Qué significa adoptar a un niño

Qué significa adoptar a un niño

Sólo dos de cada diez familias anotadas quieren cobijar niños mayores de un año, lo cual reduce vacantes y retarda el proceso. “La adopción no es para resignificar la vida del adulto sino la del niño”, subraya la directora de un hogar convivencial.

“Los chicos que están viviendo acá en algún momento van a crecer y ser parte de la sociedad. Necesitamos darles todas las oportunidades posibles, que ellos también puedan estudiar en un futuro, por ejemplo. Vinieron a este mundo, lamentablemente no fueron cuidados y no tienen la culpa. Hay que tenerlos en cuenta siempre, no sólo el Día del Niño, todo el año”, afirma Bianca Bassi, trabajadora social y coordinadora del hogar MAMA de la localidad de San Martín.

Existe el mito de que el proceso de adopción en Argentina es largo y difícil, pero la complejidad está en las condiciones que ponen las familias. Según datos oficiales de noviembre de 2024, sobre un total de 1.406 legajos vigentes, el 82,86 por ciento de los aspirantes manifiestan la voluntad de adoptar niños de hasta un año, el 17,21 de hasta ocho, el 2,35 de hasta 12, y sólo un 11,81 está dispuesto a acoger chicos que presenten discapacidades o enfermedades permanentes.

Esto revela una situación problemática: las familias desean acoger desde edades pequeñas para comenzar el vínculo “desde cero”, pero cuantas más personas buscan lo mismo, menos vacantes hay, retardando el proceso y aumentando la cantidad de niños más grandes desamparados.

Tener una familia es un derecho, el cual no siempre es considerado por los adoptantes. “A veces nos olvidamos que es el derecho del niño a tener una familia, no del adulto a tener un hijo, ahí es donde está el paradigma que hay que invertir: que la adopción no es para resignificar la vida del adulto sino la del niño”, expresa Mariela Cuello, directora del hogar convivencial Casa Abrigo 1, en Villa Ballester.

Estos niños que esperan ser adoptados generalmente ingresan a hogares que se encargan de restituir sus derechos, educarlos, acompañarlos, inculcarles valores de convivencia y enseñarles a reconocer sus emociones. Este es el caso del hogar convivencial MAMA, fundado en 1983 por Juan von Engels, un profesor del Colegio José Hernández que junto a su esposa y alumnos buscaron brindar un lugar familiar a las infancias desamparadas de entre dos y diez años. La casa cuenta con dos pisos, un patio lleno de juegos, una pileta, una puerta que conecta con un polideportivo, una gran mesa en la que todos los días se reúnen a comer y cuartos personalizados según los gustos de los diferentes chicos.

En el hogar, los niños también se relajan porque se sienten seguros, ven que alguien los está cuidando. Empiezan a tener actividades. “Algunos van a arte, otros a ballet, a fútbol, a hándbol. Le damos mucha importancia a eso para que en esta etapa puedan ir encontrando qué cosas les gustan, con qué se identifican”, cuenta Bassi. Esto es fundamental, más teniendo en cuenta las situaciones de vulnerabilidad de las que provienen la mayoría de ellos: abusos, violencia intrafamiliar, consumo y adicciones, venta de niños y venta sexual, otras situaciones amenazantes para su integridad, insolvencia económica o fallecimiento de los padres.

La abogada de familia Ingrid Lorena Kuster recuerda un caso en el que un bebé de entre 6 y 7 meses fue rescatado por su hermanita. Sus papás eran adictos y se encontraba en una cunita, solo, temblando y convulsionando, con los ojos en blanco en el moisés. Su hermana lo halla y se lo lleva a la vecina, y ella lo acerca al hospital. Los resultados indicaron que tenía síndrome de abstinencia. Le encontraron quemaduras de amoníaco en la piel por las malas condiciones de higiene que tenía y golpes en sus piernas. En estos casos –sostiene Kuster– se quita a las familias la patria potestad de los niños ya que su permanencia allí atenta contra su vida.

La letrada explica que una vez que los chicos ingresan a los hogares, se realizan informes y estudios para el Poder Judicial y que así se los conecte con las familias inscriptas en el registro de adoptantes. A partir de entonces, inicia la guarda con fines de adopción, momento en el cual se conocen ambas partes. Este es un proceso gradual en el que se hacen encuentros en el hogar y luego se profundiza con jornadas más largas o con la visita de los niños a las casas de las familias.

El Ministerio de Justicia de la Nación, en su página web, remarca que “la adopción implica una construcción gradual del vínculo. Es un compromiso que se asume de una vez y para siempre, y que supone una decisión firme de cuidado, independientemente de las circunstancias. El desistimiento o rechazo de los adoptantes tiene consecuencias emocionales de gran impacto para la niña, niño y adolescente”.

Si la vinculación resulta exitosa, comienza el juicio para poder sentenciar la adopción del niño o niña. Sin embargo, el camino no siempre es armonioso y muchas veces, al no estar preparados internamente, los niños buscan a sus familias biológicas.

“Una vez me pasó que una nena había empezado muy linda la vinculación con un matrimonio que la deseaba un montón. Pero ella no estaba preparada, no había duelado a esa mamá que la había abandonado. Pasaron años y todavía hoy está en otro hogar, con acompañamiento psicológico, todavía no logra hacer ese duelo. Nosotros tratamos de trabajar y que puedan alojar a otro tipo de mamás en su cabeza, una mamá del corazón, que los quiera y los elija. Pero es muy difícil, la psique es algo que nadie entiende bien, no es dos más dos, es muy personal”, considera Mariela Cuello.

