La cosecha del veneno

La cosecha del veneno

Vecinos de Pergamino denuncian que la producción agrícola contamina con glifosato el agua que consumen. Señalan altos índices de cáncer en la población.

A 222 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, Pergamino es uno de los núcleos sojeros más importantes del país, con las tierras más cotizadas de Argentina. Estas condiciones traen aparejada la presencia de las empresas más poderosas del agronegocio, que en función de sus intereses económicos utilizan sustancias sumamente contaminantes, no solo para el medio ambiente, sino también para los habitantes de la localidad.

Argentina lidera el ranking mundial en lo que respecta al uso del glifosato, superando los 300 millones de litros cada año. Fernando Sánchez, ingeniero agrónomo, subraya que “el producto mayormente usado para fumigar es el glifosato, con lo que matamos el 95 o 96 por ciento de las malezas”.

Alejado de los ruidos del centro, donde se despliega la mayor parte de la vida pergaminense, se encuentra Santa Julia, un barrio calmo al sur de la ciudad. Con sus veredas arboladas y sus casas de mitad de siglo XX, después de las 16, cuando culmina la hora de la siesta, los negocios locales abren sus puertas, los niños salen a jugar a la calle o se encuentran en la placita del barrio, y los vecinos se sientan en las puertas de sus hogares con sus reposeras rayadas a charlar con quien pase por allí, hasta que el sol comienza a caer. Pero, tras esta fachada encantadora, se oculta una realidad que muchos, consciente o inconscientemente, ignoran: el agua que beben y usan está contaminada con 19 agrotóxicos diferentes como consecuencia de las fumigaciones que se realizan en los campos cercanos.

Alejandra Bianco es una prueba viviente de ello. Docente, vive en el barrio desde hace casi 30 años, a la vuelta de la parroquia. “Yo tomo consciencia de lo que estaba pasando cuando se enferma Sergio, que era mi pareja –recuerda–. Sergio empezó a tener problemas de salud hasta que, finalmente, le diagnosticaron cáncer de páncreas y de hígado, y fue el médico que iba a hacerle la biopsia quien me dijo si yo no tenía alguna sospecha de que lo que sucedía no era una cosa aleatoria, que no podía ser casual que toda mi familia estuviera sufriendo alguna patología, todas diferentes, mis dos hijos, Sergio, y yo”.

Alejandra comenzó denunciando el mal funcionamiento de un transformador cerca de su hogar, luego de recibir aviso de un empleado de la Cooperativa Eléctrica. “Lo denuncio primero en una radio, y al día siguiente viene un canal local a hacerme una nota, donde sacaron al aire la imagen del transformador”. La escena, transmitida a través de Canal 2 de Pergamino, llegó al otro lado de la ciudad hasta Sabrina Ortiz, habitante del barrio Villa Alicia, quien llevaba ya varios años denunciando las fumigaciones que se realizaban a pocos metros de su casa y que habían enfermado a todos los integrantes de su familia.

Después de oír el relato, Sabrina decidió contactarse y no dudó en tenderle una mano a Alejandra. Nadie mejor que ella sabía lo que era levantarse en contra de las compañías más poderosas del agro en una localidad donde el campo es “palabra santa”, y donde quien decide enfrentarlo, encuentra su mayor adversario en el silencio cómplice de todos aquellos que tienen la posibilidad de ayudar. “Hablo de los médicos, de los abogados, de todos los que tienen una voz autorizada, no hay toxicólogos, que no es casualidad, no hay un área ecológica, que en una ciudad de producción sojera donde están contaminadas todas las napas de agua no haya una historia clínica ambiental no es algo azaroso”, expresa Sabrina, indignada.

La misma indignación se instaló en la vida de Alejandra, luego de que Sabrina le explicara que, muy probablemente, los problemas de salud que sufría su familia y el número creciente de fallecidos de cáncer en Santa Julia se debieran a los agrotóxicos aplicados en zonas cercanas. De esta manera, y frente a la indiferencia y la inacción del Municipio, decidió llevar adelante una encuesta dejando en los negocios barriales unas planillas para que completaran quienes hubieran padecido alguna enfermedad o fuesen cercanos a algún fallecido por el mismo motivo. “En mi cuadra era muy llamativo, porque los vecinos de al lado de mi casa murieron los dos de cáncer, otro vecino que aún vive tiene cáncer en los intestinos, al lado de ellos otra mujer que ya falleció hace dos años y medio, el señor de la casa de al lado de ella con leucemia, también fallecido, y así te puedo nombrar infinidad de casos”, detalla Alejandra, mientras cuenta con los dedos. Los resultados fueron estremecedores: en dos manzanas se habían registrado 53 casos de personas con enfermedades diversas.

