Historia de un rugbier desaparecido

Historia de un rugbier desaparecido

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes cometidos en el Pozo de  Banfield, Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, declararon los familiares del militante desaparecido Juan Carlos Abachian.

La audiencia N° 50 del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en los pozos de Quilmes, Banfield y Lanús comenzó casi puntual, con solo cinco minutos de retraso. En esta ocasión, declararon Mercedes Loyarte, Rosario Abachian y Marta Susana Abachian, todas familiares de Juan Carlos Abachian, un joven rugbier y militante de la juventud peronista y Montoneros secuestrado el 27 de diciembre de 1976.

“Corré que te matan”, le gritó Juan Carlos Abachin a su compañera Mercedes Loyarte el día que lo detuvieron en la puerta de su departamento de La Plata. Mercedes, luego de ver por la ventana a personas uniformadas, atinó a escapar gracias al alerta del padre de su hija. Trepó las paredes de las casas linderas y desde ese momento nunca más volvió a verlo. Ambos habían militado en la juventud universitaria peronista, en la Universidad Católica de Mar del Plata hasta 1975, pero cuando mataron a unos compañeros de la Carrera de Derecho, decidieron mudarse a Buenos Aires junto a su bebé recién nacida, Rosario.

Con mucho pesar y dolor, Mercedes Loyarte relata la odisea que los padres de Juan Carlos tuvieron que hacer para saber dónde estaba su hijo y qué habían hecho con él. Además, contó cómo ella, con 22 años, tuvo que esconderse junto con su hermana, su hija y la odisea para conseguir asilo: viajar hasta Montevideo, Brasil y finalmente España, el país que las recibió en el exilio, durante los ocho años de Dictadura argentina y donde vive hasta hoy junto a su hija. “El exilio es un desarraigo enorme. Es volver a empezar en todos los sentidos – expresa Loyarte con angustia y emoción y continúa-:Seguíamos con miedo y era muy difícil relacionarse en España. No te salvaba estar tan lejos. Mi familia fue particularmente seguida, mis padres soportaron once allanamientos donde nos buscaban a mi hermana y a mí. Incluso se presentó un capitán negociando para que nos entregaran”.

A través de la lectura de una carta emotiva, Loyarte expresa su agradecimiento de poder declarar y reivindicó el pedido de justicia en nombre de las y los desaparecidos: “Espero que este proceso judicial sirva como reparación a todos nuestros compañeros, sus familias, amigos y a todos que junto con ellos les desaparecieron su futuro”.

“Yo nací el abril del 76, unos días después del Golpe y en diciembre secuestraron a mi viejo. Yo tenía ocho meses y mi padre 26 años”, dijo Rosario, hija de Mercedes y Juan Abachian, con un marcado acento español Rosario. Todo lo que sabe Rosario de su padre, fue a través de los relatos de su mamá y los distintos testimonios en los juicios por lesa humanidad. Es a partir de ellos que reconstruyó quién era su papá, cómo y dónde fue secuestrado, las torturas que sufrió e incluso las anécdotas que tuvo durante el cautiverio. En el momento que se lo llevaron, Rosario se encontraba junto a sus abuelos en Mar del Plata: “Por suerte, no estaba con ellos, sino mi madre no se hubiera podido escapar y hubiera sido una nieta más robada”, contó. 

Cuando la querella de ¡Justicia Ya! preguntó por cómo impactó en su vida y la de su mamá el exilio y vivir con la desaparición de su padre hasta hoy, Rosario, sin vacilar, expresó: “Fue una ausencia muy grande con la que hemos tenido que vivir todos y todas. Los duelos son distintos de las personas que lo conocieron y de las personas que casi no tuvimos relación con ellos. Es una ausencia y un dolor que forma parte desde siempre, que no se va y es permanente”. Rosario añadió que creció alejada de su familia de origen, ya que recién pudo conocerlos con la vuelta de la democracia a los nueve años. No tuvo la oportunidad de conocer a su padre, ni mucho menos recordarlo, pero pudo saber que fue una persona muy generosa, que soñaba con una sociedad más justa. “Me hubiera gustado conocerle y me siento heredera de ese compromiso que tenía mi padre, mi madre y sus compañeros», expresó al finalizar su testimonio.