Entre niños que quieren volver con sus padres biológicos, progenitores que buscan desesperadamente a sus hijos, personas que quieren adoptar y chicos que necesitan una familia, el Poder Judicial, los hogares y las casas de tránsito luchan por restituir los derechos a estas infancias, derechos que nunca les debieron ser arrebatados.

Paula Cuadrado, transitante de niños hace 20 años, lo sintetiza así: “Una sufre las partidas, pero hay que dejar el egoísmo de lado y saber que lo que estás haciendo es para ayudar a otra persona. La verdad es peor cuando los niños llegan que cuando se van, porque cuando llegan están solos, no tienen a nadie, pero cuando se van encuentran un nuevo hogar donde estarán rodeados de amor”.

¿Dónde está Loan?

¿Dónde está Loan?

El caso que conmocionó al país y captó la atención de los medios de comunicación sigue sin resolverse. A siete meses de la desaparición del niño, no existe ni un rastro que permita saber qué ha pasado con él. Hablan las personas que siguen de cerca la causa judicial.

El 13 de junio de 2024, Loan Peña, un niño de tan solo cinco años, desapareció en el Paraje Algarrobal, una pequeña comunidad rural de la provincia de Corrientes, en el Litoral argentino. Lo que había comenzado como un almuerzo familiar en la casa de su abuela paterna se convirtió de manera paulatina en una pesadilla que aún no termina.

Después de almorzar, Loan salió a caminar con otros niños y dos adultos. Horas más tarde, el niño ya no estaba. Desde entonces, sus padres, familiares y amigos han estado inmersos en una búsqueda desesperada por respuestas, mientras el Poder Judicial intenta descifrar el rompecabezas que explique su desaparición.

Casi siete meses después, la angustia persiste, y hay una pregunta que se repite enfáticamente, pero que aún no tiene respuesta: ¿dónde está Loan?

Aquel día, Loan estaba en la casa de su abuela, Catalina Peña, junto con su padre, José Peña. Según relataron los testigos, después de comer, un grupo compuesto de niños acompañados por Bernardino Benítez y Daniel Ramírez se dirigió a un terreno lindero, que según el primer parte policial de la causa es una “zona inhóspita con frondosa vegetación y caminos sinuosos, con bañados y cangrejales”. Fue allí donde el menor fue visto por última vez.

Lo que siguió fue una búsqueda masiva. Vecinos, policías y equipos de rescate recorrieron el lugar. Se utilizaron drones, perros rastreadores y hasta buzos, que inspeccionaron espejos de agua cercanos. Sin embargo, las esperanzas comenzaron a desvanecerse a medida que los días transcurrieron y no hubo hallazgos. Una de las primeras pistas que surgió fue una zapatilla que supuestamente pertenecía a Loan. No obstante, un informe posterior de Defensa Civil reveló que este objeto había sido colocado intencionalmente, lo que encendió alarmas sobre posibles maniobras de encubrimiento.

El expediente en su laberinto

La investigación, inicialmente en manos del Poder Judicial provincial, pasó al juzgado federal de Goya debido a su complejidad. Desde entonces, siete personas han sido imputadas por su presunta participación en la desaparición, ocultamiento y posible traslado del menor. Entre los acusados, dos nombres se destacan por haber estado con Loan en sus últimos momentos: Benítez y Ramírez. Según las declaraciones de niños que los acompañaron ese día, ambos hombres sostienen que Loan se perdió de vista, pero la jueza Cristina Pozzer Penzo encontró múltiples contradicciones en sus relatos. 

A ellos se suman la esposa de Ramírez, Mónica Millapí, quien habría colaborado con el supuesto plan, y Carlos Pérez y María Victoria Caillava, acusados de haber facilitado el traslado del menor con fines de explotación. En tanto que el entonces comisario Walter Maciel enfrenta cargos por encubrimiento agravado. Puntualmente, se lo acusa de manipular pruebas clave, incluyendo la zapatilla descartada como evidencia válida. 

Por último, Laudelina Peña, tía del niño, fue imputada tras surgir inconsistencias en sus relatos y su rol en el hallazgo de elementos sospechosos que complicaron la investigación inicial. En el medio, infinidad de irregularidades y sospechas en torno a quienes participaron del almuerzo en el Paraje Algarrobal, al accionar de la Policía y del propio gobierno provincial, a cargo del radical Gustavo Valdés.

En primer lugar, para los investigadores resultó llamativo que la madre de Loan -María Noguera, quien no asistió al almuerzo- se enterara de la desaparición de su hijo al menos una hora y media después de que ocurriera. Por otra parte, Benítez se ausentó en medio de la búsqueda y se cambió la ropa, al igual que Ramírez, según consta en el expediente. En tanto que el matrimonio de Pérez y Caillava se retiró para ver por televisión el partido entre River y Deportivo Riestra. A su vez, la mujer hizo la denuncia del hecho a través de un llamado a un policía amigo porque  “no tenía el número de la comisaría”. Un dato que resulta llamativo si se tiene en cuenta que era una funcionaria municipal y los datos de contacto de la dependencia policial son públicos.

También hay un manto de dudas sobre el accionar de Laudelina Peña, tía de Loan, quien actualmente es una de las detenidas. Se la señala por haber reconocido el botín plantado en la escena donde Loan desapareció: “Cuando lo sacamos, estaba todo embarrado que no se le distinguía el color y Laudelina dice ´es el que le regalamos a Loan´, eso también llamó mi atención porque no era posible distinguirlo tan fácil”, detalló una persona que testificó en la causa.