 

Volver justa la injusticia

Desde 2014, una ordenanza prohíbe fumigar en los primeros 100 metros cercanos a las urbes y 500 metros donde sólo se permitía aplicar productos que fuesen menos nocivos. Sabrina, decidida a salvar a su familia, se recibió de abogada, y en 2018 logró que su caso llegara a la justicia federal. “Acá hay abogados, pero ninguno de los que se hacen llamar ambientalistas me quiso acompañar, porque son los mismos que hacen los contratos agrarios, que asesoran a las empresas, y son los mismos que hoy representan a quienes están procesados por envenenamiento”, sostiene.

La participación de Alejandra en el juicio contra la Municipalidad comenzó después del acercamiento de Sabrina. “Ella me ofreció trabajar juntas, y como yo estoy en la otra punta de Pergamino, ser querellante de la causa por el Barrio Santa Julia”, puntualiza Alejandra. Así empezó, se encargó de recolectar y llevar a la ciudad de San Nicolás 30 historias clínicas de diferentes vecinos, las cuales fueron presentadas ante el juez Villafuerte Ruzo, a cargo del expediente, quien ordenó la distribución de agua apta para el consumo en el barrio de Alejandra. La medida fue apelada. “Para la Municipalidad no hay tantos casos de cáncer, una falta de respeto hacia el dolor de los vecinos y la pérdida de nuestras familias, una falta de respeto después de haber hecho el censo”, se queja Alejandra.

El actual intendente, Javier Martínez, de Juntos por el Cambio, se lava las manos. Según él, se está gastando “dinero de los pergaminenses injustamente” y asegura fervientemente que “toma agua de la canilla”. Más allá de la apelación, el Municipio debió cumplir con la medida, sin embargo, tal como relatan los vecinos, no funciona correctamente. “A veces pasan, a veces no, hacen lo que quieren, a mí me han desaparecido bidones y nadie nunca se hizo cargo”, cuenta María Lorena Bertora, quien vive frente al Jardín Santa Julia junto con sus dos hijas de 17 y 8 años. “La mayoría de las veces lo que nos dejan no alcanza y tenemos que tomar el agua de la red, no nos queda otra”, se lamenta.

 

La cultura del campo

A pesar de todo esto, se sigue negando la toxicidad de los químicos y cómo pueden afectar a la población. El ingeniero Fernando Sánchez afirma que “el porcentaje de agroquímicos que contaminan el agua es muy poco, porque cuando tocan la tierra se desactivan. Hay mucha polémica con el tema del glifosato, pero no saben que éste se desactiva automáticamente cuando toca la tierra, por eso hay muchos que lo discuten”.   

Cualquiera podría llegar a la conclusión de que es una obviedad la postura que toma el Municipio en un caso como este, teniendo en cuenta que es una ciudad cuya economía gira alrededor de la producción agropecuaria, y que no va a ceder frente al reclamo de unos pocos vecinos.

Esto último es lo que más duele a quienes llevan la lucha adelante: la ignorancia de los pergaminenses, el poco interés que muestran en lo que, quieran o no, es un tema de salud pública.Seguimos así tranquilos, sin movernos, sin hacer nada, por eso yo tampoco empecé ninguna campaña más acá, porque me sentí muy sola, acompañada por muy pocos vecinos y siempre los mismos, no participan de la lucha, así que lo sigo haciendo, pero desde otro ámbito, con Sabrina, cada vez que se necesita algo, respondiendo entrevistas cada vez que puedo, pero es muy triste ver lo que pasa en el barrio, que la gente aún no reaccione”, manifiesta Alejandra con un dejo de resignación.

La cultura del campo cala muy hondo en la ciudad, muchos habitantes pertenecen a familias rurales. “Nos criamos pensando que el campo es el motor de la ciudad, el que nos da de comer, el que nos da trabajo, y no está mal, está mal que nos digan que está todo bien cuando no es así, cuando sabemos que hay otros métodos de producción que pueden ser compatibles con la salud”, explica Sabrina.

