos que otra vez el peligro era inminente y que los próximos íbamos a ser nosotros. Si ya se llevaron a mis abuelas y a nuestros padres, ahora nos tocaba a mi hermana y a mí.

Lo que era una sensación, luego se transformó en realidad. Durante la madrugada del 27 de noviembre de 2019, un disparo entró por una de las ventanas de la casa de los Hietala e impactó en el techo de la habitación de uno de sus hijos. 

— Decidí renunciar a vivir con miedo. Entiendo que uno tiene que ser prudente. Yo no hice nada para merecer ninguna de estas cosas, lo único que hago es pedir justicia, buscar la verdad y tratar de hacer memoria — declara Laura — El miedo te paraliza y te cansa. Fue muy frustrante ver a mis hijos con ese shock tan grande de pensar que todavía puede pasar algo. Pero a eso hay que vencerlo.

El pogo de la memoria

El pogo de la memoria

Los estudiantes secundarios marcharon para conmemorar el 47 aniversario de La Noche de los Lápices. En un contexto marcado por el resurgimiento del discurso negacionista, la manifestación estuvo signada por las consignas contra el avance electoral de la derecha.

Por el espacio que sus apretados cascos permiten,  un par de hombres miran con desconcierto y detienen sus motos sobre Belgrano y Solís. Cientos de estudiantes cruzan la calle dando saltos. Una de ellas aminora la marcha, se detiene sobre la senda peatonal  y les grita mientras agita sus brazos “Tocá bocina si apoyas la educación”. Uno a uno,  se le suman sus compañeros, ninguno tiene más de 17 años. Cuando el coro es imposible de ignorar, llegan tímidas las bocinas. Satisfecho, el grupo festeja la victoria y sigue la columna.

 Este 15 de septiembre fue la víspera de un nuevo aniversario de La Noche de los Lápices que significó la desaparición, en la ciudad de La Plata,  de seis estudiantes secundarios y militantes.  La quietud que predominaba en las proximidades del sitio de memoria y ex centro clandestino de detención, en Virrey Cevallos 630, se interrumpió a las 15:40, con la llegada de los primeros centros estudiantiles. Organizados detrás de banderas que distinguían sus colegios, cantaban: “Tomala vos, damela a mí, por el boleto estudiantil”. Cuando el agite parecía disminuir, otros proponían: “No seas facho, no seas gil, los compañeros siempre fueron 30.000”. Desde los balcones se veían los primeros vecinos curiosos. 

 El horror de la dictadura se transformaba en cada grito en la fuerza que los movilizaba. Los rostros impresos de quienes los precedieron, y eran estudiantes como ellos, circulaban pegados en los carteles. En sus brazos, llevaban dibujados los pañuelos de las Madres y, en las mochilas, telas pintadas rezaban “Ni olvido, ni perdón”. Todo se mezclaba entre abrazos, pogos y rondas.

 Los docentes también se hicieron presentes, como  Maximiliano, miembro de AGD UBA: “Acompañamos al centro de estudiantes del colegio Carlos Pellegrini que nos da ánimo para venir  y mantener viva la memoria”.

Julia Auchterlonie, estudiante y secretaria general del colegio Lenguas Vivas, conversó con ANCCOM sobre el contexto en que se daba la marcha: “Es un día especial, este año se cumplen 40 años de democracia, pero vemos el avance de la derecha. Las baldosas que recuerdan a les desaparecides aparecieron vandalizadas con grafitis que decían “Milei 2023” o “zurdos de mierda”. Son cosas que nos hacen reflexionar, disputar el espacio,  y entender que ahora, más que nunca, hay que salir a las calles”. Además, destacó que “en la ciudad más rica del país, el presupuesto en educación se recorta todos los años. Hoy continuamos el reclamo al Gobierno de la Ciudad por las condiciones edilicias de nuestros colegios: los techos se caen, hay ratas o alacranes, faltan calefacción y vacantes.”