Además, la mujer envió mensajes a diferentes personas diciendo que ya habían localizado al niño desaparecido, pero ya han pasado siete meses y eso está lejos de ser una realidad. Por el contrario, gran parte de la familia Peña está tras las rejas y el paradero del niño es una incógnita sin resolver.

Mientras tanto, las hipótesis son infinitas y el hecho llegó incluso hasta el Papa Francisco, quien -lejos de augurar un final feliz- predijo lo peor: “Una de las hipótesis es que ha sido secuestrado para quitarle los órganos para trasplantes”, sostuvo el Pontífice desde El Vaticano. Pero el prelado no dio precisiones a partir de qué datos construyó esa creencia.

“Es indignante que sigamos sin saber dónde está Loan”

Fernanda Esmay es psicóloga y presidenta de la Fundación Jóvenes de Goya, una de las instituciones que cada día 13, fecha en la que se cumple un nuevo mes de la desaparición de Loan Peña, sale a la calle a reclamar por su pronta aparición. Estas manifestaciones, que nacieron de manera espontánea, primero eran semanales y contaban con una participación multitudinaria de la sociedad. Con el tiempo, y algunos movimientos extraños del círculo cercano a los padres, la participación popular mermó y las concentraciones pasaron a ser mensuales, pero no se detuvieron.

“Somos un grupo reducido los que seguimos yendo”, detalla la activista social en diálogo con ANCCOM. “Se pide justicia, se pide el esclarecimiento, se pide su aparición con vida, pero la verdad es que uno no puede tomar posición respecto a nada porque es una causa sumamente irregular”, analiza la mujer.

“Lo de Loan lamentablemente es algo que está sumamente embarrado. Un millón de hipótesis, versiones, y una causa que fue muy mal manejada desde su principio. Entonces, si bien uno tiene la esperanza de que en algún momento se pueda esclarecer o que pueda aparecer con vida, la verdad es que es todo tan confuso que a veces no se sabe qué es información oficial, qué es hipótesis, qué es mentira y qué es fake news”, remarca.

Esmay pone el foco en las primeras horas tras la desaparición, que las autoridades no pusieron en funcionamiento el protocolo conocido como Alerta Sofía, un sistema de emergencia rápida desarrollado por el Ministerio de Seguridad de la Nación para coordinar la inmediata búsqueda y localización de los niños y adolescentes desaparecidos. “Implica la difusión masiva y orientada del caso, a través de afiches específicos, medios de comunicación, redes sociales, telefonía celular, dispositivos de las fuerzas federales, etcétera”, explican desde la cartera liderada por Patricia Bullrich, a través de su sitio web.

“La gente circuló con total normalidad por muchísimas horas, que se supone que son cruciales para dar con el paradero”, reclama la psicóloga de Goya. “Todo lo que sucedió en adelante es confuso. Gente que viajaba, gente que se iba y venía del pueblo, organizaciones desconocidas para nosotros, como fue la Asociación Dupuy, que venía supuestamente a asistir a los familiares y que terminaron sospechados de tergiversar los testimonios. Entonces hay un montón de personas que fueron a 9 de Julio y, con tanta gente, una zona que tendría que haber sido cuidada como la escena de un delito, de un crimen, fue transitada por miles de personas en pocos días”, relata.

“Ahí nos dimos cuenta que en realidad no hubo un protocolo para actuar, de que no hay roles específicos en el Estado, de que no hay formaciones adecuadas tampoco, de que en nuestra provincia no existe la figura del defensor de niños, niñas, adolescentes y juventudes… Un montón de ausencias y a la vez un montón de presencias que no tendrían que haber estado hacen que hoy la causa no avance. Pareciera que no tenemos la punta del ovillo todavía, ¿no?”, sostiene Esmay.

A todo esto, para sumarle más interrogantes a lo que ocurrió, cuando la causa ya era tramitada por la justicia federal de Goya, la tía del desaparecido, Laudelina, fue llevada de madrugada a declarar en la justicia provincial. Allí, sorpresivamente, confesó que el niño había sido atropellado por el matrimonio de Pérez y Caillava, a quienes responsabilizó de haber ocultado el cadáver.

Esto fue anunciado con bombos y platillos el pasado 29 de junio por el gobernador provincial Gustavo Valdés, quien celebró el esclarecimiento del caso y sostuvo en sus redes que se había dado “un gran paso en la resolución del hecho”. Finalmente, terminó siendo un anzuelo para los medios de comunicación, que con la ansiedad de tener la última información sobre el resonante caso acabaron mordiendo la carnada.

“Una causa que ya estaba en la órbita de la justicia federal, ellos trasladan a un testigo clave, que debería de haber estado protegida, de manera particular a una fiscalía en el pueblo provincial para dar ese testimonio de un accidente y el gobernador a las 9 de la mañana de un sábado dice se va esclareciendo el caso. Por supuesto, después no se pudo avanzar en esa hipótesis, no citaron a declarar a estas personas que trasladaron a Laudelina y seguimos sin un montón de respuestas y con un montón de preguntas también”, cuestiona Esmay.

“También uno se pregunta si nosotros tenemos independencia de los poderes, ¿cómo es que el gobernador accede de primera mano y a primera hora a un testimonio que debería de ser privado? Ahí teníamos todavía el secreto de sumario ¿Cómo él accede a ese secreto de sumario a una testimonial que se brinda en un fuero que ya no correspondía? En todo caso, en la hipotética situación de que tuviese una información muy valiosa y que hubiera esclarecido el caso, tendría que haber venido a declarar a Goya, que es donde nosotros tenemos la justicia federal”, explica.