La casa de la familia Abachian  sigue mostrando las huellas de los  disparos  hasta hoy.

La tercera y última testigo fue Marta Abachian, hermana de Juan Carlos, quien recordó que luego de un partido de rugby de su hermano, en septiembre de 1976, encontraron oficiales en la puerta de su casa. Allí empezaría “la pesadilla”, expresó. Ese día reventaron la puerta de su casa y ellos comenzaron a ir de casa en casa para que no los encontraran. Trece años tenía Marta cuando vivió aquello y cuando el suegro de su hermano les contó en diciembre que Juan Carlos había sido secuestrado. A través de declaraciones de testigos, ella y su padres supieron que su hermano estuvo en La Cacha y en el Pozo de Banfield, entre otros lugares. La búsqueda fue inalcanzable, tanto que viajaron hasta Uruguay detrás de datos que resultan falsos. “La dictadura no solo se llevó a mi hermano Juan Carlos sino a Miguel Ángel que murió de cáncer y reitero que fue por todo eso”, expresó quebrada en llanto. La casa de la familia de Marta sigue mostrando las huellas de los disparos hasta hoy. Los oficiales fueron hasta octubre de 1977 yendo a buscar a su hermano. “Mis padres desde el primer momento fueron a investigar qué había pasado pidiendo habeas corpus”, mencionó.

Marta exige la respuesta que nunca encontró: “No sabemos lo que pasó con mi hermano. Mi mamá es muy fuerte, tiene 90 años y piensa que por ahí Juan Carlos está en la selva en su imaginario, pero en el fondo sabe que no está”.

Muchos son los casos que reúne este juicio, pero el de Abachian es especial ya que permitió que declarase hoy su compañera de vida que pudo salvarse, su hija que por aquel entonces tenía tan solo ocho meses cuando su padre fue secuestrado, y su hermana que hasta hoy cuida a su madre y desde el primer día se abocó junto a su familia a la búsqueda de justicia. Todas reunidas con profundo dolor recordaron al “armenio” como solían llamarle sus compañeros en un acto de memoria, verdad, pero también de amor, valentía y justicia.

Primeras declaraciones en el juicio de La Pastoril

Primeras declaraciones en el juicio de La Pastoril

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Por Tomás Castelli

Fotografías: Captura de pantalla de La Retaguardia

En el juicio se investiga a la desaparición de la cúpula del PRT-ERP.

Este jueves 4 de noviembre transcurrió el cuarto día del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad ocurridos el 29 de marzo de 1976 en la quinta La Pastoril, con la novedad que fue la jornada en la que comenzaron las declaraciones testimoniales. Comenzaron María Ofelia e Iris Lidia Agorio, hermanas del desaparecido ese día en la quinta, Nelson Alberto Agorio, de quién no se supo nada más hasta 2008, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense encontró su cuerpo enterrado como NN en el cementerio de Moreno. Por la causa hay ocho imputados: los militares retirados Juan Manuel Giraud, Carlos Alberto Guardiola, Juan Carlos Jöcker, Héctor Alberto Raffo y Eduardo Sakamoto; y los policías retirados Julio Alejandro Pérez, Juan José Ruiz y Julio Salvetti. Todos son juzgados por cometer hechos de homicidio y de privación ilegítima de la libertad. 

