Una cooperativa exquisita

Una cooperativa exquisita

La tradicional confitería Nuova Piazza, famosa por sus medialunas, fue recuperada durante la pandemia por sus trabajadores, quienes priorizan la calidad de sus productos artesanales, fabricados sin químicos.

Ubicada a dos cuadras del Congreso de la Nación y frente a la Plaza Lorea, la Cooperativa La Nuova Piazza, panadería y confitería, mantiene un clásico de la zona desde hace 38 años. Su origen se remonta a Mar del Plata, donde se fundó Piazza. Tras ganar popularidad en la ciudad balnearia de la mano de sus características medialunas, en 1984 se abrió la sucursal en la Ciudad de Buenos Aires. 

A pesar de que el Piazza de Mar del Plata cerró en 1995, en Buenos Aires continúa en funciones en la calle Luis Sáenz Peña y Avenida Rivadavia. La Nuova Piazza es, desde 2020, una cooperativa administrada por sus 19 trabajadores, que funciona las 24 horas: la atención al público es desde las 07:30 a las 21, tras el cierre ingresan los encargados de la producción y cocción. 

Sus productos estrella continúan siendo las medialunas y la parte de panificados, así como las tortas y alfajores, todos productos artesanales, sin químicos. Lo que comenzó siendo una panadería y confitería poco a poco comenzó a incorporar variedad de productos de fiambrería, ofreciendo comida para llevar, lo que hace que los clientes se acerquen todos los días. 

En busca de innovación, comenzaron a sumar productos con otras harinas, con ayuda del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) para la elaboración de las fórmulas de panificados, su conservación y cuidados, como es el caso de la medialuna de 100 por ciento cacao, incorporada recientemente. También, se realizan ventas mayoristas, principalmente a hoteles, donde con una camioneta adquirida a partir de un subsidio del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), realizan el recorrido y reparto diario. 

Una fecha está marcada a fuego en la memoria de 12 de los trabajadores de la antigua Piazza, el 7 de septiembre de 2020: el momento en el que comenzaron con el proceso de la recuperación de sus puestos de trabajo, en plena pandemia. La dificultad era recuperar un lugar con identidad en el barrio, donde muchas personas se acercaban a rememorar otros tiempos cuando asistían con sus padres y abuelos a comer sus medialunas.

Durante el gobierno de Mauricio Macri, el negocio empezó a andar mal, sus dueños cambiaron la razón social, los trabajadores se encontraban sin recibo de sueldo, las pagas comenzaron a ser por día, sumado a que debían pagar prioritariamente a los proveedores. Esto repercutió en la materia prima utilizada para la elaboración de los productos, y en el desgano laboral generalizado. Y la pandemia vino a empeorar aún más la situación.

Luego de años de dejadez y problemas económicos y administrativos, sumado a las deudas de un año y medio de alquiler, luz y gas que se dejaron de pagar completamente, se le estaba por iniciar un juicio de desalojo al local, que fue frenado por la pandemia. Al considerar que de una u otra manera iban a perder su trabajo de años, los trabajadores decidieron tomar el lugar con apoyo de otras cooperativas, y presentaron un proyecto de viabilidad a la inmobiliaria que administraba el local.

Lo que llevó a armar una cooperativa fue la idea de no quedarse sin trabajo. “La mayoría tenemos de 40 años para arriba, con hijos, y quedarse sin laburo era terrible. Casi todos somos del ámbito de la gastronomía, donde conseguir laburo para gente de nuestra edad es muy difícil. Quizás no para alguien de oficio como un panadero o pastelero”, comenta Analía Martínez, presidenta de la cooperativa, en diálogo con ANCCOM. 

En ese proceso tuvo un papel clave la Dirección Nacional de Empresas Recuperadas: allí se realizó la Asamblea Constitutiva donde se designaron los cargos y se redactó el estatuto. “Era una situación muy angustiante para muchos, nos repartíamos bolsones de comida, estábamos todos los días a la expectativa de salir a responder desde la parte legal, mientras algunos se acercaban para ver si se podían quedar con Piazza”, recuerda Martínez, emocionada. 

Con su recuperación, el lugar pasó a llamarse “La Nuova Piazza”, confiando en los nuevos aires que comenzaban a vislumbrarse. Llevar adelante una cooperativa es para ellos un constante aprendizaje, por eso consideran que no dejan de ser “laburantes que autogestionan el lugar, en busca de otro modelo de producir y trabajar, que sea mejor y más sustentable”, aseguran. Consideran que, antes que una cooperativa, son una empresa recuperada. 