La titular de Jóvenes de Goya pone en tela de juicio también el accionar del comisario Walter Maciel, quien tenía antecedentes negativos de su paso por la localidad de Monte Caseros antes de recalar en 9 de Julio. “Ya tenía denuncias por abuso, por violación. En lugar de apartarlo de la fuerza e investigar esas denuncias, acá en la provincia se acostumbra que cuando un policía es denunciado por algo, se lo traslada. Entonces lo que hacemos es mover el problema de ciudad, pero no solucionamos el problema, no abordamos la corrupción que existe, las complicidades entre los diferentes poderes del Estado”, reclama Esmay. A su criterio, “como ciudadanos, estamos en una situación de total indefensión y sobre todo los menores. Nosotros tenemos infancias que son permanentemente vulneradas y violentadas”.

Corrientes es una de las provincias argentinas con mayores índices de pobreza, números alarmantes de mortalidad infantil, casos de malnutrición, violaciones y violencia.

“Loan es un vecino, un niño, que viene a abrir la caja Pandora en la que se disimulan todas estas problemáticas sin asistencia por parte del Estado. Así que el Estado es cómplice desde ese punto también. Por acción y también por omisión, en relación a la ausencia de políticas públicas que sean garantes de derecho y políticas de seguridad que sean transparentes y que nos puedan brindar confianza a los ciudadanos. Se supone que son los que tienen que estar para cuidarnos y protegernos y no para violentarnos”, sostiene la psicóloga. “Lo de Loan viene a poner al descubierto todas nuestras falencias como provincia, pero al momento no se creó ningún protocolo, no se creó ninguna área, no se designó la figura que venimos pidiendo las asociaciones civiles”, cuestiona.

“Es indignante que nuestras infancias estén desprotegidas, es indignante que los protocolos no se hayan aplicado, Es indignante que aún sigamos sin saber dónde está Loan, pero más indignante es que todavía no se hayan tomado cartas en el asunto para que esto no vuelva a pasar. Y en una sociedad que no vela por el presente de sus infancias en una sociedad sin futuro, cuando estamos garantizando el futuro para ellos”, cierra Esmay.

“En todas las hipótesis se atraviesa la Policía”

Hilda Presman es una militante de Corrientes con una extensa trayectoria en la lucha por los derechos humanos. La desaparición de Loan Danilo Peña no solo la conmovió por haber ocurrido en la provincia donde vive, sino también por el accionar de las fuerzas de seguridad.

“Nadie puede decir exactamente qué pasó con el niño, pero todas las hipótesis son posibles y en todas ellas se atraviesa la Policía. Ahora queda más claro con el comisario procesado no solamente por el encubrimiento, sino también probablemente por haber tenido algún grado de participación en la sustracción de Loan”, sostiene, en diálogo con ANCCOM.

“Todo lo que ha surgido en esta investigación sobre la Policía de Corrientes no es una fantasía. El rol de la policía corrupta, de esta cuestión de que se traslada un funcionario que está denunciado por algún hecho de corrupción o por algún delito, y en realidad la respuesta institucional es el traslado, que a veces es un premio, no una sanción, que es lo que pasó con Maciel”, agrega la mujer.

Presman cataloga al excomisario de 9 de Julio como “el brazo armado del poder” y menciona algunos hechos polémicos en los que estuvo involucrado en la localidad de Monte Caseros, su destino anterior, donde estuvo a cargo del desalojo de terrenos y recibió denuncias por abuso de subalternas. Justamente, el alcalde del mencionado distrito era Miguel Olivieri, actual ministro de Planificación del gobierno provincial de Valdés, quien ejerció como una suerte de protector del policía que hoy es uno de los imputados en la causa.

“Partimos de una situación en la que hay una trama de complicidad de facilitación de intercambio de favores entre las fuerzas de seguridad y el poder político”, considera la militante de Derechos Humanos. Para Presman, la reacción institucional es la que “motiva a suponer que hubo algo más”. “No se entiende la participación del gobernador con ese comentario infortunado, ciudadanos comunes y corrientes con abogados de primera línea, un circuito de prensa… Llama poderosamente la atención, así que acá, algo motivó la mirada, por lo menos en lo inicial”, explica.

“No sé decir objetivamente qué, pero la situación de pedofilia existe, la situación de trata existe. O sea, cualquiera de estas hipótesis pueden ser posibles en este escenario donde lo que verdaderamente quedó en el centro de la escena fue el poder”, resalta. Al igual que a Esmay, a la militante correntina tampoco la sorprenden las irregularidades en las primeras horas de investigación. “Eso es parte del comportamiento habitual”, afirma.

“Se corre a un ministro por el escándalo político, pero no pasó jamás por el juzgado. Este ministro de Seguridad es el que avaló el nombramiento de Maciel, su traslado, el nombramiento del comisario de delitos complejos, el nombramiento de todos los altos funcionarios de la policía provincial y es de última el responsable superior jerárquico de todos estos. La Policía es una estructura vertical que obedece órdenes entonces, y ese hombre no fue llamado a declarar”, cuestiona. Y agrega: “Tampoco llamaron a declarar a los fiscales provinciales que son los que embarraron la cancha desde el primer día. No hubo un careo entre el comisario y el fiscal”, agrega.