El colegio María Claudia Falcone, cuyo nombre recuerda a una de las estudiantes desaparecidas, se ubicaba en la cabecera donde los rayos de sol todavía llegaban. En el centro  de la ronda, una joven de pelo corto  y anteojos golpeaba su redoblante al ritmo de “A ver, a ver, quién dirige la batuta, los estudiantes o los bien hijos de yuta, yuta, yuta”. La energía vibrante se replicaba y parecía aumentar con cada salto. Algunos para refrescarse compartían helados de todos los colores.

“El sadismo no es una ideología política”, se podía leer en el cartón que Valen, con un perfecto delineado y flequillo colorado, sostenía . “En octubre la derecha o los derechos”, decía el que agarraba su compañera. Ambas formaban parte de la agrupación “La Che Guevara” y vivían la fecha como “resultado de la acumulación de dichos negacionistas que explotó con el acto de Villarruel”.

Cuando la cuadra ya estaba repleta de gente, empezó el primer acto y representantes de la Coordinadora de Estudiantes Terciarios, Familias por la Escuela Pública, la Federación Universitaria de Buenos Aires, Nietes y Cooperativas en movimiento, tomaron la palabra para reivindicar la lucha estudiantil. Atentos, los secundarios escuchaban y estallaban en aplausos cuando el discurso los interpelaba.

A las 17:40 comenzó la marcha hacia Plaza de Mayo. En cada grupo alguno dirigía el andar con un “apúrense chicos”. Si aumentaba mucho el espacio entre un colegio y otro, los últimos corrían mientras se reían a carcajadas. Cuando la caminata se detenía, buscaban rápidamente el lugar para trepar, copando tachos y postes de luz, desde donde cantaban con más fuerza. La columna ocupaba una cuadra y media.

En el recorrido se sumaron las wiphalas del Malón de la Paz y sus representantes luego tomaron la palabra: “Acompañamos a los estudiantes porque son el futuro, uno con libertad y democracia. En Jujuy estamos sufriendo persecuciones como en la dictadura, exigimos la nulidad de la reforma de Morales”.

Con la Casa Rosada a sus espaldas, los integrantes de la Coordinadora de Estudiantes de Base (CEB)  armaron el escenario que daría lugar al cierre de la jornada. Banderas argentinas sobre el asfalto,  las fotos de los desaparecidos hace 47 años y un micrófono. Representantes de los centros de estudiantes secundarios se turnaron para leer el documento, ante la atenta escucha de quienes  permanecían sentados en el piso.

Las arengas apuntaban contra la injusticia y el modelo neoliberal, a la vez que señalaban la importancia de no resignarse: ”Ahora más que nunca es nuestro trabajo decirles a los discursos de odio, a la derecha negacionista, a los vendedores de la libertad y las propuestas de convertir la educación pública en negocio: ¡Nunca más!”.

Aplausos y gritos de emoción fueron el preludio del último gran pogo al ritmo de “Jijiji” y el Himno Nacional. Sonrientes y orgullosos, todavía cargaban sus consignas. Violeta, estudiante de la escuela de teatro Niní Marshall, se apuraba para sacarse la foto que había quedado pendiente y posó con el cartel que sostenía: “Sigamos escribiendo el futuro que ellos siempre soñaron”.

 

Comenzó el juicio más grande de Corrientes por crímenes de lesa humanidad

Comenzó el juicio más grande de Corrientes por crímenes de lesa humanidad

Se trata de la causa Brigada de Infantería VII, en la que son juzgados diez  represores. Por las demoras judiciales, pasaron casi cuatro años entre la elevación a juicio y el inicio del debate. De los 21 acusados solo la mitad se sienta en el banquillo.

Luego de una larga postergación, finalmente el Tribunal Oral Federal de Corrientes, presidido por el juez Fermín Amado Ceroleni, comenzó el juzgamiento de diez exmilitares y exgendarmes de la Brigada de Infantería VII por crímenes cometidos en la subzona militar 23, durante la última dictadura militar.