En un comienzo, el modo de organización fue mediante asambleas permanentes, pero luego comprendieron que no eran del todo útil, porque paraban la producción y las ventas, entonces, decidieron hacerlas de manera mensual mediante un cuerpo administrativo que debate las cuestiones a resolver, como puede ser asociar a un nuevo trabajador. Sin embargo, más allá de las jerarquías administrativas, tienen en claro que todos cumplen un rol fundamental en el funcionamiento de la cooperativa, ya sea atendiendo las mesas, en la caja, o en la cocina. 

Un subsidio del Ministerio de Desarrollo Social llamado Manos a la Obra les permitió adquirir nuevo equipamiento para la cocina como hornos, freezers y microondas. También se puso en funcionamiento la cámara de producción que era utilizada como depósito, y se logró la habilitación del lugar, que no estaba vigente en el último tiempo.

Ese empezar de nuevo implicó arrancar con lo justo, y poder generar y comprar más materia prima, aunque sin proveedores, porque habían sido estafados por el anterior dueño, que les debía dinero. Martínez destaca que en estos años se avanzó mucho, y “los vecinos vienen y no pueden creer lo lindo que está hoy el lugar, a comparación de las cosas que se veían hace dos años, sobre todo en lo relacionado a los productos y la atención”. 

Uno de los propósitos de la cooperativa es poder brindar puestos de trabajo, y para ello consideran que hay cuestiones a modificar. Por ejemplo, lo relacionado con las obras sociales, donde a pesar de tener aportes jubilatorios, son monotributistas sociales. Además, no pueden contratar, salvo a un porcentaje mínimo de profesionales. La única solución es asociarse a la cooperativa, con las complicaciones que eso implica.

Otro eje fundamental como la relación con otras cooperativas,  se facilita a través de la Moneda de Intercambio Argentina (MIA), una moneda social en común creada por el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, donde cada MIA equivale a un peso. Muchos de los productos que se venden en La Nuova Piazza son principalmente de empresas recuperadas o de otras cooperativas. 

El espíritu cooperativista se expande, con la idea de que, como figura en su estatuto, no sea sólo un comercio sino también un espacio cultural. En ese sentido, una vez al mes se realizan peñas con shows en vivo de folklore y rock, y se arman ferias, con gran aceptación del público. También mantienen relación con el Teatro Liceo, ubicado a metros del lugar: los espectadores de cada función, sus trabajadores, y artistas como Elena Roger, frecuentan el lugar. 

Pensando a futuro, están trabajando en un cambio y remodelación del local en cuanto a los colores y estructura, que permita una nueva identificación de la cooperativa, una fusión entre lo que eran y lo que son hoy. Está presente el sueño de reabrir la sucursal de Mar del Plata, para acercarse a sus orígenes, o un nuevo local dentro de la Ciudad de Buenos Aires. En cuanto a lo laboral, planean ampliar los puestos de trabajo, y reducir la jornada laboral a seis horas con un franco en la semana, con un sueldo acorde.  

Pero, sobre todo, está la idea de que La Nuova Piazza sea accesible para que todos puedan ir a tomar un café con medialunas. “Para nosotros, es importante que la calidad se mantenga. Nos importa mucho lo que llega a la mesa de los clientes: si no se lo daríamos a nuestros hijos, no se lo damos a nadie”, reflexiona Martínez, y agrega: “Dedicarse a la gastronomía y dar de comer es un acto de amor. Son cosas que tratamos de no perderlas”. 

Los trabajadores en su sopa

Los trabajadores en su sopa

Ubicada en Berazategui, Provincia de Buenos Aires, la fábrica de caldos deshidratados, sopas instantáneas y salsas Safra fue recuperada por sus trabajadores y trabajadoras en 2010. Desde entonces continúa produciendo y piensa ampliarse a la fabricación de snacks.

La Cooperativa de Trabajo Safra, ubicada en Berazategui, surgió en el 2010 tras la quiebra de la antigua empresa Aachen. Dedicada a la producción de caldos deshidratados, sopas instantáneas y salsas, los 25 asociados trabajan en equipo para sacar adelante la cooperativa.  

Corría el año 2009 cuando los trabajadores y trabajadoras se encontraron con una difícil situación: el cierre de su espacio de trabajo. Graciela Avalos, presidenta de la Cooperativa, cuenta que, tras el fallecimiento del dueño, a sus hijas no les interesó continuar con el negocio familiar y llevaron la empresa a la quiebra: “Poco a poco dejaron de venir, y ni siquiera hizo falta tomarla”. Frente a lo ocurrido, el dilema que se les presentó a los empleados fue elegir entre conseguir un nuevo trabajo u organizarse y tomar el control del lugar. Finalmente, recuperaron la fábrica y comenzó a funcionar la Cooperativa de Trabajo Safra. 