“Yo no sé lo que pasó con este chico, pero a esta altura me da la impresión que no va a aparecer, ni vivo ni muerto”, sostiene Presman. Por último, reflota el caso del secuestro de la nieta de un poderoso empresario de la provincia para trazar un paralelismo con la desaparición de Loan. En el primero, que involucró a Jorge Goitía, conocido popularmente como El Zar del Juego de Corrientes, las autoridades activaron todos los mecanismos y en menos de un día la encontraron. La niña del Paraje Algarrobal, perteneciente a otra clase social, no corrió la misma suerte. “No es que la Policía no sepa cómo actuar, que tienen que bloquear los caminos y controlar los vehículos y revisar las vías de salida. En aquel entonces, tardaron apenas seis horas en encontrar a la nena y los autores del delito fueron procesados, ahora ya van siete meses y no pasó nada”, cierra.

 

Un evento quita mufa

Un evento quita mufa

El escritor y músico Luis Pescetti cerró el Festival de literatura infantil (FILBITA) con la lectura de cuentos elegidos por niños y niñas y sus tradicionales canciones. «En este contexto político-cultural, que existan estas iniciativas es poderosísimo», dijo el artista.

Pequeñas huellas de zapatitos en la Plaza República de Chile marcan el camino hacia el Centro Cultural Matta. La llovizna de hace unos minutos parece haber subido aún más el ánimo de algunos niños y niñas, que corren de un lado hacia otro imaginando nuevos mundos.

Adentro, miran ansiosos los libros, emocionándose cuando los personajes parecen salir de los cuentos, peleando con sus hermanos por quién es el primero en dar vuelta la página. Dejan registros de su paso en el Festival de Literatura Infantil con dibujitos en las paredes, que muestran orgullosos a sus padres. Los adultos, encantados, les toman fotos a sus hijos con la mini biblioteca de “El Gato Cascabel”, tratando de contener las impacientes manitos que quieren tocar los libros miniaturas.

Llega la hora de darle un cierre a la 14ª edición del FILBITA, el Festival de Literatura Infantil, por lo que las familias rápidamente se acoplan en el auditorio esperando ver al escritor y músico Luis Pescetti. Algunos niños y niñas con chupetes, otros más grandes, vistiendo disfraces de princesas, remeras de dibujitos animados o de equipos de fútbol, con zapatitos y vinchas de colores, stickers coloridos del Filbita pegados en su ropa, maquillaje artístico en sus cachetes, se sientan, se levantan, abrazan a sus padres, comen golosinas, lloran, se sientan, se levantan, se sientan. Una niña le da a una de las organizadoras un papelito, y vuelve a su lugar apresuradamente. Pescetti recibe esa carta, le sonríe cálidamente y saluda desde el escenario.

Las pequeñas manos no tardan en alzarse en el aire una vez que se pregunta: ¿quién quiere que le lea un libro? Facundo es el primero en ser elegido, se aproxima tímidamente al escenario, y toma asiento en la silla enfrentada al autor, quien le lee pausadamente, intercalando miradas con él y con el público. Los niños y niñas se acercan al frente del escenario, en una escucha atenta. Pescetti dice tener diez intentos para adivinar la edad de quien esté sentado junto a él. Carcajadas y aplausos resuenan en el ambiente cuando, finalmente, acierta de una vez. Algunos se animan a verlo fijamente, mostrarle sus propios cuentos y darle un abrazo.

“Amanda, ¿viste que el piso está más bajo que tus pies? ¡El piso está mal hecho!”, exclama el autor, sacando risas de adultos e infancias. Su tono de voz cambia cada vez que llega a una parte graciosa del relato, a ratos lee exageradamente lento, otras rápido, gesticulando de más y fingiendo sorpresa para hacerlos reír.

La tarde transcurre entre libros de otros escritores y escritoras, de los propios nenes y nenas, o de Pescetti, con historias sobre papas sabelotodos, comisarios transformándose en avestruces, vampiros, y personajes emblemáticos como el de Natacha, una serie de libros del propio autor. “Una vez me invitaron a una actividad en la Biblioteca Nacional y no se me ocurría qué hacer y estaba muy a mil. Y dije, bueno, que traigan libros y yo los leo. Y fue maravilloso, muy tierno, muy conmovedor”, expresa Pescetti, en diálogo con ANCCOM. “Lo que busco transmitir con mis cuentos, ahora más conscientemente que antes, es que quien lo lee se sienta normal, entender: lo que me pasa, le pasa a todos. Que no se sienta ni raro ni excluido sino, no normal en el sentido de normalizado, sino de no extraño. Cuando yo veía que los chicos en el grado hacían algo, y escribía un cuento, hacía una canción, tenía ese efecto, aunque yo no me lo proponía”, confiesa.

“Lará la lero, lará la lero”, “Echele leche al café para hacer café con leche. Para hacer leche con café, ¿qué hace falta que le eche?” Las familias repiten tratando de seguir con su voz, sus pulgares y sus manos, el juego rítmico. Los padres se miran cómplices entre la euforia de sus hijos, e inmortalizan los recuerdos a través de sus cámaras.

“Yo soy un niño caníbal y nadie me quiere a mi. No me quedan amiguitos porque ya me los comí”, cantan entusiasmados El Niño Caníbal, al compás del artista y de su guitarra criolla. Parecen saberse las letras de todas las canciones que Pescetti lanzó en los años 2000. “Se oían gritos” canta en el tema ¡Bua Ja Ja Já!, y ellos gritan con ímpetu. Los pequeños espectadores encuentran su propio ritmo, y siguen las melodías alegremente, cumpliendo con uno de los objetivos del Filbita: darles lugar a todos y todas para reproducir la melodía que les da felicidad; contar, cantar y acompañar vidas y emociones.