Los productores tienen otra visión del tema. “Si existe algún método menos nocivo para la salud, no lo sé, pero en algún momento tenés que aplicar los químicos, pulverizar, no hay otra, no hay métodos que te permitan no hacerlo, no existe en Argentina, y si no tendríamos que volver a la época de 1930 que se hacía todo a mano, y no estamos en condiciones de hacerlo en este momento”, dice Sánchez. Si no se habla de métodos alternativos ni desde la industria, ni desde la Secretaría de Salud, las víctimas del agronegocio ignoran, no sólo la posibilidad de incorporar medidas que atenúen los efectos de la contaminación, sino también la existencia de ella.

Un ejemplo llamativo es el de la Fundación Leandra Barros, que desde 2011 organiza una maratón con el objetivo de recaudar fondos para colaborar con personas de Pergamino que padecen enfermedades oncológicas. Lo curioso es que la carrera está auspiciada por algunas de las más reconocidas empresas del agro.

Contra un panorama que no parece ser el más favorable, Alejandra no se da por vencida. Desde los espacios que habita intenta aportar a la causa y visibilizar la problemática, para así llegar a quienes aún desconocen lo que sucede con el agua en Pergamino. “En mi profesión como docente realizo una concientización sobre el tema todo el tiempo –señala–. Me han hecho muchas notas por radio, en los periódicos, en los medios virtuales, he ido a dar charlas a escuelas secundarias, al Instituto de Formación Docente, y en cada invitación que tengo y que puedo, porque trabajo mucho, por supuesto que también asisto”. 

Quienes participan activamente de esta lucha, esperan con ansias la elevación a juicio contra tres productores que incumplieron las medidas de seguridad y de dos funcionarios municipales que, a pesar de estar encargados del control de la aplicación de fumigaciones terrestres, protegieron al fumigador, aun cuando eran conscientes de que había violado la cautelar.

¿El final del comercio fronterizo?

¿El final del comercio fronterizo?

La liberación de precios impuesta por el gobierno de Javier Milei que provocó la suba de precios generales frenó el consumo de los uruguayos que cruzaban a la Argentina para proveerse de insumos. El caso de Gualeguaychú.

La desregulación económica llevada adelante por el gobierno de Javier Milei desde su asunción el 10 de diciembre pasado encarna una liberación de precios y otra consecuente baja en el consumo de bienes y servicios. Se trata de un volantazo que, si bien tiene efectos sobre la economía en general, también lanza esquirlas al comercio fronterizo, un fenómeno que se había instalado en muchas ciudades argentinas cercanas a los países limítrofes.

Gastón Remy, economista y docente de la Universidad Nacional de Jujuy, explica que “la liberación de precios es parte de un plan económico del Gobierno nacional que parte de una premisa falsa que es que los precios estarían reprimidos” y añade que, como consecuencia, se permite que “los grandes formadores de precios pongan precios como si viviéramos en Estados Unidos o Europa”. Esta nueva realidad que desencadena la suba de bienes de primera necesidad y combustibles cambió en buena medida una cotidianeidad que parecía instalada en Gualeguaychú: la de haberse convertido en paraíso argentino para los uruguayos, quienes cruzaban la frontera para proveerse de insumos a bajo costo.

La situación actual del comercio fronterizo encuentra su núcleo en una combinación de aristas contradictorias. Según Remy, la devaluación por la que el peso argentino pierde la mitad de su valor llevó al abaratamiento de los productos locales, y la acelerada inflación desencadenó en que este abaratamiento se pierda rápidamente e incluso se encarezcan esos mismos productos con respecto a los países limítrofes.

En enero de este año, el Observatorio Económico de la Universidad Católica del Uruguay publicó un Indicador de Precios Fronterizos que refleja la diferencia de precios de una canasta representativa de productos entre las ciudades fronterizas de Salto y Concordia. Según la medición, las diferencias porcentuales muestran variaciones que benefician a ambos países dependiendo del producto pero, en rasgos generales, hubo una reducción en la diferencia de precios que puede explicar por qué los uruguayos están dejando de realizar sus compras básicas en nuestro país. Mientras en la categoría que engloba alimentos y bebidas no alcohólicas la diferencia se redujo un 35% desde noviembre pasado y ahora alcanza el 92,9%, la diferencia actual en la nafta es del 65,5% frente a un 177,1% registrado en noviembre.