Avalos relata cómo fueron esos primeros momentos y las dificultades que tuvieron que atravesar, principalmente a la hora de organizarse para evitar que las instalaciones fueran ocupadas. Sin ningún tipo de experiencia, más allá de la que tenían por haber pasado por la producción, lograron sobreponerse a la situación. Debido a que el dueño anterior había estafado tanto a los empleados como a los proveedores y clientes, a muchos de estos últimos les costó volver a confiar en la empresa y establecer nuevamente los vínculos. “Costó mucho levantarlo, sacrificio, ganas, llanto”, señala. 

La cooperativa está conformada en su mayoría por mujeres, ya que la habilidad y agilidad a la hora de hacer el trabajo manual resulta fundamental para una buena producción. La presidenta recuerda que cuando eran empleadas en relación de dependencia no tenían obra social, y muchas mujeres fueron despedidas por pedir licencia de embarazo. En la actualidad, los derechos laborales de los asociados se respetan: “Las cosas las estamos haciendo bien, tratamos en lo posible de encajar en el sistema”, agrega. 

 Todo se consulta entre los asociados, la Cooperativa se organiza en torno a una Comisión Directiva integrada por Graciela Avalos, Ángel Mansilla, Christian Mansilla, Rosa Correa y Stella Maris González, quienes son los encargados de la toma de decisiones. Las ganancias obtenidas por las ventas de productos se reparten equitativamente, de manera que todos los trabajadores, integrantes y socios perciben el mismo salario. 

Sin embargo, un miedo se hace presente: la creencia de que una cooperativa no es responsable, las dudas sobre su inestabilidad, y prejuicios sobre su organización. “A veces por ser cooperativa prueban el producto, les gusta, pero no te compran”, señala Avalos y agrega: “No deja de ser una empresa, pero manejada por sus empleados. La diferencia también es que cuando viene la época difícil, no pensamos en echar a nadie: acá nos salvamos todos, o nos fundimos todos”.

Ese sentimiento se comparte entre las cooperativas. Safra está asociada a Empresas Recuperadas, dependiente del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), que favorece la conexión entre ellas. Sus principales proveedores de materias primas, insumos y de diseño, son emprendedores, pequeñas empresas o cooperativas para ayudarse mutuamente. 

El apoyo del Estado para Safra es esencial, que les llega principalmente a través de los subsidios o préstamos para la compra de maquinarias, otorgados por el INAES, la Federación de Cooperativas de Trabajo de la República Argentina (FECOOTRA), o el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Aunque fue un subsidio otorgado por España e Italia el que, en 2010, les sirvió de impulso para retomar la producción. “Hay muchas personas que creen que por ser cooperativa nos regalan todo, pero pagamos tasas, luz, gas. Lo único que no nos cobran es el impuesto a las ganancias. Acá casi nos sacaron porque no se pagaban los impuestos, y nos tuvimos que meter en un préstamo para poder pagar una deuda de años”, comenta Avalos. 

Mientras los trabajadores están atentos a sus tareas, el ruido de las máquinas en funcionamiento completa la escena. La modalidad de trabajo es principalmente por pedido, y la materia prima para producir tanto caldos como sopas es la misma, por lo que no pueden permitirse producir algo sin tener la certeza de que saldrá al mercado inmediatamente, aunque cuentan con un stock como reserva.

La época del año donde más trabajo tienen está llegando a su fin. Los caldos y las sopas instantáneas no son tan compatibles con las altas temperaturas del verano, y es el momento cuando comienzan las dificultades debido a la poca producción y venta. Sin embargo, la presidenta señala que uno de los objetivos a largo plazo es producir y comercializar snacks, de esa manera el transcurso de la primavera y verano no sería tan complicado. Al respecto, señala que ya cuentan con algunas máquinas para comenzar con la producción, aunque todavía les falta adentrarse en este nuevo rubro. Por otro lado, asegura que los “productos son de óptima calidad, lo que nos falta es la propaganda”.  

Entre las problemáticas actuales, se destaca un litigio judicial en el que se le reclama a la Cooperativa el cese del uso de las marcas Caldiet y Safra. Esto se debe a que los antiguos dueños están peleando por recuperarlas y, pese a que desde la Cooperativa señalan que continuaron trabajando y manteniendo las marcas y la empresa, los demandantes sostienen que les pertenecen. Aunque la transición no será fácil, están en busca de un nuevo nombre que les permita desligarse de este conflicto y lanzar nuevos productos al mercado. 

Uno de los pedidos al gobierno provincial es que se adquiera el lugar en el que actualmente funciona la Cooperativa, y por el que se le abona un canon mensual por alquiler al síndico judicial para mantenerse allí. “Tenemos derecho a estar acá porque ellos nos han estafado, no nos pagaron sueldos, nos sacaron la obra social. Antes trabajaban 80 personas, había tres turnos, y no paraban nunca las máquinas. Si nosotros tuviéramos la oportunidad, podríamos ofrecer mucho trabajo”, sostiene Avalos.