La jornada estuvo marcada por interrupciones desde el comienzo. La menor de las hermanas, María Ofelia, tuvo que esperar dos horas más de lo que había sido citada para dictar su testimonio, luego de un pedido de los abogados defensores, liderados por Guillermo Fanego, representante del imputado Juan Manuel Giraud, quien solicitó la presencia de la testigo (y los futuros testigos del juicio) en el Tribunal N°5 de San Martín o, en su defecto, la presencia de un representante del Tribunal en el lugar donde se encontraba próxima a declarar, para garantizar la ausencia de terceros o de documentos que pudieran orientar su testimonio, luego de hacer referencia además a la neurociencia y a la psicología gestual. Tanto el abogado querellante, Pablo Llonto, como la fiscal general, María Ángeles Ramos, pidieron el rechazo a esta petición, ya que la consideraron absurda y sin fundamentos. La declaración de María Ofelia se vio obligada a esperar aún más, pero a ella se la notaba tranquila. Ante el pedido de disculpas por la demora del presidente del Tribunal, Matías Mancini, previo a retirarse unos minutos para debatir sobre el pedido, la menor de las hermanas afirmó: “Hace 45 años que estoy esperando, estar una hora más o menos no me va a cambiar nada. La verdad es que tengo la piel gruesa”.  Apenas unos días atrás todas las partes habían estado de acuerdo con estas condiciones y con la modalidad semipresencial, y que a ninguno de los imputados se los obliga a estar de forma presencial, fue rechazado por el Tribunal. 

Luego de la espera, la menor de las hermanas Agorio comenzó su declaración de manera virtual, seguida luego por Iris Lidia, quien se encontraba de manera presencial en el Tribunal. Ambas coincidieron en que Nelson Alberto Agorio era una persona “amorosa, sociable, siempre sonriente, muy cariñosa”. Hijo mayor, de padre lechero y madre trabajadora en hogar de niños, siempre fue el mayor orgullo de su padre, quien deseaba que sus tres hijos pudieran estudiar y aprender lo más posible, para trabajar menos tiempo y cobrar un mejor sueldo que él, cuando fueran mayores. Nelson terminó la secundaria como perito mercantil y, en 1973 ingresó al Servicio Militar, cuando ya formaba parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT – ERP). Iris Lidia recuerda mejor el episodio vivido en julio de 1974 que su hermana, que solo tenía 11 años, cuando recibieron un llamado avisándoles que Nelson se encontraba detenido en Córdoba. A fin de ese mes lo soltaron por falta de prueba de delito, pero a partir de allí nada fue igual. En 1975, Nelson pasó a la clandestinidad debido a que lo perseguían por su militancia, y la casa de los Agorio comenzó a ser vigilada las 24 horas. 

El 29 de marzo de 1976, Nelson tenía 23 años. Unos días después, los Agorio recibieron un papelito por debajo de la puerta, avisándoles que buscaran al hijo varón, porque algo había sucedido. Allí empezaron las idas y vueltas, según recuerdan las dos hermanas. Iban de comisaría en comisaría sin obtener respuestas útiles, y la angustia comenzó. En la de Moreno, solo dejaron entrar a la madre de la familia, a quién el comisario Hernández le indicó que se fijara en unas fotos si uno de los cuerpos sin vida que aparecían en el terreno de la quinta La Pastoril era el de su hijo. Pero Nelson no era ninguno de ellos. Unos días más tarde, otro mensaje oculto fue deslizado bajo la puerta de los Agorio, pero esta vez contenía una fecha y el hipódromo de San Isidro como lugar de encuentro. Allí, Eduardo, amigo de Nelson, les contó lo sucedido: que a Nelson lo fusilaron el 29 de marzo de 1976, cuando intentaba escapar en un auto que se quedó sin nafta mientras era perseguido por dos camionetas del Ejército, y que, tras salir del auto entregándose con los brazos en alto, un testigo escuchó una ráfaga de tiros, y nunca más lo volvió a ver. Nelson se encontraba en la quinta La Pastoril, en el cruce de la Avenida Monsegur y la calle Padre Fahy, participando de una reunión del PRT, a donde había asistido para discutir con sus compañeros los pasos a seguir frente al nuevo golpe militar, 