Se acaban los paseos de compras

 “Los uruguayos ya no vienen como antes. La devaluación del peso, la suba del dólar oficial y la nafta hicieron que ya no les sirva tanto”, explica Juan Carlos García, encargado de la sucursal de Supermercados Malambo ubicada en la intersección de Seguí y Rivadavia. Según García, “los precios nos han aumentado un 100% desde la asunción de Milei” y en el primer mes la baja en el consumo fue notoria.

A pesar del panorama desalentador, García comenta que la suba del dólar blue generó que “los uruguayos de a poquito estén volviendo”, aunque no en las cantidades a las que estaban acostumbrados los gualeguaychenses desde la reapertura de la frontera en diciembre de 2021. García señala que ahora vienen principalmente las familias de mayores recursos en sus autos particulares y no las trafics que durante tantos meses pagaban muchas personas para realizar paseos de compras por la ciudad argentina.

De acuerdo con lo recolectado por el Ministerio de Turismo de Uruguay, el turismo emisivo hacia Argentina descendió en el cuarto trimestre de 2023. Mientras en el tercer trimestre viajaron a nuestro país 1.052.341 residentes uruguayos con un gasto total de U$S 362.995.134, el último estudio que incluye veinte días del gobierno de Milei, la devaluación del 118% y el aumento de precios, muestra un movimiento de 951.991 residentes con un gasto total de U$S 288.736.746. Queda por ver qué reflejarán las estadísticas del primer trimestre de este año. García intuye que el invierno va a ser complicado en la ciudad carnavalera: “Entre algunos uruguayos que vienen a comprar y los turistas que vienen al carnaval más o menos se está moviendo. El tema va a ser después de marzo, para mí va a estar todo muy tranquilo”, comenta.

El combustible de nuestra economía

Las recientes subas en el combustible suman al descenso del movimiento de inmigrantes golondrina. “El último aumento fue el 1 de febrero, del 6%”, cuenta Matías, playero de Cm Combustibles, la sucursal de YPF más cercana a la frontera entre Gualeguaychú y Fray Bentos. Los precios actuales de Infinia Nafta, Super, Infinia Diesel y Diesel 500 son de $1031, $858, $1098 y $925 por litro respectivamente.

Matías explica que “muchas patentes extranjeras han pasado por la estación, en especial uruguayas” y que “las ventas se han mantenido normales a pesar del último aumento”. Esto puede deberse a la cercanía de la estación con la frontera que une ambos países y con el Hipermercado Carrefour donde los uruguayos suelen realizar el grueso de sus compras.

Esta sucursal, dice Matías, también tiene la particularidad de no contar con precios diferenciados para extranjeros como es el caso de La Rotonda Combustibles de YPF en Gualeguaychú que tiene un surtidor exclusivo para patentes extranjeras que ofrece el litro de Infinia Nafta e Infinia Diesel a $1150, medida que tomó la empresa petrolera a mediados de 2022 como respuesta al faltante de combustibles.

Según García, la devaluación quedó retrasada respecto de los aumentos en combustible y estos, a su vez, desencadenaron “una suba importante” de los precios de los productos. Aún así, los Supermercados Malambo no tuvieron reducción del personal pero sí un achicamiento en los pedidos a proveedores: “Ahora se pide únicamente lo que va a góndola, nada para stockear en depósito”, comenta.

 

Lejos de ser primermundistas

“Hoy sale lo mismo comprar un paquete de fideos acá en dólares que en Estados Unidos o Europa”, dice Remy. La diferencia reside en que se liberaron los precios pero no los salarios ni jubilaciones que “están perdiendo profundamente frente a la inflación y comparado con los países centrales son un décimo más bajos”, explica el economista. Se trata de una transferencia de ingresos de los grupos más desprotegidos al sector de los dueños de las grandes empresas. Según Remy, el panorama actual deja ver una alta inflación con menor actividad, caída del consumo y aumento del desempleo que puede provocar un efecto recesivo en el comercio interior pero no en las exportaciones, que se rigen por la demanda mundial y cuya rentabilidad se ve favorecida por la devaluación. En la medida en que se mantengan congelados los salarios el consumo va a seguir bajando y, explica Remy, la economía argentina va a tener una caída importante que puede llevar a que los sectores más frágiles tengan que reducir su personal e incluso cesar sus actividades. Si bien el turismo carnavalero todavía sostiene el comercio de Gualeguaychú, la temporada de verano está cercana a terminar. La paradoja es que mientras el año pasado se señalaba a los uruguayos como responsables parciales del aumento de precios, ahora es cuestión de tiempo para que se extrañen sus compras que permitirían sostener el comercio frente a una crisis cuyo fin no se vislumbra.