“Participar de este evento para mi es un quita mufa. Mufa es cuando uno está enojado, chinchudo. En este contexto político-cultural, que existan estas iniciativas casi individuales de gestión, son poderosísimas, muy necesarias, muy fuertes”, reflexiona el autor, en diálogo con ANCCOM. El festival se realizó del 8 al 10 de noviembre en el Centro Cultural Matta y la Plaza República de Chile, con el fin de celebrar la literatura, la música y las infancias. Contó con la presencia de cuatro autores extranjeros y más de cincuenta argentinos, y se organizaron actividades gratuitas para chicas y chicos de todas las edades, incluyendo presentaciones musicales, lecturas, talleres y clases.

El golazo del Juje

El golazo del Juje

La Escuela de Fútbol Base El Pueblito atrae a chicos del barrio de Pompeya como un imán. Su magnetismo no solo se debe a la enseñanza de buenas prácticas deportivas. También ocupa un lugar preferencial en evitar consumos problemáticos, embarazos no deseados entre adolescentes, y peleas callejeras.

Juan Manuel «el Juje» Porcel administra la Escuela de Fútbol Base El Pueblito, ubicada en la villa homónima, a orillas del Riachuelo. Este lugar, construido por él a pulmón junto a los profes Quique Hernandez y Anahí Puca, se construyó para llenar un vacío de contención que a muchos pibes del barrio no les llega de ninguna otra forma. Realizan un esfuerzo constante para que los chicos se sumen, o no lo abandonen, porque saben que en la medida que se alejan de El Pueblito se acercan a vidas más problemáticas. “Todos son de Pompeya” recalca orgulloso el Juje, señalando el espacio que ocupan un par de docenas de niños y niñas, de edades y alturas dispares, jugando al fútbol bajo el sol de una mañana impecable de septiembre. Los sábados a primera hora sin falta, salvo cuando la lluvia cae demasiado, la escuela de fútbol hace de imán para los pibes, pero el magnetismo de la academia no está únicamente en enseñar a jugar a la pelota. 

La cancha se extiende en el medio de la plaza Obispo Enrique Angelelli, en la parte en donde el barrio de casas bajas se presenta en trío con el Riachuelo y unas soñolientas fábricas que vivieron días más prósperos. El lugar de entrenamiento original está en El Pueblito, una villa que ya cuenta varias décadas de existencia sobre el lado este del Puente Alsina. El Juje explica que a partir de la presencia de un grupo de personas que se juntaban a consumir drogas cerca del lugar, decidieron trasladar las prácticas a la plaza Angelelli, que está a unas cinco cuadras pasando la Avenida Sáenz. Además, por la falta de alguna malla o red de contención, con frecuencia las pelotas terminaban en el agua, y era peligroso para los chicos. 

El devenido entrenador llegó a Buenos Aires hace unos treinta años sin saber “si la pelota era  redonda o cuadrada”, pero entendiendo muy bien lo que significa el deporte para cualquier comunidad. “En esta zona, como en todos lados, tenemos problemas -señala-: el flagelo de la droga, embarazos prematuros, los celos entre parejitas…” Entonces, los profes -como les dicen- son para los chicos un oído infalible, también un consejo y una palmada en la espalda.

Lo que refiere al entrenamiento físico está a cargo de Quique Hernández, compañero de trabajo del Juje en una fábrica, y su compañero como entrenador en la escuela de fútbol. Hernández está orgulloso de haber jugado en la primera en Perú en sus tiempos mozos, y se percibe rápido que su preocupación es el esfuerzo desde lo técnico en los jóvenes futbolistas. El profe detecta, con solo ver un par de movimientos, quien “ya la está pisando”, o aquel que “brilla con luz propia”. Porque en El Pueblito, hay talento además de garra.

Thiago Aramayo arribó de Jujuy hace unos meses para probar suerte en Deportivo Riestra, un club de Primera División, en donde la competencia es mucho más exigente que en las liguillas de inferiores del Norte. Llegó a través del trabajo de scouting de un sistema de profes y preparadores, que recorre las provincias buscando talentos ocultos, complicados por la suerte de nacer lejos del centro del país. Thiago vive en la pensión de Riestra, pero quienes lo cuidan, acompañan y aconsejan son los técnicos de El Pueblito. Con el aval de sus padres, Juje y Quique hacen las veces de sus padrinos.

El esfuerzo de Juje, Quique y Anahí llegó hasta el punto de desarrollar una buena red de conexiones para darle posibilidades a los futbolistas. Santiago Flores, de 16 años, y sentido como propio en El Pueblito, fue a probarse al Inter de Porto Alegre, uno de los clubes más grandes de Brasil. Juje, explica, “tiene buen llegue” con la gente de la filial del club gaúcho en Buenos Aires, además de conocidos en otros clubes grandes porteños, que llegado el caso, pueden abrirle las puertas a pibes de la cantera pompeyana. “Después me invitaron a jugar en Atlanta, jugaba con la sub 20, yo con 15”, dice Santiago y agrega: “Ahora estuve con unos problemas en casa y paré de jugar, pero estoy con ganas de volver”.

Pero la parte excluyente para dar clases de fútbol en El Pueblito es estar en todo. Juje mismo reconoce que “hay que ser un poco mágico” para resolver situaciones u ocupar roles que, en ocasiones, nadie más lo hace.“Los momentos más difíciles para nosotros son el día del padre o de la madre. Algunos chiquitos acá no los tienen. Y las navidades son crueles, tema regalos, vemos que al vecino le regalaron una bicicleta nueva y otros padres ni siquiera se acuerdan”. Todas las fiestas, incluyendo cumpleaños, se festejan con regalos de por medio. El Juje conoce los nombres de sus chicos uno por uno, conoce a sus familias, está al tanto de sus historias y cada una de sus virtudes y defectos.