En este juicio, el décimo que se realiza en Corrientes por delitos de lesa humanidad, los acusados de pertenecer a una asociación ilícita y de cometer privaciones ilegales de la libertad hacia dos niños, torturas e incluso un homicidio son: Pedro Armando Alarcón, José Emilio Mechulán, Abelardo Palma, Eduardo Antonio Cardoso, Abelardo Carlos De la Vega, Raúl Horacio Harsich, Alfredo Carlos Farmache, Juan Carlos De Marchi, Horacio Losito y Raúl Alfredo Reynoso, todos integrantes de la subzona Corrientes del Área militar 231. Cabe destacar que De Marchi, Losito, Reynoso y Harsich ya fueron condenados en debates anteriores en la provincia y en otras jurisdicciones.

Se investiga su poder de decisión sobre la planificación represiva en la zona, la adaptación del plan general del régimen castrense y la determinación de los blancos que serían víctimas de la violencia ilegal. Inicialmente eran 21 los acusados quienes debían comparecer ante la justicia, pero el aletargamiento del proceso por cuatro años hizo que varios fallecieran antes y otros fueran apartados por problemas de salud.

El circuito represivo de la dictadura en la ciudad de Corrientes incluyó una serie de centros clandestinos de detención y exterminio de personas. Entre ellos figuran la actual Jefatura de la Policía de Corrientes y el exregimiento de Infantería 9 de Corrientes, que es en la actualidad un Espacio de Memoria.

El área de influencia de esta brigada de infantes eran los departamentos de San Cosme, San Luis del Palmar, Empedrado, Saladas, Bella Vista, Lavalle, Goya y Esquina. Pero su jurisdicción también incluía provincias del norte y del noroeste como Chaco, Formosa y Misiones.

Esto se debe a que el régimen de la última dictadura militar dividió al país en cuatro grandes zonas de cobertura y acción represiva. En esa estructura, al Comandante del Segundo Cuerpo de Ejército le correspondió la tutela de la Zona de Defensa 2, con cuatro subzonas: 21, 22, 23 y 24. Es justamente la subzona 23, en la que está involucrada la Brigada VII de Infantería, la que se comenzó a juzgar en estas horas.

En la sede del juzgado correntino se presentaron los represores De Marchi, Palma y Alarcón, junto con algunos de los abogados defensores oficiales. Desde la sala que brindó la Cámara de Casación Penal en Comodoro Py, seguían de cerca la presentación por videoconferencia los imputados Cardoso, De la Vega, Losito, Harsich. Por su parte, el oficial Farmache siguió las alternativas del caso desde el Tribunal Oral Federal Nº1 de Mendoza; hizo lo propio Reynoso desde el Juzgado Federal de San Ramón de Orán, en Salta.  

Durante la lectura del trigésimo sexto hecho imputado en el requerimiento fiscal de los acusados, Cardoso, Losito y De Marchi se retiraron con autorización de sus defensores aduciendo problemas de salud. Luego de indagar con detalle en los 103 hechos vinculados con la represión ilegal por parte de los genocidas, se explicitó la responsabilidad penal de los diez exmilitares.

Cardoso y Farmache fueron señalados como “autores mediatos por el rol y funciones que cumplían en el comando de la Brigada de Infantería VII y sus dependencias a la época de los sucesos”. También se señaló a De la Vega, Harsich, De Marchi y Losito por su papel en el exregimento de Infantería XIX, dependiente del comando de la misma Brigada de Infantería. En el caso de los gendarmes Palma, Alarcón y Reynoso, por su rol en los grupos operativos de tareas. “Cada uno de ellos actuó motivado, conociendo las actividades ilícitas y contrarias a la ley que realizaban”, estipuló el tribunal. Quien fue apartado de la lectura fue Mechulán, por un dictamen del cuerpo médico forense de la Corte Suprema.

“Las causas de lesa humanidad están las demoras por no darles el Poder Judicial la prioridad que merecen, por la falta de designación de jueces para que los tribunales se constituyan, y por la reticencia, sobre todo en causas de responsabilidad civil y económica, con demoras injustificadas”, aseguró Pietragalla.