La crisis en los comedores populares

La crisis en los comedores populares

Aumentó exponencialmente la cantidad de comensales que acuden a ellos. Sus referentes denuncian que esa tendencia no se ve acompañada de un incremento de los alimentos que reciben del gobierno. Tampoco colaboran los privados y se ven obligados a bajar la calidad nutricional.

La situación en los comedores comunitarios de todo el país se agrava día a día. Miles de familias del conurbano bonaerense y de la ciudad de Buenos Aires que ya no pueden comprar alimentos para almorzar, merendar o cenar en sus casas se suman a ellos. Ante esta situación, diversas organizaciones sociales y líderes políticos han expresado su preocupación y han exigido al Gobierno tomar medidas urgentes para resolver la crisis alimentaria.

Una fuente del Ministerio de Capital Humano, en diálogo con ANCCOM, expresa su preocupación por el impacto de los recortes: “Quienes trabajamos en estos programas por una cuestión de conciencia social, generalmente terminamos abogando por los comedores. Si se les recorta el financiamiento, no nos resulta para nada indiferente”.

Al mismo tiempo, señala que cuando visita los comedores y conversa con sus encargados, la principal preocupación es la incertidumbre. “Actualmente, el presupuesto apenas alcanza para mantener su funcionamiento”, afirma, por lo cual se le puede dar de comer a menos gente justamente cuando más personas necesitan asistencia alimentaria.

“Cuando los comedores cuentan con mayor financiamiento –agrega–, proporcionan alimentos de mejor calidad y dan mayor cantidad”. Hoy se restringen las compras de frutas y carnes y prevalecen platos como el guiso de fideos. “Anteriormente, era posible ofrecer una mayor variedad, incluyendo frutas como postres. En la actualidad, los comedores se ven limitados en su oferta, centrándose en alimentos menos nutritivos”.

La falta de alimentos en los comedores comunitarios está profundizando el hambre en áreas urbanas del gran Buenos Aires como la propia ciudad porteña. La responsable de un comedor y merendero en el barrio Barracas cuenta que ante la falta de respuestas del Gobierno también han pedido la colaboración del sector privado. “Pero lamentablemente ni las empresas nos están ayudando –dice–. Por ejemplo, para el Día de Reyes, le pedimos a Coca Cola si nos podían dar algunas gaseosas para los chicos: nos contestaron que vayamos al Banco de Alimentos, pero este te cobra”. La mujer cuenta además que cada vez se ven obligados a rechazar a más personas que se acercan al comedor.

En medio de una creciente preocupación, el dirigente social Juan Grabois presentó una denuncia penal contra la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, por incumplimiento de sus deberes como funcionaria pública en lo que respecta garantizar la asistencia alimentaria a quienes más la necesitan, pese a contar con los recursos presupuestarios destinados para ello.

Grabois, en su cuenta de la red social X, compartió las palabras de Pettovello en las cuales afirmaba que atendería «uno por uno» a las personas que tuvieran hambre, pero luego rechazó hacerlo. “Lo que Pettovello no entiende es que garantizar los derechos alimentarios de las familias humildes, en particular de los niños, no es algo sobre lo que puedan decidir, es una obligación constitucional, una norma internacional y una ley nacional”, remarcó Grabois.

La Iglesia católica, a través de un comunicado de la Conferencia Episcopal Argentina, emitió un duro comunicado en el que advirtió que “la comida no puede ser una variable de ajuste”. Incluso la CGT salió a manifestarse: “El riesgo de una crisis alimentaria con imprevisibles consecuencias está a la vuelta de la esquina”, dijeron desde la central obrera.

Capital, ¿humano?

Capital, ¿humano?

La UTEP reclamó alimentos frente a varias cadenas de supermercados y ante el Ministerio de Capital Humano. La ministra Sandra Pettovello no les recibió el petitorio, pero los manifestantes recibieron palos y gases de la policía.

En el edificio de Capital Humano y en supermercados de Gran Buenos Aires, la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular protestó por la falta de alimentos en las ollas barriales, debido a la quita de financiación del Gobierno Nacional, a la devaluación y a la inflación, que aumentan las situaciones de vulnerabilidad. Antes de hacer el cierre de la actividad en el Ministerio de Capital Humano, fueron reprimidos.