La vuelta a la democracia en 1983 le devolvió la esperanza a la familia Agorio, al menos de encontrar el cuerpo del hijo mayor. Cuando se enteraron de la existencia de la CONADEP, rápidamente escribieron el relato y lo llevaron junto a la foto de Nelson a la organización, llenos de esperanza. Sin embargo, ésta se fue diluyendo ante la ausencia de respuestas. El 31 de diciembre de 1986, una semana después de la sanción de la Ley de Obediencia Debida y Punto Final, el padre de la familia Agorio falleció. La situación permaneció sin cambios hasta el nuevo siglo, cuando, en el año 2002, Iris Lidia se enteró que había un organismo de Derechos Humanos que aglutinaba a los hermanos de desaparecidos, y así ambas hermanas se sintieron contenidas, y gracias al soporte material y emocional que encontraron allí, juntaron fuerzas para continuar la investigación. Al año siguiente, fueron contactadas por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que les comentó sobre posibles novedades del caso de su hermano gracias a un cruce de huellas dactilares en la comisaría de Marcos Paz, no sin antes advertirles que no se hicieran muchas ilusiones, porque las probabilidades eran mínimas. Cinco años más tarde, en 2008, el EAAF las contactó nuevamente, esta vez para confirmarles que habían identificado los restos de Nelson, inhumados el 31 de marzo de 1976 en el cementerio de Moreno. 

Ni siquiera una nueva interrupción del abogado defensor Guillermo Fanego, quién volvió a recurrir a la Teoría de los Dos Demonios, tal como es habitual, para poner en duda el testimonio de las hermanas Agorio sobre su hermano Nelson, pudo opacar los claros relatos de María Ofelia e Iris Lidia. Ambas se mostraron, por momentos, visiblemente conmovidas situación completamente lógica si se tiene en cuenta los años de angustia y lucha que atravesaron en búsqueda de respuestas sobre su hermano. Aun así, se mantienen firmes y en pie, con un pedido central: “Nosotras vamos a seguir resistiendo como familia, como lo hicimos toda la vida, pero pedimos que este Tribunal reconstruya los hechos e imparta justicia. Sólo eso”. 

Reconocieron a los sobrevivientes de la ESMA

Reconocieron a los sobrevivientes de la ESMA

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Por Naiara Mancini y Joaquín Bousoño

Fotografías: Gentileza Espacio Memoria ESMA

En conmemoración del décimo aniversario de la primera condena a miembros del grupo de tareas por los delitos de lesa humanidad cometidos en la Escuela Mecánica de la Armada, el Directorio del Espacio Memoria y Derechos Humanos entregó el sábado 30 de octubre el reconocimiento «Hacedores de la Memoria 2021» a las y los sobrevivientes de aquel centro clandestino de detención, tortura y exterminio. El reconocimiento es otorgado por el Espacio Memoria a distintas personalidades en retribución a los proyectos que contribuyeron en la construcción de la memoria colectiva. En las anteriores ediciones, fueron premiados la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, Rosa Schonfeld de Bru y los artistas León Gieco, Kevin Johansen, Liliana Herrero, Cristina Banegas, Liliana Felipe, Marcelo Carpita y Andy Riva.

En este emotivo evento, realizado en el marco de la Noche de los Museos, se homenajeó a más de 200 sobrevivientes, entre las 5000 personas que se encontraron detenidas desaparecidas en el mayor centro clandestino de tortura que funcionó durante la dictadura en la Ciudad de Buenos Aires. Durante la jornada, se inauguró una placa honorífica en la antigua Plaza de Armas y también se renombró la calle Thorne como “19 de marzo de 2004”, en referencia a la primera vez que un grupo de sobrevivientes volvió al lugar. Por otra parte, se recordó a todas aquellas personas sobrevivientes fallecidas durante el período de pandemia. Especialmente a Víctor Basterra, una pieza fundamental para la reconstrucción, a través de sus denuncias, de lo ocurrido allí dentro durante la última dictadura, y quien fuera declarado personalidad destacada de la Ciudad de Buenos Aires el 5 de marzo del 2020. 