También fueron parte de la primera jornada en Corrientes, por la querella de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, los abogados Marcelo Wurm y Manuel Brest Enjuanes; y, por el Ministerio Público Fiscal, el fiscal subrogante Juan Pedro Resoagli, junto con el auxiliar Diego Vigay.

La transmisión de la audiencia fue seguida con expectativa por familiares y amigos que, junto con organismos de Derechos Humanos que se concentraron en las inmediaciones del tribunal, vieron toda la transmisión y pidieron que se condene a los genocidas.

El secretario de Derechos Humanos de la Nación Horacio Pietragalla también fue parte de la jornada inicial. En diálogo con ANCCOM, Pietragalla planteó que es “muy importante obtener justicia en este nuevo juicio, sobre todo tratándose de una megacausa en la que, si bien algunos ya fueron condenados en juicios anteriores, para muchos otros es la primera vez”. Además destacó la inclusión en este debate de casos como los de dos menores, uno de ellos nacido en cautiverio.

Consultado por las largas demoras en los juicios de lesa humanidad que impiden que todos los acusados sean juzgados en tiempo y forma, Pietragalla señaló que obedecen a distintos factores. “Están las demoras del Poder Judicial por no darles la prioridad que merecen, la falta de designación de jueces para que los tribunales se constituyan, y la reticencia, sobre todo en causas de responsabilidad civil y económica, con demoras injustificadas tales como las que impidieron que Blaquier fuese condenado”, aseguró.

“Hoy la Secretaría de Derechos Humanos lleva adelante 278 querellas activas en todo el país, que incluye la revisión de las sentencias en la Cámara de Casación Penal y la Corte Suprema”, detalló.

Durante los próximos tres meses habrá dos audiencias semanales. Serán 30 los testigos que deberán revivir el horror. Los interrogatorios comenzarán este martes.

Quizás la larga espera haya valido la pena para encontrar justicia.

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«Nunca pensé que podía no buscarlo, sabía que podía no encontrarlo»

«Nunca pensé que podía no buscarlo, sabía que podía no encontrarlo»

Abuelas de Plaza de Mayo informó sobre la restitución del nieto 133, hijo de Cristina Navajas y Julio Santucho y nieto de Nélida Navajas el viernes 28 de julio. Su hermano, Miguel «Tano» Santucho comparte su emoción por conocerlo y su fuerza para continuar con la lucha.

Cristina Navajas fue desaparecida, embarazada, el 13 de julio de 1976 y, estando secuestrada, explicitó a sus compañeras de encierro su a voluntad de que encontraran a su hijo nacido en cautiverio. Su madre, Nélida Navajas, dedicó su vida a cumplir ese mandato con dedicación y fortaleza.

Miguel “Tano” Santucho, junto con Abuelas de Plaza de Mayo y otros compañeros y compañeras, se puso al frente de esa búsqueda hasta hoy, con igual dedicación, honrando la labor de su abuela. El tan esperado reencuentro con su hermano solo repone sus fuerzas y lo incentiva a continuar con la lucha por la restitución de los casi 300 nietos y nietas apropiados por la dictadura cívico militar que falta encontrar.

 

¿Cómo fue el primer encuentro con tu hermano?

Hubo dos primeros encuentros: Uno cuando me enteré estaba en Italia y me llamaron de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). Lo habían notificado primero a él y le propusieron asistir cuando me lo contaran a mí. En dos minutos me cambió la vida y me preguntaba: “¿Está pasando en serio esto?” El segundo encuentro fue en el pasillo de la Casa por la Identidad, antes de dar la conferencia de prensa junto con Abuelas. Nos encontramos y nos abrazamos, no nos queríamos soltar, quería mirarle la cara, conocerlo.

 

¿Cómo sigue tu hermano el proceso de reencontrar su identidad?