Hasta ese momento, la concentración fluía pacíficamente en Pellegrini y Juncal. Bajo las banderas, las cocineras populares, vestidas de delantal y rejilla, colocaban sus ollas vacías en el piso. Rafael Klejzer, referente de la UTEP y dirigente del Movimiento Popular La Dignidad, les habló en semicírculo: “Están acá por ustedes, por los vecinos de los barrios que representan y por el conjunto de los sectores populares más humildes de nuestro país. Se mudaron de la 9 de julio hace una semana y nosotros ya estamos acá”. Lejos de un entusiasmo de arenga, las cocineras golpearon con seriedad las ollas con cucharones gigantes. Ocuparon la calle porque el hambre inunda sus barrios y el nuevo superMinisterio les quitó los recursos para frenar la crisis en sus comedores.

Desde Pellegrini, subió una Amarok blanca brillante a la vereda y se abrieron las puertas. Las 40 personas que estaban cerca corrieren con prisa. Sandra Pettovello, con un alisado impecable, se baja de la camioneta.

– Más allá de ustedes, ¿la gente que está acá son gente que va a comer a los comedores? – interrogó la ministra de Capital Humano- Quiero que de a uno vengan todos los que están atrás de ustedes, los que tienen hambre, a decirme lo que necesitan, no los referentes- siguió la ministra con desdén.

– ¿Y la gente que está en el interior? – preguntó una señora desde el fondo del grupo.

– Hay lista de espera en los comedores. Acá hay una política pública que hay que sostener – reclamó el Secretario de Bienestar General de la UTEP.

La ministra entró sin dar respuestas y su auto quedó estacionado frente a un mural de trabajadores protestando. Del otro lado de la reja, la imagen se refleja en cuerpos reales. El edificio del Ministerio de Capital Humano hasta hace pocos meses era la sede de la Casa Patria Grande “Néstor Kirchner”, centro para la integración latinoamericana, en especial de sus juventudes. El patio, antes lleno de recitales y actividades culturales, estaba ocupado por más de 6 camionetas de lujo: dos Amarok, un Audi Q7, un Alaskan y un Jeep.

Oficiales de seguridad llevaron un par de sillas al patio interno y la ministra se sentó, rodeada de pueblo. Del otro lado de la reja, una veintena de cocineras de delantal fucsia y verde agitaban carteles: “No al ajuste en las mesas: el hambre no espera”; “Por una argentina sin hambre”; “La única necesidad y urgencia es el hambre”; “Pettovello con el hambre del pueblo no se negocia”.

En el cantero, una señora de unos 50 años con gorra blanca debatía con un señor usando un tono de Maestra Ciruela.

– ¿Para qué voy a pasar? Si van uno o dos es darle la razón. Acá estamos todos.

Con un megáfono, alguien agitaba: “Señor, señora / no sea indiferente / nos quitan la comida en la cara de-la gente”. Las cocineras de primera línea apilaban las ollas y les ponían otros carteles. Luego de cuatro minutos al sol, la ministra entró a las oficinas. Con todo su aire un señor de cuarenta años bramó:

– ¡Eh,caradura! ¡¿No ibas a atender uno a uno?! -su remera tiene las caras de Evita y El Che con la firma de la UTEP.

Tras las ollas de alumnio, arengaban: “Pettovello, Pettovello / que amargada se te ve/ entregá los alimentos/ los pibes quieren comer”. Algunos manifestantes aplaudían, otros golpeaban las ollas.

 

“Yo creo que a mí me va a llamar porque dirijo un comedor. Le voy a contar cómo la pasamos en los comedores: nos faltan ollas, heladeras, aires acondicionados…”, decía Miriam del Comedor de Pie de Retiro, sin enterarse de que la ministra ya no estaba dispuesta a atender a nadie. “Estamos reclamando más mercadería para los comedores. Yo tengo un comedor asistido. Nos dan cupos para 57 personas, pero nosotros asistimos a 100. Es muy poca la mercadería y está viniendo en mal estado”. 

Con la voz quebrada, Miriam agregó que tiene una lista de espera cada vez mayor. “Vienen muchos jubilados con la mínima. A las personas mayores me cuesta decirles ‘no tengo más lugar’. Así es cómo a veces les cedo mi porción de comida. Las cocineras no tenemos un sueldo. Trabajamos por solidaridad, por amor a la gente. Desde la pandemia no hemos descansado nada, somos las creadoras de ‘lo esencial’”, apuntó deseando que alguna vez el Estado reconozca su labor.