La nube de polvo, levantada por el correteo de los pies, hace un contraste mayor con su figura, que se adentra unos pasos en la cancha, y vuelve rápidamente para no interferir en el campo de juego. El perímetro no tiene líneas, pero él se encarga igual de poner los límites. “A nosotros no nos gusta que vengan pibes o pibas atrevidas, lo que hacemos entonces es puro físico, no jugar, y ahí los que quieren jugar en serio, sobre todo las chicas, se la bancan y se quedan”. Además, el Juje, cuando van a torneos o a visitar clubes grandes, actividad codiciada por sus futbolistas, requiere previa charla con los padres para asegurarse que no se estén llevando ninguna materia. En caso de que sí, no van.

Juje y Quique se acercan a la plaza Angelelli todas las mañanas de los sábados, aunque no hayan dormido la noche anterior. “Salimos a las 6 de la fábrica, y a las 8 ya estábamos acá”, resumen. La constancia de años, el llegar frenéticamente directo del laburo sin dormir, cantidades de tiempo, y también dinero, son inversiones cotidianas de los profes para mantener en funcionamiento la escuela. Más de una vez políticos y funcionarios “han venido a sacarse fotos con los chicos, a preguntarle qué talles usan, y así como aparecen se van y no vuelven más”. El trío de instructores realiza estas acciones desinteresadamente, sin pretender nada a cambio más que ver a los pibes crecer caminando derecho en un barrio de calles laberínticas, en el que un mal giro puede llevar por un camino de problemas.

“Mi mamá y mi abuelo son evangelistas, yo veía cómo trabajaban de manera solidaria en Jujuy”, recuerda -obviamente- el Juje. “Cuando era chico, íbamos a repartir algunas pequeñeces en comunidades indígenas, y era increíble cómo salían los chicos a recibirlas, cómo la respetaban”. Hoy, los chicos festejan cuando lo cruzan por Pompeya. “El otro día pasando por acá, viene y me abraza un grandote de barba, que lo miraba y no lo reconocía”, hasta que llegó fácil la imagen a su cabeza, cuando el chico, convertido en adulto, le explicó que se acordaba de él porque hace ya unos cuantos años, era el que en el barrio “regalaba los guardapolvos”.

 

De alguna manera, en el medio de la inestabilidad de la vida cotidiana, donde parece que todo cambia antes de poder aprehenderlo, el trabajo en El Pueblito se mantiene firme ante el tiempo, como una piedra que se resiste a ser erosionada por un río insistente y cruel. “Algunos chicos tienen un buen pasar, y otros por ahí la sufren” comenta el jujeño. Acaba de atajar una pelota que se iba a la calle, pateada con fuerza por alguno de sus pibes, y su respiración se entrecorta entre la conversación, los recuerdos y las reflexiones de años de trabajo que se amontonan para salir. Mientras da indicaciones asomándose a la cancha ante la multitud de pibes que corren atrás de la pelota, dice: “Yo también fui un chico que le faltaron cosas, poder estar para ellos es todo”.

Generalmente, al terminar el entrenamiento, la caminata de vuelta al barrio incluye la parada en una parrilla sobre la vereda para compartir unos choripanes, y la posterior compañía de los profes, asegurándose que chicos y chicas se acerquen a la zona de sus casas. En este mediodía fresco de septiembre sobre la Avenida Erezcano, algunos árboles alegran la calle con sus primeros brotes verdes después de un invierno helado, que igualmente, “no fue capaz de bajarnos un sábado”.

Trincheras contra el hambre

Trincheras contra el hambre

Hay 6 millones de niños en situación de pobreza y 2 millones bajo la línea de indigencia, mientras el Ministerio de Capital Humano de Sandra Pettovello esconde alimentos hasta que se pudran. Crónica de una recorrida por los comedores del conurbano bonaerense.

No hace frío ni calor, pero en Santa Rosa, un barrio de Florencio Varela poblado de calles de tierra, la gente anda en ojotas. A veces ojotas y medias. Es viernes por la tarde y en una casa cerca de la escuela primaria, la familia de Norma prende fuego en el patio descubierto.

Desde hace tres meses, ahí funciona un merendero para ochenta pibes. “Hay necesidad en el barrio. Yo iba al kiosko y veía que los chicos pedían pan viejo, algo para comer”, cuenta Norma con la voz tomada. Cuando se abrió la posibilidad de crear un nuevo merendero desde el Movimiento Kultural, organización de la que participa, no dudó. Las siete personas que se ponen al hombro la merienda de los chicos una vez por semana, empiezan a preparar la masa de las tortas fritas a las 14 y más cerca de las 16 preparan la leche. “Amasamos cinco kilos de harina y ocho de leche. Imagináte, me recansan los brazos”, se ríe Norma con ojos agotados.

Se fija en la hora con impaciencia y toma mates con nerviosismo: está esperando que sean las 16.30 y que en un rato salgan los chicos de la escuela. No llueve, así que pudo prender el fuego para cocinar. Cuando llega la hora, despeja la mesa. El patio de Norma no es tan grande como para que los chicos pasen a tomar algo, así que su marido agarra la tabla de la mesa y Luis, con sus solidarios 20 años, la base. La mesa, con la comida, sale a la vereda, para compartirse.