De acuerdo con la placa descubierta, las y los sobrevivientes son reconocidos “por su incansable labor en la construcción de una memoria sobre el terrorismo de Estado entramado con verdad y justicia”, dado que, con sus testimonios permitieron reconstruir lo que sucedió en ese centro clandestino de detención, tortura y exterminio. Asimismo, se reconoció el compromiso de las personas sobrevivientes en la recuperación de la Escuela de Mecánica de la Armada como espacio de memoria. “Necesitábamos este reconocimiento porque por años supimos que éramos testigos ineludibles en este lugar, donde arañamos las paredes y pudimos recuperar mucho de la memoria que después nos sirvió en los juicios para condenar a tantos genocidas”, destacó Ana “Rosita” Soffiantini, sobreviviente del centro clandestino. 

El homenaje, que contó con la presencia de personalidades como Lita Boitano y Eduardo Jozami, significó el reencuentro de los sobrevivientes y sus familias luego de mucho tiempo, y tuvo el agregado de ser uno de los primeros actos realizados de manera presencial en el Espacio Memoria y Derechos Humanos, luego de casi dos años de verse obligados a mantener los eventos de forma virtual a partir de la coyuntura pandémica. “Yo vine de México para esto, porque quería encontrarme con quienes compartimos esta situación, y quería poder abrazarnos. Mi objetivo era abrazarme con los compañeros con los que estuvimos compartiendo esto. Así que agradezco ambas cosas, el abrazo hacia nosotros y la posibilidad de abrazarnos entre nosotros”, indicó Pilar Calveiro, sobreviviente de la ExEsma.

 

Acerca de la figura del sobreviviente, Soffiantini declaró: “Este reconocimiento nos reivindica después de muchas cosas que pasaron, porque en un momento fuimos testigos sospechados”. A ella la sucedió la palabra de Nilda Noemí «Munú» Actis Goretta, otra sobreviviente de la ESMA, quien recordó: “Un poco se desconfiaba de nosotros porque estábamos vivos. Y los demás compañeros no”. Continuando con esta línea, Lila Pastoriza, periodista que se encontró detenida en la ESMA entre 1977 y 1978, reivindicó el accionar de las y los sobrevivientes para la reconstrucción de los acontecimientos en su tarea de “cumplir con lo que pensábamos cuando estábamos secuestrados, cuando decíamos: uno que salga y que hable. Y ese uno que salga y que hable, ocurrió”. En este sentido, Pastoriza reflexiona acerca del rol de las personas sobrevivientes en la actualidad: “No estamos solo para dar información, estamos para construir memoria, y para saber cómo construirla, porque no es una cosa de repetir lo que ya se sabe, es la búsqueda de la memoria hacia el pasado a partir de los peligros del presente”.

Hacia el final del acto homenaje, la ex calle Thorne del predio de la ex ESMA pasó a denominarse “19 de marzo de 2004”, acontecimiento realizado en el marco del renombramiento de muchas calles del predio que aún mantienen los nombres designados por los militares. El 19 de marzo del 2004 un grupo de sobrevivientes retornó por primera vez desde su secuestro a la Escuela Mecánica de la Armada, en compañía del ex presidente Néstor Kirchner, funcionarios de su gabinete y la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Antes del 19 de marzo estaba medio perdido, después de salir de la ESMA, estaba en una situación de olvido”, recordó el sobreviviente Alfredo “Mantecol” Ayala, mientras se proyectaban imágenes de aquella recorrida. “Mantecol” relató que Néstor Kirchner le pidió perdón, en nombre del Estado, por los crímenes cometidos durante la última dictadura cívico-militar: “Ese perdón fue el que me cambió la vida”. En ese sentido, Ana “Rosita” Soffiantini expresó, con respecto a los sobrevivientes, que “una vez entramos como desaparecidos, y gracias a Néstor entramos como sobrevivientes”.

“Venimos a los juicios a contar la verdad ”

“Venimos a los juicios a contar la verdad ”

Por Naiara Mancini

Fotografías: Captura de pantalla (La Retaguardia)

Las audiencias del juicio son semipresenciales: mientras que algunos testigos e imputados están en la sala de audiencias, otros participan a través del Zoom.