Él nos buscó. Buscar su verdad desde su propia voluntad representa para nosotros sacarnos los miedos y las dudas que teníamos. Él fue apropiado por un integrante de la policía bonaerense, un torturador de una patota, de los más sádicos. No tenía ni idea de quiénes éramos los Santucho-Navajas por lo que nos permitió empezar de cero. Está aprendiendo a una velocidad increíble. Estuvo muy solo, no tenía una relación con el resto de la familia (apropiadora). Pero ahora lo va a encontrar con creces. El derecho a la identidad excede a las Abuelas y al terrorismo de Estado. Es un mérito de las Abuelas haber puesto la lupa ahí y haber dado las herramientas para poder construirlo, defenderlo y difundirlo. Pero es un derecho a nivel global. Todos tienen derecho a saber quiénes son, más allá de si fueron apropiados o no durante el terrorismo de Estado. La verdad es necesaria para ser una persona firme, con la estabilidad emocional necesaria para afrontar la vida.

¿Qué recordás de tus primeros años de búsqueda¿ ¿Cuando te empezaste a involucrarte en el trabajo de Abuelas?

Mi historia era muy difícil. Para mí fue fundamental leer los testimonios de las mujeres que estuvieron en cautiverio con mi mamá porque me mostraba que ella quería que nosotros supiéramos que estaba embarazada. Eso para mí fue un llamado, un pedido. Lo único que podía hacer era tratar de responder a ese pedido. Nunca pensé que podía no buscarlo, sabía que podía no encontrarlo. Siempre supe que era hijo de desaparecidos. Era parte de mi cotidianidad. En 1985 vengo a Argentina y tengo la sorpresa de enterarme que tenía un hermano o hermana que no conocía. Mi abuela me lleva a Abuelas de Plaza de Mayo y me encuentro una foto de mi mamá con una foto blanca al lado que decía “niña o niño nacida en cautiverio”. Ahí me cae la ficha de que no estaba completa la familia, que faltaba alguien. Esa idea me acompañó por muchos años. Me acordaba en Navidad, el día de mi cumpleaños. En 1990 con mi hermano más grande fuimos a la final del Mundial de Italia, cuando jugaban Argentina y Alemania, y yo pensé que si me enfocaban en la pantalla capaz que mi hermano me podía ver porque en Argentina estaban mirando todos. Volví a Argentina en 1991, a los 17 años, impulsado por la historia de mi familia, por mis dudas y por mi rebeldía de adolescente. Me encontré con mi apellido, Santucho, escrito en las paredes y entendí que lo que para mí era una historia personal en realidad era parte de la historia argentina.

 

¿Cómo hiciste para sostener la búsqueda a los largo de tantos años?

Primero no tenía opción por como soy yo, al entender el pedido de mi mamá era lo que tenía que hacer, por otro lado, sigo teniendo todo el apoyo y contención de Abuelas. Hay una relación afectiva muy fuerte. También por la respuesta de la sociedad. Las Abuelas encontraron el equilibrio exacto entre la búsqueda y la construcción de la memoria viendo la solidaridad de toda la sociedad civil. No tienen un concepto cerrado. Nosotros queremos que el Estado garantice el funcionamiento de las instituciones que permiten que sigan apareciendo los nietos. La sociedad entendió y respondió y eso es lo que nos sostiene.

 

 

¿De qué manera vive tu padre, Julio Santucho, este momento?

Por mucho tiempo me pregunté cómo hacía para estar entero con todas las pérdidas que sufrió la familia. En un principio, él no pensaba que podía tener un hijo más, prefería pensar que no. Estaba procesando su propia historia y no podía poner este tema en la cuenta. Con el paso del tiempo fue viendo que sí había motivo, empezó a asumir y bancarme a mí en mi búsqueda. Por autodefensa no le dio él cuero para buscarlo, pero después quedó impulsado por todo este efecto contagioso, la empatía social, que generamos desde Abuelas donde nos cuidan y miman mucho. Cuando le pico el deseo de encontrarlo, cuando necesitaba cómo nunca saber qué paso, tuvo la suerte de encontrarlo.