Con vistas al futuro, Safra se propone mantener el trabajo y lograr una capacidad productiva que les permita abastecer a grandes clientes. Esto va de la mano del reconocimiento de la empresa para estar a la altura de la competencia, pero sobre todo para que sus productos estén en las góndolas y el consumidor tenga la oportunidad de comprarlos. “Costó 12 años levantarnos y hay que mantenerse, porque la caída puede ser en un segundo”, reflexiona Avalos, y agrega: “son las ganas y el orgullo de hacer las cosas bien”. 

 

Amasando el futuro

Amasando el futuro

Ubicada en el barrio de Villa Martelli, la fábrica de tostadas Maxim fue recuperada por sus trabajadores en 2010. Desde entonces continúan produciendo pan tostado. ¿Cómo se organizan para mantener la cooperativa en funcionamiento?

El aroma a pan recién horneado y tostado se hace presente en Villa Martelli, donde se encuentra Maxim, fábrica recuperada por las y los trabajadores, que produce panificados y comercializa sus productos bajo la marca Unitostas.

La cooperativa autaogestionada se formó en el 2010 cuando 15 trabajadoras y trabajadores se unieron para continuar con el trabajo que venían realizando en la fábrica. A fines de ese año tomaron la planta. Meses antes del quiebre fue un proceso de suspensiones de un día, después una semana o quince días, en donde los salarios no eran pagados, las condiciones laborales no se cumplían y quien denunció la quiebra fue la obra social a la cual no le estaban realizando aportes.  “Nos pagaban cien pesos por día. Después de una jornada para la otra cerrábamos porque no había insumos”, cuenta Catalina “Caty” Geréz, quien está desde 2007 y acompañó el proceso de recuperación de la fábrica. 

Los vecinos de Villa Martelli, al ver que estaban sacando la maquinaria de la fábrica, alertaron a Pedro Amado, quien avisó a sus compañeros y juntos se encaminaron para buscar sus pertenencias y decidieron no salir más del lugar. “Entramos en 2011, habremos estado de cuatro a seis meses, pasamos hambre. De las 15 compañeras que éramos, quedamos seis. Nos quedábamos a dormir, nos turnábamos para ir a nuestras casas”, cuenta Amado, presidente de la cooperativa y encargado de los sectores de panadería y administración. 

La cooperativa se formó en 2010, pero obtener la matrícula les demoró dos años. Recién en 2012 se convirtió formalmente en la Cooperativa de trabajo Maxim.

Arrancaron el emprendimiento desde cero. “Tuvimos ayuda desde el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) en primer lugar, a través de ellos conocimos al Ministerio de Desarrollo Social, del que obtuvimos el subsidio de “Manos a la obra” para insumos y arreglos de maquinaria, porque de las líneas de tostadoras solo había cuatro o cinco que funcionaban”, cuenta Pedro mientras recorre la fábrica. 

Si bien trataron de recuperar el nombre original de las tostadas no pudieron por lo que tuvieron que idear una nueva marca y todas las habilitaciones que eso conlleva. El nombre fue elegido por todos los y las compañeros: las tostadas se llaman Unitostas ya que refiere a la unidad entre compañeros y compañeras. “Nos reunimos entre todas y elegimos ese nombre, porque quiere decir que somos unidos. Somos unidos, nos acompañamos y luchamos juntos”, describe Caty.

Por parte del Estado fueron beneficiados por varios subsidios, arreglos de maquinarias y adquirieron nuevas máquinas como la Flow pack, envasadora adquirida hace tres meses. Son parte del Programa Potenciar Trabajo, del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. 

Para comenzar, recibieron ayuda del Movimiento de Fábricas Recuperadas, que les donó insumos para que puedan trabajar; también usaban facturas de otra cooperativa para poder vender. “Fue todo un tema conseguir los clientes, teníamos los remitos, las direcciones, pero no teníamos los teléfonos. Buscábamos en la guía qué colectivo tomar para poder ir al lugar y vender el producto, además de explicarle todo lo que estábamos pasando. No están más los dueños, pero seguimos siendo todos los mismos, los que trabajamos y hacemos el producto”, explicaba Caty.

El proceso productivo se realiza de manera manual y artesanal, desde el pan hasta el envasado. En un día normal, se producen alrededor de 100 kilos. El sector panadería, a cargo de Pedro, está ubicado al fondo del galpón, tienen una gran variedad de máquinas que a través de una ley de expropiación pudieron quedar en manos de los trabajadores.  La masa de pan recorre distintas máquinas. Primero, una la amasa durante media hora, después otra la corta en bollos y en una tercera leudan y reposan durante 40  minutos. 