Se inició un nuevo juicio por crímenes de lesa humanidad y el jueves último se celebró la primera audiencia del proceso judicial que investigará los hechos ocurridos durante en la quinta “La Pastoril” el 29 de marzo de 1976. Las audiencias juicio adoptarán una modalidad semi-presencial, encontrándose las partes reunidas en el Tribunal Oficial de Casación Federal N° 5 de San Martín y en una sala de Zoom.

Los hechos

El 29 de marzo de 1976, cuatro días después de acontecido el último golpe cívico militar que sufrió la Argentina, se desplegó un operativo ilegal de fuerzas conjuntas en la quinta “La Pastoril” -ubicada en La Reja, Moreno- en donde se llevaba a cabo una reunión del Comité Central del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP). En aquel congreso estaban presentes unas setenta personas, entre quienes se encontraban los dirigentes de la organización, Mario Roberto Santucho, Domingo Menna y Benito Urteaga. A partir de la violenta intervención, en la que participaron unidades del Ejército Argentino y la Policía Bonaerense, siete personas fueron asesinadas y otras fueron privadas ilegítimamente de la libertad. De aquellas personas secuestradas, al menos cinco permanecen desaparecidas.

Por la causa hay ocho imputados: los militares retirados Juan Carlos Jöcker, Juan Manuel Giraud, Carlos Alberto Guardiola, Eduardo Sakamoto y Héctor Alberto Raffo; y los policías bonaerenses retirados Julio Salvetti, Julio Alejandro Pérez y Juan José Ruíz. Giraud se presentó en la sala del TOCF N° 5 junto a su defensor, Guillermo Fanego, siendo el único imputado que cumple una pena en cárcel común de acuerdo con una sentencia previa por delitos de lesa humanidad. Los siete imputados restantes se identificaron en la audiencia de manera virtual y exhibieron sus Documentos Nacionales de Identidad por la cámara web de sus respectivos dispositivos. Los delitos a ser juzgados corresponden a hechos de homicidio y de privación ilegítima de la libertad.

En medio de problemas de conectividad que retrasaron los cronogramas de las audiencias, el juicio comenzó por la lectura de requerimientos y las declaraciones preliminares de las defensas. Tanto los defensores de los imputados como el Defensor Público Oficial solicitaron la nulidad del presente juicio, alegando la inconstitucionalidad del proceso y la incompetencia del tribunal. Muchos de los argumentos brindados para dicha demanda reflotaron la Teoría de los Dos Demonios, así como el esbozo de una acusación sobre la condición “político-ideológica” de los juicios por crímenes de lesa humanidad, constituyendo para el defensor Fanego “juicios de venganza” en lugar de juicios de derecho.

 

 

De los ocho imputados, uno -Juan Manuel Giraud- ya cumple condena en cárcel común tras ser declarado culpable en otro juicio de lesa humanidad.

A estos planteos, el abogado querellante Pablo Llonto respondió que todos los juicios por delitos de lesa humanidad están siempre estructurados bajo los pilares de la Memoria, la Verdad y la Justicia. La Memoria, según Llonto, es “porque no olvidamos, como no olvida la sociedad argentina lo que ocurrió con el golpe y con los crímenes que desataron a partir del del 24 de marzo de 1976”. El abogado señaló que la Verdad obedece a la enseñanza brindada por la lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo: “Venimos a los juicios a contar la verdad de lo que ocurrió con las pruebas que hay, testigos, documentos. Y valorar en base a esas pruebas que demuestran los hechos que ocurrieron”. Por último, Llonto validó el proceso de Justicia: “Estos no son juicios políticos, estos son juicios que se basan en una realidad de algo gravísimo que ocurrió en la Argentina, en Latinoamérica y en gran parte de la humanidad. Secuestraron, llevaron personas a centros clandestinos, los torturaron para obtener información y hacerlos desaparecer forzadamente, sin entregar los restos de esos desaparecidos”. Para adicionar a la legitimidad que goza en la actualidad la celebración de los juicios por crímenes de lesa humanidad, Llonto evocó la masiva movilización civil acontecida durante el gobierno de Mauricio Macri en razón de la posibilidad de aplicar la ley del 2×1 a dichos delitos; asimismo, recordó la votación casi unánime en las Cámaras de Diputados y Senadores para anular ese beneficio legal: “Los representantes de la sociedad argentina, la verdad de lo ocurrido, es que convalidaron todo este proceso de juzgamiento”.