En otros puntos del Gran Buenos Aires, la UTEP convocó a concentrarse en diferentes cadenas de supermercados para que estas empresas con ganancias al alza desde la pandemia aporten solidariamente a los comedores que no dan abasto. Carlos de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) Anibal Verón, acercó a lo concreto la idea: “La necesidad y la falta de alimento nos obligan a estar acá a todos los vecinos porque nada alcanza. No se puede comprar ni un paquete de fideos ni de arroz y encima nos sacan las entregas a los comedores y a los merenderos. Hasta acá estamos pudiendo, pero más adelante, si sigue así, no vamos a tener para comer nosotros ni para darle a nuestros chicos”.

 

Las columnas más cercanas a Juncal tomaron la posta de los cánticos: “Milei, compadre / la olla está que arde/ bajá los alimentos que los pibes tienen hambre”. La bandera de Nuestra América se agitaba con los saltos de los que cantaban.

Tras una hora y media, a las 11.30, el que estaba usando el megáfono tocó un botón erróneo. En medio del repiqueteo de las ollas, sonó “Para Elisa” de Beethoven. Se rieron. “Es música de espera”, apuntó una cocinera con los ojos chicos de la risa. Con una leve sonrisa, el del megáfono imitó a una máquina: “En este momento no podemos atender su reclamos. Manténgase en línea”. Con rapidez, activó la música de espera. “Aconsejamos resolver entre privados”. Otra vez el viejo conocido Beethoven.

Abriendo una botella de agua, una señora con remera azul se quejó a los gritos hacia el edificio: “A ver, ministra, atiéndanos que hace calor… y háganos entrar a su oficina con aire”. Entre risas, especuló pícara: “¿Que habrá en su menú ministra?”.

“Tendría que estar acá afuera, tendría que estar en los barrios. No sabe de la problemática. Con un BMW en el estacionamiento, con aire acondicionado y comiendo sushi nunca va a entender lo que pasa de este lado”, alegó Macarena de la agrupación Frente Máximo Paz Cañuelas. Decidieron unirse al petitorio de la UTEP para que Nación regularice la situación con los comedores porque no están recibiendo alimentos. “Queremos una respuesta porque hay miles de familias y muchas niñeces que se están quedando sin su plato de comida”, agrega con gravedad.

 

Desde la puerta secundaria del Ministerio, ofrecieron vasos con agua fresca. La emergencia es tanta y es otra que los vasos no apagaron el enojo encendido por la falta de comida diaria.

– No queremos la limosna del Ministerio del Hambre, queremos derechos. Necesitamos Estado Presente. La buena onda se termina cuando nuestros pibes no pueden ir al colegio y tienen hambre. No alcanza con el esfuerzo de las familias – exclamó ofendido Klejzer desde la columna de La Dignidad.

Mientras uno de los agentes del Ministerio se reía burlonamente, algunos manifestantes se acercaron a la puerta secundaria del edificio. Ahora los zapatos de punta pulidos miraban con preocupación a las alpargatas y zapatillas gastadas que les hacían frente. Desde la multitud, explotó un comentario: “Devaluaron: nos estamos muriendo de hambre”.

“El señor presidente no piensa en esto, en el hambre, porque no lo necesita, no le hace falta. No piensa en la gente pobre ni de clase media. Un día el pueblo va a levantarse y, así como lo puso, lo va a sacar”, anticipaba Miriam de Retiro. La puerta abierta exhalaba a un metro y medio una agradable temperatura de 20°, mientras que en la calle los 36° aumentaban en sensación.

 

Los manifestantes le cantaban en la cara a los custodios: “U-ni-dad de los trabajadores / y al que no le gusta/ que se joda / que se joda”. Cada tanto, alguien sumaba algo más a la sinfonía: “¡Ratas!”; “¡La gente tiene hambre!”; “No les cuesta nada recibirnos el petitorio”. Indignada, una jóven le preguntó al aire: “¿Cómo puede ser que el Gobierno nacional le garantice la comida a los perros de Milei y no a la gente?”

– ¡Que la ministra baje y de la cara! – increpó una mujer, ya cansada.

Los movimientos sociales volvieron a la puerta principal para hablarle de frente a la ministra. Las 120 personas reanudaron los cantos. Y entonces, llegó la policía.

A unos escasos diez metros de la concentración en la puerta secundaria, la Policía Federal había armado un cordón. Los efectivos entraron en formación por la puerta ahora liberada.