Luego, los bollos se cargan grandes placas con moldes redondos y cuadrados, que después debe leudar nuevamente durante 15 minutos, entra en carros a grandes hornos donde se cocinan por poco menos de una hora. El tiempo lo señala una alarma, que indica cuando llegó el momento del desmolde. Tras dos días días de descanso en un cuarto, se procede al cortado en finas lonjas que son colocadas de manera manual en grandes placas que llegan a 200°C. Hoy algunas placas no se encuentran en funcionamiento. 

Al final llega el momento de selección y empaquetado, a cargo de Caty y Daniela Valles. Caty explica que el proceso de selección consta en dos pilas, aquellas que se deben volver a pasar por la tostadora porque están blancas y tienen que estar bien doradas y aquellas que están muy tostadas o rotas son descartadas. Luego son colocadas en la nueva envasadora y otra vez se realiza un proceso de selección, esta vez, a cargo de Daniela, una nueva socia que ingreso hace cuatro meses. 

El ruido de la cortadora, el abrir y cerrar de las máquinas de tostado, las risas y las charlas de Caty, Daniela, María y Pedro hacen eco en la fábrica recuperada por sus propios trabajadores. Sus cofias, ambos blancos, las paredes de las oficinas ubicadas en el segundo piso decoradas con publicidades de la empresa anterior cuentan la historia de todos los y las trabajadoras que pasaron por allí y que lucharon para poder seguir.  

El fuerte de ventas de Unitostas son las fiambrerías, es allí donde tienen más salida, venden a distribuidoras y alquilan el depósito a cooperativas para que guarden sus productos. Actualmente cuentan con poca producción, el problema se basa en la poca venta, lo que impide que amplíen producción y planta en la fábrica. La producción del día en Maxim se basó en la realización de productos para una nueva empresa, un trabajo a façón.  “Es temporada baja. Teníamos clientes que antes pedían 20 cajas y ahora piden 10. Bajó un montón el trabajo”, cuenta el presidente de la cooperativa. 

En el mes de julio estuvieron parados sin luz. “Eso nos mató, nos atrasamos con los pedidos y generamos deuda que todavía no llegamos a cubrir”, cuenta Pedro que espera conseguir un subsidio para poder financiarla. “Aunque no haya producción venimos igual, por si hay alguna venta.  Pedro y yo venimos todos los días. Hay que darle para adelante. Estamos en la lucha”, concluye Caty a lo que Pedro añade: “Queríamos y queremos trabajar acá, por eso luchamos para poder recuperar la fábrica”.

 

Peleándola desde abajo

Peleándola desde abajo

Conocer el impacto de la pandemia en la actividad productiva de las cooperativas y las empresas recuperadas por trabajadores (ERT) y cuáles fueron las políticas de asistencia tomadas por el gobierno nacional para poder evitar el cierre masivo de compañías del sector autogestionado de la economía. Ese fue el objetivo del informe diseñado por el programa Facultad Abierta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y avalado y difundido por la Comisión Técnica Asesora de Empresas Recuperadas del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES). ¿Fueron realmente eficaces las medidas tomadas o todavía falta acción por parte del Estado para acompañar al sector autogestionado de la economía?

 

Para el estudio, los investigadores contaron con la colaboración del Proyecto de Vinculación con Empresas Recuperadas de la Universidad Nacional Arturo Jauretche y distintas organizaciones del sector. “La participación de este año fue mayor porque al no tener la necesidad de pactar una visita y hacerla presencialmente, eso es un trabajo de organización. En el último ordenamiento que habíamos hecho entre 2017 y 2018 hicimos unas 87 empresas recuperadas, y ahora fueron 135, 195 en total porque este año se agregaron cooperativas de trabajo”, comenta Andrés Ruggeri, director del informe y asesor del Ministerio de Trabajo.

Si bien las restricciones propuestas en el marco del Aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) involucraron el cierre de gran cantidad de empresas dedicadas a actividades denominadas no esenciales, según el informe solo un 20% del total de las cooperativas y empresas recuperadas encuestadas tuvo que detener su actividad productiva en los meses de confinamiento más estricto. El 80% restante representa a los sectores que realizan actividades esenciales en forma directa o indirecta, como es el caso de las cooperativas textiles. “Trajimos una máquina para fabricar barbijos desde China y tuvimos la suerte de incorporar 45 compañeras y compañeros, pudimos completar un plantel de 160 personas”, cuenta para Anccom Francisco Martínez, secretario de la Comisión Técnica Asesora de Empresas Recuperadas del INAES, asociado fundador y ex presidente de Textiles Pigüé.