En la misma semana del fallecimiento sin condena del represor Miguel Ángel Ferreyro, quien se encontraba cursando una imputación por delitos de lesa humanidad en el juicio de Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús, es de importancia fundamental ratificar la necesidad de llevar a cabo e impulsar los presentes procesos judiciales. En palabras de Llonto: “Para que todos los imputados entiendan ese Nunca Más, y nuestra sociedad entienda el Nunca Más. Cuando entendamos ese Nunca Más, seguramente vamos a vivir en una sociedad que respeta los derechos humanos, la Memoria, la Verdad y la Justicia”.

Las audiencias del juicio por los delitos ocurridos en la quinta “La Pastoril” continuarán el próximo lunes 1 de noviembre con una audiencia extraordinaria para recoger las indagatorias de los imputados, para seguir su curso normal el jueves 4 de noviembre dando inicio al debate oral.

“Mi abuelo Oscar, hasta el día que murió, esperaba que su hijo volviera”

“Mi abuelo Oscar, hasta el día que murió, esperaba que su hijo volviera”

Por Naiara Mancini

Fotografía: Captura de Pantalla (La Retaguardia)

A un año del comienzo del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Investigaciones de Lanús, declaró el hijo mayor de Oscar Isidro Borzi, quien estuvo detenido en este último centro clandestino de detención conocido como “El Infierno”. Algunas semanas atrás, en el marco de este juicio, prestó testimonio Norberto Borzi, el hermano mayor de “Cacho” Borzi, quien a día de hoy continúa desaparecido.

Para la presente jornada estaban previstos originalmente los testimonios de Ernesto, Luis y Juan Manuel Borzi, los tres hijos de Oscar, testigos y víctimas del operativo llevado a cabo el 30 de abril de 1977 en el domicilio de Lanús donde vivían junto a su mamá, Ada Miozzi. No obstante, la rigurosidad y extensión de la declaración prestada por Ernesto Borzi obligó a aplazar una semana más los testimonios de Luis y Juan Manuel.

Ernesto Borzi, el mayor de los hermanos, tenía la edad de 7 años cuando miembros del Ejército y la Policía irrumpieron en su casa de Lanús para secuestrar a su padre, luego de mantener cautiva a su familia durante largas horas. A pesar de especificar que, al testimoniar, estaba “haciendo un esfuerzo de memoria” porque el relato “cuesta mucho por una cuestión de cronología y por una cuestión emocional”, Ernesto ofreció una narración minuciosa, apoyándose en sus recuerdos de infante y posteriores reconstrucciones familiares, brindando nombres, fechas y direcciones con precisión.

Luego de desarrollar diferentes circunstancias en que su familia fue perseguida y vigilada, el testigo relató los hechos acontecidos el 30 de abril de 1977. De acuerdo con Ernesto Borzi, personas que se anunciaron como del Ejército argentino golpearon la puerta de su domicilio a las dos de la mañana y, al ingresar, su papá fue herido “de un bayonetazo en el pecho. Grita, es tirado al piso, reducido a golpes y patadas”. Finalmente, Ernesto describe: “El grupo de asalto invade la casa”. Asimismo, el testigo relató que su hermano menor, Juan Manuel, en aquel entonces de tres años, corrió detrás de su papá, pero uno de los captores lo agarra del pañal y lo tira contra la pared. El testigo manifestó que, durante todo el tiempo que permanecieron en su casa, los represores lo mantuvieron encerrado en su cuarto junto a su hermano Luis. Asimismo, los integrantes de la patota -entre quienes posteriormente reconoció al entonces jefe de la Policía Bonaerense, Ramón Camps; y al médico policial, Jorge Antonio Bergés- no sólo torturaron a su familia, sino que también les robaron toda la ropa y los objetos de valor.