Por la entrada principal, no salió la ministra, sino gas pimienta. Después, las cachiporras. La esquina de Juncal y Pellegrini se nubló y las columnas empezaron la retirada. Las canciones se ahogaron, pero el gas no hiere la profunda miseria que azota en los barrios y que llevó a que más de cien personas pongan el cuerpo a pesar de una ola de calor. “Seguiremos luchando porque la necesidad se siente, se nota”, destacó Carlos de la CTD.

Más de cinco manifestantes terminaron hospitalizados por la inhalación del aerosol. “Mientras los gerentes de hipermercados prometieron entregar alimentos para los comedores, la ministra Pettovello mandó a toda la Policía para que nos reprima”, denunció Norma Morales, dirigente de la UTEP. Al hambre ni siquiera se le recibe un petitorio.

 

Con la remarcadora en la mano

Con la remarcadora en la mano

Si con Alberto Fernández la inflación no daba tregua, desde que asumió Javier Milei la suba de precios se potenció. Los comerciantes dicen que deben aumentar hasta tres veces por semana y que los clientes disminuyeron su consumo.

 Se estima que la inflación interanual de 2023 ascendió cerca de 165%, comparada con los precios de diciembre del 2022. Sin embargo, hay datos que revelan que a partir de la asunción de Javier Milei en la presidencia y la designación del Luis Caputo como nuevo ministro de Economía, esta tendencia de suba en los precios se ha acelerado en menos de tres semanas.

En sus discursos posteriores al 10 de diciembre, el actual presidente mencionó que prevé una inflación mensual  que ronde entre el 20 y 40 por ciento y también enfatizó que será «un ajuste ordenado que caiga sobre el Estado y no sobre el sector privada”. ¿Pero cómo afectan las nuevas medidas los precios en el día a día?.

En diálogo con ANCCOM, David Cabrera de 37 años, cuenta la situación que se vive en la farmacia del Sindicato de Obreros de Maestranza en la cual trabaja, ubicada en el barrio de Parque Patricios: “Los precios de los medicamentos están aumentando bastante, a veces por semanas, días y hasta horas. Es insostenible, sobre todo para los pacientes que necesitan llevarse los medicamentos sí o sí porque son recetados. Lamentablemente los sueldos no aumentan con la misma velocidad”.

No solo los productos de farmacia están sufriendo un alza de precios; los de perfumería también siguen esta tendencia como comenta David: “Las subas durante todo este año fueron constantes, pero la diferencia es que antes eran escalonadas, estas últimas semanas se disparó todo demasiado y muy rápido”, asegura.

Los aumentos han sido generalizados en distintos rubros, incluido el más fundamental, que es el alimenticio. Juan Carlos Lombardo,  de 52 años,  trabaja en la granja avícola La Amistad,  que se ubica a pocos metros de Avenida Sáenz, en la zona de Pompeya, dice: “En lo que es la semana del 25 de diciembre en adelante quedó un poco más calmado el tema de las subas, pero las semanas anteriores fue tremendo con la velocidad que subían las cosas, llegando a tener aumentos de hasta dos veces por día. No te voy a decir que los proveedores especulan pero sí que a veces se guardan cosas”.

Lombardo agrega: “Hoy las ventas también bajaron un poco, antes la gente te compraba kilos y kilos de productos, hoy se llevan de a pocas cositas, solo lo justo y necesario para el momento. Se comentaba que la venta de pollo había aumentado por el aumento de la carne, es verdad que la carne es la “vedette” que eligen los argentinos para las fiestas, pero el pollo también subió, así que no aumentaron tanto las ventas; esto se empezó a acelerar con la devaluación fuerte que hubo con Alberto, pero esta últimas semanas fue peor”.

Por último, Luis Alberto Ricalde, de 35 años, dueño de una verdulería ubicada en el barrio de Villa Jardín, en Lanús Oeste, cuenta: “Yo vendo algunos productos de almacén además de la verdulería, y noté que la yerba y el arroz subieron un montón. En una semana tuve que aumentar los precios de esos productos como tres veces. Con la verdura lo mismo, por ejemplo el morrón rojo se disparó, por eso estoy trayendo menos y un poco más del verde, con la papa pasa lo mismo”. El comerciante asegura: “Se nota mucho cómo la gente compra menos para gastar lo justo y necesario, de a dos o tres cositas, solo repuntó un poco en los días previos de las fiestas, pero antes y después estuvo complicado”.