Cabizbaja, con un buzo gris dos talles más grande, shorts deportivos finos y ojotas con medias, llega una chica de 17 años. Se lleva leche para los dos bebés que tiene en su casa y una bolsa con panificados. Tiene las rodillas huesudas al descubierto y la mirada de alguien a la que le han arrebatado más que el derecho a la comida. Le falta el brillo de quienes sueñan o incluso pueden imaginar una pequeña rebeldía. Los hombros se le caen por el peso de los estigmas: si pide es “negra”, si reclama se le suma “piquetera”.

Las personas que superan los 18 no suelen acercarse a pedir. Miran con recelo, a veces también con deseo, pero siguen de largo. Acompañan a sus hermanos más pequeños, pero se mantienen a una distancia. “Te da la cosa cuando sos grande, vergüenza. Yo te digo porque a mí también me pasaba. Es el orgullo de querer arreglarte solo. Cuando sos chico no lo tenés”, explica Luis. Una veinteañera manda a su hermana de 10 años a pedir. Los ojos de la nena dan con la altura de la mesa. Con el mentón hacia arriba, observa cómo Norma pone la leche en una botella y la boca se le abre. Incluso a la distancia, se nota que ya se imagina tomándola. La ensoñación se rompe cuando desde enfrente la hermana, que se siente demasiado mirada, la apura. En su casa son cuatro hermanos y hay que compartir.

Luis no deja de mirar hacia la calle que lleva a un barrio que está “más al fondo”, Las Palomas. Por esas calles, espera que venga El Gruñón, un chico de 7 años que desde que lo conoce tiene el ceño fruncido, una mirada turbia y una sonrisa que nunca asoma. El Gruñón todavía no sabe por qué, pero en menos de una década de vida está resentido con la sociedad que lo expulsa.

Sus nombres podrían ser cualquiera, son sólo algunos de los seis millones de chicos en situación de pobreza o de los dos millones bajo la línea de indigencia. Para el Ministerio de Capital Humano ellos ni sus necesidades importan. El Estado nacional no entrega ninguna mercadería: la deja pudrirse en galpones. De los 44 mil comedores y merenderos inscriptos en el Registro Nacional de Comedores (RENACOM), la ministra Sandra Pettovello sólo reconoce a 9 mil.

La Provincia de Buenos Aires trata de salvar la situación: a los merenderos les da harina, azúcar y artículos de limpieza y a las ollas populares, además conservas y alimentos secos. Según la medición de UNICEF hasta febrero, el 66% de las infancias de Argentina son pobres o están bajo el nivel de indigencia. En Bosques, otro barrio del distrito del conurbano sur, todos los jueves a la nochecita, Argentina Humana prepara una olla popular para setenta personas.

En julio el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), parte de Argentina Humana, lanzó una colecta para seguir manteniendo estos espacios de lucha contra el hambre en los barrios. “Lo que se obtiene en las colectas para la red de comedores y merenderos de Argentina Humana se destina para las secciones más desfavorecidas. Separamos al país en tres secciones. Jujuy y las provincias del norte son de la primera, porque allá no tienen ninguna ayuda provincial. Acá, con lo que aporta la provincia y lo que consiguen los compañeros, la olla se hace igual. No alcanza y hay que hacer malabares, sí, pero se hace igual”, explica El Gringo. Mientras tanto, los chicos del barrio y los hijos de las familias que van a la olla juegan con aros y platos de circo. Esta vez, el galpón donde funciona la olla, abre un sábado a la tarde para que, por un momento, los pibes sean sólo pibes.

Estela, una docente que ayuda en Bosques desde que empezó hace dos meses, recorre el salón ofreciendo leche chocolatada y hablando con las mamás de los chicos: cada momento es una oportunidad para armar un lazo con los vecinos. “Para algunos la olla es la única comida caliente del día.Yo ya viví esto en los noventa. Lo social es es una lucha eterna. Hay que construir lo político para que algo cambie. La olla es una herramienta política. No es para siempre. Esto es una organización política, si no ¿qué somos? La iglesia. No, nosotros no hacemos caridad”, determina. En la vereda de enfrente funciona una iglesia evangelista con un banner que todavía brilla como nuevo. La lona reza “Jesús es el camino” y acompaña con la foto de un águila y un león.

En el plano de la vida concreta, los leones con dientes ensangrentados acusan a quienes trabajan en los barrios de “gestores de la pobreza”. Sin embargo, Aníbal, un cartonero varelense organizado en la Federación de Cartoneros, Cartoneros y Recicladores (FACCyR), tiene, como su compañera, una visión totalmente opuesta. “Yo no quiero que mis compañeros sean cartoneros toda la vida. Yo quiero que aprendan un oficio, que tengan un laburo digno. Vos después de laburar tenés que tener condiciones para desarrollarte, no sólo comer, también poder vivir en tu propia casa, hacer tu vida. El trabajo y la formación son claves”, clama con vehemencia.

Cuando tenía 11 años, en otro neoliberalismo, murió su papá y tuvo que salir a la calle a ganarse el mango y hacerse de un oficio. Después de un tiempo, armó una cooperativa de herrería para que gente como él pueda formarse y vender su trabajo. “Tenés que asegurar tu sustento, eso es lo primero, después ves si querés militar o hacer otras cosas”, sintetiza con la firme dureza de años de buscar cartón bajo el sol picante y la humedad de la noche. En su voz, firme, se cristaliza el deseo de que la dignidad se haga costumbre: que los pibes que juegan con los aros puedan soñarse en un futuro mejor y que la política lo posibilite con transparencia y garantía. En sus ojos está la convicción de que a nadie más le roben, como a él, el derecho a una infancia con comida, risas y juegos.