Hugo Cabrera OOPERATIVA CAMPICHUELO

El impacto económico que significó la pandemia a nivel global y la limitación en la actividad productiva profundizaron la crisis que venía atravesando el país luego de las políticas implementadas por el gobierno de Mauricio Macri, la cual perjudicó principalmente al bolsillo y calidad de vida de los trabajadores. En este contexto es que el gobierno se vio en la necesidad de implementar distintas medidas de apoyo económico, las cuales fueron eficientes en cierta proporción para las empresas privadas, que pudieron solicitar la Asistencia de Trabajo y la Producción (ATP) o los créditos a tasas subsidiada del 24% para las pymes. “Cuando arranca la pandemia las industrias la pasamos realmente mal. No nos entendían que éramos empresas cooperativas, entonces todos los decretos que salían para que los bancos den algún crédito, no nombraban la palabra cooperativa. Hablaban solo de pymes”, menciona Hugo Cabrera, presidente de la Cooperativa Gráfica Campichuelo, del barrio de Caballito.

Estas políticas de contención no pudieron ser concretadas por las cooperativas y las ERT, debido a imposibilidades normativas, lo que generó grandes críticas desde el sector. “No fueron específicas para la cooperativa. Había que acondicionar mejor esas medidas para que lleguen mejor a las cooperativas de la misma manera que llegan a las empresas privadas”, destaca Andrés Ruggeri.

Frente a la difícil situación en que se encontraban inmersas las cooperativas, el Estado reactivó la línea 1 del Programa Trabajo Autogestionado, que aporta un subsidio mensual a los asociados; lanzó créditos especiales para las cooperativas de trabajo a través de una línea articulada entre el Ministerio de Desarrollo Productivo, el INAES y el Banco Nación; implementó Potenciar Trabajo, que fue otras de los programas destinados a los trabajadores de la economía popular; e implementó el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), el cual benefició a gran cantidad de trabajadores asociados a cooperativas.

Cooperativa El Zócalo

El informe señala que el 67% del total de las cooperativas solicitó el programa Línea 1 y el 82% de ese total tuvo acceso a él. Si bien tuvo un alto nivel de demanda, no significó una solución del todo eficaz para los trabajadores. Manuel Azurmendi, presidente de la Cooperativa de Trabajo El Zócalo, del barrio de Montserrat, señala que “la línea 1 fue un aporte que es para cooperativas trabajo autogestionado. Lo hemos tramitado, han sido 8 meses, pero en esa línea es incompatible con otros programas así que se cayó a todos los compañeros que han accedido a otros programas por ejemplo potencia trabajo, IFE.”

Otros de los puntos reclamados es el que atiende Silvia Diaz, de Cooperativa La Cacerola, también ubicada en Caballito: “Estamos reclamando que haya continuidad en el programa línea 1 que solo lo han prolongado por el mes de febrero, cuando el gobierno nacional ha prolongado para los trabajadores de empresas privadas la ATP en algunos casos, que son equivalentes lo que era la línea 1 para las cooperativas de trabajo.”

Cooperativa El Zócalo

La línea de crédito lanzada por el Ministerio de Desarrollo y el Banco Nación fue otra de las iniciativas enfocadas en el fortalecimiento económico de las cooperativas. Con una tasa subsidiada del 18% y con la posibilidad de pagarlo a un año con 3 meses de gracia y otros 3 meses solo de pago de intereses. Sin embargo, los resultados de la encuesta arrojaron que solo el 12% de las cooperativas solicitaron créditos del Banco Nación. La baja demanda se debe, principalmente, a la falta de información, incertidumbre en capacidad de pago y a las dificultades a la hora de entregar la documentación requerida. “Toda la operatoria de los créditos es lenta y piden muchísimos requisitos”, señala Silvia Diaz. “Nos costó completar toda esa documentación y cuando la terminamos, le dieron de baja y fue reemplazado por un nuevo proyecto”, agrega la presidenta de la FACTA.

No obstante, con respecto a la negativa de las cooperativas a la hora de acceder a estos créditos, Francisco Martínez, comenta que “más del 80% de las cooperativas de trabajo de este país nunca habían accedido a un crédito, entonces se hace este programa afectando 2mil millones de pesos, usando una tasa del 18% y con dos simples papelitos: estar registrada en la secretaria pymes y un certificado legibilidad del INAE, comunicación con el Banco Nación y se terminó en menos de 20 días. Nosotros lo hicimos.”

Cooperativa La Cacerola

Sin dudas el decreto 311/2020, que prohibió los aumentos y corte del servicio por falta de pago para el gas, la electricidad y el agua, fue una de las medidas más importantes que tomó el gobierno en los meses de mayor restricción de la actividad económica. Además, prevé que las empresas prestadoras de estos servicios deben otorgar planes de facilidad de pago para las deudas que se generen y hace referencia exclusivamente a las cooperativas o empresas recuperadas que estén inscriptas en el INAES.