 

¿Cuáles son tus planes ahora no solo con tu hermano sino con la lucha y búsqueda que continúa?

Estoy muy contento, mucho mejor que cualquier expectativa que podía tener, y eso me da fuerza para seguir buscando. Todo esto me liberó de una carga muy grande, me sacó de la oscuridad y la duda. Ahora veo todo muy luminoso y muy claro. Yo me siento empoderado. De repente se me apareció una calle en bajada que no sé dónde termina, para mí está todo despejado, no veo ningún obstáculo para hacer cualquier cosa. Quiero que esto sirva para que aparezcan otros, para motivar a los que tienen dudas que vale la pena acercarse o brindar cualquier información. La búsqueda es urgente, es ahora. Somos un faro, prendimos una luz, acá estamos, vengan. Este faro tiene que estar prendido en todos lados y a todas horas. Quiero hacer trabajo de territorio, fortalecer los nodos de la Red por el Derecho a la Identidad (un grupo de colaboradores de Abuelas y CONADI que están en todas las provincias argentinas e incluso en el exterior). Quiero que la luz este prendida en la mayor cantidad de lugares posibles con la mayor intensidad posible para que el que tenga dudas, la pueda ver. Esa es mi apuesta.

«Es nuestra responsabilidad contar quiénes fueron estos genocidas»

«Es nuestra responsabilidad contar quiénes fueron estos genocidas»

En segundo encuentro de «Cine por la Identidad. 40 años de democracia», organizado por Abuelas de Plaza de Mayo y el INCAA, se proyectó EL juicio y luego se conversó con su director, Ulises de la Orden y la investigadora Claudia Feld.

En el marco del ciclo “Cine x la identidad” que propone la organización Abuelas de Plaza de Mayo, el primer jueves de cada mes se proyecta una película diferente, vinculada además a la temática de los 40 años de democracia.

Los films que forman parte del ciclo son presentados en la Casa x la Identidad de Abuelas dentro del predio del Espacio para la Memoria (exESMA). En esta ocasión, se proyectó el documental El Juicio, de Ulises de la Orden.

El largometraje es una compilación y un recorte de las 530 horas de grabación del inolvidable juicio a las juntas militares de 1985. En este documental, De la Orden trabajó durante siete meses con un equipo que lo ayudó a armar un guion y seleccionar las mejores imágenes para su obra.

La película está fraccionada en 18 capítulos que unen los distintos relatos y momentos del extenso juicio. La presentación del documental la realizó Miguel Santucho, el “Tano”, quien felizmente anunciaba la semana pasada junto a las Abuelas la restitución de la identidad del nieto 133, su hermano. El Tano invitó a la audiencia a ser parte de la proyección para luego tener una charla junto a De la Orden.

Finalizada la película, el nieto restituido, Leonardo Fossati, realizó una breve introducción para presentar al director del film y a Claudia Feld, investigadora del CONICET, quien realizó el libro Del estrado a la pantalla, en donde analizó el derrotero de las imágenes grabadas en el juicio a las juntas.

Fossati reflexionó sobre el film que acababa de proyectarse: “Es imposible no emocionarse, no sentirse identificado”. Además, resaltó que el ciclo de “Cine x la Identidad” comenzó con la presentación de Argentina: 1985, película que narra de manera ficcional los hechos ocurridos en el juicio a las juntas militares. Y finalizó con una frase contundente: “Siempre la realidad supera la ficción”.

A continuación, el moderador interpeló a De la Orden preguntándole qué lo llevó a realizar este trabajo audiovisual. “Para mí presentarla acá es haber acertado en la historia que yo quería contar a partir de estas imágenes que yo no filmé. Yo hago películas y siempre estoy pendiente de cuál va a ser la próxima. Hará unos diez años más o menos que se me cruzó el juicio a las juntas, fuera de agenda”, explicó. Además, agregó que ese juicio funcionó como una bisagra, cambió el destino como sociedad que resolvía los problemas políticos con golpes de Estado. Resaltando también que a pesar de las muchas crisis que la Argentina debió sortear en los últimos 40 años, efectivamente nunca más se llegó a la intervención militar en un gobierno. Y eso era lo que De la Orden deseaba contar.