Ernesto recuperó las palabras de Juan Manuel Borzi, quien tiene previsto prestar declaración el próximo 2 de noviembre, para relatar la tortura sufrida por su padre aquella noche del 30 de abril en su domicilio: “Hacen correr el agua de la pileta del lavadero, y Juan lo que verbaliza es que sentía olor a carne quemada”. Posteriormente, agregó que su hermano Juan Manuel tiene actualmente dificultades para ir al dentista porque “cuando le apoyan el torno y él siente la fricción que provoca, no sólo con el esmalte y con el hueso del diente, sino con la carne que está alrededor, ese olor a carne quemada a mi hermano lo descompone” y sentencia que Juan recuerda que ese era el olor a carne quemada “cuando estaban torturando con picana eléctrica a papá en el lavadero”.

Durante el testimonio, Ernesto Borzi relató que fue víctima de una situación de abuso por parte de uno de los captores. Un hombre que él describe como “Morocho 1” se sentó en su cama y, de acuerdo con el relato de Ernesto, “comienza con una serie de escarceos, de manoseos, me pone la mano en el pecho, a la altura primero del esternón, y comienza a bajar su mano y a hacer presión” y luego agrega: “Llega a la zona de la pelvis, yo estaba en remera y calzoncillo, y comienza a frotarme la zona de la pelvis, la zona del pito”. Ernesto recuerda que, a sus 7 años, él pensaba cómo escapar de esa situación: “Yo quería salir corriendo, sabía que no podía. Me lamentaba no tener el estado atlético que tenían los chicos del barrio con los que jugábamos”. 

Acerca de la posterior averiguación del paradero de su padre, Ernesto Borzi relató que supieron por boca de testigos familiares que “Cacho” Borzi había sido llevado a la Brigada de Investigaciones de Lanús, para ser luego trasladado. Ernesto contó la búsqueda incesante llevada a cabo por sus abuelos paternos, quienes en su casa “siempre dejaban la puerta abierta, incluso hasta de noche, porque esperaban que el hijo no sólo golpeara la puerta, sino que decían: si Cacho vuelve no puede tener la puerta cerrada”. Siguiendo algunas pistas, sus abuelos viajaron en diversas ocasiones hasta el Regimiento La Tablada con la esperanza de reencontrarse con su hijo: “Dos personas grandes, moviéndose en transporte público. Mi abuela llevando una bolsa con ropa. Mi abuelo, que ya tenía problemas del corazón, con dos termos, con chocolates, con milanesas hechas como le gustaban a mi papá, con galletitas, con una maquinita de afeitar porque mi abuela había escuchado que mi papá estaba barbudo porque no se podía afeitar, con jabón, con perfume, con champú”. Ernesto relató que en una oportunidad su abuela Celia se presentó sola ante el personal del Regimiento La Tablada, en donde le acercaron una carpeta y le dijeron: “Fíjese si su hijo no está acá”. Entonces, Ernesto cuenta que su abuela empieza a hojear el libraco que le dan y había fotografías de cadáveres. Asimismo, el hijo mayor de los Borzi recordó que su abuela no ofrecía relatos detallados de los acontecimientos, explicándole: “Ernesto, yo de esto no me quiero acordar, porque si me acuerdo de esto me vuelvo loca. Y yo espero que mi hijo vuelva vivo. No espero un conjunto de huesos”. Y finalizó: “Mi abuelo Oscar también, hasta el día que murió esperaba que su hijo volviera”.

Ernesto Borzi enmarcó su testimonio en el proceso transitado durante el período de democracia en Argentina: “Quiero dejar expresado que estamos haciendo una síntesis de los últimos 44 años de nuestras vidas. Y recién tenemos la posibilidad de tener un tribunal donde buscamos justicia”.

El hijo mayor de los Borzi continuará su declaración en la audiencia del día 2 de noviembre del presente juicio, en conjunto con los testimonios que brindarán sus hermanos Luis Alejandro y Juan Manuel Borzi.