Cooperativa La Cacerola

Todas estas medidas se fueron tomando sobre la marcha con el objetivo de mantener a flote la actividad productiva de estas, pero de nada sirven si no se implementan políticas a largo plazo que regularice la situación de los trabajadores. “Lo que hace falta es resolver esa situación para que sea más equivalente, para que no sea una pérdida o una cuestión menor trabajar en una cooperativa en relación a tener un trabajo formalizado”, menciona Ruggeri. “La ley de cooperativas es muy vieja, donde el cooperativismo de trabajo no está casi contemplado. entonces se fueron haciendo distintos parches por decretos o resoluciones del INAES que fueron regulando la cooperativa de trabajo pero que no lo terminan de contemplar como un sujeto laboral. Entonces los trabajadores de las cooperativas no tienen los derechos de los trabajadores asalariados”, concluye el director del informe.

Con el cuchillo entre los dientes

Con el cuchillo entre los dientes

Trabajadores de la Pizzería 1893. 

Delivery, mesas en la calle, terrazas y salones a un cuarto de su capacidad. Desde el 20 de marzo hasta hoy, la Ciudad de Buenos Aires fue variando los protocolos de aislamiento y los restaurantes debieron adaptarse. También aquellos autogestionados por sus trabajadores, organizados en forma de cooperativa. Algunos pudieron sacar provecho de la situación, expandieron sus horizontes de reparto y hasta modificaron la carta. En otros casos, todavía no volvieron siquiera a un ritmo mínimo de facturación que les garantice las subsistencia.

De acuerdo con el último registro nacional de empresas recuperadas que se realizó este año, hay 13 locales gastronómicos en CABA que se encuentran bajo la gestión de sus trabajadores. Representan el 17% de las cooperativas de la ciudad. Una de ellas fue incorporada hace pocos meses al informe: la pizzería 1893, ubicada en Villa Crespo, que fue la primera (y única) empresa del rubro gastronómico que se recuperó durante la cuarentena.

Como si comenzar un proceso de rescate del lugar de trabajo no fuera lo suficientemente difícil, quienes solían ser empleados de 1893 tuvieron que sumarle un contexto de pandemia y aislamiento. “No es solo la rareza de vivir en cuarentena, sino también cambió toda nuestra forma de trabajo y todos los problemas que trajo el vínculo con el ex empleador”, comenta Ernesto De Arco, que solía ser camarero pero tuvo que incorporar tareas de reparto a domicilio durante algunos meses.

Actualmente trabajan con envíos, mesas en la vereda y algunas adentro. “Por suerte teníamos una buena clientela, la pizzería siempre trabajo bien. Lo que hicimos fue reforzar el delivery: antes hacíamos un radio de diez cuadras y ahora nos extendimos muchísimo, como 50. Vamos en auto, en moto, en bicicleta, lo que sea”, agrega De Arco.

Pero una vez que el Gobierno de la Ciudad habilitó el 25% de ocupación de los salones para comer, aparecieron algunos problemas: “Nos dimos cuenta de que la gente no tiene una buena costumbre. Tuvimos que poner carteles por todos lados porque se levantan y van al baño sin barbijo, nos hablan en la cara sin tapabocas y nos ponen en riesgo constantemente. Sentimos que no les importa la gente que está trabajando. Queremos tener cuidado porque si nos contagiamos vamos a tener que dejar de trabajar y sería bastante difícil en este momento”, comenta el trabajador de 1893.

Lalo de Buenos Aires, la cooperativa gastronómica que funciona en el complejo del Paseo la Plaza.

No todas las cooperativas de gastronómicos tienen la misma suerte. Lalo de Buenos Aires funciona administrado por sus trabajadores desde el año 2014 pero desde el 20 de marzo no pudo abrir sus puertas hasta fines de noviembre: «Con la pandemia tuvimos que cerrar. Estuvimos en el local arreglando cosas, pintando, remodelando. Tenemos un patio pero no pudimos ni hacer delivery porque si lo hacíamos teníamos que pagar el alquiler al complejo La Plaza. Lo mismo si habilitábamos la vereda. Así que recién hace 11 días, que se pudo usar el salón también, abrimos”, explica Rafael Heredia, secretario de la cooperativa.

¿Cómo resistieron durante la etapa en la que estaba prohibido abrir el salón? «Éramos 18 en la cooperativa y quedamos ocho. Muchos se bajaron porque esto es a pulmón, hay que poner mucha voluntad. La mano viene mal, muy lento. La noche está muerta, no hay gente. Al mediodía se ve un poco más de gente. Estamos en zona de Tribunales, que atienden sólo por turno, igual que los bancos. Eso quitó mucho movimiento. Bajó mucho, no sé si llegamos a hacer un 30% de lo que trabajábamos antes. Está complicado pero lo importante es que se logró abrir y de a poquito vamos a salir adelante», confía Heredia.

Lalo de Buenos Aires está localizado en Montevideo al 300, dentro del complejo teatral Paseo La Plaza. El reciente regreso de algunas funciones del teatro en vivo, con protocolos autorizados, fue lo que permitió que los trabajadores volvieran a reabrir el local. Claro que la situación es muy complicada. «Los teatros abrieron con el 30% de capacidad y una sola función, se achicó un montón. La noche es mortal, no hay nadie. A las diez ya no queda nada. Los fines de semana hay algo más de movimiento”, dice Heredia.

La pizza a la parrilla de 1893 se hizo famosa en Buenos Aires.

Otra empresa autogestionada es Los Cabritos, una parrilla de la zona de Mataderos. Lleva cinco años funcionando con esta modalidad y en el año 2018 apareció en el top ten de mejores parrillas porteñas. Su fuerte es el asador criollo pero en este contexto tuvieron que prescindir de él. “El delivery tiene una particularidad: el trabajo se comprime en un par de horas, no es como el salón que es más largo en el tiempo”, explica Jorge Jaian, que se ocupaba de la atención en el frente pero ahora se convirtió en telefonista tomando pedidos. “Tuvimos que reducir la carta para evitar desperdicios. Hicimos platos del día, económicos. Se volvió necesario porque todos estamos más complicados con los ingresos entonces tiene que ser una oferta tentadora”, agrega.

Aunque no parezca, destinar la mayor parte del servicio al envío a domicilio puede ser una tarea difícil. En el caso de Los Cabritos, su diferencial estaba en la atención en el salón, la calidez del contacto con los mozos de siempre, el ambiente tradicional y el asador a la vista. “Un montón de negocios se dedican al delivery y la competencia se hace difícil”, señala Jaian. Y en cuanto a los protocolos para atender en el lugar, explica: “Iniciamos el trámite de habilitación para sacar las mesas a la calle pero no está siendo tan rápido. En la semana está medio tranquilo, la gente todavía no esta tan dispuesta a salir. Tenemos un público de una edad media para arriba, no es juvenil. Y eso también influye porque son personas de riesgo. No es una cervecería que se maneja con jóvenes”.

Alé Alé es un caso paradigmático de las cooperativas gastronómicas en el país. Formaba parte de un grupo de restaurantes que pertenecían a OJA, junto a cinco locales más. Todos fueron vaciados por los empresarios a cargo y algunos encontraron su propio camino hacia la autogestión, a lo largo del 2012. Hoy, con pandemia incluida, se mantienen en pie.

“Desde el momento en que arrancó todo, en marzo, la decisión fue no atrasarnos con lo que respecta a servicios, impuestos y alquileres. Nos pusimos renovar la pintura, arreglamos baños, cambiamos la cerámica; compramos los materiales y lo hicimos nosotros. Hay cosas que no podemos hacer cuando el local está funcionando, entonces aprovechamos y usamos el dinero que teníamos guardado. Somos de ahorrar por cualquier cosa que pueda pasar y fue de mucha ayuda”, explica Andrés Toledo, presidente de la cooperativa Alé Alé.

Actualmente funcionan con mesas en la calle, en la terraza y el salón interno con distanciamiento, lo que da un total de casi 300 cubiertos (sin contar el delivery). “Ya se está acomodando todo y es otro aire, no es lo mismo que tres meses atrás”, dice Toledo. Y respecto a las normativas para poder funcionar, comenta: “Siempre respetamos bien los protocolos. Todas las personas que vienen se van muy contentos porque ven una responsabilidad nuestra en cuanto al distanciamiento de mesas. Nos terminan felicitando por cómo nos estamos manejando. De parte de la clientela hemos notado un comportamiento muy bueno. Fueron bastante fundamentales, sin ellos no hubiéramos resistido”.

Lalo de Buenos Aires pudo reabrir recién cuando finalizó el aislamiento obligatorio.

Andrés Toledo se mantiene en contacto con otros locales que funcionan con la misma modalidad: “Tengo contacto con todos, no le fue bien a nadie. Tendrían que haber priorizado no atrasarse con los pagos y no lo hicieron. Creo que cometieron un error. Dejaron caer el motor de todos que es la cooperativa. A algunos ya les pidieron el local y les dijeron que no renuevan el contrato”.

 “Ahora estoy participando en el conflicto de Rodizio de Costanera, a ver si lo podemos transformar en cooperativa, si quieren los trabajadores”, agrega. Muchas veces recurren a él y sus compañeros cuando detectan un conflicto latente con los dueños. Así fue el caso de la pizzería 1893 a comienzos de la cuarentena. Y de la misma forma, cuando Alé Alé necesitó ayuda en el año 2012, recurrió a los trabajadores del Bauen, otro hito de las empresas recuperadas en el país que a principios de octubre anunció que ya no seguirían adelante con sus actividades en el tradicional edificio de la Avenida Callao. La pandemia y una larga lucha por adquirir la propiedad desembocaron en un final triste, tanto para el hotel como para el restaurant que manejaba la cooperativa.