Para trabajar sobre estas imágenes el director contó que investigó mucho y así llegó a sus manos también el libro de Claudia Feld. Y agregó que pudo conseguir el material gracias al trabajo del equipo de Memoria Abierta quienes le facilitaron los permisos pertinentes para acceder al material histórico del juicio.

El director señaló con un poco de ironía en sus palabras, que mientras su equipo de trabajo avanzaba en el proyecto, la película de Santiago Mitre los pasaba en la carrera. Pero que eso de alguna manera fue un salto importante, porque Argentina: 1985 puso nuevamente en boca de todos, este importante evento histórico. Ya que además en las múltiples proyecciones del documental a lo largo del mundo, las personas reconocen el juicio gracias a la película protagonizada por Ricardo Darín.

Miguel Santucho invitó a la audiencia a la proyección para luego charlar junto a De la Orden.

Claudia Feld, por su parte, explicó que el documental significó una inmersión absoluta al momento del juicio ya que permite sentir la densidad de lo que fue presenciarlo en ese momento.

Feld retrocedió para contar como comenzó el trabajo de investigación para su libro, editado en 2002, en 1999. Fue a partir de un equipo de trabajo a cargo de Elizabeth Jelín, con financiamiento del Social Science Research Council con más de 20 investigadores que trabajaron durante tres años. En ese momento la investigadora estaba realizando un trabajo para su doctorado sobre la televisión hasta que se topó con el primer programa de Magdalena Ruiz Guiñazú en Canal 13 que emitía las primeras imágenes con sonido sobre el juicio. Entonces su proyecto viró hacia una investigación sobre la reconstrucción de cómo habían llegado las imágenes del Juicio a las Juntas a la televisión.

Luego, Leonardo Fossati le preguntó al director cuál era su deseo con la película de aquí hacia adelante. En primer lugar, De la Orden aclaró que el objetivo inicial era que el público a quien se destinara este film fueran personas nacidas en democracia, y que se pudiera ver en las escuelas, sobre todo en los últimos años de secundaria. Pero lo cierto es que la película apenas está comenzando a mostrarse en diferentes espacios. Pero además en conversación con los presentes en el auditorio de Casa por la Identidad reflexionó que, si luego de casi tres horas de proyección las personas se quedaron en la sala, el objetivo del montaje estaba cumplido.

Hacia el final de la emotiva charla, el director de El juicio reflexionó: «En todo este proceso de hacer la película cristalicé algo que ya sabía y es que nada de esto hubiera pasado si las Madres no se hubiesen juntado a dar vueltas en la Plaza y nunca parar».

Algo a lo que también adhirió Claudia Feld: «Ustedes son quienes hacen que nuestro trabajo tenga sentido. Esto tiene sentido porque están quienes lo sostienen en el día a día».

Además reflexionaron sobre la importancia del trabajo de los realizadores audiovisuales así como de los investigadores, vinculado a la memoria. Ulises de la Orden agregó: «Es nuestra responsabilidad contar quiénes fueron estos genocidas para que nunca se olviden esos apellidos». Leonardo Fossati adhirió para finalizar: «Ustedes llegan a las nuevas generaciones de otra manera».

 El trabajo de las organizaciones de Derechos Humanos y todos aquellos que en sus distintas áreas de conocimiento pueden aportar a la memoria, sin dudas son fundamentales. Para que, como sentenció Julio Strassera en aquel momento histórico que fue el Juicio a las juntas, nunca más vuelva el terrorismo de Estado a nuestro país.

El ciclo de «Cine por la Identidad» continúa el 7 de septiembre con la proyección de Azor, de Andreas Fontana. El documental El juicio, de Ulises de La orden puede verse todos los viernes de agosto, a las 20 hs. en el